LA LUZ ENTRE NOSOTROS por Laura Lynne Jackson


 

La luz entre nosotros (2015)

Laura Lynne Jackson

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CONTENIDO

Introducción

Primera parte - 1. Abu - 2. La chica en la tienda - 3. Australia - 4. El enamoramiento - 5. John Moncello - 6. Litany Burns - 7. El camino por delante - 8. Oxford - 9. Sedona - 10. Perturbación  

Segunda parte - 11. Seguir abierta - 12. La llegada - 13. La pantalla - 14. Amar y perdonar - 15. Lo que te pertenece - 16. Familia por siempre - 17. Más cosas en el cielo y en la tierra - 18. La gorra del policía - 19. El último niño - 20. La abeja atrapada - 21. Dos meteoros - 22. Windbridge

Tercera parte - 23. El muelle de Canarsie - 24. Resolviendo el misterio - 25. La directora - 26. Tocar los hilos - 27. El fénix - 28. El bonsái - 29. El electroencefalograma cuantitativo - 30. Entrelazamiento - 31. La alberca - 32. Camino del ángel - 33. La luz al final del camino  

Agradecimientos - Sobre el autor

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Introducción

IBA en la autopista de Jericho, hacia el oeste, cuando los mensajes empezaron a llegar.

Apreté el volante de mi Honda Pilot, me desvié a la derecha, y entré al estacionamiento de un Staples. Frené y me detuve a la mitad de un lugar para estacionarme.

No estaba lista para recibirlos. Hacía apenas un rato había estado respirando profundo, intentando mantener la calma, porque estaba muy nerviosa. Muerta de miedo, de hecho. Pronto estaría en un lugar repleto de gente sufriendo. Esa tarde mi papel sería tratar de aliviar su dolor. Mi miedo era que les hiciera más daño.

Iba vestida con una camisa negra lisa y pantalones negros. No quería que nadie se distrajera por los patrones de mi blusa o por las flores de mi vestido. Me había saltado la cena, porque estaba demasiado ansiosa como para comer. Mi esposo, Garrett, aún no llegaba a casa del trabajo, así que le pedí a mi madre que cuidara a mis dos hijos hasta que él regresara. Iba tarde y traté de ganar un poco de tiempo en la autopista, pero había tráfico.

Entonces, de pronto, empezaron a llegar a mí.

Los niños.

Todos de golpe, como un grupo, ahí estaban. Era impresionante. Como estar sola en un cuarto, y de pronto la puerta se abre y entran diez o quince personas. Puedes no verlas o escucharlas, pero aun así sabes que están ahí: las puedes sentir. Sabes que ya no estás sola. Eso es lo que se sintió en mi Honda Pilot; sabía que no estaba sola.

Después vinieron las palabras y las historias y los nombres y las peticiones y las descripciones y las imágenes y todas las cosas que querían compartir, tantas que tuve que calmarlos.

“Un segundo, un segundo”, dije en voz alta mientras buscaba a tientas mi pequeña libreta roja y una pluma. Empecé a escribir tan rápido como podía, pero no era capaz de seguirle el ritmo a todos los mensajes que llegaban. Era algo desbordante.

Diles que aún estoy aquí, dijo uno.

Diles que todavía soy parte de sus vidas, dijo otro.

Diles que los amo y veo todo lo que pasa.

Por favor no lloren por mí. Estoy bien.

No estoy muerto. Sigo siendo tu hijo.

No pienses en mí como si me hubiera ido. No me he ido.

¡Por favor diles que no me he ido!

Me senté en mi auto a medio estacionar afuera del Staples y seguí escribiendo: una mujer rodeada de niños a quienes nadie más podía ver.

Al final, después de unos minutos, guardé las notas en mi bolsa, regresé a la autopista y manejé tan rápido como pude rumbo al Hilton de Huntington en Broad Hollow Road. Corrí por el vestíbulo del hotel y encontré la sala de conferencias del evento. Afuera, un letrero apenas daba una pista de lo que sucedería esa noche. Decía: “Cómo escuchar cuando tus niños hablan”.

La sala de conferencias era común y corriente: cortinas marrones, luces en el techo, alfombra mullida, sillas giratorias. En medio de la sala había una amplia mesa rectangular con diecinueve personas sentadas alrededor en una postura rígida. Cuando entré todos voltearon a verme y permanecieron en completo silencio. Sus rostros eran tristes y agobiados. Me pareció que transcurrió todo un minuto antes de que alguien respirara.

Eran los padres.

Los anfitriones de esta tarde, Phran y Bob Ginsberg —los directores de la Forever Family Foundation— se acercaron y rompieron la tensión. Me dieron la bienvenida con un abrazo y me invitaron a sentarme. Les dije “No, gracias”; no había manera de que pudiera sentarme, estaba demasiado nerviosa. Bob se paró al frente de la sala y aclaró la garganta.

“Ella es Laura Lynne Jackson”, dijo con voz dulce. “Es una médium certificada por la Forever Family Foundation, y está hoy aquí para ayudarnos a aprender a hablar con nuestros niños.”

Bob se hizo a un lado y me dejó la pista libre. Respiré profundo y volteé a ver las anotaciones en mi mano. Los padres me observaban, esperando. No sabía qué decir o cómo empezar. Pasó otro largo momento, volvió el espeso y pesado silencio.

Nadie sabía qué pasaría después, y yo menos que todos.

Por último subí la mirada y hablé.

“Sus niños están aquí”, dije con torpeza. “Y hay algo que quieren que ustedes sepan.”

Mi nombre es Laura Lynne Jackson y soy esposa, madre y maestra de inglés en preparatoria.

También soy médium psíquica.

Tal vez no soy en lo que la gente piensa cuando imaginan a un médium psíquico. No leo hojas de té ni las cartas del tarot, y no trabajo en un local. No leo la fortuna y no tengo una bola de cristal (bueno, está bien, tengo una diminuta, pero es decorativa y sólo porque no me resistí a comprarla cuando la vi en la tienda). Tan sólo poseo un don que está más concentrado en mí que en los demás.

Soy clarividente, lo que significa que tengo la capacidad de reunir información acerca de personas y acontecimientos por medios más allá de mis cinco sentidos. También soy clariaudiente —puedo percibir sonidos por medios más allá de mis oídos— y clarisintiente, lo que me permite sentir cosas por medios no humanos.

Por ejemplo, puedo sentarme en la mesa de un restaurante y sentir la energía distintiva de las personas que estuvieron ahí antes de mí, como si hubieran dejado docenas de huellas energéticas erizadas. Y si esa energía me golpea de manera negativa, le diría de manera cortés a la recepcionista que preferiría sentarme en otro sitio o, si era la última mesa libre, que debo irme. Lo que no siempre emociona a mi esposo y a mis hijos. Ni a la recepcionista, para tal caso.

Más allá de mis habilidades como psíquica, también soy médium, lo que significa que soy capaz de comunicarme con personas que se han ido de esta Tierra.

Si tu primera pregunta es cómo llegué a ser así, mi primera respuesta es que no lo sé. He pasado una vida tratando de averiguarlo.

En mi búsqueda por encontrar respuestas me he sometido a pruebas rigurosas: primero con la Forever Family Foundation, un grupo con bases científicas sin fines de lucro que ayuda a las personas en duelo, y más tarde con el Windbridge Institute for Applied Research in Human Potential en Arizona. En Windbridge pasé por un estudio ciego quíntuple de ocho pasos realizado por científicos para convertirme en miembro de un pequeño grupo de médiums de investigación certificados.

Y sin embargo, aunque buscaba respuestas —tratando de encontrar mi verdadero propósito— también tenía cuidado en ocultar mis habilidades al resto del mundo. Todavía no sabía dónde o cómo iban a encajar mis habilidades en mi vida. No sabía qué se suponía que debía hacer con ellas. Durante gran parte de mi vida, traté de abrirme un camino que no involucrara ser una médium psíquica.

En mi último año de universidad estudié en el extranjero, en Oxford; investigué a Shakespeare, y decidí dedicarme a la academia. Después de graduarme consideré convertirme en abogada y fui aceptada en dos de las mejores escuelas de derecho, pero decidí seguir mi pasión por la docencia. Por muchísimo tiempo pensé en mí misma como maestra, antes que nada. Las lecturas del aura y la comunicación con los espíritus no tenían un lugar en mi vida académica.

Y así, por casi veinte años, tuve una doble vida en secreto.

Durante el día enseñaba a adolescentes sobre Macbeth y Las uvas de la ira, pero de noche, mientras mi esposo cuidaba a los niños en la planta baja, yo estaba arriba en mi cuarto teniendo conversaciones privadas por teléfono con celebridades, atletas, astronautas, políticos, directores de empresas y toda clase de gente, dándoles un destello de algo que está más allá de los límites aceptados de la experiencia humana.

Pero esto es lo que descubrí de notable en el curso de mi doble vida: caí en cuenta de que en realidad no soy tan distinta. Aunque mis habilidades me hacían sentir que no era como el resto de la gente, que no era “normal”, me di cuenta de que estar “dotada” de esta manera no era el don en sí mismo.

El hermoso don que me fue dado —la conciencia de que todos estamos conectados por poderosos hilos de luz y amor, tanto aquí en la Tierra como en el más allá— es un don que nos pertenece a todos.

Al igual que mi vida, este libro es una travesía desde la oscuridad hacia la luz. Narra la historia del viaje que realicé para comprender mi verdadero propósito y las maneras en que estamos conectados con el mundo a nuestro alrededor. Lo que más deseo es que en mi viaje encuentres algo que resuene en tu vida.

Porque si lo haces podrás llegar a entender lo mismo que yo: que si abrimos nuestros corazones y mentes a los poderosos vínculos que nos conectan con nuestros seres queridos aquí y en el más allá, éstos pueden intensificar sin límites la forma en que vivimos y amamos hoy en día.

Pero incluso cuando lo comprendí, nunca pensé en compartirlo con el mundo. No tenía planes de escribir un libro. Más tarde, mientras hacía mis rondas por el pasillo en la preparatoria donde doy clases, un día sentí una repentina y descomunal descarga de información e intuición proveniente del universo. Fue como una descarga eléctrica que me dio claridad instantánea. Y la instrucción básica era sencilla.

Estás destinada a compartir tu historia.

Esto no tenía nada que ver conmigo; tenía todo que ver con el mensaje. Las lecciones de vida que surgieron de las lecturas que realicé no estaban ahí para mantenerse en secreto. Estaban destinadas a salir al mundo.

No considero que este libro sea un repaso de mi vida, pero veo mi historia como un medio para compartir algunas de las más profundas y poderosas lecturas que he hecho a lo largo de los años. Lecturas que conectaban a personas con sus seres queridos en el Otro Lado y, en el proceso, les ayudaban a curar viejas heridas, superar su pasado, reimaginar sus vidas y finalmente entender su verdadero camino y su propósito en el mundo. Estas lecturas fueron inconmensurablemente agudas e informativas para mí.

Las lecturas, así como la historia de mi vida, en realidad tienen que ver con la misma cosa: la incansable y valiente búsqueda de la humanidad por respuestas. Como estudiante de literatura, se me motivaba a abordar las preguntas más profundas: ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué significa existir? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? No pretendo haber descubierto todas las respuestas. Lo único que puedo hacer es contar mi historia. Y compartir mi creencia de que si no consideramos al menos la posibilidad de una vida después de la muerte —si no vemos el caudal de evidencia que ha aparecido en los últimos años sobre la resistencia de nuestra conciencia— nos estamos cerrando a una fuente de gran belleza, consuelo, sanación y amor. Pero si estamos abiertos a tener esta conversación podremos ser más luminosos, más felices y más auténticos. Estaremos más cerca de la verdad. Más cerca de nuestro verdadero yo. Seremos la mejor versión de nosotros mismos. La que nos permite compartir nuestro mejor yo con los demás, y de esta forma cambiar el mundo.

Eso es todo lo que quiero hacer, tener esa conversación. Deseo abrir la posibilidad de que exista algo más que nuestra manera tradicional de ver el mundo. Deseo explorar lo que he visto una y otra vez en mis lecturas: que el universo opera sobre un principio de sincronicidad, una fuerza invisible que conecta eventos y dota de significado todo lo que hacemos.

Quiero que comprendas que este libro ha encontrado su camino hasta tus manos por una razón.

Sobre todo, quiero discutir una verdad asombrosa que se ha vuelto evidente para mí en mi trabajo: que hay brillantes hilos de energía luminosa que nos conectan a todos en la Tierra y más allá con nuestros seres amados que han muerto.

Yo puedo ver esos hilos de luz. Veo la luz entre nosotros.

Y debido a que la luz está ahí, uniéndonos, entretejiendo nuestros destinos, debido a que todos extraemos poder de la misma fuente energética, sabemos que hay algo más que es cierto.

Nadie vive una vida pequeña.

Nadie es olvidado por el universo.

Todos podemos iluminar considerablemente el mundo.

Sólo que algunos todavía no reconocemos lo poderosos que somos.

No espero que mis ideas sean aceptadas sin resistencia. He sido maestra por casi dos décadas y no es fácil que me convenzan teorías mal concebidas o argumentos medio lunáticos. Siempre he enseñado a mis alumnos a ser pensadores críticos —a indagar, analizar y cuestionar— y es así como he abordado mi don. Mis habilidades han sido examinadas por científicos e investigadores, he hablado con exploradores valientes e intelectos profundos. Me he mantenido al día sobre los desarrollos científicos del último cuarto de siglo, que nos han dado un impresionante y novedoso conocimiento de la capacidad humana.

He comprendido cómo tantas situaciones notables en mi vida son consistentes con, y explicables por lo que estamos aprendiendo sobre el poder y la resistencia de la conciencia humana.

Aun así, las lecciones más importantes en este libro no provienen de científicos, investigadores o exploradores, y sin duda tampoco de mí. No soy ni profeta ni oráculo. Tan sólo soy un conducto.

Las lecciones más importantes provienen de equipos de seres de luz que se acercan a nosotros del otro lado de la separación.

Como médium psíquica he realizado lecturas para cientos de personas, algunas ricas y famosas, pero no la mayoría. En esas lecturas los he conectado con sus seres queridos que ya no están en esta Tierra. Esos seres amados que han partido nos ofrecen una visión milagrosa de la existencia y del universo.

El primer paso de nuestro viaje es sencillo, sólo se necesita que abramos nuestra mente a la posibilidad de que haya algo más en la existencia que lo que puede ser captado con facilidad por nuestros cinco sentidos.

La gran mayoría de nosotros ya hace esto. La mayoría creemos en un poder superior, sin importar el nombre que usemos para describirlo. Yo me refiero a este poder superior como el universo. Otros lo llaman Dios. Yo fui criada para creer en Dios y aún lo hago, pero para mí todas las religiones son como un gran plato que ha sido roto en muchas piezas. Todas las piezas son distintas, pero continúan siendo parte del mismo objeto. Las palabras que usamos para describir nuestras creencias no son tan importantes como las creencias mismas.

Así que ya estamos dispuestos a creer en algo superior a nosotros mismos: algo que no podemos probar ni explicar ni incluso entender por completo. No tememos dar ese salto. Pero si damos el salto siguiente, creer que nuestra conciencia no termina con la muerte sino que perdura en una travesía mucho mayor, entonces sucede algo en verdad increíble.

Porque si podemos creer en una vida después de la muerte, debemos permitir la posibilidad de conectar con ella.

Para ser honesta, si las cosas extraordinarias que pasaron en mi vida no me hubieran sucedido, no estoy segura de que las creería posibles. Pero me sucedieron, por lo que sé que no sólo son posibles: sé que son reales.

Y sé que cuando abrimos la mente a las formas en que estamos interrelacionados —partes del mismo todo, abarcando el pasado, el presente y el futuro— comenzamos a ver conexiones, significado y luz donde antes tan sólo veíamos oscuridad.

PRIMERA PARTE

1. ABU

 UNA soleada tarde de miércoles en agosto, cuando tenía once años, mi hermana, mi hermano y yo estábamos chapoteando en la pequeña alberca de un metro de altura que teníamos en el patio trasero de nuestra casa en Long Island. Sólo quedaban unos pocos días para que empezaran las clases, y tratábamos de exprimir las últimas gotas de diversión al verano. Mi madre salió a decirnos que iba a visitar a nuestros abuelos a su casa en Roslyn, que quedaba a unos cincuenta minutos en auto. Durante años la acompañé a ver a mis abuelos y siempre me encantó, pero conforme crecí otras actividades se cruzaron en mi camino, así que algunas veces mi madre iba sola y nos dejaba. En ese hermoso día de verano, sabía que no había esperanza de que saliéramos de la alberca.

“Diviértanse”, nos dijo. “Volveré en un par de horas.” Y eso es lo que debió haber pasado.

Pero de pronto, de la nada, entré en pánico.

Lo sentí en la profundidad de mis huesos. Un pánico puro, inexplicable y helado. Me paré en la alberca y le grité a mi madre.

“¡Espera!”, clamé, “¡tengo que ir contigo!”

Mi madre rio. “No te preocupes, quédate”, dijo. “Pásalo bien, es un día estupendo.”

Pero yo ya estaba pataleando con vehemencia hacia el borde de la piscina, mi hermano y mi hermana me observaban y se preguntaban qué me sucedía.

“¡No!”, le vociferé a mi madre. “¡Quiero ir contigo! Espérame, por favor.”

“Laura, no te preocupes...”

“No, mamá, ¡necesito ir contigo!”

Mi madre dejó de reír. “Está bien, tranquilízate”, dijo. “Entra y cámbiate. Te espero.”

Entré corriendo empapada, me vestí rápido, volví a salir corriendo y entré en el coche a medio secar, todavía en completo pánico. Una hora después nos estábamos estacionando en la casa de mis abuelos y lo vi a él —yo le decía Abu— saludándonos desde el porche trasero. Fue hasta ese momento, al verlo y abrazarlo, que el pánico disminuyó. Pasé las horas siguientes en el porche con Abu; hablando, riendo, cantando y contando chistes. Cuando era momento de irnos le di un beso, un abrazo y le dije: “Te quiero”.

Nunca más lo vi con vida.

No sabía que Abu se había estado sintiendo débil y cansado; los adultos nunca me habrían dicho algo así. Cuando estuve con él ese día actuaba como siempre: cálido, divertido y juguetón. Debió haber reunido todas sus fuerzas para aparentar estar bien frente a mí. Tres días después de mi visita, Abu fue a ver al médico. Éste le dio una noticia devastadora: tenía leucemia.

Tres semanas después Abu había muerto.

Cuando mi madre nos sentó a mi hermana, a mi hermano y a mí en el sofá y nos dijo con delicadeza que Abu había fallecido, sentí un bombardeo de emociones. Shock. Confusión. Incredulidad. Ira. Una profunda tristeza. Una sensación terrible y honda de echarlo de menos.

Lo peor de todo fue que tuve una sensación de culpa espantosa y aplastante.

El instante en que supe que mi abuelo se había ido, entendí a la perfección por qué había entrado en pánico para ir a verlo. Sabía que iba a morir.

Por supuesto que no pude saberlo en realidad. Ni siquiera sabía que estaba enfermo. Y, sin embargo, sí lo sabía. ¿Por qué, si no, había exigido verlo?

Pero si es que en efecto lo sabía, ¿por qué no lo pude decir, a Abu, a mi madre o incluso a mí misma? No había tenido un pensamiento claro, ni siquiera un indicio de que algo andaba mal con mi abuelo, y no fui a visitarlo sabiendo de ningún modo que era la última vez que lo vería. Todo lo que tenía era una misteriosa sensación de saberlo. No lo entendía para nada pero me hizo sentir en extremo incómoda, como si yo fuera cómplice del fallecimiento de Abu. Sentí que tenía una cierta conexión con las crueles fuerzas que le quitaron la vida, y eso me hizo sentirme culpable de una manera inimaginable.

Empecé a pensar que algo debía estar seriamente mal conmigo. Nunca había sabido de nadie que sintiera cuando alguien iba a morir y, ahora que me había pasado a mí, no estaba cerca de empezar a comprenderlo. Sólo entendía que era horrible saberlo. Me convencí de que yo no era normal; estaba maldita.

Una semana después tuve un sueño.

En el sueño yo era adulta y era actriz. Vivía en Australia. Usaba un vestido del siglo XIX largo y colorido, y me sentía hermosa. De pronto me entró una paralizante preocupación por mi familia, mi propia familia de la vida real. En el sueño sentí cómo mi pecho se detenía y me desplomé sobre el suelo. Estaba consciente de estar muriendo.

Sin embargo no me desperté, el sueño continuó. Sentí cómo abandonaba mi cuerpo físico y me volvía una conciencia que volaba con libertad, capaz de observar todo a mi alrededor. Vi a mi familia reunida alrededor de mi cuerpo en la habitación donde había caído, todos lloraban. Estaba tan alterada por verlos sufrir que intenté hablarles. “¡No se preocupen, estoy viva! ¡La muerte no existe!”, dije. Pero no sirvió de nada, porque ya no tenía voz y no podían escucharme. Lo único que podía hacer era proyectar mis pensamientos hacia ellos. Después empecé a alejarme, como un globo de helio que alguien suelta, y me fui flotando por encima de ellos hacia una oscuridad: una densa y pacífica oscuridad repleta de hermosas luces parpadeantes. Una fuerte sensación de calma y alegría me bañó.

Y justo en ese momento vi algo maravilloso.

Vi a Abu.

Estaba ahí, en el espacio frente a mí, pero no en su cuerpo físico, sino más bien en espíritu: un espíritu que de manera hermosa e innegable era suyo por entero. Al instante mi conciencia reconoció la suya. Él era un punto de luz, como una estrella brillante en el oscuro cielo nocturno, pero la luz era poderosa y magnética; me atraía hacia él, me llenaba de amor. Era como si mirara el verdadero yo de Abu; no su cuerpo terrestre, sino esa luz interior que era él en realidad. Estaba observando la energía de su alma. Entendí que Abu estaba a salvo, y que se encontraba en un lugar hermoso y lleno de amor. Comprendí que estaba en casa y en ese mismo instante supe también que ése era el lugar del que todos venimos y al que pertenecemos. Él había regresado al lugar del que provenía.

Al darme cuenta de que éste era Abu y que de alguna manera todavía existía, me sentí menos triste. Sentí un gran amor, gran consuelo y, al reconocerlo, una gran felicidad. Y justo antes irme por completo a casa con Abu, algo se cerró a mi alrededor y me jaló hacia atrás.

Entonces desperté.

Me senté en la cama. Mi rostro estaba húmedo: estaba llorando. Pero no me sentía triste. Eran lágrimas de felicidad. ¡Estaba llorando porque había visto a Abu!

Me recosté sobre la cama y lloré un buen rato. Me había sido mostrado que morir no significa perder a los seres amados. Sabía que Abu todavía estaba presente en mi vida. Me sentí muy agradecida por mi sueño.

No fue sino hasta años después —muchos— que reuní la suficiente experiencia para entender lo que el fallecimiento de Abu y los acontecimientos circundantes significaron en mi vida.

Lo que sentí en esa alberca fue el principio del viaje del alma de Abu hacia otro lugar. Como lo quería tanto por estar conectada a él de una manera tan poderosa, mi alma fue capaz de percibir que la suya estaba por emprender un viaje. Y sentir eso no era una maldición de manera alguna: me permitió pasar esa última tarde mágica con Abu. Si eso no era un regalo, ¿qué era?

¿Y el sueño?

El sueño me convenció de una cosa: Abu no se había ido. Sólo se encontraba en otro lugar. ¿Pero dónde? ¿Dónde estaba exactamente?

No pude responder eso cuando tenía once años, pero con el tiempo entendí que Abu estaba del Otro Lado.

¿A qué me refiero con el Otro Lado?

Tengo esta sencilla analogía para explicarlo. Piensa en tu cuerpo como un coche: al principio es nuevo, después se vuelve un poco más viejo y al final es muy viejo. ¿Qué les pasa a los coches cuando son muy viejos? Son descartados.

Pero nosotros, los humanos, no somos descartados como los coches. Pasamos página. Seguimos adelante. Somos más importantes que el coche, y el coche nunca nos definió. Nos define lo que nos llevamos una vez que dejamos el coche atrás. Sobrevivimos al coche.

Todo en mi experiencia me dice que sobrevivimos a nuestros cuerpos. Pasamos página. Seguimos adelante. Somos más importantes que nuestros cuerpos. Nos define lo que nos llevamos una vez que dejamos nuestros cuerpos atrás: nuestras alegrías, sueños, amores, nuestra conciencia.

No somos cuerpos con almas.

Somos almas con cuerpos.

Nuestras almas perduran. Nuestra conciencia perdura. La energía que nos potencia perdura. El Otro Lado, entonces, es el lugar al que nuestras almas van cuando nuestros cuerpos se agotan.

Eso despierta muchas preguntas. ¿Es el Otro Lado un lugar? ¿Es una esfera? ¿Un reino? ¿Es material o espiritual? ¿Es una estación en el camino o se trata del destino final? ¿Cómo se ve? ¿Cómo se siente? ¿Está repleto de nubes de oro y puertas de perlas? ¿Hay ángeles? ¿Dios está ahí? ¿El Otro Lado es el cielo?

Poco a poco logré comprender el Otro Lado, e incluso hoy estoy segura de conocer sólo una pequeña parte de lo que hay que saber al respecto. Pero no necesitamos entender y vislumbrar por completo el Otro Lado para recibir enorme alivio de él. De hecho, muchos de nosotros creemos que los seres amados que han fallecido aún están con nosotros; en espíritu, en nuestros corazones, llamados de vuelta a nuestras vidas por los recuerdos. Y esa creencia nos nutre de forma interminable.

Sin embargo, la realidad de lo que sucede cuando nuestros seres amados fallecen es infinitamente más reconfortante de lo que la mayoría de la gente percibe, porque las almas que partieron están mucho más cerca de lo que pensamos.

He aquí las primeras dos verdades que he aprendido gracias a mi don:

Nuestras almas perduran y regresan a un lugar al que llamamos el Otro Lado.

El Otro Lado está muy cerca en realidad.

¿Qué tan cerca? Intenta esto: toma con la mano una hoja de papel común. Ahora levántala frente a ti, como si estuvieras leyendo en ella. Fíjate cómo la hoja se vuelve una frontera que divide con claridad el espacio que ocupa; puede ser tenue y delgada, unas cuantas pequeñas fibras juntas, pero aun así es sin duda una frontera. De hecho, como frontera, divide una gran cantidad de moléculas, átomos y partículas subatómicas. Cuando la levantas frente a ti, tú y miles de millones de cosas están de un lado, y miles de millones de otras cosas —sillas y ventanas y autos y gente y parques y montañas y océanos— están del otro.

Y sin embargo, desde tu lado del papel, puedes ver y escuchar y pasar al otro lado muy fácilmente; de hecho algunos de tus dedos ya están ahí, sosteniendo el papel. Los lados podrán estar separados, pero hablando de manera práctica son uno y lo mismo. El otro lado del papel está justo ahí.

Cuando a lo largo del libro te encuentres con el término “Otro Lado”, ten en mente esa hoja de papel. Pregúntate: ¿Y si la frontera entre nuestra vida terrenal y la vida después de la muerte es tan delgada y permeable como una simple hoja de papel?

¿Y si el Otro Lado está justo ahí?

 

2 LA CHICA EN LA TIENDA

MUCHO antes del incidente de la alberca yo ya era una niña extraña.

Era hiperactiva y volátil. Tenía reacciones extremas ante situaciones ordinarias. “Cuando Laura está feliz, es la niña más feliz que he visto”, escribió mi madre en mi libro de bebé cuando tenía un año. “Pero cuando está triste, es la niña más triste.”

Muchos niños son nerviosos y llenos de energía, pero dentro de mí había un motor en constante turbulencia y yo no tenía manera de apagarlo. En mi primera semana en primer grado, mi madre recibió una llamada de la enfermera de la escuela.

“Le daré las buenas noticias primero”, dijo. “Pudimos detener el sangrado.”

Había chocado contra una escalera en el patio de recreo, y me abrí la frente. Mi madre me llevó al doctor, quien me dio siete puntadas.

La semana siguiente hice un berrinche terrible en mi recámara porque el vecino invitó a mi hermana a nadar en su alberca pero no me invitó a mí. Tiré la pesada escalera de madera de la litera y me golpeó en la parte de atrás de la cabeza. Mi madre me volvió a llevar al doctor, que esta vez me dio tres puntadas y le hizo a mi madre un montón de preguntas difíciles.

Yo era una cosa diminuta, pequeña y delgada como un palo, una niñita rubia con fleco, pero podía ser tremenda. Para poder vestirme, mi madre me sujetaba a la fuerza de un brazo o una pierna. Si me soltaba por un segundo, yo desaparecía. Me estrellaba contra las cosas constantemente: puertas, paredes, buzones, coches estacionados. Si mi madre me quitaba los ojos de encima un momento, de inmediato escuchaba el estruendo de un golpe. Al principio me abrazaba y consolaba, pero después de un tiempo se volvió costumbre: “Ah, Laura Lynne se estrelló otra vez contra una pared”.

Me enojaba con mi hermana mayor, Christine, y pateaba fuerte el piso, agachaba la cabeza y arremetía contra ella como toro. Me estrellaba contra ella y la tumbaba, o bien se hacía a un lado y yo salía volando.

“Vete a tu cuarto”, me decía mi madre, “y no salgas hasta que puedas volver a ser humana.”

Sin embargo, el peor castigo de todos era que me obligara a sentarme y quedarme quieta.

Las veces que me portaba especialmente mal, mi madre me hacía sentarme en una silla sin poder moverme. No por una hora, ni siquiera por diez minutos; ella sabía que eso no funcionaría. Mi castigo era sentarme sin moverme por un minuto.

Incluso eso era demasiado tiempo. Nunca lo logré.

Pensamos en nosotros mismos como seres físicos sólidos y estables. Pero no lo somos.

Como todo en el universo, estamos compuestos por átomos y moléculas que vibran constantemente con energía, moviéndose sin cesar. Estos átomos y moléculas vibran con diferentes intensidades. Cuando vemos una silla de madera maciza no parece que los átomos y moléculas que la componen se estén moviendo en lo absoluto, pero lo hacen. Toda la materia, toda la creación, toda la vida está definida por este movimiento vibracional. No somos tan sólidos como pensamos, en esencia somos energía. Supongo que en ese entonces mis movimientos vibracionales eran un poco más intensos que los de otros niños.

Sin embargo, fuera de eso tuve una infancia bastante normal. Crecí en un bello y frondoso pueblo de clase media llamado Greenlawn, en Long Island. Mi padre era un inmigrante húngaro de primera generación que daba clases de francés en la preparatoria, y mi madre, cuyos padres migraron de Alemania, era una maestra de inglés de preparatoria que se quedó en casa para criar a sus tres hijos y después regresó a trabajar.

No éramos pobres pero el dinero apenas nos alcanzaba; yo tenía que esperar para cortarme el pelo y usaba la ropa que mi hermana mayor me heredaba. Mi madre se dedicó a darnos la infancia más maravillosa: si no le alcanzaba para juguetes nuevos, hacía coches, trenes y pueblos increíbles de cartón pintado. Todos los días dibujaba pequeñas escenas y personajes en el papel marrón de nuestras bolsas del almuerzo. En días festivos y cumpleaños decoraba toda la casa, y para una de las fiestas de Christine hizo sombreritos para ella y todos sus amigos. Nos mantuvo alejados de la televisión y nos alentó a ser creativos. Christine y yo dibujábamos y pintábamos, y abrimos nuestra propia pequeña galería (vendíamos cada obra maestra en diez centavos). Mi madre hizo que sintiera que mi infancia era mágica.

Aun así, no tratábamos de negar que yo era difícil y distinta.

Un día, cuando tenía seis años, mi madre me llevó a la tienda. Mientras esperábamos en la cola de la caja, de súbito me ganó la emoción. Quería echarme a llorar. Era como si estuviera parada en una playa y una gigantesca ola de emoción reventara dentro de mí y me derribara: así de poderoso e inquietante fue. Estaba de pie, sintiéndome insoportablemente triste y confundida. No le dije nada a mi madre. Entonces mi atención se dirigió a la cajera.

Era joven, tal vez de veinte años, y muy típica. No lloraba ni parecía irritada. Se veía aburrida, pero yo sabía que no sólo estaba aburrida. Yo sabía que ella era el origen de esa horrible tristeza que sentía.

No tenía duda de que estaba absorbiendo la tristeza de la cajera. No sabía qué significaba ni por qué ocurría, ni siquiera sabía si era algo extraño. Todo lo que sabía era que sentía su tristeza, que era muy confuso e incómodo, y que no tenía manera de dejar de sentirlo.

En adelante tendría muchas más experiencias como ésa. A veces caminaba junto a un extraño en la calle y de pronto me golpeaba una poderosa carga de enojo o ansiedad; en otras ocasiones absorbía las emociones de mis amigos y compañeros de clase. La mayoría de las veces eran situaciones difíciles e infelices, pero también podía sentir emociones felices.

Cuando estaba cerca de alguien particularmente feliz, me sentía eufórica. Era como si no sólo se me transfirieran las emociones, sino que también se intensificaban en el camino. Por momentos experimentaba una alegría pura y desenfrenada, en situaciones que sin duda no eran acordes para una respuesta tan exaltada.

Los momentos más sencillos y felices —compartir un helado con los amigos, nadar en un día de verano, sentarme con mi sonriente madre— podían desbordarme de euforia y elevar mi ánimo.

Todavía hoy puedo evocar esos momentos de dicha, y todavía existe mi tendencia a responder de modo exagerado. A veces tan sólo escuchar una canción, leer un poema u observar un cuadro, incluso darle una mordida a algo delicioso, me hace sentir una explosión de alegría y bienestar. Es como si, en esos momentos simples, sintiera de manera más aguda mi conexión con el mundo.

Cuando era una niña, esto significaba ir de una felicidad extrema a una tristeza terrible, dependiendo de quién estuviera cerca. Caía en picada para después subir hasta el cielo, seguida por otra caída; una montaña rusa de humores. Empecé a esperar estos locos cambios emocionales y aprendí a mantenerlos a raya hasta poder recuperar mi equilibrio.

Para mí fue un gran paso comprender que absorbía los sentimientos de otras personas, y darme cuenta así de por qué mis emociones eran tan volátiles. Pero tendrían que pasar años para que entendiera que esta extraña capacidad no era tan rara y que, de hecho, tenía un nombre: empatía.

La empatía describe nuestra capacidad de entender las emociones de otros. Existen experimentos científicos innovadores, realizados en particular por dos neurólogos, Giacomo Rizzolatti y Marco Iacoboni, que demuestran que el cerebro de algunos animales, y de casi todos los humanos, contiene células llamadas neuronas espejo. Las neuronas espejo se activan tanto en la ejecución como en la percepción de una actividad. “Si me ves ahogarme de angustia emocional, las neuronas espejo en tu cerebro simulan mi ansiedad”, explicó Iacoboni. “Tú sabes cómo me siento porque, de hecho, estás sintiendo lo que yo siento.”

La empatía es una de las maneras en que nos conectamos de manera profunda como seres humanos. Es la razón por la que experimentamos alegría cuando nuestro equipo favorito gana: porque, aunque de hecho no estamos jugando nosotros mismos, absorbemos felices el júbilo de los jugadores. Es la razón por la que donamos dinero para las víctimas de las tragedias a un mundo de distancia, porque nos ponemos en los zapatos de un desconocido y sentimos su angustia.

En otras palabras, los seres humanos estamos conectados a los demás de forma crucial y significativa. Hay senderos reales y vitales entre nosotros.

Al principio experimenté esos senderos como tristeza y felicidad compartidas. Después vi hilos de luz uniéndonos. Mi entendimiento de que todos estamos conectados comenzó ese día en la tienda, y cada experiencia que he tenido ha profundizado ese entendimiento de la luz entre nosotros.

 

3. AUSTRALIA

 CUANDO ABU falleció, yo era consciente de que poseía una poderosa conexión con la gente a mi alrededor, tan poderosa que no podía evadir sus sentimientos y emociones. Pero después de que Abu murió y lo vi en aquel sueño, me empecé a dar cuenta de que, de alguna manera, también estaba conectada con las personas que han cruzado al Otro Lado.

Todo esto era muy confuso. Aunque ver otra vez a Abu fue un regalo, todavía sentía que mis habilidades eran más una maldición que una bendición. Me confundían y a veces me abrumaban. ¿Qué significaban estas conexiones, y por qué podía percibirlas? ¿Era simplemente que yo era rara y diferente? ¿O sucedía algo más? Necesitaba encontrar un nombre para lo que me aquejaba. Fue entonces que, sin saber lo que significaba la palabra, encontré un diagnóstico. Un día me acerqué a mi madre mientras ponía el lavatrastos y le dije: “Mamá, creo que soy psíquica”.

No recuerdo cuándo o cómo supe qué era psíquica. Tal vez lo vi en un programa de televisión o lo leí en un libro. Es claro que no entendía del todo qué significaba, pero para mí era suficiente saber que un psíquico podía ver el futuro. ¿No era eso lo que yo podía hacer?

Mi madre dejó el lavatrastos y me miró. De pronto, dejé que todo saliera, se lo conté sin más. Que supe que Abu iba a morir y que lo encontré en un sueño, y sobre mi miedo y culpa. Y mientras hablaba sentí que las lágrimas empezaban a correr por mis mejillas.

“¿Qué pasa conmigo?”, le pregunté a mi madre. “¿Soy mala por haber sabido eso? ¿Fue mi culpa que muriera? ¿Estoy maldita? ¿Por qué no puedo ser normal?”

Mi madre posó su mano sobre mi hombro y me sentó en la mesa de la cocina. Entonces tomó mis manos entre las suyas.

“Escúchame”, me dijo. “No es tu culpa que Abu haya muerto. No estás maldita. No tienes nada de qué sentirte culpable. Tan sólo tienes una habilidad extra, eso es todo.”

Fue la primera que vez que escuché que mi condición era considerada una habilidad.

“Es sólo una parte de ti, y cada parte de ti es hermosa,” dijo mi madre. “Es algo natural. No le tengas miedo. El universo es más grande de lo que pensamos.”

Entonces mi madre me dijo algo que cambió todo. Al parecer, las habilidades que tenía habían estado en su familia por generaciones.

Babette, su madre, a quien conocí como Omi, era una de diez niños que crecieron en un pueblo diminuto enclavado en las montañas de Baviera. Cuando Omi era joven, una potente tormenta eléctrica quedó atrapada entre las montañas y desató su furia sobre el valle. A menudo los padres de mi abuela la despertaban en mitad de la noche y la vestían para que estuviera lista para huir si un relámpago caía sobre la casa.

El aislamiento de su poblado limitó el contacto de Omi con el mundo exterior. No había teléfonos ni radios. Omi creció con leyendas, folclor y supersticiones. Le enseñaron que ver una araña antes del desayuno significaba que tendría todo un día de mala suerte. Que pasar a una oveja por el lado izquierdo era de buena suerte, pero no tanto pasarla por el derecho. Le enseñaron que nunca debía poner sus zapatos sobre la mesa para no invocar malas noticias, y que si encendía las luces durante el día cuando no era necesario, haría llorar a los ángeles. Si olvidaba algo en casa, tenía que girar tres veces, sentarse y contar hasta diez antes de reanudar su camino una vez recuperado el objeto olvidado.

Lo peor de todo era encontrar un pájaro dentro de la casa. Eso significaba muerte segura para alguien cercano.

A temprana edad, Omi aprendió a confiar en el poder de los sueños. Descubrió que algunas veces una presencia similar aparecía en sus sueños: una figura oscura que estampaba el rostro contra la ventana y levantaba tres dedos. Ella odiaba esos sueños. Cuando los tenía, Omi anunciaba a la mañana siguiente que algo malo iba a pasar en tres días. Casi siempre tenía razón: un contratiempo, un accidente, una muerte.

“Estaba esperando que sucediera”, solía decir Omi. “Por lo menos ahora ya pasó.”

Después Omi se mudó a América, se casó y formó una familia que incluía a mi madre, Linda, y a mi tía Marianna. Pero sus sueños la siguieron al otro lado del océano. Una noche despertó por un sueño aterrador en el que un amigo cercano de Alemania moría. Anotó la fecha y la hora. Poco después Omi recibió una carta con un timbre alemán en la que le avisaron de la muerte de esta persona, que había muerto el mismo día y a la misma hora que Omi había registrado.

Otra mañana, Omi estaba sentada en su cocina trenzando el cabello de Marianna, de nueve años. Mi madre tenía siete. De pronto sonó el teléfono.

Antes de que Omi contestara, Marianna dijo de pronto: “Están hablando de Alemania para decirte que el tío Karl murió”.

“¡Shhh!”, la regañó Omi. “Es horrible que digas algo así.”

Contestó el teléfono y escuchó por un minuto, luego palideció. La llamada era de Alemania. Karl, el hermano de Omi, había muerto.

Mi madre se preguntó cómo Marianna pudo saber esto; ella y su hermana ni siquiera sabían que tenían un tío Karl. Pero esta predicción nunca fue discutida más allá de eso. A lo largo de la infancia de mi madre, Omi conservó una baraja de cartas especial que mantenía escondida; era alemana, muy vieja, y las cartas se parecían a las del tarot. Cada tanto, por lo regular las tardes de domingo, uno de sus primos venía de visita y le pedía que sacara las cartas. Omi las colocaba sobre la mesa y las interpretaba en busca de la fortuna de la persona, ya fuera buena o mala.

Sin embargo, cada vez que sacaba las cartas lanzaba una severa advertencia. Las cartas no podían ser tomadas a la ligera, porque cada vez que las usabas tus ángeles guardianes te abandonaban por los próximos tres días.

Mi abuela creía que las energías más allá de este mundo y los mensajes en los sueños eran reales. Casi sin excepción, los mensajes recibidos hablaban de muertes, enfermedad o problemas. Debido a que se trataba de advertencias de cosas malas por suceder, no eran bienvenidas o celebradas, tan sólo eran aceptadas.

Años después, cuando le anuncié a mi madre que yo era una psíquica, ella me habló de sus propios sueños. Una vez, cuando estaba en la universidad, acababa de meterse a la cama y estaba por quedarse dormida cuando escuchó —de forma clara y nítida— a su padre llamar a su madre por su nombre, pero el tono con que lo decía comunicaba cierto tipo de alarma. ¡Era claro que algo andaba mal! Mi madre se sentó en la cama, nerviosa y confundida. Nunca le había pasado algo así. Era demasiado tarde para hablar a casa esa noche, pero temprano, a la mañana siguiente, llamó para preguntar: “¿Papá está bien?” Su padre había estado terminando de construir el sótano, colocando un revestimiento de madera. Usaba una potente sierra de mesa para cortar las piezas necesarias y la noche anterior, mientras dirigía un tablón a través de la cuchilla giratoria, algo se resbaló y se hizo una cortada profunda en el dedo. Y en ese momento le gritó a mi abuela para que lo ayudara. Estaba bien, pero era una cortada espantosa.

Unos años después, soñó que un vecino sufría una caída terrible en la tienda. Cuando despertó sintió la necesidad de llamarle para saber si estaba bien, pero no lo hizo. Más tarde ese día, se enteró de que el vecino se había caído y había muerto.

Tuvo otro sueño sobre un teléfono rojo. “En mi sueño este teléfono rojo sonaba muy fuerte y de modo apremiante; yo intentaba desesperadamente contestarlo pero no podía”, dijo mi madre. “Al día siguiente me enteré de que el tío de tu padre había muerto en Hungría. Hungría era un país comunista, y el comunismo está asociado al color rojo. Por eso el teléfono de mi sueño era rojo.” Me explicó que solía haber simbolismo en los sueños psíquicos o en las visiones.

La tía Marianna tenía sus propias historias, que compartió conmigo después de mi confesión. Me contó que a veces le llegaban destellos de visiones justo antes de Navidad, y así sabía exactamente lo que le iban a regalar. Una vez tuvo una visión de una alfombra pequeña con forma de girasol, y tres días después eso fue justo lo que encontró debajo del árbol.

Marianna también tenía intuiciones intensas de presagios, cuando sabía que algo malo estaba por pasar. Lo más probable era que unos días después eso sucediera, y ella decía, al igual que Omi: “Gracias a Dios que ya pasó”.

Pero Marianna también tenía visiones positivas. Poco después de que Omi falleció, Marianna vio una catarina y la reconoció como un mensaje de su madre. A lo largo de los años, cuando necesitaba sentir el amor de su madre, una catarina aparecía mágicamente. Mi madre también las ve y lo mismo cree que son señales de su madre: vio una volando dentro de la habitación justo antes de que llevaran a mi tía al hospital para una cirugía. La Navidad pasada encontró otra caminando en el suelo de la cocina, lo cual es sorprendente porque no se ven muchas catarinas en pleno invierno en Nueva York. Tanto mi madre como mi tía aprendieron a aceptar que nuestros seres queridos que han cruzado al más allá están a nuestro alrededor todo el tiempo, acompañándonos.

La larga carrera de mi tía como enfermera reforzó su creencia en que nuestros seres queridos que están en el Otro Lado nos cuidan y consuelan. A menudo sus pacientes enfermos le decían: “Mi madre está sentada conmigo ahora”. O los escuchaba en el cuarto hablándole a personas que nadie más veía, que habían muerto años antes. Marianna siempre supo lo que eso significaba: que el paciente cruzaría pronto. Nada en esas visiones le parecía extraño. Al contrario, las encontraba consoladoras, una validación de que nuestros seres queridos a veces vienen para ayudarnos a cruzar al Otro Lado. Así que cuando los pacientes decían que un pariente estaba ahí, mi tía sólo decía: “Salúdalos y dales la bienvenida”.

Cada vez que mi tía o mi madre compartían una de estas historias conmigo, me inundaba algo parecido a la alegría. No eran escépticas en lo más mínimo acerca de estos sueños, visiones y mensajes. Por eso mi madre aceptó tan bien mi premonición sobre Abu.

Años más tarde, cuando yo era adolescente, mi madre y mi tía me dieron un regalo. Venía en una vieja bolsa gris para joyas. Metí la mano y saqué unas cartas: las cartas especiales de Omi.

Eran coloridas y vibrantes, y los dibujos eran mágicos. Había espadas y escudos y reyes y elefantes. Un querubín sostenía un tarro de cerveza. Un jabalí cargaba a un perro. Estaba fascinada por lo únicas y vívidas que eran esas imágenes. Cuando me senté con mi tía y me explicó el significado simbólico de cada carta, entendí que estaba sosteniendo en mis manos un nuevo lenguaje. Una manera de encontrar un sentido que antes no existía.

Casi no usé las cartas en ese entonces, y aún no lo hago, porque tengo mi propia conexión con el Otro Lado. Pero las cartas pueden ser herramientas válidas para algunas personas. Pueden silenciar la mente y ayudar a que nos concentremos en un nuevo lenguaje de percepción para ser capaces de recibir información. Creo que así es como Omi las usaba.

Al darme las cartas, mi madre y mi tía en esencia me estaban alentando a explorar lo que hay allá afuera, nadar en ello y buscar el significado. Y de esta manera me dieron a entender que no era anormal, que no había nada malo conmigo, que poseía algo profundamente arraigado en la historia de mi familia.

“Cada parte de ti es legítima”, me dijo una vez mi madre. “Cada parte de ti merece ser explorada. No tengas miedo de tu habilidad. Es real y es parte de quien eres.”

El día que terminé sexto grado, nueve meses después de que Abu muriera, mi madre me entregó otro pequeño regalo.

“Esto es de Abu”, me dijo.

Me quedé helada. ¿Qué quería decir? ¿Que el regalo era de Abu? Yo sabía que en vida se enorgullecía de comprarnos hermosos regalos para ocasiones especiales. Siempre estaba celebrando la vida de alguna manera. ¿Pero cómo podía provenir este regalo de él?

Mi madre vio la expresión en mi rostro y me explicó que mi abuelo lo había comprado antes de morir. Planeaba dármelo cuando me graduara de la primaria.

Sostuve el regalo en mis manos. Era una pequeña y delicada caja, envuelta en un papel liso marrón con un cordón alrededor: era la manera en que Abu envolvía todo amorosamente. Me senté y lo abrí con cuidado.

Cuando vi lo que era, quedé boquiabierta.

Era un hermoso brazalete de plata con varios paneles: en cada uno estaba escrito el nombre de una ciudad de Australia.

Deslicé el brazalete por mi muñeca y toqué los nombres de las ciudades con mis dedos. ¿Era sólo una coincidencia que tanto el brazalete como mi sueño sobre Abu tuvieran que ver con Australia? ¿O había un significado más profundo al respecto? Después de todo, ninguno de nosotros había estado nunca ahí. Parecía completamente fortuito. Y sin embargo ahí estaba, conectándonos incluso después de su muerte.

¿Acaso era la manera de Abu de decirme “Todavía estoy contigo”?

Todos estos años después aún sueño con Abu. Son sueños especialmente reales, como si en verdad estuvieran sucediendo; los llamo sueños 3D. Y en estos sueños me siento ligera como el aire, como si ya no estuviera en mi cuerpo. Abu siempre está ahí, tan radiante de alegría y luz como siempre. Nos visitamos, hablamos y pasamos el rato, y aunque no me acuerdo de lo que conversamos, recuerdo con claridad que estar con él es hermoso.

Y siempre, cuando despierto de esos sueños, estoy llorando. Un poco por tristeza, porque todavía lo extraño. Pero la mayor parte es de alegría, amor y felicidad, porque sé que Abu y yo todavía estamos conectados.

 

4. EL ENAMORAMIENTO

 CUANDO tenía doce años, Arlene, la amiga de mi madre, nos visitó. Corrí a la puerta a saludarla. Arlene me caía bien, era divertida y alegre y siempre estaba feliz de verme. Pero ese día, cuando entró, me desconcerté.

El instante en que la vi escuché un sonido muy distintivo: un delicado y placentero tintineo, como una campana de cristal bailando con el viento. Salvo que no había campana y no había viento. Entonces, cuando escuché a Arlene decir “Hola”, vi una hermosa mezcla de colores brillantes girando a su alrededor.

No tenía idea de qué observaba y escuchaba.

Cuando mi madre y Arlene se sentaron, les conté lo que había pasado.

“Ah”, dijo Arlene con una sonrisa, “eres muy psíquica, ¿verdad?”

Y eso fue todo. Las dos siguieron hablando y riendo. No sé si no me creyeron, o si pensaron que no era algo importante. Pero para mí lo era, porque ahora no sólo sentía la energía de otras personas; también la escuchaba y la veía.

De ahí en adelante adquirí la habilidad de ver a la gente en colores; no siempre, pero sucedía con suficiente regularidad para que terminara acostumbrándome. Hay un nombre técnico para este fenómeno: sinestesia. De acuerdo con Scientific American, la sinestesia es “una mezcla anómala de los sentidos en que el estímulo de una modalidad produce simultáneamente la sensación en una modalidad diferente”. Por ejemplo, algunos sinestésicos escuchan colores, otros sienten sonidos y otros saborean formas.

Según algunas estimaciones es un fenómeno extraño, presente en sólo una de cada veinte mil personas. Pero algunos científicos creen que es mucho más común, y que puede presentarse en una de cada doscientas personas. Un sinestésico puede escuchar una nota musical y saborear brócoli, o leer una línea de números en blanco y negro y verlos en colores distintos. Yo no sabía nada sobre la sinestesia cuando tenía doce años, todo lo que sabía era que tenía otra habilidad extraña.

De alguna manera mi cerebro superponía los colores a la realidad física. Era como si viera un objeto a través de una ventana teñida: el color estaba en el vidrio, no en el objeto. Los colores tampoco permanecían, aparecían como un flash y desaparecían tan de improviso como habían aparecido. La habilidad era inofensiva y, a veces, incluso entretenida. “Esa persona es azul”, decía para mí entre risas. O: “¿Sabe esta mujer que es morada?”

Al final descubrí que era más propensa a acercarme a alguien azul, digamos, que a alguien rojo. Los colores azules me daban un sensación de paz y felicidad, mientras que el rojo se sentía enojado y negativo. De esta manera empecé a darme cuenta de que los colores me ofrecían una manera rápida y conveniente de leer a la gente: de medir su energía y decidir si yo quería estar cerca de ellos. Era como tener un sentido extra que me ayudaba a navegar por el mundo. Después de todo, yo decidiría qué suéter usar basándome en su color. Eso es algo que todos hacemos siempre. Ciertos colores nos hacen sentir bien y otros no.

La única diferencia para mí era que, además de los suéteres, las personas también venían en colores.

En esta época me enamoré de un chico por primera vez. Su nombre era Brian e iba en mi clase de sexto año. Siempre que estaba cerca de él sentía que en verdad me gustaba su energía; era una sensación nueva y emocionante. Mi enamoramiento se mantuvo en secreto por un tiempo hasta que le platiqué a mis amigos al respecto, y luego ellos le dijeron a los amigos de Brian, y después de eso asumí que él sabía. Pero entonces, a través de la misma red, regresó el rumor de que no le gustaba a Brian: le gustaba mi amiga Lisa. Me sentí hecha pedazos.

También estaba muy confundida. Para mí no tenía sentido que me sintiera tan atraída hacia él sin que sintiera lo mismo por mí. “Pero realmente me gusta mucho su energía”, me decía a mí misma. “¿Cómo es posible que eso no signifique algo?” La decepción y frustración eran muy dolorosas. Sé que todos los enamoramientos no correspondidos son devastadores para chicos y chicos de esa edad, pero lo que yo sentía estaba más allá del simple hecho de que alguien me gustara: me sentía conectada a Brian.

Con el tiempo lo superé, y en séptimo año tuve un enamoramiento igual de poderoso con un compañero de clase llamado Roy. Una vez más, volvió el rumor de que a Roy le gustaba mi amiga Leslie y no yo. Esta vez la confusión y la decepción fueron insoportables. No podía comprender por qué esta atracción que sentía no me estaba llevando a nada. ¿Cómo podía sentirme tan conectada a Roy si no estaba destinada a estar con él? Noche tras noche me sentaba en la oscuridad de mi habitación y trataba de acallar mis sentimientos, pero no podía. Sólo deseaba desaparecer para no sentir con tanta intensidad por más tiempo.

Mientras iba creciendo, la intensidad de estos sentimientos comenzó a funcionar en ambas direcciones: si le gustaba a un chico pero a mí no me gustaba, me sentía miserable por completo. Es una situación incómoda para cualquiera, pero para mí era más que tan sólo saber que le gustaba a un chico: sentía su energía y absorbía su tristeza. No tenía el lujo de sacudirme nada, esas típicas interacciones adolescentes eran para mí muy demandantes y a veces me lastimaban.

Y así, mientras entraba a mis años de adolescencia y fomentaba relaciones más allá de los miembros de mi familia, mis habilidades se volvieron todavía más confusas. Sin embargo, no siempre fueron negativas. En mi primer día de octavo grado, en clase de arte, de pronto sentí que mi atención se movía a través del salón hacia una chica con cabello castaño y ojos verdes. Fue como si alguien o algo me estuviera jalando. El nombre de la chica era Gwen, y no era alguien a quien me hubiera sentido inclinada a acercarme. Estaba absorta en una conversación con su amiga Margie, y tenía el ceño fruncido. Aun así sentí un clic, como si nuestras energías embonaran, así que me levanté, me acerqué a ella y le dije “Hola”. Ella me miró desconcertada, como si dijera: “¿Quién eres tú y por qué me estás hablando?” Pero no cedí.

Y pronto Gwen y yo nos convertimos en las mejores amigas.

Nuestra amistad siguió durante toda la preparatoria y más allá. Actualmente ella es mi amiga más antigua y aún somos parte de la vida de la otra. Nos animábamos y consolábamos mutuamente cuando las cosas no iban bien. Nos gusta decir que somos “la alegría” de la otra.

Cuando tenía quince años mi familia hizo un viaje para esquiar a Mt. Sutton en Quebec, que queda a nueve horas en auto desde nuestra casa. Estábamos con algunos amigos de la familia: el señor Smith, un maestro de inglés que trabajaba con mi padre (lo llamábamos el tío Lee), su esposa, Nancy, y sus hijos, Damon y Derek, además de Kevin, un amigo de Derek. Kevin tenía dos años más que yo, era un chico rubio y delgado de 1.80 metros de estatura. Al instante me enamoré de su energía. Era feliz, modesto, cálido, amable y seguro. Sentí como si ya lo conociera, aunque apenas nos habían presentado.

Nos hospedábamos en un departamento cerca del sitio para esquiar, y una tarde fuimos todos al pequeño bistró de al lado. Kevin y yo nos sentamos juntos y empezamos a hablar. Y, mientras lo hacíamos, de pronto todo a nuestro alrededor se quedó en silencio y sentí una increíble fusión de energía. Tuve la sensación de que algo acababa de ser decidido. La energía en el espacio entre nosotros cambió y nos vinculó, y percibí algo parecido a una atracción magnética. Era impresionante. Nunca antes había experimentado nada como eso.

Después llegó el momento de irnos. Sentí que mi energía giraba enloquecida en mi interior, pero traté de recuperar mi equilibrio y relajarme. En la puerta, cuando estábamos a punto de salir al frío, Kevin giró, sonrió suavemente, se inclinó y me besó. En los labios.

Fue mi primer beso. Y mi mundo explotó.

El beso me permitió tirarme un clavado al campo de energía de Kevin; era una invitación para aventurarme en él. Eso tampoco había sucedido antes: las emociones de otras personas eran siempre algo con lo que debía pelear o sacudirme de encima. Pero no con Kevin, así que les di la bienvenida. La sensación era muy estimulante. Caí perdidamente enamorada.

Pasamos muchos meses felices juntos siendo novios. A pesar de nuestra intensa conexión, mi fácil acceso a la interioridad de Kevin reveló algo inesperado: él y yo no estábamos hechos para quedarnos juntos. Desde muy temprano sentí que su senda vital se apartaría de la mía de manera inevitable. Estaba enamorándome de los libros y la lectura, mientras que a Kevin le gustaba reparar coches y electrónicos. Todavía lo amaba, y sabía que era un alma hermosa y bondadosa, pero sabía que estábamos destinados a transitar caminos diferentes.

Tal vez eso es algo que muchas personas pueden sentir incluso cuando están en relaciones amorosas. Pero en mi caso no sólo lo sentía: lo sabía con absoluta certeza.

