La luz entre nosotros (2015)
Laura Lynne Jackson
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CONTENIDO
Introducción
Primera parte - 1. Abu - 2. La chica en la tienda - 3.
Australia - 4. El enamoramiento - 5. John Moncello - 6. Litany Burns - 7. El
camino por delante - 8. Oxford - 9. Sedona - 10. Perturbación
Segunda parte - 11. Seguir abierta - 12. La llegada - 13.
La pantalla - 14. Amar y perdonar - 15. Lo que te pertenece - 16. Familia por
siempre - 17. Más cosas en el cielo y en la tierra - 18. La gorra del policía -
19. El último niño - 20. La abeja atrapada - 21. Dos meteoros - 22. Windbridge
Tercera parte - 23. El muelle de Canarsie - 24. Resolviendo el misterio - 25. La directora - 26. Tocar los hilos - 27. El fénix - 28. El bonsái - 29. El electroencefalograma cuantitativo - 30. Entrelazamiento - 31. La alberca - 32. Camino del ángel - 33. La luz al final del camino
Agradecimientos - Sobre el autor
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Introducción
IBA en la autopista de Jericho, hacia el oeste, cuando los
mensajes empezaron a llegar.
Apreté el volante de mi Honda Pilot, me desvié a la
derecha, y entré al estacionamiento de un Staples. Frené y me detuve a la mitad
de un lugar para estacionarme.
No estaba lista para recibirlos. Hacía apenas un rato había
estado respirando profundo, intentando mantener la calma, porque estaba muy
nerviosa. Muerta de miedo, de hecho. Pronto estaría en un lugar repleto de
gente sufriendo. Esa tarde mi papel sería tratar de aliviar su dolor. Mi miedo
era que les hiciera más daño.
Iba vestida con una camisa negra lisa y pantalones negros.
No quería que nadie se distrajera por los patrones de mi blusa o por las flores
de mi vestido. Me había saltado la cena, porque estaba demasiado ansiosa como
para comer. Mi esposo, Garrett, aún no llegaba a casa del trabajo, así que le
pedí a mi madre que cuidara a mis dos hijos hasta que él regresara. Iba tarde y
traté de ganar un poco de tiempo en la autopista, pero había tráfico.
Entonces, de pronto, empezaron a llegar a mí.
Los niños.
Todos de golpe, como un grupo, ahí estaban. Era
impresionante. Como estar sola en un cuarto, y de pronto la puerta se abre y
entran diez o quince personas. Puedes no verlas o escucharlas, pero aun así
sabes que están ahí: las puedes sentir. Sabes que ya no estás sola. Eso es lo
que se sintió en mi Honda Pilot; sabía que no estaba sola.
Después vinieron las palabras y las historias y los nombres
y las peticiones y las descripciones y las imágenes y todas las cosas que
querían compartir, tantas que tuve que calmarlos.
“Un segundo, un segundo”, dije en voz alta mientras buscaba
a tientas mi pequeña libreta roja y una pluma. Empecé a escribir tan rápido
como podía, pero no era capaz de seguirle el ritmo a todos los mensajes que
llegaban. Era algo desbordante.
Diles que aún estoy aquí, dijo uno.
Diles que todavía soy parte de sus vidas, dijo otro.
Diles que los amo y veo todo lo que pasa.
Por favor no lloren por mí. Estoy bien.
No estoy muerto. Sigo siendo tu hijo.
No pienses en mí como si me hubiera ido. No me he ido.
¡Por favor diles que no me he ido!
Me senté en mi auto a medio estacionar afuera del Staples y
seguí escribiendo: una mujer rodeada de niños a quienes nadie más podía ver.
Al final, después de unos minutos, guardé las notas en mi
bolsa, regresé a la autopista y manejé tan rápido como pude rumbo al Hilton de
Huntington en Broad Hollow Road. Corrí por el vestíbulo del hotel y encontré la
sala de conferencias del evento. Afuera, un letrero apenas daba una pista de lo
que sucedería esa noche. Decía: “Cómo escuchar cuando tus niños hablan”.
La sala de conferencias era común y corriente: cortinas
marrones, luces en el techo, alfombra mullida, sillas giratorias. En medio de
la sala había una amplia mesa rectangular con diecinueve personas sentadas
alrededor en una postura rígida. Cuando entré todos voltearon a verme y
permanecieron en completo silencio. Sus rostros eran tristes y agobiados. Me
pareció que transcurrió todo un minuto antes de que alguien respirara.
Eran los padres.
Los anfitriones de esta tarde, Phran y Bob Ginsberg —los
directores de la Forever Family Foundation— se acercaron y rompieron la
tensión. Me dieron la bienvenida con un abrazo y me invitaron a sentarme. Les
dije “No, gracias”; no había manera de que pudiera sentarme, estaba demasiado
nerviosa. Bob se paró al frente de la sala y aclaró la garganta.
“Ella es Laura Lynne Jackson”, dijo con voz dulce. “Es una
médium certificada por la Forever Family Foundation, y está hoy aquí para
ayudarnos a aprender a hablar con nuestros niños.”
Bob se hizo a un lado y me dejó la pista libre. Respiré
profundo y volteé a ver las anotaciones en mi mano. Los padres me observaban,
esperando. No sabía qué decir o cómo empezar. Pasó otro largo momento, volvió
el espeso y pesado silencio.
Nadie sabía qué pasaría después, y yo menos que todos.
Por último subí la mirada y hablé.
“Sus niños están aquí”, dije con torpeza. “Y hay algo que
quieren que ustedes sepan.”
Mi nombre es Laura Lynne Jackson y soy esposa, madre y
maestra de inglés en preparatoria.
También soy médium psíquica.
Tal vez no soy en lo que la gente piensa cuando imaginan a
un médium psíquico. No leo hojas de té ni las cartas del tarot, y no trabajo en
un local. No leo la fortuna y no tengo una bola de cristal (bueno, está bien,
tengo una diminuta, pero es decorativa y sólo porque no me resistí a comprarla
cuando la vi en la tienda). Tan sólo poseo un don que está más concentrado en
mí que en los demás.
Soy clarividente, lo que significa que tengo la capacidad
de reunir información acerca de personas y acontecimientos por medios más allá
de mis cinco sentidos. También soy clariaudiente —puedo percibir sonidos por
medios más allá de mis oídos— y clarisintiente, lo que me permite sentir cosas
por medios no humanos.
Por ejemplo, puedo sentarme en la mesa de un restaurante y
sentir la energía distintiva de las personas que estuvieron ahí antes de mí,
como si hubieran dejado docenas de huellas energéticas erizadas. Y si esa
energía me golpea de manera negativa, le diría de manera cortés a la
recepcionista que preferiría sentarme en otro sitio o, si era la última mesa
libre, que debo irme. Lo que no siempre emociona a mi esposo y a mis hijos. Ni
a la recepcionista, para tal caso.
Más allá de mis habilidades como psíquica, también soy
médium, lo que significa que soy capaz de comunicarme con personas que se han
ido de esta Tierra.
Si tu primera pregunta es cómo llegué a ser así, mi primera
respuesta es que no lo sé. He pasado una vida tratando de averiguarlo.
En mi búsqueda por encontrar respuestas me he sometido a
pruebas rigurosas: primero con la Forever Family Foundation, un grupo con bases
científicas sin fines de lucro que ayuda a las personas en duelo, y más tarde
con el Windbridge Institute for Applied Research in Human Potential en Arizona.
En Windbridge pasé por un estudio ciego quíntuple de ocho pasos realizado por
científicos para convertirme en miembro de un pequeño grupo de médiums de
investigación certificados.
Y sin embargo, aunque buscaba respuestas —tratando de
encontrar mi verdadero propósito— también tenía cuidado en ocultar mis
habilidades al resto del mundo. Todavía no sabía dónde o cómo iban a encajar
mis habilidades en mi vida. No sabía qué se suponía que debía hacer con ellas.
Durante gran parte de mi vida, traté de abrirme un camino que no involucrara
ser una médium psíquica.
En mi último año de universidad estudié en el extranjero,
en Oxford; investigué a Shakespeare, y decidí dedicarme a la academia. Después
de graduarme consideré convertirme en abogada y fui aceptada en dos de las
mejores escuelas de derecho, pero decidí seguir mi pasión por la docencia. Por
muchísimo tiempo pensé en mí misma como maestra, antes que nada. Las lecturas
del aura y la comunicación con los espíritus no tenían un lugar en mi vida
académica.
Y así, por casi veinte años, tuve una doble vida en
secreto.
Durante el día enseñaba a adolescentes sobre Macbeth y Las
uvas de la ira, pero de noche, mientras mi esposo cuidaba a los niños en la
planta baja, yo estaba arriba en mi cuarto teniendo conversaciones privadas por
teléfono con celebridades, atletas, astronautas, políticos, directores de
empresas y toda clase de gente, dándoles un destello de algo que está más allá
de los límites aceptados de la experiencia humana.
Pero esto es lo que descubrí de notable en el curso de mi
doble vida: caí en cuenta de que en realidad no soy tan distinta. Aunque mis
habilidades me hacían sentir que no era como el resto de la gente, que no era
“normal”, me di cuenta de que estar “dotada” de esta manera no era el don en sí
mismo.
El hermoso don que me fue dado —la conciencia de que todos
estamos conectados por poderosos hilos de luz y amor, tanto aquí en la Tierra
como en el más allá— es un don que nos pertenece a todos.
Al igual que mi vida, este libro es una travesía desde la
oscuridad hacia la luz. Narra la historia del viaje que realicé para comprender
mi verdadero propósito y las maneras en que estamos conectados con el mundo a
nuestro alrededor. Lo que más deseo es que en mi viaje encuentres algo que
resuene en tu vida.
Porque si lo haces podrás llegar a entender lo mismo que
yo: que si abrimos nuestros corazones y mentes a los poderosos vínculos que nos
conectan con nuestros seres queridos aquí y en el más allá, éstos pueden
intensificar sin límites la forma en que vivimos y amamos hoy en día.
Pero incluso cuando lo comprendí, nunca pensé en
compartirlo con el mundo. No tenía planes de escribir un libro. Más tarde,
mientras hacía mis rondas por el pasillo en la preparatoria donde doy clases,
un día sentí una repentina y descomunal descarga de información e intuición
proveniente del universo. Fue como una descarga eléctrica que me dio claridad
instantánea. Y la instrucción básica era sencilla.
Estás destinada a compartir tu historia.
Esto no tenía nada que ver conmigo; tenía todo que ver con
el mensaje. Las lecciones de vida que surgieron de las lecturas que realicé no
estaban ahí para mantenerse en secreto. Estaban destinadas a salir al mundo.
No considero que este libro sea un repaso de mi vida, pero
veo mi historia como un medio para compartir algunas de las más profundas y
poderosas lecturas que he hecho a lo largo de los años. Lecturas que conectaban
a personas con sus seres queridos en el Otro Lado y, en el proceso, les
ayudaban a curar viejas heridas, superar su pasado, reimaginar sus vidas y
finalmente entender su verdadero camino y su propósito en el mundo. Estas
lecturas fueron inconmensurablemente agudas e informativas para mí.
Las lecturas, así como la historia de mi vida, en realidad
tienen que ver con la misma cosa: la incansable y valiente búsqueda de la
humanidad por respuestas. Como estudiante de literatura, se me motivaba a
abordar las preguntas más profundas: ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué significa
existir? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? No pretendo haber descubierto
todas las respuestas. Lo único que puedo hacer es contar mi historia. Y
compartir mi creencia de que si no consideramos al menos la posibilidad de una
vida después de la muerte —si no vemos el caudal de evidencia que ha aparecido
en los últimos años sobre la resistencia de nuestra conciencia— nos estamos
cerrando a una fuente de gran belleza, consuelo, sanación y amor. Pero si
estamos abiertos a tener esta conversación podremos ser más luminosos, más
felices y más auténticos. Estaremos más cerca de la verdad. Más cerca de
nuestro verdadero yo. Seremos la mejor versión de nosotros mismos. La que nos
permite compartir nuestro mejor yo con los demás, y de esta forma cambiar el
mundo.
Eso es todo lo que quiero hacer, tener esa conversación.
Deseo abrir la posibilidad de que exista algo más que nuestra manera
tradicional de ver el mundo. Deseo explorar lo que he visto una y otra vez en
mis lecturas: que el universo opera sobre un principio de sincronicidad, una
fuerza invisible que conecta eventos y dota de significado todo lo que hacemos.
Quiero que comprendas que este libro ha encontrado su
camino hasta tus manos por una razón.
Sobre todo, quiero discutir una verdad asombrosa que se ha
vuelto evidente para mí en mi trabajo: que hay brillantes hilos de energía
luminosa que nos conectan a todos en la Tierra y más allá con nuestros seres
amados que han muerto.
Yo puedo ver esos hilos de luz. Veo la luz entre nosotros.
Y debido a que la luz está ahí, uniéndonos, entretejiendo
nuestros destinos, debido a que todos extraemos poder de la misma fuente
energética, sabemos que hay algo más que es cierto.
Nadie vive una vida pequeña.
Nadie es olvidado por el universo.
Todos podemos iluminar considerablemente el mundo.
Sólo que algunos todavía no reconocemos lo poderosos que
somos.
No espero que mis ideas sean aceptadas sin resistencia. He
sido maestra por casi dos décadas y no es fácil que me convenzan teorías mal
concebidas o argumentos medio lunáticos. Siempre he enseñado a mis alumnos a
ser pensadores críticos —a indagar, analizar y cuestionar— y es así como he
abordado mi don. Mis habilidades han sido examinadas por científicos e
investigadores, he hablado con exploradores valientes e intelectos profundos.
Me he mantenido al día sobre los desarrollos científicos del último cuarto de
siglo, que nos han dado un impresionante y novedoso conocimiento de la
capacidad humana.
He comprendido cómo tantas situaciones notables en mi vida
son consistentes con, y explicables por lo que estamos aprendiendo sobre el
poder y la resistencia de la conciencia humana.
Aun así, las lecciones más importantes en este libro no
provienen de científicos, investigadores o exploradores, y sin duda tampoco de
mí. No soy ni profeta ni oráculo. Tan sólo soy un conducto.
Las lecciones más importantes provienen de equipos de seres
de luz que se acercan a nosotros del otro lado de la separación.
Como médium psíquica he realizado lecturas para cientos de
personas, algunas ricas y famosas, pero no la mayoría. En esas lecturas los he
conectado con sus seres queridos que ya no están en esta Tierra. Esos seres
amados que han partido nos ofrecen una visión milagrosa de la existencia y del
universo.
El primer paso de nuestro viaje es sencillo, sólo se
necesita que abramos nuestra mente a la posibilidad de que haya algo más en la
existencia que lo que puede ser captado con facilidad por nuestros cinco
sentidos.
La gran mayoría de nosotros ya hace esto. La mayoría
creemos en un poder superior, sin importar el nombre que usemos para
describirlo. Yo me refiero a este poder superior como el universo. Otros lo
llaman Dios. Yo fui criada para creer en Dios y aún lo hago, pero para mí todas
las religiones son como un gran plato que ha sido roto en muchas piezas. Todas
las piezas son distintas, pero continúan siendo parte del mismo objeto. Las
palabras que usamos para describir nuestras creencias no son tan importantes
como las creencias mismas.
Así que ya estamos dispuestos a creer en algo superior a
nosotros mismos: algo que no podemos probar ni explicar ni incluso entender por
completo. No tememos dar ese salto. Pero si damos el salto siguiente, creer que
nuestra conciencia no termina con la muerte sino que perdura en una travesía
mucho mayor, entonces sucede algo en verdad increíble.
Porque si podemos creer en una vida después de la muerte,
debemos permitir la posibilidad de conectar con ella.
Para ser honesta, si las cosas extraordinarias que pasaron
en mi vida no me hubieran sucedido, no estoy segura de que las creería
posibles. Pero me sucedieron, por lo que sé que no sólo son posibles: sé que
son reales.
Y sé que cuando abrimos la mente a las formas en que
estamos interrelacionados —partes del mismo todo, abarcando el pasado, el
presente y el futuro— comenzamos a ver conexiones, significado y luz donde
antes tan sólo veíamos oscuridad.
PRIMERA PARTE
1. ABU
UNA soleada tarde de miércoles en agosto, cuando
tenía once años, mi hermana, mi hermano y yo estábamos chapoteando en la
pequeña alberca de un metro de altura que teníamos en el patio trasero de
nuestra casa en Long Island. Sólo quedaban unos pocos días para que empezaran
las clases, y tratábamos de exprimir las últimas gotas de diversión al verano.
Mi madre salió a decirnos que iba a visitar a nuestros abuelos a su casa en
Roslyn, que quedaba a unos cincuenta minutos en auto. Durante años la acompañé
a ver a mis abuelos y siempre me encantó, pero conforme crecí otras actividades
se cruzaron en mi camino, así que algunas veces mi madre iba sola y nos dejaba.
En ese hermoso día de verano, sabía que no había esperanza de que saliéramos de
la alberca.
“Diviértanse”, nos dijo. “Volveré en un par de horas.” Y
eso es lo que debió haber pasado.
Pero de pronto, de la nada, entré en pánico.
Lo sentí en la profundidad de mis huesos. Un pánico puro,
inexplicable y helado. Me paré en la alberca y le grité a mi madre.
“¡Espera!”, clamé, “¡tengo que ir contigo!”
Mi madre rio. “No te preocupes, quédate”, dijo. “Pásalo
bien, es un día estupendo.”
Pero yo ya estaba pataleando con vehemencia hacia el borde
de la piscina, mi hermano y mi hermana me observaban y se preguntaban qué me
sucedía.
“¡No!”, le vociferé a mi madre. “¡Quiero ir contigo!
Espérame, por favor.”
“Laura, no te preocupes...”
“No, mamá, ¡necesito ir contigo!”
Mi madre dejó de reír. “Está bien, tranquilízate”, dijo.
“Entra y cámbiate. Te espero.”
Entré corriendo empapada, me vestí rápido, volví a salir
corriendo y entré en el coche a medio secar, todavía en completo pánico. Una
hora después nos estábamos estacionando en la casa de mis abuelos y lo vi a él
—yo le decía Abu— saludándonos desde el porche trasero. Fue hasta ese momento,
al verlo y abrazarlo, que el pánico disminuyó. Pasé las horas siguientes en el
porche con Abu; hablando, riendo, cantando y contando chistes. Cuando era
momento de irnos le di un beso, un abrazo y le dije: “Te quiero”.
Nunca más lo vi con vida.
No sabía que Abu se había estado sintiendo débil y cansado;
los adultos nunca me habrían dicho algo así. Cuando estuve con él ese día
actuaba como siempre: cálido, divertido y juguetón. Debió haber reunido todas
sus fuerzas para aparentar estar bien frente a mí. Tres días después de mi
visita, Abu fue a ver al médico. Éste le dio una noticia devastadora: tenía
leucemia.
Tres semanas después Abu había muerto.
Cuando mi madre nos sentó a mi hermana, a mi hermano y a mí
en el sofá y nos dijo con delicadeza que Abu había fallecido, sentí un
bombardeo de emociones. Shock. Confusión. Incredulidad. Ira. Una profunda
tristeza. Una sensación terrible y honda de echarlo de menos.
Lo peor de todo fue que tuve una sensación de culpa
espantosa y aplastante.
El instante en que supe que mi abuelo se había ido, entendí
a la perfección por qué había entrado en pánico para ir a verlo. Sabía que iba
a morir.
Por supuesto que no pude saberlo en realidad. Ni siquiera
sabía que estaba enfermo. Y, sin embargo, sí lo sabía. ¿Por qué, si no, había
exigido verlo?
Pero si es que en efecto lo sabía, ¿por qué no lo pude
decir, a Abu, a mi madre o incluso a mí misma? No había tenido un pensamiento
claro, ni siquiera un indicio de que algo andaba mal con mi abuelo, y no fui a
visitarlo sabiendo de ningún modo que era la última vez que lo vería. Todo lo
que tenía era una misteriosa sensación de saberlo. No lo entendía para nada
pero me hizo sentir en extremo incómoda, como si yo fuera cómplice del
fallecimiento de Abu. Sentí que tenía una cierta conexión con las crueles
fuerzas que le quitaron la vida, y eso me hizo sentirme culpable de una manera
inimaginable.
Empecé a pensar que algo debía estar seriamente mal
conmigo. Nunca había sabido de nadie que sintiera cuando alguien iba a morir y,
ahora que me había pasado a mí, no estaba cerca de empezar a comprenderlo. Sólo
entendía que era horrible saberlo. Me convencí de que yo no era normal; estaba
maldita.
Una semana después tuve un sueño.
En el sueño yo era adulta y era actriz. Vivía en Australia.
Usaba un vestido del siglo XIX largo y colorido, y me sentía hermosa. De pronto
me entró una paralizante preocupación por mi familia, mi propia familia de la
vida real. En el sueño sentí cómo mi pecho se detenía y me desplomé sobre el
suelo. Estaba consciente de estar muriendo.
Sin embargo no me desperté, el sueño continuó. Sentí cómo
abandonaba mi cuerpo físico y me volvía una conciencia que volaba con libertad,
capaz de observar todo a mi alrededor. Vi a mi familia reunida alrededor de mi
cuerpo en la habitación donde había caído, todos lloraban. Estaba tan alterada
por verlos sufrir que intenté hablarles. “¡No se preocupen, estoy viva! ¡La
muerte no existe!”, dije. Pero no sirvió de nada, porque ya no tenía voz y no
podían escucharme. Lo único que podía hacer era proyectar mis pensamientos
hacia ellos. Después empecé a alejarme, como un globo de helio que alguien
suelta, y me fui flotando por encima de ellos hacia una oscuridad: una densa y
pacífica oscuridad repleta de hermosas luces parpadeantes. Una fuerte sensación
de calma y alegría me bañó.
Y justo en ese momento vi algo maravilloso.
Vi a Abu.
Estaba ahí, en el espacio frente a mí, pero no en su cuerpo
físico, sino más bien en espíritu: un espíritu que de manera hermosa e innegable
era suyo por entero. Al instante mi conciencia reconoció la suya. Él era un
punto de luz, como una estrella brillante en el oscuro cielo nocturno, pero la
luz era poderosa y magnética; me atraía hacia él, me llenaba de amor. Era como
si mirara el verdadero yo de Abu; no su cuerpo terrestre, sino esa luz interior
que era él en realidad. Estaba observando la energía de su alma. Entendí que
Abu estaba a salvo, y que se encontraba en un lugar hermoso y lleno de amor.
Comprendí que estaba en casa y en ese mismo instante supe también que ése era
el lugar del que todos venimos y al que pertenecemos. Él había regresado al
lugar del que provenía.
Al darme cuenta de que éste era Abu y que de alguna manera
todavía existía, me sentí menos triste. Sentí un gran amor, gran consuelo y, al
reconocerlo, una gran felicidad. Y justo antes irme por completo a casa con
Abu, algo se cerró a mi alrededor y me jaló hacia atrás.
Entonces desperté.
Me senté en la cama. Mi rostro estaba húmedo: estaba
llorando. Pero no me sentía triste. Eran lágrimas de felicidad. ¡Estaba
llorando porque había visto a Abu!
Me recosté sobre la cama y lloré un buen rato. Me había
sido mostrado que morir no significa perder a los seres amados. Sabía que Abu
todavía estaba presente en mi vida. Me sentí muy agradecida por mi sueño.
No fue sino hasta años después —muchos— que reuní la
suficiente experiencia para entender lo que el fallecimiento de Abu y los
acontecimientos circundantes significaron en mi vida.
Lo que sentí en esa alberca fue el principio del viaje del
alma de Abu hacia otro lugar. Como lo quería tanto por estar conectada a él de
una manera tan poderosa, mi alma fue capaz de percibir que la suya estaba por
emprender un viaje. Y sentir eso no era una maldición de manera alguna: me permitió
pasar esa última tarde mágica con Abu. Si eso no era un regalo, ¿qué era?
¿Y el sueño?
El sueño me convenció de una cosa: Abu no se había ido.
Sólo se encontraba en otro lugar. ¿Pero dónde? ¿Dónde estaba exactamente?
No pude responder eso cuando tenía once años, pero con el
tiempo entendí que Abu estaba del Otro Lado.
¿A qué me refiero con el Otro Lado?
Tengo esta sencilla analogía para explicarlo. Piensa en tu
cuerpo como un coche: al principio es nuevo, después se vuelve un poco más
viejo y al final es muy viejo. ¿Qué les pasa a los coches cuando son muy
viejos? Son descartados.
Pero nosotros, los humanos, no somos descartados como los
coches. Pasamos página. Seguimos adelante. Somos más importantes que el coche,
y el coche nunca nos definió. Nos define lo que nos llevamos una vez que
dejamos el coche atrás. Sobrevivimos al coche.
Todo en mi experiencia me dice que sobrevivimos a nuestros
cuerpos. Pasamos página. Seguimos adelante. Somos más importantes que nuestros
cuerpos. Nos define lo que nos llevamos una vez que dejamos nuestros cuerpos
atrás: nuestras alegrías, sueños, amores, nuestra conciencia.
No somos cuerpos con almas.
Somos almas con cuerpos.
Nuestras almas perduran. Nuestra conciencia perdura. La
energía que nos potencia perdura. El Otro Lado, entonces, es el lugar al que
nuestras almas van cuando nuestros cuerpos se agotan.
Eso despierta muchas preguntas. ¿Es el Otro Lado un lugar?
¿Es una esfera? ¿Un reino? ¿Es material o espiritual? ¿Es una estación en el
camino o se trata del destino final? ¿Cómo se ve? ¿Cómo se siente? ¿Está
repleto de nubes de oro y puertas de perlas? ¿Hay ángeles? ¿Dios está ahí? ¿El
Otro Lado es el cielo?
Poco a poco logré comprender el Otro Lado, e incluso hoy
estoy segura de conocer sólo una pequeña parte de lo que hay que saber al
respecto. Pero no necesitamos entender y vislumbrar por completo el Otro Lado
para recibir enorme alivio de él. De hecho, muchos de nosotros creemos que los
seres amados que han fallecido aún están con nosotros; en espíritu, en nuestros
corazones, llamados de vuelta a nuestras vidas por los recuerdos. Y esa
creencia nos nutre de forma interminable.
Sin embargo, la realidad de lo que sucede cuando nuestros
seres amados fallecen es infinitamente más reconfortante de lo que la mayoría
de la gente percibe, porque las almas que partieron están mucho más cerca de lo
que pensamos.
He aquí las primeras dos verdades que he aprendido gracias
a mi don:
Nuestras almas perduran y regresan a un lugar al que
llamamos el Otro Lado.
El Otro Lado está muy cerca en realidad.
¿Qué tan cerca? Intenta esto: toma con la mano una hoja de
papel común. Ahora levántala frente a ti, como si estuvieras leyendo en ella.
Fíjate cómo la hoja se vuelve una frontera que divide con claridad el espacio
que ocupa; puede ser tenue y delgada, unas cuantas pequeñas fibras juntas, pero
aun así es sin duda una frontera. De hecho, como frontera, divide una gran
cantidad de moléculas, átomos y partículas subatómicas. Cuando la levantas
frente a ti, tú y miles de millones de cosas están de un lado, y miles de
millones de otras cosas —sillas y ventanas y autos y gente y parques y montañas
y océanos— están del otro.
Y sin embargo, desde tu lado del papel, puedes ver y
escuchar y pasar al otro lado muy fácilmente; de hecho algunos de tus dedos ya
están ahí, sosteniendo el papel. Los lados podrán estar separados, pero
hablando de manera práctica son uno y lo mismo. El otro lado del papel está justo
ahí.
Cuando a lo largo del libro te encuentres con el término
“Otro Lado”, ten en mente esa hoja de papel. Pregúntate: ¿Y si la frontera
entre nuestra vida terrenal y la vida después de la muerte es tan delgada y
permeable como una simple hoja de papel?
¿Y si el Otro Lado está justo ahí?
2 LA CHICA EN LA TIENDA
MUCHO antes del incidente de la alberca yo ya era una niña
extraña.
Era hiperactiva y volátil. Tenía reacciones extremas ante
situaciones ordinarias. “Cuando Laura está feliz, es la niña más feliz que he
visto”, escribió mi madre en mi libro de bebé cuando tenía un año. “Pero cuando
está triste, es la niña más triste.”
Muchos niños son nerviosos y llenos de energía, pero dentro
de mí había un motor en constante turbulencia y yo no tenía manera de apagarlo.
En mi primera semana en primer grado, mi madre recibió una llamada de la
enfermera de la escuela.
“Le daré las buenas noticias primero”, dijo. “Pudimos
detener el sangrado.”
Había chocado contra una escalera en el patio de recreo, y
me abrí la frente. Mi madre me llevó al doctor, quien me dio siete puntadas.
La semana siguiente hice un berrinche terrible en mi
recámara porque el vecino invitó a mi hermana a nadar en su alberca pero no me
invitó a mí. Tiré la pesada escalera de madera de la litera y me golpeó en la
parte de atrás de la cabeza. Mi madre me volvió a llevar al doctor, que esta
vez me dio tres puntadas y le hizo a mi madre un montón de preguntas difíciles.
Yo era una cosa diminuta, pequeña y delgada como un palo,
una niñita rubia con fleco, pero podía ser tremenda. Para poder vestirme, mi
madre me sujetaba a la fuerza de un brazo o una pierna. Si me soltaba por un
segundo, yo desaparecía. Me estrellaba contra las cosas constantemente:
puertas, paredes, buzones, coches estacionados. Si mi madre me quitaba los ojos
de encima un momento, de inmediato escuchaba el estruendo de un golpe. Al
principio me abrazaba y consolaba, pero después de un tiempo se volvió
costumbre: “Ah, Laura Lynne se estrelló otra vez contra una pared”.
Me enojaba con mi hermana mayor, Christine, y pateaba
fuerte el piso, agachaba la cabeza y arremetía contra ella como toro. Me
estrellaba contra ella y la tumbaba, o bien se hacía a un lado y yo salía
volando.
“Vete a tu cuarto”, me decía mi madre, “y no salgas hasta
que puedas volver a ser humana.”
Sin embargo, el peor castigo de todos era que me obligara a
sentarme y quedarme quieta.
Las veces que me portaba especialmente mal, mi madre me
hacía sentarme en una silla sin poder moverme. No por una hora, ni siquiera por
diez minutos; ella sabía que eso no funcionaría. Mi castigo era sentarme sin
moverme por un minuto.
Incluso eso era demasiado tiempo. Nunca lo logré.
Pensamos en nosotros mismos como seres físicos sólidos y
estables. Pero no lo somos.
Como todo en el universo, estamos compuestos por átomos y
moléculas que vibran constantemente con energía, moviéndose sin cesar. Estos
átomos y moléculas vibran con diferentes intensidades. Cuando vemos una silla
de madera maciza no parece que los átomos y moléculas que la componen se estén
moviendo en lo absoluto, pero lo hacen. Toda la materia, toda la creación, toda
la vida está definida por este movimiento vibracional. No somos tan sólidos
como pensamos, en esencia somos energía. Supongo que en ese entonces mis
movimientos vibracionales eran un poco más intensos que los de otros niños.
Sin embargo, fuera de eso tuve una infancia bastante
normal. Crecí en un bello y frondoso pueblo de clase media llamado Greenlawn,
en Long Island. Mi padre era un inmigrante húngaro de primera generación que
daba clases de francés en la preparatoria, y mi madre, cuyos padres migraron de
Alemania, era una maestra de inglés de preparatoria que se quedó en casa para
criar a sus tres hijos y después regresó a trabajar.
No éramos pobres pero el dinero apenas nos alcanzaba; yo
tenía que esperar para cortarme el pelo y usaba la ropa que mi hermana mayor me
heredaba. Mi madre se dedicó a darnos la infancia más maravillosa: si no le
alcanzaba para juguetes nuevos, hacía coches, trenes y pueblos increíbles de
cartón pintado. Todos los días dibujaba pequeñas escenas y personajes en el
papel marrón de nuestras bolsas del almuerzo. En días festivos y cumpleaños
decoraba toda la casa, y para una de las fiestas de Christine hizo sombreritos
para ella y todos sus amigos. Nos mantuvo alejados de la televisión y nos
alentó a ser creativos. Christine y yo dibujábamos y pintábamos, y abrimos nuestra
propia pequeña galería (vendíamos cada obra maestra en diez centavos). Mi madre
hizo que sintiera que mi infancia era mágica.
Aun así, no tratábamos de negar que yo era difícil y
distinta.
Un día, cuando tenía seis años, mi madre me llevó a la
tienda. Mientras esperábamos en la cola de la caja, de súbito me ganó la
emoción. Quería echarme a llorar. Era como si estuviera parada en una playa y
una gigantesca ola de emoción reventara dentro de mí y me derribara: así de
poderoso e inquietante fue. Estaba de pie, sintiéndome insoportablemente triste
y confundida. No le dije nada a mi madre. Entonces mi atención se dirigió a la
cajera.
Era joven, tal vez de veinte años, y muy típica. No lloraba
ni parecía irritada. Se veía aburrida, pero yo sabía que no sólo estaba
aburrida. Yo sabía que ella era el origen de esa horrible tristeza que sentía.
No tenía duda de que estaba absorbiendo la tristeza de la
cajera. No sabía qué significaba ni por qué ocurría, ni siquiera sabía si era
algo extraño. Todo lo que sabía era que sentía su tristeza, que era muy confuso
e incómodo, y que no tenía manera de dejar de sentirlo.
En adelante tendría muchas más experiencias como ésa. A
veces caminaba junto a un extraño en la calle y de pronto me golpeaba una
poderosa carga de enojo o ansiedad; en otras ocasiones absorbía las emociones
de mis amigos y compañeros de clase. La mayoría de las veces eran situaciones
difíciles e infelices, pero también podía sentir emociones felices.
Cuando estaba cerca de alguien particularmente feliz, me
sentía eufórica. Era como si no sólo se me transfirieran las emociones, sino
que también se intensificaban en el camino. Por momentos experimentaba una
alegría pura y desenfrenada, en situaciones que sin duda no eran acordes para
una respuesta tan exaltada.
Los momentos más sencillos y felices —compartir un helado
con los amigos, nadar en un día de verano, sentarme con mi sonriente madre—
podían desbordarme de euforia y elevar mi ánimo.
Todavía hoy puedo evocar esos momentos de dicha, y todavía
existe mi tendencia a responder de modo exagerado. A veces tan sólo escuchar
una canción, leer un poema u observar un cuadro, incluso darle una mordida a
algo delicioso, me hace sentir una explosión de alegría y bienestar. Es como
si, en esos momentos simples, sintiera de manera más aguda mi conexión con el
mundo.
Cuando era una niña, esto significaba ir de una felicidad
extrema a una tristeza terrible, dependiendo de quién estuviera cerca. Caía en
picada para después subir hasta el cielo, seguida por otra caída; una montaña
rusa de humores. Empecé a esperar estos locos cambios emocionales y aprendí a
mantenerlos a raya hasta poder recuperar mi equilibrio.
Para mí fue un gran paso comprender que absorbía los
sentimientos de otras personas, y darme cuenta así de por qué mis emociones
eran tan volátiles. Pero tendrían que pasar años para que entendiera que esta
extraña capacidad no era tan rara y que, de hecho, tenía un nombre: empatía.
La empatía describe nuestra capacidad de entender las
emociones de otros. Existen experimentos científicos innovadores, realizados en
particular por dos neurólogos, Giacomo Rizzolatti y Marco Iacoboni, que
demuestran que el cerebro de algunos animales, y de casi todos los humanos,
contiene células llamadas neuronas espejo. Las neuronas espejo se activan tanto
en la ejecución como en la percepción de una actividad. “Si me ves ahogarme de
angustia emocional, las neuronas espejo en tu cerebro simulan mi ansiedad”,
explicó Iacoboni. “Tú sabes cómo me siento porque, de hecho, estás sintiendo lo
que yo siento.”
La empatía es una de las maneras en que nos conectamos de
manera profunda como seres humanos. Es la razón por la que experimentamos
alegría cuando nuestro equipo favorito gana: porque, aunque de hecho no estamos
jugando nosotros mismos, absorbemos felices el júbilo de los jugadores. Es la
razón por la que donamos dinero para las víctimas de las tragedias a un mundo
de distancia, porque nos ponemos en los zapatos de un desconocido y sentimos su
angustia.
En otras palabras, los seres humanos estamos conectados a
los demás de forma crucial y significativa. Hay senderos reales y vitales entre
nosotros.
Al principio experimenté esos senderos como tristeza y
felicidad compartidas. Después vi hilos de luz uniéndonos. Mi entendimiento de
que todos estamos conectados comenzó ese día en la tienda, y cada experiencia
que he tenido ha profundizado ese entendimiento de la luz entre nosotros.
3. AUSTRALIA
CUANDO ABU falleció, yo era consciente de que poseía
una poderosa conexión con la gente a mi alrededor, tan poderosa que no podía
evadir sus sentimientos y emociones. Pero después de que Abu murió y lo vi en
aquel sueño, me empecé a dar cuenta de que, de alguna manera, también estaba
conectada con las personas que han cruzado al Otro Lado.
Todo esto era muy confuso. Aunque ver otra vez a Abu fue un
regalo, todavía sentía que mis habilidades eran más una maldición que una
bendición. Me confundían y a veces me abrumaban. ¿Qué significaban estas
conexiones, y por qué podía percibirlas? ¿Era simplemente que yo era rara y
diferente? ¿O sucedía algo más? Necesitaba encontrar un nombre para lo que me
aquejaba. Fue entonces que, sin saber lo que significaba la palabra, encontré
un diagnóstico. Un día me acerqué a mi madre mientras ponía el lavatrastos y le
dije: “Mamá, creo que soy psíquica”.
No recuerdo cuándo o cómo supe qué era psíquica. Tal vez lo
vi en un programa de televisión o lo leí en un libro. Es claro que no entendía
del todo qué significaba, pero para mí era suficiente saber que un psíquico
podía ver el futuro. ¿No era eso lo que yo podía hacer?
Mi madre dejó el lavatrastos y me miró. De pronto, dejé que
todo saliera, se lo conté sin más. Que supe que Abu iba a morir y que lo
encontré en un sueño, y sobre mi miedo y culpa. Y mientras hablaba sentí que
las lágrimas empezaban a correr por mis mejillas.
“¿Qué pasa conmigo?”, le pregunté a mi madre. “¿Soy mala por
haber sabido eso? ¿Fue mi culpa que muriera? ¿Estoy maldita? ¿Por qué no puedo
ser normal?”
Mi madre posó su mano sobre mi hombro y me sentó en la mesa
de la cocina. Entonces tomó mis manos entre las suyas.
“Escúchame”, me dijo. “No es tu culpa que Abu haya muerto.
No estás maldita. No tienes nada de qué sentirte culpable. Tan sólo tienes una
habilidad extra, eso es todo.”
Fue la primera que vez que escuché que mi condición era
considerada una habilidad.
“Es sólo una parte de ti, y cada parte de ti es hermosa,”
dijo mi madre. “Es algo natural. No le tengas miedo. El universo es más grande
de lo que pensamos.”
Entonces mi madre me dijo algo que cambió todo. Al parecer,
las habilidades que tenía habían estado en su familia por generaciones.
Babette, su madre, a quien conocí como Omi, era una de diez
niños que crecieron en un pueblo diminuto enclavado en las montañas de Baviera.
Cuando Omi era joven, una potente tormenta eléctrica quedó atrapada entre las
montañas y desató su furia sobre el valle. A menudo los padres de mi abuela la
despertaban en mitad de la noche y la vestían para que estuviera lista para
huir si un relámpago caía sobre la casa.
El aislamiento de su poblado limitó el contacto de Omi con
el mundo exterior. No había teléfonos ni radios. Omi creció con leyendas,
folclor y supersticiones. Le enseñaron que ver una araña antes del desayuno
significaba que tendría todo un día de mala suerte. Que pasar a una oveja por
el lado izquierdo era de buena suerte, pero no tanto pasarla por el derecho. Le
enseñaron que nunca debía poner sus zapatos sobre la mesa para no invocar malas
noticias, y que si encendía las luces durante el día cuando no era necesario,
haría llorar a los ángeles. Si olvidaba algo en casa, tenía que girar tres
veces, sentarse y contar hasta diez antes de reanudar su camino una vez
recuperado el objeto olvidado.
Lo peor de todo era encontrar un pájaro dentro de la casa.
Eso significaba muerte segura para alguien cercano.
A temprana edad, Omi aprendió a confiar en el poder de los
sueños. Descubrió que algunas veces una presencia similar aparecía en sus
sueños: una figura oscura que estampaba el rostro contra la ventana y levantaba
tres dedos. Ella odiaba esos sueños. Cuando los tenía, Omi anunciaba a la
mañana siguiente que algo malo iba a pasar en tres días. Casi siempre tenía
razón: un contratiempo, un accidente, una muerte.
“Estaba esperando que sucediera”, solía decir Omi. “Por lo
menos ahora ya pasó.”
Después Omi se mudó a América, se casó y formó una familia
que incluía a mi madre, Linda, y a mi tía Marianna. Pero sus sueños la
siguieron al otro lado del océano. Una noche despertó por un sueño aterrador en
el que un amigo cercano de Alemania moría. Anotó la fecha y la hora. Poco
después Omi recibió una carta con un timbre alemán en la que le avisaron de la
muerte de esta persona, que había muerto el mismo día y a la misma hora que Omi
había registrado.
Otra mañana, Omi estaba sentada en su cocina trenzando el
cabello de Marianna, de nueve años. Mi madre tenía siete. De pronto sonó el
teléfono.
Antes de que Omi contestara, Marianna dijo de pronto:
“Están hablando de Alemania para decirte que el tío Karl murió”.
“¡Shhh!”, la regañó Omi. “Es horrible que digas algo así.”
Contestó el teléfono y escuchó por un minuto, luego
palideció. La llamada era de Alemania. Karl, el hermano de Omi, había muerto.
Mi madre se preguntó cómo Marianna pudo saber esto; ella y
su hermana ni siquiera sabían que tenían un tío Karl. Pero esta predicción
nunca fue discutida más allá de eso. A lo largo de la infancia de mi madre, Omi
conservó una baraja de cartas especial que mantenía escondida; era alemana, muy
vieja, y las cartas se parecían a las del tarot. Cada tanto, por lo regular las
tardes de domingo, uno de sus primos venía de visita y le pedía que sacara las
cartas. Omi las colocaba sobre la mesa y las interpretaba en busca de la
fortuna de la persona, ya fuera buena o mala.
Sin embargo, cada vez que sacaba las cartas lanzaba una
severa advertencia. Las cartas no podían ser tomadas a la ligera, porque cada
vez que las usabas tus ángeles guardianes te abandonaban por los próximos tres
días.
Mi abuela creía que las energías más allá de este mundo y
los mensajes en los sueños eran reales. Casi sin excepción, los mensajes
recibidos hablaban de muertes, enfermedad o problemas. Debido a que se trataba
de advertencias de cosas malas por suceder, no eran bienvenidas o celebradas,
tan sólo eran aceptadas.
Años después, cuando le anuncié a mi madre que yo era una
psíquica, ella me habló de sus propios sueños. Una vez, cuando estaba en la
universidad, acababa de meterse a la cama y estaba por quedarse dormida cuando
escuchó —de forma clara y nítida— a su padre llamar a su madre por su nombre,
pero el tono con que lo decía comunicaba cierto tipo de alarma. ¡Era claro que
algo andaba mal! Mi madre se sentó en la cama, nerviosa y confundida. Nunca le
había pasado algo así. Era demasiado tarde para hablar a casa esa noche, pero
temprano, a la mañana siguiente, llamó para preguntar: “¿Papá está bien?” Su
padre había estado terminando de construir el sótano, colocando un
revestimiento de madera. Usaba una potente sierra de mesa para cortar las
piezas necesarias y la noche anterior, mientras dirigía un tablón a través de
la cuchilla giratoria, algo se resbaló y se hizo una cortada profunda en el
dedo. Y en ese momento le gritó a mi abuela para que lo ayudara. Estaba bien,
pero era una cortada espantosa.
Unos años después, soñó que un vecino sufría una caída
terrible en la tienda. Cuando despertó sintió la necesidad de llamarle para
saber si estaba bien, pero no lo hizo. Más tarde ese día, se enteró de que el
vecino se había caído y había muerto.
Tuvo otro sueño sobre un teléfono rojo. “En mi sueño este
teléfono rojo sonaba muy fuerte y de modo apremiante; yo intentaba
desesperadamente contestarlo pero no podía”, dijo mi madre. “Al día siguiente
me enteré de que el tío de tu padre había muerto en Hungría. Hungría era un
país comunista, y el comunismo está asociado al color rojo. Por eso el teléfono
de mi sueño era rojo.” Me explicó que solía haber simbolismo en los sueños
psíquicos o en las visiones.
La tía Marianna tenía sus propias historias, que compartió
conmigo después de mi confesión. Me contó que a veces le llegaban destellos de
visiones justo antes de Navidad, y así sabía exactamente lo que le iban a
regalar. Una vez tuvo una visión de una alfombra pequeña con forma de girasol,
y tres días después eso fue justo lo que encontró debajo del árbol.
Marianna también tenía intuiciones intensas de presagios,
cuando sabía que algo malo estaba por pasar. Lo más probable era que unos días
después eso sucediera, y ella decía, al igual que Omi: “Gracias a Dios que ya
pasó”.
Pero Marianna también tenía visiones positivas. Poco
después de que Omi falleció, Marianna vio una catarina y la reconoció como un
mensaje de su madre. A lo largo de los años, cuando necesitaba sentir el amor
de su madre, una catarina aparecía mágicamente. Mi madre también las ve y lo
mismo cree que son señales de su madre: vio una volando dentro de la habitación
justo antes de que llevaran a mi tía al hospital para una cirugía. La Navidad
pasada encontró otra caminando en el suelo de la cocina, lo cual es
sorprendente porque no se ven muchas catarinas en pleno invierno en Nueva York.
Tanto mi madre como mi tía aprendieron a aceptar que nuestros seres queridos
que han cruzado al más allá están a nuestro alrededor todo el tiempo,
acompañándonos.
La larga carrera de mi tía como enfermera reforzó su
creencia en que nuestros seres queridos que están en el Otro Lado nos cuidan y
consuelan. A menudo sus pacientes enfermos le decían: “Mi madre está sentada
conmigo ahora”. O los escuchaba en el cuarto hablándole a personas que nadie
más veía, que habían muerto años antes. Marianna siempre supo lo que eso
significaba: que el paciente cruzaría pronto. Nada en esas visiones le parecía
extraño. Al contrario, las encontraba consoladoras, una validación de que
nuestros seres queridos a veces vienen para ayudarnos a cruzar al Otro Lado.
Así que cuando los pacientes decían que un pariente estaba ahí, mi tía sólo
decía: “Salúdalos y dales la bienvenida”.
Cada vez que mi tía o mi madre compartían una de estas
historias conmigo, me inundaba algo parecido a la alegría. No eran escépticas
en lo más mínimo acerca de estos sueños, visiones y mensajes. Por eso mi madre
aceptó tan bien mi premonición sobre Abu.
Años más tarde, cuando yo era adolescente, mi madre y mi
tía me dieron un regalo. Venía en una vieja bolsa gris para joyas. Metí la mano
y saqué unas cartas: las cartas especiales de Omi.
Eran coloridas y vibrantes, y los dibujos eran mágicos.
Había espadas y escudos y reyes y elefantes. Un querubín sostenía un tarro de
cerveza. Un jabalí cargaba a un perro. Estaba fascinada por lo únicas y vívidas
que eran esas imágenes. Cuando me senté con mi tía y me explicó el significado
simbólico de cada carta, entendí que estaba sosteniendo en mis manos un nuevo
lenguaje. Una manera de encontrar un sentido que antes no existía.
Casi no usé las cartas en ese entonces, y aún no lo hago,
porque tengo mi propia conexión con el Otro Lado. Pero las cartas pueden ser
herramientas válidas para algunas personas. Pueden silenciar la mente y ayudar
a que nos concentremos en un nuevo lenguaje de percepción para ser capaces de
recibir información. Creo que así es como Omi las usaba.
Al darme las cartas, mi madre y mi tía en esencia me
estaban alentando a explorar lo que hay allá afuera, nadar en ello y buscar el
significado. Y de esta manera me dieron a entender que no era anormal, que no
había nada malo conmigo, que poseía algo profundamente arraigado en la historia
de mi familia.
“Cada parte de ti es legítima”, me dijo una vez mi madre.
“Cada parte de ti merece ser explorada. No tengas miedo de tu habilidad. Es
real y es parte de quien eres.”
El día que terminé sexto grado, nueve meses después de que
Abu muriera, mi madre me entregó otro pequeño regalo.
“Esto es de Abu”, me dijo.
Me quedé helada. ¿Qué quería decir? ¿Que el regalo era de
Abu? Yo sabía que en vida se enorgullecía de comprarnos hermosos regalos para
ocasiones especiales. Siempre estaba celebrando la vida de alguna manera. ¿Pero
cómo podía provenir este regalo de él?
Mi madre vio la expresión en mi rostro y me explicó que mi
abuelo lo había comprado antes de morir. Planeaba dármelo cuando me graduara de
la primaria.
Sostuve el regalo en mis manos. Era una pequeña y delicada
caja, envuelta en un papel liso marrón con un cordón alrededor: era la manera
en que Abu envolvía todo amorosamente. Me senté y lo abrí con cuidado.
Cuando vi lo que era, quedé boquiabierta.
Era un hermoso brazalete de plata con varios paneles: en
cada uno estaba escrito el nombre de una ciudad de Australia.
Deslicé el brazalete por mi muñeca y toqué los nombres de
las ciudades con mis dedos. ¿Era sólo una coincidencia que tanto el brazalete
como mi sueño sobre Abu tuvieran que ver con Australia? ¿O había un significado
más profundo al respecto? Después de todo, ninguno de nosotros había estado
nunca ahí. Parecía completamente fortuito. Y sin embargo ahí estaba,
conectándonos incluso después de su muerte.
¿Acaso era la manera de Abu de decirme “Todavía estoy
contigo”?
Todos estos años después aún sueño con Abu. Son sueños
especialmente reales, como si en verdad estuvieran sucediendo; los llamo sueños
3D. Y en estos sueños me siento ligera como el aire, como si ya no estuviera en
mi cuerpo. Abu siempre está ahí, tan radiante de alegría y luz como siempre.
Nos visitamos, hablamos y pasamos el rato, y aunque no me acuerdo de lo que
conversamos, recuerdo con claridad que estar con él es hermoso.
Y siempre, cuando despierto de esos sueños, estoy llorando.
Un poco por tristeza, porque todavía lo extraño. Pero la mayor parte es de
alegría, amor y felicidad, porque sé que Abu y yo todavía estamos conectados.
4. EL ENAMORAMIENTO
CUANDO tenía doce años, Arlene, la amiga de mi madre,
nos visitó. Corrí a la puerta a saludarla. Arlene me caía bien, era divertida y
alegre y siempre estaba feliz de verme. Pero ese día, cuando entró, me
desconcerté.
El instante en que la vi escuché un sonido muy distintivo:
un delicado y placentero tintineo, como una campana de cristal bailando con el
viento. Salvo que no había campana y no había viento. Entonces, cuando escuché
a Arlene decir “Hola”, vi una hermosa mezcla de colores brillantes girando a su
alrededor.
No tenía idea de qué observaba y escuchaba.
Cuando mi madre y Arlene se sentaron, les conté lo que
había pasado.
“Ah”, dijo Arlene con una sonrisa, “eres muy psíquica,
¿verdad?”
Y eso fue todo. Las dos siguieron hablando y riendo. No sé
si no me creyeron, o si pensaron que no era algo importante. Pero para mí lo
era, porque ahora no sólo sentía la energía de otras personas; también la
escuchaba y la veía.
De ahí en adelante adquirí la habilidad de ver a la gente
en colores; no siempre, pero sucedía con suficiente regularidad para que
terminara acostumbrándome. Hay un nombre técnico para este fenómeno:
sinestesia. De acuerdo con Scientific American, la sinestesia es “una mezcla
anómala de los sentidos en que el estímulo de una modalidad produce
simultáneamente la sensación en una modalidad diferente”. Por ejemplo, algunos
sinestésicos escuchan colores, otros sienten sonidos y otros saborean formas.
Según algunas estimaciones es un fenómeno extraño, presente
en sólo una de cada veinte mil personas. Pero algunos científicos creen que es
mucho más común, y que puede presentarse en una de cada doscientas personas. Un
sinestésico puede escuchar una nota musical y saborear brócoli, o leer una
línea de números en blanco y negro y verlos en colores distintos. Yo no sabía
nada sobre la sinestesia cuando tenía doce años, todo lo que sabía era que
tenía otra habilidad extraña.
De alguna manera mi cerebro superponía los colores a la
realidad física. Era como si viera un objeto a través de una ventana teñida: el
color estaba en el vidrio, no en el objeto. Los colores tampoco permanecían,
aparecían como un flash y desaparecían tan de improviso como habían aparecido.
La habilidad era inofensiva y, a veces, incluso entretenida. “Esa persona es
azul”, decía para mí entre risas. O: “¿Sabe esta mujer que es morada?”
Al final descubrí que era más propensa a acercarme a
alguien azul, digamos, que a alguien rojo. Los colores azules me daban un
sensación de paz y felicidad, mientras que el rojo se sentía enojado y
negativo. De esta manera empecé a darme cuenta de que los colores me ofrecían
una manera rápida y conveniente de leer a la gente: de medir su energía y
decidir si yo quería estar cerca de ellos. Era como tener un sentido extra que
me ayudaba a navegar por el mundo. Después de todo, yo decidiría qué suéter
usar basándome en su color. Eso es algo que todos hacemos siempre. Ciertos
colores nos hacen sentir bien y otros no.
La única diferencia para mí era que, además de los
suéteres, las personas también venían en colores.
En esta época me enamoré de un chico por primera vez. Su
nombre era Brian e iba en mi clase de sexto año. Siempre que estaba cerca de él
sentía que en verdad me gustaba su energía; era una sensación nueva y
emocionante. Mi enamoramiento se mantuvo en secreto por un tiempo hasta que le
platiqué a mis amigos al respecto, y luego ellos le dijeron a los amigos de
Brian, y después de eso asumí que él sabía. Pero entonces, a través de la misma
red, regresó el rumor de que no le gustaba a Brian: le gustaba mi amiga Lisa.
Me sentí hecha pedazos.
También estaba muy confundida. Para mí no tenía sentido que
me sintiera tan atraída hacia él sin que sintiera lo mismo por mí. “Pero
realmente me gusta mucho su energía”, me decía a mí misma. “¿Cómo es posible
que eso no signifique algo?” La decepción y frustración eran muy dolorosas. Sé
que todos los enamoramientos no correspondidos son devastadores para chicos y
chicos de esa edad, pero lo que yo sentía estaba más allá del simple hecho de
que alguien me gustara: me sentía conectada a Brian.
Con el tiempo lo superé, y en séptimo año tuve un
enamoramiento igual de poderoso con un compañero de clase llamado Roy. Una vez
más, volvió el rumor de que a Roy le gustaba mi amiga Leslie y no yo. Esta vez
la confusión y la decepción fueron insoportables. No podía comprender por qué
esta atracción que sentía no me estaba llevando a nada. ¿Cómo podía sentirme
tan conectada a Roy si no estaba destinada a estar con él? Noche tras noche me
sentaba en la oscuridad de mi habitación y trataba de acallar mis sentimientos,
pero no podía. Sólo deseaba desaparecer para no sentir con tanta intensidad por
más tiempo.
Mientras iba creciendo, la intensidad de estos sentimientos
comenzó a funcionar en ambas direcciones: si le gustaba a un chico pero a mí no
me gustaba, me sentía miserable por completo. Es una situación incómoda para
cualquiera, pero para mí era más que tan sólo saber que le gustaba a un chico:
sentía su energía y absorbía su tristeza. No tenía el lujo de sacudirme nada,
esas típicas interacciones adolescentes eran para mí muy demandantes y a veces
me lastimaban.
Y así, mientras entraba a mis años de adolescencia y
fomentaba relaciones más allá de los miembros de mi familia, mis habilidades se
volvieron todavía más confusas. Sin embargo, no siempre fueron negativas. En mi
primer día de octavo grado, en clase de arte, de pronto sentí que mi atención
se movía a través del salón hacia una chica con cabello castaño y ojos verdes.
Fue como si alguien o algo me estuviera jalando. El nombre de la chica era
Gwen, y no era alguien a quien me hubiera sentido inclinada a acercarme. Estaba
absorta en una conversación con su amiga Margie, y tenía el ceño fruncido. Aun
así sentí un clic, como si nuestras energías embonaran, así que me levanté, me
acerqué a ella y le dije “Hola”. Ella me miró desconcertada, como si dijera:
“¿Quién eres tú y por qué me estás hablando?” Pero no cedí.
Y pronto Gwen y yo nos convertimos en las mejores amigas.
Nuestra amistad siguió durante toda la preparatoria y más
allá. Actualmente ella es mi amiga más antigua y aún somos parte de la vida de
la otra. Nos animábamos y consolábamos mutuamente cuando las cosas no iban
bien. Nos gusta decir que somos “la alegría” de la otra.
Cuando tenía quince años mi familia hizo un viaje para
esquiar a Mt. Sutton en Quebec, que queda a nueve horas en auto desde nuestra
casa. Estábamos con algunos amigos de la familia: el señor Smith, un maestro de
inglés que trabajaba con mi padre (lo llamábamos el tío Lee), su esposa, Nancy,
y sus hijos, Damon y Derek, además de Kevin, un amigo de Derek. Kevin tenía dos
años más que yo, era un chico rubio y delgado de 1.80 metros de estatura. Al
instante me enamoré de su energía. Era feliz, modesto, cálido, amable y seguro.
Sentí como si ya lo conociera, aunque apenas nos habían presentado.
Nos hospedábamos en un departamento cerca del sitio para
esquiar, y una tarde fuimos todos al pequeño bistró de al lado. Kevin y yo nos
sentamos juntos y empezamos a hablar. Y, mientras lo hacíamos, de pronto todo a
nuestro alrededor se quedó en silencio y sentí una increíble fusión de energía.
Tuve la sensación de que algo acababa de ser decidido. La energía en el espacio
entre nosotros cambió y nos vinculó, y percibí algo parecido a una atracción
magnética. Era impresionante. Nunca antes había experimentado nada como eso.
Después llegó el momento de irnos. Sentí que mi energía
giraba enloquecida en mi interior, pero traté de recuperar mi equilibrio y
relajarme. En la puerta, cuando estábamos a punto de salir al frío, Kevin giró,
sonrió suavemente, se inclinó y me besó. En los labios.
Fue mi primer beso. Y mi mundo explotó.
El beso me permitió tirarme un clavado al campo de energía
de Kevin; era una invitación para aventurarme en él. Eso tampoco había sucedido
antes: las emociones de otras personas eran siempre algo con lo que debía
pelear o sacudirme de encima. Pero no con Kevin, así que les di la bienvenida.
La sensación era muy estimulante. Caí perdidamente enamorada.
Pasamos muchos meses felices juntos siendo novios. A pesar
de nuestra intensa conexión, mi fácil acceso a la interioridad de Kevin reveló
algo inesperado: él y yo no estábamos hechos para quedarnos juntos. Desde muy
temprano sentí que su senda vital se apartaría de la mía de manera inevitable.
Estaba enamorándome de los libros y la lectura, mientras que a Kevin le gustaba
reparar coches y electrónicos. Todavía lo amaba, y sabía que era un alma
hermosa y bondadosa, pero sabía que estábamos destinados a transitar caminos
diferentes.
Tal vez eso es algo que muchas personas pueden sentir
incluso cuando están en relaciones amorosas. Pero en mi caso no sólo lo sentía:
lo sabía con absoluta certeza.
