LA ÚLTIMA PUERTA
Experiencias cercanas a la muerte
ÍNDICE
Prólogo
Prefacio
PRIMERA PARTE. CONSIDERACIONES PREVIAS
Acercamiento a las ECM
Primeros estudios
Metodología de investigación
Dificultades y colaboración a la investigación
SEGUNDA PARTE. LOS CASOS MÉDICOS-
Las misiones - Como flotando - El oído - La trivalva - El hermano - La familia - El miedo - El vehículo - La niña - La tarotista - La médium - La abogada - El arquitecto - La tijera Mayo - El tatuaje - Las visiones - El hombre de mundo - El joven - Los seres alados - Los ruidos - El niño de ojos tristes - El cuadro del pasillo - Volver y aprender - La paciente agradecida - El perrito - Las puertas - Un mundo dentro de otro mundo - En la clínica del dolor - El motorista
TERCERA PARTE. CONCLUSIONES
Resultados de las ECM
Cambios vitales personales
Conclusiones
Epílogo
Créditos
A mi hijo Eduardo y a todos aquellos que me han ayudado a que este proyecto
se haya hecho realidad.
«La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos
convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople
en contra, la poderosa obra continúa. Tú puedes aportar una estrofa. No dejes
nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre.»
Walt Whitman
Por Enrique de Vicente
«
La única certeza que tenemos es que todos vamos a morir».
«Salvo la muerte, en la vida todo tiene remedio».
Son dos frases que escuché a mi madre cuando aún
era muy niño y que se me quedaron grabadas a fuego.
Con el paso del tiempo les fui dando muchas
vueltas. Aunque no se convirtieron en una obsesión sino en la fuente de algunas
de mis fascinaciones intelectuales y vitales preferidas.
Guiado por un impulso de saber irrefrenable, no
tardé en ir conociendo los grandes avances que —desde hace mucho y en una
progresión casi exponencial— se venían realizando en biología y en medicina, y
permitían a muchos expertos pensar que cada vez estaba más cerca el logro de la
inmortalidad, es decir, la victoria sobre los factores degenerativos que nos
hacen envejecer y morir.
Aún no habían aparecido los transhumanistas,
plenamente convencidos de que los avances biotecnológicos y neurológicos nos
permitirán trascender las limitaciones de nuestro cuerpo y garantizar la
supervivencia de la conciencia en otros soportes. Pero ya entonces pensé
«¡vaya!, resulta que hasta la muerte puede tener remedio y no es la última
frontera».
Aun así me planteaba que, si fiamos todo a la
tecnología, lo normal es que —antes o después— algo falle y un accidente cumpla
esa vieja maldición que reza ya en el capítulo tercero del Génesis: polvo eres
y al polvo volverás, sin que se te permita vivir para siempre como a los
dioses.
Y, en realidad, el logro de la inmortalidad física
no me preocupaba tanto como responder a preguntas que me surgieron de forma tan
espontánea como a otras muchísimas personas a lo largo de la historia:
¿Qué sentido tiene la vida si todo termina con la
muerte?
¿Hay algo en nosotros que sobreviva a la misma?
¿Para qué vivimos? ¿Cuál es el propósito de nuestra existencia, no ya como
especie sino como individuos?
¿Acaso somos sólo un eslabón más dentro de una
cadena evolutiva mecánica, carente de una finalidad precisa?
Y, aun así, ¿somos el último eslabón o nos
seguirán otros capaces de trascender todas las limitaciones por las que hoy nos
sentimos atados?…
Este libro tiene que ver muy directamente con una
de esas preguntas: ¿sobrevivimos a la muerte? Aquélla que más interés ha
suscitado entre buena parte de la población mundial desde que guardamos
memoria. Aquélla a la que más tiempo de estudio he dedicado, especialmente
desde que hace cuatro décadas Raymond Moody dio a conocer mediante un
best-seller internacional lo que hoy llamamos experiencias cercanas a la muerte
(ECM).
Poco podía imaginar cuando lo leí, nada más
publicarse, que iba a tener la oportunidad de pasear por la playa de la Concha
o el Retiro con un doctor Moody que es el paradigma de la cordialidad y la alegría
encarnada.
Como tampoco podía sospechar que ahora estaría
escribiendo este prólogo para un médico prestigioso, a quien me presentó un
amigo común, antes de participar en un programa de televisión que él presenta
en Andalucía.
Durante la animada cena que siguió al mismo, otra
buena amiga médico me preguntó si sufría algún problema de garganta, al ver que
tenía dificultades para tragar. Tras contarle un percance por el que había
pasado y cuyo diagnóstico último había resultado benigno, me aseguró: «Aquí tienes
al mejor otorrinolaringólogo de Málaga».
Y allí estaba el doctor Pertierra que, con esa
bonhomía y esa sonrisa que siempre le acompañan, se ofreció a recibirme al día
siguiente en su consulta.
Abriéndome un hueco entre la multitud de pacientes
que aguardaban en la misma, situada en el mejor lugar de la capital de la Costa
del Sol, me sometió a un raudo y certero examen. Utilizó para ello todas las
técnicas que habían usado de forma individual los tres especialistas madrileños
a los que anteriormente había acudido, y con una maestría tal que no albergué
dudas de que estaba en manos de uno de los grandes y que su diagnóstico
tranquilizador era muy fiable.
Con el paso del tiempo, Miguel Ángel acabó
convirtiéndose en un amigo fiel, como más tarde —y con plena disposición de
tiempo— sería el creador de uno de los podcast de misterio españoles más
descargados en la Red.
Pero, en aquellos primeros tiempos, entre nuestros
principales motivos de conversación no se encontraban las ECM. Y ello se debe a
que, pese a llevar mucho tiempo entregado al estudio experimental de las
mismas, su prestigio profesional le impidió hablar de este tema hasta
protagonizar una de ellas, como consecuencia de un accidente que cambiaría
radicalmente su vida, frenaría su brillante carrera y que él narra en esta obra
excepcional.
Excepcional porque, a diferencia de la mayoría de
los libros sobre el tema publicados por autores españoles, ésta es una
narración de casos vividos en primera persona por el doctor Pertierra durante
su larga experiencia clínica y hospitalaria. Y porque culmina con su propia
vivencia, en la que el investigador se convierte en el objeto de la
investigación.
Es cierto que, como él explica, las ECM no nos
proporcionan ninguna certeza absoluta. Pero hay un factor fundamental en muchas
de ellas, incluida la vivida por él, un factor que para mí se cuenta entre las
más firmes evidencias de que hay Algo que puede trascender a la muerte: los
sujetos se sienten de pronto fuera de su cuerpo, pero no como una posible
alucinación, porque son capaces de escuchar conversaciones o de describir
situaciones que están teniendo lugar en los alrededores de la habitación donde
yacen inconscientes, o incluso de describir las sofisticadas manipulaciones
médicas que tienen lugar fuera de su campo visual y el instrumental clínico
utilizado en las mismas.
Estas vivencias ectosomáticas no son, desde luego,
exclusivas de las ECM, sino que han sido experimentadas por multitud de
personas, en los más diversos tiempos y lugares. Generalmente de forma
espontánea. Pero también como parte de un entrenamiento dirigido precisamente a
exteriorizar la conciencia o nuestro doble invisible, que forma parte de varios
caminos iniciáticos. Cuando uno las ha vivido, aunque sea circunstancialmente
como en mi caso, tiene pocas dudas sobre la relativa objetividad de las mismas,
que para un observador externo —por el contrario— seguirán siendo subjetivas.
Lo importante de esas experiencias, ya sea que uno
las haya vivido o que dé crédito a tantos que lo hicieron, es la conclusión a
la que nos conducen: si hay Algo —que yo nombraría como un vehículo sutil de la
conciencia— capaz de salir fuera del cuerpo y vagar por el mundo exterior,
cuando la vivencia se produce por accidente, o bien explorarlo conscientemente,
cuando se adquiere dominio de esa nueva forma de "estar", de forma
similar a la cual lo vamos teniendo de un coche cuando nos enseñan a conducir o
del agua cuando aprendemos a nadar, ¿por qué no podría ese Algo sobrevivir a la
muerte del cuerpo físico, manteniendo parecida conciencia a la que hayamos
sentido en nuestros viajes extracorpóreos o adquirido en nuestro entrenamiento
psíquico?
Ésta, la forma adecuada de afrontar nuestro viaje
por otros planos sutiles y todos sus posibles percances, es precisamente la materia
del Bardo Thodol tibetano y de los llamados libros de los muertos egipcios o
maya.
Pero ése es otro tema, como lo es responder a la
pregunta: ¿qué es exactamente aquello que podría sobrevivir?, que equivale a
decir ¿quién soy Yo, más allá del ego y de todas mis limitaciones y
presupuestos mentales?
Por el momento, quede tan sólo mi conclusión, tan
subjetiva como valiosa por compartida con muchos otros psiconautas de todas las
épocas y culturas: nos aguarda algo más fuera del cuerpo, no todo termina con
la muerte y, aunque estuviésemos equivocados y todo fuese producto de una
sofisticada alucinación de nuestra psico-bio-computadora, ¿acaso esta creencia
no nos hace vivir mejor, más confiados en la vida, con menos miedo a la muerte?
Eso es exactamente lo que les ha ocurrido a muchos
de quienes vivieron una ECM.
Y eso es lo que cuenta, al menos para mí. Total,
si me equivoco nunca podré comprobarlo.
PREFACIO
La
idea de realizar este libro consiste en poder trasmitir a todos los sectores
las investigaciones, peripecias y experiencias personales vividas sobre las
llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte (a partir de ahora para abreviar me
referiré a ellas como ECM).
Son muchos los libros y artículos que se han
escrito sobre este tema, realizados por todo tipo de profesionales de las
distintas ramas existentes, así como de legos en las mismas, que han podido
aportar tanto sus investigaciones como sus experiencias personales.
Estudios descriptivos, e incluso estadísticos, se
han podido realizar intentando dar una valoración con un tinte más o menos
científico sobre dichas experiencias.
Desde luego existen tanto los detractores como los
defensores a ultranza de ellas, aunque hay que reconocer que constituyen un
tema que cuando menos no te deja impasible, ya que se acerca a una experiencia
que todos y cada uno de nosotros tendremos que pasar más tarde o temprano: la
muerte, la hora del fallecimiento que, aunque distinta en tiempo y forma de
cada individuo, es lo único que a lo largo del tiempo tenemos garantizado.
Hay sin duda un temor ancestral a esa muerte e
incluso la cultura sobre todo occidental la relega no solamente a un segundo
plano sino a lugares periféricos de nuestra geografía, haciendo que la misma
sea contemplada en múltiples ocasiones no como un fenómeno natural de nuestra
biografía, sino como algo contra natura, en vez de ser considerada como una
parte más de nuestra existencia, la parte final de la misma.
En las culturas menos occidentalizadas, el tema de
la muerte está mucho más asumido, habiendo pueblos que incluso puedan llegar a
venerarlo, como sucede en lugares de América Central. Allí se hace como algo
habitual resistencia de la misma, también existen tradiciones donde una vez al
año se va incluso a almorzar con los fallecidos sobre sus tumbas, viéndolo como
algo normal y no como en los países occidentales, donde ocurre todo lo
contrario.
El deseo de ocultamiento de este episodio habría
que valorar si es más bien por miedo o más bien por la incultura de la cultura,
debido a que desde luego nos guste o no será un proceso del todo inexorable.
Ese miedo, pánico, terror o pavor, lleva a muchísimos individuos a convertir el
tema de la muerte en un tabú.
Existe un momento en el cual es difícil la
valoración de la persona, e incluso con los medios actualmente más modernos, no
se sabe decir si está viva o muerta. Para ello la ciencia ha creado el concepto
de "Muerte Clínica", que no es más que la denominación de un punto
intermedio donde el individuo que la sufre puede ser revertido de nuevo a la
vida o bien seguir su camino hacia el fallecimiento definitivo. Es allí,
principalmente, donde se producen las llamadas ECM, aunque también en otros
episodios como las cirugías, bradicardias sintomáticas, las comúnmente llamadas
lipotimias, que no son más que episodios de hipotensiones marcadas, los shocks
de todo tipo, y otras muchas causas más pueden ser también el motivo de
experimentar una ECM.
Espero que el lector no vaya buscando un manual
sobre las ECM, porque lo que se va a tratar en este libro es más desde el
aspecto humano, médico y científico para ayudarnos a comprenderlas y a saber
que son una realidad, y no tanto el hablar de una serie de normas, hipótesis,
teorías o leyes que creo honestamente que todavía no podemos explicar.
Como digo, la idea del libro es que el lector se
pueda acercar a esta realidad manifiesta, sabiendo que nadie está exento de
experimentarla en un momento determinado. Se trata de valorar cómo cambia la
vida a dichas personas y cómo en un momento determinado, como decía la insigne
psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross, «De toda experiencia negativa podemos extraer
algo positivo».
Las historias que se cuentan a lo largo del libro
son totalmente reales, aunque para la protección de muchas de las personas que
aparecen, no se indiquen los nombres de las mismas.
Desde luego no es un ensayo al uso, ni tampoco una
novela con ciertos tintes de realidad, es una verdad que se cuenta de una forma
distinta, sin añadir pero tampoco sin quitar los puntos de tensión o de crudeza
que a veces se acercan en estos momentos, sabiendo que existe no solamente un
rayo de esperanza, sino un verdadero arcoiris de realidad.
Tampoco es una apología de la vida ni de la
muerte, sino la expresión de muchos años de investigaciones, buenos y malos
ratos, experiencias, emociones, sobresaltos, y muchas más sensaciones.
La estructuración del libro se hace desde el punto
de vista cronológico aunque desde luego hay que hacer una introducción para
aquellas personas que no conozcan en profundidad las circunstancias que rodean
a las ECM.
Pues pasemos después de este prefacio directamente
al contenido del libro esperando que os transmita todo aquello que he querido
plasmar en estas páginas.
PRIMERA PARTE: CONSIDERACIONES PREVIAS
Son
las tres de la mañana cuando suena mi busca con un repiqueteo muy especial en
la habitación de la cuarta planta del Hospital. Significa que me requieren con
toda la prontitud posible en algún lugar. Miro el pequeño aparato cuadrangular,
no más grande que una cajetilla de tabaco, y efectivamente hay un texto en la
pantalla de cuarzo líquido que dice: "Acuda urgente a quirófano".
Como si un resorte se hubiese establecido, pego un
bote de la cama, calzo mis zuecos que se encuentran al pie de la misma, me
pongo la bata blanca sobre mi pijama verde hospitalario y raudo me dirijo al
área de ascensores, que a esa hora está totalmente desierta. Aprieto los
botones de todos ellos y enseguida se abren las puertas metálicas de uno, pulso
el botón del área de urgencias y, visto y no visto, estoy entrando por la
puerta del quirófano. Me encuentro un panorama preocupante: múltiples personas
con pijamas verdes alrededor de un ser que se encuentra tumbado y que emana
sangre de forma profusa del área facial, totalmente inerte. Con varios goteros
con sus agujas correspondientes, enclavados en sus venas de las flexuras de los
brazos, manando rápidamente microgotas de fluidos que procurarán estabilizarlo,
cables de electrocardiogramas, múltiples monitorizaciones y el grupo de
anestesista que intenta por todos los motivos que la cantidad de oxígeno que
llega a su sangre sea la suficiente para que no se produzca el óbito del
afecto.
«¡Miguel Ángel, no podemos intubar al paciente, ha
sufrido un accidente muy aparatoso y casi ni abre la boca! ¡No lo podemos
ventilar!»—me comunica uno de los anestesistas más veteranos, que sigue
luchando para mantener la vida del accidentado.
Con un breve vistazo compruebo que la situación es
crítica. Hay que actuar de inmediato, y como un resorte solicito:
«¡Unos guantes estériles y el material de
traqueo!» —pido al personal de enfermería con voz firme.
Enseguida se me proporciona el material, no hay
tiempo para mucho: bisturí, tijeras quirúrgicas curvas, y una cánula de
ventilación traqueal, todo ello utilizado en breves segundos, como una danza,
donde todos saben qué hacer en cada momento, en un ejercicio que había
realizado ya muchas veces.
Se conecta la cánula al ventilador mecánico del
anestesia y una voz comenta:
«¡La saturación de oxígeno está subiendo!» Uno de
los riesgos más acuciantes ha pasado, aunque ahora hay que controlar el
sangrado y las secuelas del traumatismo.
Después de unas horas de quirófano, el paciente ha
sido estabilizado y salimos el equipo para tomarnos algo en la sala. Allí
comentamos las peripecias e intentamos desembarazarnos de ese estrés que,
aunque controlado, todos sufrimos.
Entre una conversación y otra, alguien comenta:
«¿Éste será otro de los que dicen que han visto el
túnel? Porque desde luego, ha estado a punto de irse para el otro lado.»
Todos nos miramos, es un tema tabú, pero que hemos
hablado entre nosotros muchas veces, de esos casos que se cuentan en la
literatura y que los pacientes acaban contando.
Parece que nadie quiere romper el hielo, se hace
un silencio que consigue que el ambiente se haga denso. Ni el humeante café
preparado para reconfortarnos es capaz de disimular la tensión existente.
—Yo he escuchado alguna historia que ha ocurrido
aquí y que cuando estuve rotando con los intensivistas tuve ocasión de
presenciar —comenta uno de los anestesistas—. Recuerdo que tuvimos un paciente
en "Coronarias" que hacía reiteradas veces paradas cardíacas y que
cada vez que se reanimaba te contaba la historia de que nos había visto desde
el techo, que flotaba y que después volaba hacia una luz. Tenía un humor un
tanto peculiar, porque nos decía que estaba mejor en ese otro lugar que con
nosotros, ya que lo enchufábamos a múltiples aparatos y que parecía que le
habían dado una paliza cuando le reanimaban. Es curioso pero ese hombre parecía
haber perdido el miedo a la muerte, no presentaba ansiedad, sino una paz y
tranquilidad que nos dejaba perplejos y que no eran compatibles ni con el
estado que se encontraba ni con la medicación que se le suministraba.
—Eso me pasó a mí también —comentó uno de los
cirujanos que se encontraban en la sala compartiendo la animosa tertulia a las
tantas de la madrugada—, tuvimos un paciente que operamos, que hizo una parada
cardíaca durante la cirugía y después no hacía más que repetir una y otra vez
cómo nos observó que intentábamos reanimarle.
Como una botella de champán cuando se descorcha,
empezaron a contar, sobre todo los más veteranos, múltiples historias sobre sus
experiencias con personas que habían estado en este Hospital o en otros pero
que narraban lo mismo. La imagen de vernos desde arriba, el túnel, la luz....
Como era de esperar, también se abrió un caluroso
debate entre los que contaban estas historias porque la habían vivido y los
detractores, los cuales referían el dicho: «Hasta que no lo veo, no lo creo».
Por una parte unos contando sus experiencias, de
forma abierta, sin tapujos, historias que narradas fuera de esas horas
parecerían más de ciencia ficción que de un grupo de profesionales bien
formados, eclécticos, pero que utilizaban lo que se ha venido en llamar
"medicina basada en la evidencia".