Mi rompimiento con Kevin no fue particularmente dramático, y al día de hoy todavía lo amo por la persona que es. Fue mi primer amor, y por ese hecho es alguien muy especial para mí.

Pero mi romance adolescente fue también una lección muy importante: amar a alguien y sentir que él o ella es tu alma gemela no significa que su destino es estar juntos para siempre.

Podemos amar el alma de alguien y al mismo tiempo entender que no estamos hechos para permanecer con esa persona. A veces el final de una relación para nada es un fracaso, sino más bien una liberación de ambos para continuar por sus verdaderos caminos. Algunas relaciones sólo surgen para enseñarnos sobre el amor.

También aprendí que podemos dejar que la gente continúe su camino sin dejar de desearle amor. No es necesaria la amargura, la culpa o la ira. Con el pasar de los años me he encontrado con Kevin algunas veces, y me alegra mucho saber que está felizmente casado y es padre de tres niños hermosos. Kevin tiene una vida que ama, y eso es todo lo que deseé que encontrara.

No mucho después de romper con Kevin, me enamoré de nuevo. Su nombre era Johnny, y estaba en mi grupo de décimo grado en la preparatoria John Glenn en Long Island. Johnny era el chico más maravilloso de la clase. Medía 1.80 metros, tenía piel clara, cabello castaño y ojos azules. Era un bromista, siempre estaba riéndose y gastando bromas, pero también era rudo y se metía en muchas peleas. Parecía tener más confianza, ser más vivaz y osado que la mayoría de los chicos de su edad. Por eso todos se sentían atraídos hacia él.

La primera vez que hablamos fue una noche de Halloween, cuando estaba con un grupo de amigos en un lugar que llamábamos “El Streets”, en la esquina de Elmundo y Elkhart. Yo no llevaba disfraz, tal vez pensaba que era demasiado buena para eso. Johnny iba vestido con una chamarra de cuero negro. Nuestras miradas se cruzaron, se acercó y charlamos, y mientras conversábamos sentí que su poderosa energía positiva me inundaba. Antes de que me diera cuenta, estaba perdida en ella por completo. Johnny ni siquiera tenía que besarme para abrir mis puertas. Todo lo que tenía que hacer era pararse junto a mí.

Al explorar su campo energético, descubrí que las emociones de Johnny se me presentaban desnudas de una manera que nunca antes había experimentado: lo podía leer, como se dice, como un libro abierto. Podía decir que debajo de su máscara híper masculina, Johnny protegía heridas muy profundas. Me enteré de que sus padres se habían divorciado cuando era más joven, y que creció con muy poca atención de ambos. Había sido abandonado por todos los adultos en su vida y estaba desesperado por sentirse amado.

Enseguida pude ver a través de su actuación de chico malo. Cuando Johnny se dio cuenta de qué tan enterada estaba yo de quién era él en su interior, me sacó todo: su pasado, sus miedos, sus sueños. No sorprende que nos hayamos enamorado.

Mi relación con Johnny reveló otra faceta problemática de mis habilidades. Debido a que veía su dolor y su daño con tanta claridad, sentí una poderosa urgencia por arreglarlos.

Cuando le dije a mi madre, quien era maestra de inglés en mi escuela, que estaba saliendo con Johnny, me dijo: “¿Ese muchacho? No te atrevas a salir con él. Una vez que estaba haciendo mi ronda en el autobús, me hizo una seña obscena”.

Pero cuando llevé a Johnny a la casa y mi madre habló con él, también empezó a quererlo al momento. Ella vio, al igual que yo, el pequeño ciervo herido que llevaba dentro —su parte sola y herida— y quiso ayudarlo de la manera en que pudiera. Durante los años siguientes, Johnny se volvió otro miembro de la familia.

Nuestra relación duró un par de años pero, como la de muchas parejas de la preparatoria, fue una experiencia ajetreada. Lo que me atraía de él —su dolor y su tormento enterrados— era también lo que hacía que todo fuera volátil. Rompíamos, volvíamos, después rompíamos otra vez. Ésa era la naturaleza de nuestra relación. Incluso nuestra íntima conexión no fue suficiente para salvarnos.

Con el tiempo me di cuenta de que estaba tan enchufada al intenso paisaje emocional de Johnny que nuestra relación siempre sería intolerablemente complicada. Sabía que no teníamos una oportunidad real de encajar de verdad, y comprendí que nuestro tiempo juntos había terminado.

Todavía pienso en Johnny con amor. Nuestro tiempo juntos amplió mi conciencia de que las personas aparecen en nuestro camino por una razón. Siempre hay algo que enseñar y aprender, ya sea para uno o para ambos. Y estoy feliz al decir que su camino lo llevó a ser padre de dos niños en un matrimonio feliz. Le trae mucha alegría a mi corazón saber eso.

Mis habilidades no hicieron que mis años de citas fueran más fáciles de sortear, pero sí me ayudaron a ver con mayor claridad. Poco a poco comencé a armar una especie de inventario de mis habilidades. No tenía nombre para ellas y no entendía por completo lo que significaban o cómo usarlas, pero cada vez que descubría una nueva, crecía la incomodidad que sentía hacia mí misma.

Por alguna razón era capaz de leer la energía de las personas y absorber sus emociones. Veía colores alrededor de la gente y los usaba para comprender el mundo a mi alrededor. Tenía la capacidad de ver la vida de las personas y saber cosas de ellas, como cuántos hermanos tenían o si sus padres estaban divorciados. Tenía sueños que eran demasiado vívidos y estaban repletos de mensajes con significado para mí en el mundo real.

Todas estas habilidades tienen nombres que ahora conozco, pero en esa época sólo eran para mí cosas que le daban a mi vida una intensidad confusa y abrumadora. Ni siquiera sabía si eran sólo mías o si toda la gente las experimentaba.

Lo innegable era que, mientras más entraba en la adolescencia, la energía dentro de mí crecía con más intensidad. Buscaba maneras de bajar el ritmo de mi imparable motor interno, pero nada parecía funcionar. Sospecho que esta energía habría consumido cada faceta de mi vida si no hubiera encontrado una sorprendente salida para ella: el futbol.

Cuando iba en cuarto grado empecé a jugar futbol. Enseguida se volvió mi salvación. Estaba en medio de un gigantesco campo y tenía que correr lo más que aguantara. Esto me dio una sensación de apertura y libertad y, en el proceso, me permitió quemar un poco de mi enloquecida energía.

Me volví bastante buena. Jugué en una liga de futbol itinerante, y el primer año de preparatoria entré al primer equipo de la escuela. Aunque era pequeña, resistía. El futbol significaba para mí algo más que para el resto de las chicas. No era sólo un pasatiempo; no tenía otra alternativa que ser implacable en la cancha. Pero tenía otra ventaja en el campo: mis habilidades.

Descubrí que podía leer la energía de las jugadoras del equipo contrario. Iba por la banda derecha o izquierda y le echaba un vistazo a la defensa que estaba más cerca de mí, y en un instante sabía algo sobre ella que me ayudaría a decidir mi siguiente movimiento. Esa chica es muy agresiva, pensaba. Voy a arremeter sobre ella y engañarla, ella caerá en la trampa y yo pasaré de largo. O veía a una defensa que yo sentía que era más pasiva y pensaba: Ve directo a ella y no podrá seguirte. A veces, toda la mitad izquierda del campo se sentía abierta, abierta para mí, así que llevaba el balón por todo el extremo izquierdo y alcanzaba la portería con facilidad. Anotaba un montón de goles.

¿Hacía trampa? Algunas veces sentía que sí. Pero al final no podía hacer nada al respecto. Sabía lo que sabía, y así eran las cosas; no podía apagar mis habilidades, así que, ¿por qué no usarlas para algo constructivo? Me volví tan buena que incluso escribían sobre mí en el diario local.

“Laura dominó el campo hoy”, decía el artículo. “Su energía es imparable.”

Si tan sólo supieran.

 

5. JOHN MONCELLO

 GRACIAS al futbol logré salir adelante en la escuela. Aún no sabía cómo controlar mis habilidades, pero en el transcurso aprendí a esconderlas. Nadie sabía de las emociones que me inudaban, los extraños colores y los sueños intensos, y me esforcé mucho para mantenerlo en secreto.

Me inscribí a la Universidad de Binghamton, una escuela estatal de primera categoría a unos trescientos kilómetros al noroeste de la ciudad de Nueva York. En la universidad por primera vez viviría lejos de casa, y eso me emocionaba y me atemorizaba al mismo tiempo. Estaba triste por dejar a mis padres, pero también sentía que abandonar la casa era una oportunidad de establecer una identidad libre de toda la rareza de mi infancia.

Lo que no anticipaba era cómo me afectaría la universidad. Había tantos estudiantes reunidos en un espacio tan pequeño, que sentí como si estuviera atrapada en un torbellino de nuevas ideas, emociones y energías. Cuando iba del dormitorio al baño común me cruzaba con cinco nuevas personas, cada una zumbando y repleta de nueva energía. Inclinaba la cabeza para saludar, pero al mismo tiempo me sentía turbada por lo que fuera que sintieran en ese momento. Un momento después me volvía a sentir aplastada por el siguiente estudiante que cruzaba. Miedo, ansiedad, tristeza, emoción, soledad: era un bombardeo de emociones como nunca antes había vivido. Me sentía como un diapasón humano gigante, vibrando con la energía colectiva de cientos y cientos de jóvenes en plena turbulencia emocional.

También estaba expuesta a obras de arte extraordinarias, historia, pensamiento político: una hermosa pieza musical, una pintura clásica, una conferencia dinámica, un poema alucinante. Todo eso elevaba mi ánimo a alturas sin precedente. A menudo sentía una inmensa y desenfrenada alegría acerca de algo, tanta que debía acordarme de respirar. Pero de pronto salía del salón de clases y al cruzarme con un estudiante deprimido caía de las alturas y me lanzaba a un abismo. Era como vadear un arroyo con corrientes y temperaturas en constante cambio: en un momento el agua está agitada y fría, y al siguiente está hirviendo en calma. No entendía qué pasaba, y sin duda no era capaz de detenerlo. Todo lo que podía hacer era quedarme en el agua y evitar ahogarme.

En las vacaciones de invierno, regresé a casa a Long Island y me reencontré con algunos amigos de la preparatoria. Varios de nosotros rentamos un cuarto en el hotel donde hicimos la fiesta de graduación, y pasamos el rato, bebimos y hablamos de nuestras experiencias en la universidad. Acabé derivando hacia un gran amigo llamado John Moncello.

John era uno de los seres humanos más dinámicos y hermosos que he conocido. Nos conocimos desde el día en el que, en cuarto año, metió una nota en mi mochila que decía que le gustaba y me invitaba a patinar. Nunca salimos —por alguna razón rechacé su ingeniosa proposición— pero siempre consideré que éramos grandes amigos, y siempre me sentí atraída y conectada a su energía. Esa energía era maravillosa, salvajemente positiva. Era uno de los chicos más listos en la escuela, y una de esas personas que te hacen sentir cómoda contigo misma. Todos nosotros pensábamos en John como el líder de nuestro pequeño grupo.

Esa noche, durante las vacaciones de invierno, John y yo nos sentamos en una esquina del cuarto de hotel e intercambiamos historias sobre Binghamton y Berkeley, donde él cursaba el primer año. Mientras la noche transcurría y poco a poco todos se iban quedando dormidos o se iban, John y yo permanecimos hablando hasta tarde. Siempre había sido así entre nosotros. De pronto estábamos absortos en increíbles y profundas conversaciones, el tipo de plática que nunca he tenido con otros amigos. Hablamos de la naturaleza de la existencia. De pronto John se quedó en silencio y volteó a ver el cielo oscuro.

“¿Qué crees que pasa cuando morimos?”, preguntó.

“Bueno”, dije, “yo sé que hay un cielo.”

“¿Cómo sabes?”

“Sólo lo sé”, respondí. “Sé que hay vida después de la muerte. Y sé que ahí es adonde vamos cuando morimos.”

John me miró y frunció el entrecejo. Sentí la urgencia de contarle sobre mi sueño de Australia y de haber visto a Abu, y sobre todas las demás cosas extrañas que me sucedían, pero me contuve. John sonrió y se echó a reír.

“Laura, tal vez crea en eso cuando sea viejo”, dijo, “pero soy joven, así que no tengo que preocuparme por eso todavía. Por ahora, sólo no creo en la vida después de la muerte.”

No dije nada para intentar convencerlo de lo contrario. Yo no estaba en ninguna posición para hacerlo. Lo dejamos así. Unos días después volvimos a la escuela.

A un mes de regresar a la universidad, tuve otro sueño intenso y sumamente vívido.

En el sueño estaba en la universidad; no en Binghamton, sino en otro lugar. Y me convertía en alguien más, sentía que estaba a punto de perder el conocimiento. Traté de pedir ayuda, pero ninguna palabra salía de mi boca. Tenía la horrible sensación de que si no podía conseguir ayuda moriría. Pero sin importar qué intentara hacer, no podía dejar de desvanecerme.

De pronto, como si nada hubiera pasado, era yo otra vez. Vi a un grupo de mis amigos de la preparatoria caminando lúgubremente afuera de mi dormitorio. Lloraban y cargaban algo sobre sus hombros, una especie de caja. La caja estaba cerrada y no podía ver qué había dentro, pero no tenía que hacerlo. Supe enseguida que había una persona ahí. Un chico. Un chico que amábamos. Nuestro líder.

Mientras me mantenía de pie y observaba a la procesión acercándose, sentí puro y absoluto terror, porque sabía que si no hacía algo —o más bien, deshacía algo— mis amigos sufrirían mucho, porque el chico que tanto amábamos ya no estaría aquí.

Entonces desperté.

Me puse de pie, respirando con dificultad y en pánico, y miré el reloj digital en la mesa de noche. Decía que eran las doce de la noche en punto. Tomé mi teléfono y le marqué a mi madre en un frenesí.

“Mamá, ¿alguien murió?”, pregunté, medio histérica.

“¿Qué? No. ¿De qué hablas?”

Le conté el sueño a la carrera, y sintiendo el mismo tipo de culpa y pesar que había sentido cuando me enteré de que mi abuelo había muerto.

“Laura, más despacio, todo está bien”, dijo mi madre.

“¡No, mamá, no está bien!”, grité y empecé a llorar. “¡Alguien murió o está por morir! ¡Por favor no salgas de la casa! ¡No vayas a ninguna parte!”

Estaba en pánico. Conocía muy bien estos vívidos sueños para saber que eran reales. Mi madre me tranquilizó. Me aseguró que todos en la familia estaban bien. Pasé el resto del día rezando para que mi teléfono no sonara. Y cuando las horas transcurrieron sin que recibiera malas noticias, mi ansiedad bajó un poco.

A las ocho de la noche mi teléfono sonó. Era uno de mis amigos de la preparatoria.

“Laura, tengo algo terrible que contarte”, dijo. “John Moncello está muerto.”

John aspiraba a entrar a una fraternidad en Berkeley, y la noche anterior había estado bebiendo bastante. En la madrugada, alrededor de las tres, algunos hermanos de la fraternidad lo llamaron y le dijeron que fuera a la casa de la fraternidad cuanto antes. “Tienes que limpiar el lugar, aspirante”, le dijeron. John protestó, diciendo que estaba demasiado borracho para ir. Los hermanos insistieron, así que John se vistió y fue tambaleándose hacia la casa.

Hizo su mejor esfuerzo para limpiar el lugar, y cuando terminó trepó por una ventana hacia la salida de incendios. Los muchachos de la fraternidad solían salir de la casa por ahí. Pero John todavía estaba borracho, resbaló y cayó. Se precipitó tres pisos y aterrizó sobre la entrada de autos.

Nadie lo vio caer. Nadie sabía que estaba ahí. Así que se quedó tirado sobre el asfalto, inconsciente y sangrando. Alguien lo encontró unas horas después. Para entonces ya estaba muerto.

El informe del forense decía que John se desangró hasta morir por traumatismo craneano. No murió por la caída sino por la pérdida de sangre. Su cuerpo fue descubierto justo a las nueve de la noche, hora del Pacífico. Eso son las doce de la noche en Nueva York: la hora en que desperté de mi sueño.

El forense también reportó que probablemente John estuvo perdiendo y recobrando el sentido por un buen rato. O bien no pudo pedir ayuda, o lo hizo pero nadie lo escuchó.

Pero yo sí lo escuché.

Estaba devastada. Perdí la compostura por completo con el amigo que me llamó para darme las nuevas. Le confesé mi sueño sin pensarlo. Me sentía maldita y fúnebre; esto confirmaba que lo que fuera que estuviera mal conmigo —la causa de mis habilidades— tenía que ser algo malvado. ¿Cómo podía tener esa información sobre mi amigo John y, sin embargo, no tener la capacidad de cambiar el resultado? ¿Por qué tener el sueño pero no poder usar esa información para salvarle la vida a alguien? ¿Qué clase de habilidad enferma, horrible e impotente era esta?

Al día siguiente de saber de la muerte de John, abandoné Binghamton y manejé de regreso a casa en Long Island. Me reuní con algunos amigos de la preparatoria, y fuimos a la casa de John a presentarle nuestras condolencias a su madre.

Ella estaba desconsolada y conmocionada. Había apilado en la sala todas las cosas que John tenía en la universidad. Dijo que podíamos llevarnos lo que quisiéramos. Observé a algunos de mis amigos aventarse sobre sus cosas: camisetas, libros, discos, tenis. Ver eso me dio náuseas. “¡Deténganse, por favor!”, quería gritar. Pero no dije nada. Me quedé allí y me sentí incluso más aislada.

El día siguiente fue confuso. Durante la procesión funeraria, la carroza que llevaba el cuerpo de John pasó despacio frente a su casa, el lugar donde sus esperanzas y sueños habían tomado forma. La misa del funeral se sintió irreal, como si estuviera viendo una película. Los discursos acerca de la gran persona que John había sido no hicieron nada para apaciguar mi pena; más bien magnificaron lo definitivo de su fallecimiento. John se había ido. No volvería. Y entre este devastado grupo de personas que lo amaron, tal vez sólo una supo que su vida se desvanecía antes de que muriera. ¿Por qué no había podido salvarlo?

La enorme culpa que sentía fue la razón por la que al final decidí empezar a hablar de mi sueño: supongo que esperaba descubrir que alguien más también lo había “sabido”. En conversaciones separadas les conté a tres o cuatro amigos sobre el sueño y todos escucharon con amabilidad, pero era claro que no significaba nada para ellos. Finalmente era sólo un sueño, ¿y qué tienen que ver los sueños con la realidad de la vida y la muerte?

Después de eso dejé de hablar de mis sueños por completo. Internalicé todo lo que sentía. Tal vez se suponía que así fuera. Tal vez esa sería mi penitencia por no haber salvado a John.

Todos tenemos que averiguar quiénes somos y cómo encajamos en este mundo. Hubo momentos en mi adolescencia en que empecé a pensar que quizá mis habilidades eran inseparables y centrales a mi propósito último en la vida. No podía escapar de ellas ni detenerlas, así que jugué con la idea de que mi propósito podría ser encontrar una manera de controlarlas y usarlas al servicio de algo bueno.

Pero la muerte de John y mi sueño al respecto lo cambiaron todo.

No era posible que mi propósito en la vida pudiera estar relacionado con algo tan doloroso, difícil y torturante como esto. Ese tipo de “saber” no podía ser algo bueno: debía ser algo malo.

Me prometí darle la espalda a mi supuesto don. No lo quería. No lo necesitaba. Viviría mi vida sin él.

 

6. LITANY BURNS

 DESPUÉS del funeral de John, y antes de regresar a Binghamton, hice una cita para ver al pastor de mi iglesia en Long Island. Necesitaba hablar con alguien y mi pastor era una elección obvia. Era un hombre dulce y bueno, y lo conocía desde que era pequeña. Era delgado y tenía barba, me recordaba a Jesús. Tal vez por eso confiaba tanto en él.

Lo encontré en su oficina, en la parte trasera de la iglesia, y en el momento en que tomé asiento me eché a llorar. Entre sollozos y tratando de recuperar el aliento le dije al pastor todo acerca de mi sueño y la muerte de John. Le conté de mi abuelo y el extraño impulso que me conminó a ir a verlo por última vez. Observé el rostro del pastor, tratando de encontrar algún signo de juicio o displicencia, pero no encontré ninguno. Sólo se sentó, escuchó y me permitió contar mi historia. Al final, cuando terminé, él habló.

“Laura, ¿qué clases estás tomando en la universidad?”, me preguntó.

Le recité mi horario al pastor: literatura, historia, filosofía...

“¿Estás tomando una clase de filosofía?”

“Sí, Introducción a la Filosofía.”

“Bueno, eso es”, dijo de manera tajante. “Los sueños, y cómo los interpretas y todo eso, todo tiene que ver con tu clase de filosofía. Es parte de todas las ideas y teorías nuevas que están llenando tu mente. La clase te provocó ese sueño.”

Escuché mientras hablaba y sentí que mis lágrimas se secaban. Respiré profundo, le di las gracias al pastor por su tiempo, estreché su mano y salí. Él no había tenido mala intención, y seguro sentía de corazón que me estaba ayudando. Pero al instante me quedó claro que no era cierto lo que me decía. Después de todo, mis habilidades habían estado conmigo mucho antes de inscribirme al curso de Introducción a la Filosofía.

Resolví que no encontraría respuesta alguna en esta iglesia, ni en ninguna otra. Creía en Dios y que Dios tenía las respuestas, pero después de mi plática con el pastor también creí que Dios era mucho más grande y poderoso que esa pequeña iglesia de ladrillo y cemento. Las respuestas estaban ahí afuera, en otro lugar.

De regreso en Binghamton traté de regresar al ritmo de la vida universitaria. No le dije a nadie lo desconsolada y desequilibrada que me sentía, al igual que no me atreví a contarle de mis habilidades a nadie. Traté de ser una estudiante normal. Fui a fiestas, estudié mucho, salí con algunos muchachos. Pero no podía quitarme de la cabeza el sueño de John, así que caí en una gran depresión.

Mi amiga Maureen vino a rescatarme.

Debido a que era mi mejor amiga en la universidad, a ella sí le había hablado un poco sobre mis habilidades. Un día mencionó que había escuchado acerca de una mujer que vivía en la pequeña comunidad ribereña de Nyack, justo al norte de la ciudad de Nueva York, de donde era Maureen.

“Su nombre es Litany Burns, y es psíquica”, dijo Maureen. “Trabajó en el caso del Hijo de Sam* hace algunos años. Tal vez pueda darte algunas respuestas.”

No dudé ni un momento. Hice una cita con Litany Burns para una sesión de una hora. Ella era clarividente, canalizadora y sanadora, y en 1977 había sido invitada por el fiscal de distrito de Manhattan para trabajar en el tristemente célebre caso del Hijo de Sam en la ciudad de Nueva York. No anunciaba sus servicios; su fama se divulgaba de boca en boca.

Una semana después, un fresco día de marzo, Maureen y yo manejamos tres horas hasta Nyack en su convertible rojo. Nyack era un pequeño y bonito pueblo que parecía estancado en otro siglo. La oficina de Litany estaba en un modesto edificio de ladrillo de dos pisos en una esquina pintoresca sobre la calle principal. Encontramos un lugar de estacionamiento, Maureen me deseó suerte y se fue de compras. Yo estaba ansiosa, emocionada y un poco asustada. Caminé hacia la puerta principal, pero dudé antes de tocar el timbre. Tenía el estómago revuelto. Al final respiré profundo, toqué el timbre y Litany me abrió.

Me saludó en la puerta de su oficina. Estaba en sus treinta, tenía el cabello rubio a la altura de los hombros, y unos ojos verdes de mirada amable. Su energía radiante me hizo sentir tranquilidad al instante. Percibí el color azul a su alrededor: un azul cálido y sanador. Estar cerca de ella se sentía como pararse junto a un calentador en un día helado. Mi nerviosismo desapareció por completo.

Estrechamos las manos, me indicó que me sentara en un sofá y ella se sentó en una silla frente a mí. Su oficina era pequeña, cálida y sencilla, no había cristales colgantes ni nada por el estilo. Sólo un sofá, una silla y un escritorio. Las paredes estaban pintadas de color lavanda. Era un lugar seguro y confortante. Al principio, Litany estaba callada; me veía a mí y a mi alrededor, como si me estuviera midiendo. Al fin, una sonrisa apareció en su rostro.

“Bueno”, dijo en una voz suave y tranquilizadora, “veo que eres una de nosotros.”

No se andaba con rodeos, como una enfermera diciéndole a un niño que tiene fiebre. En cuanto a mí, me senté ahí, incrédula.

“¿Lo sabes?”, preguntó Litany. “¿Sabes que eres psíquica?”

“No”, respondí yo. “No entiendo nada de eso. Sólo pienso que soy un bicho raro.”

Litany sonrió. “¿Sientes cosas acerca de las personas?”, preguntó. Yo asentí. “¿Lees sus energías?” De nuevo asentí. “¿Ves y escuchas cosas que no son vistas o escuchadas por los demás?” Respondí que sí a todo eso.

“Eres clarividente y clariaudiente”, declaró Litany. “Tienes un don, y con el tiempo entenderás cómo usarlo. Pero el primer paso es no tener miedo de él. No te sientas maldita ni avergonzada. No eres un bicho raro. Tu don es hermoso.”

Con esas pocas palabras, Litany Burns empezó a darle sentido a mi vida. Era como si a un ventanal enorme le quitaran una pesada cortina negra, dejando entrar un torrente de luz gloriosa. Por primera vez en mi vida sentí que encontraba a alguien que me entendía, no de manera superficial, sino de adentro hacia afuera.

“Tienes un hermano”, dijo Litany. “Y una hermana mayor. Tu padre tiene muchas emociones y le resulta difícil mostrarlas. Tu madre es una fuerza poderosa en tu vida.”

A minutos de conocerla parecía saber todo sobre mi familia. Entonces escarbó más profundo.

“Eres una sanadora natural y sensible”, dijo, “y con regularidad te atraen personas que no la están pasando bien. Tú quieres mejorarlas. Veo que recibes mucho en los sueños. Te conectas con el Otro Lado en tus sueños.”

Mientras hablaba sentí un inmenso alivio, pero era más que eso: era casi una sensación de ser perdonada. De repente pensé que había escuchado a John en mi sueño simplemente porque podía. No porque estuviera maldita, sino porque estaba abierta al Otro Lado y, por lo tanto, abierta a escucharlo a él. Tal vez había soñado con John mientras moría no porque tuviera que intervenir o para salvarlo, sino para escucharlo despedirse.

Litany continuó: “También eres médium-mística; sientes lo que los demás sienten. Aunque ellos no sepan que lo están sintiendo”.

Me senté en silencio, tratando de asir cada palabra. Hacía apenas unos minutos había estado escuchando el ruido de los coches y camiones sobre la calle principal, pero ahora no podía escuchar nada excepto la voz de Litany. Era como si el resto del mundo se hubiera encogido hacia la nada.

“Siempre has sabido, desde que eras una niña pequeña, que estás aquí para hacer algo”, explicó. “Que tienes un propósito. Y éste es el año en que empiezas a entenderlo. Por eso estás sintiendo tanta presión en este momento. Estás aquí para ayudar a la gente. No tengas miedo de tu poder. Todo esto se trata de que te sientas lo bastante cómoda con tus poderes amorosos y de sanación para sentirlos de verdad y así actuar con ellos.”

Hacia el final de la lectura, Litany me preguntó si tenía alguna duda. Tomé mi bolsa y saqué una foto de John. No estaba segura de por qué había llevado la foto, pero ahora sabía que debía enseñársela.

“Él es un chico”, dije con voz apenas audible. “Era un amigo. Traje esta foto suya, y su muerte... él cayó... no estaban seguros de qué sucedió.”

Litany sostuvo la fotografía por un minuto antes de dejarla.

“Fue un accidente”, dijo. “Nadie lo empujó ni nada por el estilo. Tal vez hubo bebida, pero eso fue por su cuenta. No hubo juego sucio.”

Entonces Litany se detuvo. Algo cambió en ella, sutil pero perceptible: su rostro, sus ojos, su apariencia. Parecía estar en otro lugar. Yo no tenía idea de qué estaba pasando. Litany se inclinó hacia delante.

“John quiere que saludes a sus amigos de su parte”, dijo al fin. “Está diciendo: ‘Aquí estoy, estoy bien. Sólo quisiera que mi madre lo superara. Sigo volviendo a verla y a hablar con ella y a ayudarla, pero ella no me escucha’.”

¿Qué estaba pasando? Litany me estaba hablando como John. De cierta forma, incluso sonaba como él. Sus gestos también se parecían. Pero, ¿cómo era posible aquello?

“Es muy claro aquí”, continuó. “Puedo observar a todos y ver cómo están. En lo físico extraño a la gente, pero realmente no siento que esté lejos de todos porque estoy aquí. Sigo aquí. Quiero que sepas que ando por aquí. Sé que puedes sentirme. Y seguiré regresando para que me sientas y sepas que estoy aquí. Y quién sabe, tal vez algún día vuelva como el hijo de alguien.”

Entonces Litany rio. Pero no era su risa, era la risa de John. Y la broma sobre volver como el hijo de alguien era algo que John diría. Litany nunca lo conoció, sin embargo lo estaba trayendo de vuelta a la vida ahí mismo, en su pequeña oficina en Nyack. Yo podía sentir su presencia. Sabía que él estaba ahí.

“Le está yendo bien”, dijo Litany. “Tiene la misma personalidad bromista que tenía aquí. Se siente bien, de maravilla. Quiere que todos ustedes sepan que está bien y, sobre todo, que aún los ama a todos.”

Agaché la cabeza y empecé a llorar.

Más que nada, sentí un profundo sentimiento de alivio.

Me alivió saber que John estaba bien. Pero también fue un alivio que eso que acababa de presenciar —Litany de alguna manera había invocado a John desde donde fuera que estuviera— no era para nada algo oscuro y retorcido. ¡Era bueno y reparador y sanador y amoroso! ¡Era hermoso!

Y en ese momento algo hizo clic, algo cambió. Supe al instante que esto era un parteaguas en mi vida.

En lugar de sentirme llena de miedo, por primera vez me sentí plena de esperanza.

Antes de irme Litany me dio otro regalo, un libro que escribió unos años antes. Se llamaba Desarrolle sus habilidades psíquicas. “Te explicará muchas cosas”, dijo. Me sentí con ganas de abrazarla y no soltarla, pero sólo le di la mano y le agradecí amablemente.

Bajé las escaleras y encontré a Maureen; le conté lo que acababa de pasar. Yo estaba aturdida y emocionada. Me sentía libre como hacía años no me sentía; tal vez como nunca.

Apenas regresamos a Binghamton comencé a leer el libro de Litany. Con cada página sentía oleada tras oleada de reconocimiento. “¡Dios mío, ésta soy yo!”, gritaba al aire mientras leía. “¡Hay otros como yo! ¡Esto tiene un nombre!”

Acabé el libro de Litany muy pronto, y fui a la librería a buscar otro similar. No sabía qué buscaba, pero en la tienda me sentí atraída por un libro en particular: Eres psíquico: El método del alma libre, de Pete A. Sanders Jr. Estaba escrito, extrañamente, por un químico biomédico, estudioso de la ciencia cerebral, del Instituto Tecnológico de Massachusetts. “Para cuando termines de leer este libro”, decía uno de los primeros pasajes, “la capacidad para evaluar los temperamentos y personalidades de otras personas, y la habilidad para sentir, escuchar y ver acontecimientos antes de que sucedan, pueden convertirse en destrezas cotidianas para ti”.

Seguí leyendo —devorando— capítulo tras capítulo, cada uno más iluminador que el anterior. Incluso había uno titulado “Cuatro sentidos psíquicos”, el primero de los cuales era la intuición psíquica o, como el autor lo llamaba, “Saber”.

¡Saber! ¡Justo como yo le decía! Saber “es un conocimiento interior, no confirmado por ninguna sensación interna o estímulo externo en particular. ¡Sólo lo sabes!”

Mi lectura con Litany fue un punto de inflexión en mi vida. Gracias a nuestra reunión, en lugar de apagar y tratar de ignorar mis habilidades, empecé a aceptarlas. Trabajé para desarrollarlas y comprender que eran parte de mí, y que estaban destinadas, de alguna manera, a ser parte de mi camino.

Litany me hizo sentir menos aislada, menos anormal, y eso ya era un milagro. Comenzaba a encontrar respuestas, a armar el rompecabezas, a ver dónde y cómo podía encajar.

Pero sabía que mi lectura con Litany no era sólo para hacerme sentir bien conmigo misma. La lectura no era sobre mi pasado. Era sobre mi futuro.

“Usa tus talentos”, me dijo Litany cuando me iba. “Lee a la gente. Tu instinto será tu gran amigo, así que confía en él tanto como puedas. Síguelo, úsalo, practica con él. Y cuando lo hagas, estarás en tu verdadero camino.”

 

* Cadena de crímenes cometida en Nueva York entre 1976 y 1977 por David Berkowitz, asesino serial que se identificaba con ese apelativo. (N. de la T.)

 

7. EL CAMINO POR DELANTE

 MI tiempo con Litany no fue el final de mi búsqueda de respuestas. En cierto sentido, era tan sólo el comienzo.

Todo lo que me dijo y lo que leí en los libros expresaba el mismo poderoso mensaje: ábrete. Ábrete a nuevas ideas, a nuevos flujos de información, a nuevas posibilidades. Quizá ya comprendía mis habilidades un poco mejor, pero todavía no sabía cómo debía usarlas. Así que seguí buscando.

En mi tercer año de universidad fui a casa de visita y saludé a Arlene, la amiga de mi madre, a quien le había visto los colores. Siempre me había sentido atraída hacia ella por su energía abierta. A Arlene le interesaba la astrología. Yo no sabía mucho al respecto, pero cuando sugirió leerme la carta astral me abrí a ello.

La carta representaba la posición de los planetas, la Luna y el Sol en el momento exacto de mi nacimiento. Arlene me explicó que al ver estas posiciones en el contexto de los doce signos zodiacales, ella podría obtener información acerca de mi camino y mi propósito de vida.

Nos sentamos en la mesa de su cocina e hizo sus juicios rápidamente y con autoridad. Muchas de las percepciones de Arlene parecían ciertas: que no me gustaba que me dijeran qué hacer, que era introvertida y extrovertida al mismo tiempo, y que me era difícil contener toda mi energía.

De pronto, Arlene dijo algo que no tenía sentido.

“Tu Sol es semi-sextil y tú eres Saturno”, continuó Arlene. “La gente confía en ti y te responde. Dime, ¿estás pensando ser maestra?”

¿Maestra? No, no quería ser maestra. Tenía planes más grandes. Sería abogada.

Mi hermana mayor, Christine, fue una estudiante brillante en la Universidad de Princeton y después fue a Harvard para titularse en derecho. Estableció un alto estándar en la familia. Yo pensaba que podía ser abogada o médico, y como odiaba las clases de matemáticas tenía más posibilidades de ser abogada.

Le dije a Arlene acerca de mis planes y prosiguió con la lectura. Pero unos pocos minutos después levantó la vista y dijo: “Veo un enfoque definitivo en la enseñanza. Es parte de tu camino. En algún momento de tu vida, la enseñanza y la educación serán parte de lo que hagas”.

La carta está un poco mal, pensé, porque eso no va a suceder. Le repetí a Arlene que me acababa de declarar como aspirante a abogada.

“Bueno”, dijo por fin, “si es eso verdad entonces enseñarás derecho, porque la enseñanza es lo que está establecido en tu camino”.

Sin embargo, lo más claro de la lectura era que estaba destinada a jugar un papel en el mundo que todavía no podía ver o siquiera entender.

“Vas a servir a la humanidad”, dijo Arlene. “Será algo nuevo, algo que la gente buscará y encontrará útil. Tienes un don que debes compartir con el mundo. Sólo que tomará tiempo. No será enseguida.”

Arlene incluso sabía cuánto tiempo iba a tomar: dieciséis años para “recolectar lo que necesitas del universo”, y otros ocho después de eso para “jugar tus fichas”.

Me encantó escuchar que tenía un propósito mayor en el mundo, pero veinticuatro años era demasiado lejos en el futuro para que me emocionara realmente.

Mientras la lectura profundizaba, Arlene me propuso algo.

“Deja que tu mente divague”, me recomendó. “Recoge todas las cosas necesarias para que aprendas. Espera lo inesperado. Al hacer eso, estarás echando raíces.”

Sentí una oleada de emoción. Las palabras de Arlene eran parecidas a lo que Litany había recomendado: Usa tus talentos. Lee a la gente. Sigue tu instinto. Ahora era Arlene quien me alentaba a explorar mis habilidades. Ella confirmaba que mi búsqueda de respuestas no estaba equivocada, que yo necesitaba descubrir mi verdadero camino.

Abracé a Arlene. En la puerta de su casa, sonrió y dijo: “¡Feliz aventura!”

De regreso en Binghamton, desarrollé una nueva manera de lidiar con mis habilidades. Aunque que ya no sentía que debía esconderlas, tampoco deseaba exhibirlas. No quería volverme la “chica psíquica”. Decidí no permitir que mis habilidades psíquicas me definieran; sólo serían parte de mí. Simplemente eran algo que podía hacer, como hablar francés o jugar futbol.

Me encantaba cómo me sentía al ser honesta acerca de mis habilidades. Era muy liberador. Aprendía a integrar mi don a mi vida normal.

Sin embargo, tratar mis habilidades de forma tan descuidada tenía una consecuencia imprevista. Sin darme cuenta, comencé a faltarles al respeto y a usarlas de manera irresponsable.

Una noche estaba tomando con unos amigos en un bar del campus llamado La Rata. Descubrí que después de un par de bebidas alcohólicas mis habilidades se abrían: era como una fórmula mágica. Incluso tenía sentido, ya que el alcohol apaga la mente analítica, lo que me hacía mucho más accesible la información psíquica. Después de un par de tragos, la información acerca de las personas me inundaba.

En La Rata, después de mi segundo trago, miré al otro lado del bar y me encontré con un chico muy guapo. Estaba recargado contra la pared y tenía cabello castaño y rizado, que se asomaba debajo de su gorra de beisbol roja. Tenía una energía masculina y confortable: seguro de sí mismo pero sin ser arrogante. Medía poco menos de 1.80, estaba en forma y tenía los ojos verdes, además de una sonrisa despreocupada y tranquila. Le dije a mi amiga que iría a hablar con él.

“Buena suerte con el chico de la gorra roja”, me dijo.

Me abrí camino hacia él y sentí que su aura me atraía más de cerca.

“Hola”, dije. “Así que tu nombre empieza con una J.”

“Ajá”, dijo. “Jeremy”.

Me llegaba más información. “¿Tienes un hermano mayor, no es así?”, dije. “¿Dos años mayor? Y tienes otro hermano que tiene, ¿qué, siete años?”

La tranquila sonrisa de Jeremy se desvanecía.

“Oh, ¿y eres luterano, verdad? Toda tu familia es luterana. Tu papá no es una presencia física en tu vida, pero tu madre es una energía fuerte para ti. Eres muy cercano a tu madre. Siempre lo has sido, y eres incluso más cercano ahora.” Seguí y seguí, diciéndole a Jeremy detalles específicos sobre él y su familia. Su mandíbula cayó como cinco centímetros.

“¿Cómo...?”, empezó. “¿Eres una acosadora?”

“No”, respondí. “Sólo soy psíquica.”

Le expliqué cómo obtenía información sobre la gente y él, en lugar de sentir repulsión, se abrió a ello.

Usé mis habilidades para ligarme a alguien.

Trataba de encontrar una manera de que mis habilidades fueran divertidas, útiles y productivas, no algo oscuro y complicado. Buscaba cómo mi don podría volverse algo práctico, un tanto incluso el tipo de cosa que entretiene en una fiesta. Hubo momentos en que no lo usé del modo más digno. Hubo algunas ocasiones —no muchas, sólo un par— cuando, después de pelearme con alguien, invocaba información sobre la persona y si era algo negativo me sentía mejor al saberlo. Ni siquiera se da cuenta de que su novio va a romper con ella en tres meses, pensaba y me sentía superior. Y si uno de mis buenos amigos se peleaba con alguien, yo “veía” dentro de esa persona y le decía a mi amigo: “Sí, bueno, sus padres están por divorciarse”.

Mirando en retrospectiva, me avergüenzo de haber usado a veces mis habilidades de manera tan inapropiada. Para ser honesta, no trataba de ser cruel, sólo tenía diecinueve años y trataba de entender mi vida, como cualquier otra chica de esa edad. Si no era cuidadosa con mi don era porque todavía no apreciaba lo especial que era.

Yo estaba creciendo, aprendiendo y evolucionando. En la preparatoria en realidad nunca estudié duro ni puse mucho énfasis en lo académico. Tenía buenas calificaciones pero no debido a un gran esfuerzo de mi parte. En Binghamton tomé mis estudios con mucha más seriedad.

Tenía un profesor de literatura inglesa, David Bosnick, que se volvió un mentor para mí. Su energía era enorme: desde el minuto en que entró al salón me cautivó. Cuando estaba a su alrededor me sentía emocionada de estar viva.

En mi tercer año me pidió volverme su adjunta. Me sentí honrada y acepté enseguida.

Una vez a la semana lo ayudaba a diseñar tareas y a corregir trabajos, y descubrí que era bastante buena para dar clases. Yo enseñaba mi propia sección de discusión, de más o menos veinticinco alumnos, e incluso calificaba los trabajos de estudiantes que conocía, incluidos algunos mayores (que iban un año adelante de mí). A cada paso, a veces sutilmente y otras no tanto, el profesor Bosnick estimulaba mi interés por la academia.

“El mundo tiene suficientes abogados”, gruñía. “¡Enseña! ¡Enseña! ¡Enseña!”

Todavía tenía la idea de estudiar derecho, pero decidí apuntarme para un intercambio de un semestre en Oxford. “Será tu último año. Ve a alguna otra parte”, me decían mis amigos. “¡Vete de fiesta y pásala bien!” Pero el profesor Bosnick había encendido en mí la pasión por seguir aprendiendo: estar abierta a nuevas ideas, desafiarme académicamente. Yo no quería irme de fiesta. Yo quería estudiar en Oxford.

 

8. OXFORD

 OXFORD fue una máquina del tiempo hacia el pasado por la historia de la energía y el pensamiento humanos. Sentía esa energía a mi alrededor, en todo lugar. Aquí fue donde las mentes más intrépidas buscaron la verdad y la sabiduría. T. S. Eliot, el gran científico Linus Pauling y docenas de otros premios Nobel estudiaron aquí. Era hogar de miles de artefactos mágicos: viejos relojes de sol y los primeros telescopios, un astrolabio gótico del siglo XV, una esfera celeste de 1318, el primer manuscrito de Frankenstein de Mary Shelley, cuatro ejemplares originales de la Carta Magna de 1215. También estaba la estupenda y reverenciada Biblioteca Bodleiana en Broad Street, una de las más antiguas que aún existen. La “Bod”, como ha sido llamada por siglos, es magnífica. En mi primer viaje apenas logré pasar de la entrada: un arco gigantesco hecho de piedra tallada con los escudos de armas de varias facultades de Oxford. Una vez adentro, me causaron mareo el olor a encierro, los altos techos arqueados, los relucientes escritorios de caoba y los interminables estantes de madera repletos de libros antiguos encuadernados en cuero.

¡Y los libros! Once millones en total, cada uno marcado por el poder y la energía de su creador. El escritor Ezra Pound afirmó una vez: “El hombre que lee debería estar intensamente vivo. El libro debe ser como una bola de luz en las manos”. Exactamente así me sentía la primera vez que entré a la Bod: sentí el destellante torbellino de un millón de bolas de luz bailando a mi alrededor, embriagando mi espíritu. No sentí que estuviera en la Bod por primera vez. Sentí que volvía a un lugar al que pertenecía.

Muy pronto me acostumbré a una cómoda rutina. Me asignaron un pequeño departamento blanco en el número 66 de Vicarage Road. Mi cuarto daba a un pequeño jardín, en el que había algo mágico.

Cada mañana montaba en una oxidada bicicleta azul que renté y pedaleaba hasta la Bod. Pasaba largas horas escribiendo, leyendo e investigando acerca de Shakespeare y Jane Austen, mis dos áreas de estudio. En la noche iba al pub a encontrarme con amigos para tomar una cerveza oscura.

El programa académico era riguroso, y los estudiantes tenían la responsabilidad de establecer su propio curso de estudio. Me reunía con mis dos profesores una vez a la semana. Durante esas breves reuniones hablábamos acerca de mi ritmo de estudio y mis avances. El resto del tiempo iba por mi cuenta. Debía entregar un ensayo al final de cada semana. Nadie te consentía ni te animaba con calidez a seguir. Era una beca en la cuerda floja, o nadas o te hundes. Me encantaba. El tiempo en Oxford me legitimó con mucha fuerza. No importaba que tuviera mis extrañas habilidades, Oxford confirmó que yo tenía el potencial para alcanzar grandes logros académicos. Trabajé más duro que nunca, y enfrenté retos como nunca antes. Pasé casi todo el tiempo sumergida en el aprendizaje y en los libros. Y descubrí que, en lugar de hundirme, nadé. De hecho volé. Al final mis calificaciones se tradujeron en un 10 en Shakespeare y un 9.5 en Jane Austen. De vuelta en Binghamton, concluí mi último semestre con un 10 cerrado.

Mis días en Oxford fueron de los más felices de mi vida. Me dieron una satisfacción profundamente espiritual. Sentí que mi mente se ampliaba y fue muy estimulante. Viajar me abrió la mente y el corazón, y me llenó de energía. El entendimiento que tenía de mi propia identidad se transformó radicalmente.

Aunque mi periodo en Oxford fue maravilloso, no me distrajo de mis planes de convertirme en abogada. Había sido aceptada en la escuela de derecho, y estaba en un camino legítimo hacia el éxito. Y sin embargo... tuve que admitir que una parte de mí no estaba tan segura. “Siempre has sabido, desde que eras pequeña, que estás aquí para hacer algo”, me había dicho Litany Burns. “Tienes un propósito... Estás aquí para ayudar a la gente.” ¿Acaso ser abogada encajaba en esa descripción? De alguna manera, supongo que sí. ¿Pero era mi verdadero propósito? ¿El derecho era mi mejor camino? ¿El que me permitiría compartir mis dones únicos con el mundo?

Justo antes de graduarme, Ann, una de mis hermanas de la fraternidad Fi Sigma Sigma, me pidió una lectura. No éramos muy cercanas, pero había escuchado sobre mis habilidades y me pidió con amabilidad, pero también con urgencia, que le hiciera una lectura. No quería el truco de fiesta: deseaba ayuda de verdad. Eso nunca me había pasado. Había trabajado duro para que mis encuentros psíquicos con la gente fueran lo más ligeros e informales que se pudiera, pero Ann necesitaba respuestas.

Nos sentamos en la mesa de la cocina de mi casa. Ann no esperó ni un segundo.

“Necesito saber algo”, dijo. “Necesito saber si seguiré con mi novio actual en el futuro.”

Ann llevaba saliendo un par de años con un chico agradable. Y, como muchas chicas con novios de la universidad, quería saber si había encontrado a su compañero de vida, o si la relación era tan superficial y limitada como la universidad. Sentí su preocupación y ansiedad. Estaba sentada frente a ella y sentí algo que nunca había percibido al usar mis habilidades. Me sentí responsable.

“Digo, lo amo, de verdad que sí”, continuó Ann. “Pero necesito saber si mi destino es estar con él toda la vida. ¿Puedes decirme si vamos a estar juntos por siempre? ¿Puedes decirme eso?”

No estaba segura de qué información aparecería, si es que surgía alguna, y me sentí aliviada cuando recibí una imagen enseguida. Vi a Ann con un vestido blanco.

“Sí”, dije con torpeza. “Sí, seguirán juntos. Se casarán y comprarán una casa y tendrán hijos. Más de un hijo. Dos o tres. Ese es el camino en el que están juntos. Harás una vida con él y serás feliz.”

Vi cómo la ansiedad se esfumaba de su rostro. Se sonrojó y una gran sonrisa irradió todo su ser. La calma la cubrió, transformándola de adentro hacia fuera. Fue una de las transformaciones más poderosas y hermosas que he visto. La lectura llenó a Ann de paz, alegría y seguridad muy profundamente.

Pero la suya no fue la única transformación ese día. Mientras leía para Ann, también sentí algo que cambió en mi interior. Como dije, Ann y yo no habíamos sido muy cercanas. Pero durante y después de la lectura me sentí muy cercana a ella.

Algo en el intercambio que sosteníamos —yo recibiendo su energía, interpretándola y devolviéndosela como detalles significativos específicos— forjó una conexión entre nosotras. No había juicio ni un sentido incómodo de invasión, ni la sensación de que fuera algo frívolo: sólo existía un sentimiento de amor, conexión y propósito. Por primera vez me sentí invitada a algo profundo y significativo, algo más grande que Ann y yo. Sentí autoridad; me hice dueña de mi don.

Ann se casó con su novio, y tuvieron hijos. Lo último que escuché fue que seguían felices juntos en su viaje por la vida.

 

9. SEDONA

 DEBÍA sentirme emocionada después de graduarme pero, por alguna extraña razón, lo sentí anticlimático. Mi familia asistió a la ceremonia y eso fue maravilloso, pero a mis ojos todo parecía innecesario. No percibí la graduación como cerrar un capítulo en mi vida; más bien fue como una expansión.

Durante la ceremonia me sentí saturada, fuera de equilibrio y vulnerable mientras recibía la energía colectiva del júbilo de todos, mezclada con una fuerte corriente de ansiedad y tristeza. Este torrente emocional, que irradiaba de miles de personas, era abrumador. Nunca había estado entre tanta gente con sentimientos tan alineados y con tanta fuerza, y me sentí noqueada por el tremendo movimiento energético a mi alrededor. No fue una sensación agradable.

Caí en cuenta de que necesitaba una manera de protegerme de la energía y las emociones de los demás. Había luchado con esto por años, pero ahora que saldría al mundo, la tarea cobró mayor urgencia. Con mucha atención, me concentré en bloquear la energía de otras personas sin sentirme saturada. Necesitaba un escudo. Empecé a imaginar una especie de campo energético alrededor de mi cuerpo. Imaginé una luz blanca descendiendo sobre mi cabeza, encapsulando mi cuerpo, y sellando mi energía mientras bajaba al suelo. Me sentí protegida.

Después de la graduación, mi amiga Gwen y yo fuimos a Arizona, un viaje que llevábamos planeando hacía tiempo. Aterrizamos en Phoenix, rentamos un convertible rojo y manejamos sin toldo hasta Sedona. Las vastas formaciones de arenisca, las famosas rojas rocas que parecen de otro mundo, cambiaban de un rojo profundo a un candente ámbar dependiendo de la luz. La vista, los olores y la energía eran embriagantes. Sedona elevó mi espíritu.

El primer día ahí fuimos a una tienda que vendía cristales. Al instante algo en el mostrador me atrajo. No era un cristal ni un amuleto, era una tarjeta de presentación. La tomé y leí: “Ron Elgas, psíquico”.

Gwen y yo programamos citas. Mi sesión con Litany Burns había sido trascendental, pero sentía curiosidad de comprobar si sus percepciones eran específicas para mí, o si todos los que iban a un psíquico tenían lecturas parecidas. Después de nuestras lecturas, Gwen y yo compararíamos notas.

La esposa de Ron nos dio la bienvenida en la puerta de su casa con una gran sonrisa: lucía un overol y trenzas. La casa era amplia y estaba iluminada con una luz muy bella.

Cuando Ron entró al cuarto, sentí su energía al instante. Era una energía cálida y confortante. Su cabello blanco estaba recogido en una cola de caballo, y la expresión de su rostro era amigable y relajada. Ron fue a sentarse en una silla, y yo en el sofá frente a él.

La lectura comenzó. Ron me miró y las primeras palabras en salir de su boca fueron: “Energía brillante”. Después hizo una larga pausa.

“Contienes tu energía de una manera particular”, dijo por fin. “Se llama fuego de Dios. Tiene que ver con tu compromiso hacia tu yo elevado. Hagas lo que hagas en tu vida, tendrá que ver con el espíritu. Las lecciones que necesites aprender en el camino hacia tu camino último, las aprenderás.”

Ron prosiguió. “Toda esta luz y energía a tu alrededor, cuando la veo, no es normal. Veo haces de luz saliendo disparados de tu cuerpo en todas direcciones. Hay una conexión con el espíritu infinito, y esa conexión ya estaba fijada en ti. Es una decisión que ya tomaste. Es tu destino.”

“¿Qué es mi destino?”, pensé. “¿Qué significa todo eso?”

“Veo que estás conectada con una amplia agrupación de individuos, una agrupación de seres de luz”, explicó Ron. “Trabajan a través de ti. Pueden mover energía a través de ti. Hay una gigantesca red de energía a tu alrededor y estás conectada a ella. No sé cómo la vas a usar, pero es tu destino. Vas a generar muchos cambios y despertares a tu alrededor.”

Ron continuó diciéndome más acerca de mí misma. Hacía largas pausas, como si escuchara con atención, para después hablar rápido y con seguridad. Él podía ver que aún me incomodaba obtener información sobre la gente, y me dio un consejo útil: “No te esfuerces tanto por escucharlo”, dijo. “Vendrá a ti con facilidad. Cuando veas o escuches algo, no actúes con miedo o inseguridad. Sólo haz lo que haces, y tendrás resultados.” Ron me dijo que fuera cual fuese mi verdadero propósito, no lo encontraría enseguida. Me abriría a ello, y después me retraería. Abrirse, retraerse. Sería una lucha. También me vio casándome y teniendo tres hijos: dos niñas y un niño. Todo eso sucedería antes de aceptar plenamente mi camino verdadero.

Y después, un día, “te encontrarás frente a las personas”, dijo. “Enseñando, hablando... asuntos espirituales. Abrirás puertas con energía para otros. Harás algo parecido a lo que yo hago. Cambiarás la energía de la gente porque estás aquí para ayudar a las personas a alcanzar niveles más elevados de conciencia. Les enseñarás y ayudarás a las personas a ver ese nivel. Harás otras cosas primero, tendrás una familia, harás otras cosas. Pero una expansión estará sucediendo en tu interior, una conexión de enlaces que te llevarán hacia tu destino. Y ahí entrarás en tu destino. Ayudarás a enseñar a la humanidad.”

Enseñar, otra vez. No podía escapar de ello.

“Todavía estás observando y buscando”, continuó Ron. “Todavía no lo entiendes del todo. No has encontrado lo que quieres. Pero está ahí. No está fuera de ti, está adentro. El universo entero está dentro de ti. Guarda silencio y escúchate, y lo más delicadamente que puedas, muévete en esa energía. No sé cuándo la encontrarás, pero ya está ahí. Laura, tienes una misión.”

Después, ya en el coche, le pregunté a Gwen sobre su lectura. No se pareció en nada a la mía. No hablaron de luz o del destino o de conexión con seres espirituales elevados. Su lectura había sido más concreta, más sobre retos que había enfrentado y el camino inmediato frente a ella.

Gwen y yo absorbimos todo lo que pudimos de la belleza y el poder de Sedona. Meditamos en los cañones con un chamán y nadamos en un río cerca de un desprendimiento natural de rocas. Después partimos hacia el Gran Cañón. Cuando llegamos, salimos del coche, miramos a nuestro alrededor y dijimos: “Bah”. La grandeza del cañón no podía competir con la increíble energía y atracción de Sedona. Al día siguiente trepamos al convertible y manejamos de vuelta a Sedona.

De vuelta en Nueva York, era momento de enviar un pago a la escuela de derecho para asegurar mi inscripción en otoño. Sostuve el cheque en mi mano por un buen rato. Todo parecía estar mal.

Algo había ido cambiando. Había empezado con Litany Burns, y continuó con Arlene y Ron. Había sido estimulada por el profesor Bosnick, después en Oxford y, por último, en Sedona. No me encontraba en un punto de partida, como había pensado; estaba en una encrucijada. Muy dentro de mí ya sabía qué camino elegir.

Encontré a mi madre en la cocina.

“Mamá, no quiero ir a la escuela de derecho”, dije. “Quiero enseñar.”

Mi madre me miró y sonrió. Había algo en su sonrisa que parecía saberlo. Después se acercó y me abrazó.

“Bueno”, dijo sin más. “Eso es maravilloso.”

A los veintidós años obtuve una maestría en enseñanza de inglés para secundaria.

Mientras buscaba un puesto como maestra, trabajé en el departamento de educación de una organización sin fines de lucro. Salía con un muchacho llamado Sean, y estábamos enamorados. Él era músico y su energía era hermosa, artística y apasionada. Escucharlo tocar y cantar las canciones que había compuesto me llenaba de alegría. Nos mudamos juntos a un garaje remodelado en Huntington Village, en Long Island. Tenía una sala amplia con corrientes de aire, y un pequeño baño con regadera anexos a un cuarto en la parte trasera. La cocina era un rincón y la diminuta recámara estaba detrás de una división. Para mí, era el cielo.

Tenía un novio, un título de maestría, mi propio departamento acogedor e incluso un pequeño terrier llamado Quincy. Era todo lo que siempre había deseado. Finalmente mi vida tenía sentido. Me sentía más conectada a mis habilidades y menos ansiosa con respecto a ellas.

Puse un anuncio en un periódico local, el Pennysaver:

LECTURAS PSÍQUICAS - LLAME A LAURA

 

10. PERTURBACIÓN

LA primera persona en responder mi anuncio fue una mujer mayor que vivía en Lloyd Neck, no muy lejos de donde crecí. Se llamaba Delores. Acordamos el día y la hora para vernos y le di mi dirección. El día de la lectura yo estaba tan nerviosa que me era difícil respirar. Nunca había hecho una lectura formal a alguien que no fuera un amigo o conocido, y no tenía ningún plan o protocolo preparado; ni siquiera sabía de verdad qué era una lectura. ¿Y si mi don fallaba?

El timbre sonó. No había vuelta atrás. Abrí la puerta y vi a Delores, tan nerviosa como yo. Estaba encorvada, era reservada y se veía pequeña. La guie al interior de mi departamento y nos sentamos en la mesa de la cocina. Las luces estaban atenuadas y encendí una vela. Me miró con ojos tristes y suplicantes. No estaba segura de cómo comenzar.