Mi rompimiento con Kevin no fue particularmente dramático,
y al día de hoy todavía lo amo por la persona que es. Fue mi primer amor, y por
ese hecho es alguien muy especial para mí.
Pero mi romance adolescente fue también una lección muy
importante: amar a alguien y sentir que él o ella es tu alma gemela no
significa que su destino es estar juntos para siempre.
Podemos amar el alma de alguien y al mismo tiempo entender
que no estamos hechos para permanecer con esa persona. A veces el final de una
relación para nada es un fracaso, sino más bien una liberación de ambos para
continuar por sus verdaderos caminos. Algunas relaciones sólo surgen para
enseñarnos sobre el amor.
También aprendí que podemos dejar que la gente continúe su
camino sin dejar de desearle amor. No es necesaria la amargura, la culpa o la
ira. Con el pasar de los años me he encontrado con Kevin algunas veces, y me
alegra mucho saber que está felizmente casado y es padre de tres niños
hermosos. Kevin tiene una vida que ama, y eso es todo lo que deseé que
encontrara.
No mucho después de romper con Kevin, me enamoré de nuevo.
Su nombre era Johnny, y estaba en mi grupo de décimo grado en la preparatoria
John Glenn en Long Island. Johnny era el chico más maravilloso de la clase.
Medía 1.80 metros, tenía piel clara, cabello castaño y ojos azules. Era un
bromista, siempre estaba riéndose y gastando bromas, pero también era rudo y se
metía en muchas peleas. Parecía tener más confianza, ser más vivaz y osado que
la mayoría de los chicos de su edad. Por eso todos se sentían atraídos hacia
él.
La primera vez que hablamos fue una noche de Halloween,
cuando estaba con un grupo de amigos en un lugar que llamábamos “El Streets”,
en la esquina de Elmundo y Elkhart. Yo no llevaba disfraz, tal vez pensaba que
era demasiado buena para eso. Johnny iba vestido con una chamarra de cuero
negro. Nuestras miradas se cruzaron, se acercó y charlamos, y mientras
conversábamos sentí que su poderosa energía positiva me inundaba. Antes de que
me diera cuenta, estaba perdida en ella por completo. Johnny ni siquiera tenía
que besarme para abrir mis puertas. Todo lo que tenía que hacer era pararse
junto a mí.
Al explorar su campo energético, descubrí que las emociones
de Johnny se me presentaban desnudas de una manera que nunca antes había
experimentado: lo podía leer, como se dice, como un libro abierto. Podía decir
que debajo de su máscara híper masculina, Johnny protegía heridas muy profundas.
Me enteré de que sus padres se habían divorciado cuando era más joven, y que
creció con muy poca atención de ambos. Había sido abandonado por todos los
adultos en su vida y estaba desesperado por sentirse amado.
Enseguida pude ver a través de su actuación de chico malo.
Cuando Johnny se dio cuenta de qué tan enterada estaba yo de quién era él en su
interior, me sacó todo: su pasado, sus miedos, sus sueños. No sorprende que nos
hayamos enamorado.
Mi relación con Johnny reveló otra faceta problemática de
mis habilidades. Debido a que veía su dolor y su daño con tanta claridad, sentí
una poderosa urgencia por arreglarlos.
Cuando le dije a mi madre, quien era maestra de inglés en
mi escuela, que estaba saliendo con Johnny, me dijo: “¿Ese muchacho? No te
atrevas a salir con él. Una vez que estaba haciendo mi ronda en el autobús, me
hizo una seña obscena”.
Pero cuando llevé a Johnny a la casa y mi madre habló con
él, también empezó a quererlo al momento. Ella vio, al igual que yo, el pequeño
ciervo herido que llevaba dentro —su parte sola y herida— y quiso ayudarlo de
la manera en que pudiera. Durante los años siguientes, Johnny se volvió otro
miembro de la familia.
Nuestra relación duró un par de años pero, como la de
muchas parejas de la preparatoria, fue una experiencia ajetreada. Lo que me
atraía de él —su dolor y su tormento enterrados— era también lo que hacía que
todo fuera volátil. Rompíamos, volvíamos, después rompíamos otra vez. Ésa era
la naturaleza de nuestra relación. Incluso nuestra íntima conexión no fue
suficiente para salvarnos.
Con el tiempo me di cuenta de que estaba tan enchufada al
intenso paisaje emocional de Johnny que nuestra relación siempre sería
intolerablemente complicada. Sabía que no teníamos una oportunidad real de
encajar de verdad, y comprendí que nuestro tiempo juntos había terminado.
Todavía pienso en Johnny con amor. Nuestro tiempo juntos
amplió mi conciencia de que las personas aparecen en nuestro camino por una
razón. Siempre hay algo que enseñar y aprender, ya sea para uno o para ambos. Y
estoy feliz al decir que su camino lo llevó a ser padre de dos niños en un
matrimonio feliz. Le trae mucha alegría a mi corazón saber eso.
Mis habilidades no hicieron que mis años de citas fueran
más fáciles de sortear, pero sí me ayudaron a ver con mayor claridad. Poco a
poco comencé a armar una especie de inventario de mis habilidades. No tenía
nombre para ellas y no entendía por completo lo que significaban o cómo
usarlas, pero cada vez que descubría una nueva, crecía la incomodidad que
sentía hacia mí misma.
Por alguna razón era capaz de leer la energía de las
personas y absorber sus emociones. Veía colores alrededor de la gente y los
usaba para comprender el mundo a mi alrededor. Tenía la capacidad de ver la
vida de las personas y saber cosas de ellas, como cuántos hermanos tenían o si
sus padres estaban divorciados. Tenía sueños que eran demasiado vívidos y
estaban repletos de mensajes con significado para mí en el mundo real.
Todas estas habilidades tienen nombres que ahora conozco,
pero en esa época sólo eran para mí cosas que le daban a mi vida una intensidad
confusa y abrumadora. Ni siquiera sabía si eran sólo mías o si toda la gente
las experimentaba.
Lo innegable era que, mientras más entraba en la
adolescencia, la energía dentro de mí crecía con más intensidad. Buscaba
maneras de bajar el ritmo de mi imparable motor interno, pero nada parecía
funcionar. Sospecho que esta energía habría consumido cada faceta de mi vida si
no hubiera encontrado una sorprendente salida para ella: el futbol.
Cuando iba en cuarto grado empecé a jugar futbol. Enseguida
se volvió mi salvación. Estaba en medio de un gigantesco campo y tenía que
correr lo más que aguantara. Esto me dio una sensación de apertura y libertad
y, en el proceso, me permitió quemar un poco de mi enloquecida energía.
Me volví bastante buena. Jugué en una liga de futbol
itinerante, y el primer año de preparatoria entré al primer equipo de la
escuela. Aunque era pequeña, resistía. El futbol significaba para mí algo más
que para el resto de las chicas. No era sólo un pasatiempo; no tenía otra
alternativa que ser implacable en la cancha. Pero tenía otra ventaja en el
campo: mis habilidades.
Descubrí que podía leer la energía de las jugadoras del
equipo contrario. Iba por la banda derecha o izquierda y le echaba un vistazo a
la defensa que estaba más cerca de mí, y en un instante sabía algo sobre ella
que me ayudaría a decidir mi siguiente movimiento. Esa chica es muy agresiva,
pensaba. Voy a arremeter sobre ella y engañarla, ella caerá en la trampa y yo
pasaré de largo. O veía a una defensa que yo sentía que era más pasiva y
pensaba: Ve directo a ella y no podrá seguirte. A veces, toda la mitad
izquierda del campo se sentía abierta, abierta para mí, así que llevaba el
balón por todo el extremo izquierdo y alcanzaba la portería con facilidad.
Anotaba un montón de goles.
¿Hacía trampa? Algunas veces sentía que sí. Pero al final
no podía hacer nada al respecto. Sabía lo que sabía, y así eran las cosas; no
podía apagar mis habilidades, así que, ¿por qué no usarlas para algo
constructivo? Me volví tan buena que incluso escribían sobre mí en el diario
local.
“Laura dominó el campo hoy”, decía el artículo. “Su energía
es imparable.”
Si tan sólo supieran.
5. JOHN MONCELLO
GRACIAS al futbol logré salir adelante en la escuela.
Aún no sabía cómo controlar mis habilidades, pero en el transcurso aprendí a
esconderlas. Nadie sabía de las emociones que me inudaban, los extraños colores
y los sueños intensos, y me esforcé mucho para mantenerlo en secreto.
Me inscribí a la Universidad de Binghamton, una escuela
estatal de primera categoría a unos trescientos kilómetros al noroeste de la
ciudad de Nueva York. En la universidad por primera vez viviría lejos de casa,
y eso me emocionaba y me atemorizaba al mismo tiempo. Estaba triste por dejar a
mis padres, pero también sentía que abandonar la casa era una oportunidad de
establecer una identidad libre de toda la rareza de mi infancia.
Lo que no anticipaba era cómo me afectaría la universidad.
Había tantos estudiantes reunidos en un espacio tan pequeño, que sentí como si
estuviera atrapada en un torbellino de nuevas ideas, emociones y energías.
Cuando iba del dormitorio al baño común me cruzaba con cinco nuevas personas,
cada una zumbando y repleta de nueva energía. Inclinaba la cabeza para saludar,
pero al mismo tiempo me sentía turbada por lo que fuera que sintieran en ese
momento. Un momento después me volvía a sentir aplastada por el siguiente
estudiante que cruzaba. Miedo, ansiedad, tristeza, emoción, soledad: era un
bombardeo de emociones como nunca antes había vivido. Me sentía como un
diapasón humano gigante, vibrando con la energía colectiva de cientos y cientos
de jóvenes en plena turbulencia emocional.
También estaba expuesta a obras de arte extraordinarias,
historia, pensamiento político: una hermosa pieza musical, una pintura clásica,
una conferencia dinámica, un poema alucinante. Todo eso elevaba mi ánimo a
alturas sin precedente. A menudo sentía una inmensa y desenfrenada alegría
acerca de algo, tanta que debía acordarme de respirar. Pero de pronto salía del
salón de clases y al cruzarme con un estudiante deprimido caía de las alturas y
me lanzaba a un abismo. Era como vadear un arroyo con corrientes y temperaturas
en constante cambio: en un momento el agua está agitada y fría, y al siguiente
está hirviendo en calma. No entendía qué pasaba, y sin duda no era capaz de
detenerlo. Todo lo que podía hacer era quedarme en el agua y evitar ahogarme.
En las vacaciones de invierno, regresé a casa a Long Island
y me reencontré con algunos amigos de la preparatoria. Varios de nosotros
rentamos un cuarto en el hotel donde hicimos la fiesta de graduación, y pasamos
el rato, bebimos y hablamos de nuestras experiencias en la universidad. Acabé
derivando hacia un gran amigo llamado John Moncello.
John era uno de los seres humanos más dinámicos y hermosos
que he conocido. Nos conocimos desde el día en el que, en cuarto año, metió una
nota en mi mochila que decía que le gustaba y me invitaba a patinar. Nunca
salimos —por alguna razón rechacé su ingeniosa proposición— pero siempre
consideré que éramos grandes amigos, y siempre me sentí atraída y conectada a
su energía. Esa energía era maravillosa, salvajemente positiva. Era uno de los
chicos más listos en la escuela, y una de esas personas que te hacen sentir
cómoda contigo misma. Todos nosotros pensábamos en John como el líder de
nuestro pequeño grupo.
Esa noche, durante las vacaciones de invierno, John y yo
nos sentamos en una esquina del cuarto de hotel e intercambiamos historias
sobre Binghamton y Berkeley, donde él cursaba el primer año. Mientras la noche
transcurría y poco a poco todos se iban quedando dormidos o se iban, John y yo
permanecimos hablando hasta tarde. Siempre había sido así entre nosotros. De
pronto estábamos absortos en increíbles y profundas conversaciones, el tipo de
plática que nunca he tenido con otros amigos. Hablamos de la naturaleza de la
existencia. De pronto John se quedó en silencio y volteó a ver el cielo oscuro.
“¿Qué crees que pasa cuando morimos?”, preguntó.
“Bueno”, dije, “yo sé que hay un cielo.”
“¿Cómo sabes?”
“Sólo lo sé”, respondí. “Sé que hay vida después de la
muerte. Y sé que ahí es adonde vamos cuando morimos.”
John me miró y frunció el entrecejo. Sentí la urgencia de
contarle sobre mi sueño de Australia y de haber visto a Abu, y sobre todas las
demás cosas extrañas que me sucedían, pero me contuve. John sonrió y se echó a
reír.
“Laura, tal vez crea en eso cuando sea viejo”, dijo, “pero
soy joven, así que no tengo que preocuparme por eso todavía. Por ahora, sólo no
creo en la vida después de la muerte.”
No dije nada para intentar convencerlo de lo contrario. Yo
no estaba en ninguna posición para hacerlo. Lo dejamos así. Unos días después
volvimos a la escuela.
A un mes de regresar a la universidad, tuve otro sueño
intenso y sumamente vívido.
En el sueño estaba en la universidad; no en Binghamton,
sino en otro lugar. Y me convertía en alguien más, sentía que estaba a punto de
perder el conocimiento. Traté de pedir ayuda, pero ninguna palabra salía de mi
boca. Tenía la horrible sensación de que si no podía conseguir ayuda moriría.
Pero sin importar qué intentara hacer, no podía dejar de desvanecerme.
De pronto, como si nada hubiera pasado, era yo otra vez. Vi
a un grupo de mis amigos de la preparatoria caminando lúgubremente afuera de mi
dormitorio. Lloraban y cargaban algo sobre sus hombros, una especie de caja. La
caja estaba cerrada y no podía ver qué había dentro, pero no tenía que hacerlo.
Supe enseguida que había una persona ahí. Un chico. Un chico que amábamos.
Nuestro líder.
Mientras me mantenía de pie y observaba a la procesión
acercándose, sentí puro y absoluto terror, porque sabía que si no hacía algo —o
más bien, deshacía algo— mis amigos sufrirían mucho, porque el chico que tanto
amábamos ya no estaría aquí.
Entonces desperté.
Me puse de pie, respirando con dificultad y en pánico, y
miré el reloj digital en la mesa de noche. Decía que eran las doce de la noche
en punto. Tomé mi teléfono y le marqué a mi madre en un frenesí.
“Mamá, ¿alguien murió?”, pregunté, medio histérica.
“¿Qué? No. ¿De qué hablas?”
Le conté el sueño a la carrera, y sintiendo el mismo tipo
de culpa y pesar que había sentido cuando me enteré de que mi abuelo había
muerto.
“Laura, más despacio, todo está bien”, dijo mi madre.
“¡No, mamá, no está bien!”, grité y empecé a llorar.
“¡Alguien murió o está por morir! ¡Por favor no salgas de la casa! ¡No vayas a
ninguna parte!”
Estaba en pánico. Conocía muy bien estos vívidos sueños
para saber que eran reales. Mi madre me tranquilizó. Me aseguró que todos en la
familia estaban bien. Pasé el resto del día rezando para que mi teléfono no
sonara. Y cuando las horas transcurrieron sin que recibiera malas noticias, mi
ansiedad bajó un poco.
A las ocho de la noche mi teléfono sonó. Era uno de mis
amigos de la preparatoria.
“Laura, tengo algo terrible que contarte”, dijo. “John
Moncello está muerto.”
John aspiraba a entrar a una fraternidad en Berkeley, y la
noche anterior había estado bebiendo bastante. En la madrugada, alrededor de
las tres, algunos hermanos de la fraternidad lo llamaron y le dijeron que fuera
a la casa de la fraternidad cuanto antes. “Tienes que limpiar el lugar,
aspirante”, le dijeron. John protestó, diciendo que estaba demasiado borracho
para ir. Los hermanos insistieron, así que John se vistió y fue tambaleándose
hacia la casa.
Hizo su mejor esfuerzo para limpiar el lugar, y cuando
terminó trepó por una ventana hacia la salida de incendios. Los muchachos de la
fraternidad solían salir de la casa por ahí. Pero John todavía estaba borracho,
resbaló y cayó. Se precipitó tres pisos y aterrizó sobre la entrada de autos.
Nadie lo vio caer. Nadie sabía que estaba ahí. Así que se
quedó tirado sobre el asfalto, inconsciente y sangrando. Alguien lo encontró
unas horas después. Para entonces ya estaba muerto.
El informe del forense decía que John se desangró hasta
morir por traumatismo craneano. No murió por la caída sino por la pérdida de
sangre. Su cuerpo fue descubierto justo a las nueve de la noche, hora del
Pacífico. Eso son las doce de la noche en Nueva York: la hora en que desperté
de mi sueño.
El forense también reportó que probablemente John estuvo
perdiendo y recobrando el sentido por un buen rato. O bien no pudo pedir ayuda,
o lo hizo pero nadie lo escuchó.
Pero yo sí lo escuché.
Estaba devastada. Perdí la compostura por completo con el
amigo que me llamó para darme las nuevas. Le confesé mi sueño sin pensarlo. Me
sentía maldita y fúnebre; esto confirmaba que lo que fuera que estuviera mal
conmigo —la causa de mis habilidades— tenía que ser algo malvado. ¿Cómo podía
tener esa información sobre mi amigo John y, sin embargo, no tener la capacidad
de cambiar el resultado? ¿Por qué tener el sueño pero no poder usar esa
información para salvarle la vida a alguien? ¿Qué clase de habilidad enferma,
horrible e impotente era esta?
Al día siguiente de saber de la muerte de John, abandoné
Binghamton y manejé de regreso a casa en Long Island. Me reuní con algunos
amigos de la preparatoria, y fuimos a la casa de John a presentarle nuestras
condolencias a su madre.
Ella estaba desconsolada y conmocionada. Había apilado en
la sala todas las cosas que John tenía en la universidad. Dijo que podíamos
llevarnos lo que quisiéramos. Observé a algunos de mis amigos aventarse sobre
sus cosas: camisetas, libros, discos, tenis. Ver eso me dio náuseas.
“¡Deténganse, por favor!”, quería gritar. Pero no dije nada. Me quedé allí y me
sentí incluso más aislada.
El día siguiente fue confuso. Durante la procesión
funeraria, la carroza que llevaba el cuerpo de John pasó despacio frente a su
casa, el lugar donde sus esperanzas y sueños habían tomado forma. La misa del
funeral se sintió irreal, como si estuviera viendo una película. Los discursos
acerca de la gran persona que John había sido no hicieron nada para apaciguar
mi pena; más bien magnificaron lo definitivo de su fallecimiento. John se había
ido. No volvería. Y entre este devastado grupo de personas que lo amaron, tal
vez sólo una supo que su vida se desvanecía antes de que muriera. ¿Por qué no
había podido salvarlo?
La enorme culpa que sentía fue la razón por la que al final
decidí empezar a hablar de mi sueño: supongo que esperaba descubrir que alguien
más también lo había “sabido”. En conversaciones separadas les conté a tres o
cuatro amigos sobre el sueño y todos escucharon con amabilidad, pero era claro
que no significaba nada para ellos. Finalmente era sólo un sueño, ¿y qué tienen
que ver los sueños con la realidad de la vida y la muerte?
Después de eso dejé de hablar de mis sueños por completo.
Internalicé todo lo que sentía. Tal vez se suponía que así fuera. Tal vez esa
sería mi penitencia por no haber salvado a John.
Todos tenemos que averiguar quiénes somos y cómo encajamos
en este mundo. Hubo momentos en mi adolescencia en que empecé a pensar que
quizá mis habilidades eran inseparables y centrales a mi propósito último en la
vida. No podía escapar de ellas ni detenerlas, así que jugué con la idea de que
mi propósito podría ser encontrar una manera de controlarlas y usarlas al
servicio de algo bueno.
Pero la muerte de John y mi sueño al respecto lo cambiaron
todo.
No era posible que mi propósito en la vida pudiera estar
relacionado con algo tan doloroso, difícil y torturante como esto. Ese tipo de
“saber” no podía ser algo bueno: debía ser algo malo.
Me prometí darle la espalda a mi supuesto don. No lo
quería. No lo necesitaba. Viviría mi vida sin él.
6. LITANY BURNS
DESPUÉS del funeral de John, y antes de regresar a
Binghamton, hice una cita para ver al pastor de mi iglesia en Long Island.
Necesitaba hablar con alguien y mi pastor era una elección obvia. Era un hombre
dulce y bueno, y lo conocía desde que era pequeña. Era delgado y tenía barba,
me recordaba a Jesús. Tal vez por eso confiaba tanto en él.
Lo encontré en su oficina, en la parte trasera de la
iglesia, y en el momento en que tomé asiento me eché a llorar. Entre sollozos y
tratando de recuperar el aliento le dije al pastor todo acerca de mi sueño y la
muerte de John. Le conté de mi abuelo y el extraño impulso que me conminó a ir
a verlo por última vez. Observé el rostro del pastor, tratando de encontrar
algún signo de juicio o displicencia, pero no encontré ninguno. Sólo se sentó,
escuchó y me permitió contar mi historia. Al final, cuando terminé, él habló.
“Laura, ¿qué clases estás tomando en la universidad?”, me
preguntó.
Le recité mi horario al pastor: literatura, historia,
filosofía...
“¿Estás tomando una clase de filosofía?”
“Sí, Introducción a la Filosofía.”
“Bueno, eso es”, dijo de manera tajante. “Los sueños, y
cómo los interpretas y todo eso, todo tiene que ver con tu clase de filosofía.
Es parte de todas las ideas y teorías nuevas que están llenando tu mente. La
clase te provocó ese sueño.”
Escuché mientras hablaba y sentí que mis lágrimas se
secaban. Respiré profundo, le di las gracias al pastor por su tiempo, estreché
su mano y salí. Él no había tenido mala intención, y seguro sentía de corazón
que me estaba ayudando. Pero al instante me quedó claro que no era cierto lo
que me decía. Después de todo, mis habilidades habían estado conmigo mucho
antes de inscribirme al curso de Introducción a la Filosofía.
Resolví que no encontraría respuesta alguna en esta
iglesia, ni en ninguna otra. Creía en Dios y que Dios tenía las respuestas,
pero después de mi plática con el pastor también creí que Dios era mucho más
grande y poderoso que esa pequeña iglesia de ladrillo y cemento. Las respuestas
estaban ahí afuera, en otro lugar.
De regreso en Binghamton traté de regresar al ritmo de la
vida universitaria. No le dije a nadie lo desconsolada y desequilibrada que me
sentía, al igual que no me atreví a contarle de mis habilidades a nadie. Traté
de ser una estudiante normal. Fui a fiestas, estudié mucho, salí con algunos
muchachos. Pero no podía quitarme de la cabeza el sueño de John, así que caí en
una gran depresión.
Mi amiga Maureen vino a rescatarme.
Debido a que era mi mejor amiga en la universidad, a ella
sí le había hablado un poco sobre mis habilidades. Un día mencionó que había
escuchado acerca de una mujer que vivía en la pequeña comunidad ribereña de
Nyack, justo al norte de la ciudad de Nueva York, de donde era Maureen.
“Su nombre es Litany Burns, y es psíquica”, dijo Maureen.
“Trabajó en el caso del Hijo de Sam* hace algunos años. Tal vez pueda darte
algunas respuestas.”
No dudé ni un momento. Hice una cita con Litany Burns para
una sesión de una hora. Ella era clarividente, canalizadora y sanadora, y en
1977 había sido invitada por el fiscal de distrito de Manhattan para trabajar
en el tristemente célebre caso del Hijo de Sam en la ciudad de Nueva York. No
anunciaba sus servicios; su fama se divulgaba de boca en boca.
Una semana después, un fresco día de marzo, Maureen y yo
manejamos tres horas hasta Nyack en su convertible rojo. Nyack era un pequeño y
bonito pueblo que parecía estancado en otro siglo. La oficina de Litany estaba
en un modesto edificio de ladrillo de dos pisos en una esquina pintoresca sobre
la calle principal. Encontramos un lugar de estacionamiento, Maureen me deseó
suerte y se fue de compras. Yo estaba ansiosa, emocionada y un poco asustada.
Caminé hacia la puerta principal, pero dudé antes de tocar el timbre. Tenía el
estómago revuelto. Al final respiré profundo, toqué el timbre y Litany me
abrió.
Me saludó en la puerta de su oficina. Estaba en sus
treinta, tenía el cabello rubio a la altura de los hombros, y unos ojos verdes
de mirada amable. Su energía radiante me hizo sentir tranquilidad al instante.
Percibí el color azul a su alrededor: un azul cálido y sanador. Estar cerca de
ella se sentía como pararse junto a un calentador en un día helado. Mi
nerviosismo desapareció por completo.
Estrechamos las manos, me indicó que me sentara en un sofá
y ella se sentó en una silla frente a mí. Su oficina era pequeña, cálida y
sencilla, no había cristales colgantes ni nada por el estilo. Sólo un sofá, una
silla y un escritorio. Las paredes estaban pintadas de color lavanda. Era un
lugar seguro y confortante. Al principio, Litany estaba callada; me veía a mí y
a mi alrededor, como si me estuviera midiendo. Al fin, una sonrisa apareció en
su rostro.
“Bueno”, dijo en una voz suave y tranquilizadora, “veo que
eres una de nosotros.”
No se andaba con rodeos, como una enfermera diciéndole a un
niño que tiene fiebre. En cuanto a mí, me senté ahí, incrédula.
“¿Lo sabes?”, preguntó Litany. “¿Sabes que eres psíquica?”
“No”, respondí yo. “No entiendo nada de eso. Sólo pienso
que soy un bicho raro.”
Litany sonrió. “¿Sientes cosas acerca de las personas?”, preguntó.
Yo asentí. “¿Lees sus energías?” De nuevo asentí. “¿Ves y escuchas cosas que no
son vistas o escuchadas por los demás?” Respondí que sí a todo eso.
“Eres clarividente y clariaudiente”, declaró Litany.
“Tienes un don, y con el tiempo entenderás cómo usarlo. Pero el primer paso es
no tener miedo de él. No te sientas maldita ni avergonzada. No eres un bicho
raro. Tu don es hermoso.”
Con esas pocas palabras, Litany Burns empezó a darle
sentido a mi vida. Era como si a un ventanal enorme le quitaran una pesada
cortina negra, dejando entrar un torrente de luz gloriosa. Por primera vez en
mi vida sentí que encontraba a alguien que me entendía, no de manera
superficial, sino de adentro hacia afuera.
“Tienes un hermano”, dijo Litany. “Y una hermana mayor. Tu
padre tiene muchas emociones y le resulta difícil mostrarlas. Tu madre es una
fuerza poderosa en tu vida.”
A minutos de conocerla parecía saber todo sobre mi familia.
Entonces escarbó más profundo.
“Eres una sanadora natural y sensible”, dijo, “y con regularidad
te atraen personas que no la están pasando bien. Tú quieres mejorarlas. Veo que
recibes mucho en los sueños. Te conectas con el Otro Lado en tus sueños.”
Mientras hablaba sentí un inmenso alivio, pero era más que
eso: era casi una sensación de ser perdonada. De repente pensé que había
escuchado a John en mi sueño simplemente porque podía. No porque estuviera
maldita, sino porque estaba abierta al Otro Lado y, por lo tanto, abierta a
escucharlo a él. Tal vez había soñado con John mientras moría no porque tuviera
que intervenir o para salvarlo, sino para escucharlo despedirse.
Litany continuó: “También eres médium-mística; sientes lo
que los demás sienten. Aunque ellos no sepan que lo están sintiendo”.
Me senté en silencio, tratando de asir cada palabra. Hacía
apenas unos minutos había estado escuchando el ruido de los coches y camiones
sobre la calle principal, pero ahora no podía escuchar nada excepto la voz de
Litany. Era como si el resto del mundo se hubiera encogido hacia la nada.
“Siempre has sabido, desde que eras una niña pequeña, que
estás aquí para hacer algo”, explicó. “Que tienes un propósito. Y éste es el
año en que empiezas a entenderlo. Por eso estás sintiendo tanta presión en este
momento. Estás aquí para ayudar a la gente. No tengas miedo de tu poder. Todo
esto se trata de que te sientas lo bastante cómoda con tus poderes amorosos y
de sanación para sentirlos de verdad y así actuar con ellos.”
Hacia el final de la lectura, Litany me preguntó si tenía
alguna duda. Tomé mi bolsa y saqué una foto de John. No estaba segura de por
qué había llevado la foto, pero ahora sabía que debía enseñársela.
“Él es un chico”, dije con voz apenas audible. “Era un
amigo. Traje esta foto suya, y su muerte... él cayó... no estaban seguros de
qué sucedió.”
Litany sostuvo la fotografía por un minuto antes de
dejarla.
“Fue un accidente”, dijo. “Nadie lo empujó ni nada por el
estilo. Tal vez hubo bebida, pero eso fue por su cuenta. No hubo juego sucio.”
Entonces Litany se detuvo. Algo cambió en ella, sutil pero
perceptible: su rostro, sus ojos, su apariencia. Parecía estar en otro lugar.
Yo no tenía idea de qué estaba pasando. Litany se inclinó hacia delante.
“John quiere que saludes a sus amigos de su parte”, dijo al
fin. “Está diciendo: ‘Aquí estoy, estoy bien. Sólo quisiera que mi madre lo
superara. Sigo volviendo a verla y a hablar con ella y a ayudarla, pero ella no
me escucha’.”
¿Qué estaba pasando? Litany me estaba hablando como John.
De cierta forma, incluso sonaba como él. Sus gestos también se parecían. Pero,
¿cómo era posible aquello?
“Es muy claro aquí”, continuó. “Puedo observar a todos y
ver cómo están. En lo físico extraño a la gente, pero realmente no siento que
esté lejos de todos porque estoy aquí. Sigo aquí. Quiero que sepas que ando por
aquí. Sé que puedes sentirme. Y seguiré regresando para que me sientas y sepas
que estoy aquí. Y quién sabe, tal vez algún día vuelva como el hijo de
alguien.”
Entonces Litany rio. Pero no era su risa, era la risa de
John. Y la broma sobre volver como el hijo de alguien era algo que John diría.
Litany nunca lo conoció, sin embargo lo estaba trayendo de vuelta a la vida ahí
mismo, en su pequeña oficina en Nyack. Yo podía sentir su presencia. Sabía que
él estaba ahí.
“Le está yendo bien”, dijo Litany. “Tiene la misma
personalidad bromista que tenía aquí. Se siente bien, de maravilla. Quiere que
todos ustedes sepan que está bien y, sobre todo, que aún los ama a todos.”
Agaché la cabeza y empecé a llorar.
Más que nada, sentí un profundo sentimiento de alivio.
Me alivió saber que John estaba bien. Pero también fue un
alivio que eso que acababa de presenciar —Litany de alguna manera había
invocado a John desde donde fuera que estuviera— no era para nada algo oscuro y
retorcido. ¡Era bueno y reparador y sanador y amoroso! ¡Era hermoso!
Y en ese momento algo hizo clic, algo cambió. Supe al
instante que esto era un parteaguas en mi vida.
En lugar de sentirme llena de miedo, por primera vez me
sentí plena de esperanza.
Antes de irme Litany me dio otro regalo, un libro que
escribió unos años antes. Se llamaba Desarrolle sus habilidades psíquicas. “Te
explicará muchas cosas”, dijo. Me sentí con ganas de abrazarla y no soltarla,
pero sólo le di la mano y le agradecí amablemente.
Bajé las escaleras y encontré a Maureen; le conté lo que
acababa de pasar. Yo estaba aturdida y emocionada. Me sentía libre como hacía
años no me sentía; tal vez como nunca.
Apenas regresamos a Binghamton comencé a leer el libro de
Litany. Con cada página sentía oleada tras oleada de reconocimiento. “¡Dios
mío, ésta soy yo!”, gritaba al aire mientras leía. “¡Hay otros como yo! ¡Esto
tiene un nombre!”
Acabé el libro de Litany muy pronto, y fui a la librería a
buscar otro similar. No sabía qué buscaba, pero en la tienda me sentí atraída
por un libro en particular: Eres psíquico: El método del alma libre, de Pete A.
Sanders Jr. Estaba escrito, extrañamente, por un químico biomédico, estudioso
de la ciencia cerebral, del Instituto Tecnológico de Massachusetts. “Para
cuando termines de leer este libro”, decía uno de los primeros pasajes, “la
capacidad para evaluar los temperamentos y personalidades de otras personas, y
la habilidad para sentir, escuchar y ver acontecimientos antes de que sucedan,
pueden convertirse en destrezas cotidianas para ti”.
Seguí leyendo —devorando— capítulo tras capítulo, cada uno
más iluminador que el anterior. Incluso había uno titulado “Cuatro sentidos
psíquicos”, el primero de los cuales era la intuición psíquica o, como el autor
lo llamaba, “Saber”.
¡Saber! ¡Justo como yo le decía! Saber “es un conocimiento
interior, no confirmado por ninguna sensación interna o estímulo externo en
particular. ¡Sólo lo sabes!”
Mi lectura con Litany fue un punto de inflexión en mi vida.
Gracias a nuestra reunión, en lugar de apagar y tratar de ignorar mis
habilidades, empecé a aceptarlas. Trabajé para desarrollarlas y comprender que
eran parte de mí, y que estaban destinadas, de alguna manera, a ser parte de mi
camino.
Litany me hizo sentir menos aislada, menos anormal, y eso
ya era un milagro. Comenzaba a encontrar respuestas, a armar el rompecabezas, a
ver dónde y cómo podía encajar.
Pero sabía que mi lectura con Litany no era sólo para
hacerme sentir bien conmigo misma. La lectura no era sobre mi pasado. Era sobre
mi futuro.
“Usa tus talentos”, me dijo Litany cuando me iba. “Lee a la
gente. Tu instinto será tu gran amigo, así que confía en él tanto como puedas.
Síguelo, úsalo, practica con él. Y cuando lo hagas, estarás en tu verdadero
camino.”
* Cadena de crímenes cometida en Nueva York entre 1976 y
1977 por David Berkowitz, asesino serial que se identificaba con ese apelativo.
(N. de la T.)
7. EL CAMINO POR DELANTE
MI tiempo con Litany no fue el final de mi búsqueda
de respuestas. En cierto sentido, era tan sólo el comienzo.
Todo lo que me dijo y lo que leí en los libros expresaba el
mismo poderoso mensaje: ábrete. Ábrete a nuevas ideas, a nuevos flujos de
información, a nuevas posibilidades. Quizá ya comprendía mis habilidades un
poco mejor, pero todavía no sabía cómo debía usarlas. Así que seguí buscando.
En mi tercer año de universidad fui a casa de visita y
saludé a Arlene, la amiga de mi madre, a quien le había visto los colores.
Siempre me había sentido atraída hacia ella por su energía abierta. A Arlene le
interesaba la astrología. Yo no sabía mucho al respecto, pero cuando sugirió
leerme la carta astral me abrí a ello.
La carta representaba la posición de los planetas, la Luna
y el Sol en el momento exacto de mi nacimiento. Arlene me explicó que al ver
estas posiciones en el contexto de los doce signos zodiacales, ella podría
obtener información acerca de mi camino y mi propósito de vida.
Nos sentamos en la mesa de su cocina e hizo sus juicios
rápidamente y con autoridad. Muchas de las percepciones de Arlene parecían
ciertas: que no me gustaba que me dijeran qué hacer, que era introvertida y
extrovertida al mismo tiempo, y que me era difícil contener toda mi energía.
De pronto, Arlene dijo algo que no tenía sentido.
“Tu Sol es semi-sextil y tú eres Saturno”, continuó Arlene.
“La gente confía en ti y te responde. Dime, ¿estás pensando ser maestra?”
¿Maestra? No, no quería ser maestra. Tenía planes más
grandes. Sería abogada.
Mi hermana mayor, Christine, fue una estudiante brillante
en la Universidad de Princeton y después fue a Harvard para titularse en
derecho. Estableció un alto estándar en la familia. Yo pensaba que podía ser
abogada o médico, y como odiaba las clases de matemáticas tenía más
posibilidades de ser abogada.
Le dije a Arlene acerca de mis planes y prosiguió con la
lectura. Pero unos pocos minutos después levantó la vista y dijo: “Veo un
enfoque definitivo en la enseñanza. Es parte de tu camino. En algún momento de
tu vida, la enseñanza y la educación serán parte de lo que hagas”.
La carta está un poco mal, pensé, porque eso no va a
suceder. Le repetí a Arlene que me acababa de declarar como aspirante a
abogada.
“Bueno”, dijo por fin, “si es eso verdad entonces enseñarás
derecho, porque la enseñanza es lo que está establecido en tu camino”.
Sin embargo, lo más claro de la lectura era que estaba
destinada a jugar un papel en el mundo que todavía no podía ver o siquiera
entender.
“Vas a servir a la humanidad”, dijo Arlene. “Será algo
nuevo, algo que la gente buscará y encontrará útil. Tienes un don que debes
compartir con el mundo. Sólo que tomará tiempo. No será enseguida.”
Arlene incluso sabía cuánto tiempo iba a tomar: dieciséis
años para “recolectar lo que necesitas del universo”, y otros ocho después de
eso para “jugar tus fichas”.
Me encantó escuchar que tenía un propósito mayor en el
mundo, pero veinticuatro años era demasiado lejos en el futuro para que me
emocionara realmente.
Mientras la lectura profundizaba, Arlene me propuso algo.
“Deja que tu mente divague”, me recomendó. “Recoge todas
las cosas necesarias para que aprendas. Espera lo inesperado. Al hacer eso,
estarás echando raíces.”
Sentí una oleada de emoción. Las palabras de Arlene eran
parecidas a lo que Litany había recomendado: Usa tus talentos. Lee a la gente.
Sigue tu instinto. Ahora era Arlene quien me alentaba a explorar mis
habilidades. Ella confirmaba que mi búsqueda de respuestas no estaba
equivocada, que yo necesitaba descubrir mi verdadero camino.
Abracé a Arlene. En la puerta de su casa, sonrió y dijo:
“¡Feliz aventura!”
De regreso en Binghamton, desarrollé una nueva manera de
lidiar con mis habilidades. Aunque que ya no sentía que debía esconderlas,
tampoco deseaba exhibirlas. No quería volverme la “chica psíquica”. Decidí no
permitir que mis habilidades psíquicas me definieran; sólo serían parte de mí.
Simplemente eran algo que podía hacer, como hablar francés o jugar futbol.
Me encantaba cómo me sentía al ser honesta acerca de mis
habilidades. Era muy liberador. Aprendía a integrar mi don a mi vida normal.
Sin embargo, tratar mis habilidades de forma tan descuidada
tenía una consecuencia imprevista. Sin darme cuenta, comencé a faltarles al
respeto y a usarlas de manera irresponsable.
Una noche estaba tomando con unos amigos en un bar del
campus llamado La Rata. Descubrí que después de un par de bebidas alcohólicas
mis habilidades se abrían: era como una fórmula mágica. Incluso tenía sentido,
ya que el alcohol apaga la mente analítica, lo que me hacía mucho más accesible
la información psíquica. Después de un par de tragos, la información acerca de
las personas me inundaba.
En La Rata, después de mi segundo trago, miré al otro lado
del bar y me encontré con un chico muy guapo. Estaba recargado contra la pared
y tenía cabello castaño y rizado, que se asomaba debajo de su gorra de beisbol
roja. Tenía una energía masculina y confortable: seguro de sí mismo pero sin
ser arrogante. Medía poco menos de 1.80, estaba en forma y tenía los ojos
verdes, además de una sonrisa despreocupada y tranquila. Le dije a mi amiga que
iría a hablar con él.
“Buena suerte con el chico de la gorra roja”, me dijo.
Me abrí camino hacia él y sentí que su aura me atraía más
de cerca.
“Hola”, dije. “Así que tu nombre empieza con una J.”
“Ajá”, dijo. “Jeremy”.
Me llegaba más información. “¿Tienes un hermano mayor, no
es así?”, dije. “¿Dos años mayor? Y tienes otro hermano que tiene, ¿qué, siete
años?”
La tranquila sonrisa de Jeremy se desvanecía.
“Oh, ¿y eres luterano, verdad? Toda tu familia es luterana.
Tu papá no es una presencia física en tu vida, pero tu madre es una energía
fuerte para ti. Eres muy cercano a tu madre. Siempre lo has sido, y eres incluso
más cercano ahora.” Seguí y seguí, diciéndole a Jeremy detalles específicos
sobre él y su familia. Su mandíbula cayó como cinco centímetros.
“¿Cómo...?”, empezó. “¿Eres una acosadora?”
“No”, respondí. “Sólo soy psíquica.”
Le expliqué cómo obtenía información sobre la gente y él,
en lugar de sentir repulsión, se abrió a ello.
Usé mis habilidades para ligarme a alguien.
Trataba de encontrar una manera de que mis habilidades
fueran divertidas, útiles y productivas, no algo oscuro y complicado. Buscaba
cómo mi don podría volverse algo práctico, un tanto incluso el tipo de cosa que
entretiene en una fiesta. Hubo momentos en que no lo usé del modo más digno.
Hubo algunas ocasiones —no muchas, sólo un par— cuando, después de pelearme con
alguien, invocaba información sobre la persona y si era algo negativo me sentía
mejor al saberlo. Ni siquiera se da cuenta de que su novio va a romper con ella
en tres meses, pensaba y me sentía superior. Y si uno de mis buenos amigos se
peleaba con alguien, yo “veía” dentro de esa persona y le decía a mi amigo:
“Sí, bueno, sus padres están por divorciarse”.
Mirando en retrospectiva, me avergüenzo de haber usado a
veces mis habilidades de manera tan inapropiada. Para ser honesta, no trataba
de ser cruel, sólo tenía diecinueve años y trataba de entender mi vida, como
cualquier otra chica de esa edad. Si no era cuidadosa con mi don era porque
todavía no apreciaba lo especial que era.
Yo estaba creciendo, aprendiendo y evolucionando. En la
preparatoria en realidad nunca estudié duro ni puse mucho énfasis en lo
académico. Tenía buenas calificaciones pero no debido a un gran esfuerzo de mi
parte. En Binghamton tomé mis estudios con mucha más seriedad.
Tenía un profesor de literatura inglesa, David Bosnick, que
se volvió un mentor para mí. Su energía era enorme: desde el minuto en que
entró al salón me cautivó. Cuando estaba a su alrededor me sentía emocionada de
estar viva.
En mi tercer año me pidió volverme su adjunta. Me sentí
honrada y acepté enseguida.
Una vez a la semana lo ayudaba a diseñar tareas y a
corregir trabajos, y descubrí que era bastante buena para dar clases. Yo
enseñaba mi propia sección de discusión, de más o menos veinticinco alumnos, e
incluso calificaba los trabajos de estudiantes que conocía, incluidos algunos
mayores (que iban un año adelante de mí). A cada paso, a veces sutilmente y
otras no tanto, el profesor Bosnick estimulaba mi interés por la academia.
“El mundo tiene suficientes abogados”, gruñía. “¡Enseña!
¡Enseña! ¡Enseña!”
Todavía tenía la idea de estudiar derecho, pero decidí
apuntarme para un intercambio de un semestre en Oxford. “Será tu último año. Ve
a alguna otra parte”, me decían mis amigos. “¡Vete de fiesta y pásala bien!”
Pero el profesor Bosnick había encendido en mí la pasión por seguir aprendiendo:
estar abierta a nuevas ideas, desafiarme académicamente. Yo no quería irme de
fiesta. Yo quería estudiar en Oxford.
8. OXFORD
OXFORD fue una máquina del tiempo hacia el pasado por
la historia de la energía y el pensamiento humanos. Sentía esa energía a mi
alrededor, en todo lugar. Aquí fue donde las mentes más intrépidas buscaron la
verdad y la sabiduría. T. S. Eliot, el gran científico Linus Pauling y docenas
de otros premios Nobel estudiaron aquí. Era hogar de miles de artefactos
mágicos: viejos relojes de sol y los primeros telescopios, un astrolabio gótico
del siglo XV, una esfera celeste de 1318, el primer manuscrito de Frankenstein
de Mary Shelley, cuatro ejemplares originales de la Carta Magna de 1215.
También estaba la estupenda y reverenciada Biblioteca Bodleiana en Broad
Street, una de las más antiguas que aún existen. La “Bod”, como ha sido llamada
por siglos, es magnífica. En mi primer viaje apenas logré pasar de la entrada:
un arco gigantesco hecho de piedra tallada con los escudos de armas de varias
facultades de Oxford. Una vez adentro, me causaron mareo el olor a encierro,
los altos techos arqueados, los relucientes escritorios de caoba y los
interminables estantes de madera repletos de libros antiguos encuadernados en
cuero.
¡Y los libros! Once millones en total, cada uno marcado por
el poder y la energía de su creador. El escritor Ezra Pound afirmó una vez: “El
hombre que lee debería estar intensamente vivo. El libro debe ser como una bola
de luz en las manos”. Exactamente así me sentía la primera vez que entré a la
Bod: sentí el destellante torbellino de un millón de bolas de luz bailando a mi
alrededor, embriagando mi espíritu. No sentí que estuviera en la Bod por
primera vez. Sentí que volvía a un lugar al que pertenecía.
Muy pronto me acostumbré a una cómoda rutina. Me asignaron
un pequeño departamento blanco en el número 66 de Vicarage Road. Mi cuarto daba
a un pequeño jardín, en el que había algo mágico.
Cada mañana montaba en una oxidada bicicleta azul que renté
y pedaleaba hasta la Bod. Pasaba largas horas escribiendo, leyendo e
investigando acerca de Shakespeare y Jane Austen, mis dos áreas de estudio. En
la noche iba al pub a encontrarme con amigos para tomar una cerveza oscura.
El programa académico era riguroso, y los estudiantes
tenían la responsabilidad de establecer su propio curso de estudio. Me reunía
con mis dos profesores una vez a la semana. Durante esas breves reuniones
hablábamos acerca de mi ritmo de estudio y mis avances. El resto del tiempo iba
por mi cuenta. Debía entregar un ensayo al final de cada semana. Nadie te
consentía ni te animaba con calidez a seguir. Era una beca en la cuerda floja, o
nadas o te hundes. Me encantaba. El tiempo en Oxford me legitimó con mucha
fuerza. No importaba que tuviera mis extrañas habilidades, Oxford confirmó que
yo tenía el potencial para alcanzar grandes logros académicos. Trabajé más duro
que nunca, y enfrenté retos como nunca antes. Pasé casi todo el tiempo
sumergida en el aprendizaje y en los libros. Y descubrí que, en lugar de
hundirme, nadé. De hecho volé. Al final mis calificaciones se tradujeron en un
10 en Shakespeare y un 9.5 en Jane Austen. De vuelta en Binghamton, concluí mi
último semestre con un 10 cerrado.
Mis días en Oxford fueron de los más felices de mi vida. Me
dieron una satisfacción profundamente espiritual. Sentí que mi mente se
ampliaba y fue muy estimulante. Viajar me abrió la mente y el corazón, y me
llenó de energía. El entendimiento que tenía de mi propia identidad se
transformó radicalmente.
Aunque mi periodo en Oxford fue maravilloso, no me distrajo
de mis planes de convertirme en abogada. Había sido aceptada en la escuela de
derecho, y estaba en un camino legítimo hacia el éxito. Y sin embargo... tuve
que admitir que una parte de mí no estaba tan segura. “Siempre has sabido,
desde que eras pequeña, que estás aquí para hacer algo”, me había dicho Litany
Burns. “Tienes un propósito... Estás aquí para ayudar a la gente.” ¿Acaso ser
abogada encajaba en esa descripción? De alguna manera, supongo que sí. ¿Pero
era mi verdadero propósito? ¿El derecho era mi mejor camino? ¿El que me
permitiría compartir mis dones únicos con el mundo?
Justo antes de graduarme, Ann, una de mis hermanas de la
fraternidad Fi Sigma Sigma, me pidió una lectura. No éramos muy cercanas, pero
había escuchado sobre mis habilidades y me pidió con amabilidad, pero también
con urgencia, que le hiciera una lectura. No quería el truco de fiesta: deseaba
ayuda de verdad. Eso nunca me había pasado. Había trabajado duro para que mis
encuentros psíquicos con la gente fueran lo más ligeros e informales que se
pudiera, pero Ann necesitaba respuestas.
Nos sentamos en la mesa de la cocina de mi casa. Ann no
esperó ni un segundo.
“Necesito saber algo”, dijo. “Necesito saber si seguiré con
mi novio actual en el futuro.”
Ann llevaba saliendo un par de años con un chico agradable.
Y, como muchas chicas con novios de la universidad, quería saber si había
encontrado a su compañero de vida, o si la relación era tan superficial y
limitada como la universidad. Sentí su preocupación y ansiedad. Estaba sentada
frente a ella y sentí algo que nunca había percibido al usar mis habilidades.
Me sentí responsable.
“Digo, lo amo, de verdad que sí”, continuó Ann. “Pero
necesito saber si mi destino es estar con él toda la vida. ¿Puedes decirme si
vamos a estar juntos por siempre? ¿Puedes decirme eso?”
No estaba segura de qué información aparecería, si es que surgía
alguna, y me sentí aliviada cuando recibí una imagen enseguida. Vi a Ann con un
vestido blanco.
“Sí”, dije con torpeza. “Sí, seguirán juntos. Se casarán y
comprarán una casa y tendrán hijos. Más de un hijo. Dos o tres. Ese es el
camino en el que están juntos. Harás una vida con él y serás feliz.”
Vi cómo la ansiedad se esfumaba de su rostro. Se sonrojó y
una gran sonrisa irradió todo su ser. La calma la cubrió, transformándola de
adentro hacia fuera. Fue una de las transformaciones más poderosas y hermosas
que he visto. La lectura llenó a Ann de paz, alegría y seguridad muy
profundamente.
Pero la suya no fue la única transformación ese día.
Mientras leía para Ann, también sentí algo que cambió en mi interior. Como
dije, Ann y yo no habíamos sido muy cercanas. Pero durante y después de la
lectura me sentí muy cercana a ella.
Algo en el intercambio que sosteníamos —yo recibiendo su
energía, interpretándola y devolviéndosela como detalles significativos
específicos— forjó una conexión entre nosotras. No había juicio ni un sentido
incómodo de invasión, ni la sensación de que fuera algo frívolo: sólo existía
un sentimiento de amor, conexión y propósito. Por primera vez me sentí invitada
a algo profundo y significativo, algo más grande que Ann y yo. Sentí autoridad;
me hice dueña de mi don.
Ann se casó con su novio, y tuvieron hijos. Lo último que
escuché fue que seguían felices juntos en su viaje por la vida.
9. SEDONA
DEBÍA sentirme emocionada después de graduarme pero,
por alguna extraña razón, lo sentí anticlimático. Mi familia asistió a la
ceremonia y eso fue maravilloso, pero a mis ojos todo parecía innecesario. No
percibí la graduación como cerrar un capítulo en mi vida; más bien fue como una
expansión.
Durante la ceremonia me sentí saturada, fuera de equilibrio
y vulnerable mientras recibía la energía colectiva del júbilo de todos,
mezclada con una fuerte corriente de ansiedad y tristeza. Este torrente
emocional, que irradiaba de miles de personas, era abrumador. Nunca había
estado entre tanta gente con sentimientos tan alineados y con tanta fuerza, y
me sentí noqueada por el tremendo movimiento energético a mi alrededor. No fue
una sensación agradable.
Caí en cuenta de que necesitaba una manera de protegerme de
la energía y las emociones de los demás. Había luchado con esto por años, pero
ahora que saldría al mundo, la tarea cobró mayor urgencia. Con mucha atención,
me concentré en bloquear la energía de otras personas sin sentirme saturada.
Necesitaba un escudo. Empecé a imaginar una especie de campo energético
alrededor de mi cuerpo. Imaginé una luz blanca descendiendo sobre mi cabeza,
encapsulando mi cuerpo, y sellando mi energía mientras bajaba al suelo. Me sentí
protegida.
Después de la graduación, mi amiga Gwen y yo fuimos a
Arizona, un viaje que llevábamos planeando hacía tiempo. Aterrizamos en
Phoenix, rentamos un convertible rojo y manejamos sin toldo hasta Sedona. Las
vastas formaciones de arenisca, las famosas rojas rocas que parecen de otro
mundo, cambiaban de un rojo profundo a un candente ámbar dependiendo de la luz.
La vista, los olores y la energía eran embriagantes. Sedona elevó mi espíritu.
El primer día ahí fuimos a una tienda que vendía cristales.
Al instante algo en el mostrador me atrajo. No era un cristal ni un amuleto,
era una tarjeta de presentación. La tomé y leí: “Ron Elgas, psíquico”.
Gwen y yo programamos citas. Mi sesión con Litany Burns
había sido trascendental, pero sentía curiosidad de comprobar si sus
percepciones eran específicas para mí, o si todos los que iban a un psíquico
tenían lecturas parecidas. Después de nuestras lecturas, Gwen y yo
compararíamos notas.
La esposa de Ron nos dio la bienvenida en la puerta de su
casa con una gran sonrisa: lucía un overol y trenzas. La casa era amplia y
estaba iluminada con una luz muy bella.
Cuando Ron entró al cuarto, sentí su energía al instante.
Era una energía cálida y confortante. Su cabello blanco estaba recogido en una
cola de caballo, y la expresión de su rostro era amigable y relajada. Ron fue a
sentarse en una silla, y yo en el sofá frente a él.
La lectura comenzó. Ron me miró y las primeras palabras en
salir de su boca fueron: “Energía brillante”. Después hizo una larga pausa.
“Contienes tu energía de una manera particular”, dijo por
fin. “Se llama fuego de Dios. Tiene que ver con tu compromiso hacia tu yo
elevado. Hagas lo que hagas en tu vida, tendrá que ver con el espíritu. Las
lecciones que necesites aprender en el camino hacia tu camino último, las
aprenderás.”
Ron prosiguió. “Toda esta luz y energía a tu alrededor,
cuando la veo, no es normal. Veo haces de luz saliendo disparados de tu cuerpo
en todas direcciones. Hay una conexión con el espíritu infinito, y esa conexión
ya estaba fijada en ti. Es una decisión que ya tomaste. Es tu destino.”
“¿Qué es mi destino?”, pensé. “¿Qué significa todo eso?”
“Veo que estás conectada con una amplia agrupación de
individuos, una agrupación de seres de luz”, explicó Ron. “Trabajan a través de
ti. Pueden mover energía a través de ti. Hay una gigantesca red de energía a tu
alrededor y estás conectada a ella. No sé cómo la vas a usar, pero es tu
destino. Vas a generar muchos cambios y despertares a tu alrededor.”
Ron continuó diciéndome más acerca de mí misma. Hacía
largas pausas, como si escuchara con atención, para después hablar rápido y con
seguridad. Él podía ver que aún me incomodaba obtener información sobre la
gente, y me dio un consejo útil: “No te esfuerces tanto por escucharlo”, dijo.
“Vendrá a ti con facilidad. Cuando veas o escuches algo, no actúes con miedo o
inseguridad. Sólo haz lo que haces, y tendrás resultados.” Ron me dijo que
fuera cual fuese mi verdadero propósito, no lo encontraría enseguida. Me
abriría a ello, y después me retraería. Abrirse, retraerse. Sería una lucha.
También me vio casándome y teniendo tres hijos: dos niñas y un niño. Todo eso
sucedería antes de aceptar plenamente mi camino verdadero.
Y después, un día, “te encontrarás frente a las personas”,
dijo. “Enseñando, hablando... asuntos espirituales. Abrirás puertas con energía
para otros. Harás algo parecido a lo que yo hago. Cambiarás la energía de la
gente porque estás aquí para ayudar a las personas a alcanzar niveles más
elevados de conciencia. Les enseñarás y ayudarás a las personas a ver ese
nivel. Harás otras cosas primero, tendrás una familia, harás otras cosas. Pero
una expansión estará sucediendo en tu interior, una conexión de enlaces que te
llevarán hacia tu destino. Y ahí entrarás en tu destino. Ayudarás a enseñar a
la humanidad.”
Enseñar, otra vez. No podía escapar de ello.
“Todavía estás observando y buscando”, continuó Ron.
“Todavía no lo entiendes del todo. No has encontrado lo que quieres. Pero está
ahí. No está fuera de ti, está adentro. El universo entero está dentro de ti.
Guarda silencio y escúchate, y lo más delicadamente que puedas, muévete en esa
energía. No sé cuándo la encontrarás, pero ya está ahí. Laura, tienes una
misión.”
Después, ya en el coche, le pregunté a Gwen sobre su
lectura. No se pareció en nada a la mía. No hablaron de luz o del destino o de
conexión con seres espirituales elevados. Su lectura había sido más concreta,
más sobre retos que había enfrentado y el camino inmediato frente a ella.
Gwen y yo absorbimos todo lo que pudimos de la belleza y el
poder de Sedona. Meditamos en los cañones con un chamán y nadamos en un río
cerca de un desprendimiento natural de rocas. Después partimos hacia el Gran
Cañón. Cuando llegamos, salimos del coche, miramos a nuestro alrededor y
dijimos: “Bah”. La grandeza del cañón no podía competir con la increíble
energía y atracción de Sedona. Al día siguiente trepamos al convertible y
manejamos de vuelta a Sedona.
De vuelta en Nueva York, era momento de enviar un pago a la
escuela de derecho para asegurar mi inscripción en otoño. Sostuve el cheque en
mi mano por un buen rato. Todo parecía estar mal.
Algo había ido cambiando. Había empezado con Litany Burns,
y continuó con Arlene y Ron. Había sido estimulada por el profesor Bosnick,
después en Oxford y, por último, en Sedona. No me encontraba en un punto de
partida, como había pensado; estaba en una encrucijada. Muy dentro de mí ya
sabía qué camino elegir.
Encontré a mi madre en la cocina.
“Mamá, no quiero ir a la escuela de derecho”, dije. “Quiero
enseñar.”
Mi madre me miró y sonrió. Había algo en su sonrisa que
parecía saberlo. Después se acercó y me abrazó.
“Bueno”, dijo sin más. “Eso es maravilloso.”
A los veintidós años obtuve una maestría en enseñanza de
inglés para secundaria.
Mientras buscaba un puesto como maestra, trabajé en el
departamento de educación de una organización sin fines de lucro. Salía con un
muchacho llamado Sean, y estábamos enamorados. Él era músico y su energía era
hermosa, artística y apasionada. Escucharlo tocar y cantar las canciones que
había compuesto me llenaba de alegría. Nos mudamos juntos a un garaje
remodelado en Huntington Village, en Long Island. Tenía una sala amplia con
corrientes de aire, y un pequeño baño con regadera anexos a un cuarto en la
parte trasera. La cocina era un rincón y la diminuta recámara estaba detrás de
una división. Para mí, era el cielo.
Tenía un novio, un título de maestría, mi propio
departamento acogedor e incluso un pequeño terrier llamado Quincy. Era todo lo
que siempre había deseado. Finalmente mi vida tenía sentido. Me sentía más
conectada a mis habilidades y menos ansiosa con respecto a ellas.
Puse un anuncio en un periódico local, el Pennysaver:
LECTURAS PSÍQUICAS - LLAME A LAURA
10. PERTURBACIÓN
LA primera persona en responder mi anuncio fue una mujer
mayor que vivía en Lloyd Neck, no muy lejos de donde crecí. Se llamaba Delores.
Acordamos el día y la hora para vernos y le di mi dirección. El día de la
lectura yo estaba tan nerviosa que me era difícil respirar. Nunca había hecho
una lectura formal a alguien que no fuera un amigo o conocido, y no tenía
ningún plan o protocolo preparado; ni siquiera sabía de verdad qué era una
lectura. ¿Y si mi don fallaba?
El timbre sonó. No había vuelta atrás. Abrí la puerta y vi
a Delores, tan nerviosa como yo. Estaba encorvada, era reservada y se veía
pequeña. La guie al interior de mi departamento y nos sentamos en la mesa de la
cocina. Las luces estaban atenuadas y encendí una vela. Me miró con ojos
tristes y suplicantes. No estaba segura de cómo comenzar.