«Los hechos indudablemente están ahí» comentaba
uno de los que había tenido la posibilidad de vivir una de esas historias.
Mientras, los detractores sólo repetían una y otra vez que eran alucinaciones fruto
de la anoxia, o falta de oxígeno a nivel cerebral, o bien la hipercapnia, o sea
el acúmulo de dióxido de carbono. Que todo tiene una explicación metabólica u
hormonal. Uno de los que habían tenido la ocasión de ver a uno de estos
pacientes comentó:
«Quizás lleves razón en numerosos casos. La
medicina tiene la oportunidad de explicar con los conocimientos que tenemos
muchos de ellos, pero no me refiero a éstos, sino a aquellos en los que han
ocurrido circunstancias que nosotros no podemos explicar. Sólo tenéis que
escuchar a las personas a las que le ha pasado, que lo han vivido, y en cada
historia hay algunos rasgos, al menos, que no podríamos explicar con nuestros
conocimientos. Tenemos que ser más humildes y reconocer que no sólo no sabemos
todo, sino que desconocemos muchísimas cosas. No nos hagamos prepotentes en el
púlpito de la ciencia, ya que una y otra vez a lo largo de la historia se nos
ha demostrado que nuestra sapiencia no es tal. Si no, recordad las clases de la
historia de la medicina y los múltiples dogmas que han caído a lo largo de la
misma. Desde la generación espontánea, hasta la teoría de los humores.
»De no ser por personas innovadoras e
investigadores audaces, no hubiésemos avanzado en nuestros conocimientos y
seguiríamos curando todo con métodos arcaicos. No hablo de magia, no hablo de
superstición, sino de no dar una hipótesis parcial a un hecho que mucho de
nosotros hemos vivido, sino de hacer una tesis de una realidad existente, sea
cual sea su explicación.»
«Te basas en alucinaciones de moribundos una y
otra vez —replicó uno de los escépticos—, no hay ciencia en alucinar mientras
te faltan los gases o los iones.» Repetían lo mismo sin cesar. De ese discurso
no salían.
Todo parecía mantenerse en tablas, con unos
pensando una cosa y otro lo opuesto, pero como bien decía uno de los más
veteranos que desgraciadamente falleció un tiempo después, esto no era cuestión
de fe, sino de evidencias. Tal cual dijo esto, con su voz modulada y bastante
grave, casi cavernosa, todo el mundo se giró, y empezó a escuchar lo que un
experimentado y reputado sanitario tenía que contar.
Era una persona para la cual las chanzas y
tonterías no iban con él. Como digo, un profesional muy respetado en todos los
aspectos y con una amplia experiencia que sólo otorgan los años y el haber sido
"vencedor" de múltiples batallas contra la enfermedad. Cuando
hablaba, tenía el poder de que todo el mundo le oía y escuchaba. Pues bien,
comenzó a decir:
«De lo que estáis hablando, jamás he hablado con
nadie, ni con mi esposa. Recuerdo varias experiencias de las que habláis, son
muchas las guardias y los años trabajando, y desde luego os tengo que comentar
que cuando yo empezaba, no había los adelantos ni las comodidades de ahora.
Todo era muy, muy distinto.
»Como os comento, hubo un caso que a mí me
impactó, que fue un paciente que estaba con una gran infección, tuvimos que
intervenirlo, y a mediados de la misma, sufrió una parada cardíaca, tras una
hipotensión brusca.
»Parecía que no iba a salir de ella, pero al cabo
de un rato, el monitor verde del electrocardiograma comenzó a trazar unas
gráficas compatibles con un ritmo cardíaco, que aunque débil era constante. Se
trataba de un hombre de mediana edad, con rostro afilado, nariz aguileña y con
la piel de color terroso, posiblemente debido al cuadro séptico que sufría.
»Pudimos terminar la intervención y después de un
periplo por distintas unidades, tuve la ocasión de poder hablar con él, o más
bien él habló conmigo. "Hola doctor, estoy encantadísimo de volver a verlo
—me comentó—, tenía muchas ganas de darle las gracias por haberme salvado la
vida. Sé que todo el mundo contribuyó pero fue usted el que lo hizo. Sólo hay
una cosa que me tiene intrigado —dijo con una voz muy tenue—, perdone si soy
indiscreto, pero cuando me operó, sé que tuve una parada cardíaca y casi no
salgo de ella, pero no sé si fue un sueño o realidad, mientras ésta se
producía, yo les veía a todos muy ocupados y preocupados por salvarme la vida,
pero hubo un momento en que vi una cosa que me llamó la atención y tengo que
saber si es verdad. ¿Puedo hacerlo?"
»Me quedé un poco perplejo por la pregunta
—comentó el cirujano moviendo los ojos en señal de estar recordando y
reviviendo de nuevo esa historia como si acaeciese ahora mismo, a estas horas
cercanas al alba— Le dije que por supuesto, intrigado por la pregunta.
"Pues, pues…" —con voz dubitativa preguntó el paciente— "¿Se
acordó de recoger el llavero de la funda de cuero marrón que se le cayó del
bolsillo del pijama mientras me estaban intentando salvar la vida?"
»Me quedé a cuadros, casi no pude ni
responderle.—comentó con voz aún más grave y cavernosa— Pues sí, lo encontró
una enfermera en el suelo del quirófano. Es verdad que debió caérseme mientras
hacíamos la reanimación cardio-pulmonar, le contesté. Pero, ¿cómo lo sabe
usted?, le repliqué. Recuerdo que el llavero que llevaba era como el que usted
me describe.
"Pues porque vi que se le cayó", me
comentó el paciente, esta vez con voz firme. "Pude observar perfectamente
desde mi atalaya que se le caía del bolsillo y que no se daba ni cuenta. Pero
estaba muy intrigado por si había sido una ensoñación o era realidad. Ya ha
respondido a mis dudas, he estado mucho tiempo pensando que fue algo de mi
mente, un reflejo de mi cerebro, una invención, pero ahora veo que no, que fue
una realidad: ese día mi alma salió de mi cuerpo."
»Como os dije al principio —seguía narrando— este
suceso jamás se lo he contado a nadie, ya que en esa época, poco o nada se
sabía de esos temas por aquí y desde luego, de haberlo dicho, podría haber
tenido importantes consecuencias para mí, ya que no se entendía que una persona
de ciencia pudiese tener referencia a este tipo de experiencias, y menos
haberse convencido de que había sido real, a menos que tuviese un grado de
"locura", fuese inducida o no, por lo que preferí guardármelo para
mí, a fin de que no tuviese repercusiones. Es la primera vez que lo cuento y a
estas alturas de mi vida, no me importa que se sepa.»
Yo le escuchaba atentamente, con los ojos muy
abiertos, a pesar de lo avanzado de la hora. Desde hacía muchos años me había
interesado este tema y había leído múltiples libros de científicos, como Moody
o Ross, que hablaban de todas estas ECM.
No pude más que preguntarle lo que posiblemente
todos nosotros estábamos pensando y que no nos atrevíamos a decir:
«Me gustaría hacerte una pregunta —le comenté—,
creo que más de uno queremos saberla.»
«Sin problemas», me contestó él. Teníamos muy
buenas relaciones desde mi época de residente. Más de una vez habíamos charlado
de variados temas en esos momentos en que las guardias se hacen interminables.
«¿Cómo te afectó el saber ese suceso que se
produjo, cómo lo encajaste?»— le pregunté.
«Pues si te digo, bien y mal —me contestó—. Bien
porque fue la confirmación de que existe algo además del cuerpo físico, y más
allá de las creencias personales tuve la oportunidad de tener evidencia de
ello. Y mal, porque he tenido que callármelo durante mucho, mucho tiempo. No
contárselo a nadie ni poder compartirlo para mí ha sido difícil, y más con la profesión
que tenemos.»
«Pero este hombre, además de veros en el
quirófano, ¿vio algo más?» —le pregunté.
«Pues no, no vio nada más, pero me hizo una
descripción completa del quirófano y cómo nos disponíamos, además del suceso
del llavero. Para mí —continuó diciendo— eso es mucho más, aunque no es la
única experiencia que me han relatado de ese tipo. Yo creo que si todos
hablásemos, se podrían conocer muchísimas más cosas. Pero por miedo o más bien
por precaución, no lo hacemos.»
Un silencio sepulcral se hizo en aquella
habitación, que poco a poco se había vuelto mucho más concurrida. Miradas entre
unos y otros, otras perdidas, similares a las que uno tiene cuando se monta en
un ascensor.
Tal cual comenzó la charla improvisada, tal cual
finalizó. Ya casi alboreaba y nos fuimos todos muy, muy pensativos. Era
impactante todo lo que se había hablado y para mí fue como el pistoletazo de
salida de unas investigaciones que perdurarían durante años.
A mí se me hacían muy lejanas esas historias del
límite entre la vida y la muerte, lo que hoy se llaman ECM o Experiencias
Cercanas a la Muerte, y aunque estaba informado de su existencia, parecían
mucha veces más una historia novelesca que una realidad. Pero no, habían
contado varias historias de primera mano de lo que ocurría en el Hospital y que
no trascendía a casi nadie y mucho menos fuera de los muros del mismo.
En ya una animada conversación donde el personal
presente contaba sus experiencias, de a veces más de 20 años, pude escuchar
múltiples historias que tenían todas algo en común. Ese tránsito o límite entre
la vida y la muerte podría esconder un secreto ancestral sobre el cual todos y
cada uno de nosotros alguna vez hemos pensado y meditado. ¿Hay algo más después
de la vida?
Quizás las historias que se contasen tuviesen
alguna explicación bien racional o bien desconocida en el día de hoy para
nosotros.
A partir de ese momento me atrajo tanto el tema
que me puse a investigar sobre el terreno y buscar a personas que hubiesen
estado en ese trance y si habían vivido una experiencia similar a la que
contaban mis compañeros.
Quizás fruto del destino, la casualidad o, como
digo yo muchas veces, la causalidad, hizo que de esa experiencia tan estresante
a altas horas de la madrugada, pudiese emanar el germen de una apasionante
investigación que se prolongaría muchos años.
Muchos serían los avatares que ocurrieron, muchas
las causalidades que acaecieron, pero desde luego, los resultados, si no
queremos decir las conclusiones, hacen que se siga uno preguntando qué ocurre,
qué es lo que sucede.
A partir de ese día me di cuenta de que no se
puede negar la evidencia y de que, paso a paso, se iba a poner en marcha una
investigación muy personal que desembocaría en un inesperado desenlace.
PRIMEROS ESTUDIOS
La
improvisada reunión que tuvimos una parte del personal de guardia fue de las
que hacen que ciertas circunstancias de la vida provoquen que uno no se quede
impasible. Quizás no fuese el único que estuviese reflexionando sobre la
tertulia que había acaecido ese día, una reunión que consiguió que comenzase a
interesarme de una forma más precisa sobre las ECM.
Volví a releer los libros de Kübler Ross y los de
Moody, con una intensa avidez que hizo que lo que se contó aquella madrugada
confirmase que esas experiencias no eran algo aislado, sino que se
desarrollaban a lo largo de todo el planeta.
Había referencias de investigadores británicos
como Sam Parnia o Peter Fenwick que investigaban estas experiencias desde el
punto de vista médico, intentando ser lo más racionales posible, pero
describiendo todos los procesos acaecidos durante estas experiencias.
Un punto de inflexión, al menos para mí, fue
cuando un compañero de Medicina Interna me indicó la existencia de un artículo
de un cardiólogo holandés, Pin Van Lommel, en nada más y nada menos que en la
prestigiosa revista "The Lancet" de 2001, hablando de las ECM, en un
estudio de pacientes que habían sufrido ECM. Realizó un seguimiento de dichos
pacientes, de los cuales algunos habían tenido más de un proceso de parada cardíaca.
Pero hubo un caso de un paciente que a mí me impactó mucho, porque los hechos
relatados allí darían que pensar a cualquiera. Una enfermera relató un caso que
le acaeció y que desde luego me recordó mucho al que mi compañero había contado
con el tema de las llaves un buen tiempo antes. Paso a relatarlo tal y como se
describe el artículo:
Durante un turno de noche, una ambulancia trae a la unidad de cuidados
coronarios a un hombre de 44 años de edad, comatoso y cianótico. Había sido
encontrado como una hora antes en una pradera por la gente que pasaba por allí.
Después de la admisión, recibe respiración artificial sin intubación a la vez
que se le aplica también masaje cardíaco y desfibrilación. Cuando queremos
intubar al paciente, resulta tener la dentadura postiza dentro de la boca. Se
la quito y la pongo en el carrito de emergencias. Mientras tanto, continuamos
con RCP extensiva. Después de hora y media aproximadamente, el paciente tiene
ritmo cardíaco y tensión sanguínea suficientes, pero sigue ventilado e intubado
y aún está comatoso. Se le transfiere a la unidad de cuidados intensivos para
continuar la necesaria respiración artificial. Después de más de una semana me
encuentro de nuevo con el paciente, que está de nuevo en la planta de
cardiacos. Yo soy quien se encarga de su medicación.
En el momento en que me ve, dice: "¡Ah, esta enfermera sabe dónde está
mi dentadura." Me quedo muy sorprendida. Entonces él aclara: "Sí,
usted estaba allí cuando me trajeron al hospital, me sacó la dentadura de la
boca y la puso en ese carrito que tenía todas esas botellas encima y un cajón
en la parte de abajo donde puso mis dientes." Yo estaba especialmente
perpleja porque recordé que esto sucedió mientras el hombre estaba en coma
profundo en el proceso de RCP.
Cuando más tarde le preguntó, parece ser que el hombre se había visto a sí
mismo tumbado en la cama y que había percibido desde lo alto cómo las
enfermeras y los médicos habían estado atareados con la RCP. También pudo
describir correctamente y con detalle la pequeña habitación en la que había
sido reanimado así como el aspecto de los que, como yo, estábamos presentes. En
el momento en que él observaba la situación, había tenido mucho miedo de que
parásemos la RCP y se muriera.
Y es verdad que habíamos sido muy negativos sobre el pronóstico del
paciente debido a su precaria condición módica cuando ingresó. El paciente me
cuenta que intentó, desesperadamente y sin éxito, hacernos ver con claridad que
todavía estaba vivo y que debíamos continuar con la RCP. Está profundamente
impresionado con la experiencia y dice que ya no tiene miedo a la muerte.
Cuatro semanas después abandonó el hospital como un hombre sano.
(THE LANCET • Vol. 358: Págs. 2039-2045, 15 de Diciembre de 2001.
Traducción de José Angel García Corona).
Al
leer esto, parecía que todo se enhebrase, yo ya para aquellas fechas había
tenido la ocasión de poder entrevistarme con varios testigos de estas
experiencias. Casos de todo tipo, pero que tenían un hilo en común: la
veracidad de las experiencias sufridas por estos pacientes y la homogeneidad de
muchos de los casos acontecidos. Parecía como si muchos de ellos hubieran
hablado los unos con los otros, pero no era posible, porque en los albores de
Internet y de los ordenadores, no estaba tan difundida la llamada "aldea
global" y mucho menos el que hubiera relación entre un caso y otro. Además
los pacientes pertenecían a un grupo social muy heterogéneo tanto en cultura,
gustos y circunstancias. Muchos de ellos no profesaban ninguna creencia
religiosa, otros tenían una cultura muy básica y, desde luego (lo me resultó
muy curioso), porque la gran mayoría no había oído hablar de estos temas, es
más en muchos casos eran completamente reacios incluso a hablar de sus
experiencias porque fuesen tomados como si se les hubiese ido la cabeza.
Lo que sí me llama la atención es que poco a poco,
durante todo este tiempo, van acercándose a tus manos múltiples libros,
documentos de todo tipo y declaraciones de personas a lo largo del mundo que
van relatando una y otra vez estos sucesos.
Parece como si a lo largo del tiempo se estuviese
despertando el interés o la curiosidad por investigar y relatar estos sucesos.
No cabe sino reseñar las entrevistas, casuales o
causales para el que yo considero un maestro y pionero en la investigación de
estos temas, como fue el Dr. Enrique Vila, Médico del Hospital Virgen Macarena
de Sevilla, en donde pudo, con más de una dificultad, realizar sus
investigaciones y recogida de casos.
Recuerdo que me comentaba que él en un principio
lo único que tenía era mucha curiosidad por los temas referentes a la mente, y
sus investigaciones dieron su fruto publicando junto con otro maestro como es
Julio Marvizón, el libro Los otros poderes de la mente o bien otro
libro, Viajeros de la mente.
Estuvo más de veinticinco años estudiando casos de
ECM y que cuyo fruto póstumo fue el fantástico libro: Yo vi la luz,
donde describe sus experiencias en las investigaciones de la ECM.
Recuerdo que comentaba algo que un paciente le
dijo mientras investigaba una ECM que había tenido y relataba algo así:
«Tranquilo: quienes han vivido una ECM pierden el miedo a la muerte: "Si
eso es morirse, ¡qué bonito es morirse!", me dijo un paciente».
En las ocasiones que tuve para entrevistarme con
él, recuerdo que aparte de ser una persona afable y muy cordial, con muchas
ganas de transmitir lo que para él era una realidad y es que hay algo más allá
de la muerte.
Me relataba algunos de sus casos y desde luego
algo muy importante es lo que he comentado antes, la reseña de que las personas
que lo cuentan, no tienen ningún afán de protagonismo, la mayor de las veces,
todo lo contrario, son reacios a comentar su historia, aunque muchas, muchas
veces, tienen necesidad de relatarlas e indicar el cambio que en ellos
experimenta el haber pasado por esta experiencia.
Posiblemente si los cogiese algún seguidor
"junguiano" diría que es fruto del inconsciente colectivo, donde los
arquetipos ancestrales se repiten una y otra vez a lo largo de la población
mundial. Pero por un momento dejemos estas explicaciones analíticas y
preguntémonos: ¿y si estos sucesos son reales? Quizás sólo nos quede el buscar
una explicación plausible.
No hubiera sido una verdadera investigación si no
hubiese salido mi lado más racional y científico y hubiera buscado una posible
investigación dentro de los parámetros de la ciencia. Para ello me dispuse a
buscar toda la bibliografía posible respecto a ello y por supuesto a
contrastarla con muchos de mis compañeros, de otras especialidades, que
pudiesen dar una explicación dentro del ámbito científico. Para ello me remití,
después de mucho buscar, a los estudios de la Dra. Susan Blackmoredonde en sus
múltiples investigaciones, como es entre otros su libro Dying to live,
realiza una explicación en el más puro ámbito científico de que todos estos
procesos pueden ser explicados por cambios cerebrales en el momento de tener la
parada cardíaca. En su hipótesis sobre el "cerebro agonizante", nos
habla de la explicación neurofisiológica de los procesos de ECM en donde se
refieren a cambios orgánicos para explicar estos procesos. De hecho muchas de
las explicaciones que ofrece esta investigadora pueden responder a las
circunstancias de estos procesos. Pero a mí me llamaba muchísimo la atención no
sólo los que podemos explicar médicamente sino aquellos casos que hoy en día
todavía no podemos explicar ya que se presentan circunstancias —como la
remitida por el compañero al que se le cayó el llavero del bolsillo o la del
caso relatado en el artículo de Pin Van Lommel, donde la enfermera cuenta lo que
le acaeció con este paciente— a las que por el momento, desde el punto de vista
médico-racional, no podemos dar explicación, y la que se le ha dado es muy
improbable, por no decir imposible. Quizás tengamos que ser humildes y decir
que no conocemos todo, ni que podemos hoy en día dar explicaciones a todo.
METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN
Como
todo elemento que se quiere investigar, precisaba para ello un método que me
permitiese el poder recopilar casos, pero además de las posibles
investigaciones sobre las experiencias de médicos con sus pacientes, yo
prefería el poder tratar con ellos de forma directa, y desde luego no era nada
fácil el conseguirlo.
Aunque en la estadística que barajábamos se decía
que sobre el 20% de las paradas cardíacas presentaban cuadros de ECM, hay que
constatar que es un promedio de los mismos y no era cuestión tampoco de ir
paciente por paciente preguntando si han tenido tal o cual experiencia, ya que
presentaría un recelo muy importante tanto por parte de los pacientes como del
personal sanitario.
Había que trabajar con efectividad pero con
sigilo, y para ello, lo principal era conocer los casos de parada que se
presentaban o bien si algún paciente comentaba algo posterior a este cuadro.
Como digo era bastante difícil el poder realizarlo,
pero se dieron las circunstancias apropiadas, no sin ciertas dificultades, y
después de plantear durante un tiempo la estrategia adecuada para que tampoco
interfiriese en la labor habitual.
Como comento, se dieron una serie de avatares por
los cuales pudimos contar con un grupo de personas, de las cuales no puedo por
motivos obvios desvelar su identidad, que colaboraron durante todos los años en
los que pudimos acometer las investigaciones, las cuales realizaron de forma
totalmente desinteresada.
La búsqueda del personal para poder efectuar las
investigaciones se debió a gran parte a esos eventos que a veces ocurren. Las
guardias por aquella época eran muchas y las horas muy largas. Después de un
tiempo y muchas conversaciones, habíamos hecho un grupo heterogéneo pero a la
vez armónico de personas a las que nos gustaban los temas del misterio.
A cada uno de nosotros nos gustaban temas
diferentes pero todos teníamos en común el buscar un atisbo de verdad. En este
grupo había personas de todos los estamentos de la sanidad a quienes gustaban
dichos temas y que nos reuníamos cuando podíamos para hablar de ellos.
Un día mientras hablábamos animadamente del tema
recuerdo que comenté:
«Quiero proponeros una cosa. Podríamos recoger
todos los casos de ECM que nos encontremos en el Hospital y ver si podemos
encontrar algunos interesantes y ver si lo que cuenta la literatura se produce
también aquí. ¿Qué os parece?»
Se miraron por un instante los unos a los otros en
el grupo de personas que estábamos reunidos y uno de ellos respondió:
«A mí me parece muy buena idea, con la cantidad de
pacientes que hay en el Hospital, no tiene que ser nada difícil el poder
encontrar casos, sólo tendremos que estar atentos para poder recogerlos y
hablar con ellos.»
«Es verdad —respondió otro—, aunque tendremos que
ser precavidos porque al menos en mi Servicio —comentó frunciendo el ceño— no
les hacen mucha gracia estos temas y menos que metamos las narices allí.»
La verdad es que observé unas miradas llenas de
ilusión por poder verificar ese tipo de experiencias, ya que, que nosotros
supiésemos, era la primera vez que en este Hospital se iban a hacer una serie
de investigaciones sobre las ECM desde el punto de vista de primero
recopilación de datos y posteriormente estudios de los casos clínicos.
Sabíamos que no iba a ser fácil y que iban a ser
muchas las cortapisas que nos íbamos a encontrar desde todos los estamentos,
pero que si lo hacíamos de forma seria y prudente tampoco nadie nos iba a
molestar.
Lo importante era realizar un plan de actuación y
recopilación, por ello de forma voluntaria las personas que querían nos
llamarían para proporcionarnos casos clínicos en donde hubiera ocurrido una
ECM.
Muchos son los Servicios Médicos proclives para
ello, pero incluso aquellos que tienen menores índices nos iban a proporcionar
casos muy interesantes, y lo mejor era que relatados de primera persona por el
paciente.
El Servicio donde yo mismo trabajaba,
Otorrinolaringología, era proclive a tener episodios de paradas, ya que antes
de existir Unidades de Cuidados Paliativos o similares, era allí, en la cuarta
planta del Hospital, donde ingresaban los pacientes terminales, a veces por
largo tiempo, por lo cual teníamos ocasión de llevar más allá la relación
médico-paciente.
No era fácil el proponer la recogida de datos,
pero después de un tiempo todo se organizó, ya que no era complicado
localizarnos dentro del Hospital, es más, en este caso contábamos con la
ventaja de poseer unos testigos de excepción que además teníamos la ventaja de
que, al estar ingresados, podríamos entrevistarlos en un horario indistinto y
mucho más sencillo para todos.
Muchas veces lo más difícil era encontrar estos
casos y que los pacientes quisieran hablar de ellos con el personal sanitario,
pero gracias a las buenas relaciones con los compañeros no se hizo difícil el
localizar un importante número de ellos, es más, nos sorprendió que fuesen
ellos, a veces, los que quisieran hablar con nosotros del tema, porque no
sabían si lo que les había pasado era una alucinación o una realidad.
Todo estaba planteado y desde luego el poder
realizar una entrevista relajada era muy importante, poder preguntar y hacer un
cuestionario más o menos homogéneo que nos sirviese para poder conocer la
historia, darles forma y poder encontrar, si era posible, un nexo de unión
entre su patología o la medicación administrada y las experiencias vividas.
Algunas veces fue posible y encontramos medicaciones que podrían explicar estos
procesos, o bien alteraciones sensoriales de su patología de base que claramente
nos dirigían a una explicación plausible.
Es verdad que otras veces, muchas otras veces, nos
quedamos en la duda de qué es lo que había pasado, es más, incluso revisando la
historia clínica, la patología de base, la medicación administrada y las historias
relatadas.
Utilizando la entrevista médica como el método más
preciso de inicio de investigación, fue como pudimos escudriñar ayudados por
las pruebas complementarias el fondo de los casos.
Lo que sí llama mucho la atención es que, después
de un montón de años tratando con miles de pacientes con todo tipo de
personalidades, estas personas que relataban una ECM tenían un nexo común.
Aparte de lo que contaban, era cómo lo contaban.
Cuando uno lleva años realizando una consulta
médica, además de lo que oye, escucha, y además de lo que ve, escudriña. Se
fija uno en cómo lo hace, la entonación, el lenguaje corporal, el contenido.
Eso no tiene nada que ver con la cultura de la persona sino que cuando alguien
nos cuenta algo que es verdad, y que le preocupa, lo cuenta de una forma muy
especial, que sólo aprende uno a conocer con el tiempo.
Como digo, estas personas, en su gran mayoría,
salvo casos excepcionales, tienen una dualidad, quieren contar su historia,
pero quieren permanecer en el anonimato. Quieren saber qué les ha pasado, pero
a la vez, están seguros que les ha pasado. Buscan una respuesta, pero son
muchas veces ellos las que te lo dan.
Suelen contarlo, una vez que se deciden, sin
recelos ni tapujos, por muy inverosímiles que parezcan las historias. Sólo hay
que sentarse junto a ellos pare ver que es así.
En el caso "típico" que pudiésemos
contar la metodología que utilizábamos era la siguiente:
Lo primero y primordial era tener los oídos muy
abiertos y receptivos, y como contábamos con personal de todos los estamentos
para recoger esta información, una vez encontrados los pacientes, se les
preguntaba si querían contar su historia completa. Es curioso, porque solían
decir que sí, pero que no trascendiese, a veces ni a su familia, al menos antes
de hablar con nosotros.
En este caso, encontrado el paciente que había
tenido una historia compatible con ECM, me desplazaba, bien ese mismo día o
bien en días próximos a donde se encontraba el mismo. En pocas ocasiones se
daba de alta antes de hablar con él/ella pero en caso de ser así se les citaba
en las consultas, al final de la misma, para poder hacer una entrevista cómoda
y completa.
Se les solía dejar que contasen libremente su
historia completa, y una vez relatada, habiendo tomado unas notas, volvíamos a
incidir en los puntos principales. Otras muchas veces, que nos relatasen de
nuevo la historia, que solía ser punto por punto similar una y otra vez.
Muchos puntos son los que se daban en común en
todas estas historias, aunque no en el orden que aparecen en los libros y
textos referentes al tema:
•Se
les pedía que relatasen con el máximo número de detalles las fases de estos
procesos que habían tenido durante sus experiencias, ya que de aquí
extraeríamos mucha información sobre las mismas. Valorar los sentidos aplicados
en éstas, ya que además de la vista, había otros muchos pacientes que relataban
olores, sabores, tactos, sonidos de toda índole.
•Una
vez recogida toda la información se volvía a estudiar la historia del paciente,
a fin de, como comenté anteriormente, valorar si en algún momento pudiésemos
explicar estas experiencias.Una cosa fundamental en el cuestionario era que nos
relatase si el haber tenido estas experiencias les había cambiado de alguna
manera sus sensaciones, la forma de ver la vida, sus perspectivas personales.En
un principio parecía que les había impactado sola-mente, como una experiencia
vital, pero a nosotros nos importaba también si les afectaría posteriormente,
por lo cual hacíamos un seguimiento de todos los casos posi-bles. De hecho hoy
en día todavía tenemos contacto con algunos de ellos.
•Para
el seguimiento, intentábamos quedar con ellos, tener una nueva entrevista un
tiempo moderado después, aproximadamente al mes o mes y medio y también
suce-sivas veces en otros meses.No era fácil muchas veces el hacerlo, ya que la
tecnología no era como hoy, donde se pueden concertar las citas por móvil,
correos electrónicos u otros sistemas de comunica-ción más actuales. Y teníamos
que llamar personalmente varias veces a las personas a fin de poder
localizarlas y quedar con ellas con el tiempo necesario para poder conversar y
entrevistar sin prisas, ya que es fundamental el poder conseguir la apertura
tanto en esa primera entre-vista que hemos comentado, como en las sucesivas, ya
que los cambios efectuados posteriormente quizás sean tanto o, para mí, más
importantes que el haber tenido una experiencia de este tipo.Durante este
seguimiento, hablábamos de la posibilidad dehaber tenido estas experiencias,
pero sin haber padecido elproceso de parada cardio-respiratoria. Algunos de
ellos noscomentaban que habían tenido sueños reiterados sobre eltema, que había
revivido una y otra vez estas experiencias.
•En
cuanto al término personal, la gran mayoría, por no decir todos, confirmaban
que a lo largo del tiempo habían tenido un cambio de actitud frente a la vida y
frente a las personas. Que desde que tuvieron esa experiencia, su vida había
cambiado, de una forma importante. Tanto en lo material como en las emociones y
en lo personal. Estas respuestas era comunes tanto en hombres como en mujeres,
e independientes de la edad de la persona y el puesto social de la misma.La
gran mayoría nos relataban, a lo largo de la entre-vista, esa especie de
"metamorfosis" sufrida por parte de ellos, donde padecían, y muchos
de ellos hablaban, de una "evolución" en lo personal, que era
independiente de las creencias profesadas. Este tipo de evolución a la que
muchos literalmente se referían era un cambio en sus costumbres y en la
relación con otras en todos los ámbitos. Si bien en un principio parecían más
retraídos, ahora lo eran menos, pero haciendo una "selección" de la
compañía de personas que les rodeaban. Muchos referían el "no querer
perder el tiempo" en cosas banales. Cuando había una reunión, elegían la
compañía y el momento, cosa de la que antes no hubieran sido capaces.
•En
cuanto al terreno laboral, muchos de ellos volvieron al mismo trabajo, lo que
es verdad es que con otra pers-pectiva. Nos hablaban de que ahora vivían el
trabajo de forma diferente, con una valoración muy distinta a la que tenían
antes de este suceso. Eso no quiere decir más desgana, sino que hablaban de
haber desaparecido la competitividad que muchas veces engloba a los trabajos.
Si bien seguían realizando sus funciones lo mejor que sabían, estas mismas se
ejecutaban fuera de todo ánimo de competición. El trabajo se convertía en un
objeto de tener una manu-tención más que en un fin de obtener unos objetivos
económicos y sociales.
•En
cuanto a lo personal y familiar, se les preguntaba sobre si a lo largo del
tiempo habían tenido cambios en su perspectiva. Llamaba la atención que la
mayoría comen-taba que los cambios sí habían ocurrido, valorando más las
relaciones personales y familiares, pero las verda-deras. Al principio costaba
entenderlos pero después de sus explicaciones nos quedaban las cosas claras.
Referían que muchas de las personas que conocían no eran amigos sino sólo
conocidos, que por algún tipo de interés mante-nían relaciones con ellos y que,
como cuando se filtra un producto en un colador, muchos de ellos se habían
distanciado de sus antiguos conocidos y que ahora tenían otro círculo de
amistades, mucho menos superfluas y más reconfortantes.Sobre el ámbito
familiar, había leído que también se llegaba a tambalear, y cuál fue mi sorpresa
al saber que un número importante de las parejas de personas que habían tenido
una ECM se habían disgregado. Los motivos eran múltiples, pero muchos de ellos
comentaban que se habían dado cuenta de que, por un motivo u otro, estaban
viviendo una especie de farsa en las relaciones personales y que preferían
estar solos antes que vivir o convivir con la superficialidad de una relación
que no les llenaba. En un principio preferían estar solos, aunque después
encon-traban una pareja que compartía muchos de sus gustos, aficiones y
anhelos.
•Otro
tema sobre el que incidíamos era el monetario, ya no sólo dentro de la índole
laboral sino por cómo lo vivían. Casi todos decían que el dinero era un medio,
no un fin, y con tener para poder vivir les era suficiente. Eso no significa
que no reconociesen que en algunos casos se les habían acercado personas en el
ámbito personal y laboral cuyo único afán era el de lucro a costa del cambio de
actitud de estas personas. En esos casos, y a pesar que en algunos caso también
pudieron engañarlos, zanjaron rápidamente la relación y poniendo bastante
espacio por medio entre estos "desahogados" y ellos.
•En
cuanto a su carácter, referían que o bien se había dulcificado o bien que se
había vuelto mucho másreflexivo, dejando los casos de impulsividad a un lado.Lo
que no quería decir, según me comentaron, que sitenían que hacer alguna
actuación, la hicieran, perocuando pensaban "en frío", pensaban lo
mismo que "encaliente". Como decían, la firmeza no tiene nada quever
con la impulsividad. Que había veces que teníanque hacer lo que debían, aunque
sin ningún tipo deagresividad ni saña. Como bien comentaban, y mequedo con esa
frase principalmente: «La justicia notiene nada que ver con la venganza» o bien
para losque eran más creyentes: «Al César lo que es del Césary a Dios lo que es
de Dios».
•También
se preguntó sobre si habían tenido algún cambio frente a la visión del prójimo
y en una gran mayoría cola-boraban de una forma y otra con asociaciones
benéficas de algún tipo, llamándome la atención que referían que no deseaban en
gran parte que nadie lo supiera, que era algo muy personal.
•Una
pregunta que no podía faltar era que a quiénes habían contado su experiencia,
siendo la respuesta común que a pocas personas o a sólo aquellas que podría
entenderlos, ya que lo consideraban algo muy, muy personal y que no todo el
mundo estaba preparado para oír ni escuchar esas historias. Referían que no
tenían por qué contárselo a nadie y que, aunque tienen necesidad de
transmitirlo, piensan que pocas personas están preparadas para escu-charlos.
•La
última es la que podríamos llamar "la pregunta del millón", y es cómo
ha cambiado esta experiencia su percepción sobre la muerte. Aquí hay dos grupos
muy importantes, los que profesaban alguna religión y que con esta experiencia
sólo han confirmado que lo que dicen sus religiones son al menos su verdad, y
otro gran grupo que no lo hacían, que podríamos llamar ateos o agnósticos, y
que según fueron evolucionando dudaron cada vez más sobre su percepción y sobre
algo más que la vida física fuese corroborada con una experiencia que para
ellos es verídica.Nos hablaban de una pérdida de miedo a la muerte, pero no
dejaban de reconocer que la preocupación sobre el trance hasta la misma
existía. Si bien el miedo o terror que algunos reconocían haber tenido antes de
este suceso había desaparecido o mitigado en una gran parte, no así su
tránsito.
•Una
pregunta que era obvio que había que realizar es si deseaban su muerte de
alguna forma, y en esto coin-cidían que no, todo lo contrario: de una forma u
otra, todos habían desarrollado nuevas perspectivas en la vida, nuevos anhelos
y proyectos. Deseaban vivirla mejor y más intensamente que antes, algunos
comentándonos como si antes de la ECM estuviesen, y utilizo palabras textuales
de varios de ellos, "muertos en vida", y que ahora sólo deseaban
vivir más y mejor. Nos hablaban de la multipli-cidad de proyectos que tenían,
que antes eran incapaces de desarrollar, y ahora, como si de una fuerza motriz
se tratase, son muchos los que se convertían en emprende-dores de una u otra
cosa, no en lo laboral generalmente, sino en lo personal. Un gran ánimo de
aprender y apre-hender las cosas. Aficiones que antes les estaban vedadas de
una u otra forma, inquietudes, que muchos se sorpren-dían de tener y que les
reconfortaban de manera muy grata. Éste era el cambio hacia lo positivo que
ellos veían.
•Pero
cuando se preguntó si había algo negativo, muchos de ellos indicaron que la
incomprensión de las personas cercanas era uno de los más importantes, ya que
habían visto un gran cambio en ellos que a veces llegaba a dar un giro de 180º
en todos los aspectos de su vida. Esa desave-nencia añadida a los intereses
creados de muchos de ellos hacía que fuese la parte amarga de la historia, pero
que era sobrellevada y minimizada debida a las satisfacciones de poder vivir,
como decían muchos de ellos, "una nueva vida", mucho más plena y
acorde con los intereses perso-nales de los mismos.
•Se
preguntó, asimismo, si se consideraban mejores después de haber tenido esta
experiencia, y respon-dieron que distintos, que aunque ellos creen que para
mejor, lo cual no era compartido por todo su entorno, todo lo contrario: había
una parte de esas personas que les rodeaban a las que "les venía
mejor" que fuesen como antes, o sea, prefiriendo su egoísmo antes que el
que estas personas que habían cambiado pudiesen desarrollarse en otras esferas
de lo que consideraban "otra oportunidad".Muchos referían que no todo
el mundo tiene la opor-tunidad de rectificar, y de recomenzar una nueva vida,
dentro de la misma vida. Que siempre es difícil el romper las ataduras, aunque
sean negativas, y renacer como el ave fénix de sus cenizas. Me llamaba la
atención porque muchos de ellos hacían referencia a esto cuando hablaban del
antes y después.