Por suerte, Delores empezó por mí, diciéndome por qué estaba allí.

“Tengo sesenta años y quiero adoptar un niño”, dijo. “Creo que es lo correcto para mí, pero quiero estar segura.”

Cualquier persona sentada frente a esta mujer se habría dado cuenta de que estaba sola y dolida. Pero yo sabía algo más acerca de ella: comprendí que su esposo acababa de morir. Lo supe porque lo vi, o más bien un punto luminoso que entendí que era él, en el campo de visión justo por encima de mis ojos. Y supe que estaba en otro lugar. Que no estaba con ella.

Tan pronto como entendí esto, llegó a mí más información sobre Delores. Vi que estaba completamente perdida sin su esposo, y que buscaba con desesperación algún tipo de apoyo, dirección, consuelo. Estaba fuera de equilibrio, confundida y sin rumbo. No sabía adónde ir ni qué hacer.

Sin embargo, lo que aparecía con mayor claridad era su dolor. Un dolor punzante hasta el tuétano. El tipo de dolor que nos inmoviliza y confunde, que reclama respuestas. Lo sentí, tal como había sentido el dolor y la tristeza de otras personas durante gran parte de mi vida. Sólo que ahora era más intenso, más concentrado. Esta vez lo invité a entrar.

Y mientras lo sentía, también comprendí lo que Delores intentaba hacer. Para ella, la forma de responder su dolor era traer a alguien nuevo a su vida. Quería adoptar un niño para llenar el terrible vacío que la muerte de su esposo había dejado, y no por un deseo de nutrir y criar un alma joven.

Lo que me parecía todavía más evidente era que adoptar un niño, a su edad y en su situación, sería un error terrible. Esa certeza no provenía de mí: me estaba siendo transmitida. Adoptar no era parte de su camino.

Antes de saber qué decirle, me di cuenta de que ya estaba hablando. Las palabras salieron en desbandada. No recuerdo haber formulado pensamientos ni organizado ideas, más bien era una corriente de percepciones. Como si tradujera para alguien más.

“No puedes cometer el error de entretejer tu camino con el de alguien más”, dije. “No puedes tapar el hueco en tu interior con alguien más. Debes enfrentarte a tu soledad. Y necesitas encontrar otra manera de sentirte conectada con el universo de nuevo. Hay otra vía que puedes seguir. Puedes unirte a un club de lectura, conocer gente nueva, traer un animal a tu vida, un animal que necesite tu amor, protección y ternura. Un animal que esté destinado a cruzar su camino con el tuyo.”

Delores escuchó con atención. Sólo después me di cuenta de que mi debut como psíquica profesional fue sugerirle a una anciana solitaria que adoptara una mascota.

La lectura duró una hora. Después de que se fue traté de calibrar qué impacto había tenido sobre ella, si es que hubo alguno. De lo que pude ver, parecía aliviada, no tan tensa, menos cargada, como si algo dentro de ella hubiera desaparecido. Quizá ya sabía que adoptar era una mala idea, si no es que imposible, y sólo necesitaba escucharlo de alguien más. Me resultó difícil saber si en realidad había ayudado a Delores. Pero creí que lo que le dije era real, verdadero y significativo. Nunca más hablé con ella, así que no puedo decir si mi primera lectura profesional fue un éxito o un fracaso.

Pero me sentí lo bastante bien para continuar.

Siguieron llegando respuestas a mi anuncio. Muchas más de lo que hubiera esperado, docenas de ellas. Incluso recibí la llamada de una mujer en Virginia que me preguntó si le haría una lectura por teléfono.

“No lo sé”, dije. “Nunca lo he hecho.”

“Bueno, ¿puedes intentarlo y vemos qué pasa?”

Así que realicé mi primera lectura telefónica. De nuevo, no tenía ningún protocolo preparado, ningún sistema ni estructura. Estaba improvisando. Pero para mi sorpresa y alivio, la lectura por teléfono funcionó. Me llegó tanta información como si estuviéramos sentadas lado a lado.

Unas semanas después recibí una llamada de un hombre llamado Paul. Estaba ansioso por una lectura e hicimos una cita. Se presentó en mi departamento y tomó asiento en la mesa de la cocina. Tenía poco menos de treinta años y en general su energía parecía alegre y confiada, aunque ese día estaba un poco nervioso. Empecé a recibir varios fragmentos de información enseguida, y gran parte era acerca de su novia, Amy, a quien era claro que amaba mucho. Casi de inmediato la lectura y la información que recibía se centraban en ella y en la relación de Paul con ella.

Pero de pronto algo cambió. Por primera vez en una lectura sentí una presencia detrás de mí, a mi derecha. Antes de eso, en otras lecturas todo parecía estar siempre frente a mí. No podía precisar dónde veía la información con exactitud, pero nunca sentí que estuviera detrás de mí. Era más como un pensamiento en la mente: no aparece del lado derecho o izquierdo, sólo está ahí.

Pero me di cuenta de que mi campo de visión era más grande y más amplio de lo que pensaba. Había más de una dirección por la cual la información podía venir, existía un portal abierto que era nuevo y distinto. Y lo que vino de mi lado derecho, casi detrás y después llegó frente a mí, era claro y vívido, una presencia fuerte y enérgica. Escuché un nombre. ¿Quién era? ¿Qué ocurría? No lo sabía. Sólo dejé salir lo que veía y escuchaba.

“Estoy recibiendo a alguien llamado Chris que está conectado con Amy”, le dije a Paul. “Me están dando datos sobre Amy.”

Era impresionante lo específicos que eran los detalles. La talla de calzado de Amy, el bolso que le gustaba, su sombrero favorito y otras cosas íntimas. Paul escuchó en silencio mientras los detalles seguían surgiendo. Pero mientras más hablaba, más confundida estaba: ¿por qué la lectura de Paul era sobre Amy y no sobre él? Empecé a sentirme incómoda por él, y después de un rato me obligué a parar.

“Paul, lo siento mucho. Sé que esto no es lo que viniste a escuchar”, dije. “No sé por qué tu lectura es sobre Amy y Chris.”

“Está bien”, Paul dijo con calma. No parecía molesto u ofendido. “Todo lo que me estás diciendo es cierto ciento por ciento. Todo lo que dices es verdad.”

Me sentí aliviada de escuchar eso, pero no explicaba lo que estaba sucediendo. Paul respiró profundo y me lo explicó.

“Chris está muerto”, dijo con suavidad. “Murió en un accidente de auto cuando era novio de Amy. Ella iba con él en el auto cuando chocaron.”

Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo. ¿Qué estaba diciendo Paul? ¿Que Chris estaba viniendo a mí desde el más allá? ¿Que escuchaba a una persona muerta con tanta claridad como si estuviera en mi departamento?

En ese momento me sentí aturdida. Estaba experimentando con mi habilidad psíquica, la capacidad de percibir la energía del alma de una persona y su camino de vida. Pero nunca había considerado ser también médium, capaz de comunicarme con el Otro Lado. Sin embargo, en esa lectura estaba recibiendo detalles claros y específicos de alguien que había cruzado. No tenía que escarbar o luchar para jalar la información: tan sólo aparecía, como agua fluyendo por una llave abierta.

Reaccioné con miedo. Esto cambia las cosas, pensé. Es demasiado extraño. Es demasiada responsabilidad. No estoy lista para esto.

Tenía apenas veintitrés años, no estaba equipada en absoluto para manejar este tipo de responsabilidad. No entendía qué significaba comunicarme con alguien que había fallecido, y eso me aterraba. No veía belleza o gracia alguna en ello, más bien sentía que era extraño y estaba mal. De pronto volvieron todos esos viejos sentimientos negativos acerca de mi don.

Con el permiso de Paul continué la lectura. Chris estaba ahí y era insistente, quería centrarse en Amy. La información que llegaba era que ella y Paul debían estar juntos. Estaban destinados a crecer juntos en sus caminos. Eventualmente se casarían y tendrían dos hijos.

Cuando la lectura terminó, me despedí de Paul y le deseé lo mejor. Parecía feliz con la información que le había dado, para nada asustado de que el ex novio muerto de su novia los estuviera cuidando.

Pero yo me quedé temblando. Me pregunté cómo la lectura afectaría mi camino futuro, ahora que podía conectarme con gente que había cruzado. Lo que no podía entender del todo era que yo no sólo era responsable de transmitir información del Otro Lado, sino también de interpretarla.

En retrospectiva, puedo ver lo que Chris intentaba hacer: darle a Paul su bendición. Estaba validando su propia conexión con la novia de Paul, y al hacer eso, dejaba claro que le deseaba gran amor y felicidad con Paul. Chris no se escurrió por el portal y acaparó la lectura de Paul para provocarle celos o complicar su relación; el Otro Lado no tiene que ver con nada negativo. Más tarde aprendí que todo lo que viene del Otro Lado está sustentado en el amor.

Pero en ese entonces no sabía nada de eso. Todo lo que sabía era que mi lectura con Paul me había asustado. Esa noche le conté a Sean acerca de la experiencia.

“No entiendo qué sucedió”, dije. “Creo que no me siento bien al respecto. No estoy segura de querer hacerlo otra vez.”

Pero la gente siguió llamando. Mi anuncio ya ni siquiera se publicaba, pero la gente escuchaba sobre mí por amigos y todos querían una lectura. Una tarde oí que tocaban la puerta, pero cuando abrí no había nadie. Sólo encontré una nota pegada.

“Necesito hablar contigo”, decía. “Necesito una lectura. Llámame por favor.”

Cerré la puerta, arrugué la nota y la tiré. Me sentí vulnerable e invadida. No estaba lista para asumir esa responsabilidad.

La noche del 17 de julio de 1996 estaba sola en casa. Sean estaba en el trabajo, volvería pronto. Yo leía un libro, relajada. Era una velada sin particularidades. Pero de pronto, un poco después de las ocho mi cuerpo se retorció y se tensó de manera involuntaria.

Me senté derecha y me preparé para una repentina avalancha de pavor. No era como las olas de tristeza que solían inundarme cuando estaba cerca de personas tristes: era una profunda sensación existencial de terror, caos y ruptura, como si el mundo se estuviera derrumbando. No sabía qué era o qué lo estaba causando, pero sabía que algo terrible acababa de suceder. Sabía que algo había perturbado el universo, y saberlo era algo horrible, retorcido y paralizante. De pronto sentí que no podía respirar. Llena de pánico llamé a Sean.

“¿Está todo bien?”, le pregunté entre bocanadas de aire.

“Sí, todo bien”, respondió.

Pero yo no sentía que nada estuviera bien. Mi voz empezó a sonar muy aguda mientras trataba de contener las lágrimas que atragantaban mis palabras. “Por favor ven a casa”, le rogué, “y por favor maneja con cuidado. Te necesito aquí, algo anda mal.”

Encendí la televisión mientras lo esperaba, y en la pantalla apareció un boletín especial con noticias. Algo acerca de un avión, se había estrellado. Un video de líneas de fuego en un cielo oscuro. Me senté e intenté calmarme para poner atención. Pero ya sabía todo lo que necesitaba saber.

Había sucedido una tragedia, y la tragedia me había sido mostrada.

Para cuando Sean se estacionó frente a la casa, yo era una masa de lágrimas. “¿Qué pasa conmigo?”, le pregunté. “¿Por qué tengo que sentir estas cosas? ¿Por qué puedo saber pero no cambiar el resultado? ¿Por qué tengo estas habilidades?”

Una sensación familiar vino a mí, la sensación de estar maldita.

Los lamentables detalles se difundieron en los días siguientes. El vuelo 800 de TWA, un Boeing 747-100 que volaba del JFK en Nueva York hacia Roma, explotó en el cielo nocturno y se estrelló en el océano Atlántico, cerca de East Moriches en Long Island. La explosión y el choque ocurrieron a 65 kilómetros de donde vivía. Las 230 personas que iban en el vuelo murieron.

El horror del accidente, y de haber tenido conciencia del terrible suceso antes de que escuchara sobre él, fueron devastadores. Ese hecho borró todo el avance que había logrado para sentirme bien con mi don. Una vez más, simplemente no quería tener ese conocimiento. Estaba asustada de ser capaz de escuchar a personas que habían muerto y que me pedían que transmitiera sus mensajes. Era una responsabilidad demasiado grande. Así que lo dejé. Dejé de contestar llamadas. Dejé de responder el timbre. Dejé de pensar en mí misma como psíquica. Juré que nunca más haría una lectura.

Todo desapareció, las llamadas, el timbre y las lecturas, e intenté vivir mi vida como una persona normal. El universo me dejó en paz por un tiempo. El Otro Lado dejó de venir, y mi misterioso campo de visión se oscureció, como si las fuerzas que me guiaban decidieran abandonarme. No estaba lista.

 

SEGUNDA PARTE

 

11. SEGUIR ABIERTA

 POCOS meses después de que dejé de hacer lecturas, obtuve mi primer trabajo de maestra. La preparatoria estaba a media hora de donde crecí, pero el vecindario no podía ser más distinto. Estaba infestado de drogas y delincuencia. En la escuela, varios guardias de seguridad patrullaban los pasillos. La mayoría de los alumnos venían de hogares disfuncionales. Muchos tenían un solo padre. Algunos sólo tenían un tío o una tía. Otros ni siquiera eso.

Desde mi primer día en el salón de clases supe lo difícil que sería. Los estudiantes estaban distraídos y eran desafiantes. En un grupo de inglés de último año, a mitad de mi clase una chica llamada Yvette se levantó de su asiento, caminó a la ventana, la abrió y escupió. Después se paseó de vuelta a su silla. Toda la clase giró y se me quedó viendo, esperando mi reacción.

No hice caso. No hice caso porque sabía la razón por la cual Yvette lo había hecho: para retarme, para llamar mi atención.

Mi habilidad para leer la energía de la gente me permitió entender qué sucedía con mis alumnos. No eran chicos malos, eran chicos en necesidad. Anhelaban atención, cuidado y amor. Estaban perdidos, confundidos y desesperados por alguna guía, pero para protegerse actuaban de forma ruda y grosera. Estaban acostumbrados a no ser vistos tal como eran realmente.

Podía sentir su ira y frustración, veía sus energías bloqueadas. Sobre todo, podía leer su dolor, que colgaba sobre ellos como una nube negra. No tenían lo necesario para ser buenos estudiantes. Necesitaban amor.

El hecho de no reaccionar cuando Yvette escupió por la ventana fue un momento decisivo para mí como maestra. Sabía que podía ser contraproducente: los alumnos me podrían ver como alguien a quien podían pisotear. Pero yo debía seguir mi instinto, y mi instinto no era enojarme. Era lanzarme un clavado a su dolor.

Después de clase, me acerqué a Yvette para hablar con ella.

“Corazón, ¿estás bien?”, le pregunté. “¿No te estás sintiendo bien?”

Yvette parecía estupefacta.

“Estoy bien”, dijo suavemente, y después se alejó.

Después de eso, Yvette empezó a abrirse a mí un poco más cada día. Hablamos de su vida y la ayudé con sus estudios. La conexión entre nosotras se volvió más profunda. Cuando estaba conmigo no necesitaba fingir y no tenía que esforzarse para llamar mi atención, porque ya la tenía.

En ese primer encuentro con Yvette nació mi filosofía de la enseñanza. Me encantaban los libros y amaba aprender, pero también me gustaban los niños. Enseñar no era sólo preparar alumnos para presentar exámenes; se trataba de establecer una conexión con ellos y ayudarlos a ver su propia luz y alcanzar su máximo potencial. Se trataba de que supieran que importan en este mundo.

Quería hacerles saber que también sus percepciones y su energía importaban en el salón de clases. Si un estudiante se saltaba mi clase, le pedía a alguien que se hiciera cargo mientras yo iba a la cafetería a buscar al ausente. “¡Eh!”, le decía. “Ven conmigo, necesitas ir a clase. ¡Será emocionante!” Al principio me miraban como si estuviera loca, pero después me acompañaban a clase. No se enojaban ni se irritaban; ¡se ponían felices! Eran felices porque le importaban a alguien.

Al final del semestre, Yvette me entregó una tarjeta. La había hecho ella misma, y tenía pegadas estampas de corazones. Escribió: “Muchas gracias, te voy a extrañar y te recordaré siempre”.

La nota de Yvette borró cualquier incertidumbre que todavía tuviera acerca de no haber sido abogada.

Yo era maestra. Enseñar era mi camino.

Para entonces Sean y yo llevábamos un año juntos. Estábamos muy enamorados. Me propuso matrimonio y yo acepté. Pero aun así me sentía incómoda con nuestra relación. La noche que Sean y yo nos comprometimos tuve un vívido sueño en 3D en el que el diamante del anillo de compromiso en mi dedo estaba hecho de azúcar, y me lavaba las manos y veía cómo se disolvía bajo la corriente de agua. Desperté sabiendo lo que significaba, pero no estaba lista para admitirlo.

Además, teníamos horarios completamente distintos. Yo me despertaba a las cinco de la mañana para alistarme e ir a la escuela, mientras que muchas noches Sean llegaba hasta las cuatro de la mañana luego de tocar con su banda. Cada vez nos veíamos menos y discutíamos más. Después de un tiempo, una imagen se formó en mi mente. Podía verme en un bote alejándome de la costa, alejándome de Sean. Podía empezar a remar hacia él, o bien podía continuar alejándome.

Elegí continuar alejándome.

Me mudé de nuestro departamento-garaje, y volví a casa de mis padres. La ruptura fue dolorosa. Yo tenía el corazón roto y me replegué en mi interior. Cuando no estaba dando clase, leía, escribía poesía y pasaba el rato en la librería.

Mi amiga Jill me llamó una noche y dijo: “Laura, necesitas volver al mundo”.

Me propuso salir con ella, su novio Chris, y uno de los amigos de Chris.

“No me interesa”, dije.

“Laura, tienes que ir”, dijo. “Sólo ven, te divertirás.”

“De verdad no, gracias”, dije. “Lo último que necesito es que planeen una cita por mí.”

Jill era insistente. “No estamos planeando nada. Sólo vamos a ser una bola de amigos pasando un buen rato.”

“A mí me suena como una cita a ciegas.”

“Bueno, qué te parece esto”, siguió Jill. “Le diré a Chris que traiga dos amigos. Así no serán sólo tú y un hombre.”

Lo pensé. Siempre y cuando no estuviera en una cita a ciegas, ¿cuál era el daño? Lo peor que podía suceder era que me la pasara pésimo.

“Está bien”, dije. “Pero asegúrate de que lleve a dos amigos.”

Unos días después tomé el tren a Manhattan con Jill y Chris. Yo estaba malhumorada y arrepentida de haber aceptado la invitación.

Nos encontramos con los amigos de Chris en la sala de espera del tren a Long Island. Uno de ellos era un sujeto bajo y extrovertido llamado Rich, que se abalanzó sobre mí y no me dejó sola por el resto de la noche. El otro era alto y reservado. Chris nos presentó, y cuando nos dimos la mano algo dentro de mí cambió.

Fue brusco y repentino, como tener mis dedos debajo de una llave con agua fría que de pronto sale caliente. No puedo decir que fue algo romántico; ni siquiera hubo un sentimiento. Escuché una voz interior abrirse paso entre el barullo de Penn Station, y decía: “Ábrete”.

Esas dos palabras fueron suficientes para neutralizar mis pensamientos negativos. No tienes que hacer nada, pensé. Todo lo que tienes que hacer es abrirte.

“Hola”, dijo. “Soy Garrett.”

No sabía nada sobre él aparte de que estudiaría derecho en Brooklyn. La mayor parte de la noche no tuvimos oportunidad de hablar entre nosotros, ya que Rich no se apartaba de mi lado. Alrededor de medianoche decidimos ir a un último bar. Era un lugar diminuto, oscuro y lleno de humo, con algunas mesas en la parte trasera. Cuando Rich fue al baño, Garrett yo nos encontramos sentados uno al lado del otro.

“Así que”, dijo Garrett como si nada, “dime, ¿cuál es tu historia?”

Le conté a Garrett mi historia. Mi historia completa.

Le solté todo en ese diminuto bar nublado de humo. Le hablé de mi infancia, de mis miedos, de mi reciente ruptura. Sin giros, sin adornos, lo dije todo. Garrett fue tan honesto como yo. Me contó lo doloroso que había sido el divorcio de sus padres. Me dijo que su última relación había terminado mal hacía apenas unos meses. Nos dijimos cosas que nadie en una cita casi a ciegas soñaría compartir.

Cuando fue momento de regresar a casa, Garrett me pidió mi número telefónico.

En nuestra primera cita oficial, en un lujoso restaurante de mariscos en Manhattan, caí otra vez en el patrón de soltar todas las verdades. No había artificio, no había pretensión, nada que se interpusiera en nuestro camino. Me esforcé hasta la médula para contarle a Garrett acerca de mis habilidades. Él se mostraba curioso, incluso hasta fascinado, pero para nada pasmado.

No hubo un periodo de seducción real. A los cuatro meses de conocernos ya estábamos hablando de matrimonio.

 

12. LA LLEGADA

 SUCEDIÓ en un cálido domingo de verano, en los cielos sobre Jones Beach en Nueva York.

Garrett trabajaba tiempo completo y estudiaba en la escuela de derecho por la noche. Sus horarios eran una locura. Entre el trabajo, las clases y el estudio no le quedaba mucho tiempo para estar conmigo. Un día, cuando ya llevábamos un año juntos, yo estaba en Jones Beach con mi madre. Mi hermano competía en el triatlón de Jones Beach, y lo acompañamos para animarlo. Jones Beach se encuentra en una de las delgadas islas que sirven de barrera a la costa sur de Long Island, y siempre me ha parecido un lugar espiritual y maravilloso. Al mirar hacia el horizonte sin fin me siento conectada con el universo.

Pero ese día sentí como si algo manchara el sol, miré hacia arriba y vi una cortina oscura y reluciente dibujándose a lo largo del cielo. Cuando mis ojos se adaptaron pude ver que no era negra en lo absoluto, sino de un ámbar intenso y radiante. Y se movía, aleteaba, viva de alguna manera, dejando pasar pequeños rayos de luz solar y esparciéndose a lo largo de la playa. Me quedé paralizada sobre la arena, asombrada por esa rara y poderosa cosa en el aire.

Mientras la observaba me di cuenta de que no estaba viendo una cosa sino miles de cosas: decenas de miles de mariposas monarcas.

Presenciábamos una migración. Grandes nubes de monarcas, sus alas de un naranja brillante con bordes negros, hacían su valiente travesía de Canadá a México, escapando del frío invierno que las mataría. Parecían llenar cada centímetro del cielo, algunas de ellas atreviéndose a aletear a nivel del suelo y aterrizar sobre un brazo o un hombro antes de volver a emprender el vuelo. Fue mágico. Sentí un amor y un afecto abrumador por las mariposas, no sólo por haberme provocado una emoción inesperada, sino porque para mí eran una señal. Cuando era pequeña, mi abuelo tenía una mariposa blanca y café que siempre lo “visitaba” cuando se sentaba en el porche. Después de su muerte, una mariposa blanca y café “visitaba” a mi familia de cuando en cuando: la llamábamos la mariposa de Abu. Cuando crecí, decidí pedir a mis guías y seres queridos en el Otro Lado una señal propia, para saber cuando estuvieran cerca de mí. Escogí una mariposa monarca porque el naranja es mi color favorito. Sin falta, antes de una gran prueba o una decisión importante aparecen mariposas monarcas para hacerme saber que están ahí para mí y que no estoy sola.

Y ahora, de la nada, ¡estaban aquí! Me volví hacia mi madre y la tomé del brazo.

“Esto es”, dije. “El universo me está diciendo algo. ¡Las monarcas están celebrando! ¡Va a pasar algo milagroso!”

Miré a las monarcas tanto como pude, hasta que se alejaron y ya sólo eran una mancha en el cielo distante. ¿Qué anunciaban?, me pregunté. ¿Qué estaba tratando de decirme el universo?

Al día siguiente me enteré de que estaba embarazada.

En el instante en que supe de mi embarazo, todo tuvo sentido. En ese momento sentí un amor abrumador, absoluto e incondicional por mi hija no nacida.

El sentimiento era profundo y arraigado. Me sentí conectada a algo mucho más grande y significativo que mi pequeña vida. Yo era parte de algo vasto, maravilloso, milagroso. ¡Yo era el portal para que una nueva vida viniera al mundo! Me sentí honrada y en paz. Mi hija sería criada con amor, y crecería para ser valiente y fuerte, ¡y cambiaría el mundo! De pronto dejó de importar que Garrett y yo a veces peleáramos. Lo hacíamos porque aún teníamos que crecer, cambiar y mejorar. Pero estábamos destinados a crecer, cambiar y mejorar juntos. Sería un trabajo duro, pero nos ayudaríamos uno al otro para convertirnos en las personas —y los padres— que estábamos destinados a ser. Éste no era sólo mi camino. Era nuestro camino.

Nos casamos en una iglesia luterana en Long Island, y nos asentamos tranquilamente en la vida de casados. Tres semanas antes de mi fecha de parto, empezaron las contracciones. En una sala de parto del hospital de Huntington nació nuestra hermosa hija.

Su nombre fue Ashley.

Era muy pequeña, rosada y rechoncha, y sus pequeños ojos no se podían abrir por la hinchazón. Mientras la sostenía no sentí que fuera la primera vez que la veía: sentí que ya la conocía, como si siempre hubiera sido parte de mí. Y ahora que estaba ahí, percibí que la energía de mi alma se duplicaba. Me sentí más grande de lo que era. Mi amor incondicional por Ashley ya me estaba transformando: estaba creciendo y graduándome hacia otro nivel. Gracias al milagro de Ashley, mi vida nunca volvería a ser la misma.

El accidente del vuelo 800 de TWA había puesto fin a mis lecturas psíquicas, y por casi tres años había apagado mi don. Aún leía la energía de la gente, no podía evitarlo, pero el portal al Otro Lado estaba cerrado.

Sin embargo, unos días antes de saber que estaba embarazada, comencé a sentir una energía extraña. A veces sentía tanta energía que debía ponerme los tenis y salir a correr. Parecía que habían vuelto mis días de jugar futbol, cuando lo único que podía calmarme era correr sin parar por horas. No sabía de dónde venía toda esta energía. Sólo hacía largas carreras hasta que pudiera quemarla.

Pero después de descubrir que estaba embarazada, mi energía se intensificó aún más. También comencé a recibir destellos de información —palabras, imágenes, sonidos, escenas— tal como lo hacía durante las lecturas. Eso continuó durante mi embarazo, pero después del nacimiento de Ashley traté de no pensar en ello y seguí con mi vida cotidiana. No me interesaba dejar entrar al Otro Lado de nuevo.

Pronto me di cuenta de lo que sucedía. El nacimiento de Ashley abrió un portal de luz entre el mundo del que venía y éste. Y una vez que ese portal fue abierto, no había manera de cerrarlo. El Otro Lado se apresuró a cruzar. La llegada de Ashley me llenó de un enorme y poderoso amor, y me hizo sentirme conectada con la humanidad de una manera hermosa y profunda.

Una mañana antes del trabajo le dije a Garrett: “Creo que tengo que empezar a hacer lecturas otra vez”.

Era una recién casada que se estrenaba en la maternidad. También había obtenido una plaza con posibilidades de permanencia en una nueva preparatoria. Garrett trabajaba tiempo completo y estudiaba en la escuela de derecho por la noche. ¿Por qué querría abrir la puerta al Otro Lado de nuevo y permitir que eso entrara a nuestras ocupadas vidas? No tenía alternativa.

“Podrías comprometer tu trabajo como maestra”, dijo Garrett.

“Entonces lo haré de forma anónima”, respondí. No podía detener el flujo de información que recibía. No podía ignorar el llamado.

Esta vez puse un anuncio en eBay. Sólo usé mi segundo nombre, Lynne, y me hice llamar clarividente. Puse cinco dólares como puja inicial para una lectura. No sabía si alguien caería, pero en un solo día varias personas pujaron. El precio final fue de 75 dólares. Vino de un oficial de policía de mediana edad en Arizona. Acordamos un horario para hablar.

El día de la lectura sentí una ansiedad familiar. No estaba segura de si alguien o algo se presentaría.

Llamé al oficial de policía a la hora acordada, y enseguida dos figuras aparecieron: su madre y su padre. Estaban ahí para calmar y consolar a su hijo. Le dijeron que estaban bien, en paz y que se sentían orgullosos de él. Su madre habló de todo lo que él había hecho por ella antes de que cruzara. Su padre indicó que él había cruzado debido a un paro cardiaco y no había podido despedirse. Le dijeron que soltara su culpa por las cosas que no había podido decir. Cuando terminó la lectura, la voz del policía cambió. Sonaba aliviado, incluso feliz. Comprendí que la lectura fue un evento de sanación profunda para él. Cuando colgó, yo estaba exhausta y alegre.

Ashley no sólo había abierto una puerta; la había hecho estallar.

Yo era consciente de que Garrett no estaba muy cómodo con lo que yo hacía. Siempre ha estado abierto a mi don y me ha apoyado, pero cuando vio que esas lecturas serían una parte importante de mi vida, se preocupó.

“¿Cómo sabes que no estás conectando con el lado oscuro?”, preguntó. “¿Cómo sabes que no te estás comunicando con el diablo?”

Eran preguntas válidas, y mi única respuesta era que sólo lo sabía. Sabía porque todo lo que aparecía en mis lecturas era hermoso y basado en el amor. Aun así, hasta ese punto no había realizado tantas. Sentí que eran correctas y que estaban bien, pero ¿y si no lo eran? ¿Qué era lo que estaba dejando entrar a mi hogar y a mi familia?

No tenía buenas respuestas.

Entonces, un día le realicé una lectura a una mujer de mi edad y que, como yo, tenía una hija. A excepción de que su hija, Hailey, había muerto a los tres años.

En la lectura sentí una tristeza demoledora, y supe que esta madre estaba atrapada debajo de ella. Había capas y capas de culpa porque sentía que le había fallado a Hailey al no salvarla. Se había enclaustrado, apenas dejaba la casa, ignoraba las festividades, evitaba a los amigos, sufría cada hora de cada día. Su vida, su corazón y su alma estaban terriblemente rotos. Yo estaba hablando con alguien que ya no sabía cómo vivir.

Al inicio de la lectura apareció una figura diminuta. Supe que era una niña. Ella me dijo todo sobre su madre: que se culpaba por haberle fallado a su hija, que se había congelado en el duelo. Después puso la mano sobre su estómago y supe lo que trataba de comunicar.

“Está apareciendo”, le dije a la madre. “Dice que murió por un padecimiento del hígado. No hay nada que hubieras podido hacer para evitarlo. Dice que no estaba destinada a permanecer con nosotros por mucho tiempo. Estaba destinada a venir y sentir amor incondicional, pero no debía permanecer. Dice que no debes confundir la tristeza con la culpa. Debes soltar la culpa. Sientes que le fallaste como madre porque no pudiste salvarla, pero ése no era tu papel. Tu papel era amarla.”

Hubo un largo silencio al otro lado del teléfono, interrumpido por pequeños y débiles sollozos. Que la valiente y hermosa hija de esta mujer apareciera y trajera consuelo —que estuviera tan decidida a ayudar a su madre a sanar— era realmente emotivo, no sólo para su madre sino también para mí.

Unos días después, recibí por correo un paquete de la madre. Escribió que nuestra lectura había disipado su nube de desdicha y le había permitido respirar de nuevo. Saber que su hija aún estaba con ella lo cambió todo. Por primera vez en mucho tiempo, había salido de su casa y visto a sus amigas. Su hija le salvó la vida.

Junto con la carta había algo empacado con cuidado, envuelto en papel burbuja. Era una pequeña figura de cerámica: un pequeño ángel. La madre me explicó que lo había comprado antes de que su hija se enfermara porque se parecía a su pequeña niña. Después de la muerte de su hija, el ángel de cerámica fue la posesión más preciada de esta mujer, su única conexión, pensaba, con la hermosa alma que la muerte arrancó de su lado.

Pero ahora, escribió, quería que yo lo tuviera. Aún lo adoraba, pero decía que ya no lo necesitaba tanto.

Le mostré la carta y el ángel a Garrett. Él la leyó y salió a dar una vuelta. Poco después volvió y se sentó junto a mí en la sala, con el pequeño ángel en la mano.

“Tu lectura le cambió la vida”, dijo Garrett. “Estaba paralizada por el dolor. Se encontraba atrapada en su casa y no quería vivir, y después de hablar contigo se dio cuenta de que deseaba vivir otra vez. Todo en esta carta es puro, positivo y hermoso. Todo es sobre sanar. Lo que estás haciendo es sanación.”

La convicción de Garrett me fortaleció. Después de una vida de batallar con mi don, supe que ahora debía aceptarlo. No sé si hubiera podido llegar a ese lugar sin Garrett. Al final, llegamos juntos.

 

13. LA PANTALLA

 CUANDO comencé a hacer lecturas, mientras vivía con Sean, en realidad no entendía lo que era una lectura. Sabía que podía acceder y leer la energía de una persona, y que esto me daba fragmentos de información acerca de su camino y su propósito en la vida. Con el tiempo caí en cuenta de que también podía conectar con las personas que habían cruzado al Otro Lado. Podía ser una “intermediaria” entre la gente en la Tierra y aquellos que habían cruzado. Aprendí que mi responsabilidad era interpretar todo lo que apareciera, ser una especie de traductora. Al principio fue difícil, como aprender otro idioma, pero con el tiempo fui mejorando. Empecé a comprender lo que significaban ciertos símbolos. Era como jugar un juego psíquico de mímica, y volverme buena en ello.

Aun así, nunca desarrollé un protocolo para mis lecturas que me permitiera cambiar de un don al otro y de regreso sin que todo se confundiera. Pero después de que Ashley nació y la información del Otro Lado comenzó a aparecer con más claridad y fuerza, tuve que encontrar una manera más organizada de comunicarme con el Otro Lado. En poco tiempo, desarrollé un método de lectura: tal como había hecho con la enseñanza y el manejo de un salón de clases, ideé un sistema que me ayudó a conectar con gente muerta de una forma mucho más eficiente.

Primero, aprendí que estoy más cómoda haciendo lecturas por teléfono porque me puedo concentrar por completo. Eso no significa que no puedo leer con eficacia en un encuentro cara a cara, o frente a grupos amplios; es sólo que leer por el teléfono me permite desaparecer, por así decirlo, y convertirme en un instrumento.

Para empezar voy a mi habitación, cierro la puerta y bajo bastante las luces. Me siento en una posición de yoga y me quito los calcetines. Puede sonar tonto, pero cuando las plantas de mis pies descalzos se tocan siento que crean un círculo en el que la energía fluye por mi cuerpo sin interrupciones.

Cierro los ojos y me concentro en mi respiración. Cuando me siento lista, me coloco la diadema inalámbrica y contacto a la persona que vaya a leer: el sedente. Después vuelvo a cerrar los ojos y permanecen así durante toda la lectura: los abro sólo cuando siento retroceder la energía del Otro Lado y a mi propia energía volver.

Cuando el sedente está al teléfono, digo un par de palabras acerca de lo que voy a hacer y el papel que tendrá el sedente en la lectura. Explico que cuando leo, pienso en ello como un triángulo de luz: mi energía se conecta a la del sedente y ésta a la de su ser querido del Otro Lado. También le pido que guarde sus preguntas hasta el final de la lectura, porque espero que el Otro Lado responda a lo largo de la lectura aquello que el sedente quiere saber. Explico que una lectura es un juego psíquico de mímica: palabras, números, nombres, fechas, símbolos, imágenes, todo tipo de cosas aparecen. Mi trabajo es interpretar la información y transmitirla. Le comento al sedente que si digo algo que no parece tener sentido, no debe tratar de hacerlo encajar sino decirme que no le evoca nada.

Por ejemplo, el Otro Lado puede mostrarme una manzana gigante para indicar que el sedente es maestro. Pero yo puedo tergiversarlo y decir: “¿Te gusta hornear tartas de manzana?” Si el sedente me dice que eso no tiene sentido, daré un paso atrás e intentaré reinterpretar la imagen. Pero si quiere ser educado e intenta hacerlo encajar, no daré con el mensaje. También le digo que no importa si yo no entiendo el mensaje que le estoy entregando mientras él o ella sí lo comprenda. Esto sucede bastante seguido. Su ser querido transmitirá un mensaje y el sedente entenderá perfecto lo que significa, pero no tendrá sentido para mí. Después, al final de la lectura o en un correo, el sedente puede decirme lo que significaba el mensaje, y por lo general es algo muy específico o un chiste privado. Siempre me impresiona cómo el Otro Lado logra transmitir mensajes tan íntimos a través de mí sin que yo sea consciente de su significado.

Durante la lectura, cuando estoy conectada por completo, emerge un campo de visión. Un campo rectangular vacío aparece en mi mente, un área que llamo mi pantalla. No es coincidencia que mi pantalla se parezca mucho al pizarrón de un maestro. Le di forma y lo organicé para que me ayude a comunicarme con el Otro Lado. Fotografías, símbolos, imágenes e incluso breves cortes de video aparecen en mi pantalla.

También, con la práctica, fui capaz de dividir mi pantalla en dos. Del lado izquierdo sucede la actividad psíquica. Aquí es donde siempre empiezo una lectura porque me ayuda a alinear y conectar mi energía con la del sedente: es donde veo su aura central, el mapa en colores del camino de su alma. Por ejemplo, si el color de una persona es naranja, sé que está marcada como artista y que su camino involucra crear arte y colmarse con arte. El azul indica un alma avanzada que es profundamente intuitiva y está aquí como sanador o maestro.

A menudo veo más de un color en el aura central de un sedente. También puedo ver una segunda aura separada, más inmediata, que compete a su camino actual. Esta segunda aura aparece en una línea y me da una imagen rápida de la energía de la que proviene el sedente y aquella en la que se encuentra en la actualidad. También me ofrece un mapa de lo que le depara el futuro. Por ejemplo, si veo el color amarillo a la izquierda de mi pantalla, seguido de verde a la mitad y naranja a la derecha, significa que la persona ha salido de un periodo de enfermedad, depresión y baja energía, se encuentra en una etapa de cambio y crecimiento, y está a punto de entrar en un periodo fructífero y de alta creatividad.

El lado izquierdo de la pantalla es también donde aparecen los espíritus guías del sedente en forma de puntos de luz. Los espíritus guías son seres espirituales evolucionados que actúan como mentores y nos ayudan guiándonos por nuestro camino en este plano. Todos los tenemos, por lo general en equipos de dos o tres.

El lado izquierdo también me muestra una línea de tiempo horizontal de la vida del sedente. Estas líneas se ven como líneas históricas de tiempo, con pequeñas marcas verticales en ciertas edades para señalar acontecimientos significativos en su senda de vida, tanto en el pasado como en el futuro.

Me mantengo en el lado izquierdo de la pantalla —leyendo auras, evaluando energías, examinando líneas de tiempo— hasta que veo y siento a alguien “empujando” del lado derecho de mi pantalla. La mitad derecha de la pantalla después se divide en niveles: superior, medio e inferior, y en ellos observo pequeños pero vibrantes puntos de luz. Estas luces son la energía de nuestros visitantes del Otro Lado. Reservo la parte superior derecha de la pantalla para los seres amados del lado materno, y la parte inferior derecha para los del lado paterno. Amigos, primos y compañeros suelen aparecer más cerca de la mitad de la pantalla.

Una vez que los puntos de luz aparecen, suelen mostrarme letras, palabras, nombres e imágenes. Arranco las pistas, determino de dónde vienen, las interpreto lo mejor que pueda y se las transmito al sedente. También puedo “escuchar” cosas de los visitantes —lo que se denomina clariaudiencia— pero esta escucha no está fuera de mi cuerpo sino dentro, de la misma manera en que se “escucha” un pensamiento.

Sumado a mi pantalla, el Otro Lado también utiliza mi cuerpo para comunicar información. Esto se llama clarisentencia. Durante una lectura puedo sentir cosas de verdad como presión, congestión y dolor. Puedo sentir opresión en el pecho, como si alguien se sentara sobre mí, o que me falta el aliento, una repentina sacudida en el pecho o ardor. Puedo oler humo, sentir calor o experimentar docenas de sensaciones, todas las cuales decodifico para que correspondan con situaciones específicas. Puedo decir qué sensación va a usar el Otro Lado para comunicar un paro cardiaco (la sacudida repentina) y cuál va a comunicar una falla cardiaca a largo plazo (la sensación de que mis pulmones se llenan de fluido).

Estas sensaciones son parte del vocabulario de la lectura. Tal vez es que soy maestra, pero este sistema de comunicación me ayuda a que mis lecturas sean pulcras y eficaces; sin ello estaría a merced de almas que pueden ser tan indomables como los chicos de preparatoria un viernes por la tarde. E incluso con mi sistema de organización en su sitio, ¡a veces todavía lo son! Le digo a los sedentes que cada lectura es distinta, porque los amigos y parientes que cada quien tiene del Otro Lado son diferentes. Durante algunas lecturas, seres queridos del Otro Lado aparecen uno a la vez, comparten lo que quieren decir, y dejan espacio para el siguiente. En otros momentos es todos contra todos, donde se interrumpen y sus palabras se enciman a las del otro. Sin importar cómo aparezcan, siempre parecen felices por tener mi atención y la del sedente.

Si te preguntas cómo es que aquellos del Otro Lado saben usar mi pantalla o mi cuerpo, o incluso cómo me encuentran, mi respuesta es: tan sólo lo saben. Estamos atados por hilos de luz a todos a quienes hemos amado. Esos hilos nunca pueden romperse. Piensa en ellos como un sedal de amor: si jalas de un lado, el otro siente el tirón. Y aquellos en el Otro Lado están siempre en busca de aperturas entre los dos mundos. Pueden encontrar el portal que necesitan.

Lo más importante que necesita saber un sedente es que no necesita de un médium psíquico para comunicarse con los seres queridos que han fallecido. Si abrimos nuestras mentes y corazones, empezaremos a ver los signos y mensajes que nos envían para sentir su presencia en nuestra vida cotidiana.

 

14. AMAR Y PERDONAR

 UNA vez que establecí mi sistema de comunicación con el Otro Lado, mis lecturas se volvieron más claras y poderosas. Una de ellas fue con una mujer de mediana edad llamada Joann: supo de mí por un amigo y me contactó para una lectura. Nunca había estado en una.

Cuando estábamos al teléfono, el padre de Joann apareció de inmediato. Me dijo que había cruzado hacía treinta años. Se suicidó. Se disculpó con Joann y explicó que no había estado lúcido cuando lo hizo. Joann me dijo que sabía que era verdad, y que lo había entendido y perdonado años atrás.

Después su padre me mostró una pequeña criatura, una gatita. La gatita estaba con él, a sus pies. El padre de Joann me dijo que era importante que su hija supiera esto.

“Joann, esto puede sonar extraño”, dije, “pero tu papá me está mostrando una gatita que está ahí con él, y dice que es muy importante que sepas que la gatita está bien”.

Joann estaba en silencio. Pasó un tiempo antes de que hablara.

“Sé a la perfección de lo que está hablando”, dijo. “Nunca le he dicho esto a nadie, pero te lo diré a ti.”

Cuando Joann era una niña pequeña, escuchó decir a alguien que los gatos siempre caen de pie. Ella quería ver con sus propios ojos si era cierto, así que tomó a la gatita de la familia, una cosa diminuta llamada Peluda, la cargó afuera de una ventana abierta de su departamento en el quinto piso y la soltó. La gatita cayó sobre la acera y murió.

Los siguientes cincuenta años, Joann albergó una profunda e hiriente culpa por lo que había hecho. Nunca logró sacudirse la idea de que, en lo profundo, era una persona horrible. Nunca se perdonó por matar a la gatita, y debido a eso su vida era más difícil y oscura de lo que debería.

Ahora, en la lectura, su padre aparecía y le decía: Suéltalo. Déjalo en paz. La culpa que cargas no te pertenece. Perdónate y suéltalo.

El intercambio entre Joann y su padre fue muy conmovedor para ella, y también para mí. Después de la lectura, Joann inició el proceso de soltar la culpa. Pasó menos tiempo estancada en los errores. Con el tiempo cambió su apreciación fundamental sobre sí misma de ser una persona terrible y sin sentimientos, a la de ser alguien buena, amorosa y amable. Aceptó el camino de luz y se convirtió en una versión más clara de sí misma, una versión mejorada.

Nuestra capacidad de amar y perdonar —de aceptar las fallas en los demás y en nosotros mismos— es nuestra fortaleza más grande. El Otro Lado me mostró eso en la lectura de Joann. Es un aprendizaje crucial para todos nosotros, porque el amor y el perdón son constantes. Siempre habrá alguien en nuestras vidas que necesite perdón. Y a veces esa persona serás tú.

Sí, podemos vivir nuestra vida sin perdón, y solemos hacerlo. Decimos: “Nunca le perdonaré por lo que hizo”, y alimentamos un reclamo por años, incluso décadas, a veces incluso cuando la persona ya se ha ido. A veces la incapacidad de perdonar nos sigue cuando cruzamos al Otro Lado, hasta que nos damos cuenta de que nuestras relaciones continúan después de esta vida y que la necesidad de perdón nunca se va. Si no aprendemos esta lección, nos apartamos de la posibilidad de seguir el camino verdadero de luz y de convertirnos en nuestro mejor y más auténtico ser.

Pero la noticia más maravillosa es que nunca es demasiado tarde para perdonar. Y nunca es demasiado tarde para pedir perdón.

La lectura de Joann me mostró que todo lo que hace el Otro Lado está hecho con amor. El amor es la moneda de cambio en el Otro Lado. Y si no pedimos perdón, aquellos en el Otro Lado encontrarán una manera para perdonarnos de todas formas, tal como lo hizo el padre de Joann.

No necesitamos una lectura con una médium para recibir perdón del Otro Lado. Lo único que debes hacer es pedirlo. Puedes contactar a tus seres queridos al proyectar tus pensamientos hacia ellos. Cuando proyectas perdón al Otro Lado, tus seres queridos siempre reciben el mensaje. Todo lo que requieres para perdonar a los seres queridos que has perdido es otorgar ese perdón, y todo lo que necesitamos para ser perdonados es pedirlo. El perdón, ya sea que lo necesitemos o lo otorguemos, es un don maravilloso.

Atestigüé cómo el perdón cambió la vida de Joann. El perdón la sanó.

Otra de mis primeras lecturas también me enseñó bastante acerca del poder del perdón. Barb, una mujer de cincuenta años, también escuchó sobre mí por una amiga. Me llamó desde su cocina en Pennsylvania y durante la lectura pude escuchar que repetía a su esposo, Tony, quien estaba a su lado, algo de lo que yo le decía.

“Él no cree en nada de esto”, me dijo Barb. “Piensa que cuando mueres eso es todo: te entierran y se acabó. Pero de cualquier manera quiero que hables con él.” Antes de que yo pudiera decir nada, le pasó el teléfono a Tony.

Oh, no, pensé. ¿Cómo va a acabar esto? ¿El Otro Lado aparecerá para un escéptico? Tony me saludó de mala gana; era su manera de hacerme saber que no creía nada de esto. Respiré profundo, esperando a que alguien apareciera para él, y eso sucedió: apareció su padre.

Me dijo que su nombre era Robert y que tenía un mensaje urgente para su hijo.

“Tu padre está aquí y quiere decirte algo muy importante”, le dije a Tony. “Y es muy importante que yo lo entienda y te lo diga de la manera correcta. Tu padre quiere que te diga que lamenta mucho lo del cinturón.”

Del otro lado de la línea, Tony no dijo nada. Continué.

“Tu padre quiere que sepas que cuando cruzó al Otro Lado revisó su vida, entendió lo que estabas haciendo y se arrepiente de lo que hizo con el cinturón”, dije. “Te pide perdón. Quiere que lo perdones.”

Escuché que Tony empezaba a llorar en silencio.

Su padre me mostró más. Me enseñó un suceso, en la forma que llamo un “fragmento de película” en mi mente. Vi al joven Tony sentado en su cama, con la puerta de su cuarto cerrada. Lo vi sosteniendo un cinturón, y supe que el cinturón significaba mucho para él. Le narré estas imágenes a Tony, quien recuperó la compostura y me contó la historia, la cual nunca había compartido con nadie.

Una fría noche de diciembre, cuando Tony tenía siete años, fue a una reunión de los Boy Scouts; allí le dieron un kit para hacer su propio cinturón de cuero. Estaba emocionado porque tuvo la gran idea de hacerle un cinturón a su papá para Navidad.

Durante la reunión trabajó mucho en el cinturón, tallando diseños, haciéndole agujeros y fijando la hebilla. Después lo llevó a casa, escondido en el bolsillo de su abrigo para poder terminarlo. Fue directo a su cuarto y continuó trabajando. En su emoción, Tony olvidó sacar la basura, lo que era su obligación por las noches.

No era la primera vez que Tony olvidaba hacerlo. Su padre solía enojarse mucho, pero esa noche en particular el hombre estalló, subió al cuarto de Tony y empujó la puerta, iracundo.

Ahí vio el cinturón. Lo tomó y azotó a su hijo con él. La golpiza fue breve, duró unos pocos segundos, pero dañó algo sagrado entre Tony y su papá.

“Nunca le di el cinturón”, dijo Tony. “Ni siquiera le dije sobre él. Nunca le dije a nadie. Pero me ha puesto triste todos estos años. Siempre sentí que lo había decepcionado de alguna manera.”

El padre de Tony apareció otra vez.

“¡No!”, le dije a Tony. “Tu padre dice que te diga que fue él quien te falló. Dice que no entendió la situación entonces, pero ahora sí. Y está muy arrepentido. Está pidiendo que lo perdones. Quiere que sepas lo mucho que te ama y que siempre has sido un excelente hijo.”

Yo me esforzaba por contener las lágrimas, pero no por esta triste historia. Acababa de ver que una luz hermosa pasaba entre Tony y su papá. Tony había cargado con ese dolor durante toda su vida y ahora podía sentir cómo lo dejaba ir. Presenciaba una gran sanación entre un padre y un hijo, después de la muerte del padre.

“¡Está bien, papá!”, dijo, su voz temblando con gran emoción. “¡Está bien! Por favor dile a mi padre que está bien.”

“No me necesitas a mí para decírselo”, dije. “Puedes hacerlo tú mismo. Está contigo todo el tiempo. Está ahí siempre. Sólo di lo que necesitas decir. Él puede escucharte.”

Tony le devolvió el teléfono a su esposa. Aún podía escucharlo en el fondo, diciendo una y otra vez: “Está bien, papá. “Está bien, está bien, está bien.”

A partir de esa lectura comprendí que los hilos de luz que nos unen a quienes amamos nunca pueden romperse, ni siquiera cuando cruzamos al Otro Lado. No pierden su fuerza; de hecho pueden fortalecerse. En mis lecturas con Tony y Joann observé que sus relaciones crecieron incluso después de la muerte. El padre de Tony entendió cosas de una manera en la que no había sido capaz cuando estaba en la Tierra. Vi que nuestros pensamientos y acciones les importan mucho a los del Otro Lado, y que podemos ayudarlos a seguir creciendo con nuestro amor y comprensión. Está en nuestro poder sanar a quienes amamos.

 

15. LO QUE TE PERTENECE

 CON cada lectura aprendía más. Aunque muchas personas acudían a mí en momentos decisivos, inseguras de qué camino tomar, comprendí que mi papel no era dar consejos. El Otro Lado envía signos y señales que nos ayudan a tomar las decisiones correctas por nuestra cuenta.

Cuando conocí a Mary Steffey supe que era un alma especial. Era una madre adoptiva que había cuidado a niños en situación de desventaja. Ya antes le había hecho una lectura, pero de nuevo acudió a mí porque debía tomar una gran decisión: adoptar o no a una niña pequeña llamada Aly, a quien había acogido. Apenas comenzó la lectura, Mary fue directo al grano.

“¿Dañaré a mi hija Mariah si adopto a Aly?”, preguntó.

No recibí una respuesta clara. En lugar de eso, vi el aura de Mary. Era morada, lo que me indicó que era un alma avanzada que venía a esta vida para ayudar a otras almas en sus caminos. Pero cerniéndose alrededor del radiante morado del aura de Mary, había una capa de oscuridad.

“La oscuridad significa que te sientes atrapada”, le dije a Mary. “Está cubriendo tu energía. No significa que vayas a tener una mala vida. Sólo significa que tu vida no será fácil.”

Después el asunto de Amy se enfocó con mayor claridad.

“El Otro Lado está empujando a Aly lejos de su familia biológica”, dije. “Aly ya escapó de una puerta a la muerte, una puerta abierta por abandono. Ahora, hacia delante, veo un tejido de posibilidades. Veo muchas puertas distintas, diferentes resultados. Hay más de un resultado posible. Y hay más de una familia que puede tomar a Aly.”

Debido a la lectura anterior yo sabía algunos detalles de la vida de Mary. Su sueño de toda la vida era ser madre. Se volvió trabajadora social para estar cerca de los niños, en particular niños problemáticos. Se casó y quedó embarazada; su esposo, Tandy, es perforador de pozos y también hace labor ambiental. Pero a los cuatro meses de embarazo, perdió al bebé. Lo intentó otra vez pero de nuevo lo perdió. Durante otro embarazo, una noche despertó con dolor y tuvo que correr al hospital.

“Tienes suerte”, le dijo el doctor. “Unos minutos más y no lo habrías logrado.” Pero Mary no se sentía con suerte.

En total, soportó seis embarazos fallidos.

Con el corazón apesadumbrado se dio por vencida en su sueño de ser madre, incluso como madre adoptiva. Sin un bebé propio, no creía tener la suficiente fuerza para acoger a un niño que quizá sería devuelto a su familia biológica. Sería demasiado duro. En lugar de ello, Mary fundó una perrera y se rodeó de perros. Reorganizó sus prioridades. Olvidó su sueño.

Entonces, un día despertó sintiéndose mal. Al instante supo que estaba embarazada de nuevo. El embarazo fue difícil, todo salió mal. Tuvo toxemia, presión arterial alta y fue hospitalizada dos veces. Durante cuatro largos meses, Mary guardó reposo en cama. Pero mantuvo la esperanza. Incluso escogió un nombre para su bebé: Mariah, en memoria de Mimi, tía de Mary. “Cuando había una tormenta Mimi solía decir: ‘Cuando el viento sopla fuerte, Mariah está en la puerta’. Ése era el nombre que quería para mi hija.”

Una semana después de cumplir treinta y nueve años y con la bebé aún sin llegar a término, Mary comenzó con el trabajo de parto. Tan pronto nació, una enfermera se la llevó. Mary esperó las noticias sobre la condición de su hija. ¿Estaba fuerte y sana? ¿Pesaba al menos dos kilos y medio? Pronto, una enfermera regresó con las noticias. Mariah no pesaba dos kilos y medio, ni siquiera tres.

Mariah pesó casi cinco kilos y estaba fuerte.

El milagro del nacimiento de Mariah le dio fuerza a Mary para revivir su otro sueño: convertirse en madre adoptiva.

“¿Pero qué hay de Mariah?”, me preguntó Mary durante la lectura. “¿Adoptar a Aly le hará daño?”

“Todo sucede por una razón”, dije. “Aly cambiará a Mariah de muchas maneras. No de manera negativa, sin embargo será difícil. Pero eso no significa que será algo malo. Sólo será arduo. Aly siempre le planteará desafíos a Mariah, pero puedo ver que Mariah tiene un espíritu espléndido. Y no importa qué suceda, el espíritu de Mariah cantará. Siempre cantará.”

Mary comenzó su carrera como madre adoptiva proporcionando cuidados eventuales, acogiendo niños en su casa campestre en Pennsylvania por periodos cortos para darles un descanso a padres adoptivos fijos. Mary nunca acogió bebés y niños pequeños, porque eran más fáciles de colocar. Mary acogía adolescentes. Los adolescentes solían ser retraídos y estar enojados, o eran ariscos y resultaba imposible lidiar con ellos. Sin importar qué tan enojados estuvieran, Mary era capaz de ver a través del enojo y reconocer las heridas. Podía ver las partes buenas y vulnerables en ellos.

“Los adolescentes no saben dónde pertenecen, dónde encajan”, me dijo. “Estos chicos en particular, los que no tienen familias propias, los que fueron rechazados o abandonados o alejados. A veces actúan como si fueran malos, pero en realidad no lo son. Sólo actúan para sentirse más grandes.”

Un día Mary recibió una llamada de una trabajadora social de Servicios de Protección a la Infancia.

“Tenemos una niña y esperamos que puedas acogerla”, dijo la trabajadora social. “Sólo necesitamos dos semanas mientras encontramos una solución permanente para ella.”

“¿Dónde está ahora?”, preguntó Mary.

“Aquí, en una oficina. Está encerrada dentro.”

“¿Encerrada? ¿Por qué?”

“Porque mordió a todos.”

La niña tenía tres años y se llamaba Aly. Había sido víctima de un abuso terrible. Cuando su familia se desintegró por violencia doméstica, Aly y su madre vivieron en la calle por varios meses. Se quedaban en refugios, pero nunca por mucho tiempo porque el comportamiento agresivo de Aly siempre provocaba que las echaran. Mordía, golpeaba y rasguñaba, y en una ocasión persiguió a una maestra por el salón de clases gruñendo como animal.

También tenía un trastorno que la orillaba a comer todo lo que llegara a sus manos; uñas, plumas, crayones, incluso basura. También se sabía que agarraba partes inapropiadas de los adultos. Tenía casi cuatro años pero todavía no hablaba, no decía una sola palabra. Los trabajadores sociales la equiparaban con una niña criada en el bosque. Página tras página, la pila de archivos sobre su caso se refería a ella como “silvestre”.

“Mary, tengo que decírtelo”, le advirtió la trabajadora social, “Aly es uno de los peores casos que he visto.”

No era un buen momento para que Mary acogiera a otra niña en su casa. Recientemente se había caído, fracturándose el tobillo. También estaba muy ocupada con Mariah, que tenía siete años y acababa de ser diagnosticada con trastorno de déficit de atención y una condición llamada trastorno de procesamiento sensorial. Todo tipo de estimulación sensorial —como luces brillantes, sonidos fuertes, una costura inusual en su calcetín— podían perturbar a Mariah, hacer que fuera de un lado al otro de la casa y se obsesionara. Sumar a ello una niña difícil como Aly no parecía justo para Mariah, para el esposo de Mary o incluso para ella misma. Mary tenía todas las excusas en el mundo para negarse.