Por suerte, Delores empezó por mí, diciéndome por qué
estaba allí.
“Tengo sesenta años y quiero adoptar un niño”, dijo. “Creo
que es lo correcto para mí, pero quiero estar segura.”
Cualquier persona sentada frente a esta mujer se habría
dado cuenta de que estaba sola y dolida. Pero yo sabía algo más acerca de ella:
comprendí que su esposo acababa de morir. Lo supe porque lo vi, o más bien un
punto luminoso que entendí que era él, en el campo de visión justo por encima
de mis ojos. Y supe que estaba en otro lugar. Que no estaba con ella.
Tan pronto como entendí esto, llegó a mí más información
sobre Delores. Vi que estaba completamente perdida sin su esposo, y que buscaba
con desesperación algún tipo de apoyo, dirección, consuelo. Estaba fuera de
equilibrio, confundida y sin rumbo. No sabía adónde ir ni qué hacer.
Sin embargo, lo que aparecía con mayor claridad era su
dolor. Un dolor punzante hasta el tuétano. El tipo de dolor que nos inmoviliza
y confunde, que reclama respuestas. Lo sentí, tal como había sentido el dolor y
la tristeza de otras personas durante gran parte de mi vida. Sólo que ahora era
más intenso, más concentrado. Esta vez lo invité a entrar.
Y mientras lo sentía, también comprendí lo que Delores intentaba
hacer. Para ella, la forma de responder su dolor era traer a alguien nuevo a su
vida. Quería adoptar un niño para llenar el terrible vacío que la muerte de su
esposo había dejado, y no por un deseo de nutrir y criar un alma joven.
Lo que me parecía todavía más evidente era que adoptar un
niño, a su edad y en su situación, sería un error terrible. Esa certeza no
provenía de mí: me estaba siendo transmitida. Adoptar no era parte de su
camino.
Antes de saber qué decirle, me di cuenta de que ya estaba hablando.
Las palabras salieron en desbandada. No recuerdo haber formulado pensamientos
ni organizado ideas, más bien era una corriente de percepciones. Como si
tradujera para alguien más.
“No puedes cometer el error de entretejer tu camino con el
de alguien más”, dije. “No puedes tapar el hueco en tu interior con alguien
más. Debes enfrentarte a tu soledad. Y necesitas encontrar otra manera de
sentirte conectada con el universo de nuevo. Hay otra vía que puedes seguir.
Puedes unirte a un club de lectura, conocer gente nueva, traer un animal a tu
vida, un animal que necesite tu amor, protección y ternura. Un animal que esté
destinado a cruzar su camino con el tuyo.”
Delores escuchó con atención. Sólo después me di cuenta de
que mi debut como psíquica profesional fue sugerirle a una anciana solitaria
que adoptara una mascota.
La lectura duró una hora. Después de que se fue traté de
calibrar qué impacto había tenido sobre ella, si es que hubo alguno. De lo que
pude ver, parecía aliviada, no tan tensa, menos cargada, como si algo dentro de
ella hubiera desaparecido. Quizá ya sabía que adoptar era una mala idea, si no
es que imposible, y sólo necesitaba escucharlo de alguien más. Me resultó
difícil saber si en realidad había ayudado a Delores. Pero creí que lo que le
dije era real, verdadero y significativo. Nunca más hablé con ella, así que no
puedo decir si mi primera lectura profesional fue un éxito o un fracaso.
Pero me sentí lo bastante bien para continuar.
Siguieron llegando respuestas a mi anuncio. Muchas más de
lo que hubiera esperado, docenas de ellas. Incluso recibí la llamada de una
mujer en Virginia que me preguntó si le haría una lectura por teléfono.
“No lo sé”, dije. “Nunca lo he hecho.”
“Bueno, ¿puedes intentarlo y vemos qué pasa?”
Así que realicé mi primera lectura telefónica. De nuevo, no
tenía ningún protocolo preparado, ningún sistema ni estructura. Estaba
improvisando. Pero para mi sorpresa y alivio, la lectura por teléfono funcionó.
Me llegó tanta información como si estuviéramos sentadas lado a lado.
Unas semanas después recibí una llamada de un hombre
llamado Paul. Estaba ansioso por una lectura e hicimos una cita. Se presentó en
mi departamento y tomó asiento en la mesa de la cocina. Tenía poco menos de
treinta años y en general su energía parecía alegre y confiada, aunque ese día
estaba un poco nervioso. Empecé a recibir varios fragmentos de información
enseguida, y gran parte era acerca de su novia, Amy, a quien era claro que
amaba mucho. Casi de inmediato la lectura y la información que recibía se
centraban en ella y en la relación de Paul con ella.
Pero de pronto algo cambió. Por primera vez en una lectura
sentí una presencia detrás de mí, a mi derecha. Antes de eso, en otras lecturas
todo parecía estar siempre frente a mí. No podía precisar dónde veía la
información con exactitud, pero nunca sentí que estuviera detrás de mí. Era más
como un pensamiento en la mente: no aparece del lado derecho o izquierdo, sólo
está ahí.
Pero me di cuenta de que mi campo de visión era más grande
y más amplio de lo que pensaba. Había más de una dirección por la cual la
información podía venir, existía un portal abierto que era nuevo y distinto. Y
lo que vino de mi lado derecho, casi detrás y después llegó frente a mí, era
claro y vívido, una presencia fuerte y enérgica. Escuché un nombre. ¿Quién era?
¿Qué ocurría? No lo sabía. Sólo dejé salir lo que veía y escuchaba.
“Estoy recibiendo a alguien llamado Chris que está
conectado con Amy”, le dije a Paul. “Me están dando datos sobre Amy.”
Era impresionante lo específicos que eran los detalles. La
talla de calzado de Amy, el bolso que le gustaba, su sombrero favorito y otras
cosas íntimas. Paul escuchó en silencio mientras los detalles seguían
surgiendo. Pero mientras más hablaba, más confundida estaba: ¿por qué la lectura
de Paul era sobre Amy y no sobre él? Empecé a sentirme incómoda por él, y
después de un rato me obligué a parar.
“Paul, lo siento mucho. Sé que esto no es lo que viniste a
escuchar”, dije. “No sé por qué tu lectura es sobre Amy y Chris.”
“Está bien”, Paul dijo con calma. No parecía molesto u
ofendido. “Todo lo que me estás diciendo es cierto ciento por ciento. Todo lo
que dices es verdad.”
Me sentí aliviada de escuchar eso, pero no explicaba lo que
estaba sucediendo. Paul respiró profundo y me lo explicó.
“Chris está muerto”, dijo con suavidad. “Murió en un
accidente de auto cuando era novio de Amy. Ella iba con él en el auto cuando
chocaron.”
Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo. ¿Qué estaba
diciendo Paul? ¿Que Chris estaba viniendo a mí desde el más allá? ¿Que
escuchaba a una persona muerta con tanta claridad como si estuviera en mi
departamento?
En ese momento me sentí aturdida. Estaba experimentando con
mi habilidad psíquica, la capacidad de percibir la energía del alma de una
persona y su camino de vida. Pero nunca había considerado ser también médium,
capaz de comunicarme con el Otro Lado. Sin embargo, en esa lectura estaba
recibiendo detalles claros y específicos de alguien que había cruzado. No tenía
que escarbar o luchar para jalar la información: tan sólo aparecía, como agua
fluyendo por una llave abierta.
Reaccioné con miedo. Esto cambia las cosas, pensé. Es
demasiado extraño. Es demasiada responsabilidad. No estoy lista para esto.
Tenía apenas veintitrés años, no estaba equipada en
absoluto para manejar este tipo de responsabilidad. No entendía qué significaba
comunicarme con alguien que había fallecido, y eso me aterraba. No veía belleza
o gracia alguna en ello, más bien sentía que era extraño y estaba mal. De
pronto volvieron todos esos viejos sentimientos negativos acerca de mi don.
Con el permiso de Paul continué la lectura. Chris estaba
ahí y era insistente, quería centrarse en Amy. La información que llegaba era
que ella y Paul debían estar juntos. Estaban destinados a crecer juntos en sus
caminos. Eventualmente se casarían y tendrían dos hijos.
Cuando la lectura terminó, me despedí de Paul y le deseé lo
mejor. Parecía feliz con la información que le había dado, para nada asustado
de que el ex novio muerto de su novia los estuviera cuidando.
Pero yo me quedé temblando. Me pregunté cómo la lectura
afectaría mi camino futuro, ahora que podía conectarme con gente que había
cruzado. Lo que no podía entender del todo era que yo no sólo era responsable
de transmitir información del Otro Lado, sino también de interpretarla.
En retrospectiva, puedo ver lo que Chris intentaba hacer:
darle a Paul su bendición. Estaba validando su propia conexión con la novia de
Paul, y al hacer eso, dejaba claro que le deseaba gran amor y felicidad con
Paul. Chris no se escurrió por el portal y acaparó la lectura de Paul para
provocarle celos o complicar su relación; el Otro Lado no tiene que ver con nada
negativo. Más tarde aprendí que todo lo que viene del Otro Lado está sustentado
en el amor.
Pero en ese entonces no sabía nada de eso. Todo lo que
sabía era que mi lectura con Paul me había asustado. Esa noche le conté a Sean
acerca de la experiencia.
“No entiendo qué sucedió”, dije. “Creo que no me siento
bien al respecto. No estoy segura de querer hacerlo otra vez.”
Pero la gente siguió llamando. Mi anuncio ya ni siquiera se
publicaba, pero la gente escuchaba sobre mí por amigos y todos querían una
lectura. Una tarde oí que tocaban la puerta, pero cuando abrí no había nadie.
Sólo encontré una nota pegada.
“Necesito hablar contigo”, decía. “Necesito una lectura.
Llámame por favor.”
Cerré la puerta, arrugué la nota y la tiré. Me sentí
vulnerable e invadida. No estaba lista para asumir esa responsabilidad.
La noche del 17 de julio de 1996 estaba sola en casa. Sean
estaba en el trabajo, volvería pronto. Yo leía un libro, relajada. Era una
velada sin particularidades. Pero de pronto, un poco después de las ocho mi
cuerpo se retorció y se tensó de manera involuntaria.
Me senté derecha y me preparé para una repentina avalancha
de pavor. No era como las olas de tristeza que solían inundarme cuando estaba
cerca de personas tristes: era una profunda sensación existencial de terror,
caos y ruptura, como si el mundo se estuviera derrumbando. No sabía qué era o
qué lo estaba causando, pero sabía que algo terrible acababa de suceder. Sabía
que algo había perturbado el universo, y saberlo era algo horrible, retorcido y
paralizante. De pronto sentí que no podía respirar. Llena de pánico llamé a
Sean.
“¿Está todo bien?”, le pregunté entre bocanadas de aire.
“Sí, todo bien”, respondió.
Pero yo no sentía que nada estuviera bien. Mi voz empezó a
sonar muy aguda mientras trataba de contener las lágrimas que atragantaban mis
palabras. “Por favor ven a casa”, le rogué, “y por favor maneja con cuidado. Te
necesito aquí, algo anda mal.”
Encendí la televisión mientras lo esperaba, y en la
pantalla apareció un boletín especial con noticias. Algo acerca de un avión, se
había estrellado. Un video de líneas de fuego en un cielo oscuro. Me senté e
intenté calmarme para poner atención. Pero ya sabía todo lo que necesitaba
saber.
Había sucedido una tragedia, y la tragedia me había sido
mostrada.
Para cuando Sean se estacionó frente a la casa, yo era una
masa de lágrimas. “¿Qué pasa conmigo?”, le pregunté. “¿Por qué tengo que sentir
estas cosas? ¿Por qué puedo saber pero no cambiar el resultado? ¿Por qué tengo
estas habilidades?”
Una sensación familiar vino a mí, la sensación de estar
maldita.
Los lamentables detalles se difundieron en los días
siguientes. El vuelo 800 de TWA, un Boeing 747-100 que volaba del JFK en Nueva
York hacia Roma, explotó en el cielo nocturno y se estrelló en el océano Atlántico,
cerca de East Moriches en Long Island. La explosión y el choque ocurrieron a 65
kilómetros de donde vivía. Las 230 personas que iban en el vuelo murieron.
El horror del accidente, y de haber tenido conciencia del
terrible suceso antes de que escuchara sobre él, fueron devastadores. Ese hecho
borró todo el avance que había logrado para sentirme bien con mi don. Una vez
más, simplemente no quería tener ese conocimiento. Estaba asustada de ser capaz
de escuchar a personas que habían muerto y que me pedían que transmitiera sus
mensajes. Era una responsabilidad demasiado grande. Así que lo dejé. Dejé de
contestar llamadas. Dejé de responder el timbre. Dejé de pensar en mí misma
como psíquica. Juré que nunca más haría una lectura.
Todo desapareció, las llamadas, el timbre y las lecturas, e
intenté vivir mi vida como una persona normal. El universo me dejó en paz por
un tiempo. El Otro Lado dejó de venir, y mi misterioso campo de visión se
oscureció, como si las fuerzas que me guiaban decidieran abandonarme. No estaba
lista.
SEGUNDA PARTE
11. SEGUIR ABIERTA
POCOS meses después de que dejé de hacer lecturas,
obtuve mi primer trabajo de maestra. La preparatoria estaba a media hora de
donde crecí, pero el vecindario no podía ser más distinto. Estaba infestado de
drogas y delincuencia. En la escuela, varios guardias de seguridad patrullaban
los pasillos. La mayoría de los alumnos venían de hogares disfuncionales.
Muchos tenían un solo padre. Algunos sólo tenían un tío o una tía. Otros ni
siquiera eso.
Desde mi primer día en el salón de clases supe lo difícil
que sería. Los estudiantes estaban distraídos y eran desafiantes. En un grupo
de inglés de último año, a mitad de mi clase una chica llamada Yvette se
levantó de su asiento, caminó a la ventana, la abrió y escupió. Después se
paseó de vuelta a su silla. Toda la clase giró y se me quedó viendo, esperando
mi reacción.
No hice caso. No hice caso porque sabía la razón por la
cual Yvette lo había hecho: para retarme, para llamar mi atención.
Mi habilidad para leer la energía de la gente me permitió
entender qué sucedía con mis alumnos. No eran chicos malos, eran chicos en
necesidad. Anhelaban atención, cuidado y amor. Estaban perdidos, confundidos y
desesperados por alguna guía, pero para protegerse actuaban de forma ruda y
grosera. Estaban acostumbrados a no ser vistos tal como eran realmente.
Podía sentir su ira y frustración, veía sus energías
bloqueadas. Sobre todo, podía leer su dolor, que colgaba sobre ellos como una
nube negra. No tenían lo necesario para ser buenos estudiantes. Necesitaban
amor.
El hecho de no reaccionar cuando Yvette escupió por la
ventana fue un momento decisivo para mí como maestra. Sabía que podía ser
contraproducente: los alumnos me podrían ver como alguien a quien podían
pisotear. Pero yo debía seguir mi instinto, y mi instinto no era enojarme. Era
lanzarme un clavado a su dolor.
Después de clase, me acerqué a Yvette para hablar con ella.
“Corazón, ¿estás bien?”, le pregunté. “¿No te estás
sintiendo bien?”
Yvette parecía estupefacta.
“Estoy bien”, dijo suavemente, y después se alejó.
Después de eso, Yvette empezó a abrirse a mí un poco más
cada día. Hablamos de su vida y la ayudé con sus estudios. La conexión entre
nosotras se volvió más profunda. Cuando estaba conmigo no necesitaba fingir y
no tenía que esforzarse para llamar mi atención, porque ya la tenía.
En ese primer encuentro con Yvette nació mi filosofía de la
enseñanza. Me encantaban los libros y amaba aprender, pero también me gustaban
los niños. Enseñar no era sólo preparar alumnos para presentar exámenes; se
trataba de establecer una conexión con ellos y ayudarlos a ver su propia luz y
alcanzar su máximo potencial. Se trataba de que supieran que importan en este
mundo.
Quería hacerles saber que también sus percepciones y su
energía importaban en el salón de clases. Si un estudiante se saltaba mi clase,
le pedía a alguien que se hiciera cargo mientras yo iba a la cafetería a buscar
al ausente. “¡Eh!”, le decía. “Ven conmigo, necesitas ir a clase. ¡Será
emocionante!” Al principio me miraban como si estuviera loca, pero después me
acompañaban a clase. No se enojaban ni se irritaban; ¡se ponían felices! Eran
felices porque le importaban a alguien.
Al final del semestre, Yvette me entregó una tarjeta. La
había hecho ella misma, y tenía pegadas estampas de corazones. Escribió: “Muchas
gracias, te voy a extrañar y te recordaré siempre”.
La nota de Yvette borró cualquier incertidumbre que todavía
tuviera acerca de no haber sido abogada.
Yo era maestra. Enseñar era mi camino.
Para entonces Sean y yo llevábamos un año juntos. Estábamos
muy enamorados. Me propuso matrimonio y yo acepté. Pero aun así me sentía
incómoda con nuestra relación. La noche que Sean y yo nos comprometimos tuve un
vívido sueño en 3D en el que el diamante del anillo de compromiso en mi dedo
estaba hecho de azúcar, y me lavaba las manos y veía cómo se disolvía bajo la
corriente de agua. Desperté sabiendo lo que significaba, pero no estaba lista
para admitirlo.
Además, teníamos horarios completamente distintos. Yo me
despertaba a las cinco de la mañana para alistarme e ir a la escuela, mientras
que muchas noches Sean llegaba hasta las cuatro de la mañana luego de tocar con
su banda. Cada vez nos veíamos menos y discutíamos más. Después de un tiempo,
una imagen se formó en mi mente. Podía verme en un bote alejándome de la costa,
alejándome de Sean. Podía empezar a remar hacia él, o bien podía continuar
alejándome.
Elegí continuar alejándome.
Me mudé de nuestro departamento-garaje, y volví a casa de
mis padres. La ruptura fue dolorosa. Yo tenía el corazón roto y me replegué en
mi interior. Cuando no estaba dando clase, leía, escribía poesía y pasaba el
rato en la librería.
Mi amiga Jill me llamó una noche y dijo: “Laura, necesitas
volver al mundo”.
Me propuso salir con ella, su novio Chris, y uno de los
amigos de Chris.
“No me interesa”, dije.
“Laura, tienes que ir”, dijo. “Sólo ven, te divertirás.”
“De verdad no, gracias”, dije. “Lo último que necesito es
que planeen una cita por mí.”
Jill era insistente. “No estamos planeando nada. Sólo vamos
a ser una bola de amigos pasando un buen rato.”
“A mí me suena como una cita a ciegas.”
“Bueno, qué te parece esto”, siguió Jill. “Le diré a Chris
que traiga dos amigos. Así no serán sólo tú y un hombre.”
Lo pensé. Siempre y cuando no estuviera en una cita a
ciegas, ¿cuál era el daño? Lo peor que podía suceder era que me la pasara
pésimo.
“Está bien”, dije. “Pero asegúrate de que lleve a dos
amigos.”
Unos días después tomé el tren a Manhattan con Jill y
Chris. Yo estaba malhumorada y arrepentida de haber aceptado la invitación.
Nos encontramos con los amigos de Chris en la sala de
espera del tren a Long Island. Uno de ellos era un sujeto bajo y extrovertido
llamado Rich, que se abalanzó sobre mí y no me dejó sola por el resto de la
noche. El otro era alto y reservado. Chris nos presentó, y cuando nos dimos la
mano algo dentro de mí cambió.
Fue brusco y repentino, como tener mis dedos debajo de una
llave con agua fría que de pronto sale caliente. No puedo decir que fue algo
romántico; ni siquiera hubo un sentimiento. Escuché una voz interior abrirse
paso entre el barullo de Penn Station, y decía: “Ábrete”.
Esas dos palabras fueron suficientes para neutralizar mis
pensamientos negativos. No tienes que hacer nada, pensé. Todo lo que tienes que
hacer es abrirte.
“Hola”, dijo. “Soy Garrett.”
No sabía nada sobre él aparte de que estudiaría derecho en
Brooklyn. La mayor parte de la noche no tuvimos oportunidad de hablar entre
nosotros, ya que Rich no se apartaba de mi lado. Alrededor de medianoche
decidimos ir a un último bar. Era un lugar diminuto, oscuro y lleno de humo,
con algunas mesas en la parte trasera. Cuando Rich fue al baño, Garrett yo nos
encontramos sentados uno al lado del otro.
“Así que”, dijo Garrett como si nada, “dime, ¿cuál es tu
historia?”
Le conté a Garrett mi historia. Mi historia completa.
Le solté todo en ese diminuto bar nublado de humo. Le hablé
de mi infancia, de mis miedos, de mi reciente ruptura. Sin giros, sin adornos,
lo dije todo. Garrett fue tan honesto como yo. Me contó lo doloroso que había
sido el divorcio de sus padres. Me dijo que su última relación había terminado
mal hacía apenas unos meses. Nos dijimos cosas que nadie en una cita casi a
ciegas soñaría compartir.
Cuando fue momento de regresar a casa, Garrett me pidió mi
número telefónico.
En nuestra primera cita oficial, en un lujoso restaurante
de mariscos en Manhattan, caí otra vez en el patrón de soltar todas las
verdades. No había artificio, no había pretensión, nada que se interpusiera en
nuestro camino. Me esforcé hasta la médula para contarle a Garrett acerca de
mis habilidades. Él se mostraba curioso, incluso hasta fascinado, pero para
nada pasmado.
No hubo un periodo de seducción real. A los cuatro meses de
conocernos ya estábamos hablando de matrimonio.
12. LA LLEGADA
SUCEDIÓ en un cálido domingo de verano, en los cielos
sobre Jones Beach en Nueva York.
Garrett trabajaba tiempo completo y estudiaba en la escuela
de derecho por la noche. Sus horarios eran una locura. Entre el trabajo, las
clases y el estudio no le quedaba mucho tiempo para estar conmigo. Un día,
cuando ya llevábamos un año juntos, yo estaba en Jones Beach con mi madre. Mi
hermano competía en el triatlón de Jones Beach, y lo acompañamos para animarlo.
Jones Beach se encuentra en una de las delgadas islas que sirven de barrera a
la costa sur de Long Island, y siempre me ha parecido un lugar espiritual y
maravilloso. Al mirar hacia el horizonte sin fin me siento conectada con el
universo.
Pero ese día sentí como si algo manchara el sol, miré hacia
arriba y vi una cortina oscura y reluciente dibujándose a lo largo del cielo.
Cuando mis ojos se adaptaron pude ver que no era negra en lo absoluto, sino de
un ámbar intenso y radiante. Y se movía, aleteaba, viva de alguna manera,
dejando pasar pequeños rayos de luz solar y esparciéndose a lo largo de la playa.
Me quedé paralizada sobre la arena, asombrada por esa rara y poderosa cosa en
el aire.
Mientras la observaba me di cuenta de que no estaba viendo
una cosa sino miles de cosas: decenas de miles de mariposas monarcas.
Presenciábamos una migración. Grandes nubes de monarcas,
sus alas de un naranja brillante con bordes negros, hacían su valiente travesía
de Canadá a México, escapando del frío invierno que las mataría. Parecían
llenar cada centímetro del cielo, algunas de ellas atreviéndose a aletear a nivel
del suelo y aterrizar sobre un brazo o un hombro antes de volver a emprender el
vuelo. Fue mágico. Sentí un amor y un afecto abrumador por las mariposas, no
sólo por haberme provocado una emoción inesperada, sino porque para mí eran una
señal. Cuando era pequeña, mi abuelo tenía una mariposa blanca y café que
siempre lo “visitaba” cuando se sentaba en el porche. Después de su muerte, una
mariposa blanca y café “visitaba” a mi familia de cuando en cuando: la
llamábamos la mariposa de Abu. Cuando crecí, decidí pedir a mis guías y seres
queridos en el Otro Lado una señal propia, para saber cuando estuvieran cerca
de mí. Escogí una mariposa monarca porque el naranja es mi color favorito. Sin
falta, antes de una gran prueba o una decisión importante aparecen mariposas
monarcas para hacerme saber que están ahí para mí y que no estoy sola.
Y ahora, de la nada, ¡estaban aquí! Me volví hacia mi madre
y la tomé del brazo.
“Esto es”, dije. “El universo me está diciendo algo. ¡Las
monarcas están celebrando! ¡Va a pasar algo milagroso!”
Miré a las monarcas tanto como pude, hasta que se alejaron
y ya sólo eran una mancha en el cielo distante. ¿Qué anunciaban?, me pregunté. ¿Qué
estaba tratando de decirme el universo?
Al día siguiente me enteré de que estaba embarazada.
En el instante en que supe de mi embarazo, todo tuvo
sentido. En ese momento sentí un amor abrumador, absoluto e incondicional por
mi hija no nacida.
El sentimiento era profundo y arraigado. Me sentí conectada
a algo mucho más grande y significativo que mi pequeña vida. Yo era parte de
algo vasto, maravilloso, milagroso. ¡Yo era el portal para que una nueva vida
viniera al mundo! Me sentí honrada y en paz. Mi hija sería criada con amor, y
crecería para ser valiente y fuerte, ¡y cambiaría el mundo! De pronto dejó de
importar que Garrett y yo a veces peleáramos. Lo hacíamos porque aún teníamos
que crecer, cambiar y mejorar. Pero estábamos destinados a crecer, cambiar y
mejorar juntos. Sería un trabajo duro, pero nos ayudaríamos uno al otro para
convertirnos en las personas —y los padres— que estábamos destinados a ser.
Éste no era sólo mi camino. Era nuestro camino.
Nos casamos en una iglesia luterana en Long Island, y nos
asentamos tranquilamente en la vida de casados. Tres semanas antes de mi fecha
de parto, empezaron las contracciones. En una sala de parto del hospital de
Huntington nació nuestra hermosa hija.
Su nombre fue Ashley.
Era muy pequeña, rosada y rechoncha, y sus pequeños ojos no
se podían abrir por la hinchazón. Mientras la sostenía no sentí que fuera la
primera vez que la veía: sentí que ya la conocía, como si siempre hubiera sido
parte de mí. Y ahora que estaba ahí, percibí que la energía de mi alma se
duplicaba. Me sentí más grande de lo que era. Mi amor incondicional por Ashley
ya me estaba transformando: estaba creciendo y graduándome hacia otro nivel.
Gracias al milagro de Ashley, mi vida nunca volvería a ser la misma.
El accidente del vuelo 800 de TWA había puesto fin a mis
lecturas psíquicas, y por casi tres años había apagado mi don. Aún leía la
energía de la gente, no podía evitarlo, pero el portal al Otro Lado estaba
cerrado.
Sin embargo, unos días antes de saber que estaba
embarazada, comencé a sentir una energía extraña. A veces sentía tanta energía
que debía ponerme los tenis y salir a correr. Parecía que habían vuelto mis
días de jugar futbol, cuando lo único que podía calmarme era correr sin parar
por horas. No sabía de dónde venía toda esta energía. Sólo hacía largas
carreras hasta que pudiera quemarla.
Pero después de descubrir que estaba embarazada, mi energía
se intensificó aún más. También comencé a recibir destellos de información
—palabras, imágenes, sonidos, escenas— tal como lo hacía durante las lecturas.
Eso continuó durante mi embarazo, pero después del nacimiento de Ashley traté
de no pensar en ello y seguí con mi vida cotidiana. No me interesaba dejar
entrar al Otro Lado de nuevo.
Pronto me di cuenta de lo que sucedía. El nacimiento de
Ashley abrió un portal de luz entre el mundo del que venía y éste. Y una vez
que ese portal fue abierto, no había manera de cerrarlo. El Otro Lado se
apresuró a cruzar. La llegada de Ashley me llenó de un enorme y poderoso amor,
y me hizo sentirme conectada con la humanidad de una manera hermosa y profunda.
Una mañana antes del trabajo le dije a Garrett: “Creo que
tengo que empezar a hacer lecturas otra vez”.
Era una recién casada que se estrenaba en la maternidad.
También había obtenido una plaza con posibilidades de permanencia en una nueva
preparatoria. Garrett trabajaba tiempo completo y estudiaba en la escuela de
derecho por la noche. ¿Por qué querría abrir la puerta al Otro Lado de nuevo y
permitir que eso entrara a nuestras ocupadas vidas? No tenía alternativa.
“Podrías comprometer tu trabajo como maestra”, dijo
Garrett.
“Entonces lo haré de forma anónima”, respondí. No podía
detener el flujo de información que recibía. No podía ignorar el llamado.
Esta vez puse un anuncio en eBay. Sólo usé mi segundo
nombre, Lynne, y me hice llamar clarividente. Puse cinco dólares como puja
inicial para una lectura. No sabía si alguien caería, pero en un solo día
varias personas pujaron. El precio final fue de 75 dólares. Vino de un oficial
de policía de mediana edad en Arizona. Acordamos un horario para hablar.
El día de la lectura sentí una ansiedad familiar. No estaba
segura de si alguien o algo se presentaría.
Llamé al oficial de policía a la hora acordada, y enseguida
dos figuras aparecieron: su madre y su padre. Estaban ahí para calmar y
consolar a su hijo. Le dijeron que estaban bien, en paz y que se sentían
orgullosos de él. Su madre habló de todo lo que él había hecho por ella antes
de que cruzara. Su padre indicó que él había cruzado debido a un paro cardiaco
y no había podido despedirse. Le dijeron que soltara su culpa por las cosas que
no había podido decir. Cuando terminó la lectura, la voz del policía cambió.
Sonaba aliviado, incluso feliz. Comprendí que la lectura fue un evento de
sanación profunda para él. Cuando colgó, yo estaba exhausta y alegre.
Ashley no sólo había abierto una puerta; la había hecho
estallar.
Yo era consciente de que Garrett no estaba muy cómodo con
lo que yo hacía. Siempre ha estado abierto a mi don y me ha apoyado, pero
cuando vio que esas lecturas serían una parte importante de mi vida, se
preocupó.
“¿Cómo sabes que no estás conectando con el lado oscuro?”,
preguntó. “¿Cómo sabes que no te estás comunicando con el diablo?”
Eran preguntas válidas, y mi única respuesta era que sólo
lo sabía. Sabía porque todo lo que aparecía en mis lecturas era hermoso y
basado en el amor. Aun así, hasta ese punto no había realizado tantas. Sentí
que eran correctas y que estaban bien, pero ¿y si no lo eran? ¿Qué era lo que
estaba dejando entrar a mi hogar y a mi familia?
No tenía buenas respuestas.
Entonces, un día le realicé una lectura a una mujer de mi
edad y que, como yo, tenía una hija. A excepción de que su hija, Hailey, había
muerto a los tres años.
En la lectura sentí una tristeza demoledora, y supe que
esta madre estaba atrapada debajo de ella. Había capas y capas de culpa porque
sentía que le había fallado a Hailey al no salvarla. Se había enclaustrado,
apenas dejaba la casa, ignoraba las festividades, evitaba a los amigos, sufría
cada hora de cada día. Su vida, su corazón y su alma estaban terriblemente
rotos. Yo estaba hablando con alguien que ya no sabía cómo vivir.
Al inicio de la lectura apareció una figura diminuta. Supe
que era una niña. Ella me dijo todo sobre su madre: que se culpaba por haberle
fallado a su hija, que se había congelado en el duelo. Después puso la mano
sobre su estómago y supe lo que trataba de comunicar.
“Está apareciendo”, le dije a la madre. “Dice que murió por
un padecimiento del hígado. No hay nada que hubieras podido hacer para
evitarlo. Dice que no estaba destinada a permanecer con nosotros por mucho
tiempo. Estaba destinada a venir y sentir amor incondicional, pero no debía
permanecer. Dice que no debes confundir la tristeza con la culpa. Debes soltar
la culpa. Sientes que le fallaste como madre porque no pudiste salvarla, pero
ése no era tu papel. Tu papel era amarla.”
Hubo un largo silencio al otro lado del teléfono,
interrumpido por pequeños y débiles sollozos. Que la valiente y hermosa hija de
esta mujer apareciera y trajera consuelo —que estuviera tan decidida a ayudar a
su madre a sanar— era realmente emotivo, no sólo para su madre sino también
para mí.
Unos días después, recibí por correo un paquete de la
madre. Escribió que nuestra lectura había disipado su nube de desdicha y le
había permitido respirar de nuevo. Saber que su hija aún estaba con ella lo
cambió todo. Por primera vez en mucho tiempo, había salido de su casa y visto a
sus amigas. Su hija le salvó la vida.
Junto con la carta había algo empacado con cuidado,
envuelto en papel burbuja. Era una pequeña figura de cerámica: un pequeño
ángel. La madre me explicó que lo había comprado antes de que su hija se
enfermara porque se parecía a su pequeña niña. Después de la muerte de su hija,
el ángel de cerámica fue la posesión más preciada de esta mujer, su única
conexión, pensaba, con la hermosa alma que la muerte arrancó de su lado.
Pero ahora, escribió, quería que yo lo tuviera. Aún lo
adoraba, pero decía que ya no lo necesitaba tanto.
Le mostré la carta y el ángel a Garrett. Él la leyó y salió
a dar una vuelta. Poco después volvió y se sentó junto a mí en la sala, con el
pequeño ángel en la mano.
“Tu lectura le cambió la vida”, dijo Garrett. “Estaba
paralizada por el dolor. Se encontraba atrapada en su casa y no quería vivir, y
después de hablar contigo se dio cuenta de que deseaba vivir otra vez. Todo en
esta carta es puro, positivo y hermoso. Todo es sobre sanar. Lo que estás
haciendo es sanación.”
La convicción de Garrett me fortaleció. Después de una vida
de batallar con mi don, supe que ahora debía aceptarlo. No sé si hubiera podido
llegar a ese lugar sin Garrett. Al final, llegamos juntos.
13. LA PANTALLA
CUANDO comencé a hacer lecturas, mientras vivía con
Sean, en realidad no entendía lo que era una lectura. Sabía que podía acceder y
leer la energía de una persona, y que esto me daba fragmentos de información
acerca de su camino y su propósito en la vida. Con el tiempo caí en cuenta de que
también podía conectar con las personas que habían cruzado al Otro Lado. Podía
ser una “intermediaria” entre la gente en la Tierra y aquellos que habían
cruzado. Aprendí que mi responsabilidad era interpretar todo lo que apareciera,
ser una especie de traductora. Al principio fue difícil, como aprender otro
idioma, pero con el tiempo fui mejorando. Empecé a comprender lo que
significaban ciertos símbolos. Era como jugar un juego psíquico de mímica, y
volverme buena en ello.
Aun así, nunca desarrollé un protocolo para mis lecturas
que me permitiera cambiar de un don al otro y de regreso sin que todo se
confundiera. Pero después de que Ashley nació y la información del Otro Lado
comenzó a aparecer con más claridad y fuerza, tuve que encontrar una manera más
organizada de comunicarme con el Otro Lado. En poco tiempo, desarrollé un
método de lectura: tal como había hecho con la enseñanza y el manejo de un
salón de clases, ideé un sistema que me ayudó a conectar con gente muerta de
una forma mucho más eficiente.
Primero, aprendí que estoy más cómoda haciendo lecturas por
teléfono porque me puedo concentrar por completo. Eso no significa que no puedo
leer con eficacia en un encuentro cara a cara, o frente a grupos amplios; es
sólo que leer por el teléfono me permite desaparecer, por así decirlo, y
convertirme en un instrumento.
Para empezar voy a mi habitación, cierro la puerta y bajo
bastante las luces. Me siento en una posición de yoga y me quito los
calcetines. Puede sonar tonto, pero cuando las plantas de mis pies descalzos se
tocan siento que crean un círculo en el que la energía fluye por mi cuerpo sin
interrupciones.
Cierro los ojos y me concentro en mi respiración. Cuando me
siento lista, me coloco la diadema inalámbrica y contacto a la persona que vaya
a leer: el sedente. Después vuelvo a cerrar los ojos y permanecen así durante
toda la lectura: los abro sólo cuando siento retroceder la energía del Otro
Lado y a mi propia energía volver.
Cuando el sedente está al teléfono, digo un par de palabras
acerca de lo que voy a hacer y el papel que tendrá el sedente en la lectura.
Explico que cuando leo, pienso en ello como un triángulo de luz: mi energía se
conecta a la del sedente y ésta a la de su ser querido del Otro Lado. También
le pido que guarde sus preguntas hasta el final de la lectura, porque espero
que el Otro Lado responda a lo largo de la lectura aquello que el sedente
quiere saber. Explico que una lectura es un juego psíquico de mímica: palabras,
números, nombres, fechas, símbolos, imágenes, todo tipo de cosas aparecen. Mi
trabajo es interpretar la información y transmitirla. Le comento al sedente que
si digo algo que no parece tener sentido, no debe tratar de hacerlo encajar
sino decirme que no le evoca nada.
Por ejemplo, el Otro Lado puede mostrarme una manzana
gigante para indicar que el sedente es maestro. Pero yo puedo tergiversarlo y
decir: “¿Te gusta hornear tartas de manzana?” Si el sedente me dice que eso no
tiene sentido, daré un paso atrás e intentaré reinterpretar la imagen. Pero si
quiere ser educado e intenta hacerlo encajar, no daré con el mensaje. También
le digo que no importa si yo no entiendo el mensaje que le estoy entregando
mientras él o ella sí lo comprenda. Esto sucede bastante seguido. Su ser
querido transmitirá un mensaje y el sedente entenderá perfecto lo que
significa, pero no tendrá sentido para mí. Después, al final de la lectura o en
un correo, el sedente puede decirme lo que significaba el mensaje, y por lo
general es algo muy específico o un chiste privado. Siempre me impresiona cómo
el Otro Lado logra transmitir mensajes tan íntimos a través de mí sin que yo
sea consciente de su significado.
Durante la lectura, cuando estoy conectada por completo,
emerge un campo de visión. Un campo rectangular vacío aparece en mi mente, un
área que llamo mi pantalla. No es coincidencia que mi pantalla se parezca mucho
al pizarrón de un maestro. Le di forma y lo organicé para que me ayude a
comunicarme con el Otro Lado. Fotografías, símbolos, imágenes e incluso breves
cortes de video aparecen en mi pantalla.
También, con la práctica, fui capaz de dividir mi pantalla
en dos. Del lado izquierdo sucede la actividad psíquica. Aquí es donde siempre
empiezo una lectura porque me ayuda a alinear y conectar mi energía con la del
sedente: es donde veo su aura central, el mapa en colores del camino de su
alma. Por ejemplo, si el color de una persona es naranja, sé que está marcada
como artista y que su camino involucra crear arte y colmarse con arte. El azul
indica un alma avanzada que es profundamente intuitiva y está aquí como sanador
o maestro.
A menudo veo más de un color en el aura central de un
sedente. También puedo ver una segunda aura separada, más inmediata, que
compete a su camino actual. Esta segunda aura aparece en una línea y me da una
imagen rápida de la energía de la que proviene el sedente y aquella en la que
se encuentra en la actualidad. También me ofrece un mapa de lo que le depara el
futuro. Por ejemplo, si veo el color amarillo a la izquierda de mi pantalla,
seguido de verde a la mitad y naranja a la derecha, significa que la persona ha
salido de un periodo de enfermedad, depresión y baja energía, se encuentra en
una etapa de cambio y crecimiento, y está a punto de entrar en un periodo
fructífero y de alta creatividad.
El lado izquierdo de la pantalla es también donde aparecen
los espíritus guías del sedente en forma de puntos de luz. Los espíritus guías
son seres espirituales evolucionados que actúan como mentores y nos ayudan
guiándonos por nuestro camino en este plano. Todos los tenemos, por lo general
en equipos de dos o tres.
El lado izquierdo también me muestra una línea de tiempo
horizontal de la vida del sedente. Estas líneas se ven como líneas históricas
de tiempo, con pequeñas marcas verticales en ciertas edades para señalar acontecimientos
significativos en su senda de vida, tanto en el pasado como en el futuro.
Me mantengo en el lado izquierdo de la pantalla —leyendo
auras, evaluando energías, examinando líneas de tiempo— hasta que veo y siento
a alguien “empujando” del lado derecho de mi pantalla. La mitad derecha de la
pantalla después se divide en niveles: superior, medio e inferior, y en ellos
observo pequeños pero vibrantes puntos de luz. Estas luces son la energía de
nuestros visitantes del Otro Lado. Reservo la parte superior derecha de la
pantalla para los seres amados del lado materno, y la parte inferior derecha
para los del lado paterno. Amigos, primos y compañeros suelen aparecer más
cerca de la mitad de la pantalla.
Una vez que los puntos de luz aparecen, suelen mostrarme
letras, palabras, nombres e imágenes. Arranco las pistas, determino de dónde
vienen, las interpreto lo mejor que pueda y se las transmito al sedente.
También puedo “escuchar” cosas de los visitantes —lo que se denomina
clariaudiencia— pero esta escucha no está fuera de mi cuerpo sino dentro, de la
misma manera en que se “escucha” un pensamiento.
Sumado a mi pantalla, el Otro Lado también utiliza mi
cuerpo para comunicar información. Esto se llama clarisentencia. Durante una
lectura puedo sentir cosas de verdad como presión, congestión y dolor. Puedo
sentir opresión en el pecho, como si alguien se sentara sobre mí, o que me
falta el aliento, una repentina sacudida en el pecho o ardor. Puedo oler humo,
sentir calor o experimentar docenas de sensaciones, todas las cuales decodifico
para que correspondan con situaciones específicas. Puedo decir qué sensación va
a usar el Otro Lado para comunicar un paro cardiaco (la sacudida repentina) y
cuál va a comunicar una falla cardiaca a largo plazo (la sensación de que mis
pulmones se llenan de fluido).
Estas sensaciones son parte del vocabulario de la lectura.
Tal vez es que soy maestra, pero este sistema de comunicación me ayuda a que
mis lecturas sean pulcras y eficaces; sin ello estaría a merced de almas que
pueden ser tan indomables como los chicos de preparatoria un viernes por la
tarde. E incluso con mi sistema de organización en su sitio, ¡a veces todavía
lo son! Le digo a los sedentes que cada lectura es distinta, porque los amigos
y parientes que cada quien tiene del Otro Lado son diferentes. Durante algunas
lecturas, seres queridos del Otro Lado aparecen uno a la vez, comparten lo que
quieren decir, y dejan espacio para el siguiente. En otros momentos es todos
contra todos, donde se interrumpen y sus palabras se enciman a las del otro.
Sin importar cómo aparezcan, siempre parecen felices por tener mi atención y la
del sedente.
Si te preguntas cómo es que aquellos del Otro Lado saben
usar mi pantalla o mi cuerpo, o incluso cómo me encuentran, mi respuesta es:
tan sólo lo saben. Estamos atados por hilos de luz a todos a quienes hemos
amado. Esos hilos nunca pueden romperse. Piensa en ellos como un sedal de amor:
si jalas de un lado, el otro siente el tirón. Y aquellos en el Otro Lado están
siempre en busca de aperturas entre los dos mundos. Pueden encontrar el portal
que necesitan.
Lo más importante que necesita saber un sedente es que no
necesita de un médium psíquico para comunicarse con los seres queridos que han
fallecido. Si abrimos nuestras mentes y corazones, empezaremos a ver los signos
y mensajes que nos envían para sentir su presencia en nuestra vida cotidiana.
14. AMAR Y PERDONAR
UNA vez que establecí mi sistema de comunicación con
el Otro Lado, mis lecturas se volvieron más claras y poderosas. Una de ellas
fue con una mujer de mediana edad llamada Joann: supo de mí por un amigo y me
contactó para una lectura. Nunca había estado en una.
Cuando estábamos al teléfono, el padre de Joann apareció de
inmediato. Me dijo que había cruzado hacía treinta años. Se suicidó. Se
disculpó con Joann y explicó que no había estado lúcido cuando lo hizo. Joann
me dijo que sabía que era verdad, y que lo había entendido y perdonado años
atrás.
Después su padre me mostró una pequeña criatura, una
gatita. La gatita estaba con él, a sus pies. El padre de Joann me dijo que era
importante que su hija supiera esto.
“Joann, esto puede sonar extraño”, dije, “pero tu papá me
está mostrando una gatita que está ahí con él, y dice que es muy importante que
sepas que la gatita está bien”.
Joann estaba en silencio. Pasó un tiempo antes de que
hablara.
“Sé a la perfección de lo que está hablando”, dijo. “Nunca
le he dicho esto a nadie, pero te lo diré a ti.”
Cuando Joann era una niña pequeña, escuchó decir a alguien
que los gatos siempre caen de pie. Ella quería ver con sus propios ojos si era
cierto, así que tomó a la gatita de la familia, una cosa diminuta llamada
Peluda, la cargó afuera de una ventana abierta de su departamento en el quinto
piso y la soltó. La gatita cayó sobre la acera y murió.
Los siguientes cincuenta años, Joann albergó una profunda e
hiriente culpa por lo que había hecho. Nunca logró sacudirse la idea de que, en
lo profundo, era una persona horrible. Nunca se perdonó por matar a la gatita,
y debido a eso su vida era más difícil y oscura de lo que debería.
Ahora, en la lectura, su padre aparecía y le decía: Suéltalo.
Déjalo en paz. La culpa que cargas no te pertenece. Perdónate y suéltalo.
El intercambio entre Joann y su padre fue muy conmovedor
para ella, y también para mí. Después de la lectura, Joann inició el proceso de
soltar la culpa. Pasó menos tiempo estancada en los errores. Con el tiempo
cambió su apreciación fundamental sobre sí misma de ser una persona terrible y
sin sentimientos, a la de ser alguien buena, amorosa y amable. Aceptó el camino
de luz y se convirtió en una versión más clara de sí misma, una versión
mejorada.
Nuestra capacidad de amar y perdonar —de aceptar las fallas
en los demás y en nosotros mismos— es nuestra fortaleza más grande. El Otro
Lado me mostró eso en la lectura de Joann. Es un aprendizaje crucial para todos
nosotros, porque el amor y el perdón son constantes. Siempre habrá alguien en
nuestras vidas que necesite perdón. Y a veces esa persona serás tú.
Sí, podemos vivir nuestra vida sin perdón, y solemos
hacerlo. Decimos: “Nunca le perdonaré por lo que hizo”, y alimentamos un
reclamo por años, incluso décadas, a veces incluso cuando la persona ya se ha
ido. A veces la incapacidad de perdonar nos sigue cuando cruzamos al Otro Lado,
hasta que nos damos cuenta de que nuestras relaciones continúan después de esta
vida y que la necesidad de perdón nunca se va. Si no aprendemos esta lección,
nos apartamos de la posibilidad de seguir el camino verdadero de luz y de
convertirnos en nuestro mejor y más auténtico ser.
Pero la noticia más maravillosa es que nunca es demasiado
tarde para perdonar. Y nunca es demasiado tarde para pedir perdón.
La lectura de Joann me mostró que todo lo que hace el Otro
Lado está hecho con amor. El amor es la moneda de cambio en el Otro Lado. Y si
no pedimos perdón, aquellos en el Otro Lado encontrarán una manera para
perdonarnos de todas formas, tal como lo hizo el padre de Joann.
No necesitamos una lectura con una médium para recibir
perdón del Otro Lado. Lo único que debes hacer es pedirlo. Puedes contactar a
tus seres queridos al proyectar tus pensamientos hacia ellos. Cuando proyectas
perdón al Otro Lado, tus seres queridos siempre reciben el mensaje. Todo lo que
requieres para perdonar a los seres queridos que has perdido es otorgar ese
perdón, y todo lo que necesitamos para ser perdonados es pedirlo. El perdón, ya
sea que lo necesitemos o lo otorguemos, es un don maravilloso.
Atestigüé cómo el perdón cambió la vida de Joann. El perdón
la sanó.
Otra de mis primeras lecturas también me enseñó bastante
acerca del poder del perdón. Barb, una mujer de cincuenta años, también escuchó
sobre mí por una amiga. Me llamó desde su cocina en Pennsylvania y durante la
lectura pude escuchar que repetía a su esposo, Tony, quien estaba a su lado,
algo de lo que yo le decía.
“Él no cree en nada de esto”, me dijo Barb. “Piensa que
cuando mueres eso es todo: te entierran y se acabó. Pero de cualquier manera
quiero que hables con él.” Antes de que yo pudiera decir nada, le pasó el
teléfono a Tony.
Oh, no, pensé. ¿Cómo va a acabar esto? ¿El Otro Lado
aparecerá para un escéptico? Tony me saludó de mala gana; era su manera de
hacerme saber que no creía nada de esto. Respiré profundo, esperando a que
alguien apareciera para él, y eso sucedió: apareció su padre.
Me dijo que su nombre era Robert y que tenía un mensaje
urgente para su hijo.
“Tu padre está aquí y quiere decirte algo muy importante”,
le dije a Tony. “Y es muy importante que yo lo entienda y te lo diga de la
manera correcta. Tu padre quiere que te diga que lamenta mucho lo del
cinturón.”
Del otro lado de la línea, Tony no dijo nada. Continué.
“Tu padre quiere que sepas que cuando cruzó al Otro Lado
revisó su vida, entendió lo que estabas haciendo y se arrepiente de lo que hizo
con el cinturón”, dije. “Te pide perdón. Quiere que lo perdones.”
Escuché que Tony empezaba a llorar en silencio.
Su padre me mostró más. Me enseñó un suceso, en la forma
que llamo un “fragmento de película” en mi mente. Vi al joven Tony sentado en
su cama, con la puerta de su cuarto cerrada. Lo vi sosteniendo un cinturón, y
supe que el cinturón significaba mucho para él. Le narré estas imágenes a Tony,
quien recuperó la compostura y me contó la historia, la cual nunca había
compartido con nadie.
Una fría noche de diciembre, cuando Tony tenía siete años,
fue a una reunión de los Boy Scouts; allí le dieron un kit para hacer su propio
cinturón de cuero. Estaba emocionado porque tuvo la gran idea de hacerle un
cinturón a su papá para Navidad.
Durante la reunión trabajó mucho en el cinturón, tallando
diseños, haciéndole agujeros y fijando la hebilla. Después lo llevó a casa,
escondido en el bolsillo de su abrigo para poder terminarlo. Fue directo a su
cuarto y continuó trabajando. En su emoción, Tony olvidó sacar la basura, lo
que era su obligación por las noches.
No era la primera vez que Tony olvidaba hacerlo. Su padre
solía enojarse mucho, pero esa noche en particular el hombre estalló, subió al
cuarto de Tony y empujó la puerta, iracundo.
Ahí vio el cinturón. Lo tomó y azotó a su hijo con él. La
golpiza fue breve, duró unos pocos segundos, pero dañó algo sagrado entre Tony
y su papá.
“Nunca le di el cinturón”, dijo Tony. “Ni siquiera le dije
sobre él. Nunca le dije a nadie. Pero me ha puesto triste todos estos años.
Siempre sentí que lo había decepcionado de alguna manera.”
El padre de Tony apareció otra vez.
“¡No!”, le dije a Tony. “Tu padre dice que te diga que fue
él quien te falló. Dice que no entendió la situación entonces, pero ahora sí. Y
está muy arrepentido. Está pidiendo que lo perdones. Quiere que sepas lo mucho
que te ama y que siempre has sido un excelente hijo.”
Yo me esforzaba por contener las lágrimas, pero no por esta
triste historia. Acababa de ver que una luz hermosa pasaba entre Tony y su
papá. Tony había cargado con ese dolor durante toda su vida y ahora podía
sentir cómo lo dejaba ir. Presenciaba una gran sanación entre un padre y un
hijo, después de la muerte del padre.
“¡Está bien, papá!”, dijo, su voz temblando con gran
emoción. “¡Está bien! Por favor dile a mi padre que está bien.”
“No me necesitas a mí para decírselo”, dije. “Puedes hacerlo
tú mismo. Está contigo todo el tiempo. Está ahí siempre. Sólo di lo que
necesitas decir. Él puede escucharte.”
Tony le devolvió el teléfono a su esposa. Aún podía
escucharlo en el fondo, diciendo una y otra vez: “Está bien, papá. “Está bien,
está bien, está bien.”
A partir de esa lectura comprendí que los hilos de luz que
nos unen a quienes amamos nunca pueden romperse, ni siquiera cuando cruzamos al
Otro Lado. No pierden su fuerza; de hecho pueden fortalecerse. En mis lecturas
con Tony y Joann observé que sus relaciones crecieron incluso después de la
muerte. El padre de Tony entendió cosas de una manera en la que no había sido
capaz cuando estaba en la Tierra. Vi que nuestros pensamientos y acciones les
importan mucho a los del Otro Lado, y que podemos ayudarlos a seguir creciendo
con nuestro amor y comprensión. Está en nuestro poder sanar a quienes amamos.
15. LO QUE TE PERTENECE
CON cada lectura aprendía más. Aunque muchas personas
acudían a mí en momentos decisivos, inseguras de qué camino tomar, comprendí
que mi papel no era dar consejos. El Otro Lado envía signos y señales que nos
ayudan a tomar las decisiones correctas por nuestra cuenta.
Cuando conocí a Mary Steffey supe que era un alma especial.
Era una madre adoptiva que había cuidado a niños en situación de desventaja. Ya
antes le había hecho una lectura, pero de nuevo acudió a mí porque debía tomar
una gran decisión: adoptar o no a una niña pequeña llamada Aly, a quien había
acogido. Apenas comenzó la lectura, Mary fue directo al grano.
“¿Dañaré a mi hija Mariah si adopto a Aly?”, preguntó.
No recibí una respuesta clara. En lugar de eso, vi el aura
de Mary. Era morada, lo que me indicó que era un alma avanzada que venía a esta
vida para ayudar a otras almas en sus caminos. Pero cerniéndose alrededor del
radiante morado del aura de Mary, había una capa de oscuridad.
“La oscuridad significa que te sientes atrapada”, le dije a
Mary. “Está cubriendo tu energía. No significa que vayas a tener una mala vida.
Sólo significa que tu vida no será fácil.”
Después el asunto de Amy se enfocó con mayor claridad.
“El Otro Lado está empujando a Aly lejos de su familia
biológica”, dije. “Aly ya escapó de una puerta a la muerte, una puerta abierta
por abandono. Ahora, hacia delante, veo un tejido de posibilidades. Veo muchas
puertas distintas, diferentes resultados. Hay más de un resultado posible. Y
hay más de una familia que puede tomar a Aly.”
Debido a la lectura anterior yo sabía algunos detalles de
la vida de Mary. Su sueño de toda la vida era ser madre. Se volvió trabajadora
social para estar cerca de los niños, en particular niños problemáticos. Se
casó y quedó embarazada; su esposo, Tandy, es perforador de pozos y también
hace labor ambiental. Pero a los cuatro meses de embarazo, perdió al bebé. Lo
intentó otra vez pero de nuevo lo perdió. Durante otro embarazo, una noche
despertó con dolor y tuvo que correr al hospital.
“Tienes suerte”, le dijo el doctor. “Unos minutos más y no
lo habrías logrado.” Pero Mary no se sentía con suerte.
En total, soportó seis embarazos fallidos.
Con el corazón apesadumbrado se dio por vencida en su sueño
de ser madre, incluso como madre adoptiva. Sin un bebé propio, no creía tener
la suficiente fuerza para acoger a un niño que quizá sería devuelto a su
familia biológica. Sería demasiado duro. En lugar de ello, Mary fundó una
perrera y se rodeó de perros. Reorganizó sus prioridades. Olvidó su sueño.
Entonces, un día despertó sintiéndose mal. Al instante supo
que estaba embarazada de nuevo. El embarazo fue difícil, todo salió mal. Tuvo
toxemia, presión arterial alta y fue hospitalizada dos veces. Durante cuatro
largos meses, Mary guardó reposo en cama. Pero mantuvo la esperanza. Incluso
escogió un nombre para su bebé: Mariah, en memoria de Mimi, tía de Mary.
“Cuando había una tormenta Mimi solía decir: ‘Cuando el viento sopla fuerte,
Mariah está en la puerta’. Ése era el nombre que quería para mi hija.”
Una semana después de cumplir treinta y nueve años y con la
bebé aún sin llegar a término, Mary comenzó con el trabajo de parto. Tan pronto
nació, una enfermera se la llevó. Mary esperó las noticias sobre la condición
de su hija. ¿Estaba fuerte y sana? ¿Pesaba al menos dos kilos y medio? Pronto,
una enfermera regresó con las noticias. Mariah no pesaba dos kilos y medio, ni
siquiera tres.
Mariah pesó casi cinco kilos y estaba fuerte.
El milagro del nacimiento de Mariah le dio fuerza a Mary
para revivir su otro sueño: convertirse en madre adoptiva.
“¿Pero qué hay de Mariah?”, me preguntó Mary durante la
lectura. “¿Adoptar a Aly le hará daño?”
“Todo sucede por una razón”, dije. “Aly cambiará a Mariah
de muchas maneras. No de manera negativa, sin embargo será difícil. Pero eso no
significa que será algo malo. Sólo será arduo. Aly siempre le planteará
desafíos a Mariah, pero puedo ver que Mariah tiene un espíritu espléndido. Y no
importa qué suceda, el espíritu de Mariah cantará. Siempre cantará.”
Mary comenzó su carrera como madre adoptiva proporcionando
cuidados eventuales, acogiendo niños en su casa campestre en Pennsylvania por
periodos cortos para darles un descanso a padres adoptivos fijos. Mary nunca
acogió bebés y niños pequeños, porque eran más fáciles de colocar. Mary acogía
adolescentes. Los adolescentes solían ser retraídos y estar enojados, o eran
ariscos y resultaba imposible lidiar con ellos. Sin importar qué tan enojados
estuvieran, Mary era capaz de ver a través del enojo y reconocer las heridas.
Podía ver las partes buenas y vulnerables en ellos.
“Los adolescentes no saben dónde pertenecen, dónde
encajan”, me dijo. “Estos chicos en particular, los que no tienen familias
propias, los que fueron rechazados o abandonados o alejados. A veces actúan
como si fueran malos, pero en realidad no lo son. Sólo actúan para sentirse más
grandes.”
Un día Mary recibió una llamada de una trabajadora social
de Servicios de Protección a la Infancia.
“Tenemos una niña y esperamos que puedas acogerla”, dijo la
trabajadora social. “Sólo necesitamos dos semanas mientras encontramos una
solución permanente para ella.”
“¿Dónde está ahora?”, preguntó Mary.
“Aquí, en una oficina. Está encerrada dentro.”
“¿Encerrada? ¿Por qué?”
“Porque mordió a todos.”
La niña tenía tres años y se llamaba Aly. Había sido
víctima de un abuso terrible. Cuando su familia se desintegró por violencia
doméstica, Aly y su madre vivieron en la calle por varios meses. Se quedaban en
refugios, pero nunca por mucho tiempo porque el comportamiento agresivo de Aly
siempre provocaba que las echaran. Mordía, golpeaba y rasguñaba, y en una
ocasión persiguió a una maestra por el salón de clases gruñendo como animal.
También tenía un trastorno que la orillaba a comer todo lo
que llegara a sus manos; uñas, plumas, crayones, incluso basura. También se
sabía que agarraba partes inapropiadas de los adultos. Tenía casi cuatro años
pero todavía no hablaba, no decía una sola palabra. Los trabajadores sociales
la equiparaban con una niña criada en el bosque. Página tras página, la pila de
archivos sobre su caso se refería a ella como “silvestre”.
“Mary, tengo que decírtelo”, le advirtió la trabajadora
social, “Aly es uno de los peores casos que he visto.”
No era un buen momento para que Mary acogiera a otra niña
en su casa. Recientemente se había caído, fracturándose el tobillo. También
estaba muy ocupada con Mariah, que tenía siete años y acababa de ser
diagnosticada con trastorno de déficit de atención y una condición llamada
trastorno de procesamiento sensorial. Todo tipo de estimulación sensorial —como
luces brillantes, sonidos fuertes, una costura inusual en su calcetín— podían
perturbar a Mariah, hacer que fuera de un lado al otro de la casa y se
obsesionara. Sumar a ello una niña difícil como Aly no parecía justo para
Mariah, para el esposo de Mary o incluso para ella misma. Mary tenía todas las
excusas en el mundo para negarse.