Lo
que sí pude observar es la evolución que presentaban todos y cada uno de ellos
desde la fecha del suceso: sincrónicamente al tiempo transcurrido existía una
evolución personal que, pasados unos años, tendría la ocasión de vivir,
llamándome la atención que todo lo investigado se transformaría como en un plan
sincrónico como el llamado "efecto mariposa", que hizo que mis
experiencias pasadas sirvieran para mis futuras, aunque en aquellos momentos no
tenía ni el más remoto esbozo de conciencia de que aquello fuera a acontecer,
llevándome lenta pero inexorablemente a un destino que iba a sobrevenir.
DIFICULTADES Y COLABORACIÓN A LA INVESTIGACIÓN
La
disonancia e intranquilidad que produce el hacer estas investigaciones
provocaba dentro del medio hospitalario una dualidad importante. Había personas
que cuando se enteraban de que estabas haciendo seriamente estas
investigaciones nos prestaban ayuda de todo tipo y después otras que, al
parecer, no querían que se esclareciese la verdad, a pesar de utilizar el
método científico y evitar ser sensacionalistas. Es más, muchos de estos casos
no han visto ni verán posiblemente la luz, debido a las cortapisas que presentó
cierto personal afín al inmovilismo de la investigación.
Parecía que daba miedo que se supiese que
estábamos realizando una investigación seria en pacientes, al igual que muchas
que se hacen en el hospital, pero el tratar las ECM no estaba comprendido en su
plan de actuación, posiblemente si fuera hoy en día hubiera sido bien aceptado
y podría ser una de las investigaciones más valoradas, debido a que este tipo
de estudios, al igual que los que se hacen con otras actividades tipo
"Reiki", hablan de la innovación e investigación de nuevos campos.
Recuerdo que cuando terminé la carrera, allá por
el año 90, técnicas como la "acupuntura" o la "medicina
natural" estaban discutidas y muy denostadas por el estamento médico y por
el de los gestores. Hablar de ello era casi como nombrar la soga en casa del
ahorcado. Los que se dedicaban a estas técnicas eran poco menos que parias de
la medicina. Pocos recuerdan, dentro del estamento médico, que nuestro premio
Nobel, el Dr. Santiago Ramón y Cajal, se dedicó y fue un estudioso en muchas de
estas técnicas.
Como digo, por ejemplo la acupuntura, que según
decían los doctos inmovilistas, no servía para nada, ahora es utilizada con
múltiples fines incluso dentro de nuestro Sistema de Salud Pública, como por
ejemplo en Unidades del Dolor, para mitigar muchas de las algias presentes. Al
igual, en muchas consultas, se utilizan medicaciones y productos naturales de
toda índole, desde circulatorios hasta antitumorales de origen vegetal, aunque
eso sí, avalados por un laboratorio que cambia para su venta el nombre del
principio activo por otro que no tiene nada que ver con la composición.
Hubo momentos muy tensos sobre este tema, más por
los superiores médicos que por los gestores del Hospital, todo hay que decirlo.
El culmen fue cuando me llamaron al despacho, y prefiero no dar el nombre de
esta persona, y prefiero no decirlo por respeto a que ya no puede explicar su
actitud negativista.
Por aquella época yo participaba también
activamente en un programa de TV sobre temas de misterios, como asesor
científico. Era la voz de la ciencia y muchas veces el hereje de los crédulos.
Pues aun así esta persona, con un cargo médico importante, no gestor, me dijo
literalmente: «Me he enterado de que usted está interesado en temas
paranormales, y que además va a un programa que habla de eso. Tenga cuidado y
recuerde dónde trabaja».
Mi respuesta fue clara: «Lo tengo y lo tendré en
cuenta».
Como es lógico salí totalmente perplejo de esta
reunión del todo intimidatoria donde se intentaba hacer valer el estatus
laboral ante la libertad personal.
Todavía recuerdo como si fuese ayer las palabras
lapidarias de esta persona, que intentaba que no realizase actividades ajenas a
mi labor profesional, que muchas veces realizaba con creces, incluso
ampliándolas fuera de mi horario establecido, sin remuneración concomitante.
Me chocaron y dolieron mucho esas palabras, ya que
me pareció una intromisión fuera de su labor profesional. No sé si por miedo, o
por otro pecado capital, parecía que el inmovilismo ante cualquier iniciativa
recordaba más a épocas del pasado que a la actual.
Si bien no hizo referencia a los estudios sobre
las ECM, los cuales intentábamos que fuesen lo más discretos posibles debido a
que ya esperábamos esa falta de colaboración, sí se hizo velada referencia a
que sólo nos atuviésemos a las normas. Me pareció y aún más me parece hoy en
día una arenga de absolutismo y deseo de máximo control, más que un deseo de
otro tipo.
No fue la única presión que tuvimos, ya que
algunas personas que trabajaban allí no comprendían que se pudiese hablar con
los pacientes de esos temas de forma abierta, sin comprender que no estábamos
ni a favor ni en contra, sino que nos encontrábamos investigando una realidad
que ocurría de forma habitual en ciertos pacientes.
Nuestro único intento para regularizar el estudio
se estrelló con el proceso burocrático y con las pegas superfluas y sin
sentido, por lo cual sólo se quedó en un proyecto de índole personal entre
todos los que participábamos, y de los cuales no puedo dar referencia por
causas obvias, aunque en todo momento intentamos tener el máximo rigor científico.
Lo que también es verdad, o como dirían los
letrados no es menos cierto, es que obtuvimos grandes e inestimables ayudas
dentro del estamento, aunque la gran mayoría lo hacían de manera muy reservada
y aunque no querían que su nombre figurase en ningún sitio. Fue una ayuda
inestimable para la consecución de las investigaciones.
Hay que pensar que no sólo en el estamento médico,
sino en todas las categorías que pueden existir en el hospital, teníamos
personas, compañeros, que indagaban en la búsqueda de estos pacientes tan
especiales. Muchas veces solamente teniendo los ojos y oídos muy abiertos para
localizarlos.
Quiero desde estas líneas ser agradecido ya que
gracias a todo el conjunto, al valor y arrojo de estas personas, pudimos hacer
este tipo de investigaciones, que no significa ser crédulos ni místicos, sólo
investigadores científicos.
Debido a estos estudios hay que concretar que no
pasaron todos los dinteles que habíamos puesto. Muchas de estas investigaciones
fueron rechazadas por no presentar los elementos básicos que pedíamos, así como
por poder atribuir a procesos orgánicos estas experiencias, que aunque se
parecían a las ECM, cuando uno hacía una buena anamnesis o interrogatorio, se
daba cuenta de su diferencia.
En muchas de las ocasiones, estas personas
componentes del estudio me preparaban la visita o entrevista con los pacientes,
ya que era mucho más fácil que el personal que les atendía habitualmente les
pidiese permiso para ello, que el que lo hiciese un extraño con bata y pijama.
Si en algún momento, ante la duda, necesitásemos
alguna prueba complementaria, ésta se realizaba, tras tratar con su facultativo
habitual, ya que solían ser pruebas necesarias para el diagnóstico, estando
muchas de ellas previstas y otras tantas realizadas para la valoración
necesaria de los mismos.
Me llamaba la atención ese efecto espiral que a
veces tienen las cosas. A pesar de que el grupo que empezó era reducido aunque
muy animoso, poco a poco se iban añadiendo, de una forma u otra, personas que
se habían enterado de la labor que realizábamos. Es más, en algunas ocasiones,
el personal que colaboraba desinteresadamente, estaba compuesto por personas
que jamás hubiéramos pensado que lo harían, tanto por su estatus como por su
personalidad. Pero hay que decir que de forma velada acabaron abundándonos
muchas más personas de las que creíamos. Una cosa fundamental para ellos era
que les comentásemos cómo iban las investigaciones y que les relatásemos los
casos más importantes. Ésa fue la única remuneración que tuvieron y la única
que me pidieron.
Caso tras caso, se fue recopilando un buen número
de ellos, lo que hizo que la experiencia aumentase. Muchos fueron los años,
muchas las personas implicadas, entre personal del centro y externos, muchos
los casos, pero desde luego, manifiesto mi mayor agradecimiento a ellos y a los
pacientes que tuvieron el valor de contar su experiencia y por poder seguirlos
tiempo después.
Cuáles no serían las cortapisas encontradas, que
hasta que no me he hallado fuera del centro hospitalario, no he querido contar
mis experiencias con estas personas, ya que de haberlo hecho, me hubiera
afectado no sólo a mí, sino también de una forma u otra al grupo de
colaboradores indispensables. Y las repercusiones no sólo habrían sido las de
unas palabras en un despacho, sino otras más activas que hubiesen provocado,
seguro, la incomodidad laboral e intentado también la personal, ya que los
adjetivos descalificativos de personas inteligentes, como pueda haber allí,
estaban a la orden del día, y como posiblemente ocurra en muchos sitios sigan
algunos la máxima de «yo soy mejor que tú, porque tú eres peor». Trepadores/as,
personas sin escrúpulos laborales que puedan vender al que llamaron
"hermano" y demás, existen como digo, presuntamente como en otros lugares.
El dedicarse al estudio de temas que no encajan
totalmente en la ciencia, para estos individuos, personificaba que uno era poco
menos que un "iluminado", aunque delante de uno sólo sea capaz de
agachar la cabeza o darte la razón, y por detrás hacer todo lo posible para que
el estudio no fuese posible. Muchas veces me recuerdan al cómic de Astérix
llamado "La Cizaña", donde un individuo utiliza el leguaje para poner
en contra a todo el mundo sin decir nada.
A pesar de las pegas, los inconvenientes, las
amenazas veladas, el estudio siguió su marcha de forma exponencial, encontrando
muchos casos que investigar, es más, más de una vez, yo ya fuera de la
influencia hospitalaria, cuando hablaba o daba una charla sobre el tema,
espontáneamente se acercaban o se ponían en contacto conmigo algunos oyentes
que querían, muchas veces, necesitaban, contar su historia a alguien.
Experiencia que más de una vez habían tenido reservada para ellos por muchos,
muchos años. Personas de toda índole y estatus se acercaron, la gran mayoría
con el único fin de encontrar una respuesta a lo que les pasó antaño, sin fin
alguno lucrativo ni de notoriedad. Me ha llamado la atención que la gran
mayoría de estas personas no quieren que se publiquen sus datos, a fin de
preservar sus historias en la más estricta intimidad, y que sólo sus allegados
más cercanos sean conocedores de las mismas.
Muchos de los casos eran totalmente impactantes
tanto por la historia como por el giro en la vida de las personas. Ellos
mismos, además de sus relatos, nos hacían partícipes de sus historias clínicas
a fin de buscar esa respuesta que les inquietaba, el saber si aquello que
experimentaron vívidamente era una realidad o una mala pasada de sus mentes.
Estas personas nos aportaron y hoy día nos siguen
aportando relatos vívidos que ayudan a comprender este tipo de experiencias y
hacernos advertir que no son fruto de la casualidad, sino que probablemente
haya una causalidad que deberemos comprender.
SEGUNDA PARTE. LOS CASOS MÉDICOS
LAS MISIONES
Cuando
me planteo cómo sucedieron las cosas, pienso que la causalidad, más que la
casualidad, se conjuró para que el estudio de los distintos casos pudiera ser
llevado a cabo. Como digo la causalidad se alió con nosotros.
Un día, en el Hospital, me encontraba "contestando"
lo que se llama una "hoja de interconsulta", que es cuando un
especialista de otra rama hace una pregunta médica al especialista
correspondiente para que valore al paciente que tienen ingresado a su cargo.
Como digo, mientras me disponía a leer la historia
de un paciente que estaba ingresado en otra ala del Hospital, escuché que una
enfermera le comentaba a otra:
—¿Has escuchado a la paciente de la 5b las
historias que cuenta de la UCI?
—No —respondió otra— no me he enterado, ¿qué
cuenta?
—Una historia muy llamativa —comentó la primera—.
Dice que ha visto a los ángeles y a Dios. Me ha dicho que le han comentado los
médicos que ha tenido varias paradas cardíacas y que pensaban que no iba a
salir, aunque ella refiere que le habían dicho que sí. Se lo está contando a
todo el personal que va a verla.
Como comprenderéis, ni corto ni perezoso, después
de atender a mis obligaciones, me fui a ver a la paciente de la 5b. Se trataba
de una señora de unos sesenta y algo de años, de complexión delgada, con el pelo
canoso a media melena, piel albina y ojos azules. Me acerqué más hacia ella y
me presenté.
—Hola, soy el Dr. Pertierra, el Otorrino de
guardia. Perdone que le moleste, ya sé que no tiene ninguna patología de mi
campo pero quisiera hablar con usted, si no le importa.
—No me pasa nada en el oído, doctor —me dijo—,
pero la garganta sí que me molesta.
—Bueno —le contesté—, aunque había venido para
otra cosa, si le parece también le miro la garganta.
Quiero explicarle que soy médico y que un grupo
del personal del Hospital nos estamos dedicando a recoger de forma particular
ciertos casos. Me he enterado de que durante su estancia en UCI le han pasado
ciertas cosas.
—Sí —respondió, y ni corta ni perezosa empezó a
contarme—. Durante estos días que al parecer he estado ingresada allí, me han
visitado los ángeles y Dios. Me comentaban que aunque estaba muy
"malita", no me iba a pasar nada. Que iba a sobreponerme. Y aquí
estoy.
—¿Por qué no me cuenta con más detalle qué es lo
que vio? —le dije.
—Pues mire usted, le cuento, me acuerdo de que
estaba con un tubo en la boca pero me lo notaba hasta la garganta, sólo podía
mover los ojos y un poco la cabeza, me encontraba muy cansada. De repente,
notaba que se me cerraban los ojos, no era como dormirme ni como cuando los
médicos me ponían medicación, era otra cosa, y entonces veía una luz muy
potente que se iba acercando a mí. Poco a poco iba viendo unas figuras, lo
primero era un ser con una cara muy bonita, como un niño pequeño, vestido con
una túnica blanca que resplandecía, los otros parecían similares pero sólo los
vi de lejos. Sin hablar, me dijo que era un ángel, aunque yo no le veía las
alas, Me comentó que no era un sueño, que estaba en un lugar que solamente en
ciertas circunstancias se visita. Yo le pregunté si estaba muerta, y me dijo
que no, que estuviese tranquila, que me iba a llevar a la presencia de Dios.
»Después, como si volase como Peter Pan, ¿se
acuerda de esa película, doctor?, íbamos atravesando campos y bosques, hasta un
lugar en el cielo que estaba muy iluminado. Era como el brillo de muchos soles
juntos y nosotros nos acercábamos a él. Conforme lo hacíamos, se iba
conformando la silueta de un ser, me llamó la atención el que no sentía
sensación de calor a pesar de estar muy cerca, casi todo era luz.
»Una vez allí, en una cúpula completa de luz que
abarcaba todo el espacio, había un ser, cuya cara no podía ver bien, pero que
me transmitía mucha paz y tranquilidad. Se dirigió a mí, no escuché ninguna
palabra, es como llaman ahora, telepatía, empezó a contarme muchas cosas de mi
vida, lo bueno y también lo malo. Lo que he sufrido y el bien que había hecho.
Y que ahora mismo no era mi momento.
—¿Qué significa eso? —le pregunté.
—Me explicó que a todos nos llega el momento de
pasar al "otro lado", pero que cada uno tiene una misión que cumplir.
Que la presencia de verlo es para recordar que debo seguir en mi camino por muy
difícil que me parezca. Porque yo, doctor, estaba muy deprimida, tengo una
larga y terrible enfermedad que no me deja hacer muchas de mis cosas, y estaba
pensando en acabar con este tormento. Pero desde que vi a ese ser, que por
cierto, yo le pregunté quién era y me dijo que era lo que nosotros entendemos
como Dios, me han entrado ganas de hacer cosas, de vivir y de seguir el tiempo
que pueda.
»Creo —me dijo con lágrimas en los ojos— que
todavía puedo hacer muchas cosas, aunque otras no pueda hacerlas. Quiero salir
lo antes posible del hospital. Por cierto, doctor, ¿no iba a mirarme la
garganta?
—Por supuesto —le dije— pero después seguimos
hablando, ¿vale?
Me dispuse, con mi linterna de luz fría que
llevaba siempre en el bolsillo superior de la bata, y un depresor lingual que
asimismo portaba, a verle la garganta, que desde luego tenía irritada,
seguramente por los días en UCI y la intubación orotraqueal.
—Cuénteme más —le dije, ávido de saber. Si algo se
aprende cuando se valora a un paciente es a saber si éste miente o no. Y esta
señora decía la verdad, aunque fuese su verdad.
—Pues le cuento, doctor —prosiguió ya más
tranquila—. No fue la única que vez que me pasó. En otras ocasiones, en las que
me ocurrió más o menos lo mismo, este ser me fue diciendo cosas que debía hacer
en mi vida. Entre ellas, misiones que tengo que cumplir cuando salga de aquí.
Me ha dicho que le dibuje un cuadro de lo que vi, para que recuerde a qué me
refiero, que lo haga lo más fidedigno posible y, aunque no sé dibujar, haré lo
que pueda, o bien mi sobrino me lo hará. Además hay personas que tienen que
abrirse sus ojos. Conocer la realidad y no ser tan materialistas.
Ésta fue la primera entrevista con esta agradable
persona de pelo canoso. Pero no la última. Le pedí permiso para poder seguir
visitándola, es más, me facilitó hasta su número de teléfono por si le daban el
alta y no podía verla. Asimismo le solicité permiso para ver su historial, cosa
a la que accedió de muy buen grado.
Ella no tenía dudas de lo que le había pasado, yo
sí, y aun hoy en día, sabiendo lo que sé y conociendo la historia a lo largo
del tiempo, tengo mis dudas más que razonables.
Me dispuse seguidamente a ir a la sala donde se
encuentran los historiales de los pacientes para ver qué es lo que le había
ocurrido. Pude estudiarlo durante un buen rato ya que la guardia, que solían
ser erráticas, estaba anormalmente muy tranquila.
Empecé a revisar toda su historia, un buen
"tocho" de informes, análisis y pruebas complementarias. Padecía una
enfermedad que, aunque incurable, podría permitir una buena "calidad de
vida" si los brotes no se presentaban.
Su motivo de ingreso en UCI había sido una descompensación
cardíaca, y aunque no era la primera vez, según rezaban los informes, que era
ingresada en esta unidad, tampoco era la primera vez que había sufrido allí una
parada cardíaca, aunque sí fue la única que había tenido estas reiteradas
experiencias.
Estuve buscando una vez y otra si había habido
algún otro factor de riesgo que provocase la presencia de estas visiones, como
era una alteración hepática o renal concomitante, una medicación que pudiese
detonar estas historias. Pero el resultado fue del todo negativo, a pesar de
buscar una y otra vez una causa orgánica conocida que detonase estas
experiencias.