Pero aceptó.

Mary me platicó de la primera vez que puso los ojos en Aly. Estaba con Mariah en el porche delantero y vio una Jeep Cherokee azul estacionarse frente a la casa. Una de las puertas traseras se abrió y salió un trabajador social, cargando a una niña con cabello rubio revuelto y ondulado. La pequeña llevaba unos tenis raídos que claramente eran demasiado pequeños para ella, una camiseta blanca que le quedaba muy grande y unos shorts hechos jirones. Parecía dormida, pero era más probable que estuviera sedada.

El trabajador social cargó a Aly hasta el porche y la recostó sobre una silla de mimbre. Mary preguntó si tenía más ropa.

“No, esto es todo”, respondió el trabajador social.

Aly abrió los ojos despacio. Su expresión estaba en blanco.

“Parece una víctima de guerra”, susurró Mariah.

Mary observó a los trabajadores sociales irse. Ahora Aly era su problema. Se armó de valor y dio un paso hacia la niña. Aly miró hacia arriba con sus ojos vacíos y aturdidos.

“Hola, Aly”, dijo Mary. “Ésta es mi hija, Mariah.”

Mariah la saludó con la mano. Aly no reaccionó. Después Mary dijo: “Y yo soy...”

Pero antes de que pudiera terminar, incluso antes de decir su nombre, Aly hizo algo extraño. Levantó la mano derecha, colocó el dedo índice sobre su sien y apuntó directo a Mary.

Después, Aly dijo: “Mamá”.

Nada en la vida de Mary la preparó para Aly, para lo salvaje, iracunda, perturbadora y silenciosa —siempre en un silencio inquietante— que podía ser.

La primera vez que Mary llevó a Aly a dar un paseo en coche, Aly golpeó en la cara a Mariah con la hebilla metálica del cinturón de seguridad. Unos días después le pegó con el teléfono inalámbrico. La imagen de Mariah con un ojo morado y la nariz hinchada hicieron llorar a Mary. Otro día Mary descubrió a Aly comiéndose la mugre de las suelas de sus zapatos. Durante la cena Aly cogía la comida con las manos y se la atiborraba en la boca. Cuando Mary dejaba a Aly en la guardería, escuchaba a los otros niños decir: “Ay, no, ahí viene Aly”. Eso le rompió el corazón.

“¿Cuándo vendrá su madre a recogerla?”, preguntó Mariah. “Por favor, mamá, regrésala a su casa. Es mala.”

Devolver a Aly a los Servicios para la Infancia hubiera sido la salida fácil, incluso inteligente. Sin embargo, Mary decidió quedarse con ella después de las dos semanas iniciales. En poco tiempo, los trabajadores sociales comenzaron a presionarla para que adoptara a Aly; no encontraban una familia dispuesta a acogerla. Pero, ¿y Mariah? ¿Podía Mary ayudar a Aly sin lastimar a su propia hija? No parecía posible. Durante semanas a Mary le angustió tomar la decisión.

Por último, una trabajadora social le dijo a Mary que debía decidirse.

“Necesitamos encontrar una casa para Aly de inmediato”, le dijo.

“Necesito más tiempo”, respondió Mary.

“No tenemos más tiempo. Debemos colocarla ahora.”

“Está bien, hagan lo que tengan que hacer”, dijo Mary, conteniendo las lágrimas. “Entréguenla a otra familia.”

Al día siguiente, una pareja de unos cuarenta años visitaron la casa de Mary para pasar el día con Aly. Mary sabía que al darle a esta pareja la oportunidad de adoptar a Aly, ella podía perderla. Desde que la había llamado mamá, Mary se sentía cercana a la niña. Más que eso, se sentía responsable por su bienestar. Pero debía pensar en Mariah.

Mary observó cuando la pareja subió a Aly al auto y se marcharon. Después fue a su cuarto, cerró las cortinas, se recostó sobre la cama y lloró.

Unas horas después, Mary escuchó al auto detenerse. Observó desde el porche que la mujer bajaba cargando a Aly. Aly pataleaba y se sacudía tratando de escapar de sus brazos. Mary se dio cuenta de lo que ocurría: Aly luchaba por regresar a su lado.

Mary bajó los escalones del porche y Aly se abalanzó a sus brazos. En ese momento, un pensamiento claro y poderoso se formó en la mente de Mary: Esta niña me pertenece.

“La pasamos bien”, dijo la mujer. “Fuimos a una alberca y nadamos. Aly se divirtió.”

Pero Mary apenas escuchaba. Sabía lo que debía hacer. Aly se abrazó a sus piernas. Pero saberlo no facilitaba la decisión.

“Mamá, ¿por qué queremos quedarnos con Aly?”, preguntó Mariah. “Tú, yo y papá somos un gran triángulo.”

“Sí”, respondió Mary, “pero podríamos ser un gran diamante.”

Mary nunca se había sentido tan segura —y tan insegura al mismo tiempo— acerca de una decisión en su vida. Fue entonces cuando me llamó.

“El Otro Lado no puede aconsejarte sobre Aly”, le dije a Mary durante la lectura, “porque esa decisión es una prueba para tu alma. Te corresponde a ti. Tiene con ver con descubrir tu verdadero camino y tu propósito en la vida. Lo que pase tú lo decidirás.”

Sabía que esto no era lo que Mary quería escuchar; que ella buscaba una orientación específica.

Durante la lectura, y antes de que Mary me lo dijera, el Otro Lado me había mostrado que había otra familia dispuesta a acoger a Aly.

“No tienen hijos propios, y están dispuestos a adoptarla”, le dije a Mary. “Allí hay una conexión. Veo que les diste una oportunidad. Decidiste dejar ir a Aly y fue doloroso porque es una de las posibilidades que se hilvanan. Aly podría quedar en cualquier otra parte. Hay muchas salidas para Aly, y algunas no son buenas.”

No había respuestas para Mary, pero el Otro Lado intentaba consolarla a pesar de su angustia.

“Debes entender que sin importar lo que suceda, ya le has dado mucho a Aly”, dije. “Ya has causado un gran impacto en su vida.”

“Pero, ¿y qué pasa con Mariah?”, preguntó Mary.

Escuché con atención, y las palabras salieron de mi boca.

“Sigue adelante”, dije, “debes dejar que el amor te guíe. Habrá una sola indicación hacia adelante, y ésa será el amor. Cuando tomes tu decisión, deja que el amor te guíe, no el miedo. Deja siempre que el amor te guíe.”

Hoy, unos diez años después de esa lectura, la vida en la casa de Mary en Pennsylvania es más caótica que nunca.

Desde 2005 ha adoptado a cinco niñas con necesidades especiales. Una de ellas nació siendo adicta a las drogas. Otra fue adoptada pero sus padres adoptivos la devolvieron después. Otra de las niñas había sido maltratada brutalmente. Todas ellas han pasado años en el sistema, yendo de un hogar adoptivo a otro, hasta que conocieron a Mary.

Cuando Mary habla sobre ellas, expresa su amor y admiración por lo lejos que han llegado. Dijo que cuando las conocieron “eran lo peor de lo peor”. “Si no estuvieran aquí, quizá estarían en hospitales, cárceles, psiquiátricos o incluso muertas. Junto a ellas Aly parece no haber tenido jamás problema alguno. Pero las amo mucho y les estoy enseñando en casa, somos nuestro pequeño salón de clases. Nuestra pequeña y propia utopía. Una vez, la más chica se enojó por algo y gritó: ‘Quiero irme de aquí’, y le dije: ‘No puedes irte, eres parte de esta familia. Tenemos una relación para siempre’.”

Mary no está criando sola a las niñas. Tiene a su maravilloso esposo, por supuesto, y a Mariah, quien ha crecido como una joven hermosa, sensible y caritativa que adora y ayuda a nutrir a sus hermanas adoptivas.

Y Mary tiene otra ayudante muy especial en la casa. Su hija, Aly.

En 2005, después de nuestra lectura, Mary decidió adoptar a Aly.

“Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida, pero también una de las mejores”, dijo. “Aly se ha convertido en la persona más amorosa. Se le dificulta la expresión y algunas otras cosas, pero ha sido capaz de absorber lo que yo quería para que pudiera sentirse segura en su vida. Cuando llegó no podía leer, ni siquiera hablar. Ahora lee 130 palabras por minuto y expresa lo que siente. Forma un corazón con las manos y dice: ‘Te amo, mamá’. Le encanta dar abrazos. Es una de las personas más amorosas que he conocido.”

En uno de los expedientes de evaluación de Aly, una trabajadora social escribió: “Dudo que exista alguna ayuda para ella. Está demasiado dañada”. Pero Mary vio algo que nadie más notó. “Vi la ligereza de espíritu de Aly”, dijo. “Sólo necesitaba que le enseñaran a amar.” Mary y Aly se sometieron a una terapia de apego para recrear todos los momentos importantes de vinculación afectiva que faltaron en la vida de Aly.

“Un día Aly me dijo: ‘Mami, yo salí de tu panza, ¿verdad?’ ”, recuerda Mary. “Yo dije: ‘¿Tú qué crees?’, y Aly respondió: ‘Creo que salí de tu panza’. Sólo dije: ‘Bueno’.”

Juntas, Mary y Aly crearon su propia historia como madre e hija, y ésta comenzó con el entendimiento de Mary de que su camino en la vida no necesariamente era el más fácil. “Sabía que quería quedarme con Aly y que estaba destinada a ello, pero no lo deseaba si significaba herir a Mariah”, dijo Mary. Pero quedarse con Aly también fue una gran bendición para Mariah.

“Toda mi vida cambió gracias a Aly y mis hermanas”, dice Mariah ahora. “He aprendido mucho de ellas. Sé lo mucho que me aman, y lo puro, incondicional e infinito que es su amor. Y eso me hace querer ser la persona que mis hermanas piensan que soy. Me hace querer vivir a la altura de su amor.” De hecho, Mariah planea estudiar terapia ocupacional para ayudar a niños como Aly.

Mirando en retrospectiva, Mary Steffey se da cuenta de que fuerzas poderosas estaban en acción cuando tomó la decisión de convertirse en la madre de Aly. El amor fue la clave para esa decisión. “Lo que me ayudó a entenderlo todo fue el amor”, dice. “No sólo por Aly, sino el amor de Aly por mí. Y el amor de Aly por Mariah, también. Desde que tomé esa decisión, mi vida ha estado infinitamente más bendecida.”

 

16. FAMILIA POR SIEMPRE

DURANTE mi segundo año como maestra acepté un trabajo en una preparatoria de Long Island que albergaba a 1 400 alumnos y estaba evaluada como una de las mejores del estado. Tenía dieciséis equipos deportivos, dos docenas de cursos de Colocación Avanzada, y pujantes clubes de teatro y música. Me encantó y me sentí en casa al instante.

Como resultado, mi confianza como maestra creció. Lo mismo sucedía con mis habilidades: mientras más trabajaba en ellas, mejor me volvía. Mi progreso en ambos frentes era muy emocionante. Me di cuenta de que esos dos caminos paralelos no estaban tan separados como creía.

Ser médium psíquica me ayudó a desarrollarme como maestra. Mi don me ayudó a entender la importancia de honrar las conexiones entre los estudiantes y yo. Me brindó intuiciones acerca de quiénes eran los alumnos y qué necesitaban.

De la misma manera, mis experiencias como maestra me ayudaron a clarificar y refinar mis habilidades. Me ayudaron a comprender que mis lecturas tenían que ver con el aprendizaje, las preguntas, la exploración, y no tanto con las respuestas. En ambos trabajos tenía la misma meta: ayudar a que la gente alcanzara su verdadero potencial.

Aun así, yo procuraba mantener separados esos dos aspectos de mi vida. No es que estuviera avergonzada de mi trabajo como médium psíquica; sólo no quería arriesgarme a perder mi trabajo de maestra. No podía estar segura de cómo reaccionaría la gente, y me preocupaba que si mis estudiantes sabían al respecto, pudiera volverse una distracción para ellos. Así que me aseguré de que nadie en la escuela supiera de mi otra identidad: ni los alumnos ni los maestros, y sin duda tampoco el director.

A veces, durante una conversación rutinaria con un colega, de pronto aparecía información para esa persona. Si yo sentía que debía compartirla, decía con delicadeza algo como: “Yo pienso que...” o “Tengo el presentimiento de que...” Pero una vez, mientras hablaba con Jon, un maestro con quien me llevaba bien y cuya energía me gustaba, de pronto apareció una corriente de información. Antes de darme cuenta, me descubrí compartiéndola con él.

“Sabes, Jon, tu auto está a punto de descomponerse”, le dije. “También, tú y tu novia van a romper. Pero no te preocupes, ambas cosas te llevarán a algo mejor. Un auto mejor, y pronto conocerás a una nueva chica también, y ella es con quien te casarás.”

Jon me miró de manera extraña.

“¿Eres...?”, dijo después de una pausa desconcertada.

“No le digas a nadie”, le dije, “pero sí”.

Por suerte, Jon mantuvo mi secreto a salvo. Además, la información que le di demostró ser cierta. Él y su novia rompieron, pero conoció a una nueva chica poco después y terminó casándose con ella. Y su coche se descompuso, pero pronto tuvo un auto mucho mejor. Creo que el Otro Lado de verdad quiso que lo previniera para que, en lugar de deprimirse cuando sucedieran esas cosas, que parecían malas, comprendiera que todo era parte de un plan mayor.

Mis lecturas privadas iban bien, pero sentí la necesidad de expandirme en lo que hacía. Me sentía motivada a ayudar a tantas personas como me fuera posible a ver caminos más claros en sus vidas. Quería que supieran que no estaban solos. También me sentí obligada a ayudar a la gente que estaba en duelo. Quería ayudarles a sortear su dolor y a sentir la presencia de sus seres queridos en sus vidas.

Había escuchado acerca de una organización llamada Forever Family Foundation (FFF), cuya misión era “establecer la continuidad de la familia, aunque un miembro haya abandonado el mundo físico”. Se sustentaban mucho en la ciencia y estaban comprometidos a fomentar la investigación acerca de la vida después de la muerte. Todo su trabajo era sin fines de lucro, y los médiums psíquicos acreditados por FFF eran voluntarios.

La organización fue concebida y materializada por Bob y Phran Ginsberg. Bob es cálido y habla con suavidad, tiene ojos amables y una sonrisa traviesa; Phran es una castaña bonita con una fuerza interior impresionante. Phran era muy intuitiva y a veces tenía experiencias sobrenaturales: por ejemplo, veía a un hombre trabajando en su coche y de inmediato sabía lo que él necesitaba arreglar. Una vez le dijo a Bob que ella iba a ganar un coche nuevo y dos días después, en un encuentro de Tupperware, ganó un Ford Pinto color verde. Sin embargo, nunca dio mucha importancia a esas habilidades.

Una noche de septiembre de 2002, Phran despertó asustada por un sueño intenso. Más tarde le dijo a Bob que temía que algo terrible sucediera ese día. “Seamos cuidadosos allá afuera”, dijo.

Esa noche los Ginsberg salieron a cenar a un restaurante chino en Long Island con su hijo mayor, John, y la más pequeña de sus hijas, la alegre y bonita Bailey, de quince años. Después de la comida Phran y Bob fueron a casa en su auto mientras Jon y Bailey fueron en el Mazda Miata de él. Phran y Bob se desviaron para comprar leche; de camino a casa se cruzaron con un accidente.

En una estrecha calle curva de dos carriles, con agua de un lado y una loma verde del otro, una camioneta que venía en sentido opuesto había impactado el Miata. La camioneta sólo tenía un faro roto, pero el Miata había sido destrozado por completo del lado del pasajero, donde iba sentada Bailey.

Jon fue llevado en helicóptero a un hospital a unos kilómetros de ahí. Bob lo acompañó. Bailey fue llevada en ambulancia al hospital de Huntington. Phran la siguió a bordo de una patrulla. En el camino los paramédicos revivieron a Bailey varias veces.

En el hospital, Phran, horrorizada y en shock, se sentó en la sala de espera mientras los doctores estaban con Bailey. Por un momento casi se queda dormida, y en esos instantes tuvo un sueño vívido.

En el sueño, se vio a sí misma sentada en el asiento del pasajero del Miata. Vio venir a la camioneta directo hacia ella, en dirección contraria, por el carril equivocado. Vio a Jon torcer fuerte el volante hacia la izquierda para evitar el impacto, exponiendo el lado del pasajero. Y vio a la camioneta embestir el Miata, y hacer que volcara.

El choque en el sueño despertó a Phran de una sacudida. Llamó a su esposo y le dijo: “Sé cómo sucedió”.

Pronto un doctor se acercó a Phran. El daño en los órganos de Bailey era devastador y no había nada más que hacer. “Bailey murió en el hospital justo unas horas después del choque”, dice Phran. “Fue el peor día de mi vida.”

El hermano de Bailey sobrevivió al accidente pero no recuerda nada. Sin explicación posible, la policía dejó ir a la otra conductora sin interrogarla, y desapareció sin dejar rastro. Bob y Phran no tenían manera de saber qué sucedió, a excepción del sueño de Phran.

Unas semanas después, Bob le preguntó a su esposa: “¿Cómo sabes lo que sucedió en el accidente?”

“No sé”, dijo Phran. “Sólo lo supe.”

La respuesta enfureció a Bob.

“Él pensaba que si yo sabía, si había una fuerza invisible que me dijo lo que había pasado, por qué entonces no había sido yo capaz de detenerlo antes de que sucediera”, dice Phran. “Estaba furioso conmigo. No lo entendía. Era su manera de lidiar con el dolor.”

Unos meses después, una compañía de seguros contrató a un experto en reconstrucción de accidentes para recrear el choque. El reporte del experto confirmó la interpretación que Phran había hecho del accidente. Pero eso sólo levantó más preguntas. ¿Cómo sabía Phran? ¿Por qué lo había soñado? ¿Quién le había dado la información?

“Necesitábamos respuestas”, dice Bob. “Sentíamos que pasaba algo que necesitábamos saber.”

Bob y Phran tuvieron la idea de que tal vez, en ese espacio misterioso en que la vida y los sueños se cruzan, podía haber algún tipo de consuelo para padres en duelo como ellos. Quizá la historia de la vida y la muerte de su hija —hasta ahora una historia inaceptablemente sencilla en la que la hermosa Bailey estaba aquí un día y al siguiente ya no— aún necesitaba ser contada.

Así que leyeron libros acerca de fenómenos psíquicos. Fueron a ver médiums. Abrieron sus mentes a una nueva manera de mirar las cosas. Esa búsqueda los condujo a una conclusión ineludible: “Hay un mundo que no se ve”, dijo Bob, “y estamos destinados a trabajar con él”.

Bon y Phran hicieron equipo con el doctor Gary E. Schwartz, profesor de psicología, medicina, neurología, psiquiatría y cirugía, además de director del Laboratorio para Avances en la Conciencia y la Salud en la Universidad de Arizona, y entre todos fundaron Forever Family Foundation. Por medio de la fundación ayudarían a personas en duelo al tratar de conectarlas con los seres queridos que hubieran perdido, construyendo así un puente entre este mundo y el próximo. Sería el puente de Bailey.

En 2005 contacté a FFF y dije que era una médium psíquica interesada en ofrecer mis servicios como voluntaria. Me comentaron que el primer requisito era pasar un riguroso examen de certificación. Implicaba hacer varias lecturas, una detrás de otra, mientras se evaluaba mi precisión.

Un día caluroso de agosto me hallé en una sala de conferencias en un hotel en Long Island junto con otros cuatro médiums. Dos de ellos parecían conocerse, lo que me hizo sentir como la chica nueva en mi primer día de escuela. No era amiga de ningún otro médium psíquico y no formaba parte de ninguna comunidad de médiums psíquicos. Había muy pocas personas con las que podía hablar sobre mi don.

Nos guiaron a un amplio salón de baile donde se aplicarían los exámenes. Trajeron a un hombre de mediana edad y lo sentaron frente a todos los médiums. Nos pidieron leerlo en silencio durante quince minutos y escribir en un bloc de notas lo que apareciera.

Yo estaba nerviosa. Nunca me habían pedido leer en público, y por supuesto nunca habían evaluado mi lectura. Me concentré intensamente en el hombre y escribí todo lo que apareció.

Al cabo de los quince minutos un trabajador de FFF nos dijo que el hombre se llamaba Tom. La mujer sentada junto a mí llamó mi atención con el codo.

“¡Mira esto!”, dijo emocionada, señalando su bloc de notas. Había escrito Tom.

Sonreí con amabilidad. Lo único que logré fue saber que su nombre empezaba con T. Aun así, algo en ese breve intercambio con la mujer —me enteré de que era una médium psíquica llamada Kim Russo— me tranquilizó. Sentí como si estuviéramos juntas en la trinchera, casi como si fuéramos colegas. Esa sensación de camaradería me consolaba de una manera extraña.

Después nos pasaron a una de las cinco estaciones que tenían en alcobas separadas, cada una con una cámara de video registrando los resultados. En cada estación había un sedente sosteniendo un portapapeles. El sedente no tenía permitido hablar con nosotros; sólo podía decir sí o no. Cuando las lecturas comenzaran, los médiums tendrían quince minutos para leer a cada sedente antes de rotar a la siguiente estación para otra lectura de quince minutos. Los sedentes evaluarían las lecturas por su exactitud. Esa parte del examen, pasando por las cinco estaciones, duraría 75 minutos.

Me senté nerviosa en mi primera estación y respiré profundo. Después miré el rostro de la mujer frente a mí, la sedente. Nadé hacia el espacio entre nosotras y conecté mi energía a la suya y con la del Otro Lado. El nerviosismo desapareció. Dejé de pensar quién era yo y qué hacía. Sólo le presté atención al Otro Lado y compartí lo que allí decían.

Apareció el padre de la mujer, y después llegaron su tía y su abuela materna. Me dieron fechas importantes para su familia. Me mostraron cómo murieron algunos miembros de la familia. Hablaron sobre el trabajo que ella había estado haciendo en su casa en los últimos días. El Otro Lado filtró información, y antes de darme cuenta ya era momento de moverme hacia el siguiente sedente.

Para el tercer sedente me sentí abierta por completo al Otro Lado. Leía para una mujer que aparentaba estar en sus cuarenta. Su hijo apareció de inmediato. Me dijo su nombre y me contó que había fallecido en un accidente de auto. Después hizo algo extraño: me mostró la fecha de cumpleaños de mi hija Ashley, que es el 16 de mayo.

“¿Su hijo cruzó el 16 de mayo?”, le pregunté a la sedente.

Su rostro palideció y su labio empezó a temblar. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

“Sí”, dijo.

Su hijo empezó a hacer chistes desde el Otro Lado. Narró anécdotas familiares simpáticas. A través de sus lágrimas, la mujer rio y también yo. No quería dejarla cuando se acabó nuestro tiempo.

La siguiente sedente —una mujer de apenas treinta años— también había perdido un hijo. Él me dijo que su nombre era Michael y que había fallecido por cáncer. Me mostró tres años en una línea de tiempo, lo cual significaba que había cruzado hacía tres años. Y también él hizo reír a su madre al hablar de lo caprichoso que era con la comida. Después le agradeció el amor que le había mostrado mientras estuvo aquí.

“Ésa fue su lección”, expliqué. “Sentir amor incondicional. Por eso él estaba aquí. Y completó la lección. Me pide que te diga que siempre se sintió seguro, incluso mientras cruzaba. Cruzó rodeado de amor.”

Leí para una persona más, y después el examen terminó: apagaron las cámaras de video y bajaron los portapapeles. Estaba exhausta. Sentí que me había ido bien en las lecturas, y me di cuenta de que había aprendido algo nuevo. Estaba sorprendida del chico que me informó de la fecha de su cruce señalándome el cumpleaños de Ashley. De alguna manera él había sido capaz de usar mi marco de referencias para lograr transmitir el mensaje. Me di cuenta de que el Otro Lado tiene acceso a cada pensamiento, momento y detalle íntimo de mi vida, y que quienes están allí usan ese acceso para transmitir mensajes y confirmaciones a sus seres queridos.

Phran nos dijo que tendríamos noticias de FFF en pocas semanas con los resultados. Nos dijeron que los sedentes frente a nosotros eran sedentes profesionales: personas entrenadas para no revelar nada durante las lecturas, para descubrir trucos, artilugios y lecturas fraudulentas.

Di la vuelta por la sala de conferencias y de pronto estaba junto a Kim Russo y otra médium psíquica, Bobbi Allison. Kim y Bobbi ya eran amigas. Las dos eran de mi edad, bonitas, inteligentes y muy realistas. Me encantó su energía. Platicamos acerca del examen y comparamos notas, relajándonos. Nuestra conversación fue casual, como tres amigas que charlaban.

“¿Quién es tu maestro?”, me preguntó Bobbi.

“¿Mi maestro?”, dije. “No tengo maestro.”

Kim y Bobbi estaban desconcertadas. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que no tener un maestro o mentor era poco común. Me hablaron de sus mentores y de cómo las habían guiado a explorar sus dones más allá. Se referían a sus maestros con mucho amor y admiración, como si no hubieran podido llegar hasta ahí sin ellos.

Hicimos planes para reunirnos, y un par de semanas después nos vimos para cenar en un restaurante cerca de donde vivíamos. Continuamos donde lo habíamos dejado. Cada una contó la historia de cuando por primera vez se dio cuenta de que era diferente. Kim explicó que cerró los ojos para dormir y recibió visiones de personas que no conocía. “Veía gente muerta en mi cuarto cuando tenía nueve años”, dijo.

Bobbi nos narró que su abuela, su madre y tres hermanas eran psíquicas. “Siempre leía a las personas”, dijo. “La gente comenzó a llamarme Señorita Sabelotodo. Incluso mi familia se hartó. Me decían que me dejarían en casa cuando salieran porque siempre arruinaba las cosas con mi ‘saber’.”

Mi cena con Kim y Bobbi fue emocionante. Sentí una ligereza de espíritu que hacía mucho no percibía, si es que alguna vez la había experimentado. Nos lanzamos ideas, comparamos técnicas, e incluso nos leímos unas a otras. Éramos como tres amigas normales dándose consejos una a otra, sólo que los consejos provenían del Otro Lado.

Esta vinculación afectiva fue muy significativa para cada una. “Es difícil mantenerte equilibrada con todas las lecturas”, dijo Bobbi. “Debes encontrar tu equilibrio. Y me mantengo equilibrada en compañía de amigas que tienen la misma energía.”

Sabía de qué hablaban. Todas teníamos los mismos miedos y problemas. Las tres necesitábamos un lugar seguro para ser nosotras mismas. Antes de esa noche me sentía sola contra el mundo. Ahora, sin embargo, tenía una especie de familia psíquica. Acordamos cenar una vez al mes para hablar, reírnos, comprendernos y apoyarnos. Ahora tenía una hermandad. Un lugar seguro.

Pocas semanas después del examen de certificación, recibí una llamada de Phran Ginsberg. Me explicó cómo había sido calificado mi examen: cada sedente entregaba notas numéricas que se empleaban para calcular mi precisión. Phran dijo que mis resultados eran altos, lo que quería decir que mis lecturas habían sido excepcionalmente precisas.

“Felicidades”, dijo. “Estás certificada.”

Sentí que mi corazón se aceleraba y mis ojos se llenaban de lágrimas. Había sido aprobada para participar en los eventos patrocinados por FFF. Había encontrado la forma de llevar mis habilidades al siguiente nivel. Sentía la necesidad de ayudar a quienes sufrían y ahora podía hacerlo. Estar certificada por FFF era una poderosa validación para mí, pero era más que eso. También era un momento electrizante. Era un llamado a actuar. Ahora formaba parte de algo más grande que yo misma.

Era parte de un equipo de luz.

Tenía la sensación de que mi vida como médium psíquica estaba por cambiar.

 

17. MÁS COSAS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA

 ASHLEY había cumplido cinco años cuando Garrett y yo decidimos que era el momento indicado para tener otro bebé.

Siempre habíamos querido tener otro hijo pero sentíamos que necesitábamos esperar un poco. Nuestras vidas eran agitadas, a veces caóticas: Garrett estaba terminando la escuela de derecho y se preparaba para el examen de la barra, y yo era madre primeriza, nueva maestra y además médium psíquica. Con el tiempo las cosas comenzaron a tranquilizarse. Garrett pasó el examen de la barra de abogados, y mi plaza como maestra fue definitiva. Pudimos economizar, ahorrar y comprar una casa de una planta con tres habitaciones en una silenciosa y arbolada calle en Long Island. Le dije al universo que estaba lista. Había llegado el momento de tener un bebé.

Pero no quedé embarazada al instante y comencé a cuestionar al universo. ¿Estaba destinado a pasar ahora o no? Para acelerar las cosas fui a la farmacia a comprar una prueba de ovulación. Llevé a Ashley conmigo.

Me encontré en un pasillo rodeada de dos paredes con pruebas de embarazo, pruebas de ovulación y todo tipo de productos para concebir. Me sentí abrumada. Empecé a pensar que podría no quedar embarazada y me sentí despojada. Estaba cediendo ante mis miedos. Hice mi mejor esfuerzo por esconderle mis sentimientos a Ashley, pero por dentro me sentía muy mal.

En ese momento, Ashley me jaló la camisa.

“Mami”, dijo, “¿sabías que Fuzzle está recostado a tus pies en este momento, dándote amor?”

¿Fuzzle?

Fuzzle había sido la mascota de la familia cuando yo era niña. Era una hermosa y afectuosa terrier blanca y la adoraba. Fuzzle siempre me consoló y me dio amor cuando lo necesité. Era increíblemente leal. Cuando salíamos de vacaciones se acurrucaba sobre una de las maletas la noche anterior, para que no olvidáramos llevarla. Yo amaba a Fuzzle como cualquier niña adora a su primera mascota, y juré mantenerla para siempre en mi corazón. Pero ya no pensaba en Fuzzle todo el tiempo. Después de todo, ella había cruzado casi hacía dos décadas. Estaba segura de habérsela mencionado a Ashley y tal vez vio una foto de la perrita, pero siendo honesta Fuzzle no aparecía a menudo en nuestra vida cotidiana.

¿Y ahora mi hija de cinco años me decía que Fuzzle estaba enroscada a mis pies en el pasillo de la farmacia?

De inmediato supe que era cierto.

Ya sospechaba que Ashley poseía algunos dones como los míos, por lo que no me sorprendió que pudiera ver a Fuzzle. Pero estaba sobrecogida de emoción porque Fuzzle aparecía con un mensaje de amor justo cuando lo necesitaba. Todas mis dudas y miedos acerca de embarazarme se desvanecieron en ese momento. Tuve la fuerte sensación de que todo estaría bien.

Un mes después, estaba embarazada.

Estar embarazada otra vez me llenó de alegría y energía. Nueve meses después un hermoso niño llegó al mundo con una corona de cabello dorado y reluciente. Parecía resplandecer. Lo llamamos Hayden.

Esperaba que los meses después de su nacimiento fueran atareados, agotadores y difíciles, pero también felices y gloriosos, tal como habían sido después del nacimiento de Ashley. Pero esta vez fue diferente. En lugar de júbilo, sentí depresión, ansiedad y me absorbió la energía negativa. No era culpa de Hayden; él era un bebé dulce y alegre. Fue algo que el embarazo provocó en mi cableado interior. Tenía cambios de energía y de emociones: era como vivir en una casa donde el termostato iba de caliente a frío a caliente otra vez. Por momentos sentía como si una nube de oscuridad se cerniera sobre mí.

¿Era depresión postparto? Sin duda mis síntomas encajaban con el diagnóstico: tristeza, ansiedad, irritabilidad, episodios de llanto, sueño interrumpido. Pero tenía otro síntoma aterrorizante: empecé a tener pensamientos negativos.

No hice nada malo o dañino, Dios sabe que nunca lo haría. Pero me di cuenta de que podía hacerlo. Y no importaba lo que me esforzara por activar pensamientos positivos para eliminar los negativos, no podía superarlos. Los pensamientos oscuros no se detenían. Era aterrador. Ésta no soy yo, me decía a mí misma una y otra vez. Trabajo en la luz, no en la oscuridad. ¡Ni siquiera veo películas de terror! Regresó estruendosa una sensación familiar: “¿Y si estoy loca?”

Tuve que enfrentarme a la realidad de que quizá algo muy serio me ocurría, tal como había sospechado gran parte de mi vida. Todo lo que había avanzado para aceptar mis habilidades, para encontrar mi lugar en el mundo, de pronto estaba en riesgo. Fue un periodo doloroso y agónico.

Decidí buscar ayuda e hice una cita con un psiquiatra.

Cuando entré a la oficina del doctor Marc Reitman estaba hecha un manojo de nervios. ¿Hablar acerca del Otro Lado me haría parecer demente? ¿El doctor Reitman me encontraría incapaz de cuidar a mis hijos?

Su actitud me tranquilizó. Su energía era suave, amable y amorosa. Aun así, temía lo peor.

Empecé hablándole de mis aterradores pensamientos. No me guardé nada. El doctor Reitman escuchó en silencio, sin delatar ninguna emoción o juicio. Cuando terminé, hizo una pregunta sencilla.

“Sé que tienes estos pensamientos oscuros, ¿pero crees que en algún momento vayas a llevarlos a cabo?”, me preguntó.

No dudé ni un segundo. “Por supuesto que no”, dije. “Ni en un millón de años. Nunca, pero nunca haría algo por el estilo.”

“Entonces está bien”, dijo el doctor Reitman.

Sentí alivio, pero sabía que debía contarle el resto.

“Eso no es todo”, dije. Le conté de cómo supe que mi abuelo iba a morir cuando yo tenía once años. Del sueño que tuve con John. De cómo siento la energía de la gente y los veo en colores. De cómo hablo con los muertos y cómo responden. De cómo me transmiten mensajes para sus seres queridos.

El doctor Reitman escuchó estoicamente. Yo temía su respuesta.

“Déjame preguntarte algo, Laura”, dijo con calma. “Cuando haces estas lecturas, ¿recibes información exacta? ¿Ayuda a la gente?”

“Oh, sí”, le dije. “Recibo nombres, fechas y todo tipo de datos que los confirman. Y los mensajes son siempre acerca de sanación y amor. Las lecturas son hermosas. Yo misma aprendo mucho de ellas. Me encanta ser parte de ellas.”

El doctor Reitman sonrió y me miró a los ojos.

“No creo que estés loca”, dijo. “No deberías pensar en estas cosas como síntomas de nada. Deberías verlos como talentos que necesitas explorar. El universo es más grande de lo que pensamos.”

En esas cuantas palabras, esas mágicas y sanadoras palabras, escuché el hermoso eco de mi amado William Shakespeare, quien, a través de Hamlet, dijo: “Hay más cosas en el cielo y en la Tierra, Horacio, de las soñadas en nuestra filosofía”.

Me sentí libre. Mi miedo más grande —estar loca, delirante— desapareció. Sentí que había aprobado una especie de examen psicológico.

El doctor Reitman se concentró en los síntomas de mi depresión postparto. Diseñó un plan de tratamiento que inició con medicamentos para lidiar con los cambios de ánimo y los pensamientos negativos. Pero yo no metabolizo la medicina como la mayoría de la gente. Tengo una tolerancia muy baja a cualquier tipo de sustancia. Incluso una tableta de ibuprofeno puede hacerme sentir débil y desanimada. Sin embargo, accedí a intentarlo.

En pocas semanas me di cuenta de que la medicina no me ayudaba con los cambios de ánimo. También interfería con mis habilidades. En lugar del rápido flujo de información que solía recibir durante una lectura, ahora recibía más bien un goteo constante. El doctor Reitman decidió probar con un estabilizador natural del ánimo llamado SAM-e.

Funcionó. Los pensamientos negativos se esfumaron, como una pesada niebla evaporada por el sol. El flujo natural de información del Otro Lado regresó. De hecho se intensificó, tal como había sucedido después del nacimiento de Ashley.

Seguí con SAM-e por unos cuantos meses hasta que me sentí equilibrada por completo. Pero el tratamiento del doctor Reitman de mis síntomas postparto fue tan importante como su aceptación de mi don. No había nada en su formación como psiquiatra que tocara lo sobrenatural, pero tuve suerte de que estuviera abierto a cosas que no se encuentran en textos psiquiátricos.

Fui a ver al doctor Reitman varias veces en los meses siguientes. Me sentía segura y libre de discutir sobre mis habilidades con él, y mientras más hablábamos, menos insegura y aislada me sentía.

¿Haber encontrado a un psiquiatra con una mente curiosa y sin prejuicios fue simple suerte? No lo creo. Parecía que el Otro Lado seguía colocando personas especiales en mi camino, gente destinada a ayudarme a comprender y honrar mis habilidades.

El doctor Reitman era una de ellas.

 

18. LA GORRA DEL POLICÍA

CON mi energía y mis habilidades equilibradas otra vez, estaba lista para hacer lecturas de nuevo. En ese entonces recibí una llamada de Phran Ginsberg a la Forever Family Foundation, para invitarme a participar en un evento especial llamado “Cómo escuchar cuando tus hijos hablan”. Asistirían diez parejas de padres que habían perdido a sus hijos, con una médium psíquica: yo.

Tragué saliva y le dije a Phran que lo haría.

El evento estaba programado para la última semana de agosto. En las semanas previas sentí que mi ansiedad escalaba. Era como un zumbido interno cada vez más fuerte hasta que se volvió casi insoportable. Pasé mucho tiempo hablando con el Otro Lado, pidiéndoles que por favor estuvieran allí y me dieran mensajes para las familias en duelo. Nunca había hecho algo así. Tendría que entrar a un salón únicamente con mi pantalla interior. Sin plan B, sin otro médium que me ayudara si el Otro Lado no aparecía a través de mí. Tenía que confiar en el Otro Lado por completo.

Pasé la semana anterior al evento con mis hijos, disfrutando los últimos días del verano. Hayden, de dieciséis meses, y Ashley, de siete años, me mantuvieron ocupada y distrajeron mi mente del evento. Aun así, cuando llegó el día estaba más nerviosa que nunca. El zumbido interno estaba al máximo. Intenté comer, pero apenas podía engullir algo. Tampoco cené.

Garrett trabajaba como abogado de planta para una gran cadena menudista, y no volvería a casa hasta las seis y media. Mi mamá vino a cuidar a mis hijos mientras él llegaba. Besé a mis hijos, le di las gracias a mi mamá y subí a mi Honda Pilot. Llamé a Garrett desde el coche y me aseguró una vez más que estaría bien. Cuando colgamos me concentré en mi respiración. Inhala, exhala. Encuentra tu centro. Conecta con tu yo espiritual.

Y de pronto, en la autopista de Jericho, los niños vinieron a mí.

Salí de la autopista y conduje al estacionamiento del Staples. Saqué un pequeño cuaderno que guardo en mi bolso y escribí tanto como pude lo que decían los niños. Incluso mientras esto sucedía, apenas podía creerlo. Nunca me habían bombardeado con tanta intensidad los mensajes del Otro Lado.

Después de unos minutos regresé a la autopista de Jericho y aceleré hacia el Hilton de Huntington. Llegué al evento justo a tiempo. Los padres ya estaban sentados en la sala de conferencias, pero había un silencio escalofriante. Parecía que faltaba aire en el ambiente. Sentía la pesadez a mi alrededor.

“Ella es Laura Lynne Jackson”, les dijo Bob Ginsberg a los padres. “Es una médium certificada por la Forever Family Foundation, y está hoy aquí para ayudarnos a aprender a comunicarnos con nuestros hijos.”

Bob y Phran salieron del salón para dar la mayor privacidad posible a los padres. Apenas salieron, la atención de todos se centró en mí. Como maestra, estoy acostumbrada a que la gente me observe con detenimiento mientras hablo, pero esto era distinto. El silencio era insoportable. Tenía que hacer algo, debía comenzar a hablar. Pero no sabía qué decir.

De pronto me di cuenta de que todo lo que necesitaba hacer era dejar que los niños hablaran. Y sentí que todos se lanzaban al mismo tiempo.

“Sus hijos están aquí”, empecé. “Y hay algo que desean que ustedes sepan.”

Sin notarlo, me había deslizado a ese lugar que está apenas un poco sobre mi cabeza: el lugar en el que dejo de habitar mi cuerpo físico y me convierto en mi yo espiritual, donde ya no soy el “yo” que conozco y puedo soltar mis preocupaciones terrenales. Sentí un clic y una puerta que se abría.

Los niños se presentaron como puntos de luz en mi pantalla interior. Aparecieron de modo claro y fuerte, y fue emocionante. Estaba rodeada por estos niños hermosos con toda su hermosa energía.

“Sus hijos están aquí reunidos, alrededor de ustedes en este momento”, les dije a los padres. “Y tienen un mensaje colectivo que desean que ustedes escuchen. Están diciendo: ‘Por favor no se preocupen por nosotros. Estamos bien. Estamos a salvo. Hagan a un lado sus miedos y preocupaciones para que pasemos este tiempo juntos. Hay muchas cosas que queremos decirles’.”

Sentí que esas palabras rompían la tensión en la sala. Se disipó un poco la pesadez. Entendí por qué los niños habían venido a mí antes del evento, en mi auto. Sabían que sus padres tendrían la guardia en alto, que habían construido muros a su alrededor para bloquear el dolor, la pena y la ira. Así que vinieron a mí con un mensaje en común para todos sus padres: Derriben los muros, bajen la guardia para que podamos acercarnos. No tengan miedo ni confusión ni resistencia. Por favor, sepan que estamos aquí con ustedes, a su lado, ahora mismo.

Estos niños, tan vibrantes y llenos de luz, nos invitaban a nadar en su energía feliz. No sentí nada más que amor puro. Nada de miedo, dolor ni culpa: sólo amor. Es como cuando esperas en el aeropuerto a alguien a quien amas profundamente, y de pronto ves a esa persona doblar una esquina y caminar hacia ti: es el mejor sentimiento del mundo. Así me sentí en esa sala de conferencias. Acogida por el amor.

Esta vez, para mi sorpresa, los niños se alinearon sin prisa, uno por uno, en lugar de agobiarme como en el coche. Yo no guiaba el orden de los acontecimientos, ellos lo hacían. Sentí que alguien aparecía, y luego un fuerte tirón —lo llamo lazo de energía, la sensación del Otro Lado guiando mi cuerpo— hacia una pareja en el extremo de la mesa. El hombre permanecía estoico, no permitía que ninguna emoción asomara a su rostro. Su esposa estaba sentada junto a él pero sin tocarlo, y lloraba.

Quien apareció fue una adolescente. Me mostró que era hija única, para que pudiera entender el dolor particular de sus padres cuando falleció. Me mostró la letra J, pero también una palabra corta, como para decir que tenía un apodo.

“Su hija está apareciendo”, les dije a los padres. “Me muestra un nombre con J, pero le decían de otra manera. Jessica o Jennifer, pero ustedes la llamaban de otra manera.”

Sus padres asintieron ligeramente. Se llamaba Jessica, pero le decían Jessie.

Después Jessie me mostró lo que le sucedió.

“Empezó en el pecho”, dije.

Más tarde me enteré de la historia completa por sus padres. La mañana del Viernes Santo de 2007, Jessie, estudiante del segundo año de preparatoria, bajó las escaleras de su casa en Falls River, Connecticut. Les dijo a sus padres: “Me siento mal”.

“Jessie, no tienes escuela hoy”, le contestó Joe, su padre. “No tienes que fingir que estás enferma.”

“No, de verdad estoy enferma”, dijo ella. “De verdad me siento mal.”

Justo el día anterior, Jessie había jugado lacrosse y asistido al entrenamiento del Club de Exploradores para adolescentes de la policía estatal, dos de sus muchas pasiones. Era guapa e inteligente, tenía cabello rojo, pecas y una sonrisa cálida y tímida. Jessie nunca bajaba el ritmo: a los quince ya era una estudiante notable, cinta negra de segundo grado y buza certificada. Adoraba a sus amigos, a su familia y a su golden retriever, Paladin (Pal, en diminutivo), y tenía una gran curiosidad acerca de la vida.

Cumpliría dieciséis en dos semanas y empezaba a salir con su primer novio.

“No era nada serio”, dijo Maryann, su madre. “Sólo me dijo: ‘Mamá, amo a alguien’, como hacen los adolescentes.”

Joe y Maryann llevaron a Jessie al pediatra, quien les dijo que tenía influenza. Esa noche Jessie tosió sangre y sus padres la llevaron al hospital. Al día siguiente una ambulancia la llevó de prisa a otro centro médico, y desde ahí fue transportada en helicóptero al Hospital Infantil en Boston. Tenía influenza, pero era de una cepa rara y virulenta.

Muy pronto la influenza derivó en neumonía, después en sepsis. Los signos vitales de Jessie se debilitaron y le conectaron un respirador debido al daño en sus pulmones. Amigos y parientes fueron hasta Boston para estar con Joe y Maryann, mientras otros se quedaron en casa y rezaron a la luz de las velas en el patio trasero de Jessie.

Apenas cinco días después de haber bajado las escaleras ese Viernes Santo, una tomografía reveló que el cerebro de Jessie tenía un derrame. Los doctores dijeron que no había nada que hacer.

Joe es un hombre fornido que trabaja en un taller mecánico, y Maryann es una fuerte mujer católica. Ambos quedaron paralizados. De pronto, estaba a punto de suceder algo que ni siquiera tuvieron tiempo de anticipar. Estaban perdiendo a su hermosa hija.

Joe y Maryann fueron a la habitación de Jessie para despedirse.

“Te amo”, le dijo Maryann, acariciando el cabello rojo de su hija. “Eres nuestra mejor amiga en el mundo.”

Joe se aferró a la mano de Jessie y se frotaba las lágrimas de los ojos para que no cayeran sobre ella. “Te amo, Jessie”, dijo. “Te amo tanto.”

Jessie falleció pocos días después de Pascua.

Joe y Maryann dejaron el cuarto de Jessie tal como estaba, como si esperaran que volviera en cualquier momento. Para mantenerse ocupados, se enfocaron en el velatorio y el funeral. En lugar de regalos de cumpleaños, escogieron una lápida.

“Nada tenía sentido”, dijo Joe. “Ningún sentido. Jessie estaba aquí, y después ya no. ¿Por qué pasó? ¿Por qué Jessie? ¿Por qué estamos aquí, cualquiera de nosotros, si algo como esto puede suceder?”

“Cuestionamos nuestra fe en la vida”, dijo Maryann. “Buscábamos respuestas en todos lados, pero no había ninguna. La vida no tenía propósito alguno, no sin Jessie. ¿Por qué nosotros estábamos aquí y ella no?”

No podía saber el nivel de su desgracia mientras estaba parada frente a ellos en la sala de conferencias. Pero sabía que Jessie no había desaparecido del todo. Estaba ahí con nosotros, llena de amor y de vida. Y tenía un millón de cosas que decir.

“Quiere agradecerles por las mariposas”, le dije a Joe y a Maryann.

Se miraron entre ellos, y Maryann tomó un pañuelo desechable. Yo no sabía por qué las mariposas eran significativas, y no tenía por qué saberlo. Era claro que sus padres lo entendían. Más tarde supe que Joe y Maryann acababan de escoger un monumento para su hija, y era una piedra tallada con mariposas flotando sobre el nombre de Jessie. A Jessie le encantaban las mariposas.

Pero eso fue sólo el comienzo.

“Me está mostrando un animal”, continué. “Un gato. Un gato en un árbol. ¿Un gato atrapado en la rama de un árbol?” Miré a Joe y a Maryann en busca de confirmación, pero no hubo ninguna. No había problema, a menudo los mensajes del Otro Lado cobran sentido hasta después. Les pedí que recordaran el mensaje, ya que podrían validarlo más tarde. (Unas semanas después de la lectura, Joe juntaba hojas en el patio trasero cuando vio el gato de peluche favorito de Jessie atorado en una rama del árbol. Al instante recordó por qué estaba ahí: ella lo olvidó en el patio un día y él lo recogió, y casi en automático lo colocó en el árbol para que el golden retriever no lo mordiera. El detalle no le dijo nada en el salón, pero Jessie lo había compartido para que Joe lo recordara y cobrara sentido cuando tuviera mayor necesidad de sentir la presencia de su hija.)

Jessie continuó.

“Veo un sombrero, parecido a la gorra de un policía”, dije. “Jessie me está enseñando una gorra azul de policía. Tengo que hablarles de esta gorra. ¿Es usted policía?”

Joe parecía sorprendido. Más que eso, estupefacto. Más tarde, me explicó el significado de la gorra de policía.

Antes de morir, Jessie salió a un campamento para adolescentes a cargo del departamento de policía estatal. Era la clase de cosa que a Jessie, que era un alma aventurera, le encantaba hacer. Joe le dio cincuenta dólares y le pidió que le comprara una gorra de policía, pero Jessie se gastó el dinero en otra cosa y olvidó comprar la gorra. Nadie pensó nada al respecto.

Después, en el funeral de Jessie, pasó algo inexplicable. Un oficial de policía se acercó a Joe. Los dos hombres no se conocían. En la mano del oficial había una gorra azul de policía.

El policía batalló para encontrar las palabras adecuadas.

“Tengo esta gorra para usted”, le dijo a Joe mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. “No sé por qué, de verdad que no. Sólo sé que debo entregársela.”

Joe tomó la gorra en su mano, le dio vueltas y se le quedó viendo. Después abrazó al policía.

Parece que el Otro Lado puede hacer que cualquiera sea un mensajero, siempre y cuando la persona elegida quiera mantener su corazón y mente abiertos a él. El policía pudo haber ignorado esa extraña compulsión por entregarle la gorra a Joe; por suerte, no lo hizo.

Jessie me mostró la gorra porque era algo que sólo Joe y Maryann sabrían. Ni siquiera el oficial de policía sabía por qué la gorra era significativa. Pero Jessie deseaba que lo compartiera para que sus padres supieran que estaba con ellos ahí, en la sala de conferencias.

Después me mostró su enfermedad. Me mostró su cuerpo entero, por lo que comprendí que había tenido una enfermedad que la afectó por completo. Después me indicó su cabeza. Me mostraba que su enfermedad se había propagado y afectado su cerebro. También me mostró una línea de tiempo de tres días: era una enfermedad que se movía rápido.

“Envenenó todo su sistema”, les dije a sus padres. “Fue por su sangre y hasta su cerebro. Cuando llegó a su cerebro tuvieron que dejarla ir.”

Joe y Maryann nunca le habían dicho a nadie —a nadie— acerca del derrame en el cerebro de Jessie. Nunca compartieron con nadie que ésa fue la razón por la que la desconectaron del respirador. Pero Jessie me lo mostró para ofrecer más pruebas de que estaba ahí. Tal vez sabía que sus padres necesitaban muchas para convencerse. Tal vez sabía que, de todos los detalles, ése sería el que los convencería de que ella estaba presente. Y así fue.

“Esto es lo que Jessie quiere decirles”, dije. “Quiere que entiendan que no los ha abandonado. Nunca lo hará. Siempre será su hija y siempre los amará. No la han perdido y nunca la perderán. Por favor comprendan que nunca la podrán perder.”

En el hospital, el día que Jessie murió, Maryann sostuvo su mano, acarició su cabello y dijo: “Eres nuestra mejor amiga en el mundo”. Y ahora, tres meses después, en una sala de conferencias en Long Island, Jessie tomó esas preciosas palabras y se las devolvió a sus padres.

“Jessie no se ha ido”, dije. “Jessie nunca se irá. Está siempre con ustedes. Y siempre será su mejor amiga.”

 

19. EL ÚLTIMO NIÑO

 ESA noche en la sala de conferencias, los niños siguieron apareciendo: varones y mujeres, algunos de cinco años, otros adolescentes, otros incluso mayores. Me dieron datos claros de su identidad para probarles a sus padres que estaban ahí, antes de pedirme que enfatizara, una y otra vez, lo mucho que necesitaban que sus padres supieran que en realidad no se habían ido.

Fui llevada hacia un hombre y una mujer cuya hija había muerto mientras andaba en bicicleta. Ella quería decirles que soltaran la culpa, que no habrían podido hacer nada para evitar lo que pasó.

“Y quiere agradecerles por colocar sus cuadros en la sala”, dije, “para que pueda seguir presente en sus vidas.”

Un joven apareció y me mostró cómo se había ahogado con dos amigos. “Quiere que sepan que cruzó con sus amigos, que nunca estuvo solo”, les dije a sus padres. “Y cuando cruzó al Otro Lado, su abuelo y el perro de la familia lo esperaban para saludarlo.”

Todos los niños que aparecieron deseaban lo mismo: calmar el dolor y la angustia de sus seres queridos de alguna manera. Estaban ahí para que sus padres tuvieran un destello de luz del Otro Lado, y ese pequeño destello les permitió ver un camino fuera de la oscuridad.

Las lecturas continuaron. No me di cuenta pero pasaron más de tres horas desde que comencé. Había sucedido mucho en ese tiempo y un poderoso sentido de alivio y esperanza llenó la sala, que horas antes tenía una atmósfera mórbida. Al volver a casa esa noche, aquellas personas habían cambiado. Su tormento disminuyó; no terminó, pero fue menor. Sus hijos les dieron el don más mágico, hermoso y potente: comprender que no se habían ido.

Estaba agotada, emocionada y abrumada por todo el amor que iba y venía esa noche. Aun así, algo no estaba bien. Sentía que algo andaba mal.

Todos los niños aparecieron, excepto uno.

Contemplé la sala y encontré a una persona con la que aún no había hablado: una mujer en sus cuarenta, de cabello negro. Más tarde supe que era una madre soltera, y la única madre ahí sin una pareja. Se sentó pacientemente en la cabecera de la mesa, pero nadie había aparecido para ella. ¿Qué estaba pasando? La mayoría de los padres había dejado la sala cuando la mujer de cabello negro se puso despacio de pie, se dio la vuelta y caminó hacia la salida. Podía sentir su terrible decepción. ¿Pero qué se suponía que debía hacer?

Y de pronto lo vi: su hija quería ser la última.

Me apresuré hacia la mujer y puse mi mano sobre su hombro.

“Espera”, dije, “por favor, quédate. Me quedaré contigo hasta tarde.”

No sentamos a la mesa, las dos solas. Y apenas nos acomodábamos, alguien atravesó para ella.

El punto de luz no estaba en la parte superior derecha de mi pantalla, la parte fuerte y clara; se encontraba un poco más abajo. Fue como si escuchara una vibración baja y profunda, algo en lo que me debía concentrar para darle sentido. Además, la luz de esta persona era mucho menos intensa que las otras, y tuve que hacer que mi energía bajara —mucho más que en toda la noche— para extraer la suya. Caí en cuenta de que por eso tuvimos que esperar a que la habitación se vaciara. Esta lectura era distinta.

Al fin pude ver que se trataba de una chica; una mujer joven en realidad, de veinte años. La información era tenue, pero logré descifrarla.

“Eres psiquiatra”, le dije a su madre. El rostro de la mujer se congeló. Después vi un edificio universitario y cartas: tres cartas. “Tu hija me dice que fue a la Universidad de Nueva York”, dije. La hija me mostró dónde vivía su madre y otros detalles, y me mostró animales, animales pequeños: gatos.

“Tu hija quiere agradecerte por cuidar a sus gatos”, dije. “Está muy agradecida contigo por ser tan amorosa con ellos.”

Los gatos fueron el detalle que detonó todo. Sentí que la energía de la madre se abrió plenamente para la lectura y para los mensajes de su hija.

Después la joven me mostró cómo murió, aunque yo ya lo sabía. Se había suicidado.

Los suicidios suelen aparecer como luces más bajas. La hija de esta mujer había esperado tanto tiempo para aparecer porque no quería que su suicidio fuera evidente frente a los otros padres. Esperó a que su madre tuviera más privacidad.

Me mostró cómo se había intentado matar una vez antes, cuando tenía dieciséis, y lo mucho que su madre había tratado de ayudarla en ese entonces. Después me mostró cómo lo había hecho al final —había tomado una sobredosis de pastillas— y me mostró que lo llevó a cabo sin importar lo que hiciera su madre o cualquier otra persona. Esto había sido su decisión, su salida. Había detenido el viaje de su alma por la Tierra, y sólo después de cruzar se dio cuenta del regalo que era la vida.

Le dije todo esto a la madre, quien lloraba. Aunque la conexión había comenzado débil, ahora era fuerte y profunda. Podía sentir un amor increíble que fluía entre esta madre y su hija.

Y por primera vez en toda la noche, las lágrimas me rodaron por las mejillas. Fue uno de los momentos más poderosos que he experimentado.

“Tu hija quiere que sepas que si hubiera sabido lo malo, lo doloroso que sería esto para ti, nunca lo habría hecho”, seguí. “Está muy arrepentida por haberse suicidado.”

Ahora estábamos en el meollo del asunto. Esto era lo que más necesitaba escuchar su madre.

“Tu hija quiere agradecerte”, dije. “Quiere agradecerte por intentarlo y por entender. Pero sobre todo, por lo que hiciste por ella después de su muerte.”

En la sala vacía entregué el mensaje: “Tu hija quiere agradecerte porque la perdonaste”.

Me quedé con la madre de la chica por cuarenta minutos. Cuando terminamos, Bob y Phran me abrazaron y me agradecieron. Estaban muy felices por el resultado de la velada. Por mi parte, el cansancio que sentía desapareció con la última lectura. Ahora me sentía energizada por completo. Había sido capaz de ayudar a todos los padres a conectar con sus hijos y a entregar esos maravillosos mensajes de amor. Saber que podía jugar un papel en ese maravilloso proceso de sanación fue muy significativo para mí. Supe en ese momento, de una vez por todas, que las habilidades que había temido que fueran una maldición en realidad eran una bendición.

Regresé a mi coche y me apresuré a llegar a casa. Estaba tan extasiada que seguía vibrando. Sé que eso puede soñar extraño, considerando que acababa de pasar cuatro horas con padres en duelo y hablando de sucesos de una tristeza inimaginable. Pero la verdad era que todos compartimos un momento milagroso. ¡Los niños estaban ahí, con sus padres, en esa sala! ¡El amor perdura!

Esa noche no había sido de muerte y oscuridad en lo absoluto. Había sido de luz, vida y amor.