Pero aceptó.
Mary me platicó de la primera vez que puso los ojos en Aly.
Estaba con Mariah en el porche delantero y vio una Jeep Cherokee azul
estacionarse frente a la casa. Una de las puertas traseras se abrió y salió un
trabajador social, cargando a una niña con cabello rubio revuelto y ondulado.
La pequeña llevaba unos tenis raídos que claramente eran demasiado pequeños
para ella, una camiseta blanca que le quedaba muy grande y unos shorts hechos
jirones. Parecía dormida, pero era más probable que estuviera sedada.
El trabajador social cargó a Aly hasta el porche y la
recostó sobre una silla de mimbre. Mary preguntó si tenía más ropa.
“No, esto es todo”, respondió el trabajador social.
Aly abrió los ojos despacio. Su expresión estaba en blanco.
“Parece una víctima de guerra”, susurró Mariah.
Mary observó a los trabajadores sociales irse. Ahora Aly
era su problema. Se armó de valor y dio un paso hacia la niña. Aly miró hacia
arriba con sus ojos vacíos y aturdidos.
“Hola, Aly”, dijo Mary. “Ésta es mi hija, Mariah.”
Mariah la saludó con la mano. Aly no reaccionó. Después
Mary dijo: “Y yo soy...”
Pero antes de que pudiera terminar, incluso antes de decir
su nombre, Aly hizo algo extraño. Levantó la mano derecha, colocó el dedo
índice sobre su sien y apuntó directo a Mary.
Después, Aly dijo: “Mamá”.
Nada en la vida de Mary la preparó para Aly, para lo
salvaje, iracunda, perturbadora y silenciosa —siempre en un silencio
inquietante— que podía ser.
La primera vez que Mary llevó a Aly a dar un paseo en
coche, Aly golpeó en la cara a Mariah con la hebilla metálica del cinturón de
seguridad. Unos días después le pegó con el teléfono inalámbrico. La imagen de
Mariah con un ojo morado y la nariz hinchada hicieron llorar a Mary. Otro día
Mary descubrió a Aly comiéndose la mugre de las suelas de sus zapatos. Durante
la cena Aly cogía la comida con las manos y se la atiborraba en la boca. Cuando
Mary dejaba a Aly en la guardería, escuchaba a los otros niños decir: “Ay, no,
ahí viene Aly”. Eso le rompió el corazón.
“¿Cuándo vendrá su madre a recogerla?”, preguntó Mariah.
“Por favor, mamá, regrésala a su casa. Es mala.”
Devolver a Aly a los Servicios para la Infancia hubiera
sido la salida fácil, incluso inteligente. Sin embargo, Mary decidió quedarse
con ella después de las dos semanas iniciales. En poco tiempo, los trabajadores
sociales comenzaron a presionarla para que adoptara a Aly; no encontraban una
familia dispuesta a acogerla. Pero, ¿y Mariah? ¿Podía Mary ayudar a Aly sin
lastimar a su propia hija? No parecía posible. Durante semanas a Mary le
angustió tomar la decisión.
Por último, una trabajadora social le dijo a Mary que debía
decidirse.
“Necesitamos encontrar una casa para Aly de inmediato”, le
dijo.
“Necesito más tiempo”, respondió Mary.
“No tenemos más tiempo. Debemos colocarla ahora.”
“Está bien, hagan lo que tengan que hacer”, dijo Mary,
conteniendo las lágrimas. “Entréguenla a otra familia.”
Al día siguiente, una pareja de unos cuarenta años
visitaron la casa de Mary para pasar el día con Aly. Mary sabía que al darle a
esta pareja la oportunidad de adoptar a Aly, ella podía perderla. Desde que la
había llamado mamá, Mary se sentía cercana a la niña. Más que eso, se sentía
responsable por su bienestar. Pero debía pensar en Mariah.
Mary observó cuando la pareja subió a Aly al auto y se
marcharon. Después fue a su cuarto, cerró las cortinas, se recostó sobre la
cama y lloró.
Unas horas después, Mary escuchó al auto detenerse. Observó
desde el porche que la mujer bajaba cargando a Aly. Aly pataleaba y se sacudía
tratando de escapar de sus brazos. Mary se dio cuenta de lo que ocurría: Aly
luchaba por regresar a su lado.
Mary bajó los escalones del porche y Aly se abalanzó a sus
brazos. En ese momento, un pensamiento claro y poderoso se formó en la mente de
Mary: Esta niña me pertenece.
“La pasamos bien”, dijo la mujer. “Fuimos a una alberca y
nadamos. Aly se divirtió.”
Pero Mary apenas escuchaba. Sabía lo que debía hacer. Aly
se abrazó a sus piernas. Pero saberlo no facilitaba la decisión.
“Mamá, ¿por qué queremos quedarnos con Aly?”, preguntó
Mariah. “Tú, yo y papá somos un gran triángulo.”
“Sí”, respondió Mary, “pero podríamos ser un gran diamante.”
Mary nunca se había sentido tan segura —y tan insegura al
mismo tiempo— acerca de una decisión en su vida. Fue entonces cuando me llamó.
“El Otro Lado no puede aconsejarte sobre Aly”, le dije a
Mary durante la lectura, “porque esa decisión es una prueba para tu alma. Te
corresponde a ti. Tiene con ver con descubrir tu verdadero camino y tu
propósito en la vida. Lo que pase tú lo decidirás.”
Sabía que esto no era lo que Mary quería escuchar; que ella
buscaba una orientación específica.
Durante la lectura, y antes de que Mary me lo dijera, el
Otro Lado me había mostrado que había otra familia dispuesta a acoger a Aly.
“No tienen hijos propios, y están dispuestos a adoptarla”,
le dije a Mary. “Allí hay una conexión. Veo que les diste una oportunidad. Decidiste
dejar ir a Aly y fue doloroso porque es una de las posibilidades que se
hilvanan. Aly podría quedar en cualquier otra parte. Hay muchas salidas para
Aly, y algunas no son buenas.”
No había respuestas para Mary, pero el Otro Lado intentaba
consolarla a pesar de su angustia.
“Debes entender que sin importar lo que suceda, ya le has
dado mucho a Aly”, dije. “Ya has causado un gran impacto en su vida.”
“Pero, ¿y qué pasa con Mariah?”, preguntó Mary.
Escuché con atención, y las palabras salieron de mi boca.
“Sigue adelante”, dije, “debes dejar que el amor te guíe.
Habrá una sola indicación hacia adelante, y ésa será el amor. Cuando tomes tu
decisión, deja que el amor te guíe, no el miedo. Deja siempre que el amor te
guíe.”
Hoy, unos diez años después de esa lectura, la vida en la
casa de Mary en Pennsylvania es más caótica que nunca.
Desde 2005 ha adoptado a cinco niñas con necesidades
especiales. Una de ellas nació siendo adicta a las drogas. Otra fue adoptada
pero sus padres adoptivos la devolvieron después. Otra de las niñas había sido
maltratada brutalmente. Todas ellas han pasado años en el sistema, yendo de un
hogar adoptivo a otro, hasta que conocieron a Mary.
Cuando Mary habla sobre ellas, expresa su amor y admiración
por lo lejos que han llegado. Dijo que cuando las conocieron “eran lo peor de
lo peor”. “Si no estuvieran aquí, quizá estarían en hospitales, cárceles,
psiquiátricos o incluso muertas. Junto a ellas Aly parece no haber tenido jamás
problema alguno. Pero las amo mucho y les estoy enseñando en casa, somos
nuestro pequeño salón de clases. Nuestra pequeña y propia utopía. Una vez, la
más chica se enojó por algo y gritó: ‘Quiero irme de aquí’, y le dije: ‘No
puedes irte, eres parte de esta familia. Tenemos una relación para siempre’.”
Mary no está criando sola a las niñas. Tiene a su
maravilloso esposo, por supuesto, y a Mariah, quien ha crecido como una joven
hermosa, sensible y caritativa que adora y ayuda a nutrir a sus hermanas
adoptivas.
Y Mary tiene otra ayudante muy especial en la casa. Su
hija, Aly.
En 2005, después de nuestra lectura, Mary decidió adoptar a
Aly.
“Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida, pero
también una de las mejores”, dijo. “Aly se ha convertido en la persona más
amorosa. Se le dificulta la expresión y algunas otras cosas, pero ha sido capaz
de absorber lo que yo quería para que pudiera sentirse segura en su vida.
Cuando llegó no podía leer, ni siquiera hablar. Ahora lee 130 palabras por
minuto y expresa lo que siente. Forma un corazón con las manos y dice: ‘Te amo,
mamá’. Le encanta dar abrazos. Es una de las personas más amorosas que he
conocido.”
En uno de los expedientes de evaluación de Aly, una
trabajadora social escribió: “Dudo que exista alguna ayuda para ella. Está
demasiado dañada”. Pero Mary vio algo que nadie más notó. “Vi la ligereza de
espíritu de Aly”, dijo. “Sólo necesitaba que le enseñaran a amar.” Mary y Aly
se sometieron a una terapia de apego para recrear todos los momentos
importantes de vinculación afectiva que faltaron en la vida de Aly.
“Un día Aly me dijo: ‘Mami, yo salí de tu panza, ¿verdad?’
”, recuerda Mary. “Yo dije: ‘¿Tú qué crees?’, y Aly respondió: ‘Creo que salí
de tu panza’. Sólo dije: ‘Bueno’.”
Juntas, Mary y Aly crearon su propia historia como madre e
hija, y ésta comenzó con el entendimiento de Mary de que su camino en la vida
no necesariamente era el más fácil. “Sabía que quería quedarme con Aly y que
estaba destinada a ello, pero no lo deseaba si significaba herir a Mariah”,
dijo Mary. Pero quedarse con Aly también fue una gran bendición para Mariah.
“Toda mi vida cambió gracias a Aly y mis hermanas”, dice
Mariah ahora. “He aprendido mucho de ellas. Sé lo mucho que me aman, y lo puro,
incondicional e infinito que es su amor. Y eso me hace querer ser la persona
que mis hermanas piensan que soy. Me hace querer vivir a la altura de su amor.”
De hecho, Mariah planea estudiar terapia ocupacional para ayudar a niños como
Aly.
Mirando en retrospectiva, Mary Steffey se da cuenta de que
fuerzas poderosas estaban en acción cuando tomó la decisión de convertirse en
la madre de Aly. El amor fue la clave para esa decisión. “Lo que me ayudó a
entenderlo todo fue el amor”, dice. “No sólo por Aly, sino el amor de Aly por
mí. Y el amor de Aly por Mariah, también. Desde que tomé esa decisión, mi vida
ha estado infinitamente más bendecida.”
16. FAMILIA POR SIEMPRE
DURANTE mi segundo año como maestra acepté un trabajo en
una preparatoria de Long Island que albergaba a 1 400 alumnos y estaba evaluada
como una de las mejores del estado. Tenía dieciséis equipos deportivos, dos
docenas de cursos de Colocación Avanzada, y pujantes clubes de teatro y música.
Me encantó y me sentí en casa al instante.
Como resultado, mi confianza como maestra creció. Lo mismo
sucedía con mis habilidades: mientras más trabajaba en ellas, mejor me volvía.
Mi progreso en ambos frentes era muy emocionante. Me di cuenta de que esos dos
caminos paralelos no estaban tan separados como creía.
Ser médium psíquica me ayudó a desarrollarme como maestra.
Mi don me ayudó a entender la importancia de honrar las conexiones entre los
estudiantes y yo. Me brindó intuiciones acerca de quiénes eran los alumnos y
qué necesitaban.
De la misma manera, mis experiencias como maestra me
ayudaron a clarificar y refinar mis habilidades. Me ayudaron a comprender que
mis lecturas tenían que ver con el aprendizaje, las preguntas, la exploración,
y no tanto con las respuestas. En ambos trabajos tenía la misma meta: ayudar a
que la gente alcanzara su verdadero potencial.
Aun así, yo procuraba mantener separados esos dos aspectos
de mi vida. No es que estuviera avergonzada de mi trabajo como médium psíquica;
sólo no quería arriesgarme a perder mi trabajo de maestra. No podía estar
segura de cómo reaccionaría la gente, y me preocupaba que si mis estudiantes
sabían al respecto, pudiera volverse una distracción para ellos. Así que me
aseguré de que nadie en la escuela supiera de mi otra identidad: ni los alumnos
ni los maestros, y sin duda tampoco el director.
A veces, durante una conversación rutinaria con un colega,
de pronto aparecía información para esa persona. Si yo sentía que debía
compartirla, decía con delicadeza algo como: “Yo pienso que...” o “Tengo el
presentimiento de que...” Pero una vez, mientras hablaba con Jon, un maestro
con quien me llevaba bien y cuya energía me gustaba, de pronto apareció una
corriente de información. Antes de darme cuenta, me descubrí compartiéndola con
él.
“Sabes, Jon, tu auto está a punto de descomponerse”, le
dije. “También, tú y tu novia van a romper. Pero no te preocupes, ambas cosas
te llevarán a algo mejor. Un auto mejor, y pronto conocerás a una nueva chica
también, y ella es con quien te casarás.”
Jon me miró de manera extraña.
“¿Eres...?”, dijo después de una pausa desconcertada.
“No le digas a nadie”, le dije, “pero sí”.
Por suerte, Jon mantuvo mi secreto a salvo. Además, la
información que le di demostró ser cierta. Él y su novia rompieron, pero
conoció a una nueva chica poco después y terminó casándose con ella. Y su coche
se descompuso, pero pronto tuvo un auto mucho mejor. Creo que el Otro Lado de
verdad quiso que lo previniera para que, en lugar de deprimirse cuando
sucedieran esas cosas, que parecían malas, comprendiera que todo era parte de
un plan mayor.
Mis lecturas privadas iban bien, pero sentí la necesidad de
expandirme en lo que hacía. Me sentía motivada a ayudar a tantas personas como
me fuera posible a ver caminos más claros en sus vidas. Quería que supieran que
no estaban solos. También me sentí obligada a ayudar a la gente que estaba en
duelo. Quería ayudarles a sortear su dolor y a sentir la presencia de sus seres
queridos en sus vidas.
Había escuchado acerca de una organización llamada Forever
Family Foundation (FFF), cuya misión era “establecer la continuidad de la
familia, aunque un miembro haya abandonado el mundo físico”. Se sustentaban
mucho en la ciencia y estaban comprometidos a fomentar la investigación acerca
de la vida después de la muerte. Todo su trabajo era sin fines de lucro, y los
médiums psíquicos acreditados por FFF eran voluntarios.
La organización fue concebida y materializada por Bob y
Phran Ginsberg. Bob es cálido y habla con suavidad, tiene ojos amables y una
sonrisa traviesa; Phran es una castaña bonita con una fuerza interior
impresionante. Phran era muy intuitiva y a veces tenía experiencias
sobrenaturales: por ejemplo, veía a un hombre trabajando en su coche y de
inmediato sabía lo que él necesitaba arreglar. Una vez le dijo a Bob que ella
iba a ganar un coche nuevo y dos días después, en un encuentro de Tupperware,
ganó un Ford Pinto color verde. Sin embargo, nunca dio mucha importancia a esas
habilidades.
Una noche de septiembre de 2002, Phran despertó asustada
por un sueño intenso. Más tarde le dijo a Bob que temía que algo terrible
sucediera ese día. “Seamos cuidadosos allá afuera”, dijo.
Esa noche los Ginsberg salieron a cenar a un restaurante
chino en Long Island con su hijo mayor, John, y la más pequeña de sus hijas, la
alegre y bonita Bailey, de quince años. Después de la comida Phran y Bob fueron
a casa en su auto mientras Jon y Bailey fueron en el Mazda Miata de él. Phran y
Bob se desviaron para comprar leche; de camino a casa se cruzaron con un
accidente.
En una estrecha calle curva de dos carriles, con agua de un
lado y una loma verde del otro, una camioneta que venía en sentido opuesto
había impactado el Miata. La camioneta sólo tenía un faro roto, pero el Miata
había sido destrozado por completo del lado del pasajero, donde iba sentada
Bailey.
Jon fue llevado en helicóptero a un hospital a unos
kilómetros de ahí. Bob lo acompañó. Bailey fue llevada en ambulancia al
hospital de Huntington. Phran la siguió a bordo de una patrulla. En el camino
los paramédicos revivieron a Bailey varias veces.
En el hospital, Phran, horrorizada y en shock, se sentó en
la sala de espera mientras los doctores estaban con Bailey. Por un momento casi
se queda dormida, y en esos instantes tuvo un sueño vívido.
En el sueño, se vio a sí misma sentada en el asiento del
pasajero del Miata. Vio venir a la camioneta directo hacia ella, en dirección
contraria, por el carril equivocado. Vio a Jon torcer fuerte el volante hacia
la izquierda para evitar el impacto, exponiendo el lado del pasajero. Y vio a
la camioneta embestir el Miata, y hacer que volcara.
El choque en el sueño despertó a Phran de una sacudida.
Llamó a su esposo y le dijo: “Sé cómo sucedió”.
Pronto un doctor se acercó a Phran. El daño en los órganos
de Bailey era devastador y no había nada más que hacer. “Bailey murió en el
hospital justo unas horas después del choque”, dice Phran. “Fue el peor día de
mi vida.”
El hermano de Bailey sobrevivió al accidente pero no
recuerda nada. Sin explicación posible, la policía dejó ir a la otra conductora
sin interrogarla, y desapareció sin dejar rastro. Bob y Phran no tenían manera
de saber qué sucedió, a excepción del sueño de Phran.
Unas semanas después, Bob le preguntó a su esposa: “¿Cómo
sabes lo que sucedió en el accidente?”
“No sé”, dijo Phran. “Sólo lo supe.”
La respuesta enfureció a Bob.
“Él pensaba que si yo sabía, si había una fuerza invisible
que me dijo lo que había pasado, por qué entonces no había sido yo capaz de
detenerlo antes de que sucediera”, dice Phran. “Estaba furioso conmigo. No lo
entendía. Era su manera de lidiar con el dolor.”
Unos meses después, una compañía de seguros contrató a un experto
en reconstrucción de accidentes para recrear el choque. El reporte del experto
confirmó la interpretación que Phran había hecho del accidente. Pero eso sólo
levantó más preguntas. ¿Cómo sabía Phran? ¿Por qué lo había soñado? ¿Quién le
había dado la información?
“Necesitábamos respuestas”, dice Bob. “Sentíamos que pasaba
algo que necesitábamos saber.”
Bob y Phran tuvieron la idea de que tal vez, en ese espacio
misterioso en que la vida y los sueños se cruzan, podía haber algún tipo de
consuelo para padres en duelo como ellos. Quizá la historia de la vida y la
muerte de su hija —hasta ahora una historia inaceptablemente sencilla en la que
la hermosa Bailey estaba aquí un día y al siguiente ya no— aún necesitaba ser
contada.
Así que leyeron libros acerca de fenómenos psíquicos.
Fueron a ver médiums. Abrieron sus mentes a una nueva manera de mirar las
cosas. Esa búsqueda los condujo a una conclusión ineludible: “Hay un mundo que
no se ve”, dijo Bob, “y estamos destinados a trabajar con él”.
Bon y Phran hicieron equipo con el doctor Gary E. Schwartz,
profesor de psicología, medicina, neurología, psiquiatría y cirugía, además de
director del Laboratorio para Avances en la Conciencia y la Salud en la
Universidad de Arizona, y entre todos fundaron Forever Family Foundation. Por
medio de la fundación ayudarían a personas en duelo al tratar de conectarlas
con los seres queridos que hubieran perdido, construyendo así un puente entre
este mundo y el próximo. Sería el puente de Bailey.
En 2005 contacté a FFF y dije que era una médium psíquica
interesada en ofrecer mis servicios como voluntaria. Me comentaron que el
primer requisito era pasar un riguroso examen de certificación. Implicaba hacer
varias lecturas, una detrás de otra, mientras se evaluaba mi precisión.
Un día caluroso de agosto me hallé en una sala de
conferencias en un hotel en Long Island junto con otros cuatro médiums. Dos de
ellos parecían conocerse, lo que me hizo sentir como la chica nueva en mi
primer día de escuela. No era amiga de ningún otro médium psíquico y no formaba
parte de ninguna comunidad de médiums psíquicos. Había muy pocas personas con
las que podía hablar sobre mi don.
Nos guiaron a un amplio salón de baile donde se aplicarían
los exámenes. Trajeron a un hombre de mediana edad y lo sentaron frente a todos
los médiums. Nos pidieron leerlo en silencio durante quince minutos y escribir
en un bloc de notas lo que apareciera.
Yo estaba nerviosa. Nunca me habían pedido leer en público,
y por supuesto nunca habían evaluado mi lectura. Me concentré intensamente en
el hombre y escribí todo lo que apareció.
Al cabo de los quince minutos un trabajador de FFF nos dijo
que el hombre se llamaba Tom. La mujer sentada junto a mí llamó mi atención con
el codo.
“¡Mira esto!”, dijo emocionada, señalando su bloc de notas.
Había escrito Tom.
Sonreí con amabilidad. Lo único que logré fue saber que su
nombre empezaba con T. Aun así, algo en ese breve intercambio con la mujer —me
enteré de que era una médium psíquica llamada Kim Russo— me tranquilizó. Sentí
como si estuviéramos juntas en la trinchera, casi como si fuéramos colegas. Esa
sensación de camaradería me consolaba de una manera extraña.
Después nos pasaron a una de las cinco estaciones que
tenían en alcobas separadas, cada una con una cámara de video registrando los
resultados. En cada estación había un sedente sosteniendo un portapapeles. El
sedente no tenía permitido hablar con nosotros; sólo podía decir sí o no.
Cuando las lecturas comenzaran, los médiums tendrían quince minutos para leer a
cada sedente antes de rotar a la siguiente estación para otra lectura de quince
minutos. Los sedentes evaluarían las lecturas por su exactitud. Esa parte del
examen, pasando por las cinco estaciones, duraría 75 minutos.
Me senté nerviosa en mi primera estación y respiré
profundo. Después miré el rostro de la mujer frente a mí, la sedente. Nadé
hacia el espacio entre nosotras y conecté mi energía a la suya y con la del
Otro Lado. El nerviosismo desapareció. Dejé de pensar quién era yo y qué hacía.
Sólo le presté atención al Otro Lado y compartí lo que allí decían.
Apareció el padre de la mujer, y después llegaron su tía y
su abuela materna. Me dieron fechas importantes para su familia. Me mostraron
cómo murieron algunos miembros de la familia. Hablaron sobre el trabajo que
ella había estado haciendo en su casa en los últimos días. El Otro Lado filtró
información, y antes de darme cuenta ya era momento de moverme hacia el
siguiente sedente.
Para el tercer sedente me sentí abierta por completo al Otro
Lado. Leía para una mujer que aparentaba estar en sus cuarenta. Su hijo
apareció de inmediato. Me dijo su nombre y me contó que había fallecido en un
accidente de auto. Después hizo algo extraño: me mostró la fecha de cumpleaños
de mi hija Ashley, que es el 16 de mayo.
“¿Su hijo cruzó el 16 de mayo?”, le pregunté a la sedente.
Su rostro palideció y su labio empezó a temblar. Sus ojos
se llenaron de lágrimas.
“Sí”, dijo.
Su hijo empezó a hacer chistes desde el Otro Lado. Narró
anécdotas familiares simpáticas. A través de sus lágrimas, la mujer rio y
también yo. No quería dejarla cuando se acabó nuestro tiempo.
La siguiente sedente —una mujer de apenas treinta años—
también había perdido un hijo. Él me dijo que su nombre era Michael y que había
fallecido por cáncer. Me mostró tres años en una línea de tiempo, lo cual
significaba que había cruzado hacía tres años. Y también él hizo reír a su
madre al hablar de lo caprichoso que era con la comida. Después le agradeció el
amor que le había mostrado mientras estuvo aquí.
“Ésa fue su lección”, expliqué. “Sentir amor incondicional.
Por eso él estaba aquí. Y completó la lección. Me pide que te diga que siempre
se sintió seguro, incluso mientras cruzaba. Cruzó rodeado de amor.”
Leí para una persona más, y después el examen terminó:
apagaron las cámaras de video y bajaron los portapapeles. Estaba exhausta.
Sentí que me había ido bien en las lecturas, y me di cuenta de que había
aprendido algo nuevo. Estaba sorprendida del chico que me informó de la fecha
de su cruce señalándome el cumpleaños de Ashley. De alguna manera él había sido
capaz de usar mi marco de referencias para lograr transmitir el mensaje. Me di
cuenta de que el Otro Lado tiene acceso a cada pensamiento, momento y detalle
íntimo de mi vida, y que quienes están allí usan ese acceso para transmitir
mensajes y confirmaciones a sus seres queridos.
Phran nos dijo que tendríamos noticias de FFF en pocas
semanas con los resultados. Nos dijeron que los sedentes frente a nosotros eran
sedentes profesionales: personas entrenadas para no revelar nada durante las
lecturas, para descubrir trucos, artilugios y lecturas fraudulentas.
Di la vuelta por la sala de conferencias y de pronto estaba
junto a Kim Russo y otra médium psíquica, Bobbi Allison. Kim y Bobbi ya eran amigas.
Las dos eran de mi edad, bonitas, inteligentes y muy realistas. Me encantó su
energía. Platicamos acerca del examen y comparamos notas, relajándonos. Nuestra
conversación fue casual, como tres amigas que charlaban.
“¿Quién es tu maestro?”, me preguntó Bobbi.
“¿Mi maestro?”, dije. “No tengo maestro.”
Kim y Bobbi estaban desconcertadas. Hasta ese momento, no
me había dado cuenta de que no tener un maestro o mentor era poco común. Me
hablaron de sus mentores y de cómo las habían guiado a explorar sus dones más
allá. Se referían a sus maestros con mucho amor y admiración, como si no
hubieran podido llegar hasta ahí sin ellos.
Hicimos planes para reunirnos, y un par de semanas después
nos vimos para cenar en un restaurante cerca de donde vivíamos. Continuamos
donde lo habíamos dejado. Cada una contó la historia de cuando por primera vez
se dio cuenta de que era diferente. Kim explicó que cerró los ojos para dormir
y recibió visiones de personas que no conocía. “Veía gente muerta en mi cuarto
cuando tenía nueve años”, dijo.
Bobbi nos narró que su abuela, su madre y tres hermanas
eran psíquicas. “Siempre leía a las personas”, dijo. “La gente comenzó a
llamarme Señorita Sabelotodo. Incluso mi familia se hartó. Me decían que me
dejarían en casa cuando salieran porque siempre arruinaba las cosas con mi
‘saber’.”
Mi cena con Kim y Bobbi fue emocionante. Sentí una ligereza
de espíritu que hacía mucho no percibía, si es que alguna vez la había
experimentado. Nos lanzamos ideas, comparamos técnicas, e incluso nos leímos
unas a otras. Éramos como tres amigas normales dándose consejos una a otra,
sólo que los consejos provenían del Otro Lado.
Esta vinculación afectiva fue muy significativa para cada
una. “Es difícil mantenerte equilibrada con todas las lecturas”, dijo Bobbi.
“Debes encontrar tu equilibrio. Y me mantengo equilibrada en compañía de amigas
que tienen la misma energía.”
Sabía de qué hablaban. Todas teníamos los mismos miedos y
problemas. Las tres necesitábamos un lugar seguro para ser nosotras mismas.
Antes de esa noche me sentía sola contra el mundo. Ahora, sin embargo, tenía
una especie de familia psíquica. Acordamos cenar una vez al mes para hablar,
reírnos, comprendernos y apoyarnos. Ahora tenía una hermandad. Un lugar seguro.
Pocas semanas después del examen de certificación, recibí
una llamada de Phran Ginsberg. Me explicó cómo había sido calificado mi examen:
cada sedente entregaba notas numéricas que se empleaban para calcular mi
precisión. Phran dijo que mis resultados eran altos, lo que quería decir que
mis lecturas habían sido excepcionalmente precisas.
“Felicidades”, dijo. “Estás certificada.”
Sentí que mi corazón se aceleraba y mis ojos se llenaban de
lágrimas. Había sido aprobada para participar en los eventos patrocinados por
FFF. Había encontrado la forma de llevar mis habilidades al siguiente nivel.
Sentía la necesidad de ayudar a quienes sufrían y ahora podía hacerlo. Estar
certificada por FFF era una poderosa validación para mí, pero era más que eso.
También era un momento electrizante. Era un llamado a actuar. Ahora formaba
parte de algo más grande que yo misma.
Era parte de un equipo de luz.
Tenía la sensación de que mi vida como médium psíquica
estaba por cambiar.
17. MÁS COSAS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA
ASHLEY había cumplido cinco años cuando Garrett y yo
decidimos que era el momento indicado para tener otro bebé.
Siempre habíamos querido tener otro hijo pero sentíamos que
necesitábamos esperar un poco. Nuestras vidas eran agitadas, a veces caóticas:
Garrett estaba terminando la escuela de derecho y se preparaba para el examen
de la barra, y yo era madre primeriza, nueva maestra y además médium psíquica.
Con el tiempo las cosas comenzaron a tranquilizarse. Garrett pasó el examen de
la barra de abogados, y mi plaza como maestra fue definitiva. Pudimos
economizar, ahorrar y comprar una casa de una planta con tres habitaciones en
una silenciosa y arbolada calle en Long Island. Le dije al universo que estaba
lista. Había llegado el momento de tener un bebé.
Pero no quedé embarazada al instante y comencé a cuestionar
al universo. ¿Estaba destinado a pasar ahora o no? Para acelerar las cosas fui
a la farmacia a comprar una prueba de ovulación. Llevé a Ashley conmigo.
Me encontré en un pasillo rodeada de dos paredes con
pruebas de embarazo, pruebas de ovulación y todo tipo de productos para
concebir. Me sentí abrumada. Empecé a pensar que podría no quedar embarazada y
me sentí despojada. Estaba cediendo ante mis miedos. Hice mi mejor esfuerzo por
esconderle mis sentimientos a Ashley, pero por dentro me sentía muy mal.
En ese momento, Ashley me jaló la camisa.
“Mami”, dijo, “¿sabías que Fuzzle está recostado a tus pies
en este momento, dándote amor?”
¿Fuzzle?
Fuzzle había sido la mascota de la familia cuando yo era
niña. Era una hermosa y afectuosa terrier blanca y la adoraba. Fuzzle siempre
me consoló y me dio amor cuando lo necesité. Era increíblemente leal. Cuando
salíamos de vacaciones se acurrucaba sobre una de las maletas la noche
anterior, para que no olvidáramos llevarla. Yo amaba a Fuzzle como cualquier
niña adora a su primera mascota, y juré mantenerla para siempre en mi corazón.
Pero ya no pensaba en Fuzzle todo el tiempo. Después de todo, ella había
cruzado casi hacía dos décadas. Estaba segura de habérsela mencionado a Ashley
y tal vez vio una foto de la perrita, pero siendo honesta Fuzzle no aparecía a
menudo en nuestra vida cotidiana.
¿Y ahora mi hija de cinco años me decía que Fuzzle estaba
enroscada a mis pies en el pasillo de la farmacia?
De inmediato supe que era cierto.
Ya sospechaba que Ashley poseía algunos dones como los
míos, por lo que no me sorprendió que pudiera ver a Fuzzle. Pero estaba
sobrecogida de emoción porque Fuzzle aparecía con un mensaje de amor justo
cuando lo necesitaba. Todas mis dudas y miedos acerca de embarazarme se
desvanecieron en ese momento. Tuve la fuerte sensación de que todo estaría
bien.
Un mes después, estaba embarazada.
Estar embarazada otra vez me llenó de alegría y energía.
Nueve meses después un hermoso niño llegó al mundo con una corona de cabello
dorado y reluciente. Parecía resplandecer. Lo llamamos Hayden.
Esperaba que los meses después de su nacimiento fueran
atareados, agotadores y difíciles, pero también felices y gloriosos, tal como
habían sido después del nacimiento de Ashley. Pero esta vez fue diferente. En
lugar de júbilo, sentí depresión, ansiedad y me absorbió la energía negativa.
No era culpa de Hayden; él era un bebé dulce y alegre. Fue algo que el embarazo
provocó en mi cableado interior. Tenía cambios de energía y de emociones: era
como vivir en una casa donde el termostato iba de caliente a frío a caliente
otra vez. Por momentos sentía como si una nube de oscuridad se cerniera sobre
mí.
¿Era depresión postparto? Sin duda mis síntomas encajaban
con el diagnóstico: tristeza, ansiedad, irritabilidad, episodios de llanto,
sueño interrumpido. Pero tenía otro síntoma aterrorizante: empecé a tener
pensamientos negativos.
No hice nada malo o dañino, Dios sabe que nunca lo haría.
Pero me di cuenta de que podía hacerlo. Y no importaba lo que me esforzara por
activar pensamientos positivos para eliminar los negativos, no podía
superarlos. Los pensamientos oscuros no se detenían. Era aterrador. Ésta no soy
yo, me decía a mí misma una y otra vez. Trabajo en la luz, no en la oscuridad.
¡Ni siquiera veo películas de terror! Regresó estruendosa una sensación
familiar: “¿Y si estoy loca?”
Tuve que enfrentarme a la realidad de que quizá algo muy
serio me ocurría, tal como había sospechado gran parte de mi vida. Todo lo que
había avanzado para aceptar mis habilidades, para encontrar mi lugar en el
mundo, de pronto estaba en riesgo. Fue un periodo doloroso y agónico.
Decidí buscar ayuda e hice una cita con un psiquiatra.
Cuando entré a la oficina del doctor Marc Reitman estaba
hecha un manojo de nervios. ¿Hablar acerca del Otro Lado me haría parecer
demente? ¿El doctor Reitman me encontraría incapaz de cuidar a mis hijos?
Su actitud me tranquilizó. Su energía era suave, amable y
amorosa. Aun así, temía lo peor.
Empecé hablándole de mis aterradores pensamientos. No me
guardé nada. El doctor Reitman escuchó en silencio, sin delatar ninguna emoción
o juicio. Cuando terminé, hizo una pregunta sencilla.
“Sé que tienes estos pensamientos oscuros, ¿pero crees que
en algún momento vayas a llevarlos a cabo?”, me preguntó.
No dudé ni un segundo. “Por supuesto que no”, dije. “Ni en
un millón de años. Nunca, pero nunca haría algo por el estilo.”
“Entonces está bien”, dijo el doctor Reitman.
Sentí alivio, pero sabía que debía contarle el resto.
“Eso no es todo”, dije. Le conté de cómo supe que mi abuelo
iba a morir cuando yo tenía once años. Del sueño que tuve con John. De cómo
siento la energía de la gente y los veo en colores. De cómo hablo con los
muertos y cómo responden. De cómo me transmiten mensajes para sus seres
queridos.
El doctor Reitman escuchó estoicamente. Yo temía su
respuesta.
“Déjame preguntarte algo, Laura”, dijo con calma. “Cuando
haces estas lecturas, ¿recibes información exacta? ¿Ayuda a la gente?”
“Oh, sí”, le dije. “Recibo nombres, fechas y todo tipo de
datos que los confirman. Y los mensajes son siempre acerca de sanación y amor.
Las lecturas son hermosas. Yo misma aprendo mucho de ellas. Me encanta ser
parte de ellas.”
El doctor Reitman sonrió y me miró a los ojos.
“No creo que estés loca”, dijo. “No deberías pensar en
estas cosas como síntomas de nada. Deberías verlos como talentos que necesitas
explorar. El universo es más grande de lo que pensamos.”
En esas cuantas palabras, esas mágicas y sanadoras
palabras, escuché el hermoso eco de mi amado William Shakespeare, quien, a
través de Hamlet, dijo: “Hay más cosas en el cielo y en la Tierra, Horacio, de
las soñadas en nuestra filosofía”.
Me sentí libre. Mi miedo más grande —estar loca, delirante—
desapareció. Sentí que había aprobado una especie de examen psicológico.
El doctor Reitman se concentró en los síntomas de mi
depresión postparto. Diseñó un plan de tratamiento que inició con medicamentos
para lidiar con los cambios de ánimo y los pensamientos negativos. Pero yo no
metabolizo la medicina como la mayoría de la gente. Tengo una tolerancia muy
baja a cualquier tipo de sustancia. Incluso una tableta de ibuprofeno puede
hacerme sentir débil y desanimada. Sin embargo, accedí a intentarlo.
En pocas semanas me di cuenta de que la medicina no me
ayudaba con los cambios de ánimo. También interfería con mis habilidades. En
lugar del rápido flujo de información que solía recibir durante una lectura,
ahora recibía más bien un goteo constante. El doctor Reitman decidió probar con
un estabilizador natural del ánimo llamado SAM-e.
Funcionó. Los pensamientos negativos se esfumaron, como una
pesada niebla evaporada por el sol. El flujo natural de información del Otro
Lado regresó. De hecho se intensificó, tal como había sucedido después del
nacimiento de Ashley.
Seguí con SAM-e por unos cuantos meses hasta que me sentí
equilibrada por completo. Pero el tratamiento del doctor Reitman de mis
síntomas postparto fue tan importante como su aceptación de mi don. No había
nada en su formación como psiquiatra que tocara lo sobrenatural, pero tuve
suerte de que estuviera abierto a cosas que no se encuentran en textos
psiquiátricos.
Fui a ver al doctor Reitman varias veces en los meses
siguientes. Me sentía segura y libre de discutir sobre mis habilidades con él,
y mientras más hablábamos, menos insegura y aislada me sentía.
¿Haber encontrado a un psiquiatra con una mente curiosa y
sin prejuicios fue simple suerte? No lo creo. Parecía que el Otro Lado seguía
colocando personas especiales en mi camino, gente destinada a ayudarme a
comprender y honrar mis habilidades.
El doctor Reitman era una de ellas.
18. LA GORRA DEL POLICÍA
CON mi energía y mis habilidades equilibradas otra vez,
estaba lista para hacer lecturas de nuevo. En ese entonces recibí una llamada
de Phran Ginsberg a la Forever Family Foundation, para invitarme a participar
en un evento especial llamado “Cómo escuchar cuando tus hijos hablan”.
Asistirían diez parejas de padres que habían perdido a sus hijos, con una
médium psíquica: yo.
Tragué saliva y le dije a Phran que lo haría.
El evento estaba programado para la última semana de
agosto. En las semanas previas sentí que mi ansiedad escalaba. Era como un
zumbido interno cada vez más fuerte hasta que se volvió casi insoportable. Pasé
mucho tiempo hablando con el Otro Lado, pidiéndoles que por favor estuvieran
allí y me dieran mensajes para las familias en duelo. Nunca había hecho algo
así. Tendría que entrar a un salón únicamente con mi pantalla interior. Sin
plan B, sin otro médium que me ayudara si el Otro Lado no aparecía a través de
mí. Tenía que confiar en el Otro Lado por completo.
Pasé la semana anterior al evento con mis hijos,
disfrutando los últimos días del verano. Hayden, de dieciséis meses, y Ashley,
de siete años, me mantuvieron ocupada y distrajeron mi mente del evento. Aun
así, cuando llegó el día estaba más nerviosa que nunca. El zumbido interno
estaba al máximo. Intenté comer, pero apenas podía engullir algo. Tampoco cené.
Garrett trabajaba como abogado de planta para una gran
cadena menudista, y no volvería a casa hasta las seis y media. Mi mamá vino a
cuidar a mis hijos mientras él llegaba. Besé a mis hijos, le di las gracias a
mi mamá y subí a mi Honda Pilot. Llamé a Garrett desde el coche y me aseguró
una vez más que estaría bien. Cuando colgamos me concentré en mi respiración. Inhala,
exhala. Encuentra tu centro. Conecta con tu yo espiritual.
Y de pronto, en la autopista de Jericho, los niños vinieron
a mí.
Salí de la autopista y conduje al estacionamiento del
Staples. Saqué un pequeño cuaderno que guardo en mi bolso y escribí tanto como
pude lo que decían los niños. Incluso mientras esto sucedía, apenas podía
creerlo. Nunca me habían bombardeado con tanta intensidad los mensajes del Otro
Lado.
Después de unos minutos regresé a la autopista de Jericho y
aceleré hacia el Hilton de Huntington. Llegué al evento justo a tiempo. Los
padres ya estaban sentados en la sala de conferencias, pero había un silencio
escalofriante. Parecía que faltaba aire en el ambiente. Sentía la pesadez a mi
alrededor.
“Ella es Laura Lynne Jackson”, les dijo Bob Ginsberg a los
padres. “Es una médium certificada por la Forever Family Foundation, y está hoy
aquí para ayudarnos a aprender a comunicarnos con nuestros hijos.”
Bob y Phran salieron del salón para dar la mayor privacidad
posible a los padres. Apenas salieron, la atención de todos se centró en mí.
Como maestra, estoy acostumbrada a que la gente me observe con detenimiento
mientras hablo, pero esto era distinto. El silencio era insoportable. Tenía que
hacer algo, debía comenzar a hablar. Pero no sabía qué decir.
De pronto me di cuenta de que todo lo que necesitaba hacer
era dejar que los niños hablaran. Y sentí que todos se lanzaban al mismo
tiempo.
“Sus hijos están aquí”, empecé. “Y hay algo que desean que
ustedes sepan.”
Sin notarlo, me había deslizado a ese lugar que está apenas
un poco sobre mi cabeza: el lugar en el que dejo de habitar mi cuerpo físico y
me convierto en mi yo espiritual, donde ya no soy el “yo” que conozco y puedo
soltar mis preocupaciones terrenales. Sentí un clic y una puerta que se abría.
Los niños se presentaron como puntos de luz en mi pantalla
interior. Aparecieron de modo claro y fuerte, y fue emocionante. Estaba rodeada
por estos niños hermosos con toda su hermosa energía.
“Sus hijos están aquí reunidos, alrededor de ustedes en
este momento”, les dije a los padres. “Y tienen un mensaje colectivo que desean
que ustedes escuchen. Están diciendo: ‘Por favor no se preocupen por nosotros.
Estamos bien. Estamos a salvo. Hagan a un lado sus miedos y preocupaciones para
que pasemos este tiempo juntos. Hay muchas cosas que queremos decirles’.”
Sentí que esas palabras rompían la tensión en la sala. Se
disipó un poco la pesadez. Entendí por qué los niños habían venido a mí antes
del evento, en mi auto. Sabían que sus padres tendrían la guardia en alto, que
habían construido muros a su alrededor para bloquear el dolor, la pena y la
ira. Así que vinieron a mí con un mensaje en común para todos sus padres: Derriben
los muros, bajen la guardia para que podamos acercarnos. No tengan miedo ni
confusión ni resistencia. Por favor, sepan que estamos aquí con ustedes, a su
lado, ahora mismo.
Estos niños, tan vibrantes y llenos de luz, nos invitaban a
nadar en su energía feliz. No sentí nada más que amor puro. Nada de miedo,
dolor ni culpa: sólo amor. Es como cuando esperas en el aeropuerto a alguien a
quien amas profundamente, y de pronto ves a esa persona doblar una esquina y
caminar hacia ti: es el mejor sentimiento del mundo. Así me sentí en esa sala
de conferencias. Acogida por el amor.
Esta vez, para mi sorpresa, los niños se alinearon sin
prisa, uno por uno, en lugar de agobiarme como en el coche. Yo no guiaba el
orden de los acontecimientos, ellos lo hacían. Sentí que alguien aparecía, y
luego un fuerte tirón —lo llamo lazo de energía, la sensación del Otro Lado
guiando mi cuerpo— hacia una pareja en el extremo de la mesa. El hombre
permanecía estoico, no permitía que ninguna emoción asomara a su rostro. Su
esposa estaba sentada junto a él pero sin tocarlo, y lloraba.
Quien apareció fue una adolescente. Me mostró que era hija
única, para que pudiera entender el dolor particular de sus padres cuando
falleció. Me mostró la letra J, pero también una palabra corta, como para decir
que tenía un apodo.
“Su hija está apareciendo”, les dije a los padres. “Me
muestra un nombre con J, pero le decían de otra manera. Jessica o Jennifer,
pero ustedes la llamaban de otra manera.”
Sus padres asintieron ligeramente. Se llamaba Jessica, pero
le decían Jessie.
Después Jessie me mostró lo que le sucedió.
“Empezó en el pecho”, dije.
Más tarde me enteré de la historia completa por sus padres.
La mañana del Viernes Santo de 2007, Jessie, estudiante del segundo año de
preparatoria, bajó las escaleras de su casa en Falls River, Connecticut. Les
dijo a sus padres: “Me siento mal”.
“Jessie, no tienes escuela hoy”, le contestó Joe, su padre.
“No tienes que fingir que estás enferma.”
“No, de verdad estoy enferma”, dijo ella. “De verdad me
siento mal.”
Justo el día anterior, Jessie había jugado lacrosse y
asistido al entrenamiento del Club de Exploradores para adolescentes de la
policía estatal, dos de sus muchas pasiones. Era guapa e inteligente, tenía
cabello rojo, pecas y una sonrisa cálida y tímida. Jessie nunca bajaba el
ritmo: a los quince ya era una estudiante notable, cinta negra de segundo grado
y buza certificada. Adoraba a sus amigos, a su familia y a su golden retriever,
Paladin (Pal, en diminutivo), y tenía una gran curiosidad acerca de la vida.
Cumpliría dieciséis en dos semanas y empezaba a salir con
su primer novio.
“No era nada serio”, dijo Maryann, su madre. “Sólo me dijo:
‘Mamá, amo a alguien’, como hacen los adolescentes.”
Joe y Maryann llevaron a Jessie al pediatra, quien les dijo
que tenía influenza. Esa noche Jessie tosió sangre y sus padres la llevaron al
hospital. Al día siguiente una ambulancia la llevó de prisa a otro centro
médico, y desde ahí fue transportada en helicóptero al Hospital Infantil en
Boston. Tenía influenza, pero era de una cepa rara y virulenta.
Muy pronto la influenza derivó en neumonía, después en
sepsis. Los signos vitales de Jessie se debilitaron y le conectaron un
respirador debido al daño en sus pulmones. Amigos y parientes fueron hasta
Boston para estar con Joe y Maryann, mientras otros se quedaron en casa y
rezaron a la luz de las velas en el patio trasero de Jessie.
Apenas cinco días después de haber bajado las escaleras ese
Viernes Santo, una tomografía reveló que el cerebro de Jessie tenía un derrame.
Los doctores dijeron que no había nada que hacer.
Joe es un hombre fornido que trabaja en un taller mecánico,
y Maryann es una fuerte mujer católica. Ambos quedaron paralizados. De pronto,
estaba a punto de suceder algo que ni siquiera tuvieron tiempo de anticipar.
Estaban perdiendo a su hermosa hija.
Joe y Maryann fueron a la habitación de Jessie para
despedirse.
“Te amo”, le dijo Maryann, acariciando el cabello rojo de
su hija. “Eres nuestra mejor amiga en el mundo.”
Joe se aferró a la mano de Jessie y se frotaba las lágrimas
de los ojos para que no cayeran sobre ella. “Te amo, Jessie”, dijo. “Te amo
tanto.”
Jessie falleció pocos días después de Pascua.
Joe y Maryann dejaron el cuarto de Jessie tal como estaba,
como si esperaran que volviera en cualquier momento. Para mantenerse ocupados,
se enfocaron en el velatorio y el funeral. En lugar de regalos de cumpleaños,
escogieron una lápida.
“Nada tenía sentido”, dijo Joe. “Ningún sentido. Jessie
estaba aquí, y después ya no. ¿Por qué pasó? ¿Por qué Jessie? ¿Por qué estamos
aquí, cualquiera de nosotros, si algo como esto puede suceder?”
“Cuestionamos nuestra fe en la vida”, dijo Maryann.
“Buscábamos respuestas en todos lados, pero no había ninguna. La vida no tenía
propósito alguno, no sin Jessie. ¿Por qué nosotros estábamos aquí y ella no?”
No podía saber el nivel de su desgracia mientras estaba
parada frente a ellos en la sala de conferencias. Pero sabía que Jessie no
había desaparecido del todo. Estaba ahí con nosotros, llena de amor y de vida.
Y tenía un millón de cosas que decir.
“Quiere agradecerles por las mariposas”, le dije a Joe y a
Maryann.
Se miraron entre ellos, y Maryann tomó un pañuelo
desechable. Yo no sabía por qué las mariposas eran significativas, y no tenía
por qué saberlo. Era claro que sus padres lo entendían. Más tarde supe que Joe
y Maryann acababan de escoger un monumento para su hija, y era una piedra
tallada con mariposas flotando sobre el nombre de Jessie. A Jessie le
encantaban las mariposas.
Pero eso fue sólo el comienzo.
“Me está mostrando un animal”, continué. “Un gato. Un gato
en un árbol. ¿Un gato atrapado en la rama de un árbol?” Miré a Joe y a Maryann
en busca de confirmación, pero no hubo ninguna. No había problema, a menudo los
mensajes del Otro Lado cobran sentido hasta después. Les pedí que recordaran el
mensaje, ya que podrían validarlo más tarde. (Unas semanas después de la
lectura, Joe juntaba hojas en el patio trasero cuando vio el gato de peluche
favorito de Jessie atorado en una rama del árbol. Al instante recordó por qué
estaba ahí: ella lo olvidó en el patio un día y él lo recogió, y casi en
automático lo colocó en el árbol para que el golden retriever no lo mordiera.
El detalle no le dijo nada en el salón, pero Jessie lo había compartido para
que Joe lo recordara y cobrara sentido cuando tuviera mayor necesidad de sentir
la presencia de su hija.)
Jessie continuó.
“Veo un sombrero, parecido a la gorra de un policía”, dije.
“Jessie me está enseñando una gorra azul de policía. Tengo que hablarles de
esta gorra. ¿Es usted policía?”
Joe parecía sorprendido. Más que eso, estupefacto. Más
tarde, me explicó el significado de la gorra de policía.
Antes de morir, Jessie salió a un campamento para
adolescentes a cargo del departamento de policía estatal. Era la clase de cosa
que a Jessie, que era un alma aventurera, le encantaba hacer. Joe le dio
cincuenta dólares y le pidió que le comprara una gorra de policía, pero Jessie
se gastó el dinero en otra cosa y olvidó comprar la gorra. Nadie pensó nada al
respecto.
Después, en el funeral de Jessie, pasó algo inexplicable.
Un oficial de policía se acercó a Joe. Los dos hombres no se conocían. En la
mano del oficial había una gorra azul de policía.
El policía batalló para encontrar las palabras adecuadas.
“Tengo esta gorra para usted”, le dijo a Joe mientras sus
ojos se llenaban de lágrimas. “No sé por qué, de verdad que no. Sólo sé que
debo entregársela.”
Joe tomó la gorra en su mano, le dio vueltas y se le quedó
viendo. Después abrazó al policía.
Parece que el Otro Lado puede hacer que cualquiera sea un
mensajero, siempre y cuando la persona elegida quiera mantener su corazón y
mente abiertos a él. El policía pudo haber ignorado esa extraña compulsión por
entregarle la gorra a Joe; por suerte, no lo hizo.
Jessie me mostró la gorra porque era algo que sólo Joe y
Maryann sabrían. Ni siquiera el oficial de policía sabía por qué la gorra era
significativa. Pero Jessie deseaba que lo compartiera para que sus padres
supieran que estaba con ellos ahí, en la sala de conferencias.
Después me mostró su enfermedad. Me mostró su cuerpo
entero, por lo que comprendí que había tenido una enfermedad que la afectó por
completo. Después me indicó su cabeza. Me mostraba que su enfermedad se había
propagado y afectado su cerebro. También me mostró una línea de tiempo de tres
días: era una enfermedad que se movía rápido.
“Envenenó todo su sistema”, les dije a sus padres. “Fue por
su sangre y hasta su cerebro. Cuando llegó a su cerebro tuvieron que dejarla
ir.”
Joe y Maryann nunca le habían dicho a nadie —a nadie—
acerca del derrame en el cerebro de Jessie. Nunca compartieron con nadie que
ésa fue la razón por la que la desconectaron del respirador. Pero Jessie me lo
mostró para ofrecer más pruebas de que estaba ahí. Tal vez sabía que sus padres
necesitaban muchas para convencerse. Tal vez sabía que, de todos los detalles,
ése sería el que los convencería de que ella estaba presente. Y así fue.
“Esto es lo que Jessie quiere decirles”, dije. “Quiere que
entiendan que no los ha abandonado. Nunca lo hará. Siempre será su hija y
siempre los amará. No la han perdido y nunca la perderán. Por favor comprendan
que nunca la podrán perder.”
En el hospital, el día que Jessie murió, Maryann sostuvo su
mano, acarició su cabello y dijo: “Eres nuestra mejor amiga en el mundo”. Y
ahora, tres meses después, en una sala de conferencias en Long Island, Jessie
tomó esas preciosas palabras y se las devolvió a sus padres.
“Jessie no se ha ido”, dije. “Jessie nunca se irá. Está
siempre con ustedes. Y siempre será su mejor amiga.”
19. EL ÚLTIMO NIÑO
ESA noche en la sala de conferencias, los niños
siguieron apareciendo: varones y mujeres, algunos de cinco años, otros
adolescentes, otros incluso mayores. Me dieron datos claros de su identidad
para probarles a sus padres que estaban ahí, antes de pedirme que enfatizara,
una y otra vez, lo mucho que necesitaban que sus padres supieran que en
realidad no se habían ido.
Fui llevada hacia un hombre y una mujer cuya hija había
muerto mientras andaba en bicicleta. Ella quería decirles que soltaran la
culpa, que no habrían podido hacer nada para evitar lo que pasó.
“Y quiere agradecerles por colocar sus cuadros en la sala”,
dije, “para que pueda seguir presente en sus vidas.”
Un joven apareció y me mostró cómo se había ahogado con dos
amigos. “Quiere que sepan que cruzó con sus amigos, que nunca estuvo solo”, les
dije a sus padres. “Y cuando cruzó al Otro Lado, su abuelo y el perro de la
familia lo esperaban para saludarlo.”
Todos los niños que aparecieron deseaban lo mismo: calmar
el dolor y la angustia de sus seres queridos de alguna manera. Estaban ahí para
que sus padres tuvieran un destello de luz del Otro Lado, y ese pequeño
destello les permitió ver un camino fuera de la oscuridad.
Las lecturas continuaron. No me di cuenta pero pasaron más
de tres horas desde que comencé. Había sucedido mucho en ese tiempo y un
poderoso sentido de alivio y esperanza llenó la sala, que horas antes tenía una
atmósfera mórbida. Al volver a casa esa noche, aquellas personas habían
cambiado. Su tormento disminuyó; no terminó, pero fue menor. Sus hijos les
dieron el don más mágico, hermoso y potente: comprender que no se habían ido.
Estaba agotada, emocionada y abrumada por todo el amor que
iba y venía esa noche. Aun así, algo no estaba bien. Sentía que algo andaba
mal.
Todos los niños aparecieron, excepto uno.
Contemplé la sala y encontré a una persona con la que aún
no había hablado: una mujer en sus cuarenta, de cabello negro. Más tarde supe
que era una madre soltera, y la única madre ahí sin una pareja. Se sentó
pacientemente en la cabecera de la mesa, pero nadie había aparecido para ella.
¿Qué estaba pasando? La mayoría de los padres había dejado la sala cuando la
mujer de cabello negro se puso despacio de pie, se dio la vuelta y caminó hacia
la salida. Podía sentir su terrible decepción. ¿Pero qué se suponía que debía
hacer?
Y de pronto lo vi: su hija quería ser la última.
Me apresuré hacia la mujer y puse mi mano sobre su hombro.
“Espera”, dije, “por favor, quédate. Me quedaré contigo
hasta tarde.”
No sentamos a la mesa, las dos solas. Y apenas nos
acomodábamos, alguien atravesó para ella.
El punto de luz no estaba en la parte superior derecha de
mi pantalla, la parte fuerte y clara; se encontraba un poco más abajo. Fue como
si escuchara una vibración baja y profunda, algo en lo que me debía concentrar
para darle sentido. Además, la luz de esta persona era mucho menos intensa que
las otras, y tuve que hacer que mi energía bajara —mucho más que en toda la
noche— para extraer la suya. Caí en cuenta de que por eso tuvimos que esperar a
que la habitación se vaciara. Esta lectura era distinta.
Al fin pude ver que se trataba de una chica; una mujer joven
en realidad, de veinte años. La información era tenue, pero logré descifrarla.
“Eres psiquiatra”, le dije a su madre. El rostro de la
mujer se congeló. Después vi un edificio universitario y cartas: tres cartas.
“Tu hija me dice que fue a la Universidad de Nueva York”, dije. La hija me
mostró dónde vivía su madre y otros detalles, y me mostró animales, animales
pequeños: gatos.
“Tu hija quiere agradecerte por cuidar a sus gatos”, dije.
“Está muy agradecida contigo por ser tan amorosa con ellos.”
Los gatos fueron el detalle que detonó todo. Sentí que la
energía de la madre se abrió plenamente para la lectura y para los mensajes de
su hija.
Después la joven me mostró cómo murió, aunque yo ya lo
sabía. Se había suicidado.
Los suicidios suelen aparecer como luces más bajas. La hija
de esta mujer había esperado tanto tiempo para aparecer porque no quería que su
suicidio fuera evidente frente a los otros padres. Esperó a que su madre
tuviera más privacidad.
Me mostró cómo se había intentado matar una vez antes,
cuando tenía dieciséis, y lo mucho que su madre había tratado de ayudarla en
ese entonces. Después me mostró cómo lo había hecho al final —había tomado una
sobredosis de pastillas— y me mostró que lo llevó a cabo sin importar lo que
hiciera su madre o cualquier otra persona. Esto había sido su decisión, su
salida. Había detenido el viaje de su alma por la Tierra, y sólo después de
cruzar se dio cuenta del regalo que era la vida.
Le dije todo esto a la madre, quien lloraba. Aunque la
conexión había comenzado débil, ahora era fuerte y profunda. Podía sentir un
amor increíble que fluía entre esta madre y su hija.
Y por primera vez en toda la noche, las lágrimas me rodaron
por las mejillas. Fue uno de los momentos más poderosos que he experimentado.
“Tu hija quiere que sepas que si hubiera sabido lo malo, lo
doloroso que sería esto para ti, nunca lo habría hecho”, seguí. “Está muy
arrepentida por haberse suicidado.”
Ahora estábamos en el meollo del asunto. Esto era lo que
más necesitaba escuchar su madre.
“Tu hija quiere agradecerte”, dije. “Quiere agradecerte por
intentarlo y por entender. Pero sobre todo, por lo que hiciste por ella después
de su muerte.”
En la sala vacía entregué el mensaje: “Tu hija quiere
agradecerte porque la perdonaste”.
Me quedé con la madre de la chica por cuarenta minutos.
Cuando terminamos, Bob y Phran me abrazaron y me agradecieron. Estaban muy
felices por el resultado de la velada. Por mi parte, el cansancio que sentía
desapareció con la última lectura. Ahora me sentía energizada por completo.
Había sido capaz de ayudar a todos los padres a conectar con sus hijos y a
entregar esos maravillosos mensajes de amor. Saber que podía jugar un papel en
ese maravilloso proceso de sanación fue muy significativo para mí. Supe en ese
momento, de una vez por todas, que las habilidades que había temido que fueran
una maldición en realidad eran una bendición.
Regresé a mi coche y me apresuré a llegar a casa. Estaba
tan extasiada que seguía vibrando. Sé que eso puede soñar extraño, considerando
que acababa de pasar cuatro horas con padres en duelo y hablando de sucesos de
una tristeza inimaginable. Pero la verdad era que todos compartimos un momento
milagroso. ¡Los niños estaban ahí, con sus padres, en esa sala! ¡El amor
perdura!
Esa noche no había sido de muerte y oscuridad en lo
absoluto. Había sido de luz, vida y amor.
Eran las once de la noche. Llamé a Garrett y le platiqué
que la tarde había salido de maravilla. “Te dije que así sería”, me dijo.