Hoy por hoy, después de investigar profundamente
este caso, no pude encontrar una etiología que explicase totalmente lo que le
ocurrió. Podemos achacarlo a estimulación cerebral por la hipoxia temporal o
falta de oxígeno de la persona durante los episodios de parada o bien
alucinaciones secundarias a algún componente medicamentoso o metabólico.
Lo que sí es verdad es que esta persona se fue
recuperando. Me comentaba una y otra vez que estaba cumpliendo las misiones que
se le habían encomendado, que muchas de ellas eran para ayudar a terceras
personas que sin su auxilio difícilmente hubieran podido superar esas
dificultades.
Algo que me llamó mucho la atención es que pudo,
ella misma, realizar el cuadro sobre lo que había visto, pero como digo, me
asombró que sólo lo compartía con un grupo de personas cercanas. Decía que era
algo muy suyo y que no todo el mundo sabría ni estaba preparado para comprender.
Su estado de ánimo dio un giro de 180º, esa
depresión que le acompañaba antes de este ingreso, que no fue por desgracia el
último, desapareció. Hace una vida normal dentro de sus posibilidades, ayudando
en silencio a muchas personas. Un giro de vida que como diría la misma Kübler
Ross: «De toda experiencia negativa, se saca algo positivo».
COMO FLOTANDO
Una
vez planteado el deseo de estudiar casos sobre ECM, me puse mano a la obra.
Sacaba tiempo de mi descanso para poder hacerlo y aprovechaba para hablar con
todos los implicados a fin de coordinar el posible caso, ya que era como buscar
una aguja en un pajar, y a menos que estuviésemos atentos, pasarían
desapercibidas.
En todo esto, me avisaron de la existencia de
cierto paciente que estaba ingresado en una planta del Hospital.
Contaba cierta historia que le había pasado
durante un episodio de parada cardíaca. Me dispuse a ir en cuanto tuviera un
hueco libre para poder hablar con él.
Cuando llegué a la planta del ingreso, fui a
preguntar por él, sabía la habitación pero no el nombre ni lo que le pasaba.
Pregunté a enfermería para saber quién lo tenía a
su cargo.
—Hola, ¿es usted la que lleva al paciente de la 38
A?
—Sí —me respondió ella—. ¿Qué desea?
—Soy el Dr. Pertierra, ORL. Estoy haciendo un
estudio en pacientes que cuentan haber tenido una experiencia de tipo
extracorpórea, tras una parada. Me han informado de que esta persona cuenta
algo parecido. ¿Sabe usted algo?
—¡Para no saberlo! —me respondió— Este hombre
habla por los codos, desde que tuvo la parada, no hace más que contar esa
historia a todo el mundo.
—¿Sí? —le respondí— ¿En qué situación está el
paciente? ¿Qué médico lo lleva?
—Está ya estable —me dijo—. No creo que haya
problema para hablar con él, pero de todas formas consulte con su médico.
Ni corto ni perezoso, tras decirme el nombre del
médico, compañero mío desde hacía muchos años y con el que mantenía muy buena
relación por motivos extralaborales, me dispuse a buscarlo para hablar con él.
Después de escrutar por el ala administrativa, lo
encontré en un despacho, donde hacían los informes médicos de los pacientes, lo
saludé y hablamos.
«Hola, creo que llevas al paciente de la 38 A. Me
han comentado que lo llevas tú, no vengo a hablar de un tema ORL, sino de otro
que me interesa.»
Le estuve explicando someramente el motivo de mi
visita en la planta y el por qué me interesaba ese paciente cuya patología de
base nada tenía que ver con mi especialidad.
Estuvimos hablando un rato sobre los motivos de su
enfermedad y la causa de la parada cardíaca y las características de la misma.
Como siempre, además de la máxima cordialidad, hubo comprensión sobre los
motivos que me movían para interesarme por este paciente, a pesar de que este
compañero me había dejado claro su escepticismo ante estos temas, pero dijo que
le parecía muy bien que se quisiera recoger el caso, siempre y cuando el
paciente lo permitiese. Me despedí de él como siempre, cordialmente, ya que en
otras muchas cuestiones sí que coincidíamos, y en ésta, tenía su comprensión
aunque no compartiese mis inquietudes.
Me dispuse a ir a la planta donde estaban
ingresados los enfermos y, tras pasar varias puertas, entré en la habitación
38.
«Hola, buenas tardes —le saludé—. Soy el Dr.
Pertierra, y vengo a hablar con usted de un tema, si le parece.»
Tras explicarle clara y pausadamente el motivo de
mi visita, vi en él, una persona sexagenaria, de aspecto leptosómico, piel ocre
y cara afilada, los ojos vívidos de quien, a pesar de la gravedad de su
proceso, tenía ilusión.
«Pues le cuento —me dijo—. No crea que estoy loco,
a mí estos temas nunca me han gustado, ni tampoco soy un crédulo. Lo que me ha
pasado, ocurrió de verdad —repetía una y otra vez—. No me he vuelto loco, ahora
he visto lo que hay después.
—¿Por qué no me cuenta con todo lujo de detalles
qué le pasó? —le indiqué.
—Pues verá, después de encontrarme muy mal, me
dolía todo, avisé por el timbre a la enfermera. Después me vi, desde la puerta
de la habitación, cómo las enfermeras, el médico y más personal, intentaban
reanimarme. Parecía una película, yo veía mi cuerpo desde el cabecero de mi
cama, pero yo estaba a sus pies. Posteriormente me fui elevando por la
habitación, como hacen las cámaras en el cine hasta que traspasé el techo y me
vi en una especie de pasillo que tenía una gran profundidad, en la que no veía
el techo, suelo ni paredes, sólo al final una especie de puerta donde
únicamente se veía la luminosidad de fondo.
»Empecé a desplazarme, no sé cómo, pero notaba que
me movía, aunque no tenía referencias por ninguna parte, es como cuando se
montaba uno en los trenes antiguos en los que, al pasar por los túneles, muchas
veces no había, ni veía uno luz, pero sabía que se deslizaba. Pues así como
digo, me desplazaba hacia esa especie de puerta abierta de la que no veía los
bordes.
»De repente, me encontré en una especie de sala
iluminada en la que no pude ver ninguna de las paredes, parecía como si
estuviese flotando, pero sin estarlo. Escuché una voz resonante, que me llamaba
por mi nombre, me desplacé no sé cómo hacia ella, no pude ver de quién se
trataba, pero habló de mi vida y de cosas que me habían pasado, que pocas
personas o sólo yo conocía. Me sorprendió porque sabía muchas cosas de mí
—comentaba con la cara de asombro—. Si le digo, sabía más de mí que casi yo
mismo. Me estuvo contando hasta mi futuro, que ya veremos si se cumple, y
además me dijo que todavía no era mi momento, que debía volver a cumplirlo.
»Yo estaba muy a gusto —siguió relatando—. Cada
vez me encontraba mejor, desde el principio en el que me vi en los pies de la cama,
no me dolía nada, todo lo contrario, pero en esta sala, o lo que fuese, estaba
con una sensación muy extraña, por lo placentera que era, me hallaba igual que
cuando uno le dan una buena noticia, se relaja en un sofá cómodo, no sé,
demasiado bien.
»Noté que alguien me llamaba desde lejos, y
súbitamente me encontré otra vez en mi cama. Un gran número de personal,
médicos, enfermeras a mi alrededor. Cables, monitores, sueros. Me puse muy
nervioso, recuerdo que les dije que por qué no me había dejado allí, que quería
volver.
»Cuando tomé conciencia de dónde estaba, me di
cuenta de que me había pasado algo, y eso que ese ser me había dicho que tenía
que hacer, y lo haría nada más saliese del Hospital.»
Durante todo este tiempo no quise interrumpir el
relato de esta persona, pero me recordaba mucho a las historias que Moody
contaba en su mítico libro "Vida después de la vida", por lo que tuve
que realizarle la pregunta de si anteriormente se había interesado por estos
temas, y que si sabía quién era Raymond Moody.
El paciente puso una cara rara, porque no sabía
quién era este señor y decía que él nunca se había interesado por estos temas,
que todo lo contrario, que cuando veía algún programa que hablaba de temas
paranormales, cambiaba el canal y que en su casa no había nadie interesado por
los mismos.
Ante mi pregunta de que si sabía de alguien le
hubiera pasado lo mismo o había escuchado algo similar, me lo negó
rotundamente.
No sabía qué es lo que le había pasado, pero sabía
que era verdad, estaba en la certeza de que lo que le había ocurrido no era un
sueño.
Me despedí de él, solicitándole si podíamos tener
entrevistas posteriores y ver su historial, a lo cual accedió sin cortapisas,
comentándome que nos veríamos cuando yo desease.
Me fui otra vez a hablar con mi compañero, a fin
de contrastar su historial médico y la medicación utilizada, y no hallé nada
anormal en el mismo, ni que justificase esa historia, salvo que recordaba que
el compañero que lo reanimó llamaba una y otra vez por su nombre al paciente. Y
ratificó que el enfermo nada más reanimarse exclamó que «podían haberlo dejado
allí».
Después de un par de visitas a esta persona
durante su estancia hospitalaria que se alargó durante un tiempo, nos citamos
en uno de los días que venía a revisión de su patología.
Le pregunté por cómo estaba, no sólo físicamente.
Me dijo que la vida le había cambiado, y que había podido llevar a cabo lo que
ese ser le había dicho. Que ya podía morir a gusto.
Es curioso, porque después de un tiempo, intenté
ponerme en contacto con él, le llamé a casa y después de varios intentos, se
puso una persona muy atenta y un tanto compungida, que decía que su padre había
fallecido hacía unos días, pero que mientras agonizaba, repetía una y otra vez,
«por fin voy a estar bien».
EL OÍDO
Dicen
que el último sentido que nos abandona cuando perdemos la conciencia es el
oído, de hecho puedo hablar, así como otros muchos compañeros, de pacientes que
han escuchado lo que se hablaba en quirófano mientras se le intervenía
quirúrgicamente. Esto, aunque infrecuente, no es raro y todos los que llevamos
cierto tiempo en quirófano podemos hablar de ello. Se piensa que sucede porque
parte de la conciencia queda alerta mientras se está en este estado inducido
por los medicamentos anestésicos, sobre todo a causa de los productos
relajantes musculares tipo curarizantes que tanto se han utilizado en
Anestesiología. Su origen proviene de las selvas sudamericanas, donde se
utiliza para embadurnar las puntas de las flechas o cerbatanas y al hacer diana
en el animal, le produce una parálisis muscular con celeridad, pudiendo
extenderse a una parada cardio respiratoria por afectación de los músculos
interesados.
Todo este preámbulo viene a referir uno de los
casos que tuve la ocasión de estudiar, ocurrió en un paciente que teníamos
ingresado por una patología terminal. Como comenté en otro capítulo, en aquella
época a la que me refiero, dichos pacientes permanecían ingresados en la planta
hospitalaria habitual, por no tener la posibilidad de derivarlos a otras unidades
específicas.
Dicho paciente presentaba una patología tumoral
muy avanzada, en la que se habían utilizado ya todas las terapias posibles sin
éxito ni curativo ni paliativo y por desgracia sólo había la posibilidad de
administrarle medicación que hiciese más llevadero el trance al que
inexorablemente estaba abocado y que no teníamos posibilidades de frenar.
En aquella época, yo estaba trabajando en mi
especialidad en un contrato de guardias hospitalarias de 24 horas. El horario
era de 22 a 22 horas ininterrumpidas. Muchas horas para ver muchas cosas,
muchas horas para que ocurriesen muchas otras.
Recuerdo a este paciente, un hombre de unos
cincuenta y tantos años, piel aceitunada, pelo canoso, no muy alto y devorado
por la enfermedad. Antaño con sobrepeso y ahora parecía el espíritu de sí
mismo.
A pesar de ser portador de una cánula de
traqueostomía, que es un "tubito" que va de la piel a la tráquea, más
o menos en la región medial y central del cuello y que se realiza cuando la vía
aérea no permite respirar por su lugar habitual, como decía, este hombre había
aprendido a coger aire, taparse la cánula y mientras expulsaba dificultosamente
el aire, hablar con una voz quebrada pero totalmente entendible para oídos
entrenados.
Era una persona que sabía perfectamente lo que le
pasaba y a pesar de ello lo aceptaba con estoicismo. Llama la atención, cuando
uno tiene la oportunidad de ver cómo las personas se enfrentan al momento de
óbito, cómo cada uno tiene una manera distinta de hacerlo, pero en muchos casos
sorprende la entereza y el valor que presentan ante este difícil momento.
Como comentaba, la persona referida se enfrentaba
con una integridad sorprendente, y a pesar de su delicado estado de salud,
parecía encontrarse en mejores condiciones anímicas que las que su cuerpo le
facilitaba.
Uno de los días, a media tarde, estando de
guardia, me avisaron urgentemente de la planta de ingresados de que dicho
paciente se encontraba muy mal. Me dispuse a ir apresuradamente a la misma y
entré en la habitación donde se encontraban ya la enfermera y la auxiliar.
Efectivamente, se encontraba sudoroso y con un
color cetrino, pregunté por sus constantes y tenía un pulso acelerado y una
tensión bastante baja. Procedimos a monitorizarlos con un electrocardiógrafo
digital con pulsioxímetro, que es un aparato que además de dar una gráfica de
los latidos del corazón, se aplica una especie de pinza en uno de los dedos,
donde nos indica el contenido de oxígeno de la sangre en % de saturación, donde
100% es el máximo y 0 el mínimo, pero donde a partir de 90 debe uno
preocuparse. Y en esta persona andaba su saturación ya por los ochenta y algo
por ciento.
Di la orden de proceder con todo el protocolo que
solíamos utilizar en esos momentos: sueroterapia, medicación estabilizante,
oxigenoterapia etc. Pero debido a la patología del paciente, éste no mejoraba,
sino todo lo contrario.
Súbitamente su corazón dejó de latir y tanto la
tensión como la saturación cardíaca se desplomaron.
Al unísono, tras aplicar otro tipo de medicación,
prevista para estos procesos, y un masaje cardíaco durante unos segundos, su
corazón comenzó de nuevo a latir, restableciéndose de nuevo sus constantes. En
un principio teníamos previsto reanimarle ante la posibilidad de estos eventos,
ya que guardábamos la esperanza de que pudiese presentar una mejoría parcial,
pues su deseo era poder irse a su domicilio.
Después de un tiempo, y tras estabilizarse las
constantes, pude hablar con él. Me pidió que le incorporase algo a la cama, a
lo cual accedí.
Recuerdo que me giró la vista, yo me encontraba
semisentado en la cama controlando los monitores y me dijo:
«Menudo susto le he pegado, doctor —hablaba en
frases cortas tras tomar aire una y otra vez—. Esta vez casi ni lo cuento, pero
no estaba todavía para mí. Me queda un tiempo con ustedes.»
Me sorprendió mucho su asertividad y su integridad
cuando había estado a punto de dejarnos. Y prosiguió diciendo:
«En un momento hay que ver las que se ha montado.
He escuchado perfectamente las órdenes que daba, cuando mi corazón se paraba, y
también después.»
Me quedé perplejo ante esa afirmación, había
estado consciente durante todo el proceso. Le pedí que se explicase y así lo
hizo.
«Pues sí, me he enterado de todo. Lo que le decía
a la enfermera, de la medicación, de todo. Lo que más me llamó la atención es
cuando escuché que mi corazón se paraba. Y cuando le dijo a la enfermera que me
pasase la medicación mientras me daba el masaje cardíaco.
»En un momento, dejé de oírles a ustedes y empecé
a escuchar a una tía mía fallecida, pero cuya voz era inconfundible. Me dijo
"no vengas todavía, no tengas prisa, podrás volver una vez más a tu
casa".
»No fue imaginación mía, doctor, yo la escuché
como le estoy escuchando ahora. Sé cómo estoy pero quiero volver a casa.»
Después de unos minutos de conversación donde
siguió refiriendo todo lo que dijimos durante el proceso de reanimación, seguía
manteniendo que el "encuentro" verbal con su tía fallecida había sido
real.
Le dejé a cargo de la enfermera para que lo
pudiese controlar y, ante el posible evento de una recaída, me avisase
inmediatamente por el "busca", ya que yo debía seguir atendiendo mis
obligaciones de la guardia.
Pasado un par de horas, tras haber resuelto las
urgencias que se presentaban y haber llamado en varias ocasiones a la planta,
volví a visitarlo a la habitación.
Estaba como si no hubiera pasado nada,
semi-incorporado en la cama articulada, giró su cabeza nada más entrar yo.
«Hombre doctor, le esperaba. Le estoy dando vuelta
a las palabras de mi tía —me refirió—. Ha hecho que vuelva a tener ilusión.
¿Qué es lo que me ha pasado?»
¡Menuda pregunta! Tragué saliva, volví a sentarme
a su lado y le comenté:
«Has tenido una parada cardíaca, de la cual hemos
podido reanimarte.
—Eso ya lo sé, yo decía lo de mi tía.
—Pues es difícil de explicar, dicen que el último
sentido que se pierde es el oído, y es normal que nos escuchases durante un
rato.
—Pero no, a ustedes los escuchaba de una forma
—siguió hablando, ya nervioso—. A ella la escuchaba por todos los lados. No por
los oídos, no, en la cabeza. Pero alta y clara. Mi tía me quería mucho y yo a
ella.
—Pues es posible que hayas tenido una alucinación
auditiva, pero todavía hay muchas cosas que desconocemos de la medicina y no
podemos dar una explicación.
—No, no era una alucinación, ya verá, mi tía
estaba muy segura de que me iba a casa.»
Tras unos minutos de conversación donde me explicó
una y otra vez lo sucedido de forma reiterada, me dispuse a proseguir. Ese día
la guardia estaba "animada" y había todavía cosas por resolver.
Pasó ya un tiempo, en donde preguntaba siempre por
la evolución del paciente y durante mis guardias me acercaba a hablar con él
siempre que podía.
Tras un tiempo, el paciente presentó una mejoría
en su importante enfermedad, que permitió que pudiese irse a casa con su medicación
y a cargo de unos familiares que había venido de fuera a cuidarle.
Recuerdo las palabras cuando lo vi, vestido de
calle, marchándose de alta, al menos unos días.
«Doctor, doctor —me avisaba con la mano—, me voy a
casa, mi tía tenía razón. ¿No se lo dije?»
Yo sabía que era verdad.
Nos despedimos, pero no pudimos hacer otra cosa
que darnos un abrazo y romper ese mito de la relación médico-paciente.
Al cabo de unas semanas volvió a ingresar, él ya
sabía para qué, nosotros, también. Se mantuvo estoico durante todo este tiempo.
Con cierta paz y tranquilidad, aceptando su ineludible destino. Mantuvimos
todavía algunas charlas, siempre que podíamos. Pero ése sería motivo de otra
historia.
LA TRIVALVA
Este
caso que les voy a relatar es uno de los que a mí, personalmente, más me han
impactado de todos los que he tenido la ocasión de investigar y de vivir,
porque es con el que más preguntas me he hecho y me sigo haciendo y que siguen
sin tener ningún tipo de explicación después de bastantes años de haber ocurrido.