Eran las once de la noche. Llamé a Garrett y le platiqué que la tarde había salido de maravilla. “Te dije que así sería”, me dijo.

“Llegaré pronto a casa”, dije.

Y justo cuando lo decía, me di cuenta de que no estaba sola en el coche. Los niños todavía estaban conmigo.

Ya no tenían mensajes que compartir; simplemente ellos también seguían vibrando. Todas mis lecturas tienen un efecto de triángulo, con tres energías en juego: la mía, la del sedente y la energía de los del Otro Lado. Todos sentíamos lo mismo esa noche. Al igual que yo, los niños estaban exultantes. Al final se fueron, pero todavía sentía una presencia en el auto. Era una niña, pero no alguna de los que habían aparecido en la sala de conferencias. Ella también tenía un mensaje que compartir.

Me estacioné en la cochera y entré a la casa en silencio. Le di un beso y un abrazo fuerte a Garrett y caminé de puntitas para ver a mis bebés que dormían. Abrí la puerta del cuarto de Ashley y me paré junto a ella. Era mi ángel, mi precioso ángel. Me incliné, le di un beso en la mejilla y acomodé la sábana sobre sus hombros. Después caminé sigilosa hasta el cuarto de Hayden, lo besé y lo acurruqué. Recorrí su suave cabello con los dedos. Intento no dar por sentado ningún momento con mis hijos, porque sé que soy muy afortunada por tenerlos.

En la cocina, saqué unas botanas y comí como si no hubiera probado bocado en una semana. Después le dije a Garrett que aún tenía un pequeño asunto que atender. Fui a nuestra habitación y cerré la puerta.

Esa noche en la lectura grupal de FFF estaba consciente de que Phran y Bob tenían una hija que había fallecido, pero no sabía nada acerca de ella ni de la forma en que cruzó.

Lo que sí supe mientras manejaba a casa desde el Hilton de Huntington, era que la niña que estaba conmigo en el coche era su hija, Bailey.

Les habría marcado a Bob y a Phran, pero temía que fuera demasiado tarde para llamar. Preferí escribirles un correo electrónico.

Toda la noche, Bob y Phran habían permanecido en la sombra. Se sentaron a un lado, animando en silencio a los padres dolientes, atrayendo a los niños para que aparecieran. Pusieron de lado su propio dolor, su propia pérdida, y se concentraron en ayudar a los demás padres.

Pero ahora había un mensaje para ellos.

“Todos los niños que aparecieron deseaban agradecerles por hacer posible el evento”, escribí. “El Otro Lado me dice que están sanando a más gente de la que creen.”

“Bailey está muy orgullosa de ustedes”, continué. “La vi parada detrás de todos los demás niños en mi pantalla, radiante de orgullo y alegría. Es muy hermosa.”

Bailey también quería marcar una fecha significativa que se aproximaba. “¿Por estas fechas es el cumpleaños de alguien en su familia o un aniversario?”, pregunté. “Bailey reconoce una fecha importante, y quiere hacerles saber que siempre será parte de sus vidas.”

Al siguiente día Phran respondió el correo. Me agradeció cálidamente por la lectura y me dijo que el aniversario del fallecimiento de Bailey era en tres días.

“Sin duda Bailey estuvo contigo esa noche”, escribió Phran.

Algunos niños no están destinados a permanecer aquí por mucho tiempo. Algunos están por un periodo corto, pero en ese tiempo aprenden y enseñan profundas lecciones de amor. Y su impacto en el mundo no termina cuando cruzan. Siempre están alrededor para enseñarnos a amar. Bailey sólo estuvo aquí por quince años, pero continúa cambiando el mundo para mejor. Porque debido al amor trascendental de Bob y Phran por ella, crearon la Forever Family Foundation. Y ahora los tres, Bob, Phran y Bailey, trabajan juntos como un equipo de luz y sanación.

 

20. LA ABEJA ATRAPADA

 CASI un año después del evento de FFF, realicé una lectura para una pareja de Nueva York, Charlie y RoseAnn. Vi que llevaban mucho tiempo casados y que no tenían hijos. Pero al abrir más la puerta al Otro Lado, un punto de luz apareció en mi pantalla. Percibí que ese punto de luz no era una persona, sino un perro.

“Veo un perro grande y negro con un nombre que empieza con la letra S”, les dije. Charlie y RoseAnn me dijeron que el primer perro que tuvieron juntos se llamaba Sombra, y era una encantadora cruza entre doberman y labrador.

Más puntos de luz aparecieron. Me deslumbraban, eran una experiencia completamente nueva para mí. No sólo aparecía Sombra, el perro: eran animales de todo tipo, puntos de luz alineados uno detrás del otro. Las luces siguieron llegando y llegando, toda una colección de animales, y todos con el mismo mensaje. Era un mensaje de gratitud, reconocimiento y amor.

Sentí una oleada de amor puro barrer de un lado a otro entre los sedentes y el Otro Lado. Fue tan intenso que no podía saber cuántos animales había. Todo lo que sabía era que había muchísimos. Me pregunté qué habrían hecho Charlie y RoseAnn para crear un intercambio tan poderoso de amor y gratitud.

Charlie creció en el Bronx; RoseAnn era de Brooklyn. Ambos fueron criados en familias que amaban a los animales y a menudo los salvaban. “Yo tenía predilección por rescatar periquitos”, me dijo Charlie. “Escapaban de sus jaulas en el departamento de alguien y acababan en la escalera de incendios. Yo los cubría con una toalla y los metía a casa. No era fácil, pero al final tuve cinco.”

Para RoseAnn, todo era sobre gatos y perros callejeros. “Había una familia de gatos que vivía en la bodega de nuestro edificio, y mi madre y yo los acogíamos”, narró. “Una madre y dos gatitos, Blackie y Gray. Los alimentamos, los amamos y cuidamos. Los perros que ya teníamos se sentían muy bien con gatos a su alrededor.”

Cuando Charlie y RoseAnn empezaron a salir juntos en sus veinte, se vincularon afectivamente por su amor a los animales. Cuando se mudaron juntos, muchos más perros terminaron en su camino. No iban por ahí buscando animales que salvar. Los animales en necesidad siempre parecían encontrarlos a ellos.

Estaba Rayas, la gata que apareció golpeada en la escalera de la entrada (un auto la había atropellado y le rompió la cadera). Estaban Estrellas y Colmillo y Mami y Heidi y Baby y Nieve, gatos que habían encontrado en callejones o en la calle. Había un gato atigrado gigantesco llamado Reginald Van Cat y un perro llamado Farfel. “Dábamos la vuelta a una esquina en Brooklyn y veíamos a dos perros encadenados a una reja”, dice RoseAnn. “¿Qué debíamos hacer, irnos?”

Pero no eran sólo gatos y perros. Un día, mientras estaban de compras en un centro comercial, encontraron dos gorriones apiñados en los restos de un nido dentro de un carrito de supermercado. Acababan de salir del huevo y sus ojos estaban cerrados, pero estaban fríos al tacto. Charlie y RoseAnn los acogieron y calentaron y, contra toda posibilidad, los gorriones, a quienes nombraron Heckle y Jeckle, sobrevivieron. Charlie y RoseAnn les encontraron un hogar en un santuario de pájaros silvestres.

Otra ocasión estaban en el garaje de su edificio cuando escucharon un tenue trino. Buscaron por una hora para encontrar el origen del trinar y al final encontraron un gorrión recién nacido acurrucado detrás de una llanta de nieve. No podía volar, así que lo llevaron afuera y lo pusieron debajo de un arbusto para que los padres del pájaro lo encontraran. Cuando revisaron una hora después, el gorrión seguía ahí, así que Charlie y RoseAnn lo acogieron, lo alimentaron para que se repusiera y después lo liberaron.

Después fueron la pata y los patitos atrapados en la autopista de Nueva Jersey con autos y autobuses pasando a 120 kilómetros por hora. “Divisé cómo caminaban hacia el carril izquierdo”, dijo RoseAnn. “Un conductor frenó con mucha fuerza, y los patos siguieron caminando hacia el carril central. Después otro conductor frenó, y quedaron frente a mí. Así que frené, y continuaron caminando a lo largo de la carretera hacia la cuneta. Vi mi espejo retrovisor y observé un tráiler gigantesco acercándose a mí a toda velocidad.”

RoseAnn hizo un rezo veloz. Sin bajar la velocidad, y en el último momento, el tráiler giró hacia la cuneta y rodeó el coche de RoseAnn, apenas esquivándola a ella y a los patos. Regresó a la carretera y prosiguió su camino, y los patos continuaron caminando. “Fue como si todos tuviéramos esta conciencia grupal y fuéramos capaces de esquivar a los patos”, dijo RoseAnn. “Nos quedamos ahí hasta que salieron a salvo de la carretera.”

Hubo otros: el perro callejero herido en Cozumel, México (convencieron a un doctor para que lo tratara con medicina para humanos). La joven paloma que cayó de su nido en un paso elevado a ocho metros de altura (convencieron a los bomberos de devolverla a su nido con una escalera). El sapo diminuto que batallaba por no ser barrido por las olas que se estrellaban en un estacionamiento durante una tormenta (Charlie se enfrentó a las olas, recogió al sapo y le encontró un lugar a salvo al otro lado de la acera).

Una tarde de abril, Charlie y RoseAnn hacían una caminata por la ribera en el centro de Manhattan. Vieron a un grupo de personas reunidas en el pasamanos, señalando algo en el agua. Una ballena jorobada de diez metros había sido descubierta en el agua debajo del puente Verrazano-Narrows, y se alejaba del mar abierto. Éstas no eran buenas noticias para la ballena. Corría el riesgo de ser golpeada por un barco o quedar atrapada en una red. A no ser que se dirigiera al mar, no sobreviviría.

Charlie y RoseAnn se unieron al grupo y observaron mientras la Guardia Costera establecía un perímetro alrededor de la ballena. Trataron de protegerla de los barcos, pero no había manera de dirigirla lejos del puerto: la ballena tenía que hacerlo por sí misma. La gente que observaba decidió intentar desear que regresara al mar. Todos se concentraron con mucha fuerza y le enviaron un mensaje.

Durante mucho tiempo la ballena no se movió. De pronto empezó a dirigirse en la dirección correcta, lejos del perímetro y hacia las aguas abiertas al sur de Coney Island. Con un último gran salto, la ballena salió de la bahía y desapareció debajo de la superficie, hacia aguas más seguras.

¿Y la gente en la costa?

No vitorearon. Todos estaban en silencio. Sentían que habían sido parte de algo mágico. “Nos quedamos de pie en silencio en la orilla”, dice Charlie, “e imaginamos a la ballena nadando de vuelta a casa.”

Y después hubo una abeja diminuta.

Charlie y RoseAnn caminaban sobre el muelle en Jones Beach cuando vieron una abeja en el piso. Una de sus minúsculas patas estaba atrapada entre dos placas de madera del muelle. “Podías ver que la abeja trataba de destrabar su pierna y liberarse”, dijo RoseAnn. “No sé cómo alguien no la había pisado todavía.”

RoseAnn se puso de rodillas y con suavidad empujó una de las tablas hasta que la abeja estuvo libre. “Pero no se alejó volando, porque estaba demasiado agotada”, ella recordó. “La coloqué sobre una servilleta, la llevamos al jardín y la posamos cerca de las flores. Muy pronto empezó a zumbar alrededor de ellas.”

Durante mi lectura con Charlie y RoseAnn vi la imagen de un crucero y una paloma. No tenía idea de qué significaban, pero lo mencioné en algún momento de la lectura. Más tarde me enteré de la historia de la paloma en el barco.

La pareja se encontraba en un crucero europeo cuando vieron una paloma caminando sobre la cubierta. Se preguntaron qué hacía a mitad del Mar del Norte y la acompañaron hasta que se alejó volando. Dos horas después, bajaron de cubierta a su camarote. Cuando abrieron la puerta, ¡vieron a la paloma en su cama!

Su camarote tenía un balcón; pensaron que habían dejado la puerta abierta. El barco tenía unos mil camarotes, pero por alguna razón la paloma encontró el suyo.

Fueron por panecillos, les quitaron las semillas e hicieron un pequeño plato para la paloma en el balcón. Ésta comió las semillas y encontró un lugar cómodo para descansar. Se quedó en su balcón hasta que el barco atracó en el siguiente puerto, Ámsterdam. Después se alejó volando.

Antes de hacerlo, Charlie notó una etiqueta alrededor de una de sus patas: tenía una serie de números que reconocieron como un número de teléfono. El teléfono era de los Países Bajos, y cuando llegaron a Ámsterdam Charlie lo marcó. “Nos contestó alguien que nos conectó con el dueño de la paloma”, me contó Charlie. “Era una paloma de carreras y se suponía que debía volar por el Mar del Norte y llegar a Francia. Supongo que necesitaba un respiro, así que acabó en nuestro barco. El dueño estaba muy feliz de escucharnos y saber que la paloma estaba a salvo.”

Mi lectura con Charlie y RoseAnn fue una de las más densas que jamás he hecho. Tanto amor y tantos mensajes se filtraron por el camino abierto, que apenas podía seguir el ritmo. Unos cuantos animales aparecieron con más claridad que otros; Sombra, el primer perro que tuvieron juntos, fue uno de ellos. Pero también obtuve información específica de un animal que aún no cruzaba: uno de sus queridos gatos.

“Ahora tienen un gato que pasa muchos problemas para caminar”, dije. “Tuvo un infarto cerebral y está muy enfermo. Pero no está listo para dejarlos todavía. Quiere quedarse. Así que deben esperar, porque en dos semanas estará listo para caminar de nuevo. Y veo una línea de tiempo estirándose siete meses, lo que significa que se quedará con ustedes otros siete meses.”

Charlie y RoseAnn quedaron estupefactos. Su querido gato Reggie acababa de tener un infarto cerebral. Apenas podía caminar y no tenían duda de que sus días estaban contados. “Ni siquiera se podía poner en pie”, me dijo RoseAnn más tarde. “Teníamos que levantarlo para llevarlo a la caja de arena. Siendo francos, pensamos que era momento de dormirlo.” Pero el Otro Lado dijo que esperaran dos semanas, así que lo hicieron. Dos semanas más tarde, Reggie caminó a su cuarto como si nada. Después corrió y se acurrucó a su lado. Y permaneció con ellos por otros siete meses.

Tuve otra lectura con Charlie y RoseAnn después de que Reggie cruzara, y esta vez él también apareció.

“Reggie me dice que no puede creer que ahora esté en la cama con ustedes”, les dije. “No puede creer su suerte, y está feliz al respecto.”

RoseAnn rio y confirmó que nunca había dejado que Reggie durmiera con ellos, porque si dejaban a un gato estar en la cama tendrían que permitírselo a todos.

Desde entonces he tenido unas cuantas lecturas más con Charlie y RoseAnn, y cada vez he estado inundada de amor y agradecimiento del Otro Lado. Todos los animales que han rescatado y salvado durante los últimos treinta años —gatos, perros, gorriones, sapos, palomas, patos e incluso la pequeña abeja— han aparecido con oleadas de amor y gratitud. Charlie y RoseAnn han dedicado sus vidas a ayudar y amar a las criaturas débiles y heridas entre nosotros, y por eso el Otro Lado está rebosante de aprecio.

Mis lecturas para Charlie y RoseAnn me han enseñado mucho. Reforzaron mi entendimiento de la importancia de nuestro libre albedrío. Las decisiones que tomamos, en particular cada acto de generosidad, tienen grandes consecuencias. Nuestras acciones importan. Todo lo que Charlie y RoseAnn han hecho importa. Le importa a la gran energía colectiva de todas nuestras almas. Importa porque han honrado el don más importante que poseemos: la capacidad infinita de amar y sanar hasta a las más pequeñas criaturas.

Las lecturas también fueron significativas para mí por la profunda creencia de RoseAnn y Charlie de que todas las criaturas vivientes comparten una conciencia. Ellos creen que esta conciencia fue lo que le permitió a la abeja comprender sus intenciones, a la ballena sentir la energía colectiva de la gente en la orilla, y a los conductores de la autopista de Nueva Jersey no atropellar a los patos.

Esta conciencia es la que sobrevive al reino físico.

Hoy en día, Charlie y RoseAnn (ambos vegetarianos, por supuesto) sienten un gran consuelo al comprender que su familia de animales continúa compartiendo con ellos un poderoso vínculo de amor.

Mis lecturas con Charlie y RoseAnn son una mayor prueba para mí de que los animales sobreviven al Otro Lado, y que nuestro vínculo afectivo con ellos es inquebrantable. También he visto que mientras nuestras mascotas están aquí, no quieren abandonarnos. A menudo veo que las mascotas pueden cruzar diversas puertas y eligen la última. Reggie, el gato, se quedó por siete meses. Otra pareja para quienes leí estaban seguros de que tenían que dormir inevitablemente a su chihuahua de doce años, LaLa, pero en nuestra lectura observé varias puertas: una ese mes y otra en cada uno de los siguientes seis meses. Para su sorpresa, LaLa se quedó con ellos seis meses más, tiempo que les permitió celebrar el amor sin límites entre ellos.

Los animales suelen aparecer en mis lecturas con mensajes importantes para nosotros aquí en la Tierra. Estos mensajes pueden tener que ver con la culpa que sentimos por la muerte de un animal. ¿Hicimos lo correcto al dormirlos? ¿Les causamos más sufrimiento? Cualquiera que haya amado alguna vez a un animal conoce este sentimiento. Hace poco hice una lectura para una mujer y aparecieron dos perros: un retriever grande y un pequeño terrier. Vi que el retriever acababa de cruzar y sentí que la mujer albergaba una terrible sensación de culpa.

“Él dice que no deberías tener ninguna culpa por su fallecimiento”, le dije. “Lo hiciste todo bien. Era su momento para irse. Y tú estuviste con él cuando partió y quiere agradecerte por haber sido tan gentil y amorosa, y por estar ahí con él. No hay nada más que amor, amor, amor que sale de este perro hacia ti.”

La mujer estalló en llanto. Me dijo que cuando el retriever enfermó, se enfrentó a una difícil decisión: autorizar una operación que tenía pocas posibilidades de ayudar o ponerlo a dormir. Ella quería hacer todo en su poder para ayudarlo, pero no se sentía bien con la riesgosa operación porque su enfermedad estaba muy avanzada. Decidió no operarlo y ponerlo a descansar.

Casi al instante temió haber tomado la decisión equivocada, no haber hecho lo suficiente por su perro, y haberle fallado en el momento en que más la necesitaba. Creyó que jamás se perdonaría a sí misma.

Cuando tuvimos nuestra lectura, el mensaje de su querido perro apareció con claridad. Estoy bien. Vi que el retriever se había reunido con su mascota infantil en el Otro Lado, un pequeño terrier. Estaba a salvo, feliz y sin dolor. Y lo más importante, estaba agradecido con ella por su amor.

“No tomaste una decisión ‘equivocada’, porque todas las decisiones que tomaste fueron con amor”, le dije. “Tu amor profundo y duradero por tu perro es lo que él se llevó al Otro Lado. No se llevó nada sino amor.”

La mujer me dijo que sintió que una gran carga se desvanecía. Todo el amor con que había envuelto al perro estaba regresando a ella, justo cuando más lo necesitaba.

El Otro Lado nos muestra que cuando nuestros animales cruzan están a salvo, felices y libres de dolor, correteando por campos, volando por los cielos, nadando en arrecifes y agradeciéndonos por todo el amor que les dimos mientras estaban aquí.

El mensaje del Otro Lado es muy claro: nuestros animales están vivos. Nos esperan. Los veremos nuevamente.

 

21. DOS METEOROS

 MIS lecturas privadas eran cada vez más ricas y profundas conforme mi confianza aumentaba y mis técnicas mejoraban. Cada lectura era educativa. Aprendía que nada en el universo sucede por accidente: cada persona que conocemos tiene algo que enseñarnos o aprender de nosotros; el Otro Lado nos cuida con mucho amor y propósito.

También me volví consciente de que mientras la mayoría de los que acuden a mí por lecturas cree en el Otro Lado, muchos otros no. Algunos son religiosos y creen en el cielo. Otros aceptan que existe un cielo pero no creen que haya forma de conectarse con él. Algunos son profundamente espirituales y creen en una fuerza universal unificadora. Otros más vienen a mí esperando contactar con sus seres queridos que han fallecido. Pero otros no son creyentes en lo absoluto.

Uno de ellos era un hombre llamado Jim Calzia.

Jim es un científico, geólogo. Nació en California y creció a orillas del desierto de Mojave, y cuando era niño jugaba cerca de colinas áridas y afloramientos rocosos que capturaban su imaginación. Obtuvo un doctorado en geología y trabajó por treinta y ocho años para el Departamento de Topografía de Estados Unidos, haciendo mapas de depósitos minerales, analizando isótopos, y determinando el origen y la evolución de tierras raras. Encontraba verdadera belleza en la tierra, las rocas y los arbustos, pero también halló una especie de certeza.

Para Jim, la tierra era sólida: firme, táctil, sustancial. Su trabajo era comprender la naturaleza de esa solidez. Creía en lo que tenía en las manos: un pedazo de titanio, circón, monacita u otro mineral tosco a partir del cual construía su realidad.

Su fe, su roca, era su esposa, Kathy.

Jim conoció a Kathy en su último año en la preparatoria de Culver City. Una semana antes del Baile Al Revés, en el que las chicas sacaban a bailar a los chicos, Kathy, que era guapa, popular, extrovertida, abordó a Jim. “¿Irías al Baile Al Revés conmigo?”, preguntó. Tenían diecisiete años y pasarían juntos los siguientes cuarenta y cinco.

Estaban en la universidad cuando se casaron. Construyeron una hermosa vida juntos en California, Jim como geólogo y Kathy como maestra de enfermería en el distrito escolar. Tuvieron tres hijos, Scott, Kevin y Chris. En 1994, Jim tuvo el susto de su vida cuando Kathy fue diagnosticada con cáncer de mama. Fue hospitalizada por un mes y requirió de un tratamiento experimental. El baile de graduación de su hijo Kevin tuvo lugar durante la estancia de su mamá en el hospital, así que Kevin y su cita se desinfectaron, se pusieron las batas de cirugía y pasaron la mayor parte de su noche de graduación en el cuarto de Kathy. Jim también estaba ahí, pero él siempre estaba ahí.

La terapia funcionó y Kathy sobrevivió.

Todo estuvo bien hasta 2009, el año de la jubilación de Kathy. Jim planeaba su retiro alrededor del de Kathy; su idea era jubilarse juntos, remodelar su casa y pasar sus años dorados ahí. Pero apenas unos días después de retirarse, Kathy se vino abajo con neumonía. Ella había luchado contra la enfermedad antes, pero esta vez, en lugar de mejorar, empeoró. Kathy ingresó al hospital. Jim fue con ella, sin dejar de pensar que era una visita preventiva.

Sus síntomas no desaparecían. Los doctores se dieron cuenta de que su sistema inmune se había visto afectado por el tratamiento experimental años atrás, y ahora no respondía. Los análisis mostraron que Kathy tenía el extraño virus H1N1, gripe porcina. Fue llevada a terapia intensiva y entubada. Ya no podía hablar.

Aun así, Jim tenía fe en que se recuperaría y mejoraría. Kathy había peleado batallas como ésta antes y siempre había triunfado: era una guerrera. La semana siguiente Jim apenas se apartó de su lado, aunque estaba sedada todo el tiempo. Tuvieron que realizarle varias transfusiones sanguíneas y Jim sabía lo mucho que ella odiaba las agujas, así que apenas podía observar cuando las enfermeras entraban y la inyectaban. Pero sabía que las transfusiones eran necesarias y que su esposa seguiría luchando por vivir.

Después de cinco días en el hospital, las enfermeras le dieron a Kathy lo que llamaron un “descanso de sedantes”, una reducción temporal de sedantes para que estuviera lúcida por un tiempo. Los hijos de Kathy se reunieron a su alrededor mientras recuperaba la conciencia por primera vez en días. No podía hablar debido al tubo, pero podía señalar las letras en el alfabeto. Quería su cepillo de cabello y su peine, y quería estar segura de que estuvieran regando las flores de las canastas colgantes al lado del garaje.

Cuando las enfermeras volvieron a sedar a Kathy sus hijos fueron a casa, pero dos días después una enfermera le dijo a Jim que el corazón de Kathy estaba a 160 latidos por minuto. Jim sabía que Kathy estaba luchando mucho. Pero cuando el doctor se le acercó una noche en la sala de espera, tuvo miedo.

“Creo que es tiempo de dejarla ir”, dijo el doctor.

¿Dejarla ir? ¿Dejar ir a Kathy? La idea nunca había cruzado su mente. Ni por un segundo había contemplado su vida sin Kathy. ¿Dejarla ir? ¿Qué significaba eso siquiera? ¿Cómo puedes dejar ir a alguien que significa todo para ti? Jim estaba aterrado.

En su octavo día en terapia intensiva, el ritmo cardiaco de Kathy empezó a decaer. Eran las cuatro de la mañana cuando la enfermera explicó que estaban teniendo problemas para insertar una aguja de transfusión en su brazo.

“No lo hagan”, Jim se sorprendió diciendo. “No le inserten más agujas.”

La enfermera dijo que no quedaba mucho tiempo. Jim llamó a sus hijos y les dijo que se apresuraran al hospital. Cada uno tuvo apenas unos momentos para despedirse. Uno por uno acariciaron su brazo y le besaron la mejilla. Después Jim se inclinó sobre la cama de Kathy, la tomó entre sus brazos y la sostuvo.

“Estoy tan orgulloso de ti”, susurró. “Sé que lo hiciste lo mejor que pudiste. Te amo, Kathy.”

Jim sintió una mano sobre su hombro. Era Scott, su hijo.

“Papá”, dijo Scott, “ya se fue.”

Nada ayudó a aliviar la pena de Jim. Era profunda, no tenía fondo. Conservó las pertenencias de Kathy tal como siempre habían estado. Pasó la mayor parte de su tiempo en la oscuridad. No contestó llamadas, no permitió que amigos lo visitaran. No está seguro de lo que hizo durante esos funestos y desesperados meses; sólo quedan destellos de memoria.

Recuerda que pasó la primera Navidad sin Kathy con su hijo Kevin, su nuera Maren y la familia de ella. Recuerda que a las once de la mañana del día de Navidad, todos los que habían conocido y querido a Kathy, incluso amigos en Finlandia, prendieron una vela y la mantuvieron encendida en su memoria. Pero más allá de eso, los meses después de la muerte de Kathy son borrosos, demasiado dolorosos y tristes para recordar.

Pudo haber pasado años así, quizá el resto de su vida, pero un día empezó a tener una migraña. Nunca había tenido una, aunque a Kathy solían darle de vez en vez. Ese día, Jim vio cegadores destellos de luz y sintió un paralizante dolor en la sien. Se tumbó en la cama y sostuvo su cabeza. La migraña lo hizo pensar en Kathy, y en ese momento tuvo una especie de epifanía.

Kathy no querría esto, pensó. Lo había cuidado. Construyeron una vida juntos y se dio cuenta de que ahora estaba malgastándola.

Jim mejoró un poco después de eso. Él y Kathy habían empezado la renovación de su casa antes de que ella muriera. Jim continuó donde lo habían dejado y se aseguró de que hasta el último detalle quedara exactamente como Kathy quería que estuviera. Estaba a punto de instalar una nueva estufa eléctrica pero el electricista que había trabajado con ellos se opuso.

“No, no, no, Kathy me habló de esto”, dijo. “Ella quería una estufa de gas. Una estufa de gas gourmet. Ya había escogido una con perillas rojas.”

Jim colocó la estufa que Kathy quería.

No mucho después, cuando Jim regresaba a casa de una reunión familiar, manejando por la autopista 101 cerca de Shell Beach, vio que algo aparecía en su visión. Miró hacia arriba por el parabrisas al oscuro cielo nocturno y vio dos meteoritos cruzando hacia la playa. Eran increíblemente rápidos y brillantes, y mientras descendían a la Tierra, Jim se preparó para un impacto. Volvió a mirar la carretera por un segundo, y después miró otra vez a los meteoritos pero ya no estaban. El cielo estaba en silencio. Era como si lo hubiera imaginado todo.

Esa noche, Jim visitó al hermano de Kathy y le preguntó si había escuchado algo acerca de dos meteoritos enormes sobre Shell Beach. El hermano de Kathy no había escuchado nada, ni nadie de aquellos a quienes les preguntó.

Unas semanas después, Jim recibió una llamada de su hijo, Kevin.

“Hay algo que debes ver”, dijo.

Kevin le envió el video de una lectura que su esposa, Maren, tuvo con una médium psíquica. La médium psíquica era yo.

Como suele pasar, la lectura que tuve con Maren tuvo lugar unas horas después de que Jim viera los meteoritos.

“Sólo míralo”, dijo Kevin. “Créeme.”

Jim y su hijo Scott vieron la lectura juntos. Casi al instante, Jim notó que yo hacía gestos con las manos que le eran familiares. Eran los gestos de Kathy.

Se inclinó hacia delante y escuchó mientras yo describía una serie de eventos familiares, nacimientos y sucesos de la manera exacta en que su esposa los habría descrito.

“¿Cómo puede ella saberlo?”, se preguntó. “¿Por qué actúa como Kathy?”

Jim escuchó mientras Kathy hablaba, a través de mí, por los siguientes sesenta minutos.

Después, al final de la lectura, Maren me preguntó: “¿Kathy ha intentado contactar a Jim desde su muerte?”

Jim contuvo la respiración. No podía procesar lo que veía y escuchaba. Aun así necesitaba oír la respuesta.

“Oh, sí”, le dije a Maren. “Ha tratado una y otra vez. Pero cada vez que se aproxima él se interna más y más en la oscuridad. Ella no quiere lastimarlo, pero sigue intentándolo. Ha intentado todo. ¡Dice que incluso ha probado con meteoritos!”

Jim se puso de pie súbitamente.

“Necesito ver a esta mujer por mí mismo”, dijo.

Cuando tuve mi lectura con Jim había pasado casi un año desde la muerte de Kathy. Nos conocimos en la casa de los padres de Maren en Hungtington Station, en Long Island. No sabía nada de él aparte de que su esposa había muerto un año antes. Se veía nervioso. Era alto, tenía el cabello gris y ojos que sonreían cuando él lo hacía. No era joven pero se veía juvenil. Su rostro era abierto y amistoso, y su energía era aventurera aunque con los pies en la tierra. Era alguien con quien querrías pasar tiempo. Pero también pude sentir su profunda tristeza.

Nos sentamos y leí su energía por un minuto o dos. Entonces, muy rápido, sentí que su esposa entró. Me mostró una imagen muy clara.

“Tu esposa me muestra que tu casa está en desorden”, dije. “Las paredes están tumbadas, los pisos levantados, están tirando el techo. Todo está de cabeza.”

Jim sacudió la cabeza y sonrió. Estaba a mitad de la remodelación. Las paredes, los pisos, el techo: todo estaba tal como lo había descrito.

“También veo algo como una estufa”, dije. “Una estufa con perillas rojas.”

Jim empezó a llorar.

Kathy me dio detalle tras detalle que validaban su presencia. Me mostró la huella de una mano en una pared.

“Me está mostrando esta huella y dice que te observa tocando esta pared en la cocina”, dije.

Jim sacudió la cabeza y sonrió.

“La cocina era su parte favorita de la casa”, explicó. “Cada mañana, cuando entro, toco la pared por ella. Cada mañana.”

“Ella está diciendo que lo reconoce”, dije. “Ella te toca a ti también”, dije.

Kathy me mostró algo en un cajón: un pequeño frasco de barniz de uñas.

“Kathy se ríe de esto”, le dije a Jim. “Se ríe y dice: ‘Bromea con él sobre por qué necesita mi barniz de uñas’.”

Jim ahora también reía. “Ella tiene razón”, dijo. “Guardé su barniz de uñas. Lo tengo en el garaje. Es el mismo tono de rojo que mi coche. Así que lo uso cada vez que necesito retocar el auto.”

Había algo en el hecho de que Jim conservara el barniz de uñas de su esposa que era muy conmovedor para mí. El barniz de uñas había sido de ella, ahora era de él, y lo usaban de muy distintas maneras, pero para ambos era indispensable. El diminuto frasco era una costura en el tejido de su vida juntos, una costura que los seguía uniendo a través de los límites del tiempo y el espacio.

Mi lectura con Jim me mostró la persistencia con que nuestros seres queridos tratan de comunicarse con nosotros desde el Otro Lado, y cómo necesitamos cambiar nuestra percepción del mundo para que puedan aparecer.

Jim y yo hablamos por más de una hora. Kathy atravesó con muchos más detalles íntimos. Jim seguía sacudiendo la cabeza, preguntándose cómo podía saber esas cosas. Pero por supuesto yo no las sabía. Sólo las transmitía para Kathy.

Cuando la lectura terminó, Jim parecía muy conmovido. Se puso de pie, inhaló un par de veces y después me abrazó.

“Sentí como si tuviera una conversación con Kathy”, dijo. “No pensé que fuera a hablar con ella nunca más.”

Jim me pidió otra lectura, pero yo sabía que no era necesaria.

“No me necesitas”, dije. “No me necesitas para hablar con Kathy. Está siempre a tu lado. Sólo tienes que estar atento a lo que te rodea. Cuando algo suceda, pon atención.”

Jim se fue a casa, compró un álbum y empezó a escribir todo lo que le parecía fuera de lo ordinario. Escribió sobre el rosal que los colegas de Kathy le dieron cuando ella se retiró, cómo lo plantaron en el patio delantero y cómo empezó a florecer justo después de su muerte. Esas rosas eran más grandes, brillantes y magníficas que ninguna otra flor en el jardín.

Escribió acerca de su aniversario de bodas, y cómo él y Scott fueron a cenar a un restaurante al que hacía mucho tiempo no iban. La primera cosa que saltó a la vista en el menú era una entrada de camarones con nuez bañados en miel, que había sido el platillo favorito de Kathy.

Escribió acerca de la hermosa paloma blanca que voló dentro del garaje mientras él trabajaba en su coche y cómo aterrizó y lo miró, él la miró de vuelta, y se vieron por un largo tiempo hasta que la paloma se alejó volando. Jim la observó partir y dijo en voz alta, aunque sólo él podía escuchar: “Ésa era Kathy”.

Jim incluso regresó a trabajar en un puesto como geólogo emérito y continuó con sus proyectos de investigación en el Valle de la Muerte en California. No hay árboles en el Valle de la Muerte, ni colinas y nada verde. Sin embargo, para él es un lugar de belleza y certeza, repleto de piedras y minerales que puede sostener en sus manos. Pero en el llano paisaje pardo, Jim encontró algo tan real para él como cualquier cosa en la tierra: encontró a Kathy.

“Siento que ella está aquí”, dice. “Siento que siempre está aquí a mi alrededor y estamos en comunicación todo el tiempo. Siento que nuestro amor es igual que siempre.”

Jim cree en algo que la ciencia no puede probar: que algún día él y Kathy estarán juntos otra vez. La lectura le abrió los ojos y el corazón.

“Puedo ver un panorama en el que Kathy y yo estaremos juntos de nuevo”, dice. “Ahora tengo las herramientas que necesito para continuar. Para vivir como Kathy hubiera querido que viviera.”

Jim ya no necesita dos meteoritos cruzando el cielo. Todo lo que necesita es una sencilla paloma blanca. O un platillo de camarones con nuez bañados en miel. O cualquier cosa, en realidad, que le recuerde a Kathy y el amor que comparten.

“Pienso que Kathy estaría orgullosa de mí”, dice Jim. “De hecho, sé que lo está.”

Y cuando al fin Jim terminó de remodelar la casa que compartía con su esposa, puso en la puerta principal una elegante placa de bronce grabada: CASA DE KATHY.

 

22. WINDBRIDGE

MI búsqueda para descubrir mi lugar en el mundo nunca cesó. Como maestra, insté a mis alumnos a ser incansables en su búsqueda de conocimiento, y como médium psíquica puse esa lección en práctica. Aún había grandes preguntas que necesitaba responder.

Phran y Bob Ginsberg me sugirieron investigar sobre el Instituto Windbridge para Investigación Aplicada al Potencial Humano, una organización conformada por científicos dedicados a la investigación de fenómenos aún no explicados dentro de las disciplinas científicas tradicionales. Windbridge, radicado en Arizona, fue cofundado por la doctora Julie Beischel, quien es la directora de investigación. Dos de los médiums de la Forever Family Foundation, Joanne Gerber y Doreen Molloy, eran también médiums de investigación para Windbridge. Me encantaba la idea de ser capaz de usar mis habilidades no sólo para ayudar a aquellos en duelo, sino también ahondar en la investigación científica.

La declaración de misión de Windbridge afirmaba que la organización “está interesada en preguntar: ‘¿Qué podemos hacer con el potencial que existe en nuestros cuerpos, mentes y espíritus?’ ¿Podemos sanarnos entre nosotros? ¿A nosotros? [...] ¿Podemos comunicarnos con nuestros seres queridos que han fallecido?”

Supe que Windbridge ofrece un examen y certificación rigurosa de las personas con habilidades médiumnicas. Es un proceso de ocho pasos que incluye una lectura quíntuple ciega. El proceso fue diseñado para eliminar cualquier posibilidad de que factores externos —lecturas en frío, sesgos de los participantes, pistas por parte del experimentador, incluso telepatía— influyan en los resultados. En una lectura quíntuple ciega, las personas que supervisan el experimento no pueden saber ningún tipo de información. No conocen nada acerca de los descarnados (término usado para referirse a las personas fallecidas), ni qué médiums realizaron qué lectura, o los lectores que fueron asignados a cada sedente.

Durante años había ansiado saber lo que significaban mis habilidades únicas y las implicaciones que tenían para mí en lo personal, lo psicológico y lo físiológico. Parecía que podría encontrar algunas respuestas en Windbridge. Le envié un correo electrónico a la doctora Beischel y le dije que deseaba tomar el examen.

La doctora Beischel obtuvo una licenciatura en ciencias del medio ambiente y un doctorado en farmacología y toxicología por la Universidad de Arizona. Cuando aún era estudiante, su madre se suicidó, y ella visitó a una médium psíquica. La lectura le pareció significativa y comenzó a tener curiosidad por lo paranormal.

La doctora Beischel no tardó en responder a mi solicitud y me hizo completar un cuestionario que abarcaba aspectos de mi historia personal, mi nivel educativo, mi estado de salud, mis habilidades psíquicas específicas y más cosas por el estilo. Después presenté un examen basado en el Indicador de Personalidad Myers-Briggs, un sondeo clínico que mide la extroversión, la empatía y otros rasgos de personalidad. El tercer paso fue una entrevista con dos de los médiums certificados del instituto. Su trabajo era determinar mis motivos, si sería una buena compañera de equipo, si estaba interesada en ampliar la ciencia de la parapsicología y cosas parecidas. Tuve conversaciones maravillosas con los médiums que me entrevistaron. De hecho, mientras me escuchaba a mí misma responder a sus preguntas, me sorprendía de algunas de mis respuestas. Era como si el Otro Lado me guiara por esa parte del proceso.

“¿Dónde te ves en cinco años, en términos de tu trabajo como psíquica?”, me preguntó uno de los médiums. Me escuché a mí misma decir que mi compromiso con mi labor tomaría el papel principal en mi vida, y que estaba emocionada porque trabajaría con un equipo de luz en el Otro Lado —los niños que han cruzado— para transmitir el mensaje de que la vida continúa allá y que no existe la muerte. Vi que mi misión era ayudar a la gente a vivir las mejores versiones de su existencia aquí y ahora. Dije que deseaba ser parte de Windbridge para contribuir a la investigación de la manera en que funciona el mediumnismo. Hablar con otros médiums que estaban en el mismo canal y entendían cómo era la vida al conocer la existencia del Otro Lado me dio confianza y fortaleza. Todos entendíamos las mismas verdades. Sonreí cuando supe que había aprobado la entrevista.

La siguiente parte del proceso fue una entrevista telefónica con la doctora Beischel. Me preguntó acerca de mi proceso y cuestionó mis intenciones: por qué quería aspirar a la certificación de Windbridge, y cómo usaba y pretendía usar mi don. Después de media hora, más o menos, me informó que pasaba a la siguiente etapa: el quinto paso.

En esta parte del proceso debía leer a distancia a dos sedentes voluntarios seleccionados por los investigadores de Windbridge, e intentar conectar con un ser querido específico de cada uno que hubiera cruzado. Aunque no lo sabía en ese momento, los descarnados seleccionados eran muy distintos entre sí a propósito —una persona joven y otra mayor, por ejemplo— para descartar lecturas generales que pudieran aplicarse a ambos sedentes.

No me dieron el nombre del sedente ni su relación con el fallecido. Todo lo que me dieron fue el primer nombre del difunto. La investigadora que seleccionó a los sedentes entregaría los nombres de los difuntos a la doctora Beischel. Después la doctora Beischel me llamaría, me daría el nombre de uno de los difuntos, establecería un cronómetro de quince minutos y me haría preguntas específicas acerca de la personalidad, apariencia física e intereses del difunto, y además debía decir cómo había muerto.

Ni la doctora Beischel ni yo sabíamos nada del alma del difunto ni del sedente. Incluso, el sedente no sabría nada acerca de mí y no conocería de los resultados de mi lectura sino hasta más tarde. Todo lo que tenía para continuar la prueba era un nombre.

Este protocolo aseguraba que la única manera de conseguir información fuera a través del difunto. ¿Funcionaría? ¿Sabría el difunto dónde encontrarme cuando entrara la llamada? ¿Sería capaz de conectar sin tener al sedente al teléfono, o ni siquiera fuera consciente de que la lectura estaba siendo realizada? ¿A qué había accedido? Recurrí a las únicas personas que sabía que entenderían mi ansiedad: Kim y Bobbi. Les describí el proceso.

“Funcionará”, me aseguró Kim.

“El Otro Lado sabrá exactamente dónde encontrarte para transmitir sus mensajes”, dijo Bobbi.

El día de la cita, estaba nerviosa. Me senté en la cama, esperando la llamada de la doctora Beischel.

“La persona difunta que vas a contactar se llama Mary”, dijo la doctora Beischel con sencillez. “Por favor empieza por decirme cómo se veía cuándo cruzó.”

Había comenzado. No tuve tiempo de estar nerviosa porque de súbito un increíble flujo de información atravesó. De pronto, describí a Mary, identifiqué su conexión con la sedente y realicé un retrato de ella y de su vida. Me mostró que medía 1.72 metros, era de cabello rubio y ojos claros: tenía casi ochenta años cuando cruzó. Me enseñó sus pasatiempos: jardinería, leer, andar en bicicleta. Me dijo que había estado casada y tuvo dos hijos. Me llevó al área de su pecho para mostrarme la causa de su muerte y sentí que se me cortaba la respiración. Me mostró un hospital. Me dio la impresión de que había estado enferma por un tiempo y cruzó por enfermedad, no como resultado de un accidente. Mientras todo esto sucedía, apenas podía creer toda la información que aparecía con tanta facilidad.

Después de quince minutos, la doctora Beischel me dio las gracias. Me dijo que dentro de una semana, a la misma hora, me llamaría para la segunda lectura. Colgué el teléfono un poco mareada, salí de la recámara y fui a la cocina, donde mis hijos jugaban en silencio. Mi mamá los había cuidado mientras yo tomaba la llamada.

“¿Cómo estuvo?”, me preguntó.

“Fue una experiencia asombrosa”, dije. “Apenas escuché el nombre, sentí que alguien atravesaba y me daba toda esta información. No sabía si lo lograría sin un sedente presente, pero el Otro Lado sabe cómo encontrarme.”

“Eso es maravilloso,” dijo mi mamá. “Parece que salió fantástico.”

“Bueno, como yo lo veo, sólo hay dos opciones: o estoy delirante y acabo de inventar la historia de toda una vida, o funcionó.”

Una semana después la doctora Beischel me llamó para la segunda lectura. A pesar de que parecía que todo había salido bien la última ocasión, aún estaba nerviosa. La doctora Beischel me dijo que el nombre de la difunta era Jennifer. Como la vez anterior, la información se filtró. Las palabras e imágenes aparecieron tan rápido que era como si estuviera dictando una novela. Esta vez vi a una mujer joven, de casi treinta años. Me mostró su cabello castaño rizado y sus ojos verdes. Me mostró que le gustaba la música y tocaba la flauta. Vi que tenía una familia aquí: una mamá, un papá, un hermano y una hermana. Señaló a un miembro de la familia en particular: su madre. Sentí que quería decirle a su madre que estaba bien. Me mostró su cruce debido a una enfermedad que evolucionó más rápido de lo esperado. No tuvo tiempo de despedirse bien, porque cuando cruzó estaba inconsciente.

La avalancha de información era vivificante. Al mismo tiempo, debido a que no recibía ninguna respuesta, no sabía si lo que decía tenía alguna relevancia. Tampoco la doctora Beischel. Cuando los quince minutos terminaron, la doctora Beischel me agradeció y me dijo que esperara los resultados dentro de unas semanas.

La doctora Beischel transcribió las grabaciones de mis dos lecturas, les dio formato de listas y las envió por correo electrónico a un investigador de Windbridge, no el mismo que había entrevistado primero a los sedentes. Además, ocultó los nombres de las difuntas para que el investigador no supiera qué lectura correspondía a cada sedente.

Después el investigador envió dos juegos de resultados a los sedentes. Éstos, sin saber cuál era su lectura, calificaban los casi cien elementos de cada lista según qué tanto aplicaban para su ser querido. Calificaban la precisión de cada afirmación de 0 a 6. Una afirmación que tenía sentido y requería poca interpretación recibía un puntaje alto. Una que necesitaba mayor interpretación para ser relevante recibía un puntaje bajo. Por ejemplo, si algo atinaba sin más, recibía un 6. Si la declaración era verdad pero se relacionaba con otro familiar fallecido, obtenía un 2. Las que no tuvieran ninguna relevancia recibían un 0. Los grados numéricos de cada una se sumarían en un resultado promedio. Al final de la calificación, cada sedente escogía la lectura que creía suya.

Para que un médium psíquico pasara esta parte del examen, cada sedente debía identificar la lectura correcta para su familiar difunto y tener una calificación de 3.5 o mayor. El resultado de la lectura que no era para esa persona debía tener 2.0 o menos.

Cerca de dos semanas después de la segunda lectura, justo cuando ponía la mesa para la cena, la doctora Beischel me llamó por teléfono. Pedí a mis hijos que guardaran silencio y rápido me llevé el teléfono a mi habitación, sintiendo que el corazón me palpitaba con fuerza. Hablamos de cosas nimias por un minuto antes de que apareciera un silencio incómodo. Me sentí como si fuera uno de mis estudiantes en el angustioso momento previo a recibir la calificación de un examen. Me pregunté si tardaba en hablar porque tenía malas noticias.

“Tengo tus resultados del examen”, dijo al fin la doctora Beischel. “Aprobaste esta parte.”

Sentí un gran alivio y me puse un poco sentimental, pero mantuve la compostura porque sabía que esas dos lecturas eran sólo la primera etapa de esa parte del proceso.

Las lecturas que había aprobado se llaman lecturas con sedente ausente. En la siguiente parte leería para los mismos sedentes e intentaría conectarme con los mismos parientes difuntos, pero esta vez el sedente estaría en la llamada junto con la doctora Beischel. Ella no identificaría al sedente, la relación del sedente con el difunto ni el género del sedente: sólo me daría el nombre de quien había cruzado. Se les daban instrucciones a los sedentes para permanecer en silencio durante los primeros diez minutos de la lectura.

Casi una semana después, en el tiempo establecido, la doctora Beischel llamó y reportó que tenía al sedente en la línea.

“Sedente, por favor oprima un botón en su teléfono para hacernos saber que está listo”, instruyó la doctora Beischel. Escuché un tono; el sedente estaba en línea.

La doctora Beischel me dijo que debía conectar con Mary una vez más.

“Por favor, empiece”, dijo ella.

Al momento, el Otro Lado me envió el nombre de la sedente, Lisa, y su ocupación: era enfermera. Recibí imágenes que me informaban que Mary era la abuela de Lisa y que había sido una figura materna para ella. Los siguientes diez minutos transcurrieron con apenas una pausa para respirar un poco; así de rápido atravesaba la información. Sentí la misma avalancha de euforia que en las lecturas anteriores.

Después de diez minutos, la doctora Beischel le indicó a la sedente que dijera una sola palabra: “hola”, y que después respondiera a la información que yo había compartido con “sí”, “no”, “tal vez”, “algo así”, o “no lo sé”. En este segmento de la lectura, el segmento de interacción, atravesó incluso más información. La abuela comenzó a contarme de la vida de Lisa. Era soltera pero tenía un pequeño perro. Era muy trabajadora y había logrado acabar la escuela. Había sido más cercana a su abuela que a su madre biológica. La abuela de Lisa le agradeció por cuidarla cuando estaba enferma y por estar presente cuando cruzó.

Al final de la lectura, Lisa me agradeció. Me dijo que era maravilloso poder conectar de nuevo con su abuela. Me sentí llena de júbilo por haber acertado en la relación de la sedente con la difunta, e incluso más feliz de que Mary me hubiera dado el nombre de Lisa. Estaba agradecida de que Mary hiciera tan buen trabajo comunicando su información.

Una semana después tuve mi segunda lectura con sedente presente. La doctora Beischel me pidió conectar con Jennifer otra vez. Al instante el Otro Lado me hizo saber que la sedente era la madre y su hija, Jennifer, había cruzado. Después escuché a la hija cantar una canción peculiar: la canción de los anuncios de la marca Oscar Mayer: “Oh, quisiera ser una salchicha Oscar Mayer...”

Vi la palabra “Massachusetts” y después Jennifer me mostró un hermoso lago de aguas transparentes con lo que parecían ser cristales meciéndose en la superficie en un cálido día de verano. Vi altos pinos majestuosos. Le narré todo esto a mi callada sedente.

Durante la segunda parte de la lectura, cuando la sedente podía hablar, supe que era la madre de una chica que había cruzado. Más adelante en la llamada, cuando la lectura había terminado, la sedente le preguntó a la doctora Beischel si podía decirme algo. Quería decirme por qué la canción de Oscar Mayer era tan importante para ella.

“Tengo la foto de mi hija en un Halloween”, me dijo. “Está vestida como una salchicha Oscar Mayer. Le encantaba esa canción. La cantaba todo el tiempo.”

Unas semanas después, la doctora Beischel me reenvió un correo electrónico de la sedente, cuyo nombre, me enteré entonces, era Jeanne. Quería validar algo más que había salido en la lectura. “Vivo en el bosque, junto a un lago”, escribió. “Y justo cuando dijiste la palabra ‘lago’, yo lo estaba mirando. Y cuando dijiste que había sol en el lago, el sol irradiaba a través de las nubes y se reflejaba en el agua. Sentí un escalofrío doble.”

Qué momento tan extraordinario. Jeanne observaba el mismo lago que su hija me describía. El lago y su casa, me dijo, estaban rodeados de pinos. Por eso Jeanne asumió que su hija estaba justo a su lado, y le describió el lago con mucho detalle a su madre para que supiera que estaba ahí en ese momento.

Después de las lecturas, las sedentes calificaron la información que les proporcioné. Pasaron los días y, aunque me sentía confiada, estaba ansiosa por recibir la confirmación de haber aprobado esa parte del examen.

La noche de Halloween, justo cuando volvía a casa después de acompañar a mis hijos a pedir dulces, aún con mi sombrero de bruja y una capa negra, revisé mi correo electrónico y vi un mensaje de la doctora Beischel. Mis manos temblaron. Sabía que el correo electrónico guardaba los resultados de este último paso. No habría llamada telefónica, ceremonia, trompetas ni confeti. Sólo un correo que diría: Felicidades, pasas a la siguiente prueba, o bien: Gracias por participar, pero hasta aquí llegaste.

“Garrett, llegó el momento. El correo electrónico está aquí”, dije.

“Ábrelo”, dijo.

Los niños replicaron. “¡Ábrelo!”

Esperé otro momento antes de hacerlo. Cada vez que iba a presionar el botón, mi mano se alejaba del teclado de forma involuntaria. Por último, respiré profundo y lo abrí.

“Me complace informarte que has aprobado con éxito los cinco pasos iniciales”, escribió la doctora Beischel. “Me alegra invitarte a continuar con las pruebas que restan y los pasos de entrenamiento. ¡Felicidades!”

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Volteé hacia Garrett y los niños, sin poder hablar.

“¿Qué?”, preguntó, preocupado. “¿Aprobaste?”

“Sí”, chillé mientras me deshacía en lágrimas. Mi familia me rodeó y me envolvió en un gran abrazo.

“¿Por qué mami llora si pasó el examen?”, preguntó Hayden.

“Porque está feliz”, dijo Garrett, y me abrazó con más fuerza.

Sin embargo, además de mis emociones había algo que nadie sabía, algo que no había compartido. El día que accedí a ser evaluada por el Instituto Windbridge hice una promesa; una promesa a mí misma y al Otro Lado. Acordé que si aprobaba este examen nunca más cuestionaría mis habilidades. O bien era una médium y la comunicación con los muertos era real y los difuntos sabrían cómo encontrarme y hablarme y darme información válida, o nada de esto era verdad.

Pero ahora sabía. El Otro Lado había hecho su parte.

Ahora era mi momento de hacer la mía.

La última línea del correo de la doctora Beischel decía: “Por favor hazme saber si te gustaría continuar participando en el proceso de evaluación de WCRM ”.

Decidí que honraría mi conexión con el Otro Lado y me dedicaría a desarrollar mis habilidades y usarlas para ayudar a tanta gente como me fuera posible. Esto incluía convertirme en una médium de investigación y permitir que los científicos me estudiaran para conocer más acerca de mis habilidades. Respondí al instante confirmando mi deseo de continuar. Había tres pasos más que completar: el entrenamiento de médium de investigación, el entrenamiento de sujetos humanos para investigación y el entrenamiento para duelo. El proceso estaba diseñado para enseñarme la historia de los médiums y la ciencia a lo largo del siglo pasado, educarme en la ética de aceptar ser estudiada por científicos en Windbridge, y conocer los preceptos del instituto sobre la mejor manera de ayudar a los sedentes durante y después de las lecturas. Tras completar estos pasos, recibí un certificado por correo. Era oficialmente una médium de investigación certificada por Windbridge (WCRM, por sus siglas en inglés). Soy una de los diecinueve médiums certificados del país. La certificación del instituto significaba que podía participar en experimentos y eventos de Windbridge, así como ayudar al instituto a ampliar su investigación sobre lo paranormal. Estaba llena de júbilo. Podía trabajar con Windbridge en los aspectos científicos y con la Forever Family Foundation para ayudar a los dolientes. Me sentí conectada con el Otro Lado y honrada de ser parte de un equipo de luz.

Le escribí a Phran para contarle que Windbridge me había certificado y agradecerle por orientarme hacia la doctora Beischel. Llamé a Kim y a Bobbi y las animé a presentarse al examen de Windbridge, y me alegra decir que Kim también se convirtió en una médium certificada por Windbridge. (Bobbi no llamó a tiempo para el examen, lo hizo un mes después de que cerraran la convocatoria.)

Más tarde supe las calificaciones de mi segunda ronda de lecturas, aquellas con sedente presente. Una sedente calificó que 90 por ciento de mis declaraciones eran precisas. La otra sedente calificó la precisión de la lectura en 95 por ciento.

¿Qué significaba todo eso? Me pregunté qué conclusiones podía establecer la doctora Beischel a partir del examen.

“Como científica, definitivamente no puedo afirmar que los médiums se comunican con los muertos”, dijo la doctora Beischel. “Pero puedo decir que los datos se inclinan en ese sentido. La ciencia va en esa dirección. La ciencia se está actualizando. Mis datos apoyan que la comunicación con la conciencia de los muertos es posible.”

Pero para mí, el certificado significaba algo más. Significaba que me había graduado al siguiente nivel de mi travesía.

 

TERCERA PARTE

 

23. EL MUELLE DE CANARSIE*

EN noviembre de 2010 recibí una llamada repentina de mi amigo Anthony. Me pidió que le realizara una lectura a su amiga Maria lo más pronto posible. Me dijo que ella se encontraba en una situación desesperada: su padre llevaba diez días desaparecido. Nadie conocía su paradero y tampoco si seguía con vida.

Acordé llamar a Maria al día siguiente. Cuando lo hice ella estaba manejando. Me pidió un minuto para orillarse y en el silencio al otro lado de la línea sentí su tristeza y confusión. También sentí de inmediato que alguien intentaba entrar desde el Otro Lado. Una figura paterna. Esto no era lo que yo quería ver. No era lo que deseaba decirle a Maria. Sería difícil, pero no tenía opción. Debía honrar lo que estaba recibiendo del Otro lado.

“Maria, hay algo que debo decirte”, dije cuando estuvo lista, con la mayor suavidad posible. “Hay una figura paterna que viene del Otro Lado para contactarte. Me pide que te diga que su nombre es John.”

Poco después supe que realicé la lectura en medio de una investigación policiaca.

La investigación había comenzado casi dos semanas antes, el 4 de noviembre de 2010, un día frío y lluvioso. Un hombre llamado John, de setenta y dos años, pasó la mañana en su casa en el barrio de Queens, en Nueva York. Su esposa Mary estaba con él. Alrededor de las 12:30, Mary se preparaba para salir a su trabajo con estudiantes de educación especial. Esa mañana no se sentía bien y John le dijo que le preocupaba que no hubiera almorzado.

“No te preocupes”, le dijo Mary. “Comeré cuando regrese.”

Después Mary se despidió y se fue.

Cualquier otro día, John se habría quedado en casa para almorzar o quizá habría salido a caminar. Pero ese día salió a la puerta y se adentró en la lluvia helada. No tenía puesto su abrigo, sólo unos pants. No se llevó su teléfono, sus llaves, su cartera ni dinero. Ni siquiera se llevó su inhalador, que usaba para el enfisema.

Cuando Mary volvió a casa dos horas más tarde, llamó a John pero no obtuvo respuesta. Buscó por toda la casa pero no estaba ahí. Cuando encontró sus llaves y su cartera la invadió un temor terrible. Su día ordinario había dejado de serlo.

La familia lo era todo para John. Había trabajado muy duro para proveer lo necesario a su esposa y tres hijos. Había sido jardinero de oficio, y cultivaba tomates en su jardín. Quienes lo conocían lo describían como un hombre honesto de alma gentil. Cuando se retiró, ayudó a su hija Maria a cuidar a su pequeño hijo.