“Llegaré pronto a casa”, dije.
Y justo cuando lo decía, me di cuenta de que no estaba sola
en el coche. Los niños todavía estaban conmigo.
Ya no tenían mensajes que compartir; simplemente ellos
también seguían vibrando. Todas mis lecturas tienen un efecto de triángulo, con
tres energías en juego: la mía, la del sedente y la energía de los del Otro
Lado. Todos sentíamos lo mismo esa noche. Al igual que yo, los niños estaban
exultantes. Al final se fueron, pero todavía sentía una presencia en el auto.
Era una niña, pero no alguna de los que habían aparecido en la sala de
conferencias. Ella también tenía un mensaje que compartir.
Me estacioné en la cochera y entré a la casa en silencio.
Le di un beso y un abrazo fuerte a Garrett y caminé de puntitas para ver a mis
bebés que dormían. Abrí la puerta del cuarto de Ashley y me paré junto a ella.
Era mi ángel, mi precioso ángel. Me incliné, le di un beso en la mejilla y
acomodé la sábana sobre sus hombros. Después caminé sigilosa hasta el cuarto de
Hayden, lo besé y lo acurruqué. Recorrí su suave cabello con los dedos. Intento
no dar por sentado ningún momento con mis hijos, porque sé que soy muy
afortunada por tenerlos.
En la cocina, saqué unas botanas y comí como si no hubiera
probado bocado en una semana. Después le dije a Garrett que aún tenía un
pequeño asunto que atender. Fui a nuestra habitación y cerré la puerta.
Esa noche en la lectura grupal de FFF estaba consciente de
que Phran y Bob tenían una hija que había fallecido, pero no sabía nada acerca
de ella ni de la forma en que cruzó.
Lo que sí supe mientras manejaba a casa desde el Hilton de
Huntington, era que la niña que estaba conmigo en el coche era su hija, Bailey.
Les habría marcado a Bob y a Phran, pero temía que fuera
demasiado tarde para llamar. Preferí escribirles un correo electrónico.
Toda la noche, Bob y Phran habían permanecido en la sombra.
Se sentaron a un lado, animando en silencio a los padres dolientes, atrayendo a
los niños para que aparecieran. Pusieron de lado su propio dolor, su propia
pérdida, y se concentraron en ayudar a los demás padres.
Pero ahora había un mensaje para ellos.
“Todos los niños que aparecieron deseaban agradecerles por
hacer posible el evento”, escribí. “El Otro Lado me dice que están sanando a
más gente de la que creen.”
“Bailey está muy orgullosa de ustedes”, continué. “La vi
parada detrás de todos los demás niños en mi pantalla, radiante de orgullo y
alegría. Es muy hermosa.”
Bailey también quería marcar una fecha significativa que se
aproximaba. “¿Por estas fechas es el cumpleaños de alguien en su familia o un
aniversario?”, pregunté. “Bailey reconoce una fecha importante, y quiere
hacerles saber que siempre será parte de sus vidas.”
Al siguiente día Phran respondió el correo. Me agradeció
cálidamente por la lectura y me dijo que el aniversario del fallecimiento de
Bailey era en tres días.
“Sin duda Bailey estuvo contigo esa noche”, escribió Phran.
Algunos niños no están destinados a permanecer aquí por
mucho tiempo. Algunos están por un periodo corto, pero en ese tiempo aprenden y
enseñan profundas lecciones de amor. Y su impacto en el mundo no termina cuando
cruzan. Siempre están alrededor para enseñarnos a amar. Bailey sólo estuvo aquí
por quince años, pero continúa cambiando el mundo para mejor. Porque debido al
amor trascendental de Bob y Phran por ella, crearon la Forever Family
Foundation. Y ahora los tres, Bob, Phran y Bailey, trabajan juntos como un
equipo de luz y sanación.
20. LA ABEJA ATRAPADA
CASI un año después del evento de FFF, realicé una
lectura para una pareja de Nueva York, Charlie y RoseAnn. Vi que llevaban mucho
tiempo casados y que no tenían hijos. Pero al abrir más la puerta al Otro Lado,
un punto de luz apareció en mi pantalla. Percibí que ese punto de luz no era
una persona, sino un perro.
“Veo un perro grande y negro con un nombre que empieza con
la letra S”, les dije. Charlie y RoseAnn me dijeron que el primer perro que
tuvieron juntos se llamaba Sombra, y era una encantadora cruza entre doberman y
labrador.
Más puntos de luz aparecieron. Me deslumbraban, eran una
experiencia completamente nueva para mí. No sólo aparecía Sombra, el perro:
eran animales de todo tipo, puntos de luz alineados uno detrás del otro. Las
luces siguieron llegando y llegando, toda una colección de animales, y todos
con el mismo mensaje. Era un mensaje de gratitud, reconocimiento y amor.
Sentí una oleada de amor puro barrer de un lado a otro
entre los sedentes y el Otro Lado. Fue tan intenso que no podía saber cuántos
animales había. Todo lo que sabía era que había muchísimos. Me pregunté qué
habrían hecho Charlie y RoseAnn para crear un intercambio tan poderoso de amor
y gratitud.
Charlie creció en el Bronx; RoseAnn era de Brooklyn. Ambos
fueron criados en familias que amaban a los animales y a menudo los salvaban.
“Yo tenía predilección por rescatar periquitos”, me dijo Charlie. “Escapaban de
sus jaulas en el departamento de alguien y acababan en la escalera de
incendios. Yo los cubría con una toalla y los metía a casa. No era fácil, pero
al final tuve cinco.”
Para RoseAnn, todo era sobre gatos y perros callejeros.
“Había una familia de gatos que vivía en la bodega de nuestro edificio, y mi
madre y yo los acogíamos”, narró. “Una madre y dos gatitos, Blackie y Gray. Los
alimentamos, los amamos y cuidamos. Los perros que ya teníamos se sentían muy
bien con gatos a su alrededor.”
Cuando Charlie y RoseAnn empezaron a salir juntos en sus
veinte, se vincularon afectivamente por su amor a los animales. Cuando se
mudaron juntos, muchos más perros terminaron en su camino. No iban por ahí
buscando animales que salvar. Los animales en necesidad siempre parecían
encontrarlos a ellos.
Estaba Rayas, la gata que apareció golpeada en la escalera
de la entrada (un auto la había atropellado y le rompió la cadera). Estaban
Estrellas y Colmillo y Mami y Heidi y Baby y Nieve, gatos que habían encontrado
en callejones o en la calle. Había un gato atigrado gigantesco llamado Reginald
Van Cat y un perro llamado Farfel. “Dábamos la vuelta a una esquina en Brooklyn
y veíamos a dos perros encadenados a una reja”, dice RoseAnn. “¿Qué debíamos
hacer, irnos?”
Pero no eran sólo gatos y perros. Un día, mientras estaban
de compras en un centro comercial, encontraron dos gorriones apiñados en los restos
de un nido dentro de un carrito de supermercado. Acababan de salir del huevo y
sus ojos estaban cerrados, pero estaban fríos al tacto. Charlie y RoseAnn los
acogieron y calentaron y, contra toda posibilidad, los gorriones, a quienes
nombraron Heckle y Jeckle, sobrevivieron. Charlie y RoseAnn les encontraron un
hogar en un santuario de pájaros silvestres.
Otra ocasión estaban en el garaje de su edificio cuando
escucharon un tenue trino. Buscaron por una hora para encontrar el origen del
trinar y al final encontraron un gorrión recién nacido acurrucado detrás de una
llanta de nieve. No podía volar, así que lo llevaron afuera y lo pusieron
debajo de un arbusto para que los padres del pájaro lo encontraran. Cuando
revisaron una hora después, el gorrión seguía ahí, así que Charlie y RoseAnn lo
acogieron, lo alimentaron para que se repusiera y después lo liberaron.
Después fueron la pata y los patitos atrapados en la
autopista de Nueva Jersey con autos y autobuses pasando a 120 kilómetros por
hora. “Divisé cómo caminaban hacia el carril izquierdo”, dijo RoseAnn. “Un
conductor frenó con mucha fuerza, y los patos siguieron caminando hacia el
carril central. Después otro conductor frenó, y quedaron frente a mí. Así que
frené, y continuaron caminando a lo largo de la carretera hacia la cuneta. Vi
mi espejo retrovisor y observé un tráiler gigantesco acercándose a mí a toda
velocidad.”
RoseAnn hizo un rezo veloz. Sin bajar la velocidad, y en el
último momento, el tráiler giró hacia la cuneta y rodeó el coche de RoseAnn,
apenas esquivándola a ella y a los patos. Regresó a la carretera y prosiguió su
camino, y los patos continuaron caminando. “Fue como si todos tuviéramos esta
conciencia grupal y fuéramos capaces de esquivar a los patos”, dijo RoseAnn.
“Nos quedamos ahí hasta que salieron a salvo de la carretera.”
Hubo otros: el perro callejero herido en Cozumel, México
(convencieron a un doctor para que lo tratara con medicina para humanos). La
joven paloma que cayó de su nido en un paso elevado a ocho metros de altura (convencieron
a los bomberos de devolverla a su nido con una escalera). El sapo diminuto que
batallaba por no ser barrido por las olas que se estrellaban en un
estacionamiento durante una tormenta (Charlie se enfrentó a las olas, recogió
al sapo y le encontró un lugar a salvo al otro lado de la acera).
Una tarde de abril, Charlie y RoseAnn hacían una caminata
por la ribera en el centro de Manhattan. Vieron a un grupo de personas reunidas
en el pasamanos, señalando algo en el agua. Una ballena jorobada de diez metros
había sido descubierta en el agua debajo del puente Verrazano-Narrows, y se
alejaba del mar abierto. Éstas no eran buenas noticias para la ballena. Corría
el riesgo de ser golpeada por un barco o quedar atrapada en una red. A no ser
que se dirigiera al mar, no sobreviviría.
Charlie y RoseAnn se unieron al grupo y observaron mientras
la Guardia Costera establecía un perímetro alrededor de la ballena. Trataron de
protegerla de los barcos, pero no había manera de dirigirla lejos del puerto:
la ballena tenía que hacerlo por sí misma. La gente que observaba decidió
intentar desear que regresara al mar. Todos se concentraron con mucha fuerza y
le enviaron un mensaje.
Durante mucho tiempo la ballena no se movió. De pronto
empezó a dirigirse en la dirección correcta, lejos del perímetro y hacia las
aguas abiertas al sur de Coney Island. Con un último gran salto, la ballena
salió de la bahía y desapareció debajo de la superficie, hacia aguas más
seguras.
¿Y la gente en la costa?
No vitorearon. Todos estaban en silencio. Sentían que
habían sido parte de algo mágico. “Nos quedamos de pie en silencio en la
orilla”, dice Charlie, “e imaginamos a la ballena nadando de vuelta a casa.”
Y después hubo una abeja diminuta.
Charlie y RoseAnn caminaban sobre el muelle en Jones Beach
cuando vieron una abeja en el piso. Una de sus minúsculas patas estaba atrapada
entre dos placas de madera del muelle. “Podías ver que la abeja trataba de
destrabar su pierna y liberarse”, dijo RoseAnn. “No sé cómo alguien no la había
pisado todavía.”
RoseAnn se puso de rodillas y con suavidad empujó una de
las tablas hasta que la abeja estuvo libre. “Pero no se alejó volando, porque
estaba demasiado agotada”, ella recordó. “La coloqué sobre una servilleta, la
llevamos al jardín y la posamos cerca de las flores. Muy pronto empezó a zumbar
alrededor de ellas.”
Durante mi lectura con Charlie y RoseAnn vi la imagen de un
crucero y una paloma. No tenía idea de qué significaban, pero lo mencioné en
algún momento de la lectura. Más tarde me enteré de la historia de la paloma en
el barco.
La pareja se encontraba en un crucero europeo cuando vieron
una paloma caminando sobre la cubierta. Se preguntaron qué hacía a mitad del
Mar del Norte y la acompañaron hasta que se alejó volando. Dos horas después,
bajaron de cubierta a su camarote. Cuando abrieron la puerta, ¡vieron a la
paloma en su cama!
Su camarote tenía un balcón; pensaron que habían dejado la
puerta abierta. El barco tenía unos mil camarotes, pero por alguna razón la
paloma encontró el suyo.
Fueron por panecillos, les quitaron las semillas e hicieron
un pequeño plato para la paloma en el balcón. Ésta comió las semillas y
encontró un lugar cómodo para descansar. Se quedó en su balcón hasta que el
barco atracó en el siguiente puerto, Ámsterdam. Después se alejó volando.
Antes de hacerlo, Charlie notó una etiqueta alrededor de
una de sus patas: tenía una serie de números que reconocieron como un número de
teléfono. El teléfono era de los Países Bajos, y cuando llegaron a Ámsterdam
Charlie lo marcó. “Nos contestó alguien que nos conectó con el dueño de la
paloma”, me contó Charlie. “Era una paloma de carreras y se suponía que debía
volar por el Mar del Norte y llegar a Francia. Supongo que necesitaba un
respiro, así que acabó en nuestro barco. El dueño estaba muy feliz de
escucharnos y saber que la paloma estaba a salvo.”
Mi lectura con Charlie y RoseAnn fue una de las más densas
que jamás he hecho. Tanto amor y tantos mensajes se filtraron por el camino
abierto, que apenas podía seguir el ritmo. Unos cuantos animales aparecieron
con más claridad que otros; Sombra, el primer perro que tuvieron juntos, fue
uno de ellos. Pero también obtuve información específica de un animal que aún
no cruzaba: uno de sus queridos gatos.
“Ahora tienen un gato que pasa muchos problemas para
caminar”, dije. “Tuvo un infarto cerebral y está muy enfermo. Pero no está
listo para dejarlos todavía. Quiere quedarse. Así que deben esperar, porque en
dos semanas estará listo para caminar de nuevo. Y veo una línea de tiempo
estirándose siete meses, lo que significa que se quedará con ustedes otros siete
meses.”
Charlie y RoseAnn quedaron estupefactos. Su querido gato
Reggie acababa de tener un infarto cerebral. Apenas podía caminar y no tenían
duda de que sus días estaban contados. “Ni siquiera se podía poner en pie”, me
dijo RoseAnn más tarde. “Teníamos que levantarlo para llevarlo a la caja de
arena. Siendo francos, pensamos que era momento de dormirlo.” Pero el Otro Lado
dijo que esperaran dos semanas, así que lo hicieron. Dos semanas más tarde,
Reggie caminó a su cuarto como si nada. Después corrió y se acurrucó a su lado.
Y permaneció con ellos por otros siete meses.
Tuve otra lectura con Charlie y RoseAnn después de que
Reggie cruzara, y esta vez él también apareció.
“Reggie me dice que no puede creer que ahora esté en la
cama con ustedes”, les dije. “No puede creer su suerte, y está feliz al
respecto.”
RoseAnn rio y confirmó que nunca había dejado que Reggie
durmiera con ellos, porque si dejaban a un gato estar en la cama tendrían que
permitírselo a todos.
Desde entonces he tenido unas cuantas lecturas más con
Charlie y RoseAnn, y cada vez he estado inundada de amor y agradecimiento del
Otro Lado. Todos los animales que han rescatado y salvado durante los últimos
treinta años —gatos, perros, gorriones, sapos, palomas, patos e incluso la
pequeña abeja— han aparecido con oleadas de amor y gratitud. Charlie y RoseAnn
han dedicado sus vidas a ayudar y amar a las criaturas débiles y heridas entre
nosotros, y por eso el Otro Lado está rebosante de aprecio.
Mis lecturas para Charlie y RoseAnn me han enseñado mucho.
Reforzaron mi entendimiento de la importancia de nuestro libre albedrío. Las
decisiones que tomamos, en particular cada acto de generosidad, tienen grandes
consecuencias. Nuestras acciones importan. Todo lo que Charlie y RoseAnn han
hecho importa. Le importa a la gran energía colectiva de todas nuestras almas.
Importa porque han honrado el don más importante que poseemos: la capacidad
infinita de amar y sanar hasta a las más pequeñas criaturas.
Las lecturas también fueron significativas para mí por la
profunda creencia de RoseAnn y Charlie de que todas las criaturas vivientes
comparten una conciencia. Ellos creen que esta conciencia fue lo que le
permitió a la abeja comprender sus intenciones, a la ballena sentir la energía
colectiva de la gente en la orilla, y a los conductores de la autopista de
Nueva Jersey no atropellar a los patos.
Esta conciencia es la que sobrevive al reino físico.
Hoy en día, Charlie y RoseAnn (ambos vegetarianos, por
supuesto) sienten un gran consuelo al comprender que su familia de animales
continúa compartiendo con ellos un poderoso vínculo de amor.
Mis lecturas con Charlie y RoseAnn son una mayor prueba
para mí de que los animales sobreviven al Otro Lado, y que nuestro vínculo
afectivo con ellos es inquebrantable. También he visto que mientras nuestras
mascotas están aquí, no quieren abandonarnos. A menudo veo que las mascotas
pueden cruzar diversas puertas y eligen la última. Reggie, el gato, se quedó
por siete meses. Otra pareja para quienes leí estaban seguros de que tenían que
dormir inevitablemente a su chihuahua de doce años, LaLa, pero en nuestra
lectura observé varias puertas: una ese mes y otra en cada uno de los
siguientes seis meses. Para su sorpresa, LaLa se quedó con ellos seis meses
más, tiempo que les permitió celebrar el amor sin límites entre ellos.
Los animales suelen aparecer en mis lecturas con mensajes
importantes para nosotros aquí en la Tierra. Estos mensajes pueden tener que
ver con la culpa que sentimos por la muerte de un animal. ¿Hicimos lo correcto
al dormirlos? ¿Les causamos más sufrimiento? Cualquiera que haya amado alguna
vez a un animal conoce este sentimiento. Hace poco hice una lectura para una
mujer y aparecieron dos perros: un retriever grande y un pequeño terrier. Vi
que el retriever acababa de cruzar y sentí que la mujer albergaba una terrible
sensación de culpa.
“Él dice que no deberías tener ninguna culpa por su
fallecimiento”, le dije. “Lo hiciste todo bien. Era su momento para irse. Y tú
estuviste con él cuando partió y quiere agradecerte por haber sido tan gentil y
amorosa, y por estar ahí con él. No hay nada más que amor, amor, amor que sale
de este perro hacia ti.”
La mujer estalló en llanto. Me dijo que cuando el retriever
enfermó, se enfrentó a una difícil decisión: autorizar una operación que tenía
pocas posibilidades de ayudar o ponerlo a dormir. Ella quería hacer todo en su
poder para ayudarlo, pero no se sentía bien con la riesgosa operación porque su
enfermedad estaba muy avanzada. Decidió no operarlo y ponerlo a descansar.
Casi al instante temió haber tomado la decisión equivocada,
no haber hecho lo suficiente por su perro, y haberle fallado en el momento en
que más la necesitaba. Creyó que jamás se perdonaría a sí misma.
Cuando tuvimos nuestra lectura, el mensaje de su querido
perro apareció con claridad. Estoy bien. Vi que el retriever se había reunido
con su mascota infantil en el Otro Lado, un pequeño terrier. Estaba a salvo,
feliz y sin dolor. Y lo más importante, estaba agradecido con ella por su amor.
“No tomaste una decisión ‘equivocada’, porque todas las
decisiones que tomaste fueron con amor”, le dije. “Tu amor profundo y duradero
por tu perro es lo que él se llevó al Otro Lado. No se llevó nada sino amor.”
La mujer me dijo que sintió que una gran carga se
desvanecía. Todo el amor con que había envuelto al perro estaba regresando a
ella, justo cuando más lo necesitaba.
El Otro Lado nos muestra que cuando nuestros animales
cruzan están a salvo, felices y libres de dolor, correteando por campos,
volando por los cielos, nadando en arrecifes y agradeciéndonos por todo el amor
que les dimos mientras estaban aquí.
El mensaje del Otro Lado es muy claro: nuestros animales
están vivos. Nos esperan. Los veremos nuevamente.
21. DOS METEOROS
MIS lecturas privadas eran cada vez más ricas y
profundas conforme mi confianza aumentaba y mis técnicas mejoraban. Cada
lectura era educativa. Aprendía que nada en el universo sucede por accidente:
cada persona que conocemos tiene algo que enseñarnos o aprender de nosotros; el
Otro Lado nos cuida con mucho amor y propósito.
También me volví consciente de que mientras la mayoría de
los que acuden a mí por lecturas cree en el Otro Lado, muchos otros no. Algunos
son religiosos y creen en el cielo. Otros aceptan que existe un cielo pero no
creen que haya forma de conectarse con él. Algunos son profundamente
espirituales y creen en una fuerza universal unificadora. Otros más vienen a mí
esperando contactar con sus seres queridos que han fallecido. Pero otros no son
creyentes en lo absoluto.
Uno de ellos era un hombre llamado Jim Calzia.
Jim es un científico, geólogo. Nació en California y creció
a orillas del desierto de Mojave, y cuando era niño jugaba cerca de colinas
áridas y afloramientos rocosos que capturaban su imaginación. Obtuvo un
doctorado en geología y trabajó por treinta y ocho años para el Departamento de
Topografía de Estados Unidos, haciendo mapas de depósitos minerales, analizando
isótopos, y determinando el origen y la evolución de tierras raras. Encontraba
verdadera belleza en la tierra, las rocas y los arbustos, pero también halló
una especie de certeza.
Para Jim, la tierra era sólida: firme, táctil, sustancial.
Su trabajo era comprender la naturaleza de esa solidez. Creía en lo que tenía
en las manos: un pedazo de titanio, circón, monacita u otro mineral tosco a
partir del cual construía su realidad.
Su fe, su roca, era su esposa, Kathy.
Jim conoció a Kathy en su último año en la preparatoria de
Culver City. Una semana antes del Baile Al Revés, en el que las chicas sacaban
a bailar a los chicos, Kathy, que era guapa, popular, extrovertida, abordó a
Jim. “¿Irías al Baile Al Revés conmigo?”, preguntó. Tenían diecisiete años y
pasarían juntos los siguientes cuarenta y cinco.
Estaban en la universidad cuando se casaron. Construyeron
una hermosa vida juntos en California, Jim como geólogo y Kathy como maestra de
enfermería en el distrito escolar. Tuvieron tres hijos, Scott, Kevin y Chris.
En 1994, Jim tuvo el susto de su vida cuando Kathy fue diagnosticada con cáncer
de mama. Fue hospitalizada por un mes y requirió de un tratamiento
experimental. El baile de graduación de su hijo Kevin tuvo lugar durante la
estancia de su mamá en el hospital, así que Kevin y su cita se desinfectaron,
se pusieron las batas de cirugía y pasaron la mayor parte de su noche de
graduación en el cuarto de Kathy. Jim también estaba ahí, pero él siempre
estaba ahí.
La terapia funcionó y Kathy sobrevivió.
Todo estuvo bien hasta 2009, el año de la jubilación de
Kathy. Jim planeaba su retiro alrededor del de Kathy; su idea era jubilarse
juntos, remodelar su casa y pasar sus años dorados ahí. Pero apenas unos días
después de retirarse, Kathy se vino abajo con neumonía. Ella había luchado
contra la enfermedad antes, pero esta vez, en lugar de mejorar, empeoró. Kathy
ingresó al hospital. Jim fue con ella, sin dejar de pensar que era una visita
preventiva.
Sus síntomas no desaparecían. Los doctores se dieron cuenta
de que su sistema inmune se había visto afectado por el tratamiento experimental
años atrás, y ahora no respondía. Los análisis mostraron que Kathy tenía el
extraño virus H1N1, gripe porcina. Fue llevada a terapia intensiva y entubada.
Ya no podía hablar.
Aun así, Jim tenía fe en que se recuperaría y mejoraría.
Kathy había peleado batallas como ésta antes y siempre había triunfado: era una
guerrera. La semana siguiente Jim apenas se apartó de su lado, aunque estaba
sedada todo el tiempo. Tuvieron que realizarle varias transfusiones sanguíneas
y Jim sabía lo mucho que ella odiaba las agujas, así que apenas podía observar
cuando las enfermeras entraban y la inyectaban. Pero sabía que las
transfusiones eran necesarias y que su esposa seguiría luchando por vivir.
Después de cinco días en el hospital, las enfermeras le
dieron a Kathy lo que llamaron un “descanso de sedantes”, una reducción
temporal de sedantes para que estuviera lúcida por un tiempo. Los hijos de
Kathy se reunieron a su alrededor mientras recuperaba la conciencia por primera
vez en días. No podía hablar debido al tubo, pero podía señalar las letras en
el alfabeto. Quería su cepillo de cabello y su peine, y quería estar segura de
que estuvieran regando las flores de las canastas colgantes al lado del garaje.
Cuando las enfermeras volvieron a sedar a Kathy sus hijos
fueron a casa, pero dos días después una enfermera le dijo a Jim que el corazón
de Kathy estaba a 160 latidos por minuto. Jim sabía que Kathy estaba luchando
mucho. Pero cuando el doctor se le acercó una noche en la sala de espera, tuvo
miedo.
“Creo que es tiempo de dejarla ir”, dijo el doctor.
¿Dejarla ir? ¿Dejar ir a Kathy? La idea nunca había cruzado
su mente. Ni por un segundo había contemplado su vida sin Kathy. ¿Dejarla ir?
¿Qué significaba eso siquiera? ¿Cómo puedes dejar ir a alguien que significa
todo para ti? Jim estaba aterrado.
En su octavo día en terapia intensiva, el ritmo cardiaco de
Kathy empezó a decaer. Eran las cuatro de la mañana cuando la enfermera explicó
que estaban teniendo problemas para insertar una aguja de transfusión en su
brazo.
“No lo hagan”, Jim se sorprendió diciendo. “No le inserten
más agujas.”
La enfermera dijo que no quedaba mucho tiempo. Jim llamó a
sus hijos y les dijo que se apresuraran al hospital. Cada uno tuvo apenas unos
momentos para despedirse. Uno por uno acariciaron su brazo y le besaron la
mejilla. Después Jim se inclinó sobre la cama de Kathy, la tomó entre sus
brazos y la sostuvo.
“Estoy tan orgulloso de ti”, susurró. “Sé que lo hiciste lo
mejor que pudiste. Te amo, Kathy.”
Jim sintió una mano sobre su hombro. Era Scott, su hijo.
“Papá”, dijo Scott, “ya se fue.”
Nada ayudó a aliviar la pena de Jim. Era profunda, no tenía
fondo. Conservó las pertenencias de Kathy tal como siempre habían estado. Pasó
la mayor parte de su tiempo en la oscuridad. No contestó llamadas, no permitió
que amigos lo visitaran. No está seguro de lo que hizo durante esos funestos y
desesperados meses; sólo quedan destellos de memoria.
Recuerda que pasó la primera Navidad sin Kathy con su hijo
Kevin, su nuera Maren y la familia de ella. Recuerda que a las once de la
mañana del día de Navidad, todos los que habían conocido y querido a Kathy,
incluso amigos en Finlandia, prendieron una vela y la mantuvieron encendida en
su memoria. Pero más allá de eso, los meses después de la muerte de Kathy son
borrosos, demasiado dolorosos y tristes para recordar.
Pudo haber pasado años así, quizá el resto de su vida, pero
un día empezó a tener una migraña. Nunca había tenido una, aunque a Kathy
solían darle de vez en vez. Ese día, Jim vio cegadores destellos de luz y
sintió un paralizante dolor en la sien. Se tumbó en la cama y sostuvo su
cabeza. La migraña lo hizo pensar en Kathy, y en ese momento tuvo una especie
de epifanía.
Kathy no querría esto, pensó. Lo había cuidado.
Construyeron una vida juntos y se dio cuenta de que ahora estaba malgastándola.
Jim mejoró un poco después de eso. Él y Kathy habían
empezado la renovación de su casa antes de que ella muriera. Jim continuó donde
lo habían dejado y se aseguró de que hasta el último detalle quedara exactamente
como Kathy quería que estuviera. Estaba a punto de instalar una nueva estufa
eléctrica pero el electricista que había trabajado con ellos se opuso.
“No, no, no, Kathy me habló de esto”, dijo. “Ella quería
una estufa de gas. Una estufa de gas gourmet. Ya había escogido una con
perillas rojas.”
Jim colocó la estufa que Kathy quería.
No mucho después, cuando Jim regresaba a casa de una
reunión familiar, manejando por la autopista 101 cerca de Shell Beach, vio que
algo aparecía en su visión. Miró hacia arriba por el parabrisas al oscuro cielo
nocturno y vio dos meteoritos cruzando hacia la playa. Eran increíblemente
rápidos y brillantes, y mientras descendían a la Tierra, Jim se preparó para un
impacto. Volvió a mirar la carretera por un segundo, y después miró otra vez a
los meteoritos pero ya no estaban. El cielo estaba en silencio. Era como si lo
hubiera imaginado todo.
Esa noche, Jim visitó al hermano de Kathy y le preguntó si
había escuchado algo acerca de dos meteoritos enormes sobre Shell Beach. El
hermano de Kathy no había escuchado nada, ni nadie de aquellos a quienes les
preguntó.
Unas semanas después, Jim recibió una llamada de su hijo,
Kevin.
“Hay algo que debes ver”, dijo.
Kevin le envió el video de una lectura que su esposa,
Maren, tuvo con una médium psíquica. La médium psíquica era yo.
Como suele pasar, la lectura que tuve con Maren tuvo lugar
unas horas después de que Jim viera los meteoritos.
“Sólo míralo”, dijo Kevin. “Créeme.”
Jim y su hijo Scott vieron la lectura juntos. Casi al
instante, Jim notó que yo hacía gestos con las manos que le eran familiares.
Eran los gestos de Kathy.
Se inclinó hacia delante y escuchó mientras yo describía
una serie de eventos familiares, nacimientos y sucesos de la manera exacta en
que su esposa los habría descrito.
“¿Cómo puede ella saberlo?”, se preguntó. “¿Por qué actúa
como Kathy?”
Jim escuchó mientras Kathy hablaba, a través de mí, por los
siguientes sesenta minutos.
Después, al final de la lectura, Maren me preguntó: “¿Kathy
ha intentado contactar a Jim desde su muerte?”
Jim contuvo la respiración. No podía procesar lo que veía y
escuchaba. Aun así necesitaba oír la respuesta.
“Oh, sí”, le dije a Maren. “Ha tratado una y otra vez. Pero
cada vez que se aproxima él se interna más y más en la oscuridad. Ella no
quiere lastimarlo, pero sigue intentándolo. Ha intentado todo. ¡Dice que
incluso ha probado con meteoritos!”
Jim se puso de pie súbitamente.
“Necesito ver a esta mujer por mí mismo”, dijo.
Cuando tuve mi lectura con Jim había pasado casi un año
desde la muerte de Kathy. Nos conocimos en la casa de los padres de Maren en
Hungtington Station, en Long Island. No sabía nada de él aparte de que su
esposa había muerto un año antes. Se veía nervioso. Era alto, tenía el cabello
gris y ojos que sonreían cuando él lo hacía. No era joven pero se veía juvenil.
Su rostro era abierto y amistoso, y su energía era aventurera aunque con los
pies en la tierra. Era alguien con quien querrías pasar tiempo. Pero también
pude sentir su profunda tristeza.
Nos sentamos y leí su energía por un minuto o dos.
Entonces, muy rápido, sentí que su esposa entró. Me mostró una imagen muy
clara.
“Tu esposa me muestra que tu casa está en desorden”, dije.
“Las paredes están tumbadas, los pisos levantados, están tirando el techo. Todo
está de cabeza.”
Jim sacudió la cabeza y sonrió. Estaba a mitad de la
remodelación. Las paredes, los pisos, el techo: todo estaba tal como lo había
descrito.
“También veo algo como una estufa”, dije. “Una estufa con
perillas rojas.”
Jim empezó a llorar.
Kathy me dio detalle tras detalle que validaban su
presencia. Me mostró la huella de una mano en una pared.
“Me está mostrando esta huella y dice que te observa
tocando esta pared en la cocina”, dije.
Jim sacudió la cabeza y sonrió.
“La cocina era su parte favorita de la casa”, explicó.
“Cada mañana, cuando entro, toco la pared por ella. Cada mañana.”
“Ella está diciendo que lo reconoce”, dije. “Ella te toca a
ti también”, dije.
Kathy me mostró algo en un cajón: un pequeño frasco de
barniz de uñas.
“Kathy se ríe de esto”, le dije a Jim. “Se ríe y dice:
‘Bromea con él sobre por qué necesita mi barniz de uñas’.”
Jim ahora también reía. “Ella tiene razón”, dijo. “Guardé
su barniz de uñas. Lo tengo en el garaje. Es el mismo tono de rojo que mi
coche. Así que lo uso cada vez que necesito retocar el auto.”
Había algo en el hecho de que Jim conservara el barniz de
uñas de su esposa que era muy conmovedor para mí. El barniz de uñas había sido
de ella, ahora era de él, y lo usaban de muy distintas maneras, pero para ambos
era indispensable. El diminuto frasco era una costura en el tejido de su vida
juntos, una costura que los seguía uniendo a través de los límites del tiempo y
el espacio.
Mi lectura con Jim me mostró la persistencia con que
nuestros seres queridos tratan de comunicarse con nosotros desde el Otro Lado,
y cómo necesitamos cambiar nuestra percepción del mundo para que puedan
aparecer.
Jim y yo hablamos por más de una hora. Kathy atravesó con
muchos más detalles íntimos. Jim seguía sacudiendo la cabeza, preguntándose
cómo podía saber esas cosas. Pero por supuesto yo no las sabía. Sólo las
transmitía para Kathy.
Cuando la lectura terminó, Jim parecía muy conmovido. Se
puso de pie, inhaló un par de veces y después me abrazó.
“Sentí como si tuviera una conversación con Kathy”, dijo.
“No pensé que fuera a hablar con ella nunca más.”
Jim me pidió otra lectura, pero yo sabía que no era
necesaria.
“No me necesitas”, dije. “No me necesitas para hablar con
Kathy. Está siempre a tu lado. Sólo tienes que estar atento a lo que te rodea.
Cuando algo suceda, pon atención.”
Jim se fue a casa, compró un álbum y empezó a escribir todo
lo que le parecía fuera de lo ordinario. Escribió sobre el rosal que los
colegas de Kathy le dieron cuando ella se retiró, cómo lo plantaron en el patio
delantero y cómo empezó a florecer justo después de su muerte. Esas rosas eran
más grandes, brillantes y magníficas que ninguna otra flor en el jardín.
Escribió acerca de su aniversario de bodas, y cómo él y
Scott fueron a cenar a un restaurante al que hacía mucho tiempo no iban. La
primera cosa que saltó a la vista en el menú era una entrada de camarones con
nuez bañados en miel, que había sido el platillo favorito de Kathy.
Escribió acerca de la hermosa paloma blanca que voló dentro
del garaje mientras él trabajaba en su coche y cómo aterrizó y lo miró, él la
miró de vuelta, y se vieron por un largo tiempo hasta que la paloma se alejó
volando. Jim la observó partir y dijo en voz alta, aunque sólo él podía
escuchar: “Ésa era Kathy”.
Jim incluso regresó a trabajar en un puesto como geólogo
emérito y continuó con sus proyectos de investigación en el Valle de la Muerte
en California. No hay árboles en el Valle de la Muerte, ni colinas y nada
verde. Sin embargo, para él es un lugar de belleza y certeza, repleto de
piedras y minerales que puede sostener en sus manos. Pero en el llano paisaje
pardo, Jim encontró algo tan real para él como cualquier cosa en la tierra:
encontró a Kathy.
“Siento que ella está aquí”, dice. “Siento que siempre está
aquí a mi alrededor y estamos en comunicación todo el tiempo. Siento que
nuestro amor es igual que siempre.”
Jim cree en algo que la ciencia no puede probar: que algún
día él y Kathy estarán juntos otra vez. La lectura le abrió los ojos y el
corazón.
“Puedo ver un panorama en el que Kathy y yo estaremos
juntos de nuevo”, dice. “Ahora tengo las herramientas que necesito para
continuar. Para vivir como Kathy hubiera querido que viviera.”
Jim ya no necesita dos meteoritos cruzando el cielo. Todo
lo que necesita es una sencilla paloma blanca. O un platillo de camarones con
nuez bañados en miel. O cualquier cosa, en realidad, que le recuerde a Kathy y
el amor que comparten.
“Pienso que Kathy estaría orgullosa de mí”, dice Jim. “De
hecho, sé que lo está.”
Y cuando al fin Jim terminó de remodelar la casa que
compartía con su esposa, puso en la puerta principal una elegante placa de
bronce grabada: CASA DE KATHY.
22. WINDBRIDGE
MI búsqueda para descubrir mi lugar en el mundo nunca cesó.
Como maestra, insté a mis alumnos a ser incansables en su búsqueda de
conocimiento, y como médium psíquica puse esa lección en práctica. Aún había
grandes preguntas que necesitaba responder.
Phran y Bob Ginsberg me sugirieron investigar sobre el
Instituto Windbridge para Investigación Aplicada al Potencial Humano, una
organización conformada por científicos dedicados a la investigación de
fenómenos aún no explicados dentro de las disciplinas científicas tradicionales.
Windbridge, radicado en Arizona, fue cofundado por la doctora Julie Beischel,
quien es la directora de investigación. Dos de los médiums de la Forever Family
Foundation, Joanne Gerber y Doreen Molloy, eran también médiums de
investigación para Windbridge. Me encantaba la idea de ser capaz de usar mis
habilidades no sólo para ayudar a aquellos en duelo, sino también ahondar en la
investigación científica.
La declaración de misión de Windbridge afirmaba que la
organización “está interesada en preguntar: ‘¿Qué podemos hacer con el
potencial que existe en nuestros cuerpos, mentes y espíritus?’ ¿Podemos
sanarnos entre nosotros? ¿A nosotros? [...] ¿Podemos comunicarnos con nuestros
seres queridos que han fallecido?”
Supe que Windbridge ofrece un examen y certificación
rigurosa de las personas con habilidades médiumnicas. Es un proceso de ocho
pasos que incluye una lectura quíntuple ciega. El proceso fue diseñado para
eliminar cualquier posibilidad de que factores externos —lecturas en frío,
sesgos de los participantes, pistas por parte del experimentador, incluso
telepatía— influyan en los resultados. En una lectura quíntuple ciega, las
personas que supervisan el experimento no pueden saber ningún tipo de
información. No conocen nada acerca de los descarnados (término usado para
referirse a las personas fallecidas), ni qué médiums realizaron qué lectura, o
los lectores que fueron asignados a cada sedente.
Durante años había ansiado saber lo que significaban mis
habilidades únicas y las implicaciones que tenían para mí en lo personal, lo
psicológico y lo físiológico. Parecía que podría encontrar algunas respuestas
en Windbridge. Le envié un correo electrónico a la doctora Beischel y le dije
que deseaba tomar el examen.
La doctora Beischel obtuvo una licenciatura en ciencias del
medio ambiente y un doctorado en farmacología y toxicología por la Universidad
de Arizona. Cuando aún era estudiante, su madre se suicidó, y ella visitó a una
médium psíquica. La lectura le pareció significativa y comenzó a tener curiosidad
por lo paranormal.
La doctora Beischel no tardó en responder a mi solicitud y
me hizo completar un cuestionario que abarcaba aspectos de mi historia
personal, mi nivel educativo, mi estado de salud, mis habilidades psíquicas
específicas y más cosas por el estilo. Después presenté un examen basado en el
Indicador de Personalidad Myers-Briggs, un sondeo clínico que mide la
extroversión, la empatía y otros rasgos de personalidad. El tercer paso fue una
entrevista con dos de los médiums certificados del instituto. Su trabajo era
determinar mis motivos, si sería una buena compañera de equipo, si estaba
interesada en ampliar la ciencia de la parapsicología y cosas parecidas. Tuve
conversaciones maravillosas con los médiums que me entrevistaron. De hecho, mientras
me escuchaba a mí misma responder a sus preguntas, me sorprendía de algunas de
mis respuestas. Era como si el Otro Lado me guiara por esa parte del proceso.
“¿Dónde te ves en cinco años, en términos de tu trabajo
como psíquica?”, me preguntó uno de los médiums. Me escuché a mí misma decir
que mi compromiso con mi labor tomaría el papel principal en mi vida, y que
estaba emocionada porque trabajaría con un equipo de luz en el Otro Lado —los
niños que han cruzado— para transmitir el mensaje de que la vida continúa allá
y que no existe la muerte. Vi que mi misión era ayudar a la gente a vivir las
mejores versiones de su existencia aquí y ahora. Dije que deseaba ser parte de
Windbridge para contribuir a la investigación de la manera en que funciona el
mediumnismo. Hablar con otros médiums que estaban en el mismo canal y entendían
cómo era la vida al conocer la existencia del Otro Lado me dio confianza y
fortaleza. Todos entendíamos las mismas verdades. Sonreí cuando supe que había
aprobado la entrevista.
La siguiente parte del proceso fue una entrevista
telefónica con la doctora Beischel. Me preguntó acerca de mi proceso y
cuestionó mis intenciones: por qué quería aspirar a la certificación de
Windbridge, y cómo usaba y pretendía usar mi don. Después de media hora, más o
menos, me informó que pasaba a la siguiente etapa: el quinto paso.
En esta parte del proceso debía leer a distancia a dos
sedentes voluntarios seleccionados por los investigadores de Windbridge, e
intentar conectar con un ser querido específico de cada uno que hubiera
cruzado. Aunque no lo sabía en ese momento, los descarnados seleccionados eran
muy distintos entre sí a propósito —una persona joven y otra mayor, por
ejemplo— para descartar lecturas generales que pudieran aplicarse a ambos sedentes.
No me dieron el nombre del sedente ni su relación con el
fallecido. Todo lo que me dieron fue el primer nombre del difunto. La
investigadora que seleccionó a los sedentes entregaría los nombres de los
difuntos a la doctora Beischel. Después la doctora Beischel me llamaría, me
daría el nombre de uno de los difuntos, establecería un cronómetro de quince
minutos y me haría preguntas específicas acerca de la personalidad, apariencia
física e intereses del difunto, y además debía decir cómo había muerto.
Ni la doctora Beischel ni yo sabíamos nada del alma del
difunto ni del sedente. Incluso, el sedente no sabría nada acerca de mí y no
conocería de los resultados de mi lectura sino hasta más tarde. Todo lo que
tenía para continuar la prueba era un nombre.
Este protocolo aseguraba que la única manera de conseguir
información fuera a través del difunto. ¿Funcionaría? ¿Sabría el difunto dónde
encontrarme cuando entrara la llamada? ¿Sería capaz de conectar sin tener al
sedente al teléfono, o ni siquiera fuera consciente de que la lectura estaba
siendo realizada? ¿A qué había accedido? Recurrí a las únicas personas que
sabía que entenderían mi ansiedad: Kim y Bobbi. Les describí el proceso.
“Funcionará”, me aseguró Kim.
“El Otro Lado sabrá exactamente dónde encontrarte para
transmitir sus mensajes”, dijo Bobbi.
El día de la cita, estaba nerviosa. Me senté en la cama,
esperando la llamada de la doctora Beischel.
“La persona difunta que vas a contactar se llama Mary”,
dijo la doctora Beischel con sencillez. “Por favor empieza por decirme cómo se
veía cuándo cruzó.”
Había comenzado. No tuve tiempo de estar nerviosa porque de
súbito un increíble flujo de información atravesó. De pronto, describí a Mary,
identifiqué su conexión con la sedente y realicé un retrato de ella y de su
vida. Me mostró que medía 1.72 metros, era de cabello rubio y ojos claros:
tenía casi ochenta años cuando cruzó. Me enseñó sus pasatiempos: jardinería,
leer, andar en bicicleta. Me dijo que había estado casada y tuvo dos hijos. Me
llevó al área de su pecho para mostrarme la causa de su muerte y sentí que se
me cortaba la respiración. Me mostró un hospital. Me dio la impresión de que
había estado enferma por un tiempo y cruzó por enfermedad, no como resultado de
un accidente. Mientras todo esto sucedía, apenas podía creer toda la
información que aparecía con tanta facilidad.
Después de quince minutos, la doctora Beischel me dio las
gracias. Me dijo que dentro de una semana, a la misma hora, me llamaría para la
segunda lectura. Colgué el teléfono un poco mareada, salí de la recámara y fui
a la cocina, donde mis hijos jugaban en silencio. Mi mamá los había cuidado
mientras yo tomaba la llamada.
“¿Cómo estuvo?”, me preguntó.
“Fue una experiencia asombrosa”, dije. “Apenas escuché el
nombre, sentí que alguien atravesaba y me daba toda esta información. No sabía
si lo lograría sin un sedente presente, pero el Otro Lado sabe cómo
encontrarme.”
“Eso es maravilloso,” dijo mi mamá. “Parece que salió
fantástico.”
“Bueno, como yo lo veo, sólo hay dos opciones: o estoy
delirante y acabo de inventar la historia de toda una vida, o funcionó.”
Una semana después la doctora Beischel me llamó para la
segunda lectura. A pesar de que parecía que todo había salido bien la última ocasión,
aún estaba nerviosa. La doctora Beischel me dijo que el nombre de la difunta
era Jennifer. Como la vez anterior, la información se filtró. Las palabras e
imágenes aparecieron tan rápido que era como si estuviera dictando una novela.
Esta vez vi a una mujer joven, de casi treinta años. Me mostró su cabello
castaño rizado y sus ojos verdes. Me mostró que le gustaba la música y tocaba
la flauta. Vi que tenía una familia aquí: una mamá, un papá, un hermano y una
hermana. Señaló a un miembro de la familia en particular: su madre. Sentí que
quería decirle a su madre que estaba bien. Me mostró su cruce debido a una
enfermedad que evolucionó más rápido de lo esperado. No tuvo tiempo de
despedirse bien, porque cuando cruzó estaba inconsciente.
La avalancha de información era vivificante. Al mismo
tiempo, debido a que no recibía ninguna respuesta, no sabía si lo que decía
tenía alguna relevancia. Tampoco la doctora Beischel. Cuando los quince minutos
terminaron, la doctora Beischel me agradeció y me dijo que esperara los
resultados dentro de unas semanas.
La doctora Beischel transcribió las grabaciones de mis dos
lecturas, les dio formato de listas y las envió por correo electrónico a un
investigador de Windbridge, no el mismo que había entrevistado primero a los
sedentes. Además, ocultó los nombres de las difuntas para que el investigador
no supiera qué lectura correspondía a cada sedente.
Después el investigador envió dos juegos de resultados a
los sedentes. Éstos, sin saber cuál era su lectura, calificaban los casi cien
elementos de cada lista según qué tanto aplicaban para su ser querido.
Calificaban la precisión de cada afirmación de 0 a 6. Una afirmación que tenía
sentido y requería poca interpretación recibía un puntaje alto. Una que
necesitaba mayor interpretación para ser relevante recibía un puntaje bajo. Por
ejemplo, si algo atinaba sin más, recibía un 6. Si la declaración era verdad
pero se relacionaba con otro familiar fallecido, obtenía un 2. Las que no
tuvieran ninguna relevancia recibían un 0. Los grados numéricos de cada una se
sumarían en un resultado promedio. Al final de la calificación, cada sedente
escogía la lectura que creía suya.
Para que un médium psíquico pasara esta parte del examen,
cada sedente debía identificar la lectura correcta para su familiar difunto y
tener una calificación de 3.5 o mayor. El resultado de la lectura que no era
para esa persona debía tener 2.0 o menos.
Cerca de dos semanas después de la segunda lectura, justo
cuando ponía la mesa para la cena, la doctora Beischel me llamó por teléfono.
Pedí a mis hijos que guardaran silencio y rápido me llevé el teléfono a mi
habitación, sintiendo que el corazón me palpitaba con fuerza. Hablamos de cosas
nimias por un minuto antes de que apareciera un silencio incómodo. Me sentí como
si fuera uno de mis estudiantes en el angustioso momento previo a recibir la
calificación de un examen. Me pregunté si tardaba en hablar porque tenía malas
noticias.
“Tengo tus resultados del examen”, dijo al fin la doctora
Beischel. “Aprobaste esta parte.”
Sentí un gran alivio y me puse un poco sentimental, pero
mantuve la compostura porque sabía que esas dos lecturas eran sólo la primera
etapa de esa parte del proceso.
Las lecturas que había aprobado se llaman lecturas con
sedente ausente. En la siguiente parte leería para los mismos sedentes e
intentaría conectarme con los mismos parientes difuntos, pero esta vez el
sedente estaría en la llamada junto con la doctora Beischel. Ella no
identificaría al sedente, la relación del sedente con el difunto ni el género
del sedente: sólo me daría el nombre de quien había cruzado. Se les daban
instrucciones a los sedentes para permanecer en silencio durante los primeros
diez minutos de la lectura.
Casi una semana después, en el tiempo establecido, la
doctora Beischel llamó y reportó que tenía al sedente en la línea.
“Sedente, por favor oprima un botón en su teléfono para
hacernos saber que está listo”, instruyó la doctora Beischel. Escuché un tono;
el sedente estaba en línea.
La doctora Beischel me dijo que debía conectar con Mary una
vez más.
“Por favor, empiece”, dijo ella.
Al momento, el Otro Lado me envió el nombre de la sedente,
Lisa, y su ocupación: era enfermera. Recibí imágenes que me informaban que Mary
era la abuela de Lisa y que había sido una figura materna para ella. Los
siguientes diez minutos transcurrieron con apenas una pausa para respirar un
poco; así de rápido atravesaba la información. Sentí la misma avalancha de
euforia que en las lecturas anteriores.
Después de diez minutos, la doctora Beischel le indicó a la
sedente que dijera una sola palabra: “hola”, y que después respondiera a la
información que yo había compartido con “sí”, “no”, “tal vez”, “algo así”, o
“no lo sé”. En este segmento de la lectura, el segmento de interacción,
atravesó incluso más información. La abuela comenzó a contarme de la vida de
Lisa. Era soltera pero tenía un pequeño perro. Era muy trabajadora y había
logrado acabar la escuela. Había sido más cercana a su abuela que a su madre
biológica. La abuela de Lisa le agradeció por cuidarla cuando estaba enferma y
por estar presente cuando cruzó.
Al final de la lectura, Lisa me agradeció. Me dijo que era
maravilloso poder conectar de nuevo con su abuela. Me sentí llena de júbilo por
haber acertado en la relación de la sedente con la difunta, e incluso más feliz
de que Mary me hubiera dado el nombre de Lisa. Estaba agradecida de que Mary
hiciera tan buen trabajo comunicando su información.
Una semana después tuve mi segunda lectura con sedente
presente. La doctora Beischel me pidió conectar con Jennifer otra vez. Al
instante el Otro Lado me hizo saber que la sedente era la madre y su hija,
Jennifer, había cruzado. Después escuché a la hija cantar una canción peculiar:
la canción de los anuncios de la marca Oscar Mayer: “Oh, quisiera ser una
salchicha Oscar Mayer...”
Vi la palabra “Massachusetts” y después Jennifer me mostró
un hermoso lago de aguas transparentes con lo que parecían ser cristales
meciéndose en la superficie en un cálido día de verano. Vi altos pinos
majestuosos. Le narré todo esto a mi callada sedente.
Durante la segunda parte de la lectura, cuando la sedente
podía hablar, supe que era la madre de una chica que había cruzado. Más
adelante en la llamada, cuando la lectura había terminado, la sedente le
preguntó a la doctora Beischel si podía decirme algo. Quería decirme por qué la
canción de Oscar Mayer era tan importante para ella.
“Tengo la foto de mi hija en un Halloween”, me dijo. “Está
vestida como una salchicha Oscar Mayer. Le encantaba esa canción. La cantaba
todo el tiempo.”
Unas semanas después, la doctora Beischel me reenvió un
correo electrónico de la sedente, cuyo nombre, me enteré entonces, era Jeanne.
Quería validar algo más que había salido en la lectura. “Vivo en el bosque,
junto a un lago”, escribió. “Y justo cuando dijiste la palabra ‘lago’, yo lo
estaba mirando. Y cuando dijiste que había sol en el lago, el sol irradiaba a
través de las nubes y se reflejaba en el agua. Sentí un escalofrío doble.”
Qué momento tan extraordinario. Jeanne observaba el mismo
lago que su hija me describía. El lago y su casa, me dijo, estaban rodeados de
pinos. Por eso Jeanne asumió que su hija estaba justo a su lado, y le describió
el lago con mucho detalle a su madre para que supiera que estaba ahí en ese
momento.
Después de las lecturas, las sedentes calificaron la
información que les proporcioné. Pasaron los días y, aunque me sentía confiada,
estaba ansiosa por recibir la confirmación de haber aprobado esa parte del
examen.
La noche de Halloween, justo cuando volvía a casa después
de acompañar a mis hijos a pedir dulces, aún con mi sombrero de bruja y una
capa negra, revisé mi correo electrónico y vi un mensaje de la doctora
Beischel. Mis manos temblaron. Sabía que el correo electrónico guardaba los
resultados de este último paso. No habría llamada telefónica, ceremonia,
trompetas ni confeti. Sólo un correo que diría: Felicidades, pasas a la
siguiente prueba, o bien: Gracias por participar, pero hasta aquí llegaste.
“Garrett, llegó el momento. El correo electrónico está
aquí”, dije.
“Ábrelo”, dijo.
Los niños replicaron. “¡Ábrelo!”
Esperé otro momento antes de hacerlo. Cada vez que iba a
presionar el botón, mi mano se alejaba del teclado de forma involuntaria. Por
último, respiré profundo y lo abrí.
“Me complace informarte que has aprobado con éxito los
cinco pasos iniciales”, escribió la doctora Beischel. “Me alegra invitarte a
continuar con las pruebas que restan y los pasos de entrenamiento.
¡Felicidades!”
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Volteé hacia Garrett y
los niños, sin poder hablar.
“¿Qué?”, preguntó, preocupado. “¿Aprobaste?”
“Sí”, chillé mientras me deshacía en lágrimas. Mi familia
me rodeó y me envolvió en un gran abrazo.
“¿Por qué mami llora si pasó el examen?”, preguntó Hayden.
“Porque está feliz”, dijo Garrett, y me abrazó con más
fuerza.
Sin embargo, además de mis emociones había algo que nadie
sabía, algo que no había compartido. El día que accedí a ser evaluada por el
Instituto Windbridge hice una promesa; una promesa a mí misma y al Otro Lado.
Acordé que si aprobaba este examen nunca más cuestionaría mis habilidades. O
bien era una médium y la comunicación con los muertos era real y los difuntos
sabrían cómo encontrarme y hablarme y darme información válida, o nada de esto
era verdad.
Pero ahora sabía. El Otro Lado había hecho su parte.
Ahora era mi momento de hacer la mía.
La última línea del correo de la doctora Beischel decía: “Por
favor hazme saber si te gustaría continuar participando en el proceso de
evaluación de WCRM ”.
Decidí que honraría mi conexión con el Otro Lado y me
dedicaría a desarrollar mis habilidades y usarlas para ayudar a tanta gente
como me fuera posible. Esto incluía convertirme en una médium de investigación
y permitir que los científicos me estudiaran para conocer más acerca de mis
habilidades. Respondí al instante confirmando mi deseo de continuar. Había tres
pasos más que completar: el entrenamiento de médium de investigación, el
entrenamiento de sujetos humanos para investigación y el entrenamiento para
duelo. El proceso estaba diseñado para enseñarme la historia de los médiums y
la ciencia a lo largo del siglo pasado, educarme en la ética de aceptar ser
estudiada por científicos en Windbridge, y conocer los preceptos del instituto
sobre la mejor manera de ayudar a los sedentes durante y después de las
lecturas. Tras completar estos pasos, recibí un certificado por correo. Era
oficialmente una médium de investigación certificada por Windbridge (WCRM, por
sus siglas en inglés). Soy una de los diecinueve médiums certificados del país.
La certificación del instituto significaba que podía participar en experimentos
y eventos de Windbridge, así como ayudar al instituto a ampliar su
investigación sobre lo paranormal. Estaba llena de júbilo. Podía trabajar con
Windbridge en los aspectos científicos y con la Forever Family Foundation para
ayudar a los dolientes. Me sentí conectada con el Otro Lado y honrada de ser
parte de un equipo de luz.
Le escribí a Phran para contarle que Windbridge me había
certificado y agradecerle por orientarme hacia la doctora Beischel. Llamé a Kim
y a Bobbi y las animé a presentarse al examen de Windbridge, y me alegra decir
que Kim también se convirtió en una médium certificada por Windbridge. (Bobbi
no llamó a tiempo para el examen, lo hizo un mes después de que cerraran la
convocatoria.)
Más tarde supe las calificaciones de mi segunda ronda de
lecturas, aquellas con sedente presente. Una sedente calificó que 90 por ciento
de mis declaraciones eran precisas. La otra sedente calificó la precisión de la
lectura en 95 por ciento.
¿Qué significaba todo eso? Me pregunté qué conclusiones
podía establecer la doctora Beischel a partir del examen.
“Como científica, definitivamente no puedo afirmar que los
médiums se comunican con los muertos”, dijo la doctora Beischel. “Pero puedo
decir que los datos se inclinan en ese sentido. La ciencia va en esa dirección.
La ciencia se está actualizando. Mis datos apoyan que la comunicación con la
conciencia de los muertos es posible.”
Pero para mí, el certificado significaba algo más.
Significaba que me había graduado al siguiente nivel de mi travesía.
TERCERA PARTE
23. EL MUELLE DE CANARSIE*
EN noviembre de 2010 recibí una llamada repentina de mi
amigo Anthony. Me pidió que le realizara una lectura a su amiga Maria lo más
pronto posible. Me dijo que ella se encontraba en una situación desesperada: su
padre llevaba diez días desaparecido. Nadie conocía su paradero y tampoco si
seguía con vida.
Acordé llamar a Maria al día siguiente. Cuando lo hice ella
estaba manejando. Me pidió un minuto para orillarse y en el silencio al otro
lado de la línea sentí su tristeza y confusión. También sentí de inmediato que
alguien intentaba entrar desde el Otro Lado. Una figura paterna. Esto no era lo
que yo quería ver. No era lo que deseaba decirle a Maria. Sería difícil, pero
no tenía opción. Debía honrar lo que estaba recibiendo del Otro lado.
“Maria, hay algo que debo decirte”, dije cuando estuvo
lista, con la mayor suavidad posible. “Hay una figura paterna que viene del
Otro Lado para contactarte. Me pide que te diga que su nombre es John.”
Poco después supe que realicé la lectura en medio de una
investigación policiaca.
La investigación había comenzado casi dos semanas antes, el
4 de noviembre de 2010, un día frío y lluvioso. Un hombre llamado John, de
setenta y dos años, pasó la mañana en su casa en el barrio de Queens, en Nueva
York. Su esposa Mary estaba con él. Alrededor de las 12:30, Mary se preparaba
para salir a su trabajo con estudiantes de educación especial. Esa mañana no se
sentía bien y John le dijo que le preocupaba que no hubiera almorzado.
“No te preocupes”, le dijo Mary. “Comeré cuando regrese.”
Después Mary se despidió y se fue.
Cualquier otro día, John se habría quedado en casa para
almorzar o quizá habría salido a caminar. Pero ese día salió a la puerta y se
adentró en la lluvia helada. No tenía puesto su abrigo, sólo unos pants. No se
llevó su teléfono, sus llaves, su cartera ni dinero. Ni siquiera se llevó su
inhalador, que usaba para el enfisema.
Cuando Mary volvió a casa dos horas más tarde, llamó a John
pero no obtuvo respuesta. Buscó por toda la casa pero no estaba ahí. Cuando
encontró sus llaves y su cartera la invadió un temor terrible. Su día ordinario
había dejado de serlo.
La familia lo era todo para John. Había trabajado muy duro
para proveer lo necesario a su esposa y tres hijos. Había sido jardinero de
oficio, y cultivaba tomates en su jardín. Quienes lo conocían lo describían
como un hombre honesto de alma gentil. Cuando se retiró, ayudó a su hija Maria
a cuidar a su pequeño hijo.