Nos desplazamos a un día, uno cualquiera de esos
múltiples en los que me encontraba de guardia de ORL en el Hospital General.
Recuerdo que era un día muy "movido" en cuanto a las urgencias. Una y
otra vez me tenía que desplazar de la cuarta planta del pabellón "B",
donde se encontraba el Servicio General de ORL, a la planta semi-sótano del
mismo pabellón, en donde se encuentra el Área de Urgencias del Hospital.
Me pasé todo el día subiendo y bajando por alguno
de esos ascensores de puertas metálicas brillantes que, con más o menos
celeridad, me trasladaban de forma reiterada para valorar y solucionar las
múltiples urgencias que se presentaban aquel día.
Cuando iba hacia una de ellas, por uno de los
pasillos semicurvos de la planta inferior, recuerdo que justo a la altura de
las puertas abatibles que hacen acceder al Área de Observación y a los
Quirófanos de Urgencias (que no hacía mucho se habían movido desde la primera
planta hasta esta inferior), se desplazaba de forma acelerada una camilla con un
personal que vestía una indumentaria de color naranja fosforescente y que
correspondía de forma ineludible al "061", el Servicio de Urgencias
Extrahospitalarias que se encarga de atender a aquellos procesos que precisan
la máxima celeridad fuera del hospital, cumpliendo una misión encomiable y
complicada en la lucha con los procesos y con el tiempo, muchas veces uno de
los peores enemigos de las urgencias.
Como digo, se desplazaban aceleradamente, hacia la
sala de Críticos de Observación con una mujer de mediana edad, oronda y con un
proceso respiratorio agudo muy severo que denotaba su gravedad con un simple
vistazo.
Por aquello de priorizar las urgencias, ya que
como aprende uno en las primeras clases de medicina, «lo primero en asegurar es
la vía respiratoria», me desplacé con el equipo del 061 que llevaba a la
paciente a dicha sala de Críticos.
El panorama era muy preocupante: una señora de
mediana edad, con un alto nivel de sobrepeso, gran fumadora y con problemas
bronquiales serios, había sufrido una proceso respiratorio importante de
características infecciosas, y en vez de acudir a su médico de cabecera,
prefirió "jugar a los médicos", con el tabaco como aliado negativo,
que en vez de ayudar, agudizó más aún el proceso respiratorio que padecía.
Varios eran los días que había estado con este
proceso de falta de respiración, es más, esa misma noche había tenido que estar
semi-sentada en la cama, porque le faltaba el aliento y si se disponía a
tumbarse, no era capaz de mantener una respiración adecuada.
Llamaba la atención la respiración acelerada con
un ruido muy especial al inspirar el aire que nosotros llamamos "disnea
inspiratoria", que es típica de una obstrucción de la vía aérea superior
y, en mayor posibilidad, de una estrechez entre las cuerdas vocales que hace
que el aire tenga gran dificultad para entrar. Su color cerúleo con labios casi
amoratados era signo de que no estaba teniendo una buena oxigenación,
corroborado por el aparato electrónico que cual pinza se adapta al dedo llamado
pulsioxímetro, que confirmaba nuestra más que fundada sospecha. La taquicardia,
confirmada por la monitorización cardíaca, así como la sudoración profusa de la
persona, hacía vaticinar la necesidad de una intervención de extrema urgencia
para poder solucionar al menos su patología vital más urgente.
Tras una rápida y necesaria valoración que
confirmó de forma más allá de toda la duda razonable mi diagnóstico de
sospecha, decidí que la trasladasen a unos pocos metros más allá de esta Área
de Críticos, al Quirófano de Urgencias, a fin de practicarle una necesaria y
vital traqueotomía de extrema urgencia.
Eran muy pocos los minutos que preveía que las
fuerzas de esta señora pudiesen resistir antes de entrar en un fatal
agotamiento que la abocarían irremisiblemente a la muerte por parada
respiratoria, a menos que se actuase con gran celeridad y decisión.
En estos casos a los pacientes se les hacen
interminables esos segundos en donde, después de habérselo comunicado, tenemos
que actuar de forma expeditiva e irremediable para intentar literalmente
salvarles la vida, ya que es la única posibilidad que tienen de sobrevivir a
este desdichado suceso.
Como he repetido, durante mi carrera laboral, la
técnica del avestruz de introducir la cabeza bajo tierra solamente consigue
empeorar el pronóstico de las actuaciones que irremisiblemente hay que
realizar, ya que en caso de no hacerlo, se llega en poco tiempo al óbito de la
persona.
Unos metros, desde Observación hasta la mesa de
quirófano, que me imagino se hicieron eternos para la paciente. Una distancia
de sólo un puñado de metros que permitían trabajar con todos los medios
quirúrgicos al alcance.
Se dispuso todo en unos segundos, como un ballet
en donde todos sus danzantes saben en cualquier momento qué deben hacer y dónde
deben estar. No era la primera vez, por supuesto, que teníamos que actuar así,
todo era fruto de un entrenamiento y una experiencia anteriores.
La fotografía de la escena sería: una persona con
un cuadro respiratorio importante, semi-sentada en la mesa de quirófano, un
gran número de personal que intenta ayudarme, anestesistas, enfermeras,
auxiliares, celadores. Una mesa, que llamamos de cigüeña, que tiene un paño
verde encima para que no se contamine, que guarda lo básico para este tipo de
intervención, y una caja cerrada, donde está el material específico en caso de
complicaciones.
La paciente, ya monitorizada, con la luz
alumbrando su cuello, y el desinfectante de color marrón embadurnando el mismo,
realiza súbitamente una última inspiración forzada, ya no podía más, a pesar de
la celeridad con la que se han hecho los preparativos. Parada respiratoria y
cardíaca secundarias, una debacle que sólo da un margen de unos cuatro minutos
para poder solucionar el proceso. De no hacerlo, se produciría el desenlace
fatal.
Extiendo la mano y me depositan en la misma un
mango metálico que porta una hoja muy afilada de un bisturí del número 21. En
un abrir y cerrar de ojos, el orificio de la tráquea está expuesto, pido una
pinza especial, la pinza trivalva, que tiene el aspecto en su parte posterior
de una tijera, con una porción anterior similar a lo que sería el pico alargado
de un ave zancuda pero que, en vez de dos, serían tres los ramales, que al
dirigirse a 90º con respecto al mango, al abrirse, ofrecen un orificio, que permite
introducir la cánula por donde va a poder respirar a la persona.
Consigo introducir la cánula en la tráquea,
insuflamos el baloncillo de baja presión que lleva para que no se escape el
aire cuando se proceda a la ventilación mecánica.
Parecía que todo estaba resuelto, pero no, ya
teníamos sospecha de que podía pasar algo más y los peores augurios estaban
presentes. A pesar de ventilar mecánicamente, la saturación de oxígeno se había
desplomado, no remontaba a pesar de introducir oxígeno al 100 % en sus pulmones.
Tras una breve pero acertada auscultación, la
sospecha previa se confirmó: la paciente tenía lo que le llama un neumotórax a
tensión, que es que el pulmón se colapsa debido al sobreesfuerzo realizado y
que al permitir entrar el aire y no salir, aumenta la presión en la caja
torácica pudiendo colapsar también por hiperpresión el corazón y llevar a la
parada cardíaca.
Pues como digo, ni cortos ni perezosos, nos
dispusimos a disminuir la presión del tórax, se avisó al neumólogo para que le
pusiese un aparato llamado Pleurevac, que lo que realiza es la extracción de
ese aire, provocando una presión negativa en el pulmón que permite que éste se
expanda.
Como digo, al unísono de hacer esto nos disponemos
uno de los anestesistas y yo a punzarle la cavidad torácica con unas agujas
similares a las que se utilizan en los sistemas de suero, pero cuyo calibre van
variando con el color. En este caso, las que mayor calibre tienen son las
naranjas, que corresponden al nº 14. Así las pedimos, por su nombre y el número,
procedimos a introducirle varias en el tórax. Tras realizar esta maniobra, el
aire salía al igual que cuando en una colchoneta se abre la válvula que regula
su cierre.
La paciente se estabiliza, continuaba totalmente
inconsciente, ahora de forma medicamentosa a fin de mantenerla en el menor
desgaste y sufrimiento. Tras terminar con todo lo necesario para garantizar su
estabilidad, debido a su estado de gravedad, se ingresó en la UCI del hospital.
En su estancia en UCI, cuando taponándose la
cánula ya podía hablar, me comentaron que decía en una especie de delirio
obsesivo:
«Les he visto a todos, he visto la luz» —repetía
una y otra vez.
Me quedé no menos que intrigado cuando me
comentaron esto. Entonces fui a visitarla allí para tener la ocasión de poder
hablar con ella, y además interesarme por su estado, pero no fue hasta que pasó
a planta que pude entablar con ella una amplia conversación.
En la UCI se encontraba en una cama dentro de uno
de los módulos de ingreso, con un tubo que emanaba de las entrañas de su tórax
derecho y que se anexionaba a una especie de caja que colgaba del lateral de la
cama, la cánula de traqueotomía que asomaba entre un grupo de gasas
semi-ensangrentadas y que estaba tapada en gran parte por una mascarilla. Unido
en el lado izquierdo, un suero que se introducía en la flexura del codo.
Electrodos por su torso que estaba solamente abrigado por una sábana. Pelo de
tinte rubio, desaliñado y parcialmente sudoroso.
Al verme, noté cómo sus párpados se abrían en
demasía mostrando sorpresa y anhelo, al acercarme, me cogió la mano y se la
acercó, para que yo tuviese asimismo que ponerme más próximo.
Sin dubitar, al unísono, acercó su dedo índice de
la otra mano al orificio de la cánula que se encontraba en la región medial
cervical, la cual le permitía respirar sin dificultad, insufló los pulmones y
mientras exhalaba el aire decía:
«Doctor, pude verlo desde fuera, he podido verlo.
Necesito hablar con usted —me decía en una espiración modulada—. He visto
muchas cosas que tengo que contarle.»
Su estado en aquel momento no era el ideal para
que se excitase, así que aunque la curiosidad me hacía desear que quisiera
continuar hablando, ya que estaba realmente intrigado por el contenido de sus
palabras, pero no tuve más remedio que tranquilizarla comentándola: «En el
estado que está, debe descansar. Ya tendremos ocasión de hablar largo y tendido
del tema cuando se recupere. No se preocupe porque tendremos una conversación
amplia. Quiero que me cuente todo con detalle.»
A los pocos días, pasó a la planta del hospital
donde estaban ingresados los demás pacientes que tenían una patología ORL.
En el momento que pude, me acerqué a la habitación
donde se encontraba. Ella me reconoció de inmediato. Su aspecto había cambiado
de la noche al día. Sentada en un sillón negro, ahora solamente tenía una
cánula que se introducía en su cuello y de la que sólo asomaba su elipse
plateada con un orificio en medio ocluido con una especie de tapón de color
rojo, vestía un camisón de lunares rosa, y su pelo, aunque con raíces negras,
se veía muchísimo más arreglado. Su cara parecía mostrar incluso la mano de
haberse maquillado. Olía a perfume de una casa comercial que los nombra por el
número y mostraba unas facciones mucho más relajadas que cuando la conocí.
«Hola doctor —me dijo—. Tenía muchas ganas de
verle.
—Hola —la saludé—. Me alegro de que esté mucho
mejor.»
Me senté a su lado en otro sillón, de similar
características al de ella, y comenzamos a charlar.
«Doctor, cuando usted me operó me pasó una cosa
sobre la que no paro de pensar una y otra vez —me comentó—. Le he dado muchas
vueltas, pensando que eran alucinaciones por el mal estado en el que me
encontraba, pero es que todo parecía tan real. Era como estar allí conmigo
misma. No puedo describírselo de otra forma.
—¿Por qué no me cuenta todo lo que recuerde?
Intente darle un orden y no saltarse ningún detalle.
—Pues le comento —me dijo un poco nerviosa—,
recuerdo que estaba sentada en la mesa de quirófano, cuando empezó todo a
ponérseme borroso, de repente, no estaba en la camilla, sino a su lado, detrás
de usted. Le vi cómo extendía el brazo y con un bisturí me abría el cuello de
arriba abajo, después pidió algo, no recuerdo lo que dijo, fue un nombre, le
abrieron una caja y le dieron una especie de tijera muy rara, que se abría
hacia abajo en tres trozos, me la metió en el agujero que me había hecho en el
cuello y por ahí introdujo un tubo de plástico blanco. Después me conectó algo,
como una especie de goma, parecido a los tubos de la luz, por donde van los
cables.
»Después, algo pasó, no sé, veía mi cuerpo y
escuchaba muchos sonidos de los monitores, hablaban entre ustedes y me
auscultaron. Después pidieron una cosa y me pincharon con unas agujas muy
grandes que en el extremo más ancho eran naranjas, eso es lo que más dolió, fue
extraño, lo demás parecía que se lo habían hecho a otra persona, pero esto noté
que me lo hacían a mí, que estaba allí, ahora tumbada, pero que les veía al
menos desde un metro de distancia, algo muy raro. Después de esto, comencé como
a elevarme y me encontré yendo hacia una luz. Cada vez iba más y más rápido.
»Posteriormente lo siguiente que recuerdo es
despertarme, en lo que después me enteré que era la UCI. Pero me sentía rara,
tenía que contarle a todo el mundo lo que me había pasado.
»No se cuánto tiempo después, recuerdo que lo vi
allí en la UCI, lo cogí de la mano, pero era tan real como lo que había vivido
cuando me intervino.
»¿Qué es lo que me ha pasado? No lo he soñado,
estoy segura, fue todo tan real que sé que pasó así. Podía verles a todos, sin
problemas, y a la vez, verme allí en la mesa de quirófano. Dígame doctor, ¿qué
me ha pasado?» —preguntó de nuevo.
Yo la escuchaba bastante asombrado, perplejo de
cómo me había descrito una traqueotomía, una pinza trivalva, la utilización de
sistemas de canalización del nº 14, que eran naranjas. El detalle de que estaba
sentada en la mesa de quirófano y después tumbada. Eran muchas cosas las que
coincidían. ¿Cómo era posible? Muchas preguntas se agolpaban en mi mente.
«¿Sabe usted de medicina? ¿Hay alguien en la
familia que se dedique a la rama sanitaria? —comencé preguntándole.
—¡No! —de forma rotunda me contestó— Ni yo ni
nadie de mi familia tenemos que ver con la medicina.»
—Pero, ¿cómo es posible que sepa tantos detalles?
—le cuestioné—. Los sistemas de canalización no los pedimos por el color, la
pinza trivalva no la conoce casi nadie. ¿Cómo lo sabe?
—Pues muy fácil —con una mirada perspicaz, me
respondió—. ¡Lo he visto todo, como le veo a usted ahora mismo! Veía a todo el
personal, la mesita pequeña donde estaban las pinzas, vi cómo la enfermera sacó
esa pinza tan rara de una pequeña caja de metal que había en la mesita. Cómo me
pinchaban con las agujas naranjas en el costado —se paró en seco en su
diálogo—. Eso sí, fue lo que más me dolió —asintió con la cabeza—.
—Después me ha dicho que se elevó, que iba…
¿volando?
—Para nada, flotaba, y me iba elevando poco a
poco, como si no pesase, y además como le dije, vi una gran luz.
—¿Cómo era esa luz? —le dije.
—Pues muy fuerte, pero no me hacía daño a la
vista, me iba acercando más y más y cuando estuve allí, ya no recuerdo más.
—¿A qué atribuye esa luz?
—No lo sé, pero era muy placentera, conforme me
acercaba, me encontraba mejor. Estaba muy a gusto.»
Este caso me llamó y me sigue llamando mucho la
atención, porque hay una parte que podría explicar, quizás, por el efecto de la
sedación, de los valores de los gases en sangre, pero desde luego, todavía, a
pesar de haber pasado muchos años, no he podido encontrar explicaciones para
muchas cosas.
En ese momento, me encontraba como el título de un
libro que leí muchos años más tarde del Dr. Robert S. Bobrow, "El médico
perplejo", así me sentía. Me encontraba delante de una persona que ha
vivido una historia, aportando una serie de evidencias, de difícil explicación
científica, y que aun hoy en día no se han podido explicar. Los hechos están
ahí, las evidencias también, sólo nos falta la explicación plausible.
Durante muchos, muchos años, tuve contacto con
esta persona, cada vez que nos veíamos rememorábamos la fantástica e
inexplicable aventura que habíamos vivido.
Mucho, muchísimo le cambió la vida, las
percepciones, su "modus vivendum", sus valores primordiales, la
relación con los demás y su convicción de que había algo más que este cuerpo
que nos acompaña durante toda la vida en este planeta.
EL HERMANO
Cuando
pasas mucho tiempo en el hospital, te das cuenta de que se viven muchas
historias dentro de esas paredes, es un micromundo dentro del mundo extramuros.
Durante mucho tiempo, las plantas de encamamiento
de pacientes guardan historias incluso de índole familiar, que igual se
hubiesen dado en otras circunstancias.
Desde hacía tiempo teníamos ingresado a un
paciente con una enfermedad muy avanzada, debido a un tumor muy agresivo que
estaba en la cara lateral izquierda del área superior del cuello, y que
comprimía todas las zonas vecinas.
El motivo del ingreso es porque se estaba tratando
con radioterapia, técnica que consiste en la emisión de radiaciones ionizantes
para intentar curar o paliar una enfermedad, en este caso tumoral.
En un principio el tumor que tenía era inoperable
y por ello se estaba tratando con esta técnica, pero su eficacia prevista era
poca o casi nula. La situación era desesperada porque sólo quedaba esta
posibilidad para poder luchar contra ese despiadado enemigo.
Entre otros, uno de los motivos que más nos
preocupaban de la situación es que el tumor se acercaba peligrosamente a un
punto llamado "glomus carotídeo", que es una estructura que se
encuentra a nivel de la bifurcación de la arteria carótida, que es la arteria
principal del cuello, cuya función entre otras en poder regular el ritmo
cardíaco y cuyo estímulo intenso puede producir la parada cardíaca.
Este paciente había sufrido ya varios descensos de
la frecuencia cardíaca, lo que llamamos en terminología médica bradicardias,
pero que se había recuperado con la perfusión de un suero "cargado"
con los productos que llamamos "cronotrópicos positivos", que lo que
hacen es contrarrestar este estímulo y acelerar el ritmo cardíaco.
Recuerdo que era por la tarde, estaba en la sala
de curas, contigua al mostrador donde las enfermeras tenían una pequeña salita
de trabajo con mamparas de cristales, cuando escuché una voz femenina
angustiosa que decía:
«¡Socorro, vengan rápido, mi marido se muere!»
Como un resorte, me levanté de la silla donde
estaba revisando el tratamiento de un paciente ingresado. Y vi a una mujer en
medio del pasillo de la planta con el rostro desencajado y los ojos llenos de
lágrimas.
«¡¿Qué ocurre?! ¡¿Qué ha pasado?! —le dije.