Pero el año antes de irse John comenzó a cambiar. Se volvió más introvertido, apagado. Se enojaba con facilidad y podía ser irritable. A veces sacaba a relucir algún viejo reclamo —algo que lo había agobiado décadas atrás— y se quejaba de ello como si acabara de suceder. Maria lo llevó con un neurólogo, quien diagnóstico que John estaba en las etapas tempranas del Alzheimer.

Bajo la mirada vigilante de su esposa e hijos, John comenzó a tomar medicamentos para el Alzheimer, pero le provocaban letargo y aislamiento interior. La familia se esforzaba en ayudarlo. “No queríamos aceptarlo”, explicó Maria. “Pensamos que sus síntomas eran debido a su edad avanzada. Apenas estábamos al inicio del proceso, intentando comprender qué era lo mejor para él. Pero veíamos que iba en declive.”

Luego, el 4 de noviembre, John se marchó. Cuando su esposa no lo encontró en casa, se subió al coche y manejó por el vecindario buscándolo. Después de veinte minutos estacionó y llamó a su hija.

“Tu papá ha desaparecido”, le dijo.

“¿Cómo que ha desaparecido?”, preguntó Maria.

“No está. Tan sólo desapareció. Sus llaves y su cartera están en la casa, pero él no aparece.”

“De acuerdo”, dijo Maria, pensando con rapidez. “Llamemos a la policía.”

Esa noche los tres hijos de John estuvieron manejando por todo Queens en su búsqueda. Al día siguiente caminaron por las calles, hablando con los dueños de las tiendas y pegando carteles. “Entramos a cada tienda en el bulevar, de un extremo al otro”, dijo Maria. En el último local, un salón de bronceado, Maria mostró la foto de su papá a una joven cajera.

“Dios mío”, dijo la cajera. “¡Vi a tu papá ayer!”

La cajera estaba en la panadería comprando su almuerzo cuando vio a John afuera pidiendo cinco dólares. Esa noticia le dio a Maria un destello de esperanza. Los siguientes tres días estacionó su auto frente a la panadería y se sentó ahí, esperando a ver si su padre regresaba.

Mientras tanto, lo que comenzó como una búsqueda por el vecindario por parte de algunos amigos y parientes que entregaban volantes, se convirtió en la búsqueda más grande en la historia de Queens.

Por casi dos semanas, un enorme grupo de búsqueda que incluía policía montada, helicópteros, perros de búsqueda, reporteros de televisión y un pequeño ejército de voluntarios preguntaba en todos los rincones de Queens por cualquier señal de John.

Pero no encontraron nada. Había desaparecido sin dejar huella.

Por esos días recibí la llamada de mi amigo Anthony y concerté mi lectura con Maria.

Cuando le dije que su padre estaba atravesando desde el Otro Lado, Maria comenzó a llorar. Esperé a que se calmara y entonces le hice saber lo que John me estaba mostrando.

El 4 de noviembre John había salido de su casa confundido y desorientado. Aunque no tenía dinero, se subió a un autobús y más tarde al tren. Caminó por algunas calles que conocía y otras que no. Fue a la panadería y a otros lugares que habían sido parte de su rutina. Pero estaba a la deriva: no tenía destino ni dirección alguna. Luego, en mi pantalla de lectura me mostró una señal que decía “CANARSIE. Después me mostró agua y un muelle. Yo no tenía idea de lo que significaba, pero se lo transmití a Maria.

“¡Es el muelle de Canarsie!”, dijo Maria con voz entrecortada. “Está en Brooklyn, en el límite con Queens. Era el lugar favorito de mi papá en todo el mundo. Solía llevarnos ahí todo el tiempo cuando éramos pequeños.”

El muelle de madera de casi doscientos metros, construido detrás del parque Canarsie y a la orilla de la autopista Belt en Queens, se extiende hacia Jamaica Bay y es un lugar popular para pescar; la gente atrapa lenguado y pez dorado en temporada. A John le encantaba pescar ahí, y cuando se volvió mayor disfrutaba pasear a lo largo de los tablones de madera frente al agua. Después de que John desapareció, el muelle de Canarsie fue uno de los primeros lugares en que su familia lo buscó, pero no encontraron evidencia de que hubiera estado ahí.

Ahora John me mostraba lo que hizo cuando llegó al muelle. Con la mayor delicadeza posible, le dije a Maria lo que veía.

John se detuvo en el parque Canarsie para reunir algunas piedras. Las metió en los bolsillos de sus pants y caminó hacia el borde del muelle. Estaba oscuro y hacía frío, y el muelle estaba vacío. Pasó por debajo del barandal y se deslizó dentro del agua.

“Después de dos minutos de haber entrado al agua”, dije, “tu padre se ahogó.”

Pero en el momento en que cruzó, John sintió un terrible arrepentimiento.

“Me pide que te diga que siente mucho por lo que están atravesando ahora, buscándolo”, le dije. “Él creyó que encontrarían su cuerpo en uno o dos días, pero la corriente se lo llevó. Dice que lamenta todo el caos que ha provocado.” John me mostró dos letras, M y A, y comprendí lo que significaban. “No tiene sentido buscar su cuerpo ahora”, dije. “Lo encontrarán hasta un mes que comienza con Ma; marzo o mayo. La corriente no lo devolverá antes.”

John me mostró que se había suicidado porque temía lo que le estaba sucediendo como resultado de la demencia. Maria validó esto. “Creía que terminaría siendo una carga para su familia y no quería que eso sucediera”, le dije. “No quería ser una molestia. Pero entonces, en cuanto entró al agua, se dio cuenta de que había cometido un terrible error.”

Al suicidarse, había intentado evitarle a su familia una gran carga. Pero se dio cuenta de que los había privado de un gran regalo.

La enfermedad de John, que parecía ser algo doloroso y triste, de hecho era una oportunidad extraordinaria para que su familia compartiera e intensificara el inmenso amor incondicional que sentían unos por otros. Entre más avanzara la enfermedad de John, mayores cuidados y atención necesitaría por parte de su familia; pero en la oscuridad de su enfermedad había lecciones que John todavía necesitaba aprender, y lecciones que debía enseñar.

Quizá una de las lecciones era la paciencia. Quizá era la compasión. Quizá era el amor incondicional. O una comprensión de nuestro poder para sanar o superar el miedo a la muerte. John se privó a sí mismo y a su familia de la oportunidad de aprender estas lecciones. No se dio cuenta de que el acto de cuidarlo —de ofrecerle consuelo a alguien con quien se sentían tan agradecidos— no menguaría el amor de su familia hacia él sino que lo aumentaría. No se dio cuenta de que permitir que su familia lo cuidara durante la época más vulnerable de su vida les daría la oportunidad de disfrutar su profunda y poderosa conexión de amor.

La decisión de John de terminar con su vida los privó de este regalo.

“Dice que lo lamenta”, le dije a Maria. “Lo dice una y otra vez: ‘Lo lamento’.”

Después de nuestra lectura, Maria contactó al detective Frank Garcia del Departamento de Policía de Nueva York, quien estaba a cargo del caso de la desaparición de su padre. Ella le dio la información que le transmití durante nuestra lectura.

“Necesito que busquen en el agua”, dijo. “Mi papá está en el agua.”

El detective Garcia accedió a ayudarle a encontrar a su padre. Pasaron cinco horas juntos en un día frío y lluvioso, escalando las rocas dentadas que bordeaban Jamaica Bay. Hacía tanto frío que las manos y los pies de Maria estaban entumecidos, pero ella continuó: los dos lo hicieron. Al final, la búsqueda fue infructuosa. Donde fuera que estuviera John, no sería encontrado aún.

“Te aviso si sé algo de tu papá”, le prometió el detective Garcia. “No te preocupes, lo encontraremos.”

Llegó marzo y no hubo noticias. El invierno dio paso a la primavera.

El 1 de mayo, Mary llamó al detective Garcia. “Ahora lo encontraremos”, dijo. “Un mes con las letras Ma.”

“Estaremos alerta”, prometió el detective.

Pero pasó el mes de mayo y tampoco hubo noticias.

A principios de junio el detective Garcia recibió una llamada de la Guardia Costera. Las fuerzas de la Guardia habían estado realizando ejercicios en una isla de Jamaica Bay cuando un oficial notó algo que había aparecido en la orilla. Eran restos humanos; no un cuerpo completo, sino un cráneo. La Guardia Costera los recogió y los envió para una prueba de ADN. Los resultados tardaron varios días, pero cuando los entregaron se determinó que pertenecían a John.

“¿Cuándo los encontraron?”, preguntó el detective Garcia.

“Hace unos días”, respondió el oficial de la Guardia Costera. “En mayo.”

El detective Garcia llamó a Maria y le dio la noticia. También le explicó el motivo por el cual los restos habían tardado tanto en salir a la superficie. Cuando un cuerpo entra al agua en invierno, se hunde hasta el fondo y es arrastrado por las mareas. Cuando el agua se torna más cálida, lo más probable es que el cuerpo suba a la superficie. Los restos del cuerpo de John eventualmente aparecieron cerca del muelle de Canarsie, donde cruzó. Había estado en esas aguas todo el tiempo, sólo que no podía ser hallado.

“Nunca ha sucedido algo así”, le dijo el detective Garcia a Maria.

“¿Qué cosa?”

“Esto”, dijo él. “Que tu psíquica nos haya dado todos los detalles de cuándo y dónde encontraríamos a tu padre. Todo lo que te dijo sucedió con exactitud. Nunca había visto algo así.”

Pero para Maria no era sorprendente. “Yo estaba en paz para cuando llamó el detective”, dijo. “Ya sabía que mi papá estaba en el cielo.”

John estaba en el cielo. Incluso aquellos que cometen suicidio van al cielo. Ahí sanan y luego continúan en su viaje de crecimiento y comprensión. También intentan ayudar a sus seres queridos a sanar en la Tierra. John estaba a salvo y era amado en el cielo, pero hizo contacto para pedir perdón, y para darle a su familia paz mental.

Al principio Maria tuvo dificultad para perdonarlo. Su decisión les causó a todos mucho dolor. Pero con el tiempo llegó a hacerlo. Comprendió por qué lo hizo. Y ella sabía que el amor que compartían no terminó cuando él cruzó. Sabía que nunca se acabaría.

¿Pero qué habría sucedido de haber entendido John estas lecciones antes de entrar a las oscuras aguas? ¿Qué habría pasado si toda la familia hubiera visto su enfermedad como parte de un designio mayor, como una oportunidad para todos de crecer y zambullirse en un pozo profundo de amor y compasión? Imagina que todos pudiéramos ver la enfermedad y la adversidad como oportunidades de expandir nuestro amor al nivel de las almas.

La verdad es que podemos alcanzar esta claridad. Tan sólo debemos ver y apreciar los hilos de luz y amor que nos unen, en tiempos buenos y malos, en esta vida y la siguiente. Debemos honrar la luz entre nosotros.

John vio esta luz demasiado tarde. Pero ahora comparte las lecciones que aprendió y él continúa viviendo a través de este regalo, y su luz ilumina un camino a través de este mundo.

 

* Algunos nombres de las personas mencionadas en este capítulo han sido cambiados para ocultar su identidad.

 

24. RESOLVIENDO EL MISTERIO

NO anuncio mis servicios como médium psíquica. Hace mucho tiempo me quedó claro que quien vaya a tener una lectura conmigo debe encontrarme. Así que cuando mi amigo John me dijo que Ken, un amigo suyo, me buscaría para realizarle una lectura, le prometí que le daría una cita tan pronto como pudiera.

Realicé la lectura de Ken por teléfono. Cuando me abrí a su aura de inmediato vi algo muy particular y diferente: un deslumbrante despliegue de colores. Como un arcoíris, sólo que más grande y mucho más intenso. Colores sobre colores y más colores, todos ellos puros y vibrantes y explosivos. Nunca había experimentado algo así en una lectura.

“Dios mío, tu aura es magnífica”, le dije. “No es un aura normal.”

Por lo regular, el núcleo del aura de una persona está en un rango de tres colores dentro de un círculo en mi pantalla. Pero el aura de Ken era gigantesca y expansiva, con colores que giraban no sólo alrededor del círculo interno sino también fuera de él.

Observé un verde hermoso, que era signo de una apertura brillante a ideas nuevas. Vi blanco, el dominio de una prueba para el alma. Y vi rosa, una expresión de su enorme amor por la humanidad. También había un extraordinario azul brillante.

“El azul es signo de nobleza de espíritu”, le dije a Ken. “Este azul sugiere que estás aquí en un nivel espiritual mucho más avanzado. Eres alguien que está aquí para ayudar a sanar y enseñar a la humanidad. Y por la forma en que el azul está vinculado a los demás colores... significa que tu energía se expande hacia el mundo y que estás transformando a otras personas.”

Generalmente dedico sólo unos cuantos minutos a observar el aura de una persona, pero con Ken no podía evitar querer detenerme en su hermosa energía.

“Tienes un efecto muy tranquilizador y sanador en la gente”, continué. “Y encima de ti veo blanco, y cuando veo blanco en el aura de alguien significa siempre que él o ella está dominando una prueba para su alma: algo que su alma se impuso a sí misma para trabajar durante su estancia en la Tierra. Pero la prueba para tu alma no sólo se trataba de ti. Veo una energía definitivamente de maestro en ti, pero se expande más allá de un salón de clases tradicional. Estás en esta Tierra en forma física en un nivel espiritual muy avanzado, y aun así eres humilde, sencillo. Es muy hermoso. No sólo has dominado la prueba para tu alma; vas a ayudar a otras personas a dominar sus propias pruebas. El trabajo que haces aquí resonará después de que hayas cruzado y tendrá como consecuencia sanación y amor. Guau.”

“Discúlpame por detenerme en tu aura tanto tiempo”, dije finalmente, “pero no veo algo como esto muy a menudo.”

Cuando avancé y dejé atrás el aura de Ken, escuché un hermoso coro de gratitud.

“Hay mucho agradecimiento de parte del Otro Lado”, dije. “Me provoca escalofríos. De alguna forma les enseñas a otras personas acerca del Otro Lado. Siento que sabes más sobre él que yo. ¿Comprendes?”

Ken asintió.

“Aquí hay niños que te agradecen por... darles paz a sus padres”, continué. “Son muchos, pero no tienes relación con ellos. Es un agradecimiento de parte de todos los niños: agradecen el trabajo que realizas. Cuando las personas cruzan y hacen una revisión de sus vidas, se dan cuenta de cómo podrían haber ayudado a la gente cuando estaban aquí. Contigo, es como si ya tuvieras ese conocimiento, pero estás aquí. Ayudas a que otras personas adquieran ese conocimiento. Lo que estoy viendo es muy hermoso. Muy hermoso.”

Una mujer comenzó a atravesar para Ken.

“Percibo que está apareciendo alguien cuyo nombre empieza con R, conectado a tu abuela.”

“Sí”, dijo Ken. “Su nombre comenzaba con R.”

“¿Se llamaba Ruth?”

“¡Sí!”, dijo Ken.

“Ella dice que eres un pacificador”, continué. “Me dice que ése es el rol que has asumido. Debo decirte —y supongo que lo saca a relucir porque ella provenía de otro país—, que una cosa que has aprendido es que no somos de un país en particular. Es decir, creemos que nuestra nacionalidad es nuestra identidad. Podemos vernos a nosotros mismos simplemente como seres humanos compañeros y no estar tan identificados por nuestra nacionalidad, porque todos estamos conectados. Es un modo de pensar muy avanzando, una forma de pensar muy sanadora, y tú eres consciente de ello y ése es uno de los mensajes que tratarás de compartir.”

Para entonces comprendí que el hombre al que le estaba leyendo tenía una misión del alma; era un hombre cuyo trabajo resonaría mucho tiempo después de que cruzara y traería amor y sanación al mundo.

Mucho después de la lectura, supe que Ken era el doctor Kenneth Ring, profesor emérito de psicología en la Universidad de Connecticut y uno de los académicos líderes en el campo de las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Una ECM se describe como una experiencia mística o trascendente reportada por personas que han estado en el umbral de la muerte. En las últimas décadas Ken se ha consolidado como un portavoz reflexivo sobre la existencia de la vida después de la muerte. Su hermoso libro Lessons from the Light explora varias historias extraordinarias de ECM. Su mensaje es que no debemos temer la muerte. “Lo que encontraremos será hermoso, tan hermoso que no puede expresarse con palabras”, escribe. “Porque la verdad es que estamos conectados con otro mundo.”

La información que me llegó durante mi lectura con Ken Ring —de que estaba ayudando de alguna forma a un gran número de personas— fue validada por lo que aprendí sobre las ECM. Los estudios sugieren que millones de personas alrededor del mundo han experimentado ECM. Éstas le ocurren a gente de todos los países, edades y religiones. Le suceden a cristianos, hinduistas y musulmanes, a jóvenes y viejos, a trabajadores de la construcción y a directores de empresas, a los creyentes más devotos de sucesos místicos y a los más escépticos.

Esto era lo que el Otro Lado me mostraba sobre Ken Ring: su trabajo llevaba amor, sanación y comprensión a millones de personas. Él estaba transformando la forma en que la gente percibe la existencia misma. Estaba aportando un cambio real y significativo al mundo.

En pocas palabras, Ken Ring era un Trabajador de Luz.

Trabajador de Luz es un término que uso para describir a las personas que están en esta Tierra para ayudar a enseñar y sanar a otros. Son personas que ayudan a que otros encuentren sus dones y se conviertan en las mejores versiones de sí mismos y ellos, a cambio, pueden usar su luz para ayudar a otros. Mi lectura con Ken fue sumamente importante para mí porque me mostró el poder que tiene un Trabajador de Luz —el poder que todos tenemos— para brindar sanación y comprensión al mundo. Y reforzó la importancia de valorar y explorar nuestra conexión con el Otro Lado, de honrar la luz entre nosotros.

A pesar del trabajo de Ken en la ciencia de la vida después de la muerte, él no había sentido la necesidad de contactar a un médium psíquico. Pero un colega le contó sobre su primera lectura y cómo le había cambiado la vida. Unos días después, por coincidencia, otro colega le dijo lo mismo. En unas cuantas semanas, cuatro colegas le habían compartido sus experiencias con una médium psíquica, y todos dijeron que la experiencia los había conmovido profundamente. Fue entonces que Ken me llamó.

La verdad es que no tenía un motivo para buscar a una médium psíquica. Estaba luchando con una pregunta relacionada con su padre, quien había cruzado cuando Ken tenía diecisiete años. Durante casi toda su vida, Ken tuvo la sensación de que su padre aún lo acompañaba. No tuvo visiones ni escuchó voces ni nada por el estilo; tan sólo sentía la presencia de su padre. Sentía la esencia de su padre como si fuera una fuerza en su vida, que lo guiaba. Sobre todo, aún sentía el amor de su padre, aunque estuvieran separados.

Mucho antes de nuestra lectura, Ken escribió sobre estas sensaciones en una autobiografía: “Siempre he sentido el amor de mi padre como el hecho primordial de mi vida, incluso cuando fue forzado a separarse de mí. Y cuando muera, espero poder confirmar por mí mismo este sentimiento cuando por fin lo vea una vez más con sus brazos abiertos, esperando para darme la bienvenida a casa.”

Ahora, en nuestra lectura, Ken deseaba saber si lo que sentía era real.

Varios miembros de la familia de Ken aparecieron en la lectura, todos juntos, hablando al mismo tiempo, atropellándose para ser escuchados. Su madre apareció, y luego alguien fuerte y enérgica llamada Mary, del lado de su madre. Ken dijo que era su tía Mary. Entonces el Otro Lado trajo a alguien con una D en su nombre.

“¿Hay un David aquí en la Tierra?”, pregunté.

Ken dijo que su hijo se llamaba David.

“También hay una Kathryn”, dije.

Ése era el nombre de la hija de Ken. El Otro Lado también me dijo de Max, su nieto.

El padre de Ken también apareció, pero permanecía al fondo.

Después de un rato, Ken preguntó por su padre. Sólo entonces su padre se acercó.

“Siento que cruzó antes de tiempo”, dije. “Su tiempo juntos fue acortado. Y escucho una disculpa por eso. Te ofrece una disculpa, eso es lo que estoy recibiendo. Es como si de alguna forma te hubiera fallado. Como si hubiera cruzado sin haber tenido el tiempo suficiente contigo como tu padre. Percibo el área del pecho. Algo en el área del pecho. Ni siquiera hubo tiempo de despedirse.”

Ken me dijo que no estuvo presente cuando su padre murió por un infarto.

“Tu padre dice: ‘Lo lamento’”, le dije. “Siento que está diciendo que debió haber cuidado más su salud.”

Entonces Ken preguntó: “¿Puedes verlo?”

“Creo que no era muy alto”, dije. “¿Era más bajo de 1.80?” Ken confirmó que sí lo era. “¿Tenía cabello oscuro?” Ken dijo que sí. “¿En algún momento usó bigote?” Ken asintió de nuevo. “Hay algo extraño con su bigote: cree que se ve tonto con él. Bromea acerca del bigote.” Ken se rio.

“Siento que tu padre trataba de construir algo mientras estaba aquí”, dije. “No me refiero a construir una casa sino algo propio... y fue interrumpido. Se quedó incompleto. No estaba muy contento por eso. Cuando cruzó su reacción fue: ‘Espera un momento. Esto es una broma. En primera, ¿el Otro Lado es real? Y segundo, ¿no voy a poder terminar eso?’ Estaba molesto por eso.”

Ken comprendió lo que significaba. Su padre era un artista que murió a mitad de la creación de diversas obras.

“Tu padre dice que te ayuda en tu trabajo desde el Otro Lado”, dije. “De alguna forma organiza las cosas en el Otro Lado, y eso ayuda a tu trabajo aquí.”

“¿Así que mi padre me está ayudando?”

“Te ayuda ahora, y te ha ayudado por muchos años”, dije. “Como no podía hacerlo aquí físicamente, ha tenido que hacerlo desde el Otro Lado.”

“Siempre lo he sentido”, dijo Ken. Luego continuó: “Quizá no puedas responder esto, pero tengo curiosidad. Me gustaría saber: si es que muero, ¿veré a mi padre?”

Escuché una risa proveniente del Otro Lado.

“¡Por supuesto!”, dije. “¡Tu padre se ríe de ti! Dice: ‘¡Estás preguntando algo pero ya sabes la respuesta!’. Tu padre está bromeando contigo, y se ríe y dice: ‘Primero vas a ver un túnel y una luz muy brillante, y luego, si quieres, te recibiré yo primero, y después vas a vernos a todos ahí’. Debes creer que todos tus seres queridos estarán ahí para darte la bienvenida. Y tu padre será el primero en la fila.”

La realidad de la vida después de la muerte, la presencia continua de nuestros seres queridos que han cruzado, el poder de nuestra conexión con el Otro Lado, el resplandor de la luz entre nosotros: para Ken, éstos no son sólo datos de una investigación. Son regalos del Otro Lado para nosotros.

Y en nuestra lectura, fueron un regalo para él de parte de su padre.

“Nos están esperando cuando morimos, y seremos amados”, dijo Ken en una conversación reciente. “Lo que encontraremos será hermoso, tan hermoso que no puede expresarse con palabras. Porque la verdad es que estamos conectados con otro mundo.”

Pero a pesar de su trabajo en este campo, a pesar de toda la investigación que ha realizado, él sabe que, al final, “todos tenemos que resolver por nosotros mismos el misterio de la vida después de la muerte. Y con respecto a mí, creo que hay una hermosa vida después de la muerte. Creo que nunca estamos solos”.

 

25. LA DIRECTORA

 A veces también los maestros temen el camino hacia la oficina del director.

Llevo dieciséis años enseñando en la preparatoria Herricks y, excepto por un colega —en cuya lectura vi que tendría un nuevo auto y una nueva novia— y mi amiga más cercana, Stephanie —una maestra de inglés de la preparatoria a la que le confié mi secreto—, nadie sabía acerca de mis habilidades como médium psíquica. Me esforcé mucho por mantenerlas ocultas y asegurarme de que mis dos caminos de vida no se cruzaran... hasta que un día lo hicieron.

Una maestra cuya energía me gustaba mucho, llamada Suzanne, se acercó a mí después de clases.

“Asistí a un seminario de desarrollo espiritual el fin de semana”, dijo, “y surgió el nombre de Laura Lynne Jackson.”

Sentí un nudo en el estómago. Suzanne explicó que había asistido a una conferencia de Pat Longo, una maestra espiritual y sanadora muy conocida, en la cual mencionó una lectura que había tenido conmigo.

“¿Eres tú?”, me preguntó. “¿Tú eres esa Laura Lynne Jackson?”

Asentí, aunque por dentro sentía cierto pánico.

“No te preocupes”, dijo Suzanne sonriendo, “tu secreto está a salvo conmigo.”

Poco tiempo después accedí a participar en un evento de Forever Family Foundation en una universidad en Long Island. El evento era para personas que habían perdido seres queridos. Tenía bastante confianza en que nadie de la preparatoria donde trabajaba sabría al respecto. Pero estaba equivocada.

“Quiero avisarte algo”, me dijo Suzanne en un correo electrónico. “Danielle [otra maestra del departamento de Suzanne] compró boletos para el evento y está organizando asistir con varios maestros. Todos vamos a estar ahí.”

Cuando le conté a Garrett lo que sucedía, no dudó ni un instante.

“Debes decirle a la directora lo que haces”, dijo.

Garrett tenía razón. Debía saber si mi participación en el evento pondría en peligro mi carrera como maestra. Si la directora me decía que no podía hacerlo, tendría que cancelar, y eso me destrozaría. Sabía que sería capaz de ayudar a muchas personas que estaban sufriendo mucho y quizá podría transformar algunas vidas. Pero si eso significaba perder mi trabajo, simplemente no podía hacerlo.

Así que tomé el largo y solitario camino hacia la oficina de la directora.

Jane, quien había sido directora de la preparatoria Herricks por varios años, había dedicado su vida a la educación. Criada en Long Island por una madre irlandesa y un padre griego, comenzó su carrera como maestra de educación especial y pasó los siguientes cuarenta años en el sistema educativo. En nuestra preparatoria era responsable de más de 1 300 alumnos provenientes de una amplia gama de contextos. Además, Jane encontraba tiempo para dar una clase nocturna a maestros que desearan convertirse en administradores. Era una educadora apasionada y práctica, una persona hermosa con un alma generosa. Yo la admiraba y respetaba mucho, y en los once años que habíamos trabajado juntas nos habíamos llevado muy bien.

De todas formas, conforme me acercaba a su oficina me sentía muy nerviosa, como un estudiante al que hubieran enviado con el director.

Inhalé profundo, entré a su oficina y me senté en la silla frente a su escritorio.

“Tengo que decirte algo”, comencé, intentando evitar que me temblaran las manos. “Yo... tengo una vida paralela afuera de la escuela y nadie lo sabe.”

Jane parecía preocupada. Después supe que su primer pensamiento fue: “¿Laura es prostituta?”

“No soy una persona muy religiosa, pero soy espiritual”, proseguí, buscando las palabras correctas. “A veces realizo un trabajo voluntario los fines de semana; voy a participar en un evento el próximo mes, y quiero asegurarme de que estás conforme con eso, y que la administración también lo esté. Este trabajo voluntario... el tipo de trabajo que hago... implica que ayude a la gente a comprender algo sobre sus seres queridos. Seres queridos que han cruzado.”

Jane me miró con atención.

“Entonces”, dijo, “¿eres... sensible?”

Asentí.

“¿Eres... una de ésas?”

“Sí”, dije.

“¿Una médium?”

“Sí. Una médium psíquica.”

Jane me miró fijamente. Intenté no avergonzarme ni desviar la mirada. Ahora todo estaba sobre la mesa.

Entonces Jane se inclinó hacia delante y me preguntó en un susurro: “Laura, ¿ves a alguien a mi alrededor ahora?”

Y de pronto las puertas se abrieron. Era como si el Otro Lado lo hubiera planeado. El Otro Lado atravesaba a un kilómetro por minuto. No había esperado leer a Jane, no deseaba hacerlo, pero alguien en el Otro Lado empujaba fuerte y la pregunta de Jane era la apertura que esa persona necesitaba. Era su madre, quien había fallecido décadas atrás.

“Estoy escuchando a Margaret”, dije. “Tu mamá me dice que su nombre es Margaret.”

Jane se quedó con la boca abierta. Se puso de pie, rodeó su escritorio y cerró la puerta de la oficina. Entonces se sentó de nuevo y se inclinó hacia adelante.

“Sí”, dijo. “Su nombre era Margaret.”

“Tu mamá te educó de forma muy estricta”, continué. “Era una católica estricta y te imponía muchas reglas, y ella sabe que a veces era dura, pero quiere que sepas que todo lo que hizo fue por ti y por tu futuro, porque te ama mucho.”

Los ojos de Jane se llenaron de lágrimas.

Luego escuché otra palabra.

“Morfina. Tu mamá dice algo sobre la morfina. Dice que siempre le hacías preguntas a los doctores sobre la morfina, y la dosis que debías darle, y quiere agradecerte por estar tan involucrada, tan preocupada, y por facilitarle el final de su vida.”

Ahora Jane se cubría el rostro con las manos. Proseguí. Había algo acerca del hijo de Jane y su carrera en el cine, sobre su hija, y sobre un bebé que vi del Otro Lado esperando venir para su hija. El Otro Lado estaba repleto de información para Jane. Antes de darme cuenta ya habían pasado cuarenta minutos, y sonó el timbre para el cambio de clases. Jane se puso de pie, vino hacia mí y me abrazó.

“Tu don es hermoso”, dijo.

Acordamos hablar de nuevo más tarde. Después de la sexta clase, vi a Jane esperándome afuera de mi salón.

“¿Puedes pasar a verme después de la novena clase?”, me preguntó.

Sentí como si me hubieran dado un golpe en el estómago. Temí que Jane hubiera llamado al jefe del distrito escolar y que me prohibirían asistir al evento.

Estaba ansiosa y distraída, pero logré dar mis últimas tres clases. Conforme caminaba hacia la oficina de Jane sentí el mismo miedo que horas atrás.

Cuando la asistente de Jane me vio se sonrojó. Otra secretaria también se sonrojó y desvió la mirada. Me di cuenta de que Jane les había contado sobre mí. De pronto me veían distinto. Ya no sabían cómo actuar conmigo.

Entonces Jane me llamó para que entrara a su oficina. Parecía solemne.

“Necesito preguntarte algo”, dijo en voz baja.

Me crucé de brazos en espera de malas noticias.

“Es sobre mi esposo”, dijo Jane.

Sentí que las puertas se abrían de nuevo. Me senté frente a Jane y dejé salir todo.

“Él está aquí”, dije. “Tu esposo está aquí. Cruzó hace algunos años.”

“Cinco años”, dijo Jane.

“Y estuvieron casados por mucho tiempo.”

“Treinta y cinco años”, dijo.

“Tu esposo está aquí. Y quiere que sepas... que le encanta lo que estás haciendo con la casa.”

Jane sonrió y comenzó a llorar de nuevo.

“Pero me está diciendo algo sobre los pájaros”, continué. “Los comederos de los pájaros. Dice que no has estado llenando los comederos de los pájaros como deberías. Quiere que los llenes. Quiere que vuelvan los pájaros.”

Jane se limpió las lágrimas. Era tan sólo un pequeño detalle pero para ella era personal e íntimo, algo que había sido sólo de ellos. Los comederos de los pájaros habían sido importantes para su esposo, y era verdad, ella no había continuado llenándolos. Esto era la validación de lo que le decía.

Su esposo se quedó con nosotras un buen rato. Ofreció diversos detalles sobre su vida juntos, todo para verificar que él estaba presente. Después de un tiempo Jane me detuvo.

“Laura”, dijo, “¿puedes preguntarle algo? Necesito saber... ¿Cómo se siente ahora acerca... de mi esposo?”

Después supe que a Jane la atormentaban sentimientos de culpa por haberse casado de nuevo. Era una persona muy fuerte y generosa, y vivía su vida de una forma honrada y llena de propósito, pero también era humana, y toda su fortaleza no podía desvanecer el sentimiento de que al volverse a casar estaba traicionando a su primer marido y a la memoria de sus treinta y cinco años juntos. Todavía estaba en duelo por perderlo, y su culpa se convirtió en una carga que creía necesaria.

“¿Cómo se siente con respecto a mi nuevo esposo?”, preguntó de nuevo, casi suplicante.

La respuesta llegó clara y fuerte.

“Jane”, le dije, “él es quien llevó a tu nuevo esposo hacia ti.”

Jane estaba desconcertada. Su primer esposo insistía mucho, así que seguí hablando.

“Él dice que tu esposo ahora es un tanto bobo, y que le gusta eso de él. Le agrada su personalidad. Pero dice que...”

Dudé un poco, sorprendida por lo que estaba escuchando.

“Dice que el trasero de tu nuevo esposo es más lindo que el suyo.”

Jane rio.

“Dice que todo lo que siempre quiso para ti fue felicidad. Por eso te mandó a tu nuevo marido. Quiere que seas feliz. Eso no ha cambiado, nunca cambiará. Ni siquiera cuando lo dejes ir, Jane. Mucho menos cuando lo dejes ir.”

Ésta no era la conversación que esperaba tener con la directora. Al día siguiente, Jane me llamó de nuevo y me hizo una pregunta directa.

“¿Cuál es tu visión del mundo?”

Respondí con facilidad.

“Veo la Tierra como un salón de clases”, dije. “Venimos aquí para aprender lecciones y ayudarnos unos a otros. Pero el mundo verdadero es el espiritual. Y ese mundo es de luz y amor.”

Jane me dio su bendición para continuar como maestra y como médium psíquica. Hicimos un protocolo de lo que les diría a los estudiantes si algún día se enteraban, pero fuera de eso continué mi trabajo normal como maestra. En algún momento de esa semana Jane le llamó al jefe del distrito escolar y le explicó mi situación. En parte gracias a su recomendación, el distrito lo autorizó y mi empleo estaba asegurado. Incluso la asistente del jefe del distrito me pidió una lectura.

“En lo personal, no creo en esas cosas”, le dijo el jefe a Jane.

“Yo tampoco creía”, dijo Jane, “hasta ahora.”

Durante deiciséis años viví con miedo de que mi secreto fuera expuesto, todo porque me había convencido de que la gente no me aceptaría tal como soy. Por algún motivo creía que cuando mi secreto saliera a la luz la gente me reprobaría, me ridiculizaría o me despedirían del trabajo, o las tres juntas. Nunca imaginé que la gente a mi alrededor pudiera ser comprensiva. Así que dejé que mis decisiones fueran gobernadas por el miedo.

¡Qué contraproducente puede ser el miedo! ¡Qué paralizante y qué desperdicio! Incluso estaba preparada para renunciar a mi trabajo como médium. Y entonces, al final, Jane fue increíblemente comprensiva. No sólo aceptó mi don sino que lo acogió. Todo ese temor y preocupación me habían encadenado innecesariamente por dieciséis años.

No puedo expresar lo bien que me sentía por estar libre al fin del temor.

Jane me dijo después que mi lectura también tuvo un efecto profundo en su vida. Antes de ese día, no pensaba mucho en la vida después de la muerte. Se consideraba una persona espiritual pero también era muy práctica. Intentaba ser buena y honesta y amorosa, pero también aceptaba que su existencia era finita. Si existía algo más allá de esta vida, qué bien. Pero no se mortificaba por ello. No le parecía relevante. Sólo intentaba aprovechar al máximo su vida en la Tierra ahora.

Pero después de nuestra lectura, la visión del mundo de Jane cambió.

“Estaba conforme con morir y ya”, me dijo. “Pero ahora estoy abierta a que algo verdaderamente maravilloso sucede al morir. Y así mi vida ahora se trata de estar preparada. Experimentar la conexión que todos tenemos con este mundo de luz y amor, y vivir lo mejor posible ahora.”

 

26. TOCAR LOS HILOS

EN 2013 Phran y Bob Ginsberg me invitaron a ser médium facilitadora en el retiro anual de fin de semana de Forever Family Foundation. El evento se llamaba “Transformar el duelo: conexión y sanación entre dos mundos”, y tendría lugar en un hotel y centro de conferencias en Chester, Connecticut. Era un lugar hermoso, con un bosque exuberante y una terraza sombreada por los árboles que daba a un estanque precioso. Phran me dijo que el evento estaba diseñado “para enfrentar los retos del duelo y enfocarse en las formas en que podemos comunicarnos con los seres queridos que han muerto y mantener nuestras relaciones con ellos”.

Justo cuando llegué y entré a mi habitación en el hotel, sonó mi celular. Cuando contesté sólo escuché silencio, así que colgué. Unos minutos después sonó de nuevo. Una vez más no había nadie del otro lado.

Esa noche recibí seis o siete llamadas más de la nada. Hacia la cuarta llamada comencé a pensar que algo extraño sucedía. Una llamada perdida, tal vez dos, no era nada. ¿Pero seis o siete? ¿Me estaban jugando una broma? Lo extraño era que no aparecía ningún número de teléfono en el identificador de llamadas. El teléfono tan sólo sonaba.

Después de un rato me di cuenta de lo que sucedía con las llamadas: alguien en el Otro Lado intentaba comunicarse conmigo.

Las llamadas fantasmas son una de las muchas formas en que el Otro Lado nos manda mensajes. Los celulares emiten ondas electromagnéticas, que son un tipo de energía que el Otro lado puede manipular. También tenía sentido que recibiera las llamadas fantasmas en un evento que invita al Otro Lado a aparecer. En estos retiros he visto a personas cuya angustia está tan atorada en su pecho que apenas pueden respirar. He percibido que la carga del dolor puede ser tan pesada que se siente como una nube de plomo. Pero también he visto a personas que encuentran esperanza y sentido justo frente a mis ojos. He observado lágrimas de amor puro donde antes había lágrimas de rabia. He visto a personas que simplemente sueltan su sufrimiento, como un niño que deja ir un globo. Y he escuchado lo que el Otro Lado dice acerca de la pérdida y el duelo. Estaba segura de que las llamadas fantasmas guardaban una lección para mí.

La primera noche en el retiro, Bob y Phran dieron la bienvenida a todos los participantes y presentaron el programa de todo el fin de semana. Noté a una pareja que estaba sentada perfectamente quieta, ensimismados, con la mirada hacia el suelo. Sus rostros eran como de piedra. Podía sentir la pesadez de su sufrimiento. Su dolor era palpable. Dije una oración en silencio para el Otro lado: Por favor, permítanme ser un vehículo para ayudarlos. Esperaba que me encontrara quien fuera que habían perdido.

Esa noche nos reunimos alrededor de una fogata. Phran me preguntó si estaría “abierta” en caso de que el ser querido de alguien quisiera atravesar desde el Otro Lado. “Por supuesto”, le dije. Después de que todos se acomodaron alrededor del fuego, cantamos canciones para elevar nuestra energía. Luego los cantos cesaron y una callada tristeza se instaló de nuevo. Sentí el llamado. Era momento de hacer una lectura.

Esperé a ser guiada hacia alguien, sentir el lazo de la energía. De pronto sentí una fuerte atracción hacia la pareja triste que había visto antes. Caminé hacia ellos al otro lado de la fogata. El llamado se volvió más fuerte. Quien fuera que necesitara comunicarse con ellos era muy insistente. Me paré frente a ellos y dejé que el visitante se mostrara.

“Perdieron un hijo”, les dije.

Fred y Susan llevaban casados veinte años y tuvieron tres hijos: Scott, Tyler y Bobby. Su vida en Thunder Bay, Ontario, era normal: entrenamientos de hockey, partidos de beisbol, eventos de la escuela y tareas. Los tres niños eran extremadamente brillantes y atléticos aunque Scott, el mayor, era el más extrovertido, un líder natural. Era el tipo de chico que de pronto comenzaba a cantar en medio de la clase y los demás estudiantes lo seguían y se ponían a cantar también, y eso sólo provocaba que los maestros lo quisieran más.

En la preparatoria eligieron a Scott como presidente del consejo escolar de estudiantes y como rey del baile de graduación. Practicaba varios deportes y destacaba en todos ellos. También era buzo certificado. Fue aceptado en la prestigiosa Canadian Memorial Chiropractic College.

Hacia el final de su primer semestre, volvió a casa durante unas vacaciones y estudiaba para sus exámenes. “Todos los días se sentaba en la mesa del comedor con sus libros abiertos. Leía con mucha atención”, me dijo después Susan. “No salía, sólo estudiaba. Excepto por ese viernes en la noche.”

Ese viernes por la noche, Scott y su amigo Ethan fueron a una fiesta, y después Scott se quedó a dormir a casa de Ethan. Al día siguiente, alrededor de la una de la tarde, Susan y Fred fueron de compras —estaban planeando una gran cena de Pascua para la familia—, cuando de pronto Susan recibió una llamada del hermano de Ethan.

“Scott se cayó de unas escaleras anoche”, le dijo. “Estaba desorientado, así que llamamos a una ambulancia. Va de camino al hospital.”

Ella y Fred fueron directo a la sala de urgencias del hospital. Un médico les dijo que todavía no podían ver a Scott. Tenía un traumatismo, pero nadie sabía qué tan grave era.

“Vamos a ponerle anestesia general”, dijo el médico, “y luego vamos a llamar al neurocirujano.”

“¿Al neurocirujano?”, pensó Susan. “¿Qué no sólo se cayó de unas escaleras?” Escuchó que el doctor le mandaba un mensaje al neurocirujano y se paralizó de miedo.

Esperaron en una sala privada con Ethan y su hermano. Susan y Fred entraban y salían de la habitación, mirando ansiosos hacia el extremo del pasillo donde estaban tratando a su hijo. Después de lo que se sintió como una eternidad, el médico fue a hablar con ellos.

“Fue hacia Fred y le habló directamente”, dijo Susan. “Ni siquiera me miró. Fue entonces que supe que era grave.”

Había una inflamación severa en el cerebro de Scott. Permaneció sedado. El neurocirujano intentó insertar un tubo para aliviar la presión, pero estaba demasiado inflamado. Entonces los médicos trataron de elevar la presión de Scott para obligar a su cuerpo a redistribuir la sangre, y aumentaron su ritmo cardiaco a 250 latidos por minuto, pero tampoco con esto lograron reducir la inflamación.

La única opción que les quedaba a los médicos era perforar el cráneo de Scott para aliviar la presión en su cerebro. Uno de los médicos que estuvieron en la cirugía era un amigo, y cuando terminó encontró a Fred y Susan en la sala de espera.

“Entramos y vimos que su cerebro estaba sumamente inflamado”, explicó el cirujano. “No había nada que pudiéramos hacer.”

Scott no había muerto. Pero no podía respirar por sí mismo, y la presión en su cerebro había provocado un daño considerable.

“Si fuera mi hijo”, dijo el médico, “lo dejaría ir. Nunca volverá a ser Scott.”

Así nada más. No sólo era repentino, sino impensable. No era posible. Susan y Fred, en shock, llamaron a Tyler y Bobby al hospital y se reunieron con el cirujano. Sabían lo que sucedería, pero querían enfrentarlo juntos.

“La verdad es que Scott ya no está con nosotros”, dijo el cirujano.

La familia debía decidir si quitarle o no a Scotty el soporte vital artificial. Tiempo atrás ese mismo año, cuando Scotty tramitó su licencia para manejar, había aceptado entusiasmado ser donador de órganos. Los médicos lo explicaron porque Scotty era tan joven y estaba en tan buena forma que tendrían la oportunidad de extraer algunos de sus órganos, pero la decisión debía ser tomada de inmediato. Susan preguntó: “¿Cómo saben que Scotty no mejorará? ¿Cómo pueden estar seguros?”

El doctor repasó la lista de criterios que usaban para determinarlo: no poder respirar por sí mismo, daño severo en el tallo cerebral, insensibilidad al dolor, ausencia de reflejos. No había duda: Scotty se había ido.

Los miembros de la familia tomaron unos momentos para procesar lo que habían escuchado. En sus corazones sabían lo que tenían que hacer; sin embargo, era una decisión increíblemente difícil.

Le indicaron al doctor que retiraran a Scotty del soporte vital artificial.

El miércoles 4 de abril de 2012, un equipo de médicos llevó a Scotty en una camilla a la sala de operaciones para extraer sus órganos. La familia los acompañó parte del camino pero no podían entrar a la sala. En la entrada el médico se hizo a un lado y los padres y hermanos de Scotty, uno por uno, colocaron sus manos sobre el cuerpo de Scotty para despedirse.

“Adiós, hijo mío”, dijo su padre entre lágrimas.

“Adiós, Scott”, dijo su madre. “Te amaremos por siempre.”

Los médicos empujaron la camilla a través de las puertas de la sala de operaciones, y la familia de Scotty se quedó ahí parada mientras las puertas se cerraban.

En el lapso de algunas horas varios helicópteros aterrizaron en el hospital para recoger los órganos de Scotty. Sus pulmones, su hígado, su páncreas y sus riñones fueron a diferentes lugares, a distintos receptores. El último órgano que se extrajo fue el corazón de Scotty. El último helicóptero se elevó al cielo y se llevó su corazón.

De vuelta en casa, los libros médicos de Scotty todavía estaban abiertos sobre la mesa del comedor.

En el retiro realicé la lectura para Fred y Susan durante cuarenta minutos. El joven que apareció era vibrante y decidido y tenía mucho que decir. Me dijo que su nombre comenzaba con S y que había cruzado rápido. Dijo que había sido un accidente y asumió cierta responsabilidad al respecto. Luego ofreció una serie de validaciones, como si comprendiera que sus padres tendrían que ser convencidos de que él estaba ahí presente.

“Me está mostrando algo verde”, les dije. “Un vestuario verde. Me dice que le mencione esto a su madre porque ella se reirá.”

Al principio Susan estaba desconcertada. Y luego, justo como predijo, se rio. “Scotty se disfrazaba de pies a cabeza de Hulk en Halloween”, explicó después Susan. “Me reí porque era típico de Scotty recordar algo así para intentar hacerme reír.”

Luego, Scotty me dijo que hablara sobre los aretes que su mamá traía puestos. Le pregunté a Susan si había estado indecisa sobre qué aretes usar ese día.

“Scotty dice que le gusta el par que traes puesto y que te alentó a escoger éste en vez del otro que pensabas usar”, dije. Susan confirmó que se había decidido por un par pero en el último minuto volvió y se los cambió por los que usaba ahora. Ésa era la forma en que Scotty le mostraba a su mamá que había estado con ella todo el día.

Luego me dirigí a Fred. “Bueno, esto es un poco vergonzoso, pero siempre debo transmitir los mensajes que recibo”, le dije. “Scotty quiere que te diga que le gusta tu nueva ropa interior. Dice que es un nuevo estilo. No más trusas blancas.”

Ahora Fred era el que estaba sorprendido. “Scotty me molestaba por mis viejos calzones, tipo trusa”, explicó después Fred. “Hace unos días compré ropa interior nueva, tipo bóxers. Nadie sabía que los había comprado.”

Continué: “También me dice que te moleste por tus zapatos, pero se ríe porque dice que tienes suficientes para diez años.” Susan y Fred se miraron y rieron. “Es verdad”, dijo Fred. “Sólo me gusta un tipo de zapatos. Mira, los traigo puestos ahora. Y estaban en rebaja, así que pensé: ‘¿Por qué no?’, y ordené varios pares por internet.”

Entonces Scotty me mostró un jardín, y percibí una sensación apabullante de amor.

“Scotty me está mostrando un jardín vinculado a él y a ustedes dos”, dije. “Dice que se sientan allí, y él se sienta con ustedes. Es muy hermoso. Es hermoso que ustedes pasen tiempo ahí, conectándose con él. Es un lugar tranquilo para poder hacerlo.”

“Plantamos este jardín en su memoria”, dijo Susan. “Lo llamamos el jardín de Scotty. Es muy especial para nosotros.”

“No me necesitan para ver y sentir a Scotty”, les dije. “Ya lo hacen. Lo hacen cuando se sientan con él en su jardín. Y lo hacen cuando compran ropa interior y escogen aretes para usar. Él está siempre con ustedes. Todavía es parte de la familia.”

Susan y Fred habían estado tan atrincherados en su sufrimiento que cuando llegaron me preocupó no encontrar una forma de atravesarlo. Pero al final Scotty se encargó de eso. Cuando apareció fue muy divertido. ¡Nos tenía a todos riendo y sonriendo! Se mostró como el Scotty que su familia tanto amaba.

Pero lo más importante que Scotty compartió fue su entusiasmo.

“Dice que está muy emocionado porque lo que hacen en su nombre le permite hacer una diferencia aquí en la Tierra”, les dije. “Está muy agradecido porque todavía puede tener un impacto aquí aunque esté del Otro Lado. Le sorprende y le entusiasma. Todos ustedes trabajan juntos como un equipo de luz para ayudar a otros: ustedes dos aquí, y Scotty en el Otro Lado. Y eso lo hace muy feliz.”

En ese momento yo no sabía a qué se refería Scotty, pero después supe que el año siguiente a que falleció, sus padres organizaron una cena anual en su memoria para recaudar fondos para la caridad en nombre de Scott. Programaron el evento para el sábado más cercano a su cumpleaños en noviembre. La primera cena, llevada a cabo en un restaurante en Thunder Bay, atrajo a más de cien personas y recaudaron 36 000 dólares para una organización de beneficencia que ayuda a alimentar a niños en África occidental. Desde entonces han recaudado miles de dólares para un grupo llamado Kids in Syria y más de 50 000 dólares para niños con hambre en Mali.

“La llamamos la Cena de Scotty”, me dijo Susan. “A Scotty le encantaban los niños y adoraba ayudarlos. Gente joven viene conmigo todo el tiempo a decirme cómo Scotty marcó una diferencia en sus vidas.”

Scotty necesitaba que sus padres supieran lo agradecido que estaba por lo que hacían en su nombre.

Tenía un mensaje más para ellos antes de terminar.

“Les agradece por haber venido a este retiro de duelo”, dije. “Dice que intentó traerlos aquí y que por poco no vienen. Estaba muy contento porque decidieron venir. No quiere que lidien solos con su dolor.”

Hay una razón por la cual participo con gusto en los retiros de duelo. Entro viendo a la gente en franco desconsuelo, y salgo viendo cómo han soltado sus cargas por el acto de compartir su pena con otros. Al compartir reconocemos que, como seres espirituales, todos estamos conectados.

El duelo nos provoca dolor, pero el Otro Lado nos enseña que este dolor no se trata de la ausencia de amor, sino de la continuación de ese amor. Los brillantes hilos de amor que nos conectan con alguien en esta vida perduran en la vida después de la muerte. Y cuando sentimos un dolor insoportable por la pérdida de un ser querido, es como si jaláramos ese hilo de amor. El dolor es real porque el hilo es real. Nuestro amor no termina, continúa.

Finalmente, la lectura de Fred y Susan me mostró una vez más que es muy importante lo que hacemos en esta Tierra después de perder a un ser querido.

La forma más poderosa en que podemos honrar a alguien que ha cruzado es difundir luz y amor en su nombre. Hacer ese trabajo no sólo mantiene a esa persona presente en nuestras vidas, sino que también permite que nuestro ser querido en el Otro Lado pueda ser una influencia positiva en nuestro mundo.

¡Todo cuenta! Si hacemos una carrera de cinco kilómetros en honor de alguien, esa persona estará corriendo o caminando con nosotros. Si ofrecemos una cena de caridad, esa persona estará en nuestra mesa. Nuestros seres queridos en el Otro Lado siempre saben lo que estamos haciendo, y vernos esparcir luz en su nombre les importa mucho. El Otro Lado desea que vivamos vidas abiertas y vibrantes. Que vivamos tan plena y radiantemente como podamos. Ellos estarán ahí con nosotros.

Cuando convertimos la tragedia en esperanza, nuestros seres queridos en el Otro Lado no sólo lo ven, sino que lo celebran.

Esa noche, después de la lectura de Susan y Fred, recibí todavía más llamadas fantasmas en mi celular. Pero esta vez tenía una idea de quién me estaba jugando una broma. A la mañana siguiente me encontré a Fred y Susan en el desayuno y les conté de las llamadas fantasmas. “Siento que eran de Scotty”, dije. “Siento que quiere que les diga que todavía está por aquí y se comunica con ustedes. Y que no me necesitan para sentir esa conexión. Creo que se está divirtiendo un poco y presume lo que puede hacer.”

Después supe que las llamadas fantasmas no eran los únicos intentos de Scotty por mantener abiertos los canales entre él y sus padres. Resulta que a Scotty le gusta expresarse por medio de la electricidad. “Cuando era pequeño le fascinaba la electricidad”, dice Susan, “así que no me sorprende que todavía le encante.”

Incluso Susan tuvo su propia experiencia extraña con su celular. “Estábamos en Florida y vi que tenía un mensaje”, dice. “Lo reproduje pero estaba en blanco. Y dije: ‘Scotty, si eres tú, tienes que dejarme algo mejor que un mensaje en blanco’.” Más tarde ese día, Susan encontró noventa y cinco mensajes en blanco en su celular.

Fred y Susan continuarán con las Cenas de Scotty y buscarán nuevas formas de honrar la conexión continua con su hijo.

“Sentimos que nuestro papel es mantener viva la luz de Scotty en este mundo al hacer cosas buenas en su nombre”, dice Susan. “Es una forma en la que él puede seguir teniendo una influencia positiva en la gente. Todavía puede marcar una diferencia en este mundo.”

“No significa que no lo extrañamos todos los días”, dice Fred. “No hace que desaparezca el dolor. Pero es más fácil sabiendo que Scotty siempre está a nuestro lado y que aún es parte de nuestro equipo.”

 

27. EL FÉNIX

 EN el mismo retiro donde conocí a los padres de Scotty, hice una serie de lecturas grupales para diez o doce participantes al mismo tiempo. El último día del retiro, cuando comenzaba mi cuarta y última sesión, sentí que un lazo de energía me guiaba hacia un hombre y una mujer sentados juntos. Conforme me acercaba a ellos apareció una imagen: era lúgubre y perturbadora. Luego llegaron más imágenes, todas ellas espantosas. Vi imágenes de un impacto y de destrucción. Vi llamas y humo.

“Alguien está apareciendo para ustedes”, le dije al hombre. “Ella dice que murió en un accidente de auto.”

El hombre levantó la vista y me miró con los ojos llenos de lágrimas.

Una noche en 1966, Frank McGonagle y su esposa, Charlotte, se subieron a su auto deportivo Triumph TR4 para ir desde Boston a Swansea, Massachusetts, que queda a una hora hacia el sur. Acababan de asistir al velorio del tío de Frank y estaban ansiosos por volver a casa para estar con sus cuatro hijos pequeños. Cuando les faltaban unos cuantos kilómetros para llegar, Frank manejó hasta una intersección y se detuvo cuando el semáforo pasó de amarillo a rojo.

Un instante después un auto rugió detrás de ellos y golpeó al TR4 por atrás. El impacto fue devastador. El auto salió volando hacia la intersección y chocó contra una barda de contención. El olor a gasolina llenaba el aire. Tres adolescentes salieron de otro auto y se apresuraron hacia el Triumph. Llegaron hasta la ventana destrozada del lado del conductor y sacaron a Frank. Justo cuando lo hicieron, el tanque de gasolina estalló.

Las llamas devoraron el auto. También Frank estaba en llamas. Se tumbó en el suelo y rodó sobre su cuerpo, intentando apagar el fuego. Tenía puesto un abrigo largo que protegió casi todo su cuerpo, pero su cabeza estaba expuesta y sufrió quemaduras de tercer grado en su rostro, orejas, cuero cabelludo y cuello. Frank no recuerda que lo sacaran del auto ni haber rodado sobre la autopista. De hecho, apenas puede recordar el accidente. Recuerda haber despertado en la sala de urgencias en el hospital, y al doctor diciéndole que su esposa no sobrevivió.

Charlotte, la hermosa chica texana de cabello rizado de la que se enamoró el día que la conoció; el amor de su vida, la madre de sus hijos, su mundo entero, se había ido. Charlotte tenía siete meses de embarazo. En un abrir y cerrar de ojos, la vida que construyeron juntos desapareció.

En mi lectura con Frank, el Otro Lado no me dijo los detalles de su vida después del accidente, pero vi que había sido difícil. La verdad es que cuando Frank despertó en la sala de emergencias, se encontró en una especie de infierno.

Estaba sedado con morfina y tenía un tubo de traqueotomía en el cuello. “Desde ese momento me sentí responsable por su muerte”, me dijo Frank. “Sentí que había abandonado el barco. No podía perdonarme por haberla dejado.”

Frank pasó los siguientes tres meses en el hospital. Sus quemaduras ponían en riesgo su vida, pero salió adelante. Pero mucho peores que el daño físico eran la culpa y el sentimiento de injusticia, que casi lo paralizan. Mientras aún estaba en el hospital un cura lo visitó. El cura conocía al conductor que había provocado el accidente, un joven llamado Richard, que quería conocer a Frank.

“Quiere pedirte perdón”, dijo el cura.

“Padre, si lo trae a esta habitación”, dijo Frank, “lo mataré.”

Amigos y familia ayudaron a Frank a recuperarse y a criar a sus cuatro hijos. Pero intentar mantener unida a su familia sin Charlotte era casi insoportable. A veces Frank pensaba en suicidarse. Unos dieciocho meses después del accidente se casó con una enfermera que trabajaba en el hospital donde había estado internado, pero el matrimonio estaba condenado desde su inicio. “Yo era un desastre”, explicó Frank. “No había resuelto ninguno de mis problemas de culpa y enojo y dolor.”

Pasaron diez años, luego veinte y luego treinta, y Frank todavía estaba atribulado.

Un día asistió a un discurso de Fred Luskin, un doctor que se dirigía a una audiencia de víctimas de quemaduras. Luskin habló sobre el poder del perdón, y de la forma en que ayuda a quien es perdonado pero también a quien perdona. Luskin planteó un argumento convincente de la forma en que el perdón puede transformar la dinámica de una tragedia. “Tenía que conocer a Richard”, me dijo Frank después. “Y debía perdonarlo.”

Frank se enteró de que Richard había sido sentenciado por imprudencia temeraria. Había pagado una multa y perdido su licencia por un año. “Un día hablé con un vecino que lo conocía”, dijo Frank. “Me dijo que Richard no había vuelto a manejar después del accidente.”