Pero el año antes de irse John comenzó a cambiar. Se volvió
más introvertido, apagado. Se enojaba con facilidad y podía ser irritable. A
veces sacaba a relucir algún viejo reclamo —algo que lo había agobiado décadas
atrás— y se quejaba de ello como si acabara de suceder. Maria lo llevó con un
neurólogo, quien diagnóstico que John estaba en las etapas tempranas del
Alzheimer.
Bajo la mirada vigilante de su esposa e hijos, John comenzó
a tomar medicamentos para el Alzheimer, pero le provocaban letargo y aislamiento
interior. La familia se esforzaba en ayudarlo. “No queríamos aceptarlo”,
explicó Maria. “Pensamos que sus síntomas eran debido a su edad avanzada.
Apenas estábamos al inicio del proceso, intentando comprender qué era lo mejor
para él. Pero veíamos que iba en declive.”
Luego, el 4 de noviembre, John se marchó. Cuando su esposa
no lo encontró en casa, se subió al coche y manejó por el vecindario
buscándolo. Después de veinte minutos estacionó y llamó a su hija.
“Tu papá ha desaparecido”, le dijo.
“¿Cómo que ha desaparecido?”, preguntó Maria.
“No está. Tan sólo desapareció. Sus llaves y su cartera
están en la casa, pero él no aparece.”
“De acuerdo”, dijo Maria, pensando con rapidez. “Llamemos a
la policía.”
Esa noche los tres hijos de John estuvieron manejando por
todo Queens en su búsqueda. Al día siguiente caminaron por las calles, hablando
con los dueños de las tiendas y pegando carteles. “Entramos a cada tienda en el
bulevar, de un extremo al otro”, dijo Maria. En el último local, un salón de
bronceado, Maria mostró la foto de su papá a una joven cajera.
“Dios mío”, dijo la cajera. “¡Vi a tu papá ayer!”
La cajera estaba en la panadería comprando su almuerzo
cuando vio a John afuera pidiendo cinco dólares. Esa noticia le dio a Maria un
destello de esperanza. Los siguientes tres días estacionó su auto frente a la
panadería y se sentó ahí, esperando a ver si su padre regresaba.
Mientras tanto, lo que comenzó como una búsqueda por el
vecindario por parte de algunos amigos y parientes que entregaban volantes, se
convirtió en la búsqueda más grande en la historia de Queens.
Por casi dos semanas, un enorme grupo de búsqueda que
incluía policía montada, helicópteros, perros de búsqueda, reporteros de
televisión y un pequeño ejército de voluntarios preguntaba en todos los
rincones de Queens por cualquier señal de John.
Pero no encontraron nada. Había desaparecido sin dejar
huella.
Por esos días recibí la llamada de mi amigo Anthony y
concerté mi lectura con Maria.
Cuando le dije que su padre estaba atravesando desde el
Otro Lado, Maria comenzó a llorar. Esperé a que se calmara y entonces le hice
saber lo que John me estaba mostrando.
El 4 de noviembre John había salido de su casa confundido y
desorientado. Aunque no tenía dinero, se subió a un autobús y más tarde al
tren. Caminó por algunas calles que conocía y otras que no. Fue a la panadería
y a otros lugares que habían sido parte de su rutina. Pero estaba a la deriva:
no tenía destino ni dirección alguna. Luego, en mi pantalla de lectura me
mostró una señal que decía “CANARSIE. Después me mostró agua y un muelle. Yo no
tenía idea de lo que significaba, pero se lo transmití a Maria.
“¡Es el muelle de Canarsie!”, dijo Maria con voz
entrecortada. “Está en Brooklyn, en el límite con Queens. Era el lugar favorito
de mi papá en todo el mundo. Solía llevarnos ahí todo el tiempo cuando éramos
pequeños.”
El muelle de madera de casi doscientos metros, construido
detrás del parque Canarsie y a la orilla de la autopista Belt en Queens, se
extiende hacia Jamaica Bay y es un lugar popular para pescar; la gente atrapa
lenguado y pez dorado en temporada. A John le encantaba pescar ahí, y cuando se
volvió mayor disfrutaba pasear a lo largo de los tablones de madera frente al
agua. Después de que John desapareció, el muelle de Canarsie fue uno de los
primeros lugares en que su familia lo buscó, pero no encontraron evidencia de
que hubiera estado ahí.
Ahora John me mostraba lo que hizo cuando llegó al muelle.
Con la mayor delicadeza posible, le dije a Maria lo que veía.
John se detuvo en el parque Canarsie para reunir algunas
piedras. Las metió en los bolsillos de sus pants y caminó hacia el borde del
muelle. Estaba oscuro y hacía frío, y el muelle estaba vacío. Pasó por debajo
del barandal y se deslizó dentro del agua.
“Después de dos minutos de haber entrado al agua”, dije,
“tu padre se ahogó.”
Pero en el momento en que cruzó, John sintió un terrible
arrepentimiento.
“Me pide que te diga que siente mucho por lo que están
atravesando ahora, buscándolo”, le dije. “Él creyó que encontrarían su cuerpo
en uno o dos días, pero la corriente se lo llevó. Dice que lamenta todo el caos
que ha provocado.” John me mostró dos letras, M y A, y comprendí lo que
significaban. “No tiene sentido buscar su cuerpo ahora”, dije. “Lo encontrarán
hasta un mes que comienza con Ma; marzo o mayo. La corriente no lo devolverá
antes.”
John me mostró que se había suicidado porque temía lo que
le estaba sucediendo como resultado de la demencia. Maria validó esto. “Creía
que terminaría siendo una carga para su familia y no quería que eso sucediera”,
le dije. “No quería ser una molestia. Pero entonces, en cuanto entró al agua,
se dio cuenta de que había cometido un terrible error.”
Al suicidarse, había intentado evitarle a su familia una
gran carga. Pero se dio cuenta de que los había privado de un gran regalo.
La enfermedad de John, que parecía ser algo doloroso y
triste, de hecho era una oportunidad extraordinaria para que su familia
compartiera e intensificara el inmenso amor incondicional que sentían unos por
otros. Entre más avanzara la enfermedad de John, mayores cuidados y atención
necesitaría por parte de su familia; pero en la oscuridad de su enfermedad
había lecciones que John todavía necesitaba aprender, y lecciones que debía
enseñar.
Quizá una de las lecciones era la paciencia. Quizá era la
compasión. Quizá era el amor incondicional. O una comprensión de nuestro poder
para sanar o superar el miedo a la muerte. John se privó a sí mismo y a su
familia de la oportunidad de aprender estas lecciones. No se dio cuenta de que
el acto de cuidarlo —de ofrecerle consuelo a alguien con quien se sentían tan
agradecidos— no menguaría el amor de su familia hacia él sino que lo
aumentaría. No se dio cuenta de que permitir que su familia lo cuidara durante
la época más vulnerable de su vida les daría la oportunidad de disfrutar su
profunda y poderosa conexión de amor.
La decisión de John de terminar con su vida los privó de
este regalo.
“Dice que lo lamenta”, le dije a Maria. “Lo dice una y otra
vez: ‘Lo lamento’.”
Después de nuestra lectura, Maria contactó al detective
Frank Garcia del Departamento de Policía de Nueva York, quien estaba a cargo
del caso de la desaparición de su padre. Ella le dio la información que le
transmití durante nuestra lectura.
“Necesito que busquen en el agua”, dijo. “Mi papá está en
el agua.”
El detective Garcia accedió a ayudarle a encontrar a su
padre. Pasaron cinco horas juntos en un día frío y lluvioso, escalando las
rocas dentadas que bordeaban Jamaica Bay. Hacía tanto frío que las manos y los
pies de Maria estaban entumecidos, pero ella continuó: los dos lo hicieron. Al
final, la búsqueda fue infructuosa. Donde fuera que estuviera John, no sería
encontrado aún.
“Te aviso si sé algo de tu papá”, le prometió el detective
Garcia. “No te preocupes, lo encontraremos.”
Llegó marzo y no hubo noticias. El invierno dio paso a la
primavera.
El 1 de mayo, Mary llamó al detective Garcia. “Ahora lo
encontraremos”, dijo. “Un mes con las letras Ma.”
“Estaremos alerta”, prometió el detective.
Pero pasó el mes de mayo y tampoco hubo noticias.
A principios de junio el detective Garcia recibió una
llamada de la Guardia Costera. Las fuerzas de la Guardia habían estado
realizando ejercicios en una isla de Jamaica Bay cuando un oficial notó algo
que había aparecido en la orilla. Eran restos humanos; no un cuerpo completo,
sino un cráneo. La Guardia Costera los recogió y los envió para una prueba de
ADN. Los resultados tardaron varios días, pero cuando los entregaron se
determinó que pertenecían a John.
“¿Cuándo los encontraron?”, preguntó el detective Garcia.
“Hace unos días”, respondió el oficial de la Guardia
Costera. “En mayo.”
El detective Garcia llamó a Maria y le dio la noticia.
También le explicó el motivo por el cual los restos habían tardado tanto en salir
a la superficie. Cuando un cuerpo entra al agua en invierno, se hunde hasta el
fondo y es arrastrado por las mareas. Cuando el agua se torna más cálida, lo
más probable es que el cuerpo suba a la superficie. Los restos del cuerpo de
John eventualmente aparecieron cerca del muelle de Canarsie, donde cruzó. Había
estado en esas aguas todo el tiempo, sólo que no podía ser hallado.
“Nunca ha sucedido algo así”, le dijo el detective Garcia a
Maria.
“¿Qué cosa?”
“Esto”, dijo él. “Que tu psíquica nos haya dado todos los
detalles de cuándo y dónde encontraríamos a tu padre. Todo lo que te dijo
sucedió con exactitud. Nunca había visto algo así.”
Pero para Maria no era sorprendente. “Yo estaba en paz para
cuando llamó el detective”, dijo. “Ya sabía que mi papá estaba en el cielo.”
John estaba en el cielo. Incluso aquellos que cometen
suicidio van al cielo. Ahí sanan y luego continúan en su viaje de crecimiento y
comprensión. También intentan ayudar a sus seres queridos a sanar en la Tierra.
John estaba a salvo y era amado en el cielo, pero hizo contacto para pedir
perdón, y para darle a su familia paz mental.
Al principio Maria tuvo dificultad para perdonarlo. Su
decisión les causó a todos mucho dolor. Pero con el tiempo llegó a hacerlo.
Comprendió por qué lo hizo. Y ella sabía que el amor que compartían no terminó
cuando él cruzó. Sabía que nunca se acabaría.
¿Pero qué habría sucedido de haber entendido John estas
lecciones antes de entrar a las oscuras aguas? ¿Qué habría pasado si toda la
familia hubiera visto su enfermedad como parte de un designio mayor, como una
oportunidad para todos de crecer y zambullirse en un pozo profundo de amor y
compasión? Imagina que todos pudiéramos ver la enfermedad y la adversidad como
oportunidades de expandir nuestro amor al nivel de las almas.
La verdad es que podemos alcanzar esta claridad. Tan sólo
debemos ver y apreciar los hilos de luz y amor que nos unen, en tiempos buenos
y malos, en esta vida y la siguiente. Debemos honrar la luz entre nosotros.
John vio esta luz demasiado tarde. Pero ahora comparte las
lecciones que aprendió y él continúa viviendo a través de este regalo, y su luz
ilumina un camino a través de este mundo.
* Algunos nombres de las personas mencionadas en este
capítulo han sido cambiados para ocultar su identidad.
24. RESOLVIENDO EL MISTERIO
NO anuncio mis servicios como médium psíquica. Hace mucho
tiempo me quedó claro que quien vaya a tener una lectura conmigo debe
encontrarme. Así que cuando mi amigo John me dijo que Ken, un amigo suyo, me
buscaría para realizarle una lectura, le prometí que le daría una cita tan
pronto como pudiera.
Realicé la lectura de Ken por teléfono. Cuando me abrí a su
aura de inmediato vi algo muy particular y diferente: un deslumbrante
despliegue de colores. Como un arcoíris, sólo que más grande y mucho más
intenso. Colores sobre colores y más colores, todos ellos puros y vibrantes y
explosivos. Nunca había experimentado algo así en una lectura.
“Dios mío, tu aura es magnífica”, le dije. “No es un aura
normal.”
Por lo regular, el núcleo del aura de una persona está en
un rango de tres colores dentro de un círculo en mi pantalla. Pero el aura de
Ken era gigantesca y expansiva, con colores que giraban no sólo alrededor del
círculo interno sino también fuera de él.
Observé un verde hermoso, que era signo de una apertura brillante
a ideas nuevas. Vi blanco, el dominio de una prueba para el alma. Y vi rosa,
una expresión de su enorme amor por la humanidad. También había un
extraordinario azul brillante.
“El azul es signo de nobleza de espíritu”, le dije a Ken.
“Este azul sugiere que estás aquí en un nivel espiritual mucho más avanzado.
Eres alguien que está aquí para ayudar a sanar y enseñar a la humanidad. Y por
la forma en que el azul está vinculado a los demás colores... significa que tu
energía se expande hacia el mundo y que estás transformando a otras personas.”
Generalmente dedico sólo unos cuantos minutos a observar el
aura de una persona, pero con Ken no podía evitar querer detenerme en su
hermosa energía.
“Tienes un efecto muy tranquilizador y sanador en la
gente”, continué. “Y encima de ti veo blanco, y cuando veo blanco en el aura de
alguien significa siempre que él o ella está dominando una prueba para su alma:
algo que su alma se impuso a sí misma para trabajar durante su estancia en la
Tierra. Pero la prueba para tu alma no sólo se trataba de ti. Veo una energía
definitivamente de maestro en ti, pero se expande más allá de un salón de
clases tradicional. Estás en esta Tierra en forma física en un nivel espiritual
muy avanzado, y aun así eres humilde, sencillo. Es muy hermoso. No sólo has
dominado la prueba para tu alma; vas a ayudar a otras personas a dominar sus
propias pruebas. El trabajo que haces aquí resonará después de que hayas
cruzado y tendrá como consecuencia sanación y amor. Guau.”
“Discúlpame por detenerme en tu aura tanto tiempo”, dije
finalmente, “pero no veo algo como esto muy a menudo.”
Cuando avancé y dejé atrás el aura de Ken, escuché un
hermoso coro de gratitud.
“Hay mucho agradecimiento de parte del Otro Lado”, dije.
“Me provoca escalofríos. De alguna forma les enseñas a otras personas acerca
del Otro Lado. Siento que sabes más sobre él que yo. ¿Comprendes?”
Ken asintió.
“Aquí hay niños que te agradecen por... darles paz a sus
padres”, continué. “Son muchos, pero no tienes relación con ellos. Es un
agradecimiento de parte de todos los niños: agradecen el trabajo que realizas.
Cuando las personas cruzan y hacen una revisión de sus vidas, se dan cuenta de
cómo podrían haber ayudado a la gente cuando estaban aquí. Contigo, es como si
ya tuvieras ese conocimiento, pero estás aquí. Ayudas a que otras personas
adquieran ese conocimiento. Lo que estoy viendo es muy hermoso. Muy hermoso.”
Una mujer comenzó a atravesar para Ken.
“Percibo que está apareciendo alguien cuyo nombre empieza
con R, conectado a tu abuela.”
“Sí”, dijo Ken. “Su nombre comenzaba con R.”
“¿Se llamaba Ruth?”
“¡Sí!”, dijo Ken.
“Ella dice que eres un pacificador”, continué. “Me dice que
ése es el rol que has asumido. Debo decirte —y supongo que lo saca a relucir
porque ella provenía de otro país—, que una cosa que has aprendido es que no
somos de un país en particular. Es decir, creemos que nuestra nacionalidad es
nuestra identidad. Podemos vernos a nosotros mismos simplemente como seres
humanos compañeros y no estar tan identificados por nuestra nacionalidad,
porque todos estamos conectados. Es un modo de pensar muy avanzando, una forma
de pensar muy sanadora, y tú eres consciente de ello y ése es uno de los
mensajes que tratarás de compartir.”
Para entonces comprendí que el hombre al que le estaba
leyendo tenía una misión del alma; era un hombre cuyo trabajo resonaría mucho
tiempo después de que cruzara y traería amor y sanación al mundo.
Mucho después de la lectura, supe que Ken era el doctor
Kenneth Ring, profesor emérito de psicología en la Universidad de Connecticut y
uno de los académicos líderes en el campo de las experiencias cercanas a la
muerte (ECM). Una ECM se describe como una experiencia mística o trascendente
reportada por personas que han estado en el umbral de la muerte. En las últimas
décadas Ken se ha consolidado como un portavoz reflexivo sobre la existencia de
la vida después de la muerte. Su hermoso libro Lessons from the Light explora
varias historias extraordinarias de ECM. Su mensaje es que no debemos temer la
muerte. “Lo que encontraremos será hermoso, tan hermoso que no puede expresarse
con palabras”, escribe. “Porque la verdad es que estamos conectados con otro
mundo.”
La información que me llegó durante mi lectura con Ken Ring
—de que estaba ayudando de alguna forma a un gran número de personas— fue
validada por lo que aprendí sobre las ECM. Los estudios sugieren que millones
de personas alrededor del mundo han experimentado ECM. Éstas le ocurren a gente
de todos los países, edades y religiones. Le suceden a cristianos, hinduistas y
musulmanes, a jóvenes y viejos, a trabajadores de la construcción y a
directores de empresas, a los creyentes más devotos de sucesos místicos y a los
más escépticos.
Esto era lo que el Otro Lado me mostraba sobre Ken Ring: su
trabajo llevaba amor, sanación y comprensión a millones de personas. Él estaba
transformando la forma en que la gente percibe la existencia misma. Estaba
aportando un cambio real y significativo al mundo.
En pocas palabras, Ken Ring era un Trabajador de Luz.
Trabajador de Luz es un término que uso para describir a
las personas que están en esta Tierra para ayudar a enseñar y sanar a otros.
Son personas que ayudan a que otros encuentren sus dones y se conviertan en las
mejores versiones de sí mismos y ellos, a cambio, pueden usar su luz para
ayudar a otros. Mi lectura con Ken fue sumamente importante para mí porque me
mostró el poder que tiene un Trabajador de Luz —el poder que todos tenemos—
para brindar sanación y comprensión al mundo. Y reforzó la importancia de
valorar y explorar nuestra conexión con el Otro Lado, de honrar la luz entre
nosotros.
A pesar del trabajo de Ken en la ciencia de la vida después
de la muerte, él no había sentido la necesidad de contactar a un médium
psíquico. Pero un colega le contó sobre su primera lectura y cómo le había
cambiado la vida. Unos días después, por coincidencia, otro colega le dijo lo
mismo. En unas cuantas semanas, cuatro colegas le habían compartido sus
experiencias con una médium psíquica, y todos dijeron que la experiencia los
había conmovido profundamente. Fue entonces que Ken me llamó.
La verdad es que no tenía un motivo para buscar a una
médium psíquica. Estaba luchando con una pregunta relacionada con su padre, quien
había cruzado cuando Ken tenía diecisiete años. Durante casi toda su vida, Ken
tuvo la sensación de que su padre aún lo acompañaba. No tuvo visiones ni
escuchó voces ni nada por el estilo; tan sólo sentía la presencia de su padre.
Sentía la esencia de su padre como si fuera una fuerza en su vida, que lo
guiaba. Sobre todo, aún sentía el amor de su padre, aunque estuvieran
separados.
Mucho antes de nuestra lectura, Ken escribió sobre estas
sensaciones en una autobiografía: “Siempre he sentido el amor de mi padre como
el hecho primordial de mi vida, incluso cuando fue forzado a separarse de mí. Y
cuando muera, espero poder confirmar por mí mismo este sentimiento cuando por
fin lo vea una vez más con sus brazos abiertos, esperando para darme la
bienvenida a casa.”
Ahora, en nuestra lectura, Ken deseaba saber si lo que
sentía era real.
Varios miembros de la familia de Ken aparecieron en la
lectura, todos juntos, hablando al mismo tiempo, atropellándose para ser
escuchados. Su madre apareció, y luego alguien fuerte y enérgica llamada Mary,
del lado de su madre. Ken dijo que era su tía Mary. Entonces el Otro Lado trajo
a alguien con una D en su nombre.
“¿Hay un David aquí en la Tierra?”, pregunté.
Ken dijo que su hijo se llamaba David.
“También hay una Kathryn”, dije.
Ése era el nombre de la hija de Ken. El Otro Lado también
me dijo de Max, su nieto.
El padre de Ken también apareció, pero permanecía al fondo.
Después de un rato, Ken preguntó por su padre. Sólo
entonces su padre se acercó.
“Siento que cruzó antes de tiempo”, dije. “Su tiempo juntos
fue acortado. Y escucho una disculpa por eso. Te ofrece una disculpa, eso es lo
que estoy recibiendo. Es como si de alguna forma te hubiera fallado. Como si
hubiera cruzado sin haber tenido el tiempo suficiente contigo como tu padre.
Percibo el área del pecho. Algo en el área del pecho. Ni siquiera hubo tiempo
de despedirse.”
Ken me dijo que no estuvo presente cuando su padre murió
por un infarto.
“Tu padre dice: ‘Lo lamento’”, le dije. “Siento que está
diciendo que debió haber cuidado más su salud.”
Entonces Ken preguntó: “¿Puedes verlo?”
“Creo que no era muy alto”, dije. “¿Era más bajo de 1.80?”
Ken confirmó que sí lo era. “¿Tenía cabello oscuro?” Ken dijo que sí. “¿En
algún momento usó bigote?” Ken asintió de nuevo. “Hay algo extraño con su
bigote: cree que se ve tonto con él. Bromea acerca del bigote.” Ken se rio.
“Siento que tu padre trataba de construir algo mientras
estaba aquí”, dije. “No me refiero a construir una casa sino algo propio... y
fue interrumpido. Se quedó incompleto. No estaba muy contento por eso. Cuando
cruzó su reacción fue: ‘Espera un momento. Esto es una broma. En primera, ¿el
Otro Lado es real? Y segundo, ¿no voy a poder terminar eso?’ Estaba molesto por
eso.”
Ken comprendió lo que significaba. Su padre era un artista
que murió a mitad de la creación de diversas obras.
“Tu padre dice que te ayuda en tu trabajo desde el Otro
Lado”, dije. “De alguna forma organiza las cosas en el Otro Lado, y eso ayuda a
tu trabajo aquí.”
“¿Así que mi padre me está ayudando?”
“Te ayuda ahora, y te ha ayudado por muchos años”, dije.
“Como no podía hacerlo aquí físicamente, ha tenido que hacerlo desde el Otro
Lado.”
“Siempre lo he sentido”, dijo Ken. Luego continuó: “Quizá
no puedas responder esto, pero tengo curiosidad. Me gustaría saber: si es que
muero, ¿veré a mi padre?”
Escuché una risa proveniente del Otro Lado.
“¡Por supuesto!”, dije. “¡Tu padre se ríe de ti! Dice:
‘¡Estás preguntando algo pero ya sabes la respuesta!’. Tu padre está bromeando
contigo, y se ríe y dice: ‘Primero vas a ver un túnel y una luz muy brillante,
y luego, si quieres, te recibiré yo primero, y después vas a vernos a todos
ahí’. Debes creer que todos tus seres queridos estarán ahí para darte la
bienvenida. Y tu padre será el primero en la fila.”
La realidad de la vida después de la muerte, la presencia
continua de nuestros seres queridos que han cruzado, el poder de nuestra
conexión con el Otro Lado, el resplandor de la luz entre nosotros: para Ken,
éstos no son sólo datos de una investigación. Son regalos del Otro Lado para
nosotros.
Y en nuestra lectura, fueron un regalo para él de parte de
su padre.
“Nos están esperando cuando morimos, y seremos amados”,
dijo Ken en una conversación reciente. “Lo que encontraremos será hermoso, tan
hermoso que no puede expresarse con palabras. Porque la verdad es que estamos
conectados con otro mundo.”
Pero a pesar de su trabajo en este campo, a pesar de toda
la investigación que ha realizado, él sabe que, al final, “todos tenemos que
resolver por nosotros mismos el misterio de la vida después de la muerte. Y con
respecto a mí, creo que hay una hermosa vida después de la muerte. Creo que
nunca estamos solos”.
25. LA DIRECTORA
A veces también los maestros temen el camino hacia la
oficina del director.
Llevo dieciséis años enseñando en la preparatoria Herricks
y, excepto por un colega —en cuya lectura vi que tendría un nuevo auto y una
nueva novia— y mi amiga más cercana, Stephanie —una maestra de inglés de la
preparatoria a la que le confié mi secreto—, nadie sabía acerca de mis
habilidades como médium psíquica. Me esforcé mucho por mantenerlas ocultas y
asegurarme de que mis dos caminos de vida no se cruzaran... hasta que un día lo
hicieron.
Una maestra cuya energía me gustaba mucho, llamada Suzanne,
se acercó a mí después de clases.
“Asistí a un seminario de desarrollo espiritual el fin de
semana”, dijo, “y surgió el nombre de Laura Lynne Jackson.”
Sentí un nudo en el estómago. Suzanne explicó que había
asistido a una conferencia de Pat Longo, una maestra espiritual y sanadora muy
conocida, en la cual mencionó una lectura que había tenido conmigo.
“¿Eres tú?”, me preguntó. “¿Tú eres esa Laura Lynne Jackson?”
Asentí, aunque por dentro sentía cierto pánico.
“No te preocupes”, dijo Suzanne sonriendo, “tu secreto está
a salvo conmigo.”
Poco tiempo después accedí a participar en un evento de
Forever Family Foundation en una universidad en Long Island. El evento era para
personas que habían perdido seres queridos. Tenía bastante confianza en que
nadie de la preparatoria donde trabajaba sabría al respecto. Pero estaba
equivocada.
“Quiero avisarte algo”, me dijo Suzanne en un correo
electrónico. “Danielle [otra maestra del departamento de Suzanne] compró
boletos para el evento y está organizando asistir con varios maestros. Todos
vamos a estar ahí.”
Cuando le conté a Garrett lo que sucedía, no dudó ni un
instante.
“Debes decirle a la directora lo que haces”, dijo.
Garrett tenía razón. Debía saber si mi participación en el
evento pondría en peligro mi carrera como maestra. Si la directora me decía que
no podía hacerlo, tendría que cancelar, y eso me destrozaría. Sabía que sería
capaz de ayudar a muchas personas que estaban sufriendo mucho y quizá podría
transformar algunas vidas. Pero si eso significaba perder mi trabajo,
simplemente no podía hacerlo.
Así que tomé el largo y solitario camino hacia la oficina
de la directora.
Jane, quien había sido directora de la preparatoria
Herricks por varios años, había dedicado su vida a la educación. Criada en Long
Island por una madre irlandesa y un padre griego, comenzó su carrera como
maestra de educación especial y pasó los siguientes cuarenta años en el sistema
educativo. En nuestra preparatoria era responsable de más de 1 300 alumnos
provenientes de una amplia gama de contextos. Además, Jane encontraba tiempo
para dar una clase nocturna a maestros que desearan convertirse en
administradores. Era una educadora apasionada y práctica, una persona hermosa
con un alma generosa. Yo la admiraba y respetaba mucho, y en los once años que
habíamos trabajado juntas nos habíamos llevado muy bien.
De todas formas, conforme me acercaba a su oficina me
sentía muy nerviosa, como un estudiante al que hubieran enviado con el
director.
Inhalé profundo, entré a su oficina y me senté en la silla
frente a su escritorio.
“Tengo que decirte algo”, comencé, intentando evitar que me
temblaran las manos. “Yo... tengo una vida paralela afuera de la escuela y
nadie lo sabe.”
Jane parecía preocupada. Después supe que su primer
pensamiento fue: “¿Laura es prostituta?”
“No soy una persona muy religiosa, pero soy espiritual”,
proseguí, buscando las palabras correctas. “A veces realizo un trabajo
voluntario los fines de semana; voy a participar en un evento el próximo mes, y
quiero asegurarme de que estás conforme con eso, y que la administración
también lo esté. Este trabajo voluntario... el tipo de trabajo que hago...
implica que ayude a la gente a comprender algo sobre sus seres queridos. Seres
queridos que han cruzado.”
Jane me miró con atención.
“Entonces”, dijo, “¿eres... sensible?”
Asentí.
“¿Eres... una de ésas?”
“Sí”, dije.
“¿Una médium?”
“Sí. Una médium psíquica.”
Jane me miró fijamente. Intenté no avergonzarme ni desviar
la mirada. Ahora todo estaba sobre la mesa.
Entonces Jane se inclinó hacia delante y me preguntó en un
susurro: “Laura, ¿ves a alguien a mi alrededor ahora?”
Y de pronto las puertas se abrieron. Era como si el Otro
Lado lo hubiera planeado. El Otro Lado atravesaba a un kilómetro por minuto. No
había esperado leer a Jane, no deseaba hacerlo, pero alguien en el Otro Lado
empujaba fuerte y la pregunta de Jane era la apertura que esa persona
necesitaba. Era su madre, quien había fallecido décadas atrás.
“Estoy escuchando a Margaret”, dije. “Tu mamá me dice que
su nombre es Margaret.”
Jane se quedó con la boca abierta. Se puso de pie, rodeó su
escritorio y cerró la puerta de la oficina. Entonces se sentó de nuevo y se
inclinó hacia adelante.
“Sí”, dijo. “Su nombre era Margaret.”
“Tu mamá te educó de forma muy estricta”, continué. “Era
una católica estricta y te imponía muchas reglas, y ella sabe que a veces era
dura, pero quiere que sepas que todo lo que hizo fue por ti y por tu futuro,
porque te ama mucho.”
Los ojos de Jane se llenaron de lágrimas.
Luego escuché otra palabra.
“Morfina. Tu mamá dice algo sobre la morfina. Dice que
siempre le hacías preguntas a los doctores sobre la morfina, y la dosis que
debías darle, y quiere agradecerte por estar tan involucrada, tan preocupada, y
por facilitarle el final de su vida.”
Ahora Jane se cubría el rostro con las manos. Proseguí.
Había algo acerca del hijo de Jane y su carrera en el cine, sobre su hija, y
sobre un bebé que vi del Otro Lado esperando venir para su hija. El Otro Lado
estaba repleto de información para Jane. Antes de darme cuenta ya habían pasado
cuarenta minutos, y sonó el timbre para el cambio de clases. Jane se puso de
pie, vino hacia mí y me abrazó.
“Tu don es hermoso”, dijo.
Acordamos hablar de nuevo más tarde. Después de la sexta
clase, vi a Jane esperándome afuera de mi salón.
“¿Puedes pasar a verme después de la novena clase?”, me
preguntó.
Sentí como si me hubieran dado un golpe en el estómago.
Temí que Jane hubiera llamado al jefe del distrito escolar y que me prohibirían
asistir al evento.
Estaba ansiosa y distraída, pero logré dar mis últimas tres
clases. Conforme caminaba hacia la oficina de Jane sentí el mismo miedo que
horas atrás.
Cuando la asistente de Jane me vio se sonrojó. Otra
secretaria también se sonrojó y desvió la mirada. Me di cuenta de que Jane les
había contado sobre mí. De pronto me veían distinto. Ya no sabían cómo actuar
conmigo.
Entonces Jane me llamó para que entrara a su oficina.
Parecía solemne.
“Necesito preguntarte algo”, dijo en voz baja.
Me crucé de brazos en espera de malas noticias.
“Es sobre mi esposo”, dijo Jane.
Sentí que las puertas se abrían de nuevo. Me senté frente a
Jane y dejé salir todo.
“Él está aquí”, dije. “Tu esposo está aquí. Cruzó hace
algunos años.”
“Cinco años”, dijo Jane.
“Y estuvieron casados por mucho tiempo.”
“Treinta y cinco años”, dijo.
“Tu esposo está aquí. Y quiere que sepas... que le encanta
lo que estás haciendo con la casa.”
Jane sonrió y comenzó a llorar de nuevo.
“Pero me está diciendo algo sobre los pájaros”, continué.
“Los comederos de los pájaros. Dice que no has estado llenando los comederos de
los pájaros como deberías. Quiere que los llenes. Quiere que vuelvan los
pájaros.”
Jane se limpió las lágrimas. Era tan sólo un pequeño
detalle pero para ella era personal e íntimo, algo que había sido sólo de ellos.
Los comederos de los pájaros habían sido importantes para su esposo, y era
verdad, ella no había continuado llenándolos. Esto era la validación de lo que
le decía.
Su esposo se quedó con nosotras un buen rato. Ofreció
diversos detalles sobre su vida juntos, todo para verificar que él estaba
presente. Después de un tiempo Jane me detuvo.
“Laura”, dijo, “¿puedes preguntarle algo? Necesito saber...
¿Cómo se siente ahora acerca... de mi esposo?”
Después supe que a Jane la atormentaban sentimientos de
culpa por haberse casado de nuevo. Era una persona muy fuerte y generosa, y
vivía su vida de una forma honrada y llena de propósito, pero también era
humana, y toda su fortaleza no podía desvanecer el sentimiento de que al
volverse a casar estaba traicionando a su primer marido y a la memoria de sus
treinta y cinco años juntos. Todavía estaba en duelo por perderlo, y su culpa
se convirtió en una carga que creía necesaria.
“¿Cómo se siente con respecto a mi nuevo esposo?”, preguntó
de nuevo, casi suplicante.
La respuesta llegó clara y fuerte.
“Jane”, le dije, “él es quien llevó a tu nuevo esposo hacia
ti.”
Jane estaba desconcertada. Su primer esposo insistía mucho,
así que seguí hablando.
“Él dice que tu esposo ahora es un tanto bobo, y que le
gusta eso de él. Le agrada su personalidad. Pero dice que...”
Dudé un poco, sorprendida por lo que estaba escuchando.
“Dice que el trasero de tu nuevo esposo es más lindo que el
suyo.”
Jane rio.
“Dice que todo lo que siempre quiso para ti fue felicidad.
Por eso te mandó a tu nuevo marido. Quiere que seas feliz. Eso no ha cambiado,
nunca cambiará. Ni siquiera cuando lo dejes ir, Jane. Mucho menos cuando lo
dejes ir.”
Ésta no era la conversación que esperaba tener con la
directora. Al día siguiente, Jane me llamó de nuevo y me hizo una pregunta
directa.
“¿Cuál es tu visión del mundo?”
Respondí con facilidad.
“Veo la Tierra como un salón de clases”, dije. “Venimos
aquí para aprender lecciones y ayudarnos unos a otros. Pero el mundo verdadero
es el espiritual. Y ese mundo es de luz y amor.”
Jane me dio su bendición para continuar como maestra y como
médium psíquica. Hicimos un protocolo de lo que les diría a los estudiantes si
algún día se enteraban, pero fuera de eso continué mi trabajo normal como
maestra. En algún momento de esa semana Jane le llamó al jefe del distrito
escolar y le explicó mi situación. En parte gracias a su recomendación, el
distrito lo autorizó y mi empleo estaba asegurado. Incluso la asistente del
jefe del distrito me pidió una lectura.
“En lo personal, no creo en esas cosas”, le dijo el jefe a
Jane.
“Yo tampoco creía”, dijo Jane, “hasta ahora.”
Durante deiciséis años viví con miedo de que mi secreto
fuera expuesto, todo porque me había convencido de que la gente no me aceptaría
tal como soy. Por algún motivo creía que cuando mi secreto saliera a la luz la
gente me reprobaría, me ridiculizaría o me despedirían del trabajo, o las tres
juntas. Nunca imaginé que la gente a mi alrededor pudiera ser comprensiva. Así
que dejé que mis decisiones fueran gobernadas por el miedo.
¡Qué contraproducente puede ser el miedo! ¡Qué paralizante
y qué desperdicio! Incluso estaba preparada para renunciar a mi trabajo como
médium. Y entonces, al final, Jane fue increíblemente comprensiva. No sólo
aceptó mi don sino que lo acogió. Todo ese temor y preocupación me habían
encadenado innecesariamente por dieciséis años.
No puedo expresar lo bien que me sentía por estar libre al
fin del temor.
Jane me dijo después que mi lectura también tuvo un efecto
profundo en su vida. Antes de ese día, no pensaba mucho en la vida después de
la muerte. Se consideraba una persona espiritual pero también era muy práctica.
Intentaba ser buena y honesta y amorosa, pero también aceptaba que su
existencia era finita. Si existía algo más allá de esta vida, qué bien. Pero no
se mortificaba por ello. No le parecía relevante. Sólo intentaba aprovechar al
máximo su vida en la Tierra ahora.
Pero después de nuestra lectura, la visión del mundo de
Jane cambió.
“Estaba conforme con morir y ya”, me dijo. “Pero ahora
estoy abierta a que algo verdaderamente maravilloso sucede al morir. Y así mi
vida ahora se trata de estar preparada. Experimentar la conexión que todos
tenemos con este mundo de luz y amor, y vivir lo mejor posible ahora.”
26. TOCAR LOS HILOS
EN 2013 Phran y Bob Ginsberg me invitaron a ser médium
facilitadora en el retiro anual de fin de semana de Forever Family Foundation.
El evento se llamaba “Transformar el duelo: conexión y sanación entre dos
mundos”, y tendría lugar en un hotel y centro de conferencias en Chester,
Connecticut. Era un lugar hermoso, con un bosque exuberante y una terraza
sombreada por los árboles que daba a un estanque precioso. Phran me dijo que el
evento estaba diseñado “para enfrentar los retos del duelo y enfocarse en las
formas en que podemos comunicarnos con los seres queridos que han muerto y
mantener nuestras relaciones con ellos”.
Justo cuando llegué y entré a mi habitación en el hotel,
sonó mi celular. Cuando contesté sólo escuché silencio, así que colgué. Unos
minutos después sonó de nuevo. Una vez más no había nadie del otro lado.
Esa noche recibí seis o siete llamadas más de la nada.
Hacia la cuarta llamada comencé a pensar que algo extraño sucedía. Una llamada
perdida, tal vez dos, no era nada. ¿Pero seis o siete? ¿Me estaban jugando una
broma? Lo extraño era que no aparecía ningún número de teléfono en el
identificador de llamadas. El teléfono tan sólo sonaba.
Después de un rato me di cuenta de lo que sucedía con las
llamadas: alguien en el Otro Lado intentaba comunicarse conmigo.
Las llamadas fantasmas son una de las muchas formas en que
el Otro Lado nos manda mensajes. Los celulares emiten ondas electromagnéticas,
que son un tipo de energía que el Otro lado puede manipular. También tenía
sentido que recibiera las llamadas fantasmas en un evento que invita al Otro
Lado a aparecer. En estos retiros he visto a personas cuya angustia está tan
atorada en su pecho que apenas pueden respirar. He percibido que la carga del
dolor puede ser tan pesada que se siente como una nube de plomo. Pero también
he visto a personas que encuentran esperanza y sentido justo frente a mis ojos.
He observado lágrimas de amor puro donde antes había lágrimas de rabia. He
visto a personas que simplemente sueltan su sufrimiento, como un niño que deja
ir un globo. Y he escuchado lo que el Otro Lado dice acerca de la pérdida y el
duelo. Estaba segura de que las llamadas fantasmas guardaban una lección para
mí.
La primera noche en el retiro, Bob y Phran dieron la
bienvenida a todos los participantes y presentaron el programa de todo el fin
de semana. Noté a una pareja que estaba sentada perfectamente quieta,
ensimismados, con la mirada hacia el suelo. Sus rostros eran como de piedra.
Podía sentir la pesadez de su sufrimiento. Su dolor era palpable. Dije una
oración en silencio para el Otro lado: Por favor, permítanme ser un vehículo
para ayudarlos. Esperaba que me encontrara quien fuera que habían perdido.
Esa noche nos reunimos alrededor de una fogata. Phran me
preguntó si estaría “abierta” en caso de que el ser querido de alguien quisiera
atravesar desde el Otro Lado. “Por supuesto”, le dije. Después de que todos se
acomodaron alrededor del fuego, cantamos canciones para elevar nuestra energía.
Luego los cantos cesaron y una callada tristeza se instaló de nuevo. Sentí el
llamado. Era momento de hacer una lectura.
Esperé a ser guiada hacia alguien, sentir el lazo de la
energía. De pronto sentí una fuerte atracción hacia la pareja triste que había
visto antes. Caminé hacia ellos al otro lado de la fogata. El llamado se volvió
más fuerte. Quien fuera que necesitara comunicarse con ellos era muy
insistente. Me paré frente a ellos y dejé que el visitante se mostrara.
“Perdieron un hijo”, les dije.
Fred y Susan llevaban casados veinte años y tuvieron tres hijos:
Scott, Tyler y Bobby. Su vida en Thunder Bay, Ontario, era normal:
entrenamientos de hockey, partidos de beisbol, eventos de la escuela y tareas.
Los tres niños eran extremadamente brillantes y atléticos aunque Scott, el
mayor, era el más extrovertido, un líder natural. Era el tipo de chico que de
pronto comenzaba a cantar en medio de la clase y los demás estudiantes lo
seguían y se ponían a cantar también, y eso sólo provocaba que los maestros lo
quisieran más.
En la preparatoria eligieron a Scott como presidente del
consejo escolar de estudiantes y como rey del baile de graduación. Practicaba
varios deportes y destacaba en todos ellos. También era buzo certificado. Fue
aceptado en la prestigiosa Canadian Memorial Chiropractic College.
Hacia el final de su primer semestre, volvió a casa durante
unas vacaciones y estudiaba para sus exámenes. “Todos los días se sentaba en la
mesa del comedor con sus libros abiertos. Leía con mucha atención”, me dijo
después Susan. “No salía, sólo estudiaba. Excepto por ese viernes en la noche.”
Ese viernes por la noche, Scott y su amigo Ethan fueron a
una fiesta, y después Scott se quedó a dormir a casa de Ethan. Al día
siguiente, alrededor de la una de la tarde, Susan y Fred fueron de compras
—estaban planeando una gran cena de Pascua para la familia—, cuando de pronto
Susan recibió una llamada del hermano de Ethan.
“Scott se cayó de unas escaleras anoche”, le dijo. “Estaba
desorientado, así que llamamos a una ambulancia. Va de camino al hospital.”
Ella y Fred fueron directo a la sala de urgencias del
hospital. Un médico les dijo que todavía no podían ver a Scott. Tenía un
traumatismo, pero nadie sabía qué tan grave era.
“Vamos a ponerle anestesia general”, dijo el médico, “y
luego vamos a llamar al neurocirujano.”
“¿Al neurocirujano?”, pensó Susan. “¿Qué no sólo se cayó de
unas escaleras?” Escuchó que el doctor le mandaba un mensaje al neurocirujano y
se paralizó de miedo.
Esperaron en una sala privada con Ethan y su hermano. Susan
y Fred entraban y salían de la habitación, mirando ansiosos hacia el extremo
del pasillo donde estaban tratando a su hijo. Después de lo que se sintió como
una eternidad, el médico fue a hablar con ellos.
“Fue hacia Fred y le habló directamente”, dijo Susan. “Ni
siquiera me miró. Fue entonces que supe que era grave.”
Había una inflamación severa en el cerebro de Scott.
Permaneció sedado. El neurocirujano intentó insertar un tubo para aliviar la
presión, pero estaba demasiado inflamado. Entonces los médicos trataron de
elevar la presión de Scott para obligar a su cuerpo a redistribuir la sangre, y
aumentaron su ritmo cardiaco a 250 latidos por minuto, pero tampoco con esto
lograron reducir la inflamación.
La única opción que les quedaba a los médicos era perforar
el cráneo de Scott para aliviar la presión en su cerebro. Uno de los médicos
que estuvieron en la cirugía era un amigo, y cuando terminó encontró a Fred y
Susan en la sala de espera.
“Entramos y vimos que su cerebro estaba sumamente
inflamado”, explicó el cirujano. “No había nada que pudiéramos hacer.”
Scott no había muerto. Pero no podía respirar por sí mismo,
y la presión en su cerebro había provocado un daño considerable.
“Si fuera mi hijo”, dijo el médico, “lo dejaría ir. Nunca
volverá a ser Scott.”
Así nada más. No sólo era repentino, sino impensable. No
era posible. Susan y Fred, en shock, llamaron a Tyler y Bobby al hospital y se
reunieron con el cirujano. Sabían lo que sucedería, pero querían enfrentarlo
juntos.
“La verdad es que Scott ya no está con nosotros”, dijo el
cirujano.
La familia debía decidir si quitarle o no a Scotty el
soporte vital artificial. Tiempo atrás ese mismo año, cuando Scotty tramitó su
licencia para manejar, había aceptado entusiasmado ser donador de órganos. Los
médicos lo explicaron porque Scotty era tan joven y estaba en tan buena forma
que tendrían la oportunidad de extraer algunos de sus órganos, pero la decisión
debía ser tomada de inmediato. Susan preguntó: “¿Cómo saben que Scotty no
mejorará? ¿Cómo pueden estar seguros?”
El doctor repasó la lista de criterios que usaban para
determinarlo: no poder respirar por sí mismo, daño severo en el tallo cerebral,
insensibilidad al dolor, ausencia de reflejos. No había duda: Scotty se había
ido.
Los miembros de la familia tomaron unos momentos para
procesar lo que habían escuchado. En sus corazones sabían lo que tenían que
hacer; sin embargo, era una decisión increíblemente difícil.
Le indicaron al doctor que retiraran a Scotty del soporte
vital artificial.
El miércoles 4 de abril de 2012, un equipo de médicos llevó
a Scotty en una camilla a la sala de operaciones para extraer sus órganos. La
familia los acompañó parte del camino pero no podían entrar a la sala. En la
entrada el médico se hizo a un lado y los padres y hermanos de Scotty, uno por
uno, colocaron sus manos sobre el cuerpo de Scotty para despedirse.
“Adiós, hijo mío”, dijo su padre entre lágrimas.
“Adiós, Scott”, dijo su madre. “Te amaremos por siempre.”
Los médicos empujaron la camilla a través de las puertas de
la sala de operaciones, y la familia de Scotty se quedó ahí parada mientras las
puertas se cerraban.
En el lapso de algunas horas varios helicópteros
aterrizaron en el hospital para recoger los órganos de Scotty. Sus pulmones, su
hígado, su páncreas y sus riñones fueron a diferentes lugares, a distintos
receptores. El último órgano que se extrajo fue el corazón de Scotty. El último
helicóptero se elevó al cielo y se llevó su corazón.
De vuelta en casa, los libros médicos de Scotty todavía
estaban abiertos sobre la mesa del comedor.
En el retiro realicé la lectura para Fred y Susan durante
cuarenta minutos. El joven que apareció era vibrante y decidido y tenía mucho
que decir. Me dijo que su nombre comenzaba con S y que había cruzado rápido.
Dijo que había sido un accidente y asumió cierta responsabilidad al respecto.
Luego ofreció una serie de validaciones, como si comprendiera que sus padres
tendrían que ser convencidos de que él estaba ahí presente.
“Me está mostrando algo verde”, les dije. “Un vestuario
verde. Me dice que le mencione esto a su madre porque ella se reirá.”
Al principio Susan estaba desconcertada. Y luego, justo
como predijo, se rio. “Scotty se disfrazaba de pies a cabeza de Hulk en
Halloween”, explicó después Susan. “Me reí porque era típico de Scotty recordar
algo así para intentar hacerme reír.”
Luego, Scotty me dijo que hablara sobre los aretes que su
mamá traía puestos. Le pregunté a Susan si había estado indecisa sobre qué
aretes usar ese día.
“Scotty dice que le gusta el par que traes puesto y que te
alentó a escoger éste en vez del otro que pensabas usar”, dije. Susan confirmó
que se había decidido por un par pero en el último minuto volvió y se los
cambió por los que usaba ahora. Ésa era la forma en que Scotty le mostraba a su
mamá que había estado con ella todo el día.
Luego me dirigí a Fred. “Bueno, esto es un poco vergonzoso,
pero siempre debo transmitir los mensajes que recibo”, le dije. “Scotty quiere
que te diga que le gusta tu nueva ropa interior. Dice que es un nuevo estilo.
No más trusas blancas.”
Ahora Fred era el que estaba sorprendido. “Scotty me
molestaba por mis viejos calzones, tipo trusa”, explicó después Fred. “Hace
unos días compré ropa interior nueva, tipo bóxers. Nadie sabía que los había
comprado.”
Continué: “También me dice que te moleste por tus zapatos,
pero se ríe porque dice que tienes suficientes para diez años.” Susan y Fred se
miraron y rieron. “Es verdad”, dijo Fred. “Sólo me gusta un tipo de zapatos.
Mira, los traigo puestos ahora. Y estaban en rebaja, así que pensé: ‘¿Por qué
no?’, y ordené varios pares por internet.”
Entonces Scotty me mostró un jardín, y percibí una
sensación apabullante de amor.
“Scotty me está mostrando un jardín vinculado a él y a
ustedes dos”, dije. “Dice que se sientan allí, y él se sienta con ustedes. Es
muy hermoso. Es hermoso que ustedes pasen tiempo ahí, conectándose con él. Es
un lugar tranquilo para poder hacerlo.”
“Plantamos este jardín en su memoria”, dijo Susan. “Lo
llamamos el jardín de Scotty. Es muy especial para nosotros.”
“No me necesitan para ver y sentir a Scotty”, les dije. “Ya
lo hacen. Lo hacen cuando se sientan con él en su jardín. Y lo hacen cuando
compran ropa interior y escogen aretes para usar. Él está siempre con ustedes.
Todavía es parte de la familia.”
Susan y Fred habían estado tan atrincherados en su
sufrimiento que cuando llegaron me preocupó no encontrar una forma de
atravesarlo. Pero al final Scotty se encargó de eso. Cuando apareció fue muy
divertido. ¡Nos tenía a todos riendo y sonriendo! Se mostró como el Scotty que
su familia tanto amaba.
Pero lo más importante que Scotty compartió fue su
entusiasmo.
“Dice que está muy emocionado porque lo que hacen en su
nombre le permite hacer una diferencia aquí en la Tierra”, les dije. “Está muy
agradecido porque todavía puede tener un impacto aquí aunque esté del Otro
Lado. Le sorprende y le entusiasma. Todos ustedes trabajan juntos como un
equipo de luz para ayudar a otros: ustedes dos aquí, y Scotty en el Otro Lado.
Y eso lo hace muy feliz.”
En ese momento yo no sabía a qué se refería Scotty, pero
después supe que el año siguiente a que falleció, sus padres organizaron una
cena anual en su memoria para recaudar fondos para la caridad en nombre de
Scott. Programaron el evento para el sábado más cercano a su cumpleaños en
noviembre. La primera cena, llevada a cabo en un restaurante en Thunder Bay,
atrajo a más de cien personas y recaudaron 36 000 dólares para una organización
de beneficencia que ayuda a alimentar a niños en África occidental. Desde
entonces han recaudado miles de dólares para un grupo llamado Kids in Syria y
más de 50 000 dólares para niños con hambre en Mali.
“La llamamos la Cena de Scotty”, me dijo Susan. “A Scotty
le encantaban los niños y adoraba ayudarlos. Gente joven viene conmigo todo el
tiempo a decirme cómo Scotty marcó una diferencia en sus vidas.”
Scotty necesitaba que sus padres supieran lo agradecido que
estaba por lo que hacían en su nombre.
Tenía un mensaje más para ellos antes de terminar.
“Les agradece por haber venido a este retiro de duelo”,
dije. “Dice que intentó traerlos aquí y que por poco no vienen. Estaba muy
contento porque decidieron venir. No quiere que lidien solos con su dolor.”
Hay una razón por la cual participo con gusto en los
retiros de duelo. Entro viendo a la gente en franco desconsuelo, y salgo viendo
cómo han soltado sus cargas por el acto de compartir su pena con otros. Al
compartir reconocemos que, como seres espirituales, todos estamos conectados.
El duelo nos provoca dolor, pero el Otro Lado nos enseña
que este dolor no se trata de la ausencia de amor, sino de la continuación de
ese amor. Los brillantes hilos de amor que nos conectan con alguien en esta
vida perduran en la vida después de la muerte. Y cuando sentimos un dolor
insoportable por la pérdida de un ser querido, es como si jaláramos ese hilo de
amor. El dolor es real porque el hilo es real. Nuestro amor no termina,
continúa.
Finalmente, la lectura de Fred y Susan me mostró una vez
más que es muy importante lo que hacemos en esta Tierra después de perder a un
ser querido.
La forma más poderosa en que podemos honrar a alguien que
ha cruzado es difundir luz y amor en su nombre. Hacer ese trabajo no sólo
mantiene a esa persona presente en nuestras vidas, sino que también permite que
nuestro ser querido en el Otro Lado pueda ser una influencia positiva en
nuestro mundo.
¡Todo cuenta! Si hacemos una carrera de cinco kilómetros en
honor de alguien, esa persona estará corriendo o caminando con nosotros. Si
ofrecemos una cena de caridad, esa persona estará en nuestra mesa. Nuestros
seres queridos en el Otro Lado siempre saben lo que estamos haciendo, y vernos
esparcir luz en su nombre les importa mucho. El Otro Lado desea que vivamos
vidas abiertas y vibrantes. Que vivamos tan plena y radiantemente como podamos.
Ellos estarán ahí con nosotros.
Cuando convertimos la tragedia en esperanza, nuestros seres
queridos en el Otro Lado no sólo lo ven, sino que lo celebran.
Esa noche, después de la lectura de Susan y Fred, recibí todavía
más llamadas fantasmas en mi celular. Pero esta vez tenía una idea de quién me
estaba jugando una broma. A la mañana siguiente me encontré a Fred y Susan en
el desayuno y les conté de las llamadas fantasmas. “Siento que eran de Scotty”,
dije. “Siento que quiere que les diga que todavía está por aquí y se comunica
con ustedes. Y que no me necesitan para sentir esa conexión. Creo que se está
divirtiendo un poco y presume lo que puede hacer.”
Después supe que las llamadas fantasmas no eran los únicos
intentos de Scotty por mantener abiertos los canales entre él y sus padres.
Resulta que a Scotty le gusta expresarse por medio de la electricidad. “Cuando
era pequeño le fascinaba la electricidad”, dice Susan, “así que no me sorprende
que todavía le encante.”
Incluso Susan tuvo su propia experiencia extraña con su
celular. “Estábamos en Florida y vi que tenía un mensaje”, dice. “Lo reproduje
pero estaba en blanco. Y dije: ‘Scotty, si eres tú, tienes que dejarme algo
mejor que un mensaje en blanco’.” Más tarde ese día, Susan encontró noventa y
cinco mensajes en blanco en su celular.
Fred y Susan continuarán con las Cenas de Scotty y buscarán
nuevas formas de honrar la conexión continua con su hijo.
“Sentimos que nuestro papel es mantener viva la luz de
Scotty en este mundo al hacer cosas buenas en su nombre”, dice Susan. “Es una
forma en la que él puede seguir teniendo una influencia positiva en la gente.
Todavía puede marcar una diferencia en este mundo.”
“No significa que no lo extrañamos todos los días”, dice
Fred. “No hace que desaparezca el dolor. Pero es más fácil sabiendo que Scotty
siempre está a nuestro lado y que aún es parte de nuestro equipo.”
27. EL FÉNIX
EN el mismo retiro donde conocí a los padres de
Scotty, hice una serie de lecturas grupales para diez o doce participantes al
mismo tiempo. El último día del retiro, cuando comenzaba mi cuarta y última
sesión, sentí que un lazo de energía me guiaba hacia un hombre y una mujer
sentados juntos. Conforme me acercaba a ellos apareció una imagen: era lúgubre
y perturbadora. Luego llegaron más imágenes, todas ellas espantosas. Vi
imágenes de un impacto y de destrucción. Vi llamas y humo.
“Alguien está apareciendo para ustedes”, le dije al hombre.
“Ella dice que murió en un accidente de auto.”
El hombre levantó la vista y me miró con los ojos llenos de
lágrimas.
Una noche en 1966, Frank McGonagle y su esposa, Charlotte,
se subieron a su auto deportivo Triumph TR4 para ir desde Boston a Swansea,
Massachusetts, que queda a una hora hacia el sur. Acababan de asistir al
velorio del tío de Frank y estaban ansiosos por volver a casa para estar con
sus cuatro hijos pequeños. Cuando les faltaban unos cuantos kilómetros para
llegar, Frank manejó hasta una intersección y se detuvo cuando el semáforo pasó
de amarillo a rojo.
Un instante después un auto rugió detrás de ellos y golpeó
al TR4 por atrás. El impacto fue devastador. El auto salió volando hacia la
intersección y chocó contra una barda de contención. El olor a gasolina llenaba
el aire. Tres adolescentes salieron de otro auto y se apresuraron hacia el
Triumph. Llegaron hasta la ventana destrozada del lado del conductor y sacaron
a Frank. Justo cuando lo hicieron, el tanque de gasolina estalló.
Las llamas devoraron el auto. También Frank estaba en llamas.
Se tumbó en el suelo y rodó sobre su cuerpo, intentando apagar el fuego. Tenía
puesto un abrigo largo que protegió casi todo su cuerpo, pero su cabeza estaba
expuesta y sufrió quemaduras de tercer grado en su rostro, orejas, cuero
cabelludo y cuello. Frank no recuerda que lo sacaran del auto ni haber rodado
sobre la autopista. De hecho, apenas puede recordar el accidente. Recuerda
haber despertado en la sala de urgencias en el hospital, y al doctor diciéndole
que su esposa no sobrevivió.
Charlotte, la hermosa chica texana de cabello rizado de la
que se enamoró el día que la conoció; el amor de su vida, la madre de sus
hijos, su mundo entero, se había ido. Charlotte tenía siete meses de embarazo.
En un abrir y cerrar de ojos, la vida que construyeron juntos desapareció.
En mi lectura con Frank, el Otro Lado no me dijo los
detalles de su vida después del accidente, pero vi que había sido difícil. La
verdad es que cuando Frank despertó en la sala de emergencias, se encontró en
una especie de infierno.
Estaba sedado con morfina y tenía un tubo de traqueotomía
en el cuello. “Desde ese momento me sentí responsable por su muerte”, me dijo
Frank. “Sentí que había abandonado el barco. No podía perdonarme por haberla
dejado.”
Frank pasó los siguientes tres meses en el hospital. Sus
quemaduras ponían en riesgo su vida, pero salió adelante. Pero mucho peores que
el daño físico eran la culpa y el sentimiento de injusticia, que casi lo
paralizan. Mientras aún estaba en el hospital un cura lo visitó. El cura
conocía al conductor que había provocado el accidente, un joven llamado
Richard, que quería conocer a Frank.
“Quiere pedirte perdón”, dijo el cura.
“Padre, si lo trae a esta habitación”, dijo Frank, “lo
mataré.”
Amigos y familia ayudaron a Frank a recuperarse y a criar a
sus cuatro hijos. Pero intentar mantener unida a su familia sin Charlotte era
casi insoportable. A veces Frank pensaba en suicidarse. Unos dieciocho meses
después del accidente se casó con una enfermera que trabajaba en el hospital
donde había estado internado, pero el matrimonio estaba condenado desde su
inicio. “Yo era un desastre”, explicó Frank. “No había resuelto ninguno de mis
problemas de culpa y enojo y dolor.”
Pasaron diez años, luego veinte y luego treinta, y Frank
todavía estaba atribulado.
Un día asistió a un discurso de Fred Luskin, un doctor que
se dirigía a una audiencia de víctimas de quemaduras. Luskin habló sobre el
poder del perdón, y de la forma en que ayuda a quien es perdonado pero también
a quien perdona. Luskin planteó un argumento convincente de la forma en que el
perdón puede transformar la dinámica de una tragedia. “Tenía que conocer a
Richard”, me dijo Frank después. “Y debía perdonarlo.”
Frank se enteró de que Richard había sido sentenciado por
imprudencia temeraria. Había pagado una multa y perdido su licencia por un año.