—¡Mi marido estaba en la cama, se ha girado y ha
perdido el conocimiento. ¡Se muere! —me dijo casi sin poder articular las
palabras.
Entramos en la habitación donde se encontraba
ingresado este hombre, de pelo negro azabache, con la cabeza reclinada hacia su
hombro izquierdo. Me acerqué a él y lo primero que hice fue ponerle la cabeza
mirando al techo, y comprobé en los monitores que su ritmo cardíaco era
imperceptible. Estaba sudoroso, pálido en extremo, y su saturación de oxígeno
era gravemente preocupante.
Lo teníamos todo preparado para una situación así,
de hecho, teníamos un "carro de paradas" permanentemente en la
habitación cubierto con una sábana verde de las que utilizábamos en quirófano,
para que además de que los materiales estuviesen protegidos, tampoco le diese
al paciente un desasosiego secundario por su presencia.
El mencionado anteriormente "carro de
paradas" es una especie de mueble con ruedas, donde tenemos todo lo
necesario y suficiente para realizar una reanimación cardiopulmonar.
El paciente estaba en una bradicardia extrema, la
tensión, que se la había tomado la enfermera, era casi imperceptible. Era
momento de actuar.
«¡Ponle el suero a chorro!» —le dije a la
enfermera.
Le metí una cánula de Guedel, que es un tubo de material
semiflexible, arqueado, que al introducirse en la cavidad oral impide que la
lengua haga oclusión de la faringe y permite la entrada de aire del paciente.
Me dispuse a comenzar las maniobras de RCP,
mediante el masaje cardíaco, mientras se disponía con un ambú, que es una
especie de respirador manual con una mascarilla y un globo con una válvula que
sólo permite meter aire y que, al vaciarlo, permite que se elimine por el
cambio de presiones.
Como digo, comenzamos a hacer el RCP, a darle
medicación, y a los pocos minutos, conseguimos que la parada revirtiese, no así
su estado crítico. Había sido, de nuevo, esa "magia" de la medicina,
que permite, mediante conocimientos de la fisiología humana, impedir ciertas
situaciones que de otra forma serían mortales de necesidad.
Poco a poco, se fueron estabilizando las
constantes, y el paciente empezó a recobrar su estado general. La coloración y
el aspecto de su semblante mostraban que había pasado por una situación
extrema.
Tras tener controlada la situación, me marché
durante un rato para seguir con mi labor de urgencias hospitalarias, a fin de
resolver otros casos menos críticos que éste.
Al retornar a la habitación, parecía ya como si
nada, estaba charlando con la familia e incluso bromeaba y se reía, aunque me
pareció hasta raro, ya que hacía unos minutos había estado al borde de la
muerte.
Cuando me acerqué, él mismo pidió a los familiares
que saliesen de la habitación, porque quería hablar conmigo. Así lo hicieron, y
tras cerrar la puerta y quedarnos a solas comenzó a contarme una historia que
me dejó muy pensativo.
«Doctor, doctor —me dijo cogiéndome de la manga de
la bata—, menudo susto, ¿no?
—La verdad que sí, pero veo que lo hemos resuelto
bien —le comenté.
—Es que me ha pasado algo increíble, y necesito
contárselo a alguien, y a mi familia no puedo, van a pensar que estoy loco. Me
gustaría que me diese usted su opinión.
—Pues dime, soy todo oídos.
—Pues verá —tragó un poco de saliva, tomó aire y
con voz quebrada empezó a contarme—. Cuando me ha dado el mareo, les he visto
desde detrás, estaba con las dos manos en el pecho y tenía una cosa rara en la
boca, y además qué ruidos, qué pitos. Poco a poco me iba elevando, como cuando
uno se monta uno en una atracción de la feria.»
Su voz era ahora más firme, la mirada perdida
hacia el fondo de la habitación, intentando recordar.
«Súbitamente, me encontraba en un campo, muy
parecido a los del pueblo donde viví hasta los 25 años.
»Una persona se me acercaba desde la lejanía y
poco a poco iba haciéndose cada vez más nítido su rostro. Era mi hermano, con
el que hacía muchos años por una disputa nos dejamos de hablar. Había fallecido
hacía tiempo y no arreglamos nunca nuestras diferencias.
»Se me acercó, me saludó y me dio un abrazo. Decía
que deberíamos dejar los rencores que habíamos tenido, porque al igual que él
hace tiempo, yo ahora padecía una grave enfermedad y no merecían la pena esas
rencillas. Que aunque en vida no pudimos solucionarlas, ahora, si yo quería, sí
lo haríamos.
»Le dije que por mí encantado, pero le pregunté si
aquello era verdad o un sueño, a lo que contestó que era de una realidad
indiscutible. Me propuso que me daría pruebas, y que éstas eran que la
enfermedad que padecía, que yo sabía que era incurable, se me curaría. Que
podría vivir muchos, muchos años todavía. Así que me dijo que los médicos se
quedarán sin saber dar una explicación al hecho, pero que la realidad está
ahí.»
Mientras yo le escuchaba, me parecía en aquellos
momentos más el anhelo de un moribundo que una realidad factible, ya que esta
persona había sido poco menos que desahuciada médicamente y el tratarlo con
radioterapia era una lucha imposible ante su enfermedad, ya que en un principio
dicho tumor no debía de tener una respuesta a dicho tratamiento y además la
cirugía estaba descartada por lo avanzado de su proceso.
«Doctor —me decía—, mi hermano me ha dicho esto
tan impresionante, me ha comentado que me van a operar y que me voy a curar. Se
despidió de mí dándome un gran y cariñoso abrazo, se despidió de mí, diciéndome
que más adelante nos volveríamos a ver, pero que dentro de muchos, muchos años.
¿Se imagina, doctor? ¡Me voy a curar!» —me decía exaltado y los ojos
desorbitados de la alegría.
No pude responderle en ese momento, me quedé
pensativo, le di un par de palmaditas en la mano y le dije: «Esperemos que sí,
y que dentro de un tiempo, podamos vernos fuera de aquí y hablar de esto.»
Me despedí muy pensativo, esta persona había
tenido una alucinación o bien lo que vivió fue realidad.
¡Menuda dualidad rondaba en mi cabeza! Mis
conocimientos médicos me decían que lo que le había pasado a esta persona era
más probablemente una alucinación, pero había ya estudiado varios casos de ECM,
donde la explicación lógica estaba obviada por otra mucho más irracional, o al
menos, desconocida por nosotros.
Pasó el tiempo, y esta persona continuó haciendo
esos episodios de parada cardíaca por compresión, algunas me tocaron de nuevo a
mí. Seguía después de la reanimación manteniendo su ánimo. Él estaba seguro de
lo que había "vivido".
Llegó el momento de reevaluarlo después de su
período de tratamiento radioterápico. Se le hicieron muchas pruebas y cuál fue
la positiva "sorpresa" cuando se observó, fuera de todo pronóstico,
que el tumor había reducido el tamaño considerablemente, hasta el punto de que
se plantease cirugía a pesar de lo crítico que era todavía su estado.
Pues así se hizo, todavía me acuerdo de ese día,
el paciente estaba totalmente convencido de que el tumor se iba a poder quitar
completamente, pero hasta que no se interviniese, no lo sabríamos.
Se realizó la intervención, con algunos problemas
durante la misma, ya que fue muy complicada, pero el tumor se pudo resecar
completamente, sólo a expensas de los resultados anatomopatológicos de la pieza
tumoral. Nos confirmaron que era un tumor muy agresivo pero que los bordes
estaban libres de tumor.
A pesar de ello, múltiples tratamientos y
revisiones tuvo que soportar esta persona durante ese duro proceso que es la
recuperación y las revisiones.
Muchos, muchos años después, recuerdo que caminando
por una calle muy concurrida cercana al mar, alguien me tocó varias veces el
hombro. Me giré y ahí esta él.
Nos dimos un gran abrazo, una alegría mutua
indescriptible. Él no paraba de decir: «Mi hermano tenía razón, mi hermano
tenía razón.»
LA FAMILIA
Todos
y cada uno de los casos que he tenido la ocasión de estudiar son totalmente
distintos, tanto por su presentación como por su desenlace.
En este caso, se trataba de un paciente que tenía
un tumor muy agresivo en la parte posterior de las fosas nasales, lo que
nosotros llamamos cavum, que es donde los niños tienen las adenoides o
vegetaciones.
Dicho tumor provocaba, además de una erosión en
las vértebras vecinas, un sangrado profuso y muchas veces difícil de controlar,
aunque de una forma u otra, se lograba. Sin posibilidad de embolizarlo, lo
único que podíamos hacer era ocluir las erosiones que provocaba el avance del
tumor. Por ello habíamos tenido que practicarle una traqueostomía secundaria,
para evitar que uno de esos sangrados no le ahogase literalmente.
Debido al sangrado y a la reacción que producía,
no eran raras las reacciones sincopales secundarias, con reducción del ritmo
cardíaco o bradicardias, con caídas bruscas de la tensión arterial e incluso
llegando a la parada cardíaca que precisaba la reanimación correspondiente.
Uno de esos no infrecuentes episodios acaeció
durante una de las múltiples guardias que realizaba, teniendo que emplearme
intensamente para lograr su resolución, ya que el sangrado era copioso y
aparecía de repente.
Prácticamente nos manteníamos todo el tiempo que
podíamos cercanos a la habitación a fin de poder resolver este eventual cuadro,
incluso descansábamos en una de la habitaciones de la planta habilitada para
ello, en vez de la habitual del área administrativa.
El panorama era sombrío, sin muchos visos de
futuro, pero teníamos al menos que darle todas las oportunidades que tuviésemos
a nuestro alcance. Luchar con todos nuestros medios, aunque sabíamos de
antemano que íbamos a perder.
En una de estas circunstancias, me avisó la
enfermera por el "busca" diciendo: "acuda urgente a su
planta". El sonido de repiqueteo era muy típico cuando aparecía la palabra
"urgente", ya que se diferenciaba con el usual del mismo.
En muy, muy poco tiempo, entraba en la habitación,
la perspectiva era la siguiente: un hombre en estado de shock, con los ojos
revertidos sólo viéndose la esclera o lo blanco de los mismos, con sangre
manando por su boca y cayendo por sus mejillas a pesar de estar aspirando el
contenido de la misma.
Mediante unas sondas, teníamos taponadas las fosas
nasales. Dichas sondas tenían una especie de "balón" que mediante la
aplicación de suero fisiológico servía para aumentar la presión sobre las
paredes del Cavum y así intentar coartar el sangrado.
Mediante la utilización de las jeringas con suero,
se pudo controlar en gran parte el sangrado. La medicación hizo el resto, tanto
para controlar el mismo como para restituir la tensión que se había desplomado.
En unos minutos, recobró su aspecto habitual y
pudimos hablar con él con cierta fluidez.
«¿Cómo está?» —le pregunté.
Me levantó el dedo pulgar, señalando que se
encontraba bien. Buscó el tapón que taponaba el orificio de su cánula de
traqueostomía y que le permitía hablar y me dijo.
«Me ha pasado algo muy raro, ¿sabe? Después de
empezar a sangrar, he visto en el cabecero de mi cama que mi abuela y gran
parte de mi familia venía a visitarme. Yo les veía detrás de ustedes, pero… ¡es
que están todos muertos!
»No sé —prosiguió, tras tragar saliva—, había
mucha gente aquí con ustedes, me han dicho que en el "otro lado" voy
a estar muy bien. Que es un sitio muy especial, que no me lo pueden explicar
con palabras.
»Yo soy creyente, pero no voy a misa, usted ya me
entiende, doctor. Nunca me había planteado la muerte y ahora que se me acerca,
me pasa esto.
»No lo he soñado, de eso estoy seguro, era real.
Lo que no sé es cómo ustedes lo veían. Estaban ahí, eran muchos. Todos
familiares, además me hablaban. Eran tan reales como ustedes.»
Su cara denotaba entre la sorpresa y la admiración
de algo que al menos él creía que le había pasado. Yo por mi parte no podía
hacer otra cosa que sentarme al borde de su cama y escuchar el relato que me
hacía de los acontecimientos que al menos para él eran completamente ciertos.
Una y otra vez me repetía la historia, y según me
contaron, también a todos los familiares y amigos que entraban en la
habitación.
Cuando pasó un tiempo, volví a visitarle, ya con
una cara curiosamente risueña para el estado en el que estaba y en el que se
había encontrado unas horas antes y de nuevo comenzó a comentarme.
«Lo he estado pensando, doctor. Ustedes tienen que
haber visto algo, porque yo les he visto que andaban en la habitación. Lo que
más me ha reconfortado son las palabras de mi abuela. Me resuenan una y otra
vez. Que iba a estar mejor y que no me preocupase.
»Mi abuela me crió hasta los quince años, porque
mis padres tenían que trabajar y no podían atenderme. Para mí es como una
segunda madre. Murió hace unos años de un cáncer, pero siempre me decía que no me
preocupase porque vendría a visitarme. Ella sí era muy religiosa y tenía un
gran medallón de la Virgen colgado al cuello.
»Me ha hecho pensar mucho. No puedo disimular que
antes tenía muchísimo miedo de morirme. De hecho estaba pidiendo continuamente
pastillas para los nervios. No lo aceptaba, pero después de lo que ha dicho mi
abuela, me he quedado muy, muy tranquilo. Sé que ella y todos mis familiares me
esperan y que además voy a estar mejor que aquí. Esto no es vida. Tengo la cara
hinchada, parezco mucho mayor de lo que soy y tengo todo el cuerpo lleno de
cardenales. Estoy mucho más gordo y casi no puedo ni moverme. No quiero vivir
así y sé que no tengo escapatoria.
—No se agobie —le dije.
—No, no me agobio, doctor, todo lo contrario, por
fin he conseguido encontrar la paz y la tranquilidad. Si me ve ahora, mis
palabras son tranquilas, no estoy nervioso, todo lo contrario. Las palabras de
mi abuela me han reconfortado. Estoy bien.»
Nos miramos y a pesar de tener los ojos edematosos
por la inflamación y la medicación, su mirada denotaba una paz y tranquilidad
que no correspondía al estado tan crítico en el que se encontraba, todo lo
contrario, parecía como si hubiese encontrado ese sosiego que a todos nos
gustaría tener en esos momentos.
No fue la última vez que hablamos, todo lo
contrario, todavía estuvo una temporada en un estado crítico en el que no
podíamos hacer otra cosa que luchar vanamente contra la terrible enfermedad.
Tampoco fue la última vez que refirió que le
habían visitado sus familiares, sobre todo su abuela, a la cual él tenía tanto
cariño y aprecio.
Me contaba en una de las ocasiones que pudimos
charlar que había podido hablar tranquilamente con su abuela en ese período y
que le había dicho que cuando falleciese, irían a acompañarle en el camino al
otro lado. No lo contaba con ansiedad, todo lo contrario, lo hacía con ánimo y
emoción. No mostraba ningún tipo de ansiedad cuando hablaba de ello sino que
parecía más bien un deseo por que aquel trance fuese superado.
Unos días después de la última conversación
falleció. Cuando pregunté cómo había sido, me comentaron que, como era de
esperar, una hemorragia había sido la causa del óbito, pero el compañero al que
le tocó estar en aquellos momentos me comentó que parecía más como si hubiera
entrado en un sueño placentero, más que si hubiera tenido una hemorragia
cataclísmica.
Nunca sabremos si lo que este hombre vivió en
varias ocasiones fue verdad o fruto de su imaginación pero lo que sí es cierto
es que, fuese lo que fuese, hizo que esos últimos momentos de su vida los
viviese de una forma muy, muy distinta a lo que estábamos habituados a
percibir.
EL MIEDO
Desde
luego, todos y cada uno de los casos han tenido una repercusión determinada por
lo que supone cada historia y por lo que se aprende y aprehende de ellas.
En este caso, pude vislumbrar cómo las sensaciones
y miedos más profundos emergen en la persona. Quizás sólo fuese ese miedo
ancestral a la muerte que todos alguna vez hemos tenido.
Se trataba de un hombre de mediana edad, bajito y
muy delgado, una preparación universitaria, que tenía una intervención de
laringe y retirada de los ganglios del cuello además de radioterapia. A pesar
de ello, el tumor siguió avanzando hasta el punto que puso en gran peligro la
vida de forma inminente. Horadaba el tumor la arteria carótida y alguna de las
ramas menores, lo que había provocado una gran úlcera en la región lateral del
cuello que mostraba de una forma marcada la anatomía interna del mismo y que
provocaba sangrados intermitentes de un rojo brillante, como corresponde a la
sangre arterial del cuerpo humano, debido a la oxigenación de la misma. Una vez
que uno la observa, jamás se le olvida.
La lesión ulcerosa la teníamos recubierta por unos
apósitos y cremas, a fin de retrasar el inexorable final que le aguardaba, y no
era raro el sangrado por la misma (que en la mayoría de los casos se cortaba
espontáneamente). Otras veces con algunas medidas simples de compresión o de
caustia o hemostasia del vaso sangrante, conseguíamos prolongar la vida del mismo.
Una vida que no era quizás la más anhelada, pero es la que podíamos
proporcionarle, ya que así nos lo había pedido dicha persona.
No quería morir, eso estaba claro, pero cuando se
reponía de sus cuadros de sangrados, algunos con hipotensiones importantes,
hasta casi la parada cardíaca, me contó una historias con su lenguaje
erigmofónico, o sea, modulando los gases que salían desde su esófago, que
cuando menos me puso todos los vellos de punta.
Recuerdo un día, en esas interminables guardias
hospitalarias, me avisaron porque se había puesto a sangrar profusamente. Me
dispuse con toda celeridad a montar todos los preparativos que teníamos
dispuestos a este fin, encontrándomelo emanando sangre roja pulsátil, que se
derramaba a lo largo y lateralmente a su cuello vendado.
Me dispuse a cortarlo con una tijera de punta
roma, a fin de no causar mas daño, ni erosionar más la herida ulcerada. Al
descubrir dicha lesión me encontré con un gran coágulo de aspecto rojo-ocre,
que latía como un corazón, y por cuyos bordes rezumaba un río de sangre, que se
vertía hacia abajo por acción de la gravedad terrestre.
Me dispuse a quitar el coágulo, la situación era
crítica, la tensión había descendido hasta casi ser imperceptible y la
frecuencia cardíaca hasta casi desaparecer. Al retirarlo, como un resorte,
saltó un chorro de varios centímetros de altura, similar a una fuente del
calibre de una jeringuilla, que latía en una fatal sincronía con los débiles
latidos cardíacos. ¡No daba tiempo a llevarlo a quirófano!
Tras aspirar el contenido sangrante, me dispuse a
clampar con unas pinzas especiales ese vaso sangrante que estaba llevando al
cataclismo al paciente. Los tejidos se rompían como si fuesen de mantequilla,
pero tras varios intentos por encontrar la boquilla del vaso, logré ocluirla
con las pinzas. Procedí a ligar el vaso con un hilo especial y posteriormente a
revisar y limpiar el resto de tejido necrótico ulcerado.