El vecino ayudó a concertar la reunión ente Frank y Richard en la oficina del párroco en la iglesia. Frank llegó primero, demasiado nervioso como para sentarse. Miró por la ventana de la oficina y vio que un auto se estacionó. Un hombre salió de la puerta del copiloto y caminó titubeante hacia la entrada. Frank inhaló profundo. Escuchó pasos y miró que la puerta se abría despacio.

Al fin los dos hombres estaban en la misma habitación, a tan sólo unos metros de distancia. Por un largo rato ninguno dijo una sola palabra. Frank luchó con un diluvio de emociones.

Finalmente Frank habló.

“Gracias por venir”, dijo. “Sé que requiere de mucho valor que estés aquí.”

Richard levantó la vista. Tenía los ojos rojos y estaba temblando.

“Lo lamento”, dijo. “Lo lamento muchísimo.”

“Mira”, continuó Frank, “yo sé que no fue tu intención que esto sucediera, pero sucedió. A veces yo mismo he manejado de forma irresponsable. Al final, no fue tu intención hacerlo.”

Los dos hombres hablaron por media hora. Frank se dio cuenta de que Richard se había estado castigando a sí mismo más duramente que cualquier otra persona.

Los hombres se secaron las lágrimas, estrecharon las manos y se despidieron. Richard se fue y Frank lo miró caminar hacia la banqueta para esperar a que fueran por él. Pronto llegó un auto y Richard se subió en él. Frank se dio cuenta de que no era el único perdido en un mundo de dolor.

Dos días después, Frank estaba hablando por teléfono con su hija, Margaret. Le contó sobre su encuentro con Richard y que lo había perdonado. Mientras hablaba, una simple pregunta surgió en su mente.

Ahora que lo has perdonado, ¿por qué no te perdonas a ti mismo?

Después de eso, la perspectiva de Frank cambió drásticamente. “Podía ser más objetivo sobre lo sucedido”, dijo. “Era como eliminar el ego. Me volví más un observador que un participante. La reunión con Richard lo detonó. Mientras lo miraba alejarse sentí mucha pena por él. Sentí una profunda lástima. Vi lo lastimado y herido que estaba, y que quizá siempre lo esté. Era algo por completo distinto a como me sentía justo después del accidente, cuando quizá lo hubiera matado. Ahora comenzaba a ver el poder del perdón.”

Poco a poco Frank comenzó a soltar su culpa. Y cuando lo hizo, experimentó el poder del perdón para sanar.

Pero soltar su dolor era otra historia. Había una pregunta profunda que simplemente no era capaz de responder: ¿qué había sucedido con Charlotte? En un momento estaba con él y al siguiente ya no. ¿Adónde se había ido? ¿Qué había pasado con ella? Para Frank, su relación con Charlotte había terminado de forma abrupta ese día lejano y el poderoso amor que existía entre ellos se había extinguido.

Frank recordó el momento en que la madre y el padre de Charlotte fueron a verlo al hospital después del accidente. Temía ese momento. Charlotte había sido su única hija, una brillante y hermosa diosa solar. Pero cuando la madre de Charlotte entró en su habitación, se sentó en una silla junto a la cama de Frank y le dijo: “Frank, Charlotte todavía está contigo. Me visitó en mi recámara y quiere que sepas que está bien. No está sufriendo. Está en el cielo con tu bebé y muy contenta. Y quiere que te mejores y seas un padre fuerte para tus hijos. Quiere que seas feliz.”

En medio de la confusión por la morfina, sólo una cosa atravesó la mente de Frank al escuchar a la madre de Charlotte. Está diciendo tonterías, pensó. Enloqueció por el dolor.

Le tomó más de cuarenta años cambiar de parecer.

En 2006 un amigo exhortó a Frank a asistir a un seminario dirigido por una médium psíquica. El amigo pensó que le ayudaría a Frank en su travesía de vida. Frank era escéptico, pero accedió a ir. Durante el seminario, escuchó a varios psíquicos citar detalles de sus parientes muertos. Uno de los psíquicos incluso mostró un letrero que decía CC, las iniciales de su esposa fallecida, Charlotte, cuyo apellido de soltera era Carlisle. Eso bastó para que Frank cambiara de idea acerca del Otro Lado. Ahora creía que de alguna manera podría conectar con Charlotte de nuevo.

Durante mi lectura con Frank, Charlotte apareció más claramente que en otras lecturas previas de él. Me mostró que en los años siguientes cuidó de Frank y lo encaminó para encontrar a su esposa actual, Arlene, quien era la mujer que estaba junto a él en el retiro; “Ella quiere agradecerle a Arlene todo lo que ha hecho por ti”, le dije a Frank. “Dice que cuentas con muchas personas, muchos guías y seres queridos, que cuidan de ti desde el Otro Lado.”

Charlotte comunicó un profundo orgullo por lo que su esposo había hecho desde el accidente. Parecía que había todo un equipo de personas en el Otro lado felicitando y celebrando a Frank.

“Dicen que te mereces una ovación de pie por la labor que has hecho en la Tierra”, dije.

Más tarde me enteré de que Frank había dedicado treinta años a ayudar a otras víctimas de quemaduras a sobrellevar sus heridas y encontrar formas de vivir una vida normal. Comenzó a trabajar con una organización nacional de apoyo llamada Phoenix Society for Burn Survivors, y después se convirtió en presidente del consejo del grupo. “En verdad creo que es una de las razones más poderosas por las que me salvé”, escribió Frank en una publicación. “Sobreviví para ayudar a otros sobrevivientes de quemaduras y sus familias. No es mi obligación. Es mi privilegio.”

Ahora Charlotte aparecía para expresar lo orgullosa que estaba de su marido por lo que había logrado. Era una cascada de alegría y afecto, una expresión pura de amor. “Charlotte ve todo lo que le has dado al mundo, y que no permitiste que lo sucedido te amargara”, le dije. “Quiere reconocer todo lo que has hecho en su honor.”

A Frank se le llenaron los ojos de lágrimas. Creía que Charlotte lo había cuidado y había sido parte de su camino todo el tiempo. Creía que ella lo había acercado a Arlene. Y creía que ella lo había visto ayudar a cientos de sobrevivientes en su memoria.

“Todo lo que hice fue para honrar a Charlotte”, me dijo Frank después. “Hacerlo era una forma de que ella no desapareciera por completo. Saber que estaba orgullosa de mí, que estaba feliz con lo que yo hacía, vaya, fue increíblemente reconfortante.”

Pero Charlotte no fue la única que apareció durante la lectura.

“Frank, veo un espíritu que no nació”, le dije. “El espíritu murió en el accidente también. Frank, es tu hijo.”

Frank me miró incrédulo.

“Tu hijo está apareciendo y quiere que te diga que también está contento al ver que ayudas a otras personas”, le dije. “Tu hijo está sumamente orgulloso de ti.”

Cuando sucedió el accidente, Frank y Charlotte no habían elegido aún el nombre para el bebé que estaba en camino. Con el paso de los años, cada vez que pensaba en el hijo que había perdido, lo pensaba sólo como “el bebé”.

Y ahora, en el retiro de duelo, su bebé ya no era tal: era un hermoso espíritu de luz y amor. No había podido conectar con Frank en la Tierra, pero lo estaba haciendo ahora, expresando amor y orgullo.

Frank se cubrió el rostro con las manos y lloró.

Durante décadas, Frank había guardado cajas con carretes de películas caseras en un clóset de su casa. Eran viejas cintas con mudas imágenes gastadas, temblorosas y decoloradas de Frank, Charlotte y sus hijos pequeños. Para Frank eran recordatorios de una vida que le había sido arrebatada. No podía tolerar mirarlos después de que Charlotte murió. Pero tras nuestra lectura, Frank sacó las cajas.

“Había unas dos horas de filmación”, me dijo después. “Abarcaba los nacimientos de nuestros cuatro hijos y toda nuestra vida hasta antes del accidente. Los convertí a formato digital y lo edité completo. Quería hacerlo por mis hijos. Quería hacerlo por Charlotte.”

El video narra la historia de una familia hermosa y feliz. Charlotte sonríe y saluda a la cámara. Los niños pequeños caminan tambaleándose a su alrededor y se caen. Hay alegría y risas y amor, mucho amor.

Frank les entregó la película a sus hijos para que recordaran a Charlotte de la forma en que él lo hacía. Frank también deseaba que sus once nietos vieran la película para que supieran quién había sido su abuela. “Era otra forma de honrar a Charlotte”, dijo Frank.

Cuando terminó el retiro, volví a casa en Long Island y pensé mucho en la historia de Frank. Lo que la hacía sumamente conmovedora para mí era la forma en que él había encontrado la fuerza y la valentía para convertir la oscuridad de su vida en una luz brillante y hermosa. Me di cuenta de que la historia de Frank puede enseñarnos a transformar nuestra perspectiva sobre lo que significa el duelo.

En ciertas culturas existe la tradición de soportar a solas la tragedia, como si “mantenerse imperturbable” fuera una cualidad admirable por encima de todo. Pero las investigaciones en torno al duelo muestran que alejarnos de los demás en momentos de dolor de hecho va en contra de la sanación.

Al principio, Frank atravesó solo su tristeza. Después se acercó a grupos de apoyo para sobrevivientes de quemaduras, y fue entonces que la verdadera sanación comenzó. “A los hombres nos enseñan a ser John Wayne”, dijo Frank. “Nos enseñan a no llorar ni compartir nuestro dolor. Pero cuando comencé a compartir mi historia con otros sobrevivientes, pude ver lo mucho que me ayudaba.” Cuando perdonó al hombre que provocó el accidente, pudo perdonarse a sí mismo, y eso le permitió estar al servicio de otras personas.

El universo está diseñado para que estemos ahí para los demás y viceversa, no estamos destinados a retirarnos a nuestro dolor y pena a solas. Estamos destinados a honrar los vibrantes hilos de luz y amor que nos unen, porque el amor de los demás es la fuerza más sanadora de todas. ¿Por qué habríamos de privarnos de esta poderosa fuerza? Estamos destinados a ser parte de un vasto e infinito ciclo de amor, a través del cual recibimos el amor de otros y luego transmitimos ese amor a alguien más.

Al compartir nuestro dolor, y al dar y recibir amor, es como sanamos de nuestro duelo.

Ahora, cada mañana cuando se levanta, Frank se mete a la regadera y da gracias. “Tengo una larga lista de personas con quienes hablo”, me dijo. “Hablo con Charlotte cada día y le pido que me siga ayudando. Hablo con los seres queridos que he perdido, con todos mis espíritus y guías. Sé que mucha gente se mostraría escéptica al respecto, pero he transformado mi creencia sobre cómo funciona el universo.”

Incluso en los días en que todavía sufre y extraña a Charlotte, le tranquiliza saber que ella no se ha ido realmente. “Creo que Charlotte aún está conmigo”, dice. “Creo que mi bebé está conmigo. Creo que todos mis seres queridos están aquí, dándome amor. He descubierto que todo tiene que ver con el amor. Cuando amas a alguien, lo amas para siempre.”

 

28. EL BONSÁI

 

A lo largo de mis lecturas, el Otro Lado me ayudaba a responder muchas de las grandes preguntas con las que había lidiado por mucho tiempo.

¿Por qué estamos aquí? Para aprender. Para dar y recibir amor. Para ser los agentes de un cambio positivo en el mundo.

¿Qué sucede cuando morimos? Abandonamos nuestros cuerpos, pero nuestra conciencia perdura.

¿Cuál es nuestro verdadero propósito en la Tierra? Crecer en el amor, y ayudar a otros a hacer lo mismo.

El Otro Lado también me ha ayudado a responder una pregunta que aún confunde a muchos pensadores: ¿tenemos libre albedrío para trazar el rumbo de nuestras vidas, o nuestros futuros ya están diseñados? El Otro Lado me ha mostrado un modelo de la existencia que es lo bastante generoso para incluir el libre albedrío —la capacidad de actuar a partir del criterio propio— y el predeterminismo, que es la creencia de que todos los eventos y acciones ya están decididos. Es un hermoso modelo sencillo que llamo “libre albedrío versus puntos de destino”.

Nuestra existencia está diseñada a partir de una deslumbrante variedad de puntos de llegada establecidos antes de nacer.

Éstos son los puntos de destino: una continuidad de todos los eventos cruciales, momentos decisivos y personas significativas que constituyen nuestro tiempo aquí. Piensa en ellos como las estrellas en el cielo nocturno: una colección de luces desplegadas en un amplio lienzo.

El Otro lado me ha mostrado que creamos las acciones que nos mueven de un punto de destino al siguiente. Somos nosotros quienes conectamos los puntos. Tomamos decisiones que nos mueven de un punto al otro, y en el proceso damos forma y creamos la imagen de nuestras vidas.

Cada uno de nosotros viene a esta vida con contribuciones y dones únicos que hacer. Encontrar y honrar a nuestro verdadero yo siempre nos ayudará a navegar hacia nuestros puntos de destino.

Debemos aprender a reconocer nuestra propia luz. Siempre debemos permitir que nuestras verdades, dones y luz propia guíen nuestros caminos.

No existen caminos “correctos” o “incorrectos”, sólo diferentes lecciones que aprendemos en diferentes caminos. Sin embargo, existen caminos más altos y más bajos, y tomar el alto puede facilitar el aprendizaje de nuestras lecciones. Si honramos nuestras propias verdades, nuestros dones únicos y nuestra propia luz, en verdad creamos una imagen muy hermosa. Y si hacemos esto de manera consistente, nos encontramos en nuestro verdadero camino.

Mientras escogemos qué camino tomar, nuestros seres queridos en el Otro lado esperan que tomemos la mejor decisión, e incluso a veces ejercen presión para ayudarnos a ello. Desean que seamos la mejor versión de nosotros mismos y que alcancemos la felicidad y la plenitud.

Finalmente, está en nosotros tomar las decisiones, y es ahí donde entra el libre albedrío. A veces tomamos decisiones que nos conducen a un camino de miedo y no a uno de amor. Cuando eso sucede, podemos desviar nuestro curso y perdernos.

Pero nunca debemos olvidar que todos poseemos la capacidad innata de honrar el llamado para volver a nuestro verdadero camino.

Durante una lectura para una mujer llamada Nicole, que conocía de la preparatoria donde daba clases, una presencia muy fuerte surgió con mensajes urgentes para su padre, Mike. Exploré algunos de esos mensajes con Nicole, pero me quedó claro que el Otro Lado quería comunicarse con Mike. Le pedí a Nicole que le transmitiera los mensajes a su padre, y unos meses después Mike me contactó para que le realizara una lectura.

Normalmente no sé nada sobre los sedentes, pero con Mike unos cuantos hechos afloraron en mi lectura con su hija. Sabía que tenía dos hijos adultos y que vivía en Los Ángeles y escribía guiones. También creía saber qué era lo que el Otro Lado intentaba transmitirle. Aun así, yo necesitaba que el Otro Lado apareciera para darle sentido a todo.

Comencé por leer la energía de Mike. El lado izquierdo de mi pantalla estaba inundado de un naranja brillante. “El naranja tiene que ver con la creatividad y el arte”, expliqué. “Tu energía te marca como un artista. Tus guías me dicen que a los siete años ya sabías que eras un artista. Sabías que eso era lo que deseabas hacer.

”Pero también veo que alrededor de los once años eso se apagó. Durante casi toda tu vida no honraste la esencia de quien eres. Tu vida ha sido una batalla para aceptar tus pasiones y amarte a ti mismo, y casi siempre te has sentido confundido y en busca de respuestas de adentro hacia fuera.”

“Sí”, dijo Mike apaciblemente. “Todo eso es verdad.”

“Puedo ver que tuviste una infancia difícil”, continué. “Tu padre tenía problemas en muchos aspectos; estaba afectado y nunca pudo superarlos. Una gran parte de tu lucha ha sido por encontrar tu propia voz y sacudirte todas las cosas que tu padre te impuso. Él era una energía muy violenta en tu infancia.”

Mike suspiró y dijo: “Sí, lo era”.

Personas del Otro Lado presionaban mucho para atravesar, así que los dejé entrar.

“Veo a tu mamá y tu papá en el Otro Lado”, le dije a Mike. “Pero tu papá se está alejando y se contiene. Está parado detrás de tu mamá. Así que tu mamá hablará primero.”

La mamá de Mike comenzó por derramar un amor absoluto. A veces me siento abrumada por la fuerza arrasadora del amor de otra persona, y ésta era una de esas veces.

“Mike”, le dije, “tu mamá dice: ‘Yo no decidí dejarte’. Debes saber esto. Dice que ella nunca hubiera elegido dejarte.”

Mike me explicó después que su mamá murió durante una cirugía a corazón abierto cuando él tenía diecinueve años. Pero como su matrimonio con el padre de Mike había sido tan difícil, él creía que, en cierta forma, su mamá había desistido de vivir. Como resultado, Mike pasó buena parte de su vida sintiéndose abandonado.

En la lectura su mamá era insistente. “Dice que lamenta no haberte protegido más de tu padre, pero necesita que sepas que ella nunca habría elegido partir. Ella no quería dejar a sus hijos solos con tu papá.”

En ese momento, Mike interrumpió la lectura para contarme una anécdota sobre el día en que su madre murió.

Su padre lo había llamado para decirle que ella estaba enferma, pero eso fue lo único que supo. Así que se subió a su Thunderbird de 1957 y manejó a casa desde Boston, a cuatro horas de distancia. “Cuando iba manejando, un destello de luz blanca entró al auto”, dijo Mike. “Supe que era ella y pude sentir su alivio, así que yo también me sentí aliviado. Me sentí eufórico. Vino a decirme que estaba bien. Que había sido liberada de un mal matrimonio y un cuerpo lisiado, resultado de una apoplejía años antes. El sentimiento de felicidad y alegría por su liberación permaneció conmigo el resto del largo camino a casa. En mi corazón sabía que finalmente ella estaba en paz.”

En el preciso momento en que la mamá de Mike llegó a su auto, el reloj en el tablero se detuvo. “Nunca volvió a funcionar”, dijo Mike.

Cuando llegó a casa, encontró a su padre llorando. Era la primera vez que lo veía llorar.

“Tu madre ha muerto”, dijo.

Pero Mike ya lo sabía. “Sí”, dijo, y sin pronunciar otra palabra fue a su habitación.

La relación de Mike con su padre, Mario, había sido definida por la falta de afecto y la incapacidad para conectarse. Con una altura de 1.80 y 115 kilos de peso, la presencia física de Mario era imponente. Era un creyente ferviente de que los hombres nunca debían mostrar sus emociones.

Mike sabía que no podía compartir con su padre lo que había experimentado en su auto, así que ni siquiera lo intentó. De hecho, Mike nunca le contó a nadie aquella experiencia.

Lo significativo de ese momento —la oportunidad perdida de que Mike y su padre compartieran algo importante— me llenó de tristeza. “Mike, hay un muro de ladrillo entre tú y tu papá”, dije. “Todos en tu familia eran islas con respecto a los demás. Casi toda tu vida has estado fragmentado, incluso te has dividido entre ser tú mismo y ser la versión de ti que exigía tu padre.”

La urgencia del Otro Lado para conectar con Mike comenzaba a tener sentido. Había sido dañado mucho por algo que le sucedió en la infancia, algo relacionado con su padre. Décadas después, él seguía luchando con estos problemas. Era como si el universo le hubiera robado algo cuando niño y ahora se lo quisiera devolver.

Y fue en ese momento que el papá de Mike finalmente apareció.

Al principio apareció tímidamente, con la cabeza agachada, intentando ofrecer una disculpa.

“Todo comenzó cuando tenías tres años”, le dije a Mike. “¿Tu padre... te pegó cuando tenías tres años? Me muestra avergonzado que te golpeó. Y eras tan pequeñito.”

“Si hacía algo malo, me perseguía por todo el vecindario”, dijo Mike. “Yo corría a la casa y me escondía en el clóset, y él me encontraba y me golpeaba.”

“Mike, tu papá tiene la cabeza inclinada, arrastra los pies y murmura una disculpa”, le dije. “Ha visto lo que hizo y se disculpa contigo. Comenzó a pegarte cuando tenías tres años, y me duele ver esto y debo decirte que no hiciste nada malo. Sólo eras un niño indefenso e inocente. Todo estaba en la cabeza de tu papá. Y tienes que saber esto, porque todavía te atormenta.

”Eras como un niño al que mantienen bajo el agua hasta que casi se ahoga. Al final tu padre se fue y saliste respirando con trabajo, y todavía hoy respiras con dificultad. Pero debes saber que no fue tu culpa. Tu papá está asumiendo la responsabilidad por lo que sucedió.”

Luego Mario me mostró una línea de tiempo con un acontecimiento marcado cuando Mike tenía nueve años. Había otra marca a la edad de once. No podía descifrar qué significaban estos sucesos, pero sabía que habían desviado a Mike de su camino.

“Elegiste para ti un camino que no era auténtico”, le dije. “En vez de eso, seguiste el modelo que tu padre te impuso. Y ahora tu padre... tu padre está llorando en el Otro Lado. Dice que lo que te hizo es imperdonable, y está llorando de vergüenza. Está muy avergonzado y triste y arrepentido de lo que hizo.”

No podía ver con exactitud qué le había pasado a Mike cuando tenía nueve y once años. Su papá no era claro al respecto; estaba demasiado abrumado por el remordimiento.

Pero entonces Mike comenzó a hablar. Se remontó a su infancia en Long Island. Tenía una colección de animales de peluche que quería mucho. Un pequeño mono amarillo con una larga cola, un osito café, eran ocho o nueve en total. “Eran mis mejores amigos”, dijo Mike. “Conforme crecía, no había abrazos ni besos en mi casa, pero podía abrazar y besar a mis animales todo lo que quisiera. Podía vincularme con ellos. Así que los colocaba sobre mi cama y los abrazaba cada noche.”

Un día, a los nueve años, Mike llegó a casa de la escuela y descubrió que los animales no estaban. Los buscó frenéticamente pero no estaban por ninguna parte. Su papá los había tirado a la basura. “Mi papá decía que sólo los maricones jugaban con animales de peluche, así que los tiró”, dijo Mike.

Dos años después, cuando tenía once, Mike encontró una caja de cartón grande afuera de la casa de un vecino y la llevó al garaje de su casa. La cortó para convertirla en un lienzo enorme. Cada día se apresuraba a llegar a casa después de la escuela para trabajar en su pintura. Era un paisaje con montañas, árboles y arroyos; era su obra de arte. Trabajar en la pintura lo hacía sentir vivo. En esa pintura, Mike veía un reflejo de su propia luz hermosa. Vio y comprendió sus dones únicos y su verdadero ser.

Una tarde Mike volvió a casa de la escuela, abrió la puerta del garaje y vio que su pintura había desaparecido. Le preguntó a su mamá qué había sucedido.

“Tu padre la tiró”, le dijo.

Mike no tuvo que preguntar el motivo. Ya lo sabía. Había escuchado a su padre decirlo a menudo: sólo los maricones pintaban.

“Hasta la fecha puedo recordar la conmoción de abrir la puerta del garaje y no ver mi pintura”, me dijo Mike. “Después de eso no volví a pintar. Cerré mi lado artístico por completo.”

Entonces Mike eligió un camino más práctico que lo condujo a ser gerente de ventas para Johnson & Johnson. Era un buen trabajo, pero para Mike era sólo eso: un trabajo. De cuando en cuando, ya mayor, intentó pintar de nuevo, pero en realidad nunca se dedicó a ello. O se le ocurría escribir algo, pero luego lo dejaba. Simplemente ya no creía en sí mismo.

El impulso de Mike para crear algo —y los dones y habilidades que conformaban el centro de su ser— estuvieron dormidos durante décadas.

Sin embargo, el universo no desea ver que enterremos nuestros sueños debajo de capas de dolor y duda. Mike me dijo que hacía muchos años, después de divorciarse, entró a una terapia de grupo. Un amigo suyo le había insistido que fuera. Después de algunas semanas de sesiones, el terapeuta pidió a la gente del grupo que compartiera lo que pensaban de los demás. Los nueve compañeros le dijeron a Mike que pensaban que era un patán.

“Estaba estupefacto”, dijo. “No me había dado cuenta de que así era como me veía la gente. Todavía no sabía cómo expresar mis emociones, así que era muy despectivo con la gente, alejándolos con la mano o usando un mal tono de voz. Mientras manejaba de vuelta a casa esa noche pensé: Bueno, pues hay un montón de gente sensible que dice lo mismo. Supongo que debo revisarlo.”

Quizá ése fue el primer momento de introspección seria en la vida de Mike.

Después de eso, su vida comenzó a cambiar. Nunca había tenido amigas, pero empezó a acercarse a las mujeres como amigas y descubrió que con ellas podía expresarse de formas que antes eran imposibles. “Comencé a tener conversaciones que nunca podría tener con hombres”, dijo. “Ahí fue cuando la puerta se abrió completamente para mí.”

Mike siempre había tenido ganas de ir al oeste, a California, y finalmente lo hizo. Planeaba una corta estancia, pero de último minuto decidió quedarse más tiempo a escribir. Iba manejando por un puente en Sausalito, miró hacia su derecha y sintió un gran estallido de energía. Era como si el lugar mismo lo estuviera llamando. “Me dije: ‘Hay algo aquí para mí’”, recuerda Mike. “’Tan sólo tengo que ir.’”

Mike se estableció en un pequeño pueblo llamado Tiburón. Ahí comenzó a trabajar en una novela y en guiones. Era la primera vez en su vida adulta que se reencontraba con su lado artístico. Fue por esta época que Mike y yo tuvimos nuestra lectura.

“Los años que vienen son sumamente importantes para ti”, le dije. “Vas a crecer mucho. Has esperado esto por mucho tiempo, y tu momento ha llegado. Va a tener lugar una gran sanación en tu vida. Estás redefiniendo lo que significa para ti ser un hombre.”

Aunque Mike había sido bastante valiente al reconectarse con su lado artístico, todavía no estaba seguro de estar haciendo lo correcto.

“Sí, volví a ser artista”, me dijo, “pero no he tenido mucho éxito. Así que, de alguna forma, mi papá tenía razón.”

“¡No!”, le dije. “Esto no se trata de que ganes un millón de dólares. Se trata de que aceptes el camino. El éxito es haber vuelto a tu camino. ¡Y al hacerlo te estás empoderando! Estás diciendo: ‘¡Mi voz importa! ¡Lo que siento importa! ¡Quien yo soy importa!’ Eso es una victoria total.”

En este punto, el Otro Lado me mostró la imagen de un bonsái y comprendí el simbolismo. Los bonsáis son árboles muy pequeños y crecen en macetas que restringen su crecimiento; los podan, se les da forma y se tuercen según la voluntad del propietario. El bonsái era Mike.

“Has sido atrofiado”, le dije. “Fuiste podado y torcido en tu infancia. Fuiste incapacitado y no te permitieron crecer. Nunca alcanzaste la plenitud de ser tú mismo. Nunca comprendiste tu propia energía. Nunca te permitiste ser la persona que querías ser.

”Quiero que imagines un pequeño bonsái”, continué. “Ahora quiero que imagines que la tierra de pronto se sacude y retumba, y de pronto un árbol enorme emerge del suelo, y este árbol enorme y hermoso se eleva hasta el cielo, ¡crece tan alto como una secoya! ¡Y quiero que sepas que ese árbol eres tú! Ése es tu lugar en el universo. Ya no eres un bonsái. ¡Estás creciendo sin parar y nada puede detenerte!”

Mi lectura con Mike duró noventa minutos. Era claro que todavía estaba luchando, aprendiendo, intentando pasar su prueba del alma. Pero lo más importante era que había encontrado la valentía para enfrentar esa prueba. Por primera vez en su vida adulta, había encontrado la forma de honrar la esencia de quien es, honrar el llamado para volver a su camino.

Y lo mejor de todo es que Mike no estaría solo en este viaje. Tenía a alguien que lo respaldaba.

“Tu padre dice que ha actuado de forma cobarde”, le dije a Mike. “Lamenta lo que hizo, pero no sabe por dónde comenzar. Siente que nunca será capaz de resarcir todo lo que te quitó. Pero dice que quiere intentarlo. Desea ayudarte con tu arte. Ahora está de tu lado.”

Cuando terminó la lectura, Mike se sentó en su sofá y pensó en la oferta de su padre. ¿Estaba listo para permitir que su papá lo ayudara? ¿Estaba listo para perdonarlo? Sintió una lágrima rodar por su mejilla. Luego otra. Y entonces, de pronto, estaba riendo. Luego lloraba de nuevo. Se quedó sentado y rio y lloró por un largo rato. Emociones —¡emociones!— salían de él como agua a borbotones.

“Estaba casi histérico”, me dijo después. “Estaba abrumado por recordar esos momentos de mi infancia. Escuchar a mi padre pedir perdón por lo que hizo, escuchar que ese tipo duro se disculpaba, fue increíble. Lo que hizo posible la sanación fue que mi padre admitiera que cometió errores.”

En los días que siguieron a mi lectura con Mike sentí que el Otro Lado intentaba contactar de nuevo, con bastante energía. No me sorprendió ver que era el padre de Mike.

Tenía una petición. De hecho, más bien era una exigencia. Sentía que no había hecho lo suficiente durante la lectura para convencer a su hijo de su arrepentimiento. Necesitaba mi ayuda.

Ésta era una situación muy extraña para mí. No sucede a menudo que alguien se muestre de esa forma, exigiendo ayuda. Pero mi lectura con Mike todavía estaba muy fresca en mi mente y podía sentir la desesperación del papá de Mike. Así que llevé a cabo su petición.

Unos días después, Mike encontró dos paquetes en el buzón de su casa. En uno de ellos encontró un pequeño animal de peluche: un sonriente perro azul. En el otro, un pequeño bloc de papel para dibujar y un juego de lápices de colores. Se quedó mirando el contenido de los paquetes por un largo rato, preguntándose de dónde provenían y qué significaban. Luego encontró la nota al fondo de uno de los paquetes. Decía lo siguiente:

Querido Mike,

Esta carta es de tu padre. Me dio instrucciones para que te lo enviara. Dice que lo lamenta, que siempre fuiste un hijo maravilloso pero que estaba demasiado cegado por sus propios problemas para celebrarte y apoyarte en la forma en que debió hacerlo. No sabía cómo amar de la manera adecuada. Lamenta todo lo que te quitó. Te envía su amor y te pide perdón. Está orgulloso de todo lo que has logrado. Mucho amor de tu papá.

Mike puso los objetos en una mesa junto a su escritorio. Desde entonces han estado ahí, como inspiración para cuando se sienta a escribir. Cada vez se acerca más a algo maravilloso que le sucederá —él puede sentirlo, y yo también—, y se siente más animado que nunca.

Por fin, después de toda una vida, está listo para dejar que su padre lo ayude en el mejor y más elevado camino para él.

 

29. EL ELECTROENCEFALOGRAMA CUANTITATIVO

 DESDE antes que mi abuelo muriera, cuando salí aprisa de la alberca, impulsada por algo que no podía explicar, viví con el miedo de que algo estuviera mal conmigo. Al principio temí estar maldita. Con el tiempo desafié esa noción; averigüé, exploré, investigué. Fui a ver a una médium psíquica y ella me ayudó a disipar el miedo. Vi a un psiquiatra que me dijo que no estaba loca ni dañada. Me sometí a dos exámenes científicos para probar mis habilidades y los aprobé. Avanzaba sin cesar para superar mi miedo.

Pero quedaba una pregunta que con desesperación quería responder: ¿mi cerebro era diferente?

Y entonces, para mi sorpresa, conocí a alguien que podía responder esa pregunta.

En una conferencia sobre la vida después de la muerte en San Diego, en noviembre de 2013, mi amiga y colega médium Janet Mayer me presentó al doctor Jeff Tarrant.

Jeff es psicólogo acreditado y está ampliamente certificado en neurofeedback, una herramienta terapéutica que mide y prepara la actividad de las ondas cerebrales. Dio clases de neurociencia, biofeedback y conciencia en la Universidad de Missouri, y también dirige un centro de orientación psicológica y bienestar en Columbia, Missouri. Actualmente da conferencias y consultas privadas. Desde que lo conocí me encantó su energía.

Cuando Jeff supo que yo era médium psíquica me preguntó si podía hacer unas pruebas con mi cerebro y accedí. Concertamos una cita para que él llevara su equipo a Nueva York. Nos reunimos en la casa de Bob y Phran Ginsberg en Long Island una mañana nublada de marzo de 2014. Jeff colocó sus instrumentos en la sala y luego se sentó al otro lado de una mesa frente a mí mientras sus asistentes tomaban notas. “Voy a pedirte que hagas varias cosas”, dijo. “Relájate y pon la mente en blanco con los ojos cerrados, y luego haz lo mismo con los ojos abiertos. Luego haremos que entables actividad psíquica y al final te desempeñarás como médium.”

A cada paso Jeff registraba la actividad eléctrica en diferentes partes de mi cerebro. La información le permitiría ver qué partes de mi cerebro funcionaban en qué momento, y comparar mi cerebro con los llamados cerebros normales. El proceso se llamaba prueba QEEG, cuyas siglas en inglés corresponden al término “electroencefalograma cuantitativo”, un análisis estadístico de la actividad eléctrica en la corteza cerebral, la capa de tejido externa del cerebro.

Me ayudó a ponerme un ajustado gorro eléctrico azul, un casquete elástico salpicado con veinte electrodos de metal y cables conectores. Jeff explicó que la posición de los electrodos era de acuerdo con el Sistema Internacional 10-20. Para mí era como una de esas gorras para nadar anticuadas, y estaba tan apretado que sentía que me estaban realizando un estiramiento facial. Conectó los cables a un amplificador y luego a su laptop.

“Bien, ahora quiero que te relajes y no hagas nada”, dijo Jeff. También podría haberme pedido que aguantara el aire debajo del agua por diez minutos. Mientras estaba sentada en silencio, sentía que mi “puerta psíquica” quería abrirse con cartas, palabras, nombres, imágenes e historias. Cerré la puerta y miré la botella de agua sobre la mesa, intentando concentrarme. Cantaba canciones en mi mente: “Runaround Sue”, por alguna razón, y luego “This Little Light of Mine”. Finalmente Jeff me dijo que esta parte de la prueba había terminado. Me pareció que pasó una hora, pero fueron sólo tres minutos.

Después seguía una conversación casual. Una vez más, tuve que repeler intrusiones del Otro Lado. Mientras platicaba sobre el clima, sentía que el abuelo de alguien intentaba atravesar, también la madre de alguien, y una figura masculina que parecía ser un lingüista o científico del siglo XIX. Comprendí que de seguro deseaba conectarse con Jeff.

Entonces Jeff me pidió que entablara actividad psíquica.

“Todavía ninguna actividad de médium”, dijo Jeff. “Pero puedes alocarte psíquicamente.”

El abuelo insistente seguía tratando de atravesar, pero mantuve la puerta cerrada. Me enfoqué mucho en los fragmentos de información que me llegaban. El primer fragmento claro estaba relacionado con Jeff.

“Te estás mudando”, dije. “Veo pinos y una chimenea. Hay algo que está mal con la chimenea, y hay pisos de madera que debes pulir. También se supone que debes cambiar la graduación de tus lentes.”

“Acabo de hacerlo”, dijo Jeff.

“No te lo hicieron bien, hazlo de nuevo.”

Había más imágenes para Jeff. “Abraza a tu hija”, le dije. “Va a atravesar una época difícil. Y dile a tu mamá que no está loca. El otro día estaba hablando con su mamá en la regadera.”

Después entraron mensajes para las demás personas en la sala. Me volví hacia la mujer que tomaba fotos y le dije que iba a mudarse de un departamento a una casa. Otro miembro del equipo de Jeff tenía que ajustar su dieta. Otro había hecho lo correcto al comprar un auto más seguro. Después de un rato, Jeff dijo que la parte psíquica de la entrevista había terminado. Esta vez sentí que sólo llevaba hablando unos cinco minutos, pero la lectura había durado veintiuno.

Ahora era momento de mi trabajo como médium. El abuelo insistente por fin podía hablar.

“Jeff, tu abuelo está apareciendo”, dije. “Escucho el sonido de una J o una G.”

Jeff asintió.

Luego escuché el nombre con claridad. “Giuseppe. Me dice que se llama Giuseppe.”

Jeff parecía asombrado. “Sí”, dijo, “ése era su nombre.”

“Me dice que es mucho mejor para él donde está ahora porque su esposa lo acompaña.” Luego la abuela de Jeff, que había fallecido recientemente, atravesó. “Me está mostrando cómo se veía cuando tenía veintiocho años”, dije. “Y dice: ‘Mírame. Era guapísima, ¿verdad?’ ”

Otros parientes atravesaron con mensajes para todos en la sala. La sesión como médium duró siete minutos, aunque a mí me pareció que no había durado nada. Antes de darme cuenta Jeff ya tenía toda la información y el electroencefalograma cuantitativo había terminado.

De vuelta en Missouri, Jeff revisó los datos y me llamó para decirme los resultados.

“Bueno”, dijo Jeff, “lo primero que debo preguntarte es si alguna vez tuviste algún tipo de lesión cerebral seria o traumática. ¿Un accidente de auto, o una contusión grave?”

No, nunca había sufrido ningún tipo de lesión cerebral.

“El punto es el siguiente”, continuó Jeff. “Revisé tus resultados con algo que se llama análisis discriminatorio TBI, y obtuvo 97.5 por ciento de índice de probabilidad para ti. Eso significa que los patrones de tus ondas cerebrales son casi ciento por ciento consistentes con los de alguien que ha tenido una lesión cerebral traumática. Laura, algunas partes de tu cerebro no se comportan de forma normal.”

Así que eso era. Mi cerebro era diferente.

El mapeo de Jeff de mi cerebro le permitió localizar áreas específicas de actividad cerebral anormal. Algunas de estas cosas eran demasiado técnicas para que yo pudiera comprenderlas. Por ejemplo, Jeff me informó que en mi giro cingulado la actividad cerebral se apartaba siete desviaciones estándar de la actividad normal de 4 Hz, y siete desviaciones estándar, de acuerdo con Jeff, eran imposibles de medir. No era algo que yo pondría en mi currículo.

Pero otras percepciones derivadas del mapeo cerebral tuvieron mucho sentido para mí y arrojaron luz sobre por qué era yo de la forma en que era.

Jeff me mostró una lectura de la actividad en diferentes áreas de mi cerebro. Durante la actividad psíquica había un alto nivel de actividad anormal en la parte trasera derecha de mi cerebro, donde se unen los lóbulos parietal y temporal (representados por la segunda línea en la gráfica a continuación). En lugar de una serie de pequeñas ondas continuas —lo normal, que indica actividad de las ondas cerebrales—, Jeff registró una serie de ondas más grandes e intermitentes, que usualmente aparecen durante el sueño profundo o cuando una persona está en coma.

“El voltaje de las ondas cerebrales se mide en microvoltios, y el rango normal es de cero a 60”, explicó Jeff. “¡Pero tu actividad en algunas áreas es de unos 150 microvoltios! ¡Estabas reventando la escala!”

De mostrarle la gráfica a un neurólogo, probablemente habría concluido que el sujeto estaba convulsionando. ¿Entonces qué provocaba la actividad anormal en mi cerebro?

 

Jeff me explicó que la unión de los lóbulos temporal y parietal es el área del cerebro asociada con funciones como el almacenamiento de nuevos recuerdos, el procesamiento de información sensorial, la extracción de significado y la regulación emocional. En otras palabras, esta parte del cerebro tiene mucho que ver con definir nuestro sentido del yo. Por ejemplo, cuando la gente medita —la práctica de relajar nuestra mente e inducir un nivel de conciencia más sosegado—, en esencia están desacelerando la actividad referente al yo en sus cerebros. Básicamente, le dan un descanso a su ego.

Pero yo no meditaba. Yo hablaba.

Jeff estaba intrigado por la actividad en mi unión temporo-parietal. Mencionó que la gente que ha sufrido lesiones en esa parte del cerebro tiende a volverse más espiritual, más compasiva y a perdonar con mayor facilidad. Tienden a no centrarse tanto en sí mismos y a concentrarse en otras personas. La lesión cambia su estado de conciencia, y en ese estado se vuelven más empáticos.

No me sorprendió saber que la actividad de mis ondas cerebrales era consistente con la de personas muy empáticas. Lo que yo hacía era empatía llevada al extremo: cerrar la atención hacia mí misma y usar el poder de mi cerebro para conectar con alguien más.

¿Pero cómo fue que mi cerebro entró en ese estado alterado?

“No estás dormida ni inconsciente ni meditando, pero partes de tu cerebro aparecen apagadas”, dijo Jeff. “Es como si conscientemente estuvieras haciendo a un lado tu cerebro para dar paso a otras personas y mensajes. Cuando actúas como psíquica o médium algunas partes de tu cerebro no funcionan, aunque no hay nada que pueda explicar por qué sucede. De alguna manera tu cerebro es capaz de entrar por sí mismo en este estado alterado.”

Esto tenía sentido para mí. Cuando realizo una lectura mi ego se disuelve, y me conecto con algo más grande que yo misma, algo más allá de mi persona individual. La prueba parecía indicar que el portal que lo permite se encontraba en alguna parte de mi cerebro.

El QEEG también mostraba que las habilidades psíquicas ocurrían en un lado de mi cerebro, mientras que las actividades de médium ocurrían en otro. Estas dos áreas distintas concordaban con los dos lados de la pantalla a la que accedo para mis lecturas. Por lo menos esto mostraba que mi percepción de lo que sucedía cuando actuaba como psíquica o médium no era sólo una realidad extraña que yo había inventado: se reflejaba materialmente en mi cerebro. Sucedían cosas en mi cerebro que yo no podía controlar o inventar.

¿Pero acaso el QEEG respondía la pregunta de por qué yo era así? ¿Y probaba que estaba recibiendo información del Otro Lado?

“La única forma real de probar que recibes del Otro Lado lo que dices, es por medio de la información que transmites”, dijo Jeff. “¿Es acertada? ¿Es algo que no habría forma de que supieras? Eso debe decidirlo la gente por sí misma.” En otras palabras, mi mapeo cerebral sólo probó que algo anormal sucedía en mi cerebro. Pero no le dio un nombre a eso.

Hubo una última parte de información del mapeo cerebral que deseo compartir.

Jeff concluyó que mi cerebro tiene la capacidad de manejar y procesar el flujo de información que recibo durante una lectura. No pudo ver lo que yo veía —nadie puede hacerlo—, pero estaba seguro de que lo que veía era procesado en mi cerebro. La máquina misteriosa del cerebro humano tiene, en mi caso, un sistema, una estructura —un mecanismo que funciona por completo— para procesar los estímulos visuales que ocurren cuando entablo actividad como psíquica o como médium. Ese mecanismo existe. Es real.

Y como mi cerebro es básicamente igual al de todos los demás —no es un cerebro extraterrestre o de androide, sino un cerebro humano normal—, Jeff concluyó que es posible que este mecanismo exista en los cerebros de todos nosotros.

“Tal vez todos lo tenemos”, dijo Jeff. “Quizá en el futuro podremos enseñarle a la gente a entrar en ese estado alterado al que tú puedes acceder. Tal vez será algo que podremos desarrollar por nosotros mismos. Hay muchas cosas sobre el cerebro que todavía no comprendemos.”

Yo creo que este mecanismo —este interruptor— existe en cada uno de nosotros. No sé por qué está más pronunciado y es más funcional en mí, pero creo que todos somos capaces de desacelerar la actividad centrada en nosotros mismos y permitir que entre más información de otras fuentes. Creo que todos somos capaces de concentrar más la energía de nuestros pensamientos fuera de nosotros mismos y hacia otras personas, y de esa forma podemos volvernos más empáticos.

Y creo que cuando nos cuestionamos y exploramos cuál es nuestro lugar en el universo, podemos superar los miedos y las dudas que evitan que descubramos nuestro camino más elevado.

 

30. ENTRELAZAMIENTO

EN una calle ajetreada en Manhattan, la mañana del 20 de noviembre de 2012, un chico complicado llamado Kyle iba en patineta de Penn Station al barrio de Greenwich Village.

Kyle creció en Long Island, era un niño extremadamente brillante y hermoso con una energía y una curiosidad sin límites. También era difícil de controlar: no porque fuera malo, sino porque era terco. Conforme fue creciendo Kyle se replegó; se le dificultaba socializar con otros niños. Tenía un puñado de amigos y era un músico talentoso; tocaba el clarinete y el saxofón, era un muy buen baterista y cantaba en un grupo a capella. Pero se sentía más cómodo estando solo.

Sus padres lo llevaron con médicos y buscaron el motivo de esto, pero nunca hubo un diagnóstico definitivo. Depresión, ansiedad, trastornos del estado de ánimo; nadie sabía con exactitud qué pasaba con Kyle. Con todo, era altamente funcional, sólo que marchaba al ritmo de un tambor diferente.

Un día Kyle renunció a tratar de encajar en un mundo del que se sentía marginado. Creía que de todas formas nunca sería aceptado, así que dejó de intentarlo.

Por lo mismo, la visión del mundo que tenía Kyle se volvió más sombría. No lo veía como un lugar bueno y hermoso; lo veía demasiado criticón y moralista. Muchas personas lo querían, pero a él le costaba trabajo creer en la bondad de la gente. Su conexión con el mundo comenzó a disiparse. Se sentía excluido, aislado, ignorado. A pesar de tener padres amorosos y preocupados por él, Kyle creía que estaba solo.

Pero no se dio por vencido. Siguió intentando que las piezas encajaran. Se inscribió en la Universidad de Nueva York y se esforzó por ser un buen estudiante. El 19 de noviembre de 2012 se desveló terminando un trabajo que debía entregar al día siguiente. Por la mañana se subió al tren hacia Manhattan.

Una de las lecciones más importantes que el Otro Lado intenta enseñarnos es la realidad de que todos estamos conectados como seres espirituales. Pero si eso es verdad, ¿cuál es el lugar de alguien como Kyle?

Kyle no se sentía parte de esa conexión. No veía pruebas de ello en su vida; veía más bien un mundo fragmentado en el que cada quien sólo pensaba en sí mismo. En su experiencia, la gente podía ser malvada, insensible e hiriente. No encontraba sentido en forjar conexiones que seguramente terminarían en una situación dolorosa. Entonces mejor aceptaba que estaba solo en esta vida.

¿Pero estaba solo en realidad?

Si de verdad existe una conexión espiritual universal, ¿por qué Kyle estaba fuera de ella? ¿De qué sirve una conexión así si no incluye a todos, si alguien como Kyle se puede sentir excluido de ella? ¿Y si Kyle estaba en lo correcto? ¿Y si en realidad somos ajenos al éxito, la alegría y el crecimiento de los demás? ¿Y si en nuestro viaje por la vida de hecho estamos básicamente solos?

El Otro Lado nos enseña que nunca estamos solos.

Los científicos han abordado esta pregunta también: ¿acaso las diferentes facetas de la existencia se mueven solas a través del tiempo y el espacio, o existe una fuerza sutil e invisible que las une a todas? Esto ha llevado a los científicos a explorar el fenómeno llamado entrelazamiento.

En su libro Mentes entrelazadas, Dean Radin, un experimentado científico del Institute of Noetic Sciences, escribe acerca de un experimento que exploró la relación entre los fotones, partículas subatómicas de radiación electromagnética. El experimento mostró que ciertos fotones están conectados de formas que aún no es posible explicar.

Por ejemplo, las partículas subatómicas como los electrones o fotones que son creadas en un mismo evento tienen propiedades cuantificables, como su giro o polarización, que revelan que están ligadas de forma íntima entre sí sin importar qué tanto se alejen una de otra. Su conexión resultante, como se ha revelado en experimentos cada vez más refinados a lo largo de las últimas décadas, confirma la impactante realidad de eso a lo que Einstein se refirió como “acciones fantasmales a distancia”, porque esta conexión íntima revela que las partículas permanecen ligadas entre sí, lo cual viola por completo el sentido común y la noción de Einstein de la velocidad de la luz como la máxima a la que la información (o el efecto de una partícula sobre otra) puede viajar. La medición de una partícula de inmediato afecta a la otra. Las implicaciones en cuanto a la completa interconexión del universo entero, y para nuestra comprensión de la naturaleza fundamental del espacio y el tiempo, son profundas. Eso es el entrelazamiento.

Básicamente, el entrelazamiento implica que “en niveles muy profundos, las separaciones que vemos entre objetos ordinarios y aislados son, en cierto sentido, ilusiones creadas por nuestra percepción limitada”, escribe Radin. “La realidad física está conectada de formas que apenas comenzamos a comprender.”

De forma visual, el Otro Lado me ha mostrado un campo enorme de energía luminosa, no muy distinto del sol. Ese campo está unificado, pero también está conformado por miles y miles de millones de puntos de luz más pequeños, como una sola imagen que, vista de cerca, está hecha de cientos de imágenes más pequeñas. Esos miles de millones de puntos de luz somos nosotros.

Lo que veo es que nosotros componemos ese enorme campo de luz, que no puede existir sin nosotros. Pero tampoco podemos existir de forma individual fuera de ese campo. Nuestra existencia está definida fundamentalmente por nuestro lugar en esta enorme constelación de energía, y no por quienes somos en lo individual. Puede parecer que existimos de forma separada de los demás, y podemos percibir los límites que nos describen y sentir que somos autónomos. Pero nuestra energía, nuestra conciencia, está inexorablemente entrelazada con la energía de los demás.

He aquí otra analogía: imagina una mano con cinco dedos. Cada dedo es diferente, pero también se conecta a la misma fuente: la mano misma. Los dedos están separados, pero conectados. Como humanos tenemos experiencias sumamente diferentes aquí en la Tierra, pero todas se canalizan en una experiencia colectiva enorme: la experiencia de nuestra existencia.

Nuestras almas, nosotros, nuestras experiencias, nuestra existencia: nada de esto está aislado. El universo no es un lugar de separación, sino de entrelazamiento. Estamos conectados a los demás en formas que no podemos desentrañar.

El 20 de noviembre, el tren de Kyle hacia Manhattan se canceló debido a un daño en las vías, así que tuvo que tomar otro que salía más tarde. Le mandó un mensaje de texto a su papá para informarle del retraso —“Esto es tan tonto. Voy a llegar tarde”, pero llegó a Penn Station a las once de la mañana. Luego se trepó a su patineta y avanzó por Broadway. Cuando llegó a Union Square Park giró hacia Union Square West. De pronto, un mensajero en bicicleta se abalanzó sobre él en sentido contrario, justo cuando un camión grande pasaba junto a él del lado izquierdo. Hubo un choque. Kyle fue despedido de su patineta y yacía inmóvil sobre la calle.

Unas horas más tarde, cuando su madre, Nancy, llegó a casa, encontró un mensaje de un oficial de policía. Lo único que decía era: “Por favor, llámeme”.

Esa noche, la familia de Kyle fue a reconocer su cuerpo a la morgue. “Era tan irreal”, dijo Nancy. “Sólo tenía veinte años.”

Unos días después del funeral de Kyle, Nancy me llamó. Había escuchado de mí por un amigo, el doctor Marc Reitman, el psiquiatra que me había ayudado a aceptar mi don. El doctor Reitman pensó que yo podría ayudar a Nancy.

En nuestra lectura, Kyle atravesó de inmediato, con fuerza y claridad. Quería hablar de lo sucedido.

“Me está mostrando un vehículo y el impacto, pero también me muestra que él no estaba en el vehículo”, le dije. “También dice que no fue su culpa. Me muestra a personas paradas junto a él viéndolo tirado en la calle; una persona toma su mano y sostiene su cabeza. Dice que eso fue importante para él porque en sus momentos finales aquí, cruzó rodeado de gente que estaba preocupada por él. No estaba solo. Alguien lo sostuvo mientras cruzó.”

Del otro lado de la línea, Nancy lloraba. Me contó la historia del accidente de Kyle.

“Sucedió enfrente de un McDonald’s”, dijo. “Un joven estaba saliendo del McDonald’s, y si hubiera seguido caminando habría muerto en el accidente. Pero se le cayó algo y regresó a recogerlo. Y cuando lo hizo, sucedió el accidente. Justo frente a él.”

Nancy había localizado al joven y se enteró de más detalles de esos momentos cruciales.

“Su primer instinto fue echarse a correr”, dijo. “Pero algo lo mantuvo ahí. Algo lo jaló hacia la calle. Él fue el primero que se acercó a Kyle.”

Nancy me dijo que el joven se arrodilló junto a Kyle y lo sostuvo entre sus brazos. Se dio cuenta de que alguien trataba de llevarse la patineta de Kyle, pero con un brazo lo agarró y lo detuvo. Vio que alguien más tomaba una foto de la escena con su teléfono y también lo detuvo. “Él sintió que lo habían puesto ahí para proteger a mi hijo”, me dijo Nancy. “Se quedó con él hasta que llegó la ambulancia.”

Kyle todavía estaba consciente cuando el joven llegó a su lado. Por un momento miró a los ojos del extraño, quien lo abrazó más fuerte. Luego Kyle puso los ojos en blanco.

“También estaba una mujer arrodillada junto a Kyle”, dijo Nancy. “Ella también permaneció con él hasta que llegó la ambulancia. Había mucha gente viendo. Formaron un círculo alrededor de él.”

“Kyle está mostrando a este joven por una razón”, le dije a Nancy. “Lo hace porque sabe que el joven estaba ahí por la bondad de su corazón. Sabe que no quería estar ahí, pero de todas formas se quedó. Y lo hizo porque es bueno. Y Kyle pudo ver la bondad en él.”

Kyle tenía muchas más cosas que decir. Le dijo a su madre que ahora estaba contento, que ya no tenía que esforzarse tanto en hacer que todo encajara. Dijo que estaba con su abuelo, Pops, a quien adoraba. Y dijo que ahora comprendía las cosas de una forma que nunca consiguió en la Tierra.

En las semanas posteriores a la muerte de Kyle, Nancy comenzó a ver a su hijo bajo una nueva luz. Empezó cuando una compañera de clase de Kyle —que también sufría—, la visitó y le dijo que Kyle había marcado una enorme diferencia en su vida. “Ella había tenido problemas familiares que le provocaban miedo”, dijo Nancy, “y Kyle la hizo sentir que todo estaría bien. Le ofreció su amistad. Él estaba ahí para ella.”

Más amigos se acercaron a Nancy y le contaron historias parecidas. El chico que se peleó con sus papás y lo corrieron de la casa; Kyle lo llevó a la suya para que tuviera dónde dormir. El chico que cada vez consumía drogas más fuertes; Kyle lo convenció de evitar las más peligrosas. “Muchos jóvenes, los que no eran populares, los que estaban en las sombras, ellos fueron los que se me acercaron y me dijeron lo mucho que Kyle significaba para ellos”, me dijo Nancy. “Era como si Kyle diera a otros lo mismo que él había estado buscando.”

En el diario de Kyle, Nancy encontró una frase que le pareció particularmente conmovedora:

Quizá para el mundo seas una persona.

Pero para una persona, tú podrías ser el mundo.

“Kyle copió la frase, así que debió creer en ella hasta cierto punto, pero era como si no pudiera convencerse a sí mismo de que era parte importante de muchas vidas”, dijo. “Y luego apareció a través de la lectura, y al fin se dio cuenta de que no estaba solo, vio su propia bondad y comprendió su lugar en el mundo. Ésa es la gran lección de la historia de Kyle. Nunca sentir que una persona no es capaz transformar la vida de alguien.”

Mi lectura con Kyle y su mamá ha permanecido conmigo de una manera muy poderosa. La lección que Kyle aprendió en los últimos momentos de su vida en la Tierra es profundamente hermosa. Muchas personas enfrentan tiempos difíciles y obstáculos, y a veces alejan a quienes los aman. Los conflictos de Kyle hacían que se sintiera solo. Y luego, en la circunstancia más trágica, aceptó el amor de alguien, y en ese instante supo que en realidad nunca había estado solo.

Nancy me dijo que cuando habló con el joven que presenció el accidente, se enteró de que él también había llevado una vida difícil y tenía sus propios problemas. Él también dudaba de su lugar en el mundo. Pero entonces fue testigo del accidente y abrazó a Kyle, facilitándole el paso de este mundo al siguiente. Y algo en él cambió. Ese momento extraordinario de conexión también comenzó a sanar al joven.

Para mí, ésa es mucho mejor evidencia de nuestra existencia interconectada que la que pueda ofrecer cualquier experimento científico. Todos estamos conectados. Estamos entrelazados. Todos estamos involucrados en el destino y la fortuna de los demás.

En mi lectura con Nancy, Kyle mencionó un anillo. Bromeaba con ella porque no había cambiado las sábanas de su cama —ella dejó intacta la habitación de Kyle por meses—, y le dijo que cuando al fin limpiara su habitación, ella debía buscar el anillo. Nancy no tenía idea de qué decía. Pero una semana después, cuando revisó las cosas de Kyle, encontró un pequeño anillo de plata con diminutos corazones negros pintados en la cara interior. Se lo puso en el dedo derecho y le quedó perfecto. No se lo ha quitado desde entonces.

Nancy también inició una beca en nombre de Kyle. Se otorga al estudiante que mejor ejemplifique lo que significa ser un líder. “Es para el chico que siempre esté ahí para ayudar a alguien más”, dijo Nancy.

Por medio de la beca, y los muchos amigos que él tocó durante su corta vida, Kyle continúa viviendo. En Union Square West, en la banqueta junto al lugar donde ocurrió el accidente, un pequeño jarrón con flores permanece bajo un árbol. Cada domingo, Nancy y su esposo visitan el lugar y ponen flores frescas. En diciembre hay un pequeño árbol de Navidad. A veces la gente en la calle los detiene y les pregunta para quién son las flores, y ellos narran la historia de Kyle.

“Y cuando vuelvo a ver a estas personas, se detienen y me saludan”, dice Nancy. “Y me dicen: ‘Cada día, cuando pasamos junto a este árbol, saludamos a Kyle’. Ni siquiera lo conocieron, y sin embargo todos los días hablan con él. Y saber que el nombre de Kyle todavía está ahí, en el aire, es un gran regalo. Porque entonces Kyle no estaba solo, y no está solo ahora.”

Ninguno de nosotros lo está.