“Un día hablé con un vecino que lo conocía”, dijo Frank. “Me dijo que Richard
no había vuelto a manejar después del accidente.”
El vecino ayudó a concertar la reunión ente Frank y Richard
en la oficina del párroco en la iglesia. Frank llegó primero, demasiado
nervioso como para sentarse. Miró por la ventana de la oficina y vio que un
auto se estacionó. Un hombre salió de la puerta del copiloto y caminó
titubeante hacia la entrada. Frank inhaló profundo. Escuchó pasos y miró que la
puerta se abría despacio.
Al fin los dos hombres estaban en la misma habitación, a
tan sólo unos metros de distancia. Por un largo rato ninguno dijo una sola
palabra. Frank luchó con un diluvio de emociones.
Finalmente Frank habló.
“Gracias por venir”, dijo. “Sé que requiere de mucho valor
que estés aquí.”
Richard levantó la vista. Tenía los ojos rojos y estaba
temblando.
“Lo lamento”, dijo. “Lo lamento muchísimo.”
“Mira”, continuó Frank, “yo sé que no fue tu intención que
esto sucediera, pero sucedió. A veces yo mismo he manejado de forma
irresponsable. Al final, no fue tu intención hacerlo.”
Los dos hombres hablaron por media hora. Frank se dio
cuenta de que Richard se había estado castigando a sí mismo más duramente que
cualquier otra persona.
Los hombres se secaron las lágrimas, estrecharon las manos
y se despidieron. Richard se fue y Frank lo miró caminar hacia la banqueta para
esperar a que fueran por él. Pronto llegó un auto y Richard se subió en él.
Frank se dio cuenta de que no era el único perdido en un mundo de dolor.
Dos días después, Frank estaba hablando por teléfono con su
hija, Margaret. Le contó sobre su encuentro con Richard y que lo había
perdonado. Mientras hablaba, una simple pregunta surgió en su mente.
Ahora que lo has perdonado, ¿por qué no te perdonas a ti
mismo?
Después de eso, la perspectiva de Frank cambió
drásticamente. “Podía ser más objetivo sobre lo sucedido”, dijo. “Era como
eliminar el ego. Me volví más un observador que un participante. La reunión con
Richard lo detonó. Mientras lo miraba alejarse sentí mucha pena por él. Sentí
una profunda lástima. Vi lo lastimado y herido que estaba, y que quizá siempre
lo esté. Era algo por completo distinto a como me sentía justo después del
accidente, cuando quizá lo hubiera matado. Ahora comenzaba a ver el poder del
perdón.”
Poco a poco Frank comenzó a soltar su culpa. Y cuando lo
hizo, experimentó el poder del perdón para sanar.
Pero soltar su dolor era otra historia. Había una pregunta
profunda que simplemente no era capaz de responder: ¿qué había sucedido con
Charlotte? En un momento estaba con él y al siguiente ya no. ¿Adónde se había
ido? ¿Qué había pasado con ella? Para Frank, su relación con Charlotte había
terminado de forma abrupta ese día lejano y el poderoso amor que existía entre
ellos se había extinguido.
Frank recordó el momento en que la madre y el padre de
Charlotte fueron a verlo al hospital después del accidente. Temía ese momento.
Charlotte había sido su única hija, una brillante y hermosa diosa solar. Pero
cuando la madre de Charlotte entró en su habitación, se sentó en una silla
junto a la cama de Frank y le dijo: “Frank, Charlotte todavía está contigo. Me
visitó en mi recámara y quiere que sepas que está bien. No está sufriendo. Está
en el cielo con tu bebé y muy contenta. Y quiere que te mejores y seas un padre
fuerte para tus hijos. Quiere que seas feliz.”
En medio de la confusión por la morfina, sólo una cosa
atravesó la mente de Frank al escuchar a la madre de Charlotte. Está diciendo
tonterías, pensó. Enloqueció por el dolor.
Le tomó más de cuarenta años cambiar de parecer.
En 2006 un amigo exhortó a Frank a asistir a un seminario
dirigido por una médium psíquica. El amigo pensó que le ayudaría a Frank en su
travesía de vida. Frank era escéptico, pero accedió a ir. Durante el seminario,
escuchó a varios psíquicos citar detalles de sus parientes muertos. Uno de los
psíquicos incluso mostró un letrero que decía CC, las iniciales de su esposa
fallecida, Charlotte, cuyo apellido de soltera era Carlisle. Eso bastó para que
Frank cambiara de idea acerca del Otro Lado. Ahora creía que de alguna manera
podría conectar con Charlotte de nuevo.
Durante mi lectura con Frank, Charlotte apareció más
claramente que en otras lecturas previas de él. Me mostró que en los años
siguientes cuidó de Frank y lo encaminó para encontrar a su esposa actual,
Arlene, quien era la mujer que estaba junto a él en el retiro; “Ella quiere
agradecerle a Arlene todo lo que ha hecho por ti”, le dije a Frank. “Dice que
cuentas con muchas personas, muchos guías y seres queridos, que cuidan de ti
desde el Otro Lado.”
Charlotte comunicó un profundo orgullo por lo que su esposo
había hecho desde el accidente. Parecía que había todo un equipo de personas en
el Otro lado felicitando y celebrando a Frank.
“Dicen que te mereces una ovación de pie por la labor que
has hecho en la Tierra”, dije.
Más tarde me enteré de que Frank había dedicado treinta
años a ayudar a otras víctimas de quemaduras a sobrellevar sus heridas y
encontrar formas de vivir una vida normal. Comenzó a trabajar con una organización
nacional de apoyo llamada Phoenix Society for Burn Survivors, y después se
convirtió en presidente del consejo del grupo. “En verdad creo que es una de
las razones más poderosas por las que me salvé”, escribió Frank en una
publicación. “Sobreviví para ayudar a otros sobrevivientes de quemaduras y sus
familias. No es mi obligación. Es mi privilegio.”
Ahora Charlotte aparecía para expresar lo orgullosa que
estaba de su marido por lo que había logrado. Era una cascada de alegría y
afecto, una expresión pura de amor. “Charlotte ve todo lo que le has dado al
mundo, y que no permitiste que lo sucedido te amargara”, le dije. “Quiere
reconocer todo lo que has hecho en su honor.”
A Frank se le llenaron los ojos de lágrimas. Creía que
Charlotte lo había cuidado y había sido parte de su camino todo el tiempo.
Creía que ella lo había acercado a Arlene. Y creía que ella lo había visto
ayudar a cientos de sobrevivientes en su memoria.
“Todo lo que hice fue para honrar a Charlotte”, me dijo
Frank después. “Hacerlo era una forma de que ella no desapareciera por
completo. Saber que estaba orgullosa de mí, que estaba feliz con lo que yo
hacía, vaya, fue increíblemente reconfortante.”
Pero Charlotte no fue la única que apareció durante la
lectura.
“Frank, veo un espíritu que no nació”, le dije. “El
espíritu murió en el accidente también. Frank, es tu hijo.”
Frank me miró incrédulo.
“Tu hijo está apareciendo y quiere que te diga que también
está contento al ver que ayudas a otras personas”, le dije. “Tu hijo está
sumamente orgulloso de ti.”
Cuando sucedió el accidente, Frank y Charlotte no habían
elegido aún el nombre para el bebé que estaba en camino. Con el paso de los
años, cada vez que pensaba en el hijo que había perdido, lo pensaba sólo como
“el bebé”.
Y ahora, en el retiro de duelo, su bebé ya no era tal: era
un hermoso espíritu de luz y amor. No había podido conectar con Frank en la
Tierra, pero lo estaba haciendo ahora, expresando amor y orgullo.
Frank se cubrió el rostro con las manos y lloró.
Durante décadas, Frank había guardado cajas con carretes de
películas caseras en un clóset de su casa. Eran viejas cintas con mudas
imágenes gastadas, temblorosas y decoloradas de Frank, Charlotte y sus hijos
pequeños. Para Frank eran recordatorios de una vida que le había sido
arrebatada. No podía tolerar mirarlos después de que Charlotte murió. Pero tras
nuestra lectura, Frank sacó las cajas.
“Había unas dos horas de filmación”, me dijo después.
“Abarcaba los nacimientos de nuestros cuatro hijos y toda nuestra vida hasta
antes del accidente. Los convertí a formato digital y lo edité completo. Quería
hacerlo por mis hijos. Quería hacerlo por Charlotte.”
El video narra la historia de una familia hermosa y feliz.
Charlotte sonríe y saluda a la cámara. Los niños pequeños caminan tambaleándose
a su alrededor y se caen. Hay alegría y risas y amor, mucho amor.
Frank les entregó la película a sus hijos para que
recordaran a Charlotte de la forma en que él lo hacía. Frank también deseaba
que sus once nietos vieran la película para que supieran quién había sido su
abuela. “Era otra forma de honrar a Charlotte”, dijo Frank.
Cuando terminó el retiro, volví a casa en Long Island y
pensé mucho en la historia de Frank. Lo que la hacía sumamente conmovedora para
mí era la forma en que él había encontrado la fuerza y la valentía para
convertir la oscuridad de su vida en una luz brillante y hermosa. Me di cuenta
de que la historia de Frank puede enseñarnos a transformar nuestra perspectiva
sobre lo que significa el duelo.
En ciertas culturas existe la tradición de soportar a solas
la tragedia, como si “mantenerse imperturbable” fuera una cualidad admirable
por encima de todo. Pero las investigaciones en torno al duelo muestran que
alejarnos de los demás en momentos de dolor de hecho va en contra de la
sanación.
Al principio, Frank atravesó solo su tristeza. Después se
acercó a grupos de apoyo para sobrevivientes de quemaduras, y fue entonces que
la verdadera sanación comenzó. “A los hombres nos enseñan a ser John Wayne”,
dijo Frank. “Nos enseñan a no llorar ni compartir nuestro dolor. Pero cuando
comencé a compartir mi historia con otros sobrevivientes, pude ver lo mucho que
me ayudaba.” Cuando perdonó al hombre que provocó el accidente, pudo perdonarse
a sí mismo, y eso le permitió estar al servicio de otras personas.
El universo está diseñado para que estemos ahí para los
demás y viceversa, no estamos destinados a retirarnos a nuestro dolor y pena a
solas. Estamos destinados a honrar los vibrantes hilos de luz y amor que nos
unen, porque el amor de los demás es la fuerza más sanadora de todas. ¿Por qué
habríamos de privarnos de esta poderosa fuerza? Estamos destinados a ser parte
de un vasto e infinito ciclo de amor, a través del cual recibimos el amor de
otros y luego transmitimos ese amor a alguien más.
Al compartir nuestro dolor, y al dar y recibir amor, es
como sanamos de nuestro duelo.
Ahora, cada mañana cuando se levanta, Frank se mete a la
regadera y da gracias. “Tengo una larga lista de personas con quienes hablo”,
me dijo. “Hablo con Charlotte cada día y le pido que me siga ayudando. Hablo
con los seres queridos que he perdido, con todos mis espíritus y guías. Sé que
mucha gente se mostraría escéptica al respecto, pero he transformado mi
creencia sobre cómo funciona el universo.”
Incluso en los días en que todavía sufre y extraña a
Charlotte, le tranquiliza saber que ella no se ha ido realmente. “Creo que
Charlotte aún está conmigo”, dice. “Creo que mi bebé está conmigo. Creo que
todos mis seres queridos están aquí, dándome amor. He descubierto que todo
tiene que ver con el amor. Cuando amas a alguien, lo amas para siempre.”
28. EL BONSÁI
A lo largo de mis lecturas, el Otro Lado me ayudaba a
responder muchas de las grandes preguntas con las que había lidiado por mucho
tiempo.
¿Por qué estamos aquí? Para aprender. Para dar y recibir
amor. Para ser los agentes de un cambio positivo en el mundo.
¿Qué sucede cuando morimos? Abandonamos nuestros cuerpos,
pero nuestra conciencia perdura.
¿Cuál es nuestro verdadero propósito en la Tierra? Crecer
en el amor, y ayudar a otros a hacer lo mismo.
El Otro Lado también me ha ayudado a responder una pregunta
que aún confunde a muchos pensadores: ¿tenemos libre albedrío para trazar el
rumbo de nuestras vidas, o nuestros futuros ya están diseñados? El Otro Lado me
ha mostrado un modelo de la existencia que es lo bastante generoso para incluir
el libre albedrío —la capacidad de actuar a partir del criterio propio— y el
predeterminismo, que es la creencia de que todos los eventos y acciones ya están
decididos. Es un hermoso modelo sencillo que llamo “libre albedrío versus
puntos de destino”.
Nuestra existencia está diseñada a partir de una
deslumbrante variedad de puntos de llegada establecidos antes de nacer.
Éstos son los puntos de destino: una continuidad de todos
los eventos cruciales, momentos decisivos y personas significativas que
constituyen nuestro tiempo aquí. Piensa en ellos como las estrellas en el cielo
nocturno: una colección de luces desplegadas en un amplio lienzo.
El Otro lado me ha mostrado que creamos las acciones que
nos mueven de un punto de destino al siguiente. Somos nosotros quienes
conectamos los puntos. Tomamos decisiones que nos mueven de un punto al otro, y
en el proceso damos forma y creamos la imagen de nuestras vidas.
Cada uno de nosotros viene a esta vida con contribuciones y
dones únicos que hacer. Encontrar y honrar a nuestro verdadero yo siempre nos
ayudará a navegar hacia nuestros puntos de destino.
Debemos aprender a reconocer nuestra propia luz. Siempre
debemos permitir que nuestras verdades, dones y luz propia guíen nuestros
caminos.
No existen caminos “correctos” o “incorrectos”, sólo
diferentes lecciones que aprendemos en diferentes caminos. Sin embargo, existen
caminos más altos y más bajos, y tomar el alto puede facilitar el aprendizaje
de nuestras lecciones. Si honramos nuestras propias verdades, nuestros dones
únicos y nuestra propia luz, en verdad creamos una imagen muy hermosa. Y si
hacemos esto de manera consistente, nos encontramos en nuestro verdadero camino.
Mientras escogemos qué camino tomar, nuestros seres
queridos en el Otro lado esperan que tomemos la mejor decisión, e incluso a
veces ejercen presión para ayudarnos a ello. Desean que seamos la mejor versión
de nosotros mismos y que alcancemos la felicidad y la plenitud.
Finalmente, está en nosotros tomar las decisiones, y es ahí
donde entra el libre albedrío. A veces tomamos decisiones que nos conducen a un
camino de miedo y no a uno de amor. Cuando eso sucede, podemos desviar nuestro
curso y perdernos.
Pero nunca debemos olvidar que todos poseemos la capacidad
innata de honrar el llamado para volver a nuestro verdadero camino.
Durante una lectura para una mujer llamada Nicole, que
conocía de la preparatoria donde daba clases, una presencia muy fuerte surgió
con mensajes urgentes para su padre, Mike. Exploré algunos de esos mensajes con
Nicole, pero me quedó claro que el Otro Lado quería comunicarse con Mike. Le
pedí a Nicole que le transmitiera los mensajes a su padre, y unos meses después
Mike me contactó para que le realizara una lectura.
Normalmente no sé nada sobre los sedentes, pero con Mike
unos cuantos hechos afloraron en mi lectura con su hija. Sabía que tenía dos
hijos adultos y que vivía en Los Ángeles y escribía guiones. También creía
saber qué era lo que el Otro Lado intentaba transmitirle. Aun así, yo
necesitaba que el Otro Lado apareciera para darle sentido a todo.
Comencé por leer la energía de Mike. El lado izquierdo de
mi pantalla estaba inundado de un naranja brillante. “El naranja tiene que ver
con la creatividad y el arte”, expliqué. “Tu energía te marca como un artista.
Tus guías me dicen que a los siete años ya sabías que eras un artista. Sabías
que eso era lo que deseabas hacer.
”Pero también veo que alrededor de los once años eso se
apagó. Durante casi toda tu vida no honraste la esencia de quien eres. Tu vida
ha sido una batalla para aceptar tus pasiones y amarte a ti mismo, y casi
siempre te has sentido confundido y en busca de respuestas de adentro hacia
fuera.”
“Sí”, dijo Mike apaciblemente. “Todo eso es verdad.”
“Puedo ver que tuviste una infancia difícil”, continué. “Tu
padre tenía problemas en muchos aspectos; estaba afectado y nunca pudo
superarlos. Una gran parte de tu lucha ha sido por encontrar tu propia voz y
sacudirte todas las cosas que tu padre te impuso. Él era una energía muy
violenta en tu infancia.”
Mike suspiró y dijo: “Sí, lo era”.
Personas del Otro Lado presionaban mucho para atravesar,
así que los dejé entrar.
“Veo a tu mamá y tu papá en el Otro Lado”, le dije a Mike.
“Pero tu papá se está alejando y se contiene. Está parado detrás de tu mamá.
Así que tu mamá hablará primero.”
La mamá de Mike comenzó por derramar un amor absoluto. A
veces me siento abrumada por la fuerza arrasadora del amor de otra persona, y
ésta era una de esas veces.
“Mike”, le dije, “tu mamá dice: ‘Yo no decidí dejarte’.
Debes saber esto. Dice que ella nunca hubiera elegido dejarte.”
Mike me explicó después que su mamá murió durante una
cirugía a corazón abierto cuando él tenía diecinueve años. Pero como su
matrimonio con el padre de Mike había sido tan difícil, él creía que, en cierta
forma, su mamá había desistido de vivir. Como resultado, Mike pasó buena parte
de su vida sintiéndose abandonado.
En la lectura su mamá era insistente. “Dice que lamenta no
haberte protegido más de tu padre, pero necesita que sepas que ella nunca
habría elegido partir. Ella no quería dejar a sus hijos solos con tu papá.”
En ese momento, Mike interrumpió la lectura para contarme
una anécdota sobre el día en que su madre murió.
Su padre lo había llamado para decirle que ella estaba
enferma, pero eso fue lo único que supo. Así que se subió a su Thunderbird de
1957 y manejó a casa desde Boston, a cuatro horas de distancia. “Cuando iba
manejando, un destello de luz blanca entró al auto”, dijo Mike. “Supe que era
ella y pude sentir su alivio, así que yo también me sentí aliviado. Me sentí
eufórico. Vino a decirme que estaba bien. Que había sido liberada de un mal
matrimonio y un cuerpo lisiado, resultado de una apoplejía años antes. El
sentimiento de felicidad y alegría por su liberación permaneció conmigo el
resto del largo camino a casa. En mi corazón sabía que finalmente ella estaba
en paz.”
En el preciso momento en que la mamá de Mike llegó a su
auto, el reloj en el tablero se detuvo. “Nunca volvió a funcionar”, dijo Mike.
Cuando llegó a casa, encontró a su padre llorando. Era la
primera vez que lo veía llorar.
“Tu madre ha muerto”, dijo.
Pero Mike ya lo sabía. “Sí”, dijo, y sin pronunciar otra
palabra fue a su habitación.
La relación de Mike con su padre, Mario, había sido
definida por la falta de afecto y la incapacidad para conectarse. Con una
altura de 1.80 y 115 kilos de peso, la presencia física de Mario era imponente.
Era un creyente ferviente de que los hombres nunca debían mostrar sus
emociones.
Mike sabía que no podía compartir con su padre lo que había
experimentado en su auto, así que ni siquiera lo intentó. De hecho, Mike nunca
le contó a nadie aquella experiencia.
Lo significativo de ese momento —la oportunidad perdida de
que Mike y su padre compartieran algo importante— me llenó de tristeza. “Mike,
hay un muro de ladrillo entre tú y tu papá”, dije. “Todos en tu familia eran
islas con respecto a los demás. Casi toda tu vida has estado fragmentado,
incluso te has dividido entre ser tú mismo y ser la versión de ti que exigía tu
padre.”
La urgencia del Otro Lado para conectar con Mike comenzaba
a tener sentido. Había sido dañado mucho por algo que le sucedió en la
infancia, algo relacionado con su padre. Décadas después, él seguía luchando
con estos problemas. Era como si el universo le hubiera robado algo cuando niño
y ahora se lo quisiera devolver.
Y fue en ese momento que el papá de Mike finalmente
apareció.
Al principio apareció tímidamente, con la cabeza agachada,
intentando ofrecer una disculpa.
“Todo comenzó cuando tenías tres años”, le dije a Mike.
“¿Tu padre... te pegó cuando tenías tres años? Me muestra avergonzado que te
golpeó. Y eras tan pequeñito.”
“Si hacía algo malo, me perseguía por todo el vecindario”,
dijo Mike. “Yo corría a la casa y me escondía en el clóset, y él me encontraba
y me golpeaba.”
“Mike, tu papá tiene la cabeza inclinada, arrastra los pies
y murmura una disculpa”, le dije. “Ha visto lo que hizo y se disculpa contigo.
Comenzó a pegarte cuando tenías tres años, y me duele ver esto y debo decirte
que no hiciste nada malo. Sólo eras un niño indefenso e inocente. Todo estaba
en la cabeza de tu papá. Y tienes que saber esto, porque todavía te atormenta.
”Eras como un niño al que mantienen bajo el agua hasta que
casi se ahoga. Al final tu padre se fue y saliste respirando con trabajo, y
todavía hoy respiras con dificultad. Pero debes saber que no fue tu culpa. Tu
papá está asumiendo la responsabilidad por lo que sucedió.”
Luego Mario me mostró una línea de tiempo con un
acontecimiento marcado cuando Mike tenía nueve años. Había otra marca a la edad
de once. No podía descifrar qué significaban estos sucesos, pero sabía que
habían desviado a Mike de su camino.
“Elegiste para ti un camino que no era auténtico”, le dije.
“En vez de eso, seguiste el modelo que tu padre te impuso. Y ahora tu padre...
tu padre está llorando en el Otro Lado. Dice que lo que te hizo es
imperdonable, y está llorando de vergüenza. Está muy avergonzado y triste y
arrepentido de lo que hizo.”
No podía ver con exactitud qué le había pasado a Mike
cuando tenía nueve y once años. Su papá no era claro al respecto; estaba
demasiado abrumado por el remordimiento.
Pero entonces Mike comenzó a hablar. Se remontó a su
infancia en Long Island. Tenía una colección de animales de peluche que quería
mucho. Un pequeño mono amarillo con una larga cola, un osito café, eran ocho o
nueve en total. “Eran mis mejores amigos”, dijo Mike. “Conforme crecía, no
había abrazos ni besos en mi casa, pero podía abrazar y besar a mis animales
todo lo que quisiera. Podía vincularme con ellos. Así que los colocaba sobre mi
cama y los abrazaba cada noche.”
Un día, a los nueve años, Mike llegó a casa de la escuela y
descubrió que los animales no estaban. Los buscó frenéticamente pero no estaban
por ninguna parte. Su papá los había tirado a la basura. “Mi papá decía que
sólo los maricones jugaban con animales de peluche, así que los tiró”, dijo
Mike.
Dos años después, cuando tenía once, Mike encontró una caja
de cartón grande afuera de la casa de un vecino y la llevó al garaje de su
casa. La cortó para convertirla en un lienzo enorme. Cada día se apresuraba a
llegar a casa después de la escuela para trabajar en su pintura. Era un paisaje
con montañas, árboles y arroyos; era su obra de arte. Trabajar en la pintura lo
hacía sentir vivo. En esa pintura, Mike veía un reflejo de su propia luz
hermosa. Vio y comprendió sus dones únicos y su verdadero ser.
Una tarde Mike volvió a casa de la escuela, abrió la puerta
del garaje y vio que su pintura había desaparecido. Le preguntó a su mamá qué
había sucedido.
“Tu padre la tiró”, le dijo.
Mike no tuvo que preguntar el motivo. Ya lo sabía. Había
escuchado a su padre decirlo a menudo: sólo los maricones pintaban.
“Hasta la fecha puedo recordar la conmoción de abrir la
puerta del garaje y no ver mi pintura”, me dijo Mike. “Después de eso no volví
a pintar. Cerré mi lado artístico por completo.”
Entonces Mike eligió un camino más práctico que lo condujo
a ser gerente de ventas para Johnson & Johnson. Era un buen trabajo, pero
para Mike era sólo eso: un trabajo. De cuando en cuando, ya mayor, intentó
pintar de nuevo, pero en realidad nunca se dedicó a ello. O se le ocurría
escribir algo, pero luego lo dejaba. Simplemente ya no creía en sí mismo.
El impulso de Mike para crear algo —y los dones y
habilidades que conformaban el centro de su ser— estuvieron dormidos durante
décadas.
Sin embargo, el universo no desea ver que enterremos
nuestros sueños debajo de capas de dolor y duda. Mike me dijo que hacía muchos
años, después de divorciarse, entró a una terapia de grupo. Un amigo suyo le
había insistido que fuera. Después de algunas semanas de sesiones, el terapeuta
pidió a la gente del grupo que compartiera lo que pensaban de los demás. Los
nueve compañeros le dijeron a Mike que pensaban que era un patán.
“Estaba estupefacto”, dijo. “No me había dado cuenta de que
así era como me veía la gente. Todavía no sabía cómo expresar mis emociones,
así que era muy despectivo con la gente, alejándolos con la mano o usando un
mal tono de voz. Mientras manejaba de vuelta a casa esa noche pensé: Bueno,
pues hay un montón de gente sensible que dice lo mismo. Supongo que debo
revisarlo.”
Quizá ése fue el primer momento de introspección seria en
la vida de Mike.
Después de eso, su vida comenzó a cambiar. Nunca había
tenido amigas, pero empezó a acercarse a las mujeres como amigas y descubrió
que con ellas podía expresarse de formas que antes eran imposibles. “Comencé a
tener conversaciones que nunca podría tener con hombres”, dijo. “Ahí fue cuando
la puerta se abrió completamente para mí.”
Mike siempre había tenido ganas de ir al oeste, a
California, y finalmente lo hizo. Planeaba una corta estancia, pero de último
minuto decidió quedarse más tiempo a escribir. Iba manejando por un puente en
Sausalito, miró hacia su derecha y sintió un gran estallido de energía. Era
como si el lugar mismo lo estuviera llamando. “Me dije: ‘Hay algo aquí para
mí’”, recuerda Mike. “’Tan sólo tengo que ir.’”
Mike se estableció en un pequeño pueblo llamado Tiburón.
Ahí comenzó a trabajar en una novela y en guiones. Era la primera vez en su
vida adulta que se reencontraba con su lado artístico. Fue por esta época que
Mike y yo tuvimos nuestra lectura.
“Los años que vienen son sumamente importantes para ti”, le
dije. “Vas a crecer mucho. Has esperado esto por mucho tiempo, y tu momento ha
llegado. Va a tener lugar una gran sanación en tu vida. Estás redefiniendo lo
que significa para ti ser un hombre.”
Aunque Mike había sido bastante valiente al reconectarse
con su lado artístico, todavía no estaba seguro de estar haciendo lo correcto.
“Sí, volví a ser artista”, me dijo, “pero no he tenido
mucho éxito. Así que, de alguna forma, mi papá tenía razón.”
“¡No!”, le dije. “Esto no se trata de que ganes un millón
de dólares. Se trata de que aceptes el camino. El éxito es haber vuelto a tu
camino. ¡Y al hacerlo te estás empoderando! Estás diciendo: ‘¡Mi voz importa!
¡Lo que siento importa! ¡Quien yo soy importa!’ Eso es una victoria total.”
En este punto, el Otro Lado me mostró la imagen de un
bonsái y comprendí el simbolismo. Los bonsáis son árboles muy pequeños y crecen
en macetas que restringen su crecimiento; los podan, se les da forma y se
tuercen según la voluntad del propietario. El bonsái era Mike.
“Has sido atrofiado”, le dije. “Fuiste podado y torcido en
tu infancia. Fuiste incapacitado y no te permitieron crecer. Nunca alcanzaste
la plenitud de ser tú mismo. Nunca comprendiste tu propia energía. Nunca te
permitiste ser la persona que querías ser.
”Quiero que imagines un pequeño bonsái”, continué. “Ahora
quiero que imagines que la tierra de pronto se sacude y retumba, y de pronto un
árbol enorme emerge del suelo, y este árbol enorme y hermoso se eleva hasta el
cielo, ¡crece tan alto como una secoya! ¡Y quiero que sepas que ese árbol eres
tú! Ése es tu lugar en el universo. Ya no eres un bonsái. ¡Estás creciendo sin
parar y nada puede detenerte!”
Mi lectura con Mike duró noventa minutos. Era claro que
todavía estaba luchando, aprendiendo, intentando pasar su prueba del alma. Pero
lo más importante era que había encontrado la valentía para enfrentar esa
prueba. Por primera vez en su vida adulta, había encontrado la forma de honrar
la esencia de quien es, honrar el llamado para volver a su camino.
Y lo mejor de todo es que Mike no estaría solo en este
viaje. Tenía a alguien que lo respaldaba.
“Tu padre dice que ha actuado de forma cobarde”, le dije a
Mike. “Lamenta lo que hizo, pero no sabe por dónde comenzar. Siente que nunca
será capaz de resarcir todo lo que te quitó. Pero dice que quiere intentarlo.
Desea ayudarte con tu arte. Ahora está de tu lado.”
Cuando terminó la lectura, Mike se sentó en su sofá y pensó
en la oferta de su padre. ¿Estaba listo para permitir que su papá lo ayudara?
¿Estaba listo para perdonarlo? Sintió una lágrima rodar por su mejilla. Luego
otra. Y entonces, de pronto, estaba riendo. Luego lloraba de nuevo. Se quedó
sentado y rio y lloró por un largo rato. Emociones —¡emociones!— salían de él
como agua a borbotones.
“Estaba casi histérico”, me dijo después. “Estaba abrumado
por recordar esos momentos de mi infancia. Escuchar a mi padre pedir perdón por
lo que hizo, escuchar que ese tipo duro se disculpaba, fue increíble. Lo que
hizo posible la sanación fue que mi padre admitiera que cometió errores.”
En los días que siguieron a mi lectura con Mike sentí que
el Otro Lado intentaba contactar de nuevo, con bastante energía. No me
sorprendió ver que era el padre de Mike.
Tenía una petición. De hecho, más bien era una exigencia.
Sentía que no había hecho lo suficiente durante la lectura para convencer a su
hijo de su arrepentimiento. Necesitaba mi ayuda.
Ésta era una situación muy extraña para mí. No sucede a
menudo que alguien se muestre de esa forma, exigiendo ayuda. Pero mi lectura
con Mike todavía estaba muy fresca en mi mente y podía sentir la desesperación
del papá de Mike. Así que llevé a cabo su petición.
Unos días después, Mike encontró dos paquetes en el buzón
de su casa. En uno de ellos encontró un pequeño animal de peluche: un sonriente
perro azul. En el otro, un pequeño bloc de papel para dibujar y un juego de
lápices de colores. Se quedó mirando el contenido de los paquetes por un largo
rato, preguntándose de dónde provenían y qué significaban. Luego encontró la
nota al fondo de uno de los paquetes. Decía lo siguiente:
Querido Mike,
Esta carta es de tu padre. Me dio instrucciones para que te
lo enviara. Dice que lo lamenta, que siempre fuiste un hijo maravilloso pero
que estaba demasiado cegado por sus propios problemas para celebrarte y
apoyarte en la forma en que debió hacerlo. No sabía cómo amar de la manera
adecuada. Lamenta todo lo que te quitó. Te envía su amor y te pide perdón. Está
orgulloso de todo lo que has logrado. Mucho amor de tu papá.
Mike puso los objetos en una mesa junto a su escritorio.
Desde entonces han estado ahí, como inspiración para cuando se sienta a escribir.
Cada vez se acerca más a algo maravilloso que le sucederá —él puede sentirlo, y
yo también—, y se siente más animado que nunca.
Por fin, después de toda una vida, está listo para dejar
que su padre lo ayude en el mejor y más elevado camino para él.
29. EL ELECTROENCEFALOGRAMA CUANTITATIVO
DESDE antes que mi abuelo muriera, cuando salí aprisa
de la alberca, impulsada por algo que no podía explicar, viví con el miedo de
que algo estuviera mal conmigo. Al principio temí estar maldita. Con el tiempo
desafié esa noción; averigüé, exploré, investigué. Fui a ver a una médium
psíquica y ella me ayudó a disipar el miedo. Vi a un psiquiatra que me dijo que
no estaba loca ni dañada. Me sometí a dos exámenes científicos para probar mis
habilidades y los aprobé. Avanzaba sin cesar para superar mi miedo.
Pero quedaba una pregunta que con desesperación quería
responder: ¿mi cerebro era diferente?
Y entonces, para mi sorpresa, conocí a alguien que podía
responder esa pregunta.
En una conferencia sobre la vida después de la muerte en
San Diego, en noviembre de 2013, mi amiga y colega médium Janet Mayer me
presentó al doctor Jeff Tarrant.
Jeff es psicólogo acreditado y está ampliamente certificado
en neurofeedback, una herramienta terapéutica que mide y prepara la actividad
de las ondas cerebrales. Dio clases de neurociencia, biofeedback y conciencia
en la Universidad de Missouri, y también dirige un centro de orientación
psicológica y bienestar en Columbia, Missouri. Actualmente da conferencias y
consultas privadas. Desde que lo conocí me encantó su energía.
Cuando Jeff supo que yo era médium psíquica me preguntó si
podía hacer unas pruebas con mi cerebro y accedí. Concertamos una cita para que
él llevara su equipo a Nueva York. Nos reunimos en la casa de Bob y Phran
Ginsberg en Long Island una mañana nublada de marzo de 2014. Jeff colocó sus
instrumentos en la sala y luego se sentó al otro lado de una mesa frente a mí
mientras sus asistentes tomaban notas. “Voy a pedirte que hagas varias cosas”,
dijo. “Relájate y pon la mente en blanco con los ojos cerrados, y luego haz lo
mismo con los ojos abiertos. Luego haremos que entables actividad psíquica y al
final te desempeñarás como médium.”
A cada paso Jeff registraba la actividad eléctrica en
diferentes partes de mi cerebro. La información le permitiría ver qué partes de
mi cerebro funcionaban en qué momento, y comparar mi cerebro con los llamados
cerebros normales. El proceso se llamaba prueba QEEG, cuyas siglas en inglés
corresponden al término “electroencefalograma cuantitativo”, un análisis
estadístico de la actividad eléctrica en la corteza cerebral, la capa de tejido
externa del cerebro.
Me ayudó a ponerme un ajustado gorro eléctrico azul, un
casquete elástico salpicado con veinte electrodos de metal y cables conectores.
Jeff explicó que la posición de los electrodos era de acuerdo con el Sistema
Internacional 10-20. Para mí era como una de esas gorras para nadar anticuadas,
y estaba tan apretado que sentía que me estaban realizando un estiramiento
facial. Conectó los cables a un amplificador y luego a su laptop.
“Bien, ahora quiero que te relajes y no hagas nada”, dijo
Jeff. También podría haberme pedido que aguantara el aire debajo del agua por
diez minutos. Mientras estaba sentada en silencio, sentía que mi “puerta
psíquica” quería abrirse con cartas, palabras, nombres, imágenes e historias.
Cerré la puerta y miré la botella de agua sobre la mesa, intentando
concentrarme. Cantaba canciones en mi mente: “Runaround Sue”, por alguna razón,
y luego “This Little Light of Mine”. Finalmente Jeff me dijo que esta parte de
la prueba había terminado. Me pareció que pasó una hora, pero fueron sólo tres
minutos.
Después seguía una conversación casual. Una vez más, tuve
que repeler intrusiones del Otro Lado. Mientras platicaba sobre el clima,
sentía que el abuelo de alguien intentaba atravesar, también la madre de
alguien, y una figura masculina que parecía ser un lingüista o científico del
siglo XIX. Comprendí que de seguro deseaba conectarse con Jeff.
Entonces Jeff me pidió que entablara actividad psíquica.
“Todavía ninguna actividad de médium”, dijo Jeff. “Pero
puedes alocarte psíquicamente.”
El abuelo insistente seguía tratando de atravesar, pero mantuve
la puerta cerrada. Me enfoqué mucho en los fragmentos de información que me
llegaban. El primer fragmento claro estaba relacionado con Jeff.
“Te estás mudando”, dije. “Veo pinos y una chimenea. Hay
algo que está mal con la chimenea, y hay pisos de madera que debes pulir.
También se supone que debes cambiar la graduación de tus lentes.”
“Acabo de hacerlo”, dijo Jeff.
“No te lo hicieron bien, hazlo de nuevo.”
Había más imágenes para Jeff. “Abraza a tu hija”, le dije.
“Va a atravesar una época difícil. Y dile a tu mamá que no está loca. El otro
día estaba hablando con su mamá en la regadera.”
Después entraron mensajes para las demás personas en la
sala. Me volví hacia la mujer que tomaba fotos y le dije que iba a mudarse de
un departamento a una casa. Otro miembro del equipo de Jeff tenía que ajustar
su dieta. Otro había hecho lo correcto al comprar un auto más seguro. Después
de un rato, Jeff dijo que la parte psíquica de la entrevista había terminado.
Esta vez sentí que sólo llevaba hablando unos cinco minutos, pero la lectura
había durado veintiuno.
Ahora era momento de mi trabajo como médium. El abuelo
insistente por fin podía hablar.
“Jeff, tu abuelo está apareciendo”, dije. “Escucho el
sonido de una J o una G.”
Jeff asintió.
Luego escuché el nombre con claridad. “Giuseppe. Me dice
que se llama Giuseppe.”
Jeff parecía asombrado. “Sí”, dijo, “ése era su nombre.”
“Me dice que es mucho mejor para él donde está ahora porque
su esposa lo acompaña.” Luego la abuela de Jeff, que había fallecido
recientemente, atravesó. “Me está mostrando cómo se veía cuando tenía
veintiocho años”, dije. “Y dice: ‘Mírame. Era guapísima, ¿verdad?’ ”
Otros parientes atravesaron con mensajes para todos en la
sala. La sesión como médium duró siete minutos, aunque a mí me pareció que no
había durado nada. Antes de darme cuenta Jeff ya tenía toda la información y el
electroencefalograma cuantitativo había terminado.
De vuelta en Missouri, Jeff revisó los datos y me llamó
para decirme los resultados.
“Bueno”, dijo Jeff, “lo primero que debo preguntarte es si
alguna vez tuviste algún tipo de lesión cerebral seria o traumática. ¿Un
accidente de auto, o una contusión grave?”
No, nunca había sufrido ningún tipo de lesión cerebral.
“El punto es el siguiente”, continuó Jeff. “Revisé tus
resultados con algo que se llama análisis discriminatorio TBI, y obtuvo 97.5
por ciento de índice de probabilidad para ti. Eso significa que los patrones de
tus ondas cerebrales son casi ciento por ciento consistentes con los de alguien
que ha tenido una lesión cerebral traumática. Laura, algunas partes de tu
cerebro no se comportan de forma normal.”
Así que eso era. Mi cerebro era diferente.
El mapeo de Jeff de mi cerebro le permitió localizar áreas
específicas de actividad cerebral anormal. Algunas de estas cosas eran
demasiado técnicas para que yo pudiera comprenderlas. Por ejemplo, Jeff me
informó que en mi giro cingulado la actividad cerebral se apartaba siete
desviaciones estándar de la actividad normal de 4 Hz, y siete desviaciones
estándar, de acuerdo con Jeff, eran imposibles de medir. No era algo que yo
pondría en mi currículo.
Pero otras percepciones derivadas del mapeo cerebral
tuvieron mucho sentido para mí y arrojaron luz sobre por qué era yo de la forma
en que era.
Jeff me mostró una lectura de la actividad en diferentes
áreas de mi cerebro. Durante la actividad psíquica había un alto nivel de
actividad anormal en la parte trasera derecha de mi cerebro, donde se unen los
lóbulos parietal y temporal (representados por la segunda línea en la gráfica a
continuación). En lugar de una serie de pequeñas ondas continuas —lo normal,
que indica actividad de las ondas cerebrales—, Jeff registró una serie de ondas
más grandes e intermitentes, que usualmente aparecen durante el sueño profundo
o cuando una persona está en coma.
“El voltaje de las ondas cerebrales se mide en
microvoltios, y el rango normal es de cero a 60”, explicó Jeff. “¡Pero tu
actividad en algunas áreas es de unos 150 microvoltios! ¡Estabas reventando la
escala!”
De mostrarle la gráfica a un neurólogo, probablemente
habría concluido que el sujeto estaba convulsionando. ¿Entonces qué provocaba
la actividad anormal en mi cerebro?
Jeff me explicó que la unión de los lóbulos temporal y
parietal es el área del cerebro asociada con funciones como el almacenamiento
de nuevos recuerdos, el procesamiento de información sensorial, la extracción
de significado y la regulación emocional. En otras palabras, esta parte del
cerebro tiene mucho que ver con definir nuestro sentido del yo. Por ejemplo,
cuando la gente medita —la práctica de relajar nuestra mente e inducir un nivel
de conciencia más sosegado—, en esencia están desacelerando la actividad
referente al yo en sus cerebros. Básicamente, le dan un descanso a su ego.
Pero yo no meditaba. Yo hablaba.
Jeff estaba intrigado por la actividad en mi unión
temporo-parietal. Mencionó que la gente que ha sufrido lesiones en esa parte
del cerebro tiende a volverse más espiritual, más compasiva y a perdonar con
mayor facilidad. Tienden a no centrarse tanto en sí mismos y a concentrarse en
otras personas. La lesión cambia su estado de conciencia, y en ese estado se
vuelven más empáticos.
No me sorprendió saber que la actividad de mis ondas
cerebrales era consistente con la de personas muy empáticas. Lo que yo hacía
era empatía llevada al extremo: cerrar la atención hacia mí misma y usar el
poder de mi cerebro para conectar con alguien más.
¿Pero cómo fue que mi cerebro entró en ese estado alterado?
“No estás dormida ni inconsciente ni meditando, pero partes
de tu cerebro aparecen apagadas”, dijo Jeff. “Es como si conscientemente
estuvieras haciendo a un lado tu cerebro para dar paso a otras personas y
mensajes. Cuando actúas como psíquica o médium algunas partes de tu cerebro no
funcionan, aunque no hay nada que pueda explicar por qué sucede. De alguna
manera tu cerebro es capaz de entrar por sí mismo en este estado alterado.”
Esto tenía sentido para mí. Cuando realizo una lectura mi
ego se disuelve, y me conecto con algo más grande que yo misma, algo más allá
de mi persona individual. La prueba parecía indicar que el portal que lo
permite se encontraba en alguna parte de mi cerebro.
El QEEG también mostraba que las habilidades psíquicas
ocurrían en un lado de mi cerebro, mientras que las actividades de médium
ocurrían en otro. Estas dos áreas distintas concordaban con los dos lados de la
pantalla a la que accedo para mis lecturas. Por lo menos esto mostraba que mi
percepción de lo que sucedía cuando actuaba como psíquica o médium no era sólo
una realidad extraña que yo había inventado: se reflejaba materialmente en mi
cerebro. Sucedían cosas en mi cerebro que yo no podía controlar o inventar.
¿Pero acaso el QEEG respondía la pregunta de por qué yo era
así? ¿Y probaba que estaba recibiendo información del Otro Lado?
“La única forma real de probar que recibes del Otro Lado lo
que dices, es por medio de la información que transmites”, dijo Jeff. “¿Es
acertada? ¿Es algo que no habría forma de que supieras? Eso debe decidirlo la
gente por sí misma.” En otras palabras, mi mapeo cerebral sólo probó que algo
anormal sucedía en mi cerebro. Pero no le dio un nombre a eso.
Hubo una última parte de información del mapeo cerebral que
deseo compartir.
Jeff concluyó que mi cerebro tiene la capacidad de manejar
y procesar el flujo de información que recibo durante una lectura. No pudo ver
lo que yo veía —nadie puede hacerlo—, pero estaba seguro de que lo que veía era
procesado en mi cerebro. La máquina misteriosa del cerebro humano tiene, en mi
caso, un sistema, una estructura —un mecanismo que funciona por completo— para
procesar los estímulos visuales que ocurren cuando entablo actividad como
psíquica o como médium. Ese mecanismo existe. Es real.
Y como mi cerebro es básicamente igual al de todos los
demás —no es un cerebro extraterrestre o de androide, sino un cerebro humano
normal—, Jeff concluyó que es posible que este mecanismo exista en los cerebros
de todos nosotros.
“Tal vez todos lo tenemos”, dijo Jeff. “Quizá en el futuro
podremos enseñarle a la gente a entrar en ese estado alterado al que tú puedes
acceder. Tal vez será algo que podremos desarrollar por nosotros mismos. Hay
muchas cosas sobre el cerebro que todavía no comprendemos.”
Yo creo que este mecanismo —este interruptor— existe en
cada uno de nosotros. No sé por qué está más pronunciado y es más funcional en
mí, pero creo que todos somos capaces de desacelerar la actividad centrada en
nosotros mismos y permitir que entre más información de otras fuentes. Creo que
todos somos capaces de concentrar más la energía de nuestros pensamientos fuera
de nosotros mismos y hacia otras personas, y de esa forma podemos volvernos más
empáticos.
Y creo que cuando nos cuestionamos y exploramos cuál es
nuestro lugar en el universo, podemos superar los miedos y las dudas que evitan
que descubramos nuestro camino más elevado.
30. ENTRELAZAMIENTO
EN una calle ajetreada en Manhattan, la mañana del 20 de
noviembre de 2012, un chico complicado llamado Kyle iba en patineta de Penn
Station al barrio de Greenwich Village.
Kyle creció en Long Island, era un niño extremadamente
brillante y hermoso con una energía y una curiosidad sin límites. También era
difícil de controlar: no porque fuera malo, sino porque era terco. Conforme fue
creciendo Kyle se replegó; se le dificultaba socializar con otros niños. Tenía
un puñado de amigos y era un músico talentoso; tocaba el clarinete y el
saxofón, era un muy buen baterista y cantaba en un grupo a capella. Pero se
sentía más cómodo estando solo.
Sus padres lo llevaron con médicos y buscaron el motivo de
esto, pero nunca hubo un diagnóstico definitivo. Depresión, ansiedad,
trastornos del estado de ánimo; nadie sabía con exactitud qué pasaba con Kyle.
Con todo, era altamente funcional, sólo que marchaba al ritmo de un tambor
diferente.
Un día Kyle renunció a tratar de encajar en un mundo del
que se sentía marginado. Creía que de todas formas nunca sería aceptado, así
que dejó de intentarlo.
Por lo mismo, la visión del mundo que tenía Kyle se volvió
más sombría. No lo veía como un lugar bueno y hermoso; lo veía demasiado
criticón y moralista. Muchas personas lo querían, pero a él le costaba trabajo
creer en la bondad de la gente. Su conexión con el mundo comenzó a disiparse.
Se sentía excluido, aislado, ignorado. A pesar de tener padres amorosos y
preocupados por él, Kyle creía que estaba solo.
Pero no se dio por vencido. Siguió intentando que las
piezas encajaran. Se inscribió en la Universidad de Nueva York y se esforzó por
ser un buen estudiante. El 19 de noviembre de 2012 se desveló terminando un
trabajo que debía entregar al día siguiente. Por la mañana se subió al tren
hacia Manhattan.
Una de las lecciones más importantes que el Otro Lado
intenta enseñarnos es la realidad de que todos estamos conectados como seres
espirituales. Pero si eso es verdad, ¿cuál es el lugar de alguien como Kyle?
Kyle no se sentía parte de esa conexión. No veía pruebas de
ello en su vida; veía más bien un mundo fragmentado en el que cada quien sólo
pensaba en sí mismo. En su experiencia, la gente podía ser malvada, insensible
e hiriente. No encontraba sentido en forjar conexiones que seguramente
terminarían en una situación dolorosa. Entonces mejor aceptaba que estaba solo
en esta vida.
¿Pero estaba solo en realidad?
Si de verdad existe una conexión espiritual universal, ¿por
qué Kyle estaba fuera de ella? ¿De qué sirve una conexión así si no incluye a
todos, si alguien como Kyle se puede sentir excluido de ella? ¿Y si Kyle estaba
en lo correcto? ¿Y si en realidad somos ajenos al éxito, la alegría y el
crecimiento de los demás? ¿Y si en nuestro viaje por la vida de hecho estamos
básicamente solos?
El Otro Lado nos enseña que nunca estamos solos.
Los científicos han abordado esta pregunta también: ¿acaso
las diferentes facetas de la existencia se mueven solas a través del tiempo y
el espacio, o existe una fuerza sutil e invisible que las une a todas? Esto ha
llevado a los científicos a explorar el fenómeno llamado entrelazamiento.
En su libro Mentes entrelazadas, Dean Radin, un
experimentado científico del Institute of Noetic Sciences, escribe acerca de un
experimento que exploró la relación entre los fotones, partículas subatómicas
de radiación electromagnética. El experimento mostró que ciertos fotones están
conectados de formas que aún no es posible explicar.
Por ejemplo, las partículas subatómicas como los electrones
o fotones que son creadas en un mismo evento tienen propiedades cuantificables,
como su giro o polarización, que revelan que están ligadas de forma íntima
entre sí sin importar qué tanto se alejen una de otra. Su conexión resultante,
como se ha revelado en experimentos cada vez más refinados a lo largo de las
últimas décadas, confirma la impactante realidad de eso a lo que Einstein se
refirió como “acciones fantasmales a distancia”, porque esta conexión íntima
revela que las partículas permanecen ligadas entre sí, lo cual viola por completo
el sentido común y la noción de Einstein de la velocidad de la luz como la
máxima a la que la información (o el efecto de una partícula sobre otra) puede
viajar. La medición de una partícula de inmediato afecta a la otra. Las
implicaciones en cuanto a la completa interconexión del universo entero, y para
nuestra comprensión de la naturaleza fundamental del espacio y el tiempo, son
profundas. Eso es el entrelazamiento.
Básicamente, el entrelazamiento implica que “en niveles muy
profundos, las separaciones que vemos entre objetos ordinarios y aislados son,
en cierto sentido, ilusiones creadas por nuestra percepción limitada”, escribe
Radin. “La realidad física está conectada de formas que apenas comenzamos a
comprender.”
De forma visual, el Otro Lado me ha mostrado un campo
enorme de energía luminosa, no muy distinto del sol. Ese campo está unificado,
pero también está conformado por miles y miles de millones de puntos de luz más
pequeños, como una sola imagen que, vista de cerca, está hecha de cientos de
imágenes más pequeñas. Esos miles de millones de puntos de luz somos nosotros.
Lo que veo es que nosotros componemos ese enorme campo de
luz, que no puede existir sin nosotros. Pero tampoco podemos existir de forma
individual fuera de ese campo. Nuestra existencia está definida
fundamentalmente por nuestro lugar en esta enorme constelación de energía, y no
por quienes somos en lo individual. Puede parecer que existimos de forma
separada de los demás, y podemos percibir los límites que nos describen y sentir
que somos autónomos. Pero nuestra energía, nuestra conciencia, está
inexorablemente entrelazada con la energía de los demás.
He aquí otra analogía: imagina una mano con cinco dedos.
Cada dedo es diferente, pero también se conecta a la misma fuente: la mano
misma. Los dedos están separados, pero conectados. Como humanos tenemos
experiencias sumamente diferentes aquí en la Tierra, pero todas se canalizan en
una experiencia colectiva enorme: la experiencia de nuestra existencia.
Nuestras almas, nosotros, nuestras experiencias, nuestra
existencia: nada de esto está aislado. El universo no es un lugar de
separación, sino de entrelazamiento. Estamos conectados a los demás en formas
que no podemos desentrañar.
El 20 de noviembre, el tren de Kyle hacia Manhattan se
canceló debido a un daño en las vías, así que tuvo que tomar otro que salía más
tarde. Le mandó un mensaje de texto a su papá para informarle del retraso
—“Esto es tan tonto. Voy a llegar tarde”, pero llegó a Penn Station a las once
de la mañana. Luego se trepó a su patineta y avanzó por Broadway. Cuando llegó
a Union Square Park giró hacia Union Square West. De pronto, un mensajero en
bicicleta se abalanzó sobre él en sentido contrario, justo cuando un camión
grande pasaba junto a él del lado izquierdo. Hubo un choque. Kyle fue despedido
de su patineta y yacía inmóvil sobre la calle.
Unas horas más tarde, cuando su madre, Nancy, llegó a casa,
encontró un mensaje de un oficial de policía. Lo único que decía era: “Por
favor, llámeme”.
Esa noche, la familia de Kyle fue a reconocer su cuerpo a
la morgue. “Era tan irreal”, dijo Nancy. “Sólo tenía veinte años.”
Unos días después del funeral de Kyle, Nancy me llamó.
Había escuchado de mí por un amigo, el doctor Marc Reitman, el psiquiatra que
me había ayudado a aceptar mi don. El doctor Reitman pensó que yo podría ayudar
a Nancy.
En nuestra lectura, Kyle atravesó de inmediato, con fuerza
y claridad. Quería hablar de lo sucedido.
“Me está mostrando un vehículo y el impacto, pero también
me muestra que él no estaba en el vehículo”, le dije. “También dice que no fue
su culpa. Me muestra a personas paradas junto a él viéndolo tirado en la calle;
una persona toma su mano y sostiene su cabeza. Dice que eso fue importante para
él porque en sus momentos finales aquí, cruzó rodeado de gente que estaba
preocupada por él. No estaba solo. Alguien lo sostuvo mientras cruzó.”
Del otro lado de la línea, Nancy lloraba. Me contó la
historia del accidente de Kyle.
“Sucedió enfrente de un McDonald’s”, dijo. “Un joven estaba
saliendo del McDonald’s, y si hubiera seguido caminando habría muerto en el
accidente. Pero se le cayó algo y regresó a recogerlo. Y cuando lo hizo,
sucedió el accidente. Justo frente a él.”
Nancy había localizado al joven y se enteró de más detalles
de esos momentos cruciales.
“Su primer instinto fue echarse a correr”, dijo. “Pero algo
lo mantuvo ahí. Algo lo jaló hacia la calle. Él fue el primero que se acercó a
Kyle.”
Nancy me dijo que el joven se arrodilló junto a Kyle y lo
sostuvo entre sus brazos. Se dio cuenta de que alguien trataba de llevarse la
patineta de Kyle, pero con un brazo lo agarró y lo detuvo. Vio que alguien más
tomaba una foto de la escena con su teléfono y también lo detuvo. “Él sintió
que lo habían puesto ahí para proteger a mi hijo”, me dijo Nancy. “Se quedó con
él hasta que llegó la ambulancia.”
Kyle todavía estaba consciente cuando el joven llegó a su
lado. Por un momento miró a los ojos del extraño, quien lo abrazó más fuerte.
Luego Kyle puso los ojos en blanco.
“También estaba una mujer arrodillada junto a Kyle”, dijo
Nancy. “Ella también permaneció con él hasta que llegó la ambulancia. Había
mucha gente viendo. Formaron un círculo alrededor de él.”
“Kyle está mostrando a este joven por una razón”, le dije a
Nancy. “Lo hace porque sabe que el joven estaba ahí por la bondad de su
corazón. Sabe que no quería estar ahí, pero de todas formas se quedó. Y lo hizo
porque es bueno. Y Kyle pudo ver la bondad en él.”
Kyle tenía muchas más cosas que decir. Le dijo a su madre
que ahora estaba contento, que ya no tenía que esforzarse tanto en hacer que
todo encajara. Dijo que estaba con su abuelo, Pops, a quien adoraba. Y dijo que
ahora comprendía las cosas de una forma que nunca consiguió en la Tierra.
En las semanas posteriores a la muerte de Kyle, Nancy
comenzó a ver a su hijo bajo una nueva luz. Empezó cuando una compañera de
clase de Kyle —que también sufría—, la visitó y le dijo que Kyle había marcado
una enorme diferencia en su vida. “Ella había tenido problemas familiares que
le provocaban miedo”, dijo Nancy, “y Kyle la hizo sentir que todo estaría bien.
Le ofreció su amistad. Él estaba ahí para ella.”
Más amigos se acercaron a Nancy y le contaron historias
parecidas. El chico que se peleó con sus papás y lo corrieron de la casa; Kyle
lo llevó a la suya para que tuviera dónde dormir. El chico que cada vez
consumía drogas más fuertes; Kyle lo convenció de evitar las más peligrosas.
“Muchos jóvenes, los que no eran populares, los que estaban en las sombras,
ellos fueron los que se me acercaron y me dijeron lo mucho que Kyle significaba
para ellos”, me dijo Nancy. “Era como si Kyle diera a otros lo mismo que él
había estado buscando.”
En el diario de Kyle, Nancy encontró una frase que le
pareció particularmente conmovedora:
Quizá para el mundo seas una persona.
Pero para una persona, tú podrías ser el mundo.
“Kyle copió la frase, así que debió creer en ella hasta
cierto punto, pero era como si no pudiera convencerse a sí mismo de que era parte
importante de muchas vidas”, dijo. “Y luego apareció a través de la lectura, y
al fin se dio cuenta de que no estaba solo, vio su propia bondad y comprendió
su lugar en el mundo. Ésa es la gran lección de la historia de Kyle. Nunca
sentir que una persona no es capaz transformar la vida de alguien.”
Mi lectura con Kyle y su mamá ha permanecido conmigo de una
manera muy poderosa. La lección que Kyle aprendió en los últimos momentos de su
vida en la Tierra es profundamente hermosa. Muchas personas enfrentan tiempos
difíciles y obstáculos, y a veces alejan a quienes los aman. Los conflictos de
Kyle hacían que se sintiera solo. Y luego, en la circunstancia más trágica,
aceptó el amor de alguien, y en ese instante supo que en realidad nunca había
estado solo.
Nancy me dijo que cuando habló con el joven que presenció
el accidente, se enteró de que él también había llevado una vida difícil y
tenía sus propios problemas. Él también dudaba de su lugar en el mundo. Pero
entonces fue testigo del accidente y abrazó a Kyle, facilitándole el paso de
este mundo al siguiente. Y algo en él cambió. Ese momento extraordinario de
conexión también comenzó a sanar al joven.
Para mí, ésa es mucho mejor evidencia de nuestra existencia
interconectada que la que pueda ofrecer cualquier experimento científico. Todos
estamos conectados. Estamos entrelazados. Todos estamos involucrados en el
destino y la fortuna de los demás.
En mi lectura con Nancy, Kyle mencionó un anillo. Bromeaba
con ella porque no había cambiado las sábanas de su cama —ella dejó intacta la
habitación de Kyle por meses—, y le dijo que cuando al fin limpiara su
habitación, ella debía buscar el anillo. Nancy no tenía idea de qué decía. Pero
una semana después, cuando revisó las cosas de Kyle, encontró un pequeño anillo
de plata con diminutos corazones negros pintados en la cara interior. Se lo
puso en el dedo derecho y le quedó perfecto. No se lo ha quitado desde
entonces.
Nancy también inició una beca en nombre de Kyle. Se otorga
al estudiante que mejor ejemplifique lo que significa ser un líder. “Es para el
chico que siempre esté ahí para ayudar a alguien más”, dijo Nancy.
Por medio de la beca, y los muchos amigos que él tocó
durante su corta vida, Kyle continúa viviendo. En Union Square West, en la
banqueta junto al lugar donde ocurrió el accidente, un pequeño jarrón con
flores permanece bajo un árbol. Cada domingo, Nancy y su esposo visitan el
lugar y ponen flores frescas. En diciembre hay un pequeño árbol de Navidad. A
veces la gente en la calle los detiene y les pregunta para quién son las
flores, y ellos narran la historia de Kyle.
“Y cuando vuelvo a ver a estas personas, se detienen y me
saludan”, dice Nancy. “Y me dicen: ‘Cada día, cuando pasamos junto a este
árbol, saludamos a Kyle’. Ni siquiera lo conocieron, y sin embargo todos los
días hablan con él. Y saber que el nombre de Kyle todavía está ahí, en el aire,
es un gran regalo. Porque entonces Kyle no estaba solo, y no está solo ahora.”
Ninguno de nosotros lo está.
31. LA ALBERCA
A las 7:05 a. m. me detuve en el estacionamiento de
la preparatoria Herricks, donde doy clases desde hace dieciséis años. Lo hice
en mi lugar asignado, bajo un árbol que da sombra junto a la entrada trasera.
Caminé por el pasillo del primer piso donde están los casilleros de los de
sexto año. Mi vestimenta no era excepcional: pantalones beige, blusa naranja,
suéter naranja (el naranja es mi color favorito), mi identificación colgando
del cuello. Llevaba un termo de café. ¿Entonces por qué todos se me quedaban
viendo?
Algunos estudiantes que conocía y otros que no, y un par de
maestros; casi todos dejaban lo que estuvieran haciendo y me observaban, con
cierta sonrisa cómplice en sus rostros. Seguí caminando, preguntándome que
sucedía.
Entré a la oficina del Departamento de Inglés y revisé mis
notas de cómo enseñar estrategia retórica usando el libro Narrative of the Life
of Frederick Douglass. A las 7:25 a. m., la primera campana sonó y me dirigí al
salón 207. Por lo regular los estudiantes están medio dormidos, pero ese día
estaban alertas, esperando en sus asientos a que yo llegara. Había una energía
extraña y crepitante en el salón. Ignoré su evidente atención y proseguí con mi
programa para la lección.
A las 8:14 sonó la campana. Nadie salió corriendo hacia la
puerta, como siempre lo hacen. Todos los estudiantes se quedaron sentados.
Finalmente, uno de ellos, un chico inteligente y extrovertido llamado Owen,
sentado en la última fila, dijo: “Señora Jackson, ¿usted es psíquica?”
Escuché una expresión de asombro.
Atónita, pregunté: “Perdón, ¿qué?”
“¿Usted es psíquica?”, repitió Owen. “¿Es médium psíquica?”
Me quedé ahí parada, sin habla. Ahí estaba. Había llegado
el momento que tanto temía.
Muy pronto me di cuenta de cómo había sucedido. Una persona
a la que le realizo lecturas a menudo es una cantante famosa: una estrella
joven y dinámica que tiene muchísimos seguidores en las redes sociales. Unas
noches atrás me invitó a su concierto en el Barclays Center en Brooklyn, donde
abrió el concierto para una estrella de pop aún más famosa. Después, en su
camerino, posé para una foto con ella.
Ella publicó la foto en Instagram, agradeciéndome e
identificándome como Laura Lynne Jackson. Nadie en la preparatoria me conocía
por mi nombre completo. Cuando algunos de mis alumnos vieron la foto de la
famosa estrella de pop con su maestra de inglés, googlearon mi nombre y
encontraron el sitio de internet que describe mis habilidades como médium
psíquica.
“Anoche tiró todas las redes sociales, señora Jackson”, fue
como lo describió un estudiante.
Después de recuperarme del shock de haber sido descubierta,
estaba lista para responder la pregunta de Owen. Era algo que ya había ensayado
con la directora.
“Sí, soy médium psíquica”, dije. “Me han hecho pruebas
investigadores científicos que verificaron mis habilidades. Pero esa parte de
mi vida no tiene nada que ver con mi trabajo como maestra. Así que aparte de
contestar a tu pregunta, Owen, no voy a dedicar más tiempo de la clase a hablar
sobre esto. No deben de preocuparse de que los esté leyendo en el salón, y no
voy a realizar ninguna lectura a nadie en ninguna de mis clases, así que ni
siquiera me lo pidan. No es apropiado que le dediquemos más tiempo a esto.”
“¿Puede saber si alguien está haciendo trampa en un
examen?”, preguntó un estudiante.
La verdad es que sí podía. El mes anterior, durante un
examen, estaba sentada en mi escritorio y les di la espalda a los estudiantes
por un momento para registrar la asistencia en la computadora. De pronto sentí
un lazo de energía que me jalaba al fondo del salón. Se sentía como una mano en
mi brazo instándome a voltear. Seguí esa energía y vi que un chico en la última
fila intentaba esconder un pedazo de papel bajo su mano. Caminé hacia él y le
pedí el papel, que ahora escondía debajo de su pierna. “Eso es hacer trampa”,
le dije. “Lo sabes bien.”
De todas formas no iba a compartir esa anécdota con mis
estudiantes y repetí que no hablaría más del tema, pero seguían preguntando.
“¿Cómo es el cielo?”
“¿Mi perro está en el cielo?”
“¿Puedo hablar con mi abuela en el cielo?”
“¿Puede leer las mentes?”
“¿Alguna vez ha trabajado en el caso de una persona
desaparecida?”
¡Me di cuenta de que mis estudiantes se sentían impulsados
a preguntarme acerca de mis habilidades porque estaban viviendo vidas abiertas
y curiosas! Creía que la mayoría de los chicos querrían saber más acerca de la
estrella de pop, y en efecto era el deseo de muchos, pero lo que más me
sorprendió fue lo fascinados que estaban por mi don.
Tenía muchas ganas de responder sus preguntas, pero sabía
que no podía hacerlo. Así que di por terminada la discusión y pedí a los
estudiantes que fueran a su siguiente clase.
Lo mismo sucedió en las siguientes seis clases. En mi
última clase del día, la octava, di mi discurso sobre mantener mi trabajo como
médium separado de mi labor como maestra. Una vez más, resistí el deseo de
compartir mi punto de vista sobre el Otro Lado y saciar su curiosidad. Así que
lo dije y los mandé a su siguiente clase. Pero una estudiante se negó a salir.
Tenía quince años, era bonita y muy inteligente, pero
también tímida y callada. Después de que todos se fueron ella se paró junto a
su banca y se cubrió la cara con las manos, pero pude ver que estaba llorando.
Entonces se acercó al frente del salón.
“Señora Jackson”, dijo en un susurro casi inaudible,
“necesito su ayuda.”
Unos meses antes su mamá se había vuelto a casar después de
estar muchos años sola. Su nuevo padrastro era un hombre amoroso y comprensivo
que las quería mucho a su mamá y a ella, y que trajo una gran alegría y
felicidad a sus vidas. Pero entonces, justo tres semanas después de la boda, él
se metió a nadar en la alberca de la casa. De pronto ella escuchó a su madre
gritar.
La chica corrió al jardín y vio a su padrastro flotando
bocabajo en la parte honda de la alberca. Su mamá no sabía nadar, así que le
gritó a su hija para que saltara al agua y salvara a su padrastro.
“Pero me paralicé”, dijo mi alumna, ahora llorando más
fuerte. “No me podía mover. Estaba paralizada. Tenía mucho miedo de entrar a la
alberca. Así que no lo hice.”
Para cuando llegaron los paramédicos, su padrastro había
muerto.
Sentí muy dentro del alma el dolor, la culpa y el tormento
de esta joven. Era desgarrador. Esperaba que yo dijera algo, cualquier cosa,
pero no sabía qué decir. No debía leer a mis alumnos. Acababa de explicarles
que nunca cruzaría esa línea. Pero la carga de esta joven era terrible. Yo
sabía que podía marcar el camino de su vida si se veía obligada a soportarla
por siempre.
“¿Puede decirle que lo lamento?”, dijo. “¿Por favor?”
¿Qué se suponía que hiciera?
De hecho, ya la estaba leyendo. La puerta se había abierto
y su padrastro atravesó enérgicamente. Dejó claro que no era culpa de ella. Por
favor, dile que no fue su culpa.
Vacilé. Las dos últimas décadas había mantenido mis dos
caminos separados. Había mantenido mi doble vida con cuidado. Y ahora la
barrera que había puesto se desmoronaba. ¿Podría construirla de nuevo?
“Era su momento de partir”, dije finalmente. “Ni siquiera
habrías podido salvarlo aunque hubieras entrado a la alberca. Percibo que su
corazón se detuvo y por eso no sobrevivió. No podrías haberlo salvado. Era su
momento. Nunca fue tu culpa.”
La chica dejó de llorar y me miró, conteniendo la
respiración. Tenía los ojos muy abiertos y le temblaban los labios. “Hay algo
más que tu padrastro quiere decirte, y es muy importante”, le dije. “Quiere que
sepas que su regalo más grande —el regalo más grande que tuvo en toda su vida—
fue encontrarlas a ti y a tu mamá, y pasar tiempo con ustedes. Y quiere
agradecerte por eso. Dice que le dieron un hermoso regalo.”
La chica se soltó a llorar. Posé mi mano sobre su hombro.
Mis dos mundos estaban chocando, y yo no podía detenerlo.
Ya ni siquiera estaba segura de si debía seguir
intentándolo.
32. CAMINO DEL ÁNGEL
IBA manejando para ver a mi amiga Bobbi Allison en Long
Island. Miré la pantalla del GPS de mi auto cuando me indicó tomar la próxima
salida.
Vaya, esa salida llegó más pronto de lo que esperaba,
pensé. Todo el camino había tomado sólo diecisiete minutos; supuse que estaría
manejando por mucho más tiempo. De todas formas, seguí las indicaciones del GPS
y tomé la siguiente salida.
Bobbi es una de mis amigas médiums psíquicas más cercanas,
e iba a almorzar con ella en su nuevo departamento. No podía esperar a
experimentar la energía que había creado en su nuevo espacio. El GPS me dijo
que llegaría en pocos minutos. Luego me indicó que diera una vuelta a la
derecha, luego a la izquierda y luego dos vueltas a la derecha. Era raro.
Parecía que rodeaba las afueras de un vecindario junto a la autopista.
“Ha llegado a su destino”, me anunció la voz del GPS.
¿Pero cómo podía ser? ¡No había una sola casa a la vista!
“Ha llegado a su destino”, repetía la voz con severidad.
Llamé a Bobbi desde mi celular.
“Estoy perdida”, le dije. “Mi GPS me hizo dar mil vueltas y
me dejó en una calle justo frente a una salida de la autopista. ¿Vives por
aquí?”
“¿Cómo se llama la calle?”, preguntó Bobbi.
Miré el letrero.
“Camino del Ángel”, dije.
Bobby se echó a reír.
“¿Estás bromeando?”, dijo. “No, no vivo ahí, pero sé dónde
está. Estás a unos veinte minutos. ¡Pero, Laura, eso es tan chistoso! Los
espíritus seguro se están divirtiendo con nosotras. ¡Camino del Ángel! ¡Qué
chistoso!”
También me reí. Parece que el Otro Lado sí tiene sentido
del humor. Desde hacía mucho tiempo sabía que el Otro Lado puede manipular
objetos que funcionan con electricidad, ya sea para enviarnos un mensaje o, en
este caso, para divertirse con nosotros. Y ahora sabía que no debía confiar
tanto en mi GPS.
Cosas extrañas y maravillosas suceden cuando me reúno con
mis amigas que son médiums psíquicas. Hay una energía intensificada que crepita
entre nosotras. Pero lo mejor es que nos entendemos: todas sabemos lo que es
ser “raras” y percibir cosas de formas no convencionales, y comprendemos la
gran responsabilidad de poseer estas habilidades. Nos compadecemos unas a otras
por el cansancio que conlleva realizar lecturas. Comparamos los límites que
fijamos entre nuestras vidas “normales” y nuestras vidas psíquicas. Juntas
encontramos consuelo, apoyo y comprensión que no tenemos en ninguna otra parte.
Años atrás comenzamos a reunirnos una vez al mes para tener
una noche de chicas psíquicas, o como nos gustaba llamarlo en broma, nuestro
“aquelarre de brujas”. A veces llegaba toda la pandilla: Bobbi, Kim Russo,
Bethe Altman, Diana Cinquemani, todas ellas médiums psíquicas; Pat Longo, una
sanadora y maestra espiritual; y la fabulosa Dorene Bair, una intuitiva “agente
de cambio”, como aparece en su tarjeta de presentación. Hay que ver nuestras
reuniones. Digamos que nuestros espíritus se elevan. Como mencioné antes, al
parecer el alcohol potencia nuestras habilidades. Y a partir de ahí la energía
crece.
Tuvimos uno de nuestros aquelarres recientes —Kim, Bobbi y
yo— en Fanatico, un restaurante italiano que está en Hicksville, Long Island,
uno de mis favoritos. Nos sentamos en una mesa cerca de la entrada y ordenamos
pasta con coles de Bruselas y aceitunas, un poco de espagueti con calabacita y
salsa marinara, y dos órdenes del platillo favorito del grupo: brócoli quemado.
Kim y Bobbi ordenaron vino y yo me tomé un coctel con vodka llamado Grey Goose
Cosmo.
Como siempre, nuestra conversación era fluida y divertida y
casual, con las cosas de las que platicarían tres amigas cualesquiera. Bobbi
nos contó de la nueva casa de su hija en Carolina del Sur y que había sido una
ganga.
“¿Cuánto costó?”, preguntó Kim incrédula. “Existen bolsas
que cuestan más que eso.”
Hablamos de que nuestro trabajo es sumamente gratificante
pero también muy cansado. Dijimos que debíamos tener cuidado de no estar
siempre “conectadas” o nos enfermaríamos. Mencioné que había realizado varias
lecturas y luego la lectura de un grupo, y terminé con influenza y tos con
espasmos, por lo que estuve fuera de circulación por tres meses. Bobbi dijo que
ella apenas se recuperaba de una bronquitis terrible porque recientemente había
trabajado de más.
Nos dimos cuenta de que aunque todas operábamos en la misma
vibración, como decía Kim, también teníamos diferentes técnicas.
“Yo veo espíritus tangibles frente a mí”, explicó Kim.
“Yo también”, dijo Bobbi.
“Eso nunca me ha pasado”, dije.
Mencioné que obtengo la información del Otro Lado en una
pantalla interna dividida en secciones específicas. Ni Kim ni Bobbi habían
usado una pantalla.
“Yo uso escritura automática”, dijo Bobbi, y habló de su
habilidad para escribir pensamientos y percepciones del Otro Lado sin ser
consciente de lo que escribe. También eso era desconocido para mí.
Llegamos a nuestra profesión de diferentes formas. Kim y
Bobbi tuvieron maestros que las guiaron, mientras que yo me desarrollé por mí
misma. Eso le recordó a Bobbi la primera clase de sanación física que tomó.
“Tenía miedo de ir”, dijo. “Temía lo que encontraría. Pensé
que vería pollos sin cabeza corriendo.”
Por supuesto, no había pollos sin cabeza. Y a Bobbi le
encantó la clase.
Kim recordó que ella y su hermana asistieron a una
presentación de una psíquica llamada Holly. Esa mujer invitó a Kim a tomar su
clase, que consistía en los principios básicos para desarrollar la intuición, y
le dijo que ella ya era una médium psíquica avanzada. Luego le recomendó
aprender los conocimientos esenciales para aterrizar y protegerse, y le informó
que sus guías espirituales le enseñarían el resto.
“Una médium”, nos contó Kim que le preguntó, “¿cómo lo
sabes?”
“Cielo, soy psíquica, recuérdalo”, dijo Holly.
En nuestras cenas nos leíamos una a la otra, ya que
estábamos muy sintonizadas en nuestras energías. E invariablemente, cuando nos
leían, una de nosotros decía “¿Cómo lo supiste?” antes de reírnos por lo
absurdo de la pregunta.
“Algo le pasó hoy a tu auto, ¿verdad?”, decía Bobbi, por
ejemplo.
“¿Cómo lo sabes?”, preguntaba Kim.
“Cielo, soy psíquica.”
También nos aconsejábamos, basadas en lo que veíamos desde
el Otro Lado.
“Cuando una de ustedes me realiza una lectura, es una
validación enorme”, dijo Bobbi. “Por lo regular se trata de algo que estaba
pensando pero de lo que no estaba segura.”
“Eso es porque se nos dificulta recibir información para
nosotras mismas”, dijo Kim. “Como ahora, sé que algo sucede en mi vida pero no
se me muestra nada. ¡Nada! Y lo respeto, porque no quiero ser una malcriada y
exigir: ‘¡Vamos, quiero saber!’”
“Cuando las leo a ustedes voy hacia el lado izquierdo de mi
pantalla, que es donde veo a los guías espirituales”, dije. “Ahí es donde
siempre están los guías de una persona. Y los guías me dan mensajes para
ustedes.”
“Es como si nuestros guías espirituales estuvieran en todo
esto juntos”, dijo Bobbi.
Los guías espirituales son almas que han vivido antes en la
Tierra (pero no durante nuestra vida actual) y ahora continúan su viaje en el
Otro Lado. Como parte de su viaje tienen trabajos, al igual que nosotros en la
Tierra. Esos trabajos son para ayudarles a aprender las lecciones que necesitan
para que ellos también puedan avanzar en su camino. Estas almas se convierten
en guías espirituales, y serlo les ayuda a crecer. Son nuestros protectores,
maestros, mentores y animadores. Ponen pensamientos en nuestra mente y nos
envían empujoncitos, signos, afirmaciones, impulsos creativos, lluvias de
ideas, instintos, intuiciones. Cuando hablamos de honrar nuestro llamado, son
ellos quienes nos llaman. Siempre desean que encontremos nuestro mejor camino.
Bobbi tenía razón. Nuestros guías espirituales trabajaban
juntos.
“Todos ellos se conocen”, dije. “Nuestros guías
espirituales están en el mismo equipo.”
Esa noche en Fanatico, comenzamos a recibir información
sobre nosotras.
“Estoy recibiendo muchas cosas sobre ti”, le dije a Kim.
“Cosas buenas.”
“Los guías me dicen que están resolviendo las cosas tras
bambalinas, pero eso es lo único que sé”, dijo Kim, quien estaba a punto de
tomar una decisión importante respecto a su carrera.
“Me muestran que debes dejar de castigarte y soltar”, dije.
“El año pasado todo fue presionar, presionar, presionar, y debes soltarlo.
Ellos controlan la forma en que las cosas se desarrollan. Hay una razón para
ello. Existe un plan. Soltar será una sensación difícil por un tiempo, pero
debes hacerlo para permitir que el mejor camino para ti se despliegue.”
“Bueno, pues mientras voy por mi camino no me están dando
ninguna pista”, dijo Kim.
“Aquí hay una pista que me están permitiendo ver”, dije.
“Veo Los Ángeles. Definitivamente Los Ángeles. Vas a descubrirte atraída hacia
Los Ángeles, y ahí habrá una muestra de que eres parte de aquello que se
desplegará, justo como lo han planeado. Sólo debes honrar tus llamados y
aparecer. Ellos harán que suceda.”
“Para mí tiene que ver con manifestarse”, dijo Kim,
refiriéndose a la práctica de visualizar tu meta y, por medio de la energía de
tu convicción, lograr que suceda. “Actuamos como si ya hubiera sucedido.
Agradecemos al universo por aquello que es nuestro por derecho.”
Les conté cómo manifiesto las cosas: escribiendo una carta
al universo al inicio de cada año. En la carta, agradezco al universo por
ayudarme a lograr varias metas específicas, aunque no haya sucedido aún.
“Le doy el crédito a Pat Longo por haberme instado a
hacerlo con tanta claridad”, expliqué. “Ella es quien me dijo que debía
escribirlo. Solía pensar que con sólo proyectar tus pensamientos era
suficiente, pero ella dijo que no, que existe un poder en la escritura que es
importante. Y tiene razón.”
“Le demuestro eso a mi esposo todo el tiempo”, dijo Kim.
“Él dice: ‘No puedes hacer que todo eso suceda’, y yo respondo: ‘Verás que sí’.
Y cuando sucede, sólo sacude la cabeza.”
Reímos y hablamos de cómo los hombres en nuestras vidas
tienen una camaradería muy suya. A veces salimos todos juntos y los esposos
esperan pacientemente a que encontremos una mesa con una energía que nos
agrade. Los hombres intercambian miradas cómplices; comprenden que debemos
encontrar asientos que “se sientan bien” para nosotras.
Esa noche, nos quedamos hasta que cerró Fanatico. Nos
fuimos cuando empezaron a limpiar. Esto suele suceder cada vez que nos
reunimos: pasan las horas y parecen minutos.
En el camino de regreso a casa fue bajando la espectacular
energía de nuestra cena y agradecí al universo por brindarme amigas tan
especiales. La cena reforzó, como siempre lo hace, lo conectadas que estamos
entre nosotras, y lo mucho que necesitamos esas conexiones. Todas tenemos un
enorme equipo de apoyo que nos mantiene en el camino correcto y nos empuja a
ser mejores. Tenemos a nuestros seres queridos que han cruzado y a nuestros
guías espirituales.
Pero también contamos con las personas que nos aman y que
nos necesitan aquí en la Tierra. Y a veces su apoyo es el más crucial de todos.
Y no sólo lo digo por mis hermanas psíquicas y yo. Lo digo por todos nosotros.
33. LA LUZ AL FINAL DEL CAMINO
CUANDO no estoy trabajando con el Otro Lado, mi vida es
bastante común. En esencia, todo gira alrededor de mi familia. Para ellos sólo
soy Mamá o Sis* o Blondie (así es como Garrett me llama). Lo chistoso es que
mientras el Otro Lado me transmite información muy específica de extraños, yo
no puedo leer de manera confiable a los miembros de mi familia. Los conozco
demasiado bien, los amo muchísimo. Y como siempre deseo que estén felices y
tranquilos, no siempre confío en que interpretaré “limpiamente” la información
que me llega del Otro Lado, sin insertar mis propios sentimientos en ella. Ésa
es una de las peculiaridades de mi don: no siempre puedo usarlo para ayudar a
mi familia o a mí misma. Lo cual es quizá lo mejor.
Mi hermana mayor, Christine, quien es madre de cuatro
chicos maravillosos, toma mi don con filosofía. Cuando nos vemos, mis
habilidades no surgen tan a menudo, pero a veces el Otro Lado transmite
fragmentos de información. Por ejemplo, Christine menciona a una amiga, y de
pronto digo: “¿Tu amiga tiene un hermano que se llama Ted?” Entonces se detiene
y me pregunta: “¿Esto es una conversación o una lectura?”
Aun así, mi hermana me dice que lo que hago ha transformado
la forma en que ve el mundo. Siempre creyó que había un cielo, pero ahora dice
creer que es algo más cercano que el ancho cielo azul. Cree que el cielo está
aquí con nosotros. Cree que estamos rodeados por la energía de las personas que
han fallecido.
Mi hermano, John, no ha sido tan abierto a esa forma de
pensar. Él ha dicho que cree que tengo un don intuitivo, pero no puede aceptar
la idea de que el Otro Lado es real. John está casado y tiene tres hijos.
Cuando algo importante sucede en sus vidas, su esposa dice: “¡Llama a tu
hermana! ¡Pregúntale sobre esto!” John no se interpone cuando intento conectar
a su familia con el Otro Lado. Y extrañamente recibo información consistente y
clara para él. Por ejemplo, una vez le dije que en tres meses le llegaría una
gran oportunidad en Asia. John, que es muy inteligente y trabaja en la
industria tecnológica, no tenía negocios en Asia. Pero justo cuando lo
pronostiqué la oportunidad surgió, y John se encontró en un avión a Corea.
En casa mis habilidades no emergen tan a menudo. Pero
recuerdo que estaba viendo el Súper Bowl con Garrett y los chicos hace un par
de años. Noté que Garrett estaba distraído por algo y dije de pronto: “Oye,
mejor mira la pantalla, no querrás perderte el touchdown que están a punto de
anotar”. Tres segundos después, un jugador interceptó un pase y corrió para
anotar un touchdown espectacular.
“Más te vale que la mafia no te descubra”, dijo Garrett.
A menudo me preguntan si alguno de mis hijos comparte mi don.
Mi hija mayor, Ashley, una de las almas más bondadosas que he conocido, parece
tener claras habilidades psíquicas. Siente cosas y lee la energía de la gente
bastante bien. A veces parece saber lo que está por ocurrir. En el Día de las
Madres hace unos años Ashley y Garrett iban de camino a casa en el auto después
de hacer muchos mandados, cuando de pronto Ashley dijo: “Mamá va a llamar en
nueve, ocho, siete...”, y contó hasta el uno. Cuando lo hizo, el celular de
Garrett sonó. Era yo.
Hayden, mi hijo mediano, es un chico amoroso y lleno de
energía. A él le pasa algo diferente: es capaz de encontrar cosas perdidas. Su
don es muy útil.
“Hayden, ¿sabes dónde está el control remoto de la tele?”,
le pregunta alguno de nosotros.
Él se queda en silencio por unos segundos y luego dice: “En
el sofá”, o “Debajo de la cama”.
También funciona para las zapatillas de ballet. La
primavera pasada le dije: “Hayden, es una emergencia: ¡tenemos que irnos al
recital de Juliet en cinco minutos y no encontramos sus zapatillas!
¡Sintonízate! ¡Encuéntralas!”
“De acuerdo, dame un minuto”, dijo, mirando hacia arriba y
a la derecha.
Unos segundos después se puso de pie, abrió el clóset del
pasillo y comenzó a buscar en una esquina.
“Hayden, no están ahí”, dije, justo cuando sacaba las
zapatillas detrás de un contenedor y las agitaba en el aire.
El inconveniente es que la búsqueda de huevos de Pascua
nunca es pareja cuando está Hayden. Ni jugar Batalla Naval.
Mi hija menor, Juliet, es una niña llena de luz y de
espíritu libre como lo era yo a su corta edad. A donde vamos la gente se siente
atraída por su energía. Sin excepción, se acercan y le regalan cosas. Se ha
vuelto un chiste en la familia: ¿qué le regalarán a Juliet hoy?
Un día, cuando tenía tres años, se me acercó y dijo: “Mami,
hay un niñito rubio que se junta conmigo”.
Por un segundo me quedé paralizada. ¿Se trataba sólo de un
amigo imaginario... o de otra cosa?
“Bueno”, dije, “¿es bueno o grosero contigo?”
“Es muy lindo”, dijo Juliet.
“Bien”, dije. “Entonces yo creo que puede quedarse.”
Juliet sonrió y se fue dando brinquitos para continuar con
su vida hermosamente inocente.
Roscoe —nuestro leal y amoroso schnauzer miniatura— era
otro miembro muy querido de nuestra familia. Cuando nacieron nuestros dos
últimos hijos y los llevamos a casa, Roscoe se recostaba al pie de nuestra cama
y permanecía despierto toda la noche para cuidar al bebé. Una vez asustó a unos
ladrones con sus ladridos. Era un amigo increíble y un miembro de la familia.
Cuando tenía diez años, de pronto tuvo un colapso. Lo llevé
de prisa al veterinario, quien me dijo que no era nada, no había que
preocuparse, y nos mandó a casa. Pero yo no lo creía. Una hora después lo llevé
con otro veterinario para una segunda opinión. Éste se interesó en ver qué le
sucedía y realizó algunos análisis.
Mientras esperaba en la antesala y Roscoe estaba en el
consultorio del veterinario, de pronto vi la presencia de otro animal en la
pantalla donde veo al Otro Lado. No estaba intentando leer ni contactar a
nadie, el animal tan sólo apareció. La reconocí: era Thunder, la adorada
labrador negra de mi mamá, quien había cruzado dos años atrás. Ella y Roscoe
habían sido grandes amigos. Thunder apareció justo en el velo —la diáfana
frontera que separa este mundo del Otro Lado en mi pantalla— como si estuviera
entusiasmada por algo, y yo sabía lo que significaba. Lo había visto antes. Era
inminente que Roscoe cruzaría, y Thunder había venido a recibirlo.
La verdad es que estaba tan consternada por el repentino
cambio en la salud de Roscoe, que la noción de que fuera a cruzar me sorprendió
por completo. Unos meses atrás, el Otro Lado me había mostrado que Roscoe
cruzaría pronto. Vi que sucedería en tres meses. Deseé con desesperación estar
equivocada, haber confundido el mensaje. Después de todo, Roscoe había salido
muy bien en su última revisión general. De todas formas, le dije a Garrett en
ese entonces y comencé a prepararme emocionalmente para el fallecimiento de
Roscoe. Garrett y yo lo platicamos y decidimos preparar poco a poco a los niños.
“Tal vez Roscoe sólo estará unos cuantos meses con nosotros”, les dijimos, “así
que valoremos nuestro tiempo con él.” Tres meses después, Roscoe tuvo el
colapso.
Las radiografías mostraban que Roscoe tenía un tumor en el
estómago y sufría una hemorragia interna. El veterinario lo internó de
inmediato en cuidados de emergencia y evaluó las opciones. Operar a Roscoe era
una de ellas, pero era claro que su estado era malo y al parecer lo
someteríamos a un riesgo mayor sin la seguridad de que la operación le ayudaría.
El cuerpo de Roscoe había entrado en shock y nos dijeron que era muy probable
que falleciera durante la cirugía, sin que nosotros estuviéramos ahí para
acompañarlo. Recordé lo que me había dicho el Otro Lado. Habían pasado tres
meses. Y yo sabía que Thunder estaba ahí para ayudar a Roscoe a cruzar. Lo
comprendí: era su momento de partir. Tomamos juntos la decisión. Pondríamos a
dormir a Roscoe.
Garrett, los niños y yo estábamos con él cuando cruzó. Cada
uno apoyamos una mano en su pelaje. Le expresamos lo mucho que lo amábamos y le
agradecimos por ser una parte tan hermosa de nuestras vidas. Sus dulces ojos
castaños miraron los nuestros. Y entonces los cerró y cruzó, rodeado de amor.
Aunque el Otro lado había intentado prepararme para cuando
Roscoe cruzara, fue devastador. Yo sabía que su fallecimiento era parte del
plan que el universo tenía para él, pero de todas formas me invadió la
tristeza. A pesar de todo lo que sabía del Otro Lado, todavía extrañaba a mi
perro y me preguntaba si estaba bien.
El veterinario nos dijo que podía darnos una impresión de
la pata de Roscoe, y a todos nos gustó la idea. Esperamos mientras la
realizaba. Me senté aturdida, mirando la pared frente a mí. Al fin enfoqué la
vista en el cartel sobre la pared, y contuve un jadeo. Era una fotografía de un
oso hormiguero.
¿Y qué tenía de especial un cartel de un oso hormiguero en
el consultorio de un veterinario?
Hace mucho tiempo le pedí al Otro Lado que me enviara
señales de mis seres queridos que habían cruzado. Solía pedir mariposas
monarcas, pero después de un tiempo decidí hacerlo más complicado. Comencé a
pedir tres señales en particular, señales inusuales. Si el universo quería
enviarme un mensaje, pedí que me mostrara un armadillo. O un cerdo hormiguero.
O un oso hormiguero.
¿Por qué un veterinario tendría una foto enorme de un oso
hormiguero en su consultorio? No tenía idea. Pero sé que debía ver a ese oso
hormiguero, y sé el motivo. Me estaba diciendo que Roscoe había llegado bien al
Otro Lado, que aún estaba conmigo y que estábamos conectados por el amor.
Unos segundos después, Juliet y Hayden tenían que ir al
baño. Los acompañé y los esperé afuera. Volteé a mi izquierda y ahí mismo, al
nivel de los ojos, había una pequeña figura de cerámica de un perro. Un
schnauzer miniatura blanco. El perro era igual a Roscoe, y sonreía. El perro
estaba contento. Y en su espalda tenía un par de alas de ángel.
Bueno, algunos dirán que sólo es una coincidencia. Pero yo
sé que no lo fue.
Al día siguiente, me atreví a pedirle otra señal a Roscoe.
“Sólo déjame saber que estás bien allá arriba”, dije en voz
alta mientras iba manejando. “Házmelo saber por medio de la palabra ‘ángel’.”
En cuanto le pedí la señal a Roscoe, prendí el radio del
auto. Sonaba una balada, y la primera frase que escuché fue: “Debió haber sido
un ángel”.
Pero aun así —aun así— no me sentí mucho mejor. Es decir,
millones de canciones contienen la palabra “ángel”, ¿no?
Más tarde llamé al veterinario para que nos hiciera la
cuenta por sus servicios. La mujer que contestó el teléfono me explicó con
paciencia y amabilidad la lista de los diferentes cargos. Me dijo que lamentaba
mucho que Roscoe hubiera fallecido, y me hizo sentir mejor acerca de todo. Al
final de nuestra conversación, le agradecí y le pregunté su nombre.
“Me llamo Ángela”, dijo.
Sonreí. Dejé a cargo de Roscoe enviarme otra señal cuando
yo más lo necesite.
Fue nuestro profundo y poderoso amor por Roscoe lo que
mantuvo este canal de comunicación abierto entre nosotros. Fue también el amor
lo que me brindó la premonición de que Roscoe fallecería, y la visita de
Thunder. Muchos años atrás una poderosa necesidad de ver a Abu me sacó de una
alberca tan sólo unas semanas antes de que cruzara, y yo no comprendía lo que
era una premonición. Y cuando Abu falleció, odié saberlo por anticipado. Pero
con Roscoe acepté mi premonición. Sabía de dónde provenía el mensaje, y
comprendí que estaba impulsado por el amor. El Otro Lado opera sólo por amor.
Con Roscoe, el Otro Lado nos dio la gran bendición de poder apreciar y celebrar
nuestro infinito amor por él.
Y comprendo, al igual que comprendo todo, que Roscoe no nos
dejó. Nuestro adorado y hermoso Roscoe todavía está aquí.
No éramos los únicos en la familia en tener un encuentro
profundo con el Otro Lado que involucrara a un perro. No hace mucho, mi hermano
John descubrió que su amada pit bull adoptada, llamada Boo Radley, estaba
enferma. Ya había estado en tratamiento por cáncer de mandíbula, pero ahora el
cáncer había vuelto y se extendió. No podían hacer nada para detenerlo. Iban a
tener que dormirla.
Boo tenía un lugar especial en el corazón de mi hermano. La
adoptó después de que se mudó a California y terminó con su novia. Boo estaba
ahí cuando conoció a su esposa, Natasha, y cuando nació cada uno de sus tres
hijos: Maya, Zoey y el pequeño Johnny. Y ella los inundaba a todos con su amor.
Mi hermano no sabía qué decirle a Maya, que sólo tenía seis
años. Sabía que ella preguntaría adónde se había ido Boo. Quería prepararla
para la pérdida y ayudarla a superarla, ¿pero cómo podía decirle que Boo se
había ido al cielo si él en realidad no lo creía?
Buscó a nuestra madre para pedirle consejo. Ella cree en el
cielo pero entendía que mi hermano no estuviera seguro al respecto, así que
sugirió que le dijera a Maya que “algunas personas” creen que existe un cielo
que es hermoso y feliz, donde todos, incluso los perros, son amados, y cuando
vayamos ahí nos reuniremos con nuestros perros.
John siguió su consejo. Cuando le dijo esto a Maya, ella
preguntó: “Papi, ¿tú eres una de las personas que creen en eso?”
“No lo sé de cierto”, le dijo John, “pero espero que sea
verdad.”
Durmieron a Boo la semana anterior a Navidad. John la
sostuvo cuando ella cruzó. A mi hermano le dolió mucho perderla y comenzó a
cuestionar su propia forma de pensar.
“Si esto en serio es verdad”, le dijo a Boo, “si en verdad
existe el cielo, necesito que me des una señal. Pero sólo puede provenir de una
persona: Laura Lynne.”
Pensó en el collar de Boo y dijo: “Boo, quiero que la señal
sea una estrella con un círculo a su alrededor. Mándamela a través de Laura
Lynne y lo creeré.” John no le dijo a nadie sobre la señal.
Unos días más tarde mi hermano y su familia volaron a Nueva
York para estar con la familia en Navidad. En Nochebuena, mi mamá llegó a mi
casa con una botella de vino envuelta muy bonito, como siempre envuelve sus
regalos. La había envuelto en papel de copos de nieve y colocó en la parte
superior un molde de galleta con la figura de un copo de nieve.
Al día siguiente, en Navidad, todos fuimos a casa de mi
mamá. Decidí hornear un queso Brie. Mi mamá me dijo que tenía suficiente
comida, pero por alguna razón me sentí obligada a hacer ese Brie.
Reuní los ingredientes: el queso Brie, duraznos en
conserva, nueces y pasta de hojaldre, y me preparé para ir. Pero luego vi el
molde de galleta con figura de copo de nieve de mi mamá sobre la superficie de
la cocina. Y un pensamiento vino a mi mente: Me va a sobrar pasta de hojaldre,
así que, ¿por qué no corto un copo de nieve de la masa y lo pongo sobre el
queso para que se vea festivo?
En casa de mi mamá extendí la masa y corté un pequeño copo
de nieve con el molde. Creo que lo hice mal porque me salió como una estrella
judía. ¡Estaba encantada!
“¡Miren esto!”, llamé a mi hermano y hermana. “¡Tenemos un
Brie horneado con estrella judía para Navidad!”
Tomé la pasta que sobraba y la extendí en una tira larga
para hacer un borde circular alrededor del queso. Noté que mi hermano me miraba
intensamente.
“¿Qué estás haciendo con esa tira de masa?”, preguntó, casi
acusándome.
“Estoy haciendo un círculo alrededor de la estrella”, le
dije. “Ya sé que no es muy creativo, pero se me antojó hacerlo. Mira.”
Mi hermano sacudió la cabeza y salió de la cocina.
Un momento después me llamó desde otra habitación. “Laura,
¿puedo hablar contigo un segundo?” El tono de su voz denotaba urgencia, era
casi demandante.
“Ya voy”, dije.
Cuando llegué con él, con las manos todavía llenas de masa,
John intentó hablar pero sólo se echó a llorar.
“¿Qué sucede? ¿Qué pasa?”, pregunté.
“Cuando Boo cruzó le dije que, si el Otro Lado era real, me
enviara una señal”, dijo. “Y le dije que tenía que provenir de ti. La señal que
pedí”, sollozó, atragantándose con las palabras, “fue una estrella con un
círculo alrededor.”
Ahora los dos estábamos llorando.
Me di cuenta de que si le hubiera dicho a John que sentía a
Boo Radley con nosotros, él no me habría creído. El Otro Lado también lo sabía,
así que maniobró para enviar la señal de Boo. Me pusieron a crear algo, y hasta
nuestra mamá metió mano también. John le había dado a Boo una tarea difícil,
¡pero ella lo logró! ¡Qué maravilloso regalo de Navidad para John!
Le pregunté a mi hermano: “¿Así que ahora por fin crees?”
Mi hermoso hermano, un escéptico de toda la vida, lo pensó
por un momento.
“No me queda de otra”, dijo.
Todos somos capaces de reconocer estos asombrosos vínculos
con el Otro Lado. Todos estamos conectados con aquellos que amamos, tanto aquí
como en el Otro Lado. Más allá de estas conexiones, creo que todos poseemos la
habilidad de conectar con el Otro Lado. Tal vez no todos podemos encontrar
zapatillas de ballet perdidas, pero quién sabe, quizá sí podemos.
Con mis hijos hago lo mismo que con mis alumnos y con las
personas a quienes realizo lecturas, y espero que también con aquellos que lean
este libro: los animo a abrir sus mentes y corazones a la idea de que el
universo es un lugar más grande y más mágico de lo que podemos imaginar.
Es lo mismo que me digo todos los días. He llegado a acoger
la vida de esta manera.
Y la parte hermosa es que nada en nuestras vidas debe
cambiar, excepto nuestra percepción.
Todos tenemos experiencias psíquicas en nuestras vidas que
nos conectan unos a otros y a nuestros seres queridos en el Otro Lado. No sólo
a veces, sino todo el tiempo. Mi deseo es que nos demos cuenta del don que
llevamos en nuestro interior y lo celebremos, y que logremos comprender que
abrir nuestras mentes y corazones a él puede transformar nuestras vidas.
No habrá rayos de luz o truenos. Todo lo que sucederá es
que comenzaremos a ver de otro modo nuestras vidas. Pero ese pequeño giro puede
cambiar tu vida. Puede transformar el mundo. Puede sacudir el universo. Y la
luz entre todos nosotros brillará más intensamente.
* Sis, diminutivo de sister, hermana en inglés. N. de la T.
Agradecimientos
ESTE libro existe gracias a la luz e influencia de muchas
personas, en este mundo y en el Otro Lado.
Alex Tresniowski: Has sido parte del viaje de este libro
desde el primer día de la descarga. En veinticuatro horas apareciste para
ayudar a darle forma y traerlo al mundo. No habría podido pedir un mejor
colaborador. Gracias por toda la luz que has dado. Eres una de las personas más
sencillas que he conocido y un regalo para el mundo.
Jennifer Rudolph Walsh: Eres una persona que transforma
vidas y que brinda luz, por no mencionar a la agente más solidaria y
maravillosa, y mi amiga. Tu visión y pasión son imparables y deslumbrantes.
Estoy infinitamente agradecida con la gran fuerza de luz que me puso en tu
camino. Me inspiras y me ayudas a tener los pies sobre la tierra. De manera muy
sencilla, transformas el mundo. Estoy muy agradecida por estar en este viaje
contigo y estar en tu luz. ¡Sigue brillando!
Julie Grau: Yo sé que fuiste elegida por el Otro Lado para
ser editora de este libro y eres parte del equipo de luz. Tu comprensión,
inteligencia y visión fueron esenciales para el viaje de este libro; gracias
por guiarlo a casa. Gracias por tu paciencia, tu amabilidad y tu amistad. Sé
que tengo mucha suerte por haber cruzado mi camino contigo, y estoy muy
agradecida.
Linda Osvald, mi mamá: Mi primera y más grande maestra, me
enseñaste a amar, esforzarme, dar a los demás, ser bondadosa y siempre seguir
mi corazón. Eres una gran fuerza de amor en el mundo y has hecho toda la
diferencia en mi vida. Hiciste que el paisaje de mi infancia fuera más que
hermoso. Y cada momento, cada sacrificio, cada vez que me animaste a seguir,
que me dijiste que era fuerte y hermosa, que creíste en mí, me inspiraste y me
amaste de forma incondicional, todo ello fue importante: mi camino de luz fue
forjado por tu amor. Este libro es un reflejo tanto de ti como de mí. No sé qué
hice en una vida pasada para tenerte como mamá, pero estoy eternamente
agradecida. Tuve a la mejor mamá del mundo.
John Osvald, papá: Por todas las noches cantando en el
sótano y por todas las formas en que lo has intentado, gracias. Te amo.
Marianna Entrup, TT: Por estar siempre ahí, ya sea
rescatándonos en Brant Lake u ofreciendo consejo médico, has sido parte de
nuestra familia. Te quiero.
Ann Wood: Gracias por toda la gentileza y amor que siempre
me has mostrado. Eres toda una dama.
Christine Osvald-Mruz: Nací en un mundo de amor como
hermana tuya. Gracias por todas nuestras aventuras de infancia; algunos de los
recuerdos más felices en mi corazón son los momentos que pasé contigo. Siempre
has sido un increíble ejemplo e inspiración. Me siento bendecida y agradecida
por tener semejante hermana y amiga, tan amable, inteligente y compasiva.
John William Osvald: Eres una de las personas más amorosas,
magnánimas, dadas a correr riesgos positivos y compasivas que he conocido, sin
mencionar que también el mejor cocinero. El hecho de tenerte como mi hermano y
amigo es una de las bendiciones más grandes de mi vida. Me inspiras y me ayudas
a crecer y transformarme de incontables maneras. El día que naciste fue uno de
los más felices de mi vida. Seguro mi alma lo sabía...
Garrett Jackson: Muchas de las cosas hermosas y llenas de
luz que han aparecido en mi vida son gracias a ti. Parece que tu corazón y el
mío son viejos amigos, y encontrarte ha sido uno de los más grandes tesoros de
mi vida. La vida que hemos construido es todo lo que yo soñé y más. Me
estimulas, me inspiras y me has ayudado a crecer de formas infinitas. Eres un
hombre de gran carácter, y es un honor viajar contigo por la vida y la
paternidad y todo lo demás. Te amo tanto.
Ashley Jackson: Mi primogénita, mi hija llena de luz. Me
convertiste en mamá y cambiaste mi mundo para siempre, inundándolo con más amor
de lo que nunca creí posible. Tu belleza, tu inteligencia, tus habilidades
artísticas y tu luz brillan hasta los rincones más oscuros de mi vida.
Hayden Jackson: Mi dulce Bubba, que se parece tanto a mí
que da miedo. Llegaste a este mundo con tu corona brillante de cabello y
llenaste mi mundo con más amor. Todos los días me enseñas cosas nuevas, ya sea
sobre ciencia y empalme genético, o sobre el lenguaje y la profundidad de mi
corazón, me siento muy bendecida por ser tu madre, y muy agradecida de que me
hayas escogido.
Juliet Jackson: Eres un rayo de sol embotellado en forma
humana; llevas luz, alegría y amor adondequiera que vas. Tu bondadoso corazón y
gozo por la vida me inspiran y me recuerdan vivir la vida con plenitud y
pasión. Eres un regalo para todos los que te conocen, pero sobre todo para mí.
Estoy muy agradecida de ser tu mamá.
Laura Schroff: El hilo invisible que nos acercó sin duda
era parte del plan del Otro Lado. El rol que has jugado para ayudar a que este
libro viera la luz es enorme. Eres una gran fuerza de luz en el mundo y soy
privilegiada no sólo por disfrutar de tu brillo, sino también por llamarte mi
gran amiga. Gracias por tu infinita guía y amor en este viaje. Me inspiras.
Gina Centrello y Gail Rebuck: Gracias por creer en el poder
de esta historia desde el principio, y apoyarla. Estoy segura de que ustedes
son parte del equipo de luz.
Stephanie Nelson: Hace década y media definitivamente usé
mis habilidades cuando nos conocimos; estudiabas para ser maestra en ese
entonces y te dije que debías aceptar el puesto permanente en la preparatoria
para que pudieras ser mi mejor amiga y trabajáramos juntas. No podría pedir una
amiga más verdadera. Gracias por estar ahí en las buenas y en las malas, y por
ser una luz permanente en mi mundo y mi corazón. ¡Qué lindo el Universo por
hacer que nuestros maridos también se volvieran amigos! ¡Gracias también por
Christopher Nelson!
Dorene Bair: ¡Eres un agente de cambio y conectora de todo
lo bueno en mi vida! Tu energía burbujeante y positiva es contagiosa, y me
encanta estar cerca de tu luz. Gracias por ser una amiga increíble y solidaria.
Todo lo que haces lo haces con gracia, clase y gentileza. ¡Me inspiras en una
infinidad de formas! Sacas chispas. Y a tu maravilloso marido, Tom Bair:
¡Gracias por el increíble papel que jugaste al ayudar a que este libro
encontrara su lugar en el mundo!
Gwen Jordan: Desde octavo grado has estado ahí para
incontables aventuras, llamadas y viajes; nuestra amistad ha sido una constante
a través de cambios y décadas. Estoy muy agradecida por el regalo de tu ser y
espero que tengamos más aventuras. Gracias por ser una amiga tan maravillosa.
Marris Goldberg: Estar cerca de ti o tan sólo hablar
contigo siempre me levanta el ánimo. Vives la vida con pasión y alegría e
inspiras a quienes te rodean. Gracias por ser una luz tan brillante en mi mundo
y una amiga tan increíble.
Danielle Lash: En los viajes al extranjero y las aventuras
aquí, siempre me divierto y me río contigo. Eres un regalo para el mundo,
iluminas todos los lugares adonde vas. Ay, estoy muy agradecida por tu amistad
y tu presencia en mi mundo.
Rachel Rosenberg: Hay algunas amigas que sabes que siempre
serán tus amigas. Tú eres una de ellas.
Daniel Hain: ¡Pequeña, tengo mucha suerte por tener tu
energía positiva en mi mundo! ¡Brillas!
Jennifer Schulefand: Mi antigua compañera de cuarto y de
casa, me alegra mucho que sigamos conectadas después de tantos años.
Drew Katz: Aunque me hubiera gustado conocernos en otras
circunstancias, agradezco que el Otro Lado nos haya conectado. Eres una persona
de carácter, generosidad y fuerza de espíritu, y sé que tu papá y tu mamá están
muy orgullosos del hombre que eres. Aceptas el mundo con bondad y compasión.
Siento como si conociera tu alma desde hace mucho tiempo, y soy muy feliz por
tener la luz de tu amistad. Mi amor y gratitud para ti y tu maravillosa esposa,
Rachel, por siempre.
Litany Burns y Ron Elgas: Gracias por ayudarme a ver y a
comprender mi camino y por la luz que comparten con el mundo.
Bob y Phran Ginsberg: Gran parte del trabajo que realizo en
este mundo está ligado a ustedes. Son dos de las personas más dadivosas,
inspiradoras y generosas que he conocido. El trabajo que hacen en el mundo
ayudando a los demás, sanando el duelo y transmitiendo el mensaje del Otro Lado
es inconmensurable. Sé que son parte del increíble equipo de luz. No puedo
dejar de agradecer y mencionar a su hija Bailey, quien ha estado detrás de esto
todo el tiempo, y es quien me llevó hasta su puerta. Ustedes son una gran
fuerza de luz.
Doctora Julie Beischel: Su compromiso con la exploración de
la ciencia de la vida después de la muerte significa para nuestro mundo mucho
más de lo que pueda imaginar. Estoy muy agradecida por el papel que usted y
Windbridge han tenido en mi vida.
John Audette: Tu fe y compromiso con este trabajo de luz
son increíbles. Sé que el Otro Lado trabaja contigo y por medio de ti para
transmitir al mundo su mensaje de amor y de continuidad de la conciencia. Eres
parte de un gran equipo de luz. Tu amistad ha sido invaluable para mi viaje de
vida. Gracias por ayudar a iluminar el camino.
Eben Alexander: Tu disposición para compartir tu historia
con el mundo es inspiradora. Gracias por todo lo que nos has enseñado. Me
enorgullece considerarme tu amiga.
Doctor Mark Epstein: Es un gran regalo que nuestros caminos
se hayan cruzado. Me siento honrada por estar conectada con usted. Su luz sana
e inspira a nuestro mundo.
Doctor Brian Weiss: Usted ilumina el camino para muchas
personas aquí, ayudándonos a comprender que nuestro don más grande es el amor y
que todos somos seres eternos. Me inspira de muchas maneras. Gracias por
contribuir a iluminar mi camino.
Doctor Gary Schwartz: Es inspirador su compromiso con
explorar y ayudar a otros a comprender los poderosos mensajes que el Otro Lado
tiene para compartir. Me alegran mucho todas las sincronicidades en nuestros
caminos y las formas en que se han cruzado. Usted ha sido una parte importante
de mi viaje, y honro la luz que existe entre nosotros.
Los maestros juegan un papel crucial al iluminar el camino
para todos nosotros. Estoy agradecida con mis muchos maestros, pero en especial
con los siguientes, que me ayudaron a ver y a comprender mi conexión con los
demás, a emplear la luz y a creer en mí misma: mi maestra de tercero de
primaria, la señora Nolan; mi maestra de cuarto, la señora Margaret McMorrow;
mi maestro de inglés de doceavo año, el señor Kevin Dineen; y mi profesor de
inglés de la universidad, el finado señor David Bosnick. Agradecerles no parece
adecuado. Honro la luz entre nosotros. Cada uno de ustedes es parte de mí y
siempre estarán en mi corazón.
Michelle Goldstein: Una maestra que ha transformado las
vidas de mis hijos. ¡Qué increíble persona eres!
Doctora Jane Modoono Philport: Cuando llegaste a la
preparatoria Herricks de inmediato emanaste una luz enorme. He aprendido mucho
de ti. Agradezco tu apoyo, tu aliento, tu amor y tu amistad. Quisiera que todos
los maestros tuvieran una directora como tú. Generas grandeza adondequiera que
vas.
Nicole Cestari Clark: Agradezco al universo porque me
conectó con una mujer y amiga tan maravillosa. Tu energía y pasión son
contagiosas, y la labor que realizas en el mundo está llena de luz. Tiene
suerte quien te conozca y se pueda llamar tu amigo.
Laura Castillo: Estoy muy agradecida contigo por ser la
niñera más increíble, cariñosa y divertida para mis hijos y una persona con la
que siempre puedo contar. ¡Tienes mucha luz!
Henry Bastos: Gracias por la belleza y la amistad que
brindas a mi vida.
Lisa Capparelli: Adoro tu energía y me encantan tus cenas.
Gracias por el regalo de tu amistad. No existe un solo momento aburrido cuando
está Dave, ¡y espero con ansias nuestros futuros viajes!
Paul y Pam Cain: ¡Son una pareja colmada de luz! Todo lo
que hacen en este mundo es tocado por su compasión y bondad. Estoy muy
orgullosa de conocerlos.
Trina y Adam Venit: ¡Me encanta que mi camino me haya
conducido a conocer a dos personas tan increíbles! ¡Continúen brillando con su
hermosa luz!
Starr Porter: ¡Qué luz tan brillante regalas al mundo! Soy
muy afortunada por haberme cruzado contigo —y Chris Wagner— y estar conectadas
por hilos de luz.
Sky Ferreira: Has creado un camino de luz a través de la
oscuridad. Sé que tu equipo en el Otro lado está orgulloso de ti, que continúas
compartiendo tus talentos artísticos con el mundo. Siempre te apoyaré, y me
honra tu amistad.
Para todas mis sobrinas, sobrinos y mi familia extendida:
Cada uno de ustedes da una hermosa luz al mundo, y estoy muy agradecida por
atravesar este camino con ustedes como familia: John, Matt, Willy, Henry, y
Peter Mruz, John y Laurie Mruz, Cyndi y Alan Switzer, Natasha Khokhar, Maya,
Zoey, y John Osvald, Aliya y Priya Khokhar, Anika Bashir, Angela y Angela G. F.
Jackson, Jimmy, Kerry, Joey, Brian, Kevin, y Danny Jackson, John, Emily, Jay y
Johnny Jackson, Lucille Weintraub, Brett, Elyse, Gregg, Karen, Jarrett, y Carol
Weintraub, Jimmy, Ted, Maddy, Teddy, y Kenny Wood. Y a mis seres queridos en el
Otro Lado: Omi y Abu, Dundee Yette, Nani y Apa, Vicki; y mis cuñados Gary y
Alan. Cada uno de ustedes ha jugado un papel vital en mi corazón y en mi mundo.
Gracias.
Para la familia extendida de mi infancia: Nancy, Lee,
Damon, y Derrick Smith, Ellie y Nick Pucciarello. Guardo muchos recuerdos
felices con ustedes.
Para todas las personas que han compartido sus historias en
este libro, nos han dado un gran regalo. Una de las bendiciones más grandes de
este trabajo es conocer y conectarme con personas increíbles que, al final, se
sienten más como familia que como amigos. Esta lista incluye a Susan Newton
Poulter y Fred Poulter, Maria Ingrassia, Kenneth Ring, Nancy Larson, Jim
Calzia, RoseAnn DeRupo y Charlie Schwartz, Joe y Maryanne Pierzga, Mary
Steffey, Frank McGonagle, y Mike Cestari. Y a todos los familiares que fueron
conectados en el Otro Lado: Scotty Poulter, Kyle Larson, Kathy Calzia, Jessie
Pierzga, Charlotte, Elizabeth y todos los demás: los honramos y les agradecemos
que nos reunieran y compartieran su historia y su luz con el mundo.
Bobbi Allison: Una de mis hermanas del alma y una gran luz
en mi mundo. Gracias por tu constante e inquebrantable amor y apoyo. Que el
universo te bendiga infinitamente por toda la bondad y luz que das a los demás.
Doctor Marc Reitman: Estoy agradecida por el increíble
papel que tuvo en mi camino. ¡Usted es un sanador y trae luz a este mundo! Es
un honor conocerlo.
Doctor Jeff Tarrant: ¡Gracias por revisar mi cerebro, darme
algunas respuestas y por ser un amigo maravilloso! Cualquiera que esté cerca de
tu energía puede sentir tu gozo por la vida, y agradezco mucho estar entre esas
personas.
Amy Lewin: Por ser un ángel y guía en mi camino en la
Tierra. Estoy eternamente agradecida por el rol que has jugado en mi vida. Eres
una de mis personas favoritas.
Melissa y Tom Gould: Algunos de los mejores regalos de esta
labor es conocer gente tan maravillosa e increíble como ustedes. Es una
bendición conocerlos y que sean mis amigos.
Angie Walker, Danielle Perretty, Lynne Ruane, Laura Swan,
Rainey Stundis, y Anthony y Grace Avellin: Lo mejor de este trabajo es conocer
a personas maravillosas que se han convertido en grandes amigos. Ustedes están
entre ellos.
Bill, Angela y B. J. Artuso: Por su compromiso en explorar
el Otro Lado y por la luz de su amistad. Me alegra mucho que nuestros caminos
se hayan cruzado.
Para el resto de mis amigas psíquicas: ¿Qué haría sin
ustedes? Me mantienen con los pies en la tierra y me hacen reír. Todas las
veces que estoy con ustedes es maravilloso: Kim Russo, Janet Mayer, Bethe
Altman, Diana Cinquemani, Pat Longo y el resto del equipo.
Y para mis alumnos de mi primera clase de desarrollo
psíquico y espiritual: ¡No habría podido pedir un mejor grupo de personas para
explorar nuestra conexión entre nosotros y con el Otro Lado! Gracias por hacer
de las noches de los miércoles puntos de luz brillante en mi semana: Amanda
Muldowney, Janine Martorano, Amy Lederer, Marilyn Pilo, Mary Kennedy, Lisa
Johnson, Cathleen Costello, Rosemary McNamara y Linda Pawlak.
Para Laura Van der Veer, Katie Giarla y Maggie Shapiro:
¡Gracias por toda la ayuda que me dieron para sacar este libro a la luz y por
responder todas las preguntas técnicas que tuve al respecto a cualquier hora
del día o de la noche!
Para mi equipo de luz en Random House: Sally Marvin, Nicole
Morano, Theresa Zoro, Sanyu Dillon, Leigh Marchant, Andrea DeWerd, Greg Mollica
y Nancy Delia... Gracias por cuidarme tanto a mí y a mi trabajo. Y al equipo de
Arrow en el Reino Unido: Mi agradecimiento para Susan Sandon, Jenny Geras,
Gillian Holmes, y Jess Gulliver.
Para el resto de mi equipo de luz en WME, Rafaella De
Angelis, Alicia Gordon, Kathleen Nishimoto y Scott Wachs, estoy muy agradecida
con todos ustedes y por el papel que han desempeñado.
Un enorme agradecimiento al profesorado y personal de la
preparatoria Herricks, y para todos aquellos que fueron mis alumnos (quienes me
enseñaron mucho más de lo que yo les enseñé). Mi amor se dirige en especial a
los miembros actuales y anteriores del Departamento de Inglés, que es mi
familia fuera de casa: Jane Burstein, Nancy Rajkowski, Barbara Hoffman, Ed
Desmond, Steph Nelson, Alan Semerdjian, Jessica Lagnado, Tom Baier, Tom
Mattson, Sonia Dainoff, Kelly Scardina, Sarah Kammerdener, Denise Barnard,
Lauren Graboski, David Gordon, Mike Imondi, Mike Stein, Karen Meier, y Victor
Jaccarino. Y también Chris Brogan, Louise O’Hanlon, Claudia Carter, Joanne
Asaro, Trish Basile, Jane Morales, Michele Pasquier, Joanie Keegan, Andrew
Frisone, Bryan Hodge, Gail Cosgrove, Jane Modoono, Suzanne Faeth, Sharon
Morando, Danielle Yoo, Tania DeSimone, Rich Gaines, Caryn Krutcher, Nicole
Cestari y Deirdre Hayes.
Para todas las personas maravillosas que me han permitido
entrar a su energía para leerlos: agradezco cada una de las experiencias y
conexiones.
Para el equipo de luz en el Otro Lado: nada de esto sería
posible ni existiría sin ustedes. Gracias por permitirme ser la mensajera y ser
parte de su grandiosa luz.
Y para ti, lector: estoy agradecida por estar juntos en este
viaje de luz.
SOBRE EL AUTOR
Laura
Lynne Jackson es maestra de preparatoria y médium certificada por el Windbridge
Institute for Applied Research in Human Potential y The Forever Family
Foundation. Vive en Long Island con su marido y sus tres hijos. Éste es
su primer libro.
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