 

31. LA ALBERCA

 A las 7:05 a. m. me detuve en el estacionamiento de la preparatoria Herricks, donde doy clases desde hace dieciséis años. Lo hice en mi lugar asignado, bajo un árbol que da sombra junto a la entrada trasera. Caminé por el pasillo del primer piso donde están los casilleros de los de sexto año. Mi vestimenta no era excepcional: pantalones beige, blusa naranja, suéter naranja (el naranja es mi color favorito), mi identificación colgando del cuello. Llevaba un termo de café. ¿Entonces por qué todos se me quedaban viendo?

Algunos estudiantes que conocía y otros que no, y un par de maestros; casi todos dejaban lo que estuvieran haciendo y me observaban, con cierta sonrisa cómplice en sus rostros. Seguí caminando, preguntándome que sucedía.

Entré a la oficina del Departamento de Inglés y revisé mis notas de cómo enseñar estrategia retórica usando el libro Narrative of the Life of Frederick Douglass. A las 7:25 a. m., la primera campana sonó y me dirigí al salón 207. Por lo regular los estudiantes están medio dormidos, pero ese día estaban alertas, esperando en sus asientos a que yo llegara. Había una energía extraña y crepitante en el salón. Ignoré su evidente atención y proseguí con mi programa para la lección.

A las 8:14 sonó la campana. Nadie salió corriendo hacia la puerta, como siempre lo hacen. Todos los estudiantes se quedaron sentados. Finalmente, uno de ellos, un chico inteligente y extrovertido llamado Owen, sentado en la última fila, dijo: “Señora Jackson, ¿usted es psíquica?”

Escuché una expresión de asombro.

Atónita, pregunté: “Perdón, ¿qué?”

“¿Usted es psíquica?”, repitió Owen. “¿Es médium psíquica?”

Me quedé ahí parada, sin habla. Ahí estaba. Había llegado el momento que tanto temía.

Muy pronto me di cuenta de cómo había sucedido. Una persona a la que le realizo lecturas a menudo es una cantante famosa: una estrella joven y dinámica que tiene muchísimos seguidores en las redes sociales. Unas noches atrás me invitó a su concierto en el Barclays Center en Brooklyn, donde abrió el concierto para una estrella de pop aún más famosa. Después, en su camerino, posé para una foto con ella.

Ella publicó la foto en Instagram, agradeciéndome e identificándome como Laura Lynne Jackson. Nadie en la preparatoria me conocía por mi nombre completo. Cuando algunos de mis alumnos vieron la foto de la famosa estrella de pop con su maestra de inglés, googlearon mi nombre y encontraron el sitio de internet que describe mis habilidades como médium psíquica.

“Anoche tiró todas las redes sociales, señora Jackson”, fue como lo describió un estudiante.

Después de recuperarme del shock de haber sido descubierta, estaba lista para responder la pregunta de Owen. Era algo que ya había ensayado con la directora.

“Sí, soy médium psíquica”, dije. “Me han hecho pruebas investigadores científicos que verificaron mis habilidades. Pero esa parte de mi vida no tiene nada que ver con mi trabajo como maestra. Así que aparte de contestar a tu pregunta, Owen, no voy a dedicar más tiempo de la clase a hablar sobre esto. No deben de preocuparse de que los esté leyendo en el salón, y no voy a realizar ninguna lectura a nadie en ninguna de mis clases, así que ni siquiera me lo pidan. No es apropiado que le dediquemos más tiempo a esto.”

“¿Puede saber si alguien está haciendo trampa en un examen?”, preguntó un estudiante.

La verdad es que sí podía. El mes anterior, durante un examen, estaba sentada en mi escritorio y les di la espalda a los estudiantes por un momento para registrar la asistencia en la computadora. De pronto sentí un lazo de energía que me jalaba al fondo del salón. Se sentía como una mano en mi brazo instándome a voltear. Seguí esa energía y vi que un chico en la última fila intentaba esconder un pedazo de papel bajo su mano. Caminé hacia él y le pedí el papel, que ahora escondía debajo de su pierna. “Eso es hacer trampa”, le dije. “Lo sabes bien.”

De todas formas no iba a compartir esa anécdota con mis estudiantes y repetí que no hablaría más del tema, pero seguían preguntando.

“¿Cómo es el cielo?”

“¿Mi perro está en el cielo?”

“¿Puedo hablar con mi abuela en el cielo?”

“¿Puede leer las mentes?”

“¿Alguna vez ha trabajado en el caso de una persona desaparecida?”

¡Me di cuenta de que mis estudiantes se sentían impulsados a preguntarme acerca de mis habilidades porque estaban viviendo vidas abiertas y curiosas! Creía que la mayoría de los chicos querrían saber más acerca de la estrella de pop, y en efecto era el deseo de muchos, pero lo que más me sorprendió fue lo fascinados que estaban por mi don.

Tenía muchas ganas de responder sus preguntas, pero sabía que no podía hacerlo. Así que di por terminada la discusión y pedí a los estudiantes que fueran a su siguiente clase.

Lo mismo sucedió en las siguientes seis clases. En mi última clase del día, la octava, di mi discurso sobre mantener mi trabajo como médium separado de mi labor como maestra. Una vez más, resistí el deseo de compartir mi punto de vista sobre el Otro Lado y saciar su curiosidad. Así que lo dije y los mandé a su siguiente clase. Pero una estudiante se negó a salir.

Tenía quince años, era bonita y muy inteligente, pero también tímida y callada. Después de que todos se fueron ella se paró junto a su banca y se cubrió la cara con las manos, pero pude ver que estaba llorando. Entonces se acercó al frente del salón.

“Señora Jackson”, dijo en un susurro casi inaudible, “necesito su ayuda.”

Unos meses antes su mamá se había vuelto a casar después de estar muchos años sola. Su nuevo padrastro era un hombre amoroso y comprensivo que las quería mucho a su mamá y a ella, y que trajo una gran alegría y felicidad a sus vidas. Pero entonces, justo tres semanas después de la boda, él se metió a nadar en la alberca de la casa. De pronto ella escuchó a su madre gritar.

La chica corrió al jardín y vio a su padrastro flotando bocabajo en la parte honda de la alberca. Su mamá no sabía nadar, así que le gritó a su hija para que saltara al agua y salvara a su padrastro.

“Pero me paralicé”, dijo mi alumna, ahora llorando más fuerte. “No me podía mover. Estaba paralizada. Tenía mucho miedo de entrar a la alberca. Así que no lo hice.”

Para cuando llegaron los paramédicos, su padrastro había muerto.

Sentí muy dentro del alma el dolor, la culpa y el tormento de esta joven. Era desgarrador. Esperaba que yo dijera algo, cualquier cosa, pero no sabía qué decir. No debía leer a mis alumnos. Acababa de explicarles que nunca cruzaría esa línea. Pero la carga de esta joven era terrible. Yo sabía que podía marcar el camino de su vida si se veía obligada a soportarla por siempre.

“¿Puede decirle que lo lamento?”, dijo. “¿Por favor?”

¿Qué se suponía que hiciera?

De hecho, ya la estaba leyendo. La puerta se había abierto y su padrastro atravesó enérgicamente. Dejó claro que no era culpa de ella. Por favor, dile que no fue su culpa.

Vacilé. Las dos últimas décadas había mantenido mis dos caminos separados. Había mantenido mi doble vida con cuidado. Y ahora la barrera que había puesto se desmoronaba. ¿Podría construirla de nuevo?

“Era su momento de partir”, dije finalmente. “Ni siquiera habrías podido salvarlo aunque hubieras entrado a la alberca. Percibo que su corazón se detuvo y por eso no sobrevivió. No podrías haberlo salvado. Era su momento. Nunca fue tu culpa.”

La chica dejó de llorar y me miró, conteniendo la respiración. Tenía los ojos muy abiertos y le temblaban los labios. “Hay algo más que tu padrastro quiere decirte, y es muy importante”, le dije. “Quiere que sepas que su regalo más grande —el regalo más grande que tuvo en toda su vida— fue encontrarlas a ti y a tu mamá, y pasar tiempo con ustedes. Y quiere agradecerte por eso. Dice que le dieron un hermoso regalo.”

La chica se soltó a llorar. Posé mi mano sobre su hombro. Mis dos mundos estaban chocando, y yo no podía detenerlo.

Ya ni siquiera estaba segura de si debía seguir intentándolo.

 

32. CAMINO DEL ÁNGEL

IBA manejando para ver a mi amiga Bobbi Allison en Long Island. Miré la pantalla del GPS de mi auto cuando me indicó tomar la próxima salida.

Vaya, esa salida llegó más pronto de lo que esperaba, pensé. Todo el camino había tomado sólo diecisiete minutos; supuse que estaría manejando por mucho más tiempo. De todas formas, seguí las indicaciones del GPS y tomé la siguiente salida.

Bobbi es una de mis amigas médiums psíquicas más cercanas, e iba a almorzar con ella en su nuevo departamento. No podía esperar a experimentar la energía que había creado en su nuevo espacio. El GPS me dijo que llegaría en pocos minutos. Luego me indicó que diera una vuelta a la derecha, luego a la izquierda y luego dos vueltas a la derecha. Era raro. Parecía que rodeaba las afueras de un vecindario junto a la autopista.

“Ha llegado a su destino”, me anunció la voz del GPS.

¿Pero cómo podía ser? ¡No había una sola casa a la vista! “Ha llegado a su destino”, repetía la voz con severidad.

Llamé a Bobbi desde mi celular.

“Estoy perdida”, le dije. “Mi GPS me hizo dar mil vueltas y me dejó en una calle justo frente a una salida de la autopista. ¿Vives por aquí?”

“¿Cómo se llama la calle?”, preguntó Bobbi.

Miré el letrero.

“Camino del Ángel”, dije.

Bobby se echó a reír.

“¿Estás bromeando?”, dijo. “No, no vivo ahí, pero sé dónde está. Estás a unos veinte minutos. ¡Pero, Laura, eso es tan chistoso! Los espíritus seguro se están divirtiendo con nosotras. ¡Camino del Ángel! ¡Qué chistoso!”

También me reí. Parece que el Otro Lado sí tiene sentido del humor. Desde hacía mucho tiempo sabía que el Otro Lado puede manipular objetos que funcionan con electricidad, ya sea para enviarnos un mensaje o, en este caso, para divertirse con nosotros. Y ahora sabía que no debía confiar tanto en mi GPS.

Cosas extrañas y maravillosas suceden cuando me reúno con mis amigas que son médiums psíquicas. Hay una energía intensificada que crepita entre nosotras. Pero lo mejor es que nos entendemos: todas sabemos lo que es ser “raras” y percibir cosas de formas no convencionales, y comprendemos la gran responsabilidad de poseer estas habilidades. Nos compadecemos unas a otras por el cansancio que conlleva realizar lecturas. Comparamos los límites que fijamos entre nuestras vidas “normales” y nuestras vidas psíquicas. Juntas encontramos consuelo, apoyo y comprensión que no tenemos en ninguna otra parte.

Años atrás comenzamos a reunirnos una vez al mes para tener una noche de chicas psíquicas, o como nos gustaba llamarlo en broma, nuestro “aquelarre de brujas”. A veces llegaba toda la pandilla: Bobbi, Kim Russo, Bethe Altman, Diana Cinquemani, todas ellas médiums psíquicas; Pat Longo, una sanadora y maestra espiritual; y la fabulosa Dorene Bair, una intuitiva “agente de cambio”, como aparece en su tarjeta de presentación. Hay que ver nuestras reuniones. Digamos que nuestros espíritus se elevan. Como mencioné antes, al parecer el alcohol potencia nuestras habilidades. Y a partir de ahí la energía crece.

Tuvimos uno de nuestros aquelarres recientes —Kim, Bobbi y yo— en Fanatico, un restaurante italiano que está en Hicksville, Long Island, uno de mis favoritos. Nos sentamos en una mesa cerca de la entrada y ordenamos pasta con coles de Bruselas y aceitunas, un poco de espagueti con calabacita y salsa marinara, y dos órdenes del platillo favorito del grupo: brócoli quemado. Kim y Bobbi ordenaron vino y yo me tomé un coctel con vodka llamado Grey Goose Cosmo.

Como siempre, nuestra conversación era fluida y divertida y casual, con las cosas de las que platicarían tres amigas cualesquiera. Bobbi nos contó de la nueva casa de su hija en Carolina del Sur y que había sido una ganga.

“¿Cuánto costó?”, preguntó Kim incrédula. “Existen bolsas que cuestan más que eso.”

Hablamos de que nuestro trabajo es sumamente gratificante pero también muy cansado. Dijimos que debíamos tener cuidado de no estar siempre “conectadas” o nos enfermaríamos. Mencioné que había realizado varias lecturas y luego la lectura de un grupo, y terminé con influenza y tos con espasmos, por lo que estuve fuera de circulación por tres meses. Bobbi dijo que ella apenas se recuperaba de una bronquitis terrible porque recientemente había trabajado de más.

Nos dimos cuenta de que aunque todas operábamos en la misma vibración, como decía Kim, también teníamos diferentes técnicas.

“Yo veo espíritus tangibles frente a mí”, explicó Kim.

“Yo también”, dijo Bobbi.

“Eso nunca me ha pasado”, dije.

Mencioné que obtengo la información del Otro Lado en una pantalla interna dividida en secciones específicas. Ni Kim ni Bobbi habían usado una pantalla.

“Yo uso escritura automática”, dijo Bobbi, y habló de su habilidad para escribir pensamientos y percepciones del Otro Lado sin ser consciente de lo que escribe. También eso era desconocido para mí.

Llegamos a nuestra profesión de diferentes formas. Kim y Bobbi tuvieron maestros que las guiaron, mientras que yo me desarrollé por mí misma. Eso le recordó a Bobbi la primera clase de sanación física que tomó.

“Tenía miedo de ir”, dijo. “Temía lo que encontraría. Pensé que vería pollos sin cabeza corriendo.”

Por supuesto, no había pollos sin cabeza. Y a Bobbi le encantó la clase.

Kim recordó que ella y su hermana asistieron a una presentación de una psíquica llamada Holly. Esa mujer invitó a Kim a tomar su clase, que consistía en los principios básicos para desarrollar la intuición, y le dijo que ella ya era una médium psíquica avanzada. Luego le recomendó aprender los conocimientos esenciales para aterrizar y protegerse, y le informó que sus guías espirituales le enseñarían el resto.

“Una médium”, nos contó Kim que le preguntó, “¿cómo lo sabes?”

“Cielo, soy psíquica, recuérdalo”, dijo Holly.

En nuestras cenas nos leíamos una a la otra, ya que estábamos muy sintonizadas en nuestras energías. E invariablemente, cuando nos leían, una de nosotros decía “¿Cómo lo supiste?” antes de reírnos por lo absurdo de la pregunta.

“Algo le pasó hoy a tu auto, ¿verdad?”, decía Bobbi, por ejemplo.

“¿Cómo lo sabes?”, preguntaba Kim.

“Cielo, soy psíquica.”

También nos aconsejábamos, basadas en lo que veíamos desde el Otro Lado.

“Cuando una de ustedes me realiza una lectura, es una validación enorme”, dijo Bobbi. “Por lo regular se trata de algo que estaba pensando pero de lo que no estaba segura.”

“Eso es porque se nos dificulta recibir información para nosotras mismas”, dijo Kim. “Como ahora, sé que algo sucede en mi vida pero no se me muestra nada. ¡Nada! Y lo respeto, porque no quiero ser una malcriada y exigir: ‘¡Vamos, quiero saber!’”

“Cuando las leo a ustedes voy hacia el lado izquierdo de mi pantalla, que es donde veo a los guías espirituales”, dije. “Ahí es donde siempre están los guías de una persona. Y los guías me dan mensajes para ustedes.”

“Es como si nuestros guías espirituales estuvieran en todo esto juntos”, dijo Bobbi.

Los guías espirituales son almas que han vivido antes en la Tierra (pero no durante nuestra vida actual) y ahora continúan su viaje en el Otro Lado. Como parte de su viaje tienen trabajos, al igual que nosotros en la Tierra. Esos trabajos son para ayudarles a aprender las lecciones que necesitan para que ellos también puedan avanzar en su camino. Estas almas se convierten en guías espirituales, y serlo les ayuda a crecer. Son nuestros protectores, maestros, mentores y animadores. Ponen pensamientos en nuestra mente y nos envían empujoncitos, signos, afirmaciones, impulsos creativos, lluvias de ideas, instintos, intuiciones. Cuando hablamos de honrar nuestro llamado, son ellos quienes nos llaman. Siempre desean que encontremos nuestro mejor camino.

Bobbi tenía razón. Nuestros guías espirituales trabajaban juntos.

“Todos ellos se conocen”, dije. “Nuestros guías espirituales están en el mismo equipo.”

Esa noche en Fanatico, comenzamos a recibir información sobre nosotras.

“Estoy recibiendo muchas cosas sobre ti”, le dije a Kim. “Cosas buenas.”

“Los guías me dicen que están resolviendo las cosas tras bambalinas, pero eso es lo único que sé”, dijo Kim, quien estaba a punto de tomar una decisión importante respecto a su carrera.

“Me muestran que debes dejar de castigarte y soltar”, dije. “El año pasado todo fue presionar, presionar, presionar, y debes soltarlo. Ellos controlan la forma en que las cosas se desarrollan. Hay una razón para ello. Existe un plan. Soltar será una sensación difícil por un tiempo, pero debes hacerlo para permitir que el mejor camino para ti se despliegue.”

“Bueno, pues mientras voy por mi camino no me están dando ninguna pista”, dijo Kim.

“Aquí hay una pista que me están permitiendo ver”, dije. “Veo Los Ángeles. Definitivamente Los Ángeles. Vas a descubrirte atraída hacia Los Ángeles, y ahí habrá una muestra de que eres parte de aquello que se desplegará, justo como lo han planeado. Sólo debes honrar tus llamados y aparecer. Ellos harán que suceda.”

“Para mí tiene que ver con manifestarse”, dijo Kim, refiriéndose a la práctica de visualizar tu meta y, por medio de la energía de tu convicción, lograr que suceda. “Actuamos como si ya hubiera sucedido. Agradecemos al universo por aquello que es nuestro por derecho.”

Les conté cómo manifiesto las cosas: escribiendo una carta al universo al inicio de cada año. En la carta, agradezco al universo por ayudarme a lograr varias metas específicas, aunque no haya sucedido aún.

“Le doy el crédito a Pat Longo por haberme instado a hacerlo con tanta claridad”, expliqué. “Ella es quien me dijo que debía escribirlo. Solía pensar que con sólo proyectar tus pensamientos era suficiente, pero ella dijo que no, que existe un poder en la escritura que es importante. Y tiene razón.”

“Le demuestro eso a mi esposo todo el tiempo”, dijo Kim. “Él dice: ‘No puedes hacer que todo eso suceda’, y yo respondo: ‘Verás que sí’. Y cuando sucede, sólo sacude la cabeza.”

Reímos y hablamos de cómo los hombres en nuestras vidas tienen una camaradería muy suya. A veces salimos todos juntos y los esposos esperan pacientemente a que encontremos una mesa con una energía que nos agrade. Los hombres intercambian miradas cómplices; comprenden que debemos encontrar asientos que “se sientan bien” para nosotras.

Esa noche, nos quedamos hasta que cerró Fanatico. Nos fuimos cuando empezaron a limpiar. Esto suele suceder cada vez que nos reunimos: pasan las horas y parecen minutos.

En el camino de regreso a casa fue bajando la espectacular energía de nuestra cena y agradecí al universo por brindarme amigas tan especiales. La cena reforzó, como siempre lo hace, lo conectadas que estamos entre nosotras, y lo mucho que necesitamos esas conexiones. Todas tenemos un enorme equipo de apoyo que nos mantiene en el camino correcto y nos empuja a ser mejores. Tenemos a nuestros seres queridos que han cruzado y a nuestros guías espirituales.

Pero también contamos con las personas que nos aman y que nos necesitan aquí en la Tierra. Y a veces su apoyo es el más crucial de todos. Y no sólo lo digo por mis hermanas psíquicas y yo. Lo digo por todos nosotros.

 

33. LA LUZ AL FINAL DEL CAMINO

CUANDO no estoy trabajando con el Otro Lado, mi vida es bastante común. En esencia, todo gira alrededor de mi familia. Para ellos sólo soy Mamá o Sis* o Blondie (así es como Garrett me llama). Lo chistoso es que mientras el Otro Lado me transmite información muy específica de extraños, yo no puedo leer de manera confiable a los miembros de mi familia. Los conozco demasiado bien, los amo muchísimo. Y como siempre deseo que estén felices y tranquilos, no siempre confío en que interpretaré “limpiamente” la información que me llega del Otro Lado, sin insertar mis propios sentimientos en ella. Ésa es una de las peculiaridades de mi don: no siempre puedo usarlo para ayudar a mi familia o a mí misma. Lo cual es quizá lo mejor.

Mi hermana mayor, Christine, quien es madre de cuatro chicos maravillosos, toma mi don con filosofía. Cuando nos vemos, mis habilidades no surgen tan a menudo, pero a veces el Otro Lado transmite fragmentos de información. Por ejemplo, Christine menciona a una amiga, y de pronto digo: “¿Tu amiga tiene un hermano que se llama Ted?” Entonces se detiene y me pregunta: “¿Esto es una conversación o una lectura?”

Aun así, mi hermana me dice que lo que hago ha transformado la forma en que ve el mundo. Siempre creyó que había un cielo, pero ahora dice creer que es algo más cercano que el ancho cielo azul. Cree que el cielo está aquí con nosotros. Cree que estamos rodeados por la energía de las personas que han fallecido.

Mi hermano, John, no ha sido tan abierto a esa forma de pensar. Él ha dicho que cree que tengo un don intuitivo, pero no puede aceptar la idea de que el Otro Lado es real. John está casado y tiene tres hijos. Cuando algo importante sucede en sus vidas, su esposa dice: “¡Llama a tu hermana! ¡Pregúntale sobre esto!” John no se interpone cuando intento conectar a su familia con el Otro Lado. Y extrañamente recibo información consistente y clara para él. Por ejemplo, una vez le dije que en tres meses le llegaría una gran oportunidad en Asia. John, que es muy inteligente y trabaja en la industria tecnológica, no tenía negocios en Asia. Pero justo cuando lo pronostiqué la oportunidad surgió, y John se encontró en un avión a Corea.

En casa mis habilidades no emergen tan a menudo. Pero recuerdo que estaba viendo el Súper Bowl con Garrett y los chicos hace un par de años. Noté que Garrett estaba distraído por algo y dije de pronto: “Oye, mejor mira la pantalla, no querrás perderte el touchdown que están a punto de anotar”. Tres segundos después, un jugador interceptó un pase y corrió para anotar un touchdown espectacular.

“Más te vale que la mafia no te descubra”, dijo Garrett.

A menudo me preguntan si alguno de mis hijos comparte mi don. Mi hija mayor, Ashley, una de las almas más bondadosas que he conocido, parece tener claras habilidades psíquicas. Siente cosas y lee la energía de la gente bastante bien. A veces parece saber lo que está por ocurrir. En el Día de las Madres hace unos años Ashley y Garrett iban de camino a casa en el auto después de hacer muchos mandados, cuando de pronto Ashley dijo: “Mamá va a llamar en nueve, ocho, siete...”, y contó hasta el uno. Cuando lo hizo, el celular de Garrett sonó. Era yo.

Hayden, mi hijo mediano, es un chico amoroso y lleno de energía. A él le pasa algo diferente: es capaz de encontrar cosas perdidas. Su don es muy útil.

“Hayden, ¿sabes dónde está el control remoto de la tele?”, le pregunta alguno de nosotros.

Él se queda en silencio por unos segundos y luego dice: “En el sofá”, o “Debajo de la cama”.

También funciona para las zapatillas de ballet. La primavera pasada le dije: “Hayden, es una emergencia: ¡tenemos que irnos al recital de Juliet en cinco minutos y no encontramos sus zapatillas! ¡Sintonízate! ¡Encuéntralas!”

“De acuerdo, dame un minuto”, dijo, mirando hacia arriba y a la derecha.

Unos segundos después se puso de pie, abrió el clóset del pasillo y comenzó a buscar en una esquina.

“Hayden, no están ahí”, dije, justo cuando sacaba las zapatillas detrás de un contenedor y las agitaba en el aire.

El inconveniente es que la búsqueda de huevos de Pascua nunca es pareja cuando está Hayden. Ni jugar Batalla Naval.

Mi hija menor, Juliet, es una niña llena de luz y de espíritu libre como lo era yo a su corta edad. A donde vamos la gente se siente atraída por su energía. Sin excepción, se acercan y le regalan cosas. Se ha vuelto un chiste en la familia: ¿qué le regalarán a Juliet hoy?

Un día, cuando tenía tres años, se me acercó y dijo: “Mami, hay un niñito rubio que se junta conmigo”.

Por un segundo me quedé paralizada. ¿Se trataba sólo de un amigo imaginario... o de otra cosa?

“Bueno”, dije, “¿es bueno o grosero contigo?”

“Es muy lindo”, dijo Juliet.

“Bien”, dije. “Entonces yo creo que puede quedarse.”

Juliet sonrió y se fue dando brinquitos para continuar con su vida hermosamente inocente.

Roscoe —nuestro leal y amoroso schnauzer miniatura— era otro miembro muy querido de nuestra familia. Cuando nacieron nuestros dos últimos hijos y los llevamos a casa, Roscoe se recostaba al pie de nuestra cama y permanecía despierto toda la noche para cuidar al bebé. Una vez asustó a unos ladrones con sus ladridos. Era un amigo increíble y un miembro de la familia.

Cuando tenía diez años, de pronto tuvo un colapso. Lo llevé de prisa al veterinario, quien me dijo que no era nada, no había que preocuparse, y nos mandó a casa. Pero yo no lo creía. Una hora después lo llevé con otro veterinario para una segunda opinión. Éste se interesó en ver qué le sucedía y realizó algunos análisis.

Mientras esperaba en la antesala y Roscoe estaba en el consultorio del veterinario, de pronto vi la presencia de otro animal en la pantalla donde veo al Otro Lado. No estaba intentando leer ni contactar a nadie, el animal tan sólo apareció. La reconocí: era Thunder, la adorada labrador negra de mi mamá, quien había cruzado dos años atrás. Ella y Roscoe habían sido grandes amigos. Thunder apareció justo en el velo —la diáfana frontera que separa este mundo del Otro Lado en mi pantalla— como si estuviera entusiasmada por algo, y yo sabía lo que significaba. Lo había visto antes. Era inminente que Roscoe cruzaría, y Thunder había venido a recibirlo.

La verdad es que estaba tan consternada por el repentino cambio en la salud de Roscoe, que la noción de que fuera a cruzar me sorprendió por completo. Unos meses atrás, el Otro Lado me había mostrado que Roscoe cruzaría pronto. Vi que sucedería en tres meses. Deseé con desesperación estar equivocada, haber confundido el mensaje. Después de todo, Roscoe había salido muy bien en su última revisión general. De todas formas, le dije a Garrett en ese entonces y comencé a prepararme emocionalmente para el fallecimiento de Roscoe. Garrett y yo lo platicamos y decidimos preparar poco a poco a los niños. “Tal vez Roscoe sólo estará unos cuantos meses con nosotros”, les dijimos, “así que valoremos nuestro tiempo con él.” Tres meses después, Roscoe tuvo el colapso.

Las radiografías mostraban que Roscoe tenía un tumor en el estómago y sufría una hemorragia interna. El veterinario lo internó de inmediato en cuidados de emergencia y evaluó las opciones. Operar a Roscoe era una de ellas, pero era claro que su estado era malo y al parecer lo someteríamos a un riesgo mayor sin la seguridad de que la operación le ayudaría. El cuerpo de Roscoe había entrado en shock y nos dijeron que era muy probable que falleciera durante la cirugía, sin que nosotros estuviéramos ahí para acompañarlo. Recordé lo que me había dicho el Otro Lado. Habían pasado tres meses. Y yo sabía que Thunder estaba ahí para ayudar a Roscoe a cruzar. Lo comprendí: era su momento de partir. Tomamos juntos la decisión. Pondríamos a dormir a Roscoe.

Garrett, los niños y yo estábamos con él cuando cruzó. Cada uno apoyamos una mano en su pelaje. Le expresamos lo mucho que lo amábamos y le agradecimos por ser una parte tan hermosa de nuestras vidas. Sus dulces ojos castaños miraron los nuestros. Y entonces los cerró y cruzó, rodeado de amor.

Aunque el Otro lado había intentado prepararme para cuando Roscoe cruzara, fue devastador. Yo sabía que su fallecimiento era parte del plan que el universo tenía para él, pero de todas formas me invadió la tristeza. A pesar de todo lo que sabía del Otro Lado, todavía extrañaba a mi perro y me preguntaba si estaba bien.

El veterinario nos dijo que podía darnos una impresión de la pata de Roscoe, y a todos nos gustó la idea. Esperamos mientras la realizaba. Me senté aturdida, mirando la pared frente a mí. Al fin enfoqué la vista en el cartel sobre la pared, y contuve un jadeo. Era una fotografía de un oso hormiguero.

¿Y qué tenía de especial un cartel de un oso hormiguero en el consultorio de un veterinario?

Hace mucho tiempo le pedí al Otro Lado que me enviara señales de mis seres queridos que habían cruzado. Solía pedir mariposas monarcas, pero después de un tiempo decidí hacerlo más complicado. Comencé a pedir tres señales en particular, señales inusuales. Si el universo quería enviarme un mensaje, pedí que me mostrara un armadillo. O un cerdo hormiguero. O un oso hormiguero.

¿Por qué un veterinario tendría una foto enorme de un oso hormiguero en su consultorio? No tenía idea. Pero sé que debía ver a ese oso hormiguero, y sé el motivo. Me estaba diciendo que Roscoe había llegado bien al Otro Lado, que aún estaba conmigo y que estábamos conectados por el amor.

Unos segundos después, Juliet y Hayden tenían que ir al baño. Los acompañé y los esperé afuera. Volteé a mi izquierda y ahí mismo, al nivel de los ojos, había una pequeña figura de cerámica de un perro. Un schnauzer miniatura blanco. El perro era igual a Roscoe, y sonreía. El perro estaba contento. Y en su espalda tenía un par de alas de ángel.

Bueno, algunos dirán que sólo es una coincidencia. Pero yo sé que no lo fue.

Al día siguiente, me atreví a pedirle otra señal a Roscoe.

“Sólo déjame saber que estás bien allá arriba”, dije en voz alta mientras iba manejando. “Házmelo saber por medio de la palabra ‘ángel’.”

En cuanto le pedí la señal a Roscoe, prendí el radio del auto. Sonaba una balada, y la primera frase que escuché fue: “Debió haber sido un ángel”.

Pero aun así —aun así— no me sentí mucho mejor. Es decir, millones de canciones contienen la palabra “ángel”, ¿no?

Más tarde llamé al veterinario para que nos hiciera la cuenta por sus servicios. La mujer que contestó el teléfono me explicó con paciencia y amabilidad la lista de los diferentes cargos. Me dijo que lamentaba mucho que Roscoe hubiera fallecido, y me hizo sentir mejor acerca de todo. Al final de nuestra conversación, le agradecí y le pregunté su nombre.

“Me llamo Ángela”, dijo.

Sonreí. Dejé a cargo de Roscoe enviarme otra señal cuando yo más lo necesite.

Fue nuestro profundo y poderoso amor por Roscoe lo que mantuvo este canal de comunicación abierto entre nosotros. Fue también el amor lo que me brindó la premonición de que Roscoe fallecería, y la visita de Thunder. Muchos años atrás una poderosa necesidad de ver a Abu me sacó de una alberca tan sólo unas semanas antes de que cruzara, y yo no comprendía lo que era una premonición. Y cuando Abu falleció, odié saberlo por anticipado. Pero con Roscoe acepté mi premonición. Sabía de dónde provenía el mensaje, y comprendí que estaba impulsado por el amor. El Otro Lado opera sólo por amor. Con Roscoe, el Otro Lado nos dio la gran bendición de poder apreciar y celebrar nuestro infinito amor por él.

Y comprendo, al igual que comprendo todo, que Roscoe no nos dejó. Nuestro adorado y hermoso Roscoe todavía está aquí.

No éramos los únicos en la familia en tener un encuentro profundo con el Otro Lado que involucrara a un perro. No hace mucho, mi hermano John descubrió que su amada pit bull adoptada, llamada Boo Radley, estaba enferma. Ya había estado en tratamiento por cáncer de mandíbula, pero ahora el cáncer había vuelto y se extendió. No podían hacer nada para detenerlo. Iban a tener que dormirla.

Boo tenía un lugar especial en el corazón de mi hermano. La adoptó después de que se mudó a California y terminó con su novia. Boo estaba ahí cuando conoció a su esposa, Natasha, y cuando nació cada uno de sus tres hijos: Maya, Zoey y el pequeño Johnny. Y ella los inundaba a todos con su amor.

Mi hermano no sabía qué decirle a Maya, que sólo tenía seis años. Sabía que ella preguntaría adónde se había ido Boo. Quería prepararla para la pérdida y ayudarla a superarla, ¿pero cómo podía decirle que Boo se había ido al cielo si él en realidad no lo creía?

Buscó a nuestra madre para pedirle consejo. Ella cree en el cielo pero entendía que mi hermano no estuviera seguro al respecto, así que sugirió que le dijera a Maya que “algunas personas” creen que existe un cielo que es hermoso y feliz, donde todos, incluso los perros, son amados, y cuando vayamos ahí nos reuniremos con nuestros perros.

John siguió su consejo. Cuando le dijo esto a Maya, ella preguntó: “Papi, ¿tú eres una de las personas que creen en eso?”

“No lo sé de cierto”, le dijo John, “pero espero que sea verdad.”

Durmieron a Boo la semana anterior a Navidad. John la sostuvo cuando ella cruzó. A mi hermano le dolió mucho perderla y comenzó a cuestionar su propia forma de pensar.

“Si esto en serio es verdad”, le dijo a Boo, “si en verdad existe el cielo, necesito que me des una señal. Pero sólo puede provenir de una persona: Laura Lynne.”

Pensó en el collar de Boo y dijo: “Boo, quiero que la señal sea una estrella con un círculo a su alrededor. Mándamela a través de Laura Lynne y lo creeré.” John no le dijo a nadie sobre la señal.

Unos días más tarde mi hermano y su familia volaron a Nueva York para estar con la familia en Navidad. En Nochebuena, mi mamá llegó a mi casa con una botella de vino envuelta muy bonito, como siempre envuelve sus regalos. La había envuelto en papel de copos de nieve y colocó en la parte superior un molde de galleta con la figura de un copo de nieve.

Al día siguiente, en Navidad, todos fuimos a casa de mi mamá. Decidí hornear un queso Brie. Mi mamá me dijo que tenía suficiente comida, pero por alguna razón me sentí obligada a hacer ese Brie.

Reuní los ingredientes: el queso Brie, duraznos en conserva, nueces y pasta de hojaldre, y me preparé para ir. Pero luego vi el molde de galleta con figura de copo de nieve de mi mamá sobre la superficie de la cocina. Y un pensamiento vino a mi mente: Me va a sobrar pasta de hojaldre, así que, ¿por qué no corto un copo de nieve de la masa y lo pongo sobre el queso para que se vea festivo?

En casa de mi mamá extendí la masa y corté un pequeño copo de nieve con el molde. Creo que lo hice mal porque me salió como una estrella judía. ¡Estaba encantada!

“¡Miren esto!”, llamé a mi hermano y hermana. “¡Tenemos un Brie horneado con estrella judía para Navidad!”

Tomé la pasta que sobraba y la extendí en una tira larga para hacer un borde circular alrededor del queso. Noté que mi hermano me miraba intensamente.

“¿Qué estás haciendo con esa tira de masa?”, preguntó, casi acusándome.

“Estoy haciendo un círculo alrededor de la estrella”, le dije. “Ya sé que no es muy creativo, pero se me antojó hacerlo. Mira.”

Mi hermano sacudió la cabeza y salió de la cocina.

Un momento después me llamó desde otra habitación. “Laura, ¿puedo hablar contigo un segundo?” El tono de su voz denotaba urgencia, era casi demandante.

“Ya voy”, dije.

Cuando llegué con él, con las manos todavía llenas de masa, John intentó hablar pero sólo se echó a llorar.

“¿Qué sucede? ¿Qué pasa?”, pregunté.

“Cuando Boo cruzó le dije que, si el Otro Lado era real, me enviara una señal”, dijo. “Y le dije que tenía que provenir de ti. La señal que pedí”, sollozó, atragantándose con las palabras, “fue una estrella con un círculo alrededor.”

Ahora los dos estábamos llorando.

Me di cuenta de que si le hubiera dicho a John que sentía a Boo Radley con nosotros, él no me habría creído. El Otro Lado también lo sabía, así que maniobró para enviar la señal de Boo. Me pusieron a crear algo, y hasta nuestra mamá metió mano también. John le había dado a Boo una tarea difícil, ¡pero ella lo logró! ¡Qué maravilloso regalo de Navidad para John!

Le pregunté a mi hermano: “¿Así que ahora por fin crees?”

Mi hermoso hermano, un escéptico de toda la vida, lo pensó por un momento.

“No me queda de otra”, dijo.

Todos somos capaces de reconocer estos asombrosos vínculos con el Otro Lado. Todos estamos conectados con aquellos que amamos, tanto aquí como en el Otro Lado. Más allá de estas conexiones, creo que todos poseemos la habilidad de conectar con el Otro Lado. Tal vez no todos podemos encontrar zapatillas de ballet perdidas, pero quién sabe, quizá sí podemos.

Con mis hijos hago lo mismo que con mis alumnos y con las personas a quienes realizo lecturas, y espero que también con aquellos que lean este libro: los animo a abrir sus mentes y corazones a la idea de que el universo es un lugar más grande y más mágico de lo que podemos imaginar.

Es lo mismo que me digo todos los días. He llegado a acoger la vida de esta manera.

Y la parte hermosa es que nada en nuestras vidas debe cambiar, excepto nuestra percepción.

Todos tenemos experiencias psíquicas en nuestras vidas que nos conectan unos a otros y a nuestros seres queridos en el Otro Lado. No sólo a veces, sino todo el tiempo. Mi deseo es que nos demos cuenta del don que llevamos en nuestro interior y lo celebremos, y que logremos comprender que abrir nuestras mentes y corazones a él puede transformar nuestras vidas.

No habrá rayos de luz o truenos. Todo lo que sucederá es que comenzaremos a ver de otro modo nuestras vidas. Pero ese pequeño giro puede cambiar tu vida. Puede transformar el mundo. Puede sacudir el universo. Y la luz entre todos nosotros brillará más intensamente.

 

* Sis, diminutivo de sister, hermana en inglés. N. de la T.

 

Agradecimientos

ESTE libro existe gracias a la luz e influencia de muchas personas, en este mundo y en el Otro Lado.

Alex Tresniowski: Has sido parte del viaje de este libro desde el primer día de la descarga. En veinticuatro horas apareciste para ayudar a darle forma y traerlo al mundo. No habría podido pedir un mejor colaborador. Gracias por toda la luz que has dado. Eres una de las personas más sencillas que he conocido y un regalo para el mundo.

Jennifer Rudolph Walsh: Eres una persona que transforma vidas y que brinda luz, por no mencionar a la agente más solidaria y maravillosa, y mi amiga. Tu visión y pasión son imparables y deslumbrantes. Estoy infinitamente agradecida con la gran fuerza de luz que me puso en tu camino. Me inspiras y me ayudas a tener los pies sobre la tierra. De manera muy sencilla, transformas el mundo. Estoy muy agradecida por estar en este viaje contigo y estar en tu luz. ¡Sigue brillando!

Julie Grau: Yo sé que fuiste elegida por el Otro Lado para ser editora de este libro y eres parte del equipo de luz. Tu comprensión, inteligencia y visión fueron esenciales para el viaje de este libro; gracias por guiarlo a casa. Gracias por tu paciencia, tu amabilidad y tu amistad. Sé que tengo mucha suerte por haber cruzado mi camino contigo, y estoy muy agradecida.

Linda Osvald, mi mamá: Mi primera y más grande maestra, me enseñaste a amar, esforzarme, dar a los demás, ser bondadosa y siempre seguir mi corazón. Eres una gran fuerza de amor en el mundo y has hecho toda la diferencia en mi vida. Hiciste que el paisaje de mi infancia fuera más que hermoso. Y cada momento, cada sacrificio, cada vez que me animaste a seguir, que me dijiste que era fuerte y hermosa, que creíste en mí, me inspiraste y me amaste de forma incondicional, todo ello fue importante: mi camino de luz fue forjado por tu amor. Este libro es un reflejo tanto de ti como de mí. No sé qué hice en una vida pasada para tenerte como mamá, pero estoy eternamente agradecida. Tuve a la mejor mamá del mundo.

John Osvald, papá: Por todas las noches cantando en el sótano y por todas las formas en que lo has intentado, gracias. Te amo.

Marianna Entrup, TT: Por estar siempre ahí, ya sea rescatándonos en Brant Lake u ofreciendo consejo médico, has sido parte de nuestra familia. Te quiero.

Ann Wood: Gracias por toda la gentileza y amor que siempre me has mostrado. Eres toda una dama.

Christine Osvald-Mruz: Nací en un mundo de amor como hermana tuya. Gracias por todas nuestras aventuras de infancia; algunos de los recuerdos más felices en mi corazón son los momentos que pasé contigo. Siempre has sido un increíble ejemplo e inspiración. Me siento bendecida y agradecida por tener semejante hermana y amiga, tan amable, inteligente y compasiva.

John William Osvald: Eres una de las personas más amorosas, magnánimas, dadas a correr riesgos positivos y compasivas que he conocido, sin mencionar que también el mejor cocinero. El hecho de tenerte como mi hermano y amigo es una de las bendiciones más grandes de mi vida. Me inspiras y me ayudas a crecer y transformarme de incontables maneras. El día que naciste fue uno de los más felices de mi vida. Seguro mi alma lo sabía...

Garrett Jackson: Muchas de las cosas hermosas y llenas de luz que han aparecido en mi vida son gracias a ti. Parece que tu corazón y el mío son viejos amigos, y encontrarte ha sido uno de los más grandes tesoros de mi vida. La vida que hemos construido es todo lo que yo soñé y más. Me estimulas, me inspiras y me has ayudado a crecer de formas infinitas. Eres un hombre de gran carácter, y es un honor viajar contigo por la vida y la paternidad y todo lo demás. Te amo tanto.

Ashley Jackson: Mi primogénita, mi hija llena de luz. Me convertiste en mamá y cambiaste mi mundo para siempre, inundándolo con más amor de lo que nunca creí posible. Tu belleza, tu inteligencia, tus habilidades artísticas y tu luz brillan hasta los rincones más oscuros de mi vida.

Hayden Jackson: Mi dulce Bubba, que se parece tanto a mí que da miedo. Llegaste a este mundo con tu corona brillante de cabello y llenaste mi mundo con más amor. Todos los días me enseñas cosas nuevas, ya sea sobre ciencia y empalme genético, o sobre el lenguaje y la profundidad de mi corazón, me siento muy bendecida por ser tu madre, y muy agradecida de que me hayas escogido.

Juliet Jackson: Eres un rayo de sol embotellado en forma humana; llevas luz, alegría y amor adondequiera que vas. Tu bondadoso corazón y gozo por la vida me inspiran y me recuerdan vivir la vida con plenitud y pasión. Eres un regalo para todos los que te conocen, pero sobre todo para mí. Estoy muy agradecida de ser tu mamá.

Laura Schroff: El hilo invisible que nos acercó sin duda era parte del plan del Otro Lado. El rol que has jugado para ayudar a que este libro viera la luz es enorme. Eres una gran fuerza de luz en el mundo y soy privilegiada no sólo por disfrutar de tu brillo, sino también por llamarte mi gran amiga. Gracias por tu infinita guía y amor en este viaje. Me inspiras.

Gina Centrello y Gail Rebuck: Gracias por creer en el poder de esta historia desde el principio, y apoyarla. Estoy segura de que ustedes son parte del equipo de luz.

Stephanie Nelson: Hace década y media definitivamente usé mis habilidades cuando nos conocimos; estudiabas para ser maestra en ese entonces y te dije que debías aceptar el puesto permanente en la preparatoria para que pudieras ser mi mejor amiga y trabajáramos juntas. No podría pedir una amiga más verdadera. Gracias por estar ahí en las buenas y en las malas, y por ser una luz permanente en mi mundo y mi corazón. ¡Qué lindo el Universo por hacer que nuestros maridos también se volvieran amigos! ¡Gracias también por Christopher Nelson!

Dorene Bair: ¡Eres un agente de cambio y conectora de todo lo bueno en mi vida! Tu energía burbujeante y positiva es contagiosa, y me encanta estar cerca de tu luz. Gracias por ser una amiga increíble y solidaria. Todo lo que haces lo haces con gracia, clase y gentileza. ¡Me inspiras en una infinidad de formas! Sacas chispas. Y a tu maravilloso marido, Tom Bair: ¡Gracias por el increíble papel que jugaste al ayudar a que este libro encontrara su lugar en el mundo!

Gwen Jordan: Desde octavo grado has estado ahí para incontables aventuras, llamadas y viajes; nuestra amistad ha sido una constante a través de cambios y décadas. Estoy muy agradecida por el regalo de tu ser y espero que tengamos más aventuras. Gracias por ser una amiga tan maravillosa.

Marris Goldberg: Estar cerca de ti o tan sólo hablar contigo siempre me levanta el ánimo. Vives la vida con pasión y alegría e inspiras a quienes te rodean. Gracias por ser una luz tan brillante en mi mundo y una amiga tan increíble.

Danielle Lash: En los viajes al extranjero y las aventuras aquí, siempre me divierto y me río contigo. Eres un regalo para el mundo, iluminas todos los lugares adonde vas. Ay, estoy muy agradecida por tu amistad y tu presencia en mi mundo.

Rachel Rosenberg: Hay algunas amigas que sabes que siempre serán tus amigas. Tú eres una de ellas.

Daniel Hain: ¡Pequeña, tengo mucha suerte por tener tu energía positiva en mi mundo! ¡Brillas!

Jennifer Schulefand: Mi antigua compañera de cuarto y de casa, me alegra mucho que sigamos conectadas después de tantos años.

Drew Katz: Aunque me hubiera gustado conocernos en otras circunstancias, agradezco que el Otro Lado nos haya conectado. Eres una persona de carácter, generosidad y fuerza de espíritu, y sé que tu papá y tu mamá están muy orgullosos del hombre que eres. Aceptas el mundo con bondad y compasión. Siento como si conociera tu alma desde hace mucho tiempo, y soy muy feliz por tener la luz de tu amistad. Mi amor y gratitud para ti y tu maravillosa esposa, Rachel, por siempre.

Litany Burns y Ron Elgas: Gracias por ayudarme a ver y a comprender mi camino y por la luz que comparten con el mundo.

Bob y Phran Ginsberg: Gran parte del trabajo que realizo en este mundo está ligado a ustedes. Son dos de las personas más dadivosas, inspiradoras y generosas que he conocido. El trabajo que hacen en el mundo ayudando a los demás, sanando el duelo y transmitiendo el mensaje del Otro Lado es inconmensurable. Sé que son parte del increíble equipo de luz. No puedo dejar de agradecer y mencionar a su hija Bailey, quien ha estado detrás de esto todo el tiempo, y es quien me llevó hasta su puerta. Ustedes son una gran fuerza de luz.

Doctora Julie Beischel: Su compromiso con la exploración de la ciencia de la vida después de la muerte significa para nuestro mundo mucho más de lo que pueda imaginar. Estoy muy agradecida por el papel que usted y Windbridge han tenido en mi vida.

John Audette: Tu fe y compromiso con este trabajo de luz son increíbles. Sé que el Otro Lado trabaja contigo y por medio de ti para transmitir al mundo su mensaje de amor y de continuidad de la conciencia. Eres parte de un gran equipo de luz. Tu amistad ha sido invaluable para mi viaje de vida. Gracias por ayudar a iluminar el camino.

Eben Alexander: Tu disposición para compartir tu historia con el mundo es inspiradora. Gracias por todo lo que nos has enseñado. Me enorgullece considerarme tu amiga.

Doctor Mark Epstein: Es un gran regalo que nuestros caminos se hayan cruzado. Me siento honrada por estar conectada con usted. Su luz sana e inspira a nuestro mundo.

Doctor Brian Weiss: Usted ilumina el camino para muchas personas aquí, ayudándonos a comprender que nuestro don más grande es el amor y que todos somos seres eternos. Me inspira de muchas maneras. Gracias por contribuir a iluminar mi camino.

Doctor Gary Schwartz: Es inspirador su compromiso con explorar y ayudar a otros a comprender los poderosos mensajes que el Otro Lado tiene para compartir. Me alegran mucho todas las sincronicidades en nuestros caminos y las formas en que se han cruzado. Usted ha sido una parte importante de mi viaje, y honro la luz que existe entre nosotros.

Los maestros juegan un papel crucial al iluminar el camino para todos nosotros. Estoy agradecida con mis muchos maestros, pero en especial con los siguientes, que me ayudaron a ver y a comprender mi conexión con los demás, a emplear la luz y a creer en mí misma: mi maestra de tercero de primaria, la señora Nolan; mi maestra de cuarto, la señora Margaret McMorrow; mi maestro de inglés de doceavo año, el señor Kevin Dineen; y mi profesor de inglés de la universidad, el finado señor David Bosnick. Agradecerles no parece adecuado. Honro la luz entre nosotros. Cada uno de ustedes es parte de mí y siempre estarán en mi corazón.

Michelle Goldstein: Una maestra que ha transformado las vidas de mis hijos. ¡Qué increíble persona eres!

Doctora Jane Modoono Philport: Cuando llegaste a la preparatoria Herricks de inmediato emanaste una luz enorme. He aprendido mucho de ti. Agradezco tu apoyo, tu aliento, tu amor y tu amistad. Quisiera que todos los maestros tuvieran una directora como tú. Generas grandeza adondequiera que vas.

Nicole Cestari Clark: Agradezco al universo porque me conectó con una mujer y amiga tan maravillosa. Tu energía y pasión son contagiosas, y la labor que realizas en el mundo está llena de luz. Tiene suerte quien te conozca y se pueda llamar tu amigo.

Laura Castillo: Estoy muy agradecida contigo por ser la niñera más increíble, cariñosa y divertida para mis hijos y una persona con la que siempre puedo contar. ¡Tienes mucha luz!

Henry Bastos: Gracias por la belleza y la amistad que brindas a mi vida.

Lisa Capparelli: Adoro tu energía y me encantan tus cenas. Gracias por el regalo de tu amistad. No existe un solo momento aburrido cuando está Dave, ¡y espero con ansias nuestros futuros viajes!

Paul y Pam Cain: ¡Son una pareja colmada de luz! Todo lo que hacen en este mundo es tocado por su compasión y bondad. Estoy muy orgullosa de conocerlos.

Trina y Adam Venit: ¡Me encanta que mi camino me haya conducido a conocer a dos personas tan increíbles! ¡Continúen brillando con su hermosa luz!

Starr Porter: ¡Qué luz tan brillante regalas al mundo! Soy muy afortunada por haberme cruzado contigo —y Chris Wagner— y estar conectadas por hilos de luz.

Sky Ferreira: Has creado un camino de luz a través de la oscuridad. Sé que tu equipo en el Otro lado está orgulloso de ti, que continúas compartiendo tus talentos artísticos con el mundo. Siempre te apoyaré, y me honra tu amistad.

Para todas mis sobrinas, sobrinos y mi familia extendida: Cada uno de ustedes da una hermosa luz al mundo, y estoy muy agradecida por atravesar este camino con ustedes como familia: John, Matt, Willy, Henry, y Peter Mruz, John y Laurie Mruz, Cyndi y Alan Switzer, Natasha Khokhar, Maya, Zoey, y John Osvald, Aliya y Priya Khokhar, Anika Bashir, Angela y Angela G. F. Jackson, Jimmy, Kerry, Joey, Brian, Kevin, y Danny Jackson, John, Emily, Jay y Johnny Jackson, Lucille Weintraub, Brett, Elyse, Gregg, Karen, Jarrett, y Carol Weintraub, Jimmy, Ted, Maddy, Teddy, y Kenny Wood. Y a mis seres queridos en el Otro Lado: Omi y Abu, Dundee Yette, Nani y Apa, Vicki; y mis cuñados Gary y Alan. Cada uno de ustedes ha jugado un papel vital en mi corazón y en mi mundo. Gracias.

Para la familia extendida de mi infancia: Nancy, Lee, Damon, y Derrick Smith, Ellie y Nick Pucciarello. Guardo muchos recuerdos felices con ustedes.

Para todas las personas que han compartido sus historias en este libro, nos han dado un gran regalo. Una de las bendiciones más grandes de este trabajo es conocer y conectarme con personas increíbles que, al final, se sienten más como familia que como amigos. Esta lista incluye a Susan Newton Poulter y Fred Poulter, Maria Ingrassia, Kenneth Ring, Nancy Larson, Jim Calzia, RoseAnn DeRupo y Charlie Schwartz, Joe y Maryanne Pierzga, Mary Steffey, Frank McGonagle, y Mike Cestari. Y a todos los familiares que fueron conectados en el Otro Lado: Scotty Poulter, Kyle Larson, Kathy Calzia, Jessie Pierzga, Charlotte, Elizabeth y todos los demás: los honramos y les agradecemos que nos reunieran y compartieran su historia y su luz con el mundo.

Bobbi Allison: Una de mis hermanas del alma y una gran luz en mi mundo. Gracias por tu constante e inquebrantable amor y apoyo. Que el universo te bendiga infinitamente por toda la bondad y luz que das a los demás.

Doctor Marc Reitman: Estoy agradecida por el increíble papel que tuvo en mi camino. ¡Usted es un sanador y trae luz a este mundo! Es un honor conocerlo.

Doctor Jeff Tarrant: ¡Gracias por revisar mi cerebro, darme algunas respuestas y por ser un amigo maravilloso! Cualquiera que esté cerca de tu energía puede sentir tu gozo por la vida, y agradezco mucho estar entre esas personas.

Amy Lewin: Por ser un ángel y guía en mi camino en la Tierra. Estoy eternamente agradecida por el rol que has jugado en mi vida. Eres una de mis personas favoritas.

Melissa y Tom Gould: Algunos de los mejores regalos de esta labor es conocer gente tan maravillosa e increíble como ustedes. Es una bendición conocerlos y que sean mis amigos.

Angie Walker, Danielle Perretty, Lynne Ruane, Laura Swan, Rainey Stundis, y Anthony y Grace Avellin: Lo mejor de este trabajo es conocer a personas maravillosas que se han convertido en grandes amigos. Ustedes están entre ellos.

Bill, Angela y B. J. Artuso: Por su compromiso en explorar el Otro Lado y por la luz de su amistad. Me alegra mucho que nuestros caminos se hayan cruzado.

Para el resto de mis amigas psíquicas: ¿Qué haría sin ustedes? Me mantienen con los pies en la tierra y me hacen reír. Todas las veces que estoy con ustedes es maravilloso: Kim Russo, Janet Mayer, Bethe Altman, Diana Cinquemani, Pat Longo y el resto del equipo.

Y para mis alumnos de mi primera clase de desarrollo psíquico y espiritual: ¡No habría podido pedir un mejor grupo de personas para explorar nuestra conexión entre nosotros y con el Otro Lado! Gracias por hacer de las noches de los miércoles puntos de luz brillante en mi semana: Amanda Muldowney, Janine Martorano, Amy Lederer, Marilyn Pilo, Mary Kennedy, Lisa Johnson, Cathleen Costello, Rosemary McNamara y Linda Pawlak.

Para Laura Van der Veer, Katie Giarla y Maggie Shapiro: ¡Gracias por toda la ayuda que me dieron para sacar este libro a la luz y por responder todas las preguntas técnicas que tuve al respecto a cualquier hora del día o de la noche!

Para mi equipo de luz en Random House: Sally Marvin, Nicole Morano, Theresa Zoro, Sanyu Dillon, Leigh Marchant, Andrea DeWerd, Greg Mollica y Nancy Delia... Gracias por cuidarme tanto a mí y a mi trabajo. Y al equipo de Arrow en el Reino Unido: Mi agradecimiento para Susan Sandon, Jenny Geras, Gillian Holmes, y Jess Gulliver.

Para el resto de mi equipo de luz en WME, Rafaella De Angelis, Alicia Gordon, Kathleen Nishimoto y Scott Wachs, estoy muy agradecida con todos ustedes y por el papel que han desempeñado.

Un enorme agradecimiento al profesorado y personal de la preparatoria Herricks, y para todos aquellos que fueron mis alumnos (quienes me enseñaron mucho más de lo que yo les enseñé). Mi amor se dirige en especial a los miembros actuales y anteriores del Departamento de Inglés, que es mi familia fuera de casa: Jane Burstein, Nancy Rajkowski, Barbara Hoffman, Ed Desmond, Steph Nelson, Alan Semerdjian, Jessica Lagnado, Tom Baier, Tom Mattson, Sonia Dainoff, Kelly Scardina, Sarah Kammerdener, Denise Barnard, Lauren Graboski, David Gordon, Mike Imondi, Mike Stein, Karen Meier, y Victor Jaccarino. Y también Chris Brogan, Louise O’Hanlon, Claudia Carter, Joanne Asaro, Trish Basile, Jane Morales, Michele Pasquier, Joanie Keegan, Andrew Frisone, Bryan Hodge, Gail Cosgrove, Jane Modoono, Suzanne Faeth, Sharon Morando, Danielle Yoo, Tania DeSimone, Rich Gaines, Caryn Krutcher, Nicole Cestari y Deirdre Hayes.

Para todas las personas maravillosas que me han permitido entrar a su energía para leerlos: agradezco cada una de las experiencias y conexiones.

Para el equipo de luz en el Otro Lado: nada de esto sería posible ni existiría sin ustedes. Gracias por permitirme ser la mensajera y ser parte de su grandiosa luz.

Y para ti, lector: estoy agradecida por estar juntos en este viaje de luz.

 

SOBRE EL AUTOR

Laura Lynne Jackson es maestra de preparatoria y médium certificada por el Windbridge Institute for Applied Research in Human Potential y The Forever Family Foundation. Vive en Long Island con su marido y sus tres hijos. Éste es su primer libro.

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