Mediante sueroterapia y medicación, se logró
estabilizar, al menos por esta vez, al paciente, y tras una analítica de
control, tuvimos que transfundirle varias bolsas con sangre.
Después de recobrar la conciencia, me dispuse a
hablar con él. La voz erigmofónica que había aprendido era completamente
entendible, mucho más que en muchas personas que no vocalizan.
Recuerdo que me contaba: «¡Esta vez creía que me
moría! —contaba con gran ansiedad—. Noté un líquido cálido en mi cuello y
después frío en mi espalda y sólo recuerdo ya que mi mujer se acercaba para
llamar al timbre. Súbitamente, todo negro, muy negro. Me encontraba en un
sitio, que no podía decirle dónde era, pero infundía más que respeto. Me dio
como ansiedad, me puse muy nervioso, porque fuese a donde fuese no había nada,
no pisaba suelo, parecía que no me movía.
»Después de un rato, no puedo precisar cuánto,
pude observar una especie de luminosidad. Por fin una luz, pensé, no sabía si
podía acercarme a ella, pero curiosamente vi como si ella se acercara a mí, no
sé cómo explicarlo.»
Su ritmo respiratorio era cada vez más acelerado
porque al tragar aire para poder hablar, podría causar un cuadro de hipocapnia
(o sea, falta de CO2), lo que provocaría entre otras cosas mareos,
contracturas musculares, que en su caso podrían resultar fatales.
«Tranquilícese» —le dije, la verdad sin demasiada
convicción, ya que estaba reviviendo lo que contaba.
No podía permitir que se alterase más, ya que
estaba muy débil y cualquier excitación podría provocar su muerte. Pero él
quería contarlo, quería transmitirlo, no por un morbo indeseado, sino por una
necesidad imperiosa por su parte.
«Una vez en ese sitio –prosiguió, ya un poco más
relajado—, empecé a ver seres deformes, horripilantes, como babosas, medusas
con tentáculos, gusanos gigantes. Todo ello en un magma que dejaba ver a otros
seres aún más tenebrosos. Yo estaba al borde de una especie de precipicio, no
había ni arriba ni abajo, todo muy raro, empezaba tanto a caer como a subir,
acercándome más y más a esos seres, que parecía que querían engullirme.
»Tuve miedo, mucho miedo —sus ojos desorbitados
reflejaban con emoción sus palabras más entrecortadas—, pensé que era mi final.
Ahora estoy aterrado, cada vez que sangro entro en este lúgubre mundo, sé que
acabaré en él.»— volvió de nuevo a respirar aceleradamente y se puso a
llorar—.¡No quiero acabar allí! —repetía sollozando una y otra vez.
«¡Es terrible, es terrible! ¡No puedo explicarlo
con palabras! ¡Ayúdeme, doctor! —decía cogiéndome fuertemente de la bata— ¡Veo
a esos terribles seres cada vez que sangro! ¡Estoy desesperado!»
Cuando uno oye esas palabras, y está con la
persona, no puede quedarse impasible, pero la impotencia que también tiene al
saber que no puede ayudarle, te hace replantearte hasta dónde llegan los logros
médicos. Este hombre, después de varios episodios similares, falleció,
expresando una cara de rigor importante, por una parte no aceptaba el dejar
este mundo y por la otra con imágenes que le atormentaban. Me han recordado
alguna vez la historia que cuentan del rey Felipe II de España, que en el
momento de fallecer decía ver un perro negro terrible que venía a por él.
Hasta ahora las historias que había tenido la
posibilidad de investigar tenían una moraleja alentadora, pero ésta te daba que
pensar, y mucho. ¿Cuál sería la realidad? ¿Las otras historias o ésta? ¿Son
todas alucinaciones? Las respuestas sólo las tendremos al cruzar ese umbral al
que todos, sin excepción, llegaremos más tarde o más temprano, pero espero que
lo que se relata en este caso no sea lo que nos podamos encontrar al "otro
lado".
EL VEHÍCULO
No
todos los casos que se relatan y que vienen a tus manos se investigan en
hospitales, muchos de ellos son recogidos de múltiples maneras, de hecho, éste
tuve la ocasión de poder investigarlo tras dar una charla en una provincia
andaluza hace un tiempo. Tras realizar dicha charla, y como suele ser
frecuente, se acercan personas con inquietudes sobre estos temas, que no han
podido preguntar en público o bien porque su deseo de privacidad conlleva que
sus cuestiones las realicen en privado, una vez que ha concluido la charla.
Como digo, y tras atender a un número de personas,
se me acercó una mujer de mediana edad, con muy buen porte, pero con el
semblante serio, que me pidió hablar en privado. Tras contarme brevemente su
historia, nos citamos para completarla en días posteriores, ya que ésta era de
lo más interesante.
No buscaba publicidad, ni afán de protagonismo,
todo lo contrario, debido a la profesión y al cargo que desempeñaba, intentaba
buscar respuestas ante el hecho que le había acaecido, de una forma privada y
discreta.
Como digo, me relató lo siguiente:
«Debido a un cambio de trabajo de mi marido,
teníamos que trasladarnos a trabajar a otra ciudad, ya que su ascenso nos
obligaba a cambiar de una pequeña ciudad a otra de mayor tamaño, de la cual
éramos oriundos. Tuve que buscar una comisión de servicio dentro del organismo
oficial donde trabajaba a la mayor brevedad posible, sin importarme el puesto,
sino la ciudad de trabajo. Tras no pocas dificultades, pude encontrar ese
puesto que nos permitiría realizar el sueño de tantos años de volver a nuestra
casa.
»Los cuatro miembros de nuestra familia, mi hija,
mi hijo, mi marido y yo, nos trasladábamos con un potente vehículo, que nos
llevaba hacia nuestra nueva vida.
»Era un día soleado, con una temperatura muy
agradable. Yo llevaba entreabierta la ventanilla del coche, a fin de refrescar
un poco el ambiente, era media mañana, no había apenas tráfico y la sensación
de velocidad del vehículo estaba amortiguada por su gran comodidad, pero de
repente, escuché un frenazo y se hizo la oscuridad.
»Lo siguiente que recuerdo es una sala de
hospital, era una especie de habitación con cristaleras y una puerta en el
lateral. Yo estaba con un tubo que se introducía por mi garganta hasta la
tráquea. Escuchaba el sonido rítmico de una máquina que transmitía mis latidos
cardíacos, así como el repiqueteo del saturímetro que medía la cantidad de
oxígeno en mi sangre.
»Podía observar un portasuero que sostenía varios
frascos y bolsas que se prolongaban por un fino tubo de goma hasta la parte
lateral de mi cuello. Notaba perfectamente cómo se introducía unos de los
sueros por dicha zona, produciendo una sensación de quemazón, que si bien no
era demasiado importante, sí añadía otra molestia más a los intensos dolores
que había sufrido tras el accidente.
»No sé cuánto tiempo había pasado allí, las noches
eran iguales que los días, salvo porque las luces estaban más tenues cuando
suponía que era de noche. Yo me encontraba en un constante duermevela, sin
saber qué había pasado en el accidente.
»Recuerdo que hubo un momento donde vi que se
abría la puerta lateral de la habitación, yo apenas podía girar la cabeza
debido al tubo y a la vía de suero que reducía parcialmente el giro de mi
cabeza. Pero pude observar claramente dos figuras que se dibujaban de negro
sobre la blanca luz posterior.
»Se fueron acercando esas figuras humanas y pude
observar que se trataba de dos personas muy conocidas por mí, mi marido y mi
hija. Se fueron acercando cogidos de la mano hasta hacerse claramente visibles
con la luz de la sala. Se acercaron y se reclinaron hacia mi cabeza y noté cómo
me besaron en la frente y me cogieron de la mano.
»Mi marido comenzó a hablar, pero a pesar de que
lo escuchaba perfectamente, pues eran su tono y timbre de voz, algo era
distinto, aunque sabía que era él. No veía que moviese los labios, y su color
de piel también era diferente, más ocre. Mi hija, muy callada, con los ojos
tristes, no se despegaba del padre. Yo no podía hablar ni preguntarle debido a
que tenía el tubo en mi garganta.
»Recuerdo que me llamó por mi nombre y me dijo que
venían a despedirse de mí, que la vida que hubiéramos llevado ya no era
posible. Que le habían permitido ir a despedirse de mí, pero que debían volver.
»Como si estuviese paralizada, no pude hacer nada,
me cogió de la mano, me la apretó y juntos volvieron hacia la puerta. Ésta se
cerró con un destello de luz.
»Yo, recuerdo, tuve un ataque de ansiedad, empecé
a agitarme y de repente toda una pléyade de personas estaban a mi alrededor.
Hablaban entre ellos aceleradamente diciendo que me pusieran atropina (que es
una medicación para cuando el ritmo cardíaco está muy lento, a punto de
pararse).
»Ante este alboroto de personas, yo me encontraba
cada vez más y más mal, con grandes dolores y muy nerviosa por lo que había
vivido.
»Tras ponerme una medicación de aspecto lechoso,
entré en una especie de sueño, y cuando recobré la conciencia, o mejor dicho,
cuando recuerdo claramente, me encontraba ya en la habitación de una de las
plantas del hospital junto a otra enferma. Para mí habían pasado sólo unos
segundos, pero al parecer no era así, sino que un número importante de días
habían transcurrido desde lo que después me pude enterar que fue una parada
cardíaca.
»Con una voz entrecortada, le dije a los
familiares de la paciente que estaba al lado que por favor llamasen a la
enfermera. Así lo hicieron, y ésta vino a hablar conmigo. Le pregunté por mis
hijos y mi marido, que si estaban bien, ante lo cual se calló. Le dije que
quería hablar con ellos, porque había visto a mi hija y mi marido despidiéndose
de mí. Que pensaba que estaban muertos, porque así me lo habían dicho.
»No me hizo mucho caso, salió de la habitación y a
los pocos minutos entró una persona con un pijama verde de quirófano que se
identificó como traumatólogo. Me preguntó cómo estaba, pero yo no dejaba de
preguntar por el estado de mi familia y no atendía a sus cuestiones.
»Pasaron unos días hasta que tuvieron, yo creo, el
valor de comentarme lo sucedido. Me dijeron que tras un importantísimo
accidente mi hija y mi marido habían fallecido en el acto, que sólo mi hijo y
yo estábamos vivos. Mi hijo se encontraba en la sección infantil con diversas
fracturas, pero se encontraba ya fuera de peligro, pero yo había sufrido
múltiples lesiones que hicieron que estuviese un tiempo importante en la UCI,
donde había tenido varias paradas cardio-respiratorias, debido a lo gravísimo
del accidente, ya que estuve en coma unos días y que no sabían si iba a llegar
a despertar.
»Tras contarle a los médicos lo que había vivido,
me dijeron que eso no era posible, que tanto mi hija como mi marido habían
fallecido en el acto, ya que el coche había llevado la peor parte por el sitio
donde ellos se encontraban, y que nosotros por una especie de
"milagro", habíamos sobrevivido en el amasijo de metal en el que se
quedó convertido el vehículo tras el siniestro.
»Tras unos días pude tener el deseado y emotivo
reencuentro con mi hijo. Nos pusimos los dos a llorar, besarnos y a abrazarnos.
Tanto por la alegría de vernos como por la pérdida de los seres perdidos.»
Recuerdo que en aquel momento, la enteriza mujer
se vino totalmente abajo y debo de reconocer que se me pusieron todos los
vellos de puntas y se me escapó alguna lágrima. Desde luego, ¡menuda historia!
Posteriormente prosiguió con su relato.
«Tras muchos días de recuperación, pudieron darme
el alta hospitalaria. Lo primero que hicimos fue ir al cementerio donde
reposaban mi marido y mi hija.
»Lo recuerdo con mucha dureza, pero a la vez, y
aunque parezca raro, con la tranquilidad de que iban a estar bien. ¡Yo los
había visto pues habían venido a despedirse de mí! ¡Eso lo había vivido!»
Tras contarme la alucinante historia que estaba
escuchando de primera mano, le pregunté si su hijo había vivido una situación
similar a la de ella.
«Tal cual no —me comentó—, pero durante varias
noches, había soñado con su hermana y su padre, que le acompañaban a verme al
hospital. Varias veces el mismo sueño, con mucha realidad, me decía mi hijo.
—¿Y después de todo lo que ha pasado se ha vuelto
a repetir la experiencia? —le dije mientras la miraba.
—No —me contestó mientras hacía una pausa—, no me
ha pasado después, tal como la anterior vez que noté que me besaban y me cogían
de la mano. Sí he podido tener sensaciones de que pueden estar ahí, aunque en
una persona de ciencias que soy, lo racionalizo al máximo.
—¿Entonces qué cree que pasó? —le pregunté.
—La verdad es que creo que se me presentaron mi
hija y mi marido, eran tan reales que aún hoy estoy segura de que fue algo
cierto. Yo salí inconsciente del coche y no sabía si ellos estaban vivos o
muertos y no fue hasta muchos días después, y al insistir al médico, cuando me
enteré de que ellos habían fallecido en el siniestro.»
La verdad es que quedo asombrado, una vez más,
cuando escucho estas historias de primera mano. Es algo atípica pero totalmente
asombrosa ya que, después de preguntar, me indicaron que efectivamente ella no
podría saber la suerte de cada uno de los componentes del vehículo, pues estaba
en estado de coma tras el accidente hasta varios días del mismo y no había
constancia de que ella supiera del fallecimiento de su hija y su marido.
LA NIÑA
Me
llama la atención que, a pesar de haber estado varios años trabajando en un
Hospital Infantil, no había tenido la ocasión de poder recoger ningún caso en
estas edades. Por mucho que me afanaba en buscar casos, no tuve la
"fortuna" de poder encontrar ninguno, pero muchas veces la casualidad
o, como digo yo, la causalidad, llama a tu puerta.
Había estado en una charla, en un congreso fuera
de mi lugar habitual, cuando después de la misma se acercó una señora de cierta
edad ya, que me dijo estar muy interesada en contarme el caso que le había
pasado. Ni corto ni perezoso, mientras se celebraba la siguiente charla, nos
fuimos a un saloncito cercano que nos permitía hablar más tranquilos.
«Perdone que le haya abordado así —me comentó—. Es
que de los casos que ha comentado en la charla me he visto reflejada en muchos
de ellos. Lo que le voy a contar me ocurrió hace muchos, muchos años.
»Hace muchos, muchos años, cuando yo era niña,
podría tener unos 8 años o así, cogí unas fiebres, que no sabían de lo que era.
Estuve vomitando muchas veces y me llevaron al hospital. No es como ahora, que
tienen todos los adelantos, sino que era un pequeño hospital en el pueblo de
una provincia donde esa tarde recuerdo que sólo había un par de médicos en las
urgencias.
»Yo estaba muy, muy mareada y de pronto, ya allí,
me desmayé. Debí caer al suelo ya que tenía un chichón muy grande en la zona
lateral derecha de la cabeza.»
»Pues bien —siguió comentándome—, a partir de ahí
empezó mi historia. Pude ver como una espectadora más cómo me recogía el médico
del suelo y me ponía en una camilla, que no son como las de ahora, sino que era
metálica con una sábana blanca encima.
»Mi madre veía que se había asustado mucho y había
empezado a llorar, el médico me puso de lado y rápidamente una enfermera cogió
mi delgado brazo y vi perfectamente cómo me ponía una agujita pequeña metálica
en la vena. No eran como los sueros de ahora, eran distintas. Me ponían una especie
de suero y el médico me auscultaba con su fonendo.
»Tenemos que pasarla dentro —le dijo a mi madre—,
hay que hacerle pruebas.
»Me subieron a una camilla, que hoy en día
parecería más bien la de una película de terror, y me llevaron a una sala muy
grande con muchos enfermos, me pusieron en una cama de las que salen en las
películas de hospitales antiguos y rodearon con biombos la misma.
»De pronto me vi en otro sitio, era como una
especie de patio donde había muchos niños que entraban en dos puertas. Lo que
sí recuerdo es que a pesar de haber muchos niños, no se escuchaba ningún ruido,
estaba todo en completo silencio y además todos estaban muy serios. Parecía
como cuando estaba en el colegio de monjas y nos hacían formar todas las
mañanas antes de entrar a clase, que no nos permitían hablar ni una palabra.
Parecía en aquellos momentos que estábamos como de procesión.
»Yo me encontraba en una de las filas, andando a
un paso rítmico hacia una de las puertas, no se veía lo que había más allá de
ellas por mucho que me acercase a la misma.
»Una vez en el quicio de la puerta, seguía sin ver
qué es lo que había más allá de la misma, pero como si me empujasen, traspasé
el umbral, y cuál fue mi sorpresa, cuando me encontré en la cocina de mi casa,
en la que vivía. Era una de esas cocinas antiguas que eran muy grandes, de
azulejos blancos hasta media altura. El edificio era de principios de siglo XX,
con los techos muy altos, mucho más que en los que vivimos ahora, muros sólidos
y gruesos que nos aislaban de los ruidos, que eran pocos por aquel entonces,
pero sobre todo del frío en invierno y del tórrido calor en verano. Mis padres
lo habían adquirido al trasladarse desde la ciudad, pocos años antes de nacer
yo.
»Lo único que me llamaba la atención era que tenía
otra puerta en la habitación que ahora no se encontraba allí. Me dirigí hacia
ella y era como una especie de habitación, como una alacena pero mucho más
grande, llena de estanterías y una especie de tablón que colgaba de la pared.
No reconocía para nada esa habitación, jamás la había visto y tampoco me había
hablado nadie de ella. Me resultó muy llamativa porque no tenía ventanas, sólo
un pequeño hueco en la parte lateral de la misma y un cable con una bombilla
colgando.
»Después de esta inesperada visita por casa, me
desperté en el hospital, acompañada de mis padres y con una aguja en el brazo
que me hacía mucho daño.
»Aunque estaba despierta, recuerdo que me dolía
mucho la cabeza, estaba algo mareada, pero tenía menos frío, lo que me hace
suponer que esas fiebres habían descendido.
»A pesar de estar mejor, me dejaron varios días
ingresada, donde se turnaban para acompañarme mi madre y mi tía. Hablaron
incluso de trasladarme a la capital, pero como iba mejorando y ya que las
carreteras en esos tiempos no eran muy buenas, prefirieron dejarme allí.
»Tras unos días ingresada, como digo, me dieron el
alta, pero me dijeron que aún debía guardar cama durante un tiempo, ya que
tenía un problema en la sangre que se mejoraba con el reposo en cama.
»Como puede imaginar, a pesar de los esfuerzos de
mis padres y mi tía para que me quedase en cama, tenía 8 años y una mente
inquieta.
»Les conté a mis padres el "sueño tan
raro" que había tenido mientras estaba ingresada, pero al menos la primera
vez no hicieron demasiado caso sobre el mismo.
»A pesar de haber insistido una y otra vez en que
existía una habitación en la cocina, no me hacían caso. Todas mis demandas
sobre buscarla caían una y otra vez en saco roto.
»No fue hasta unos años después, cuando se planteó
hacer reforma en la casa, cuando se habló de remodelar completamente algunas de
las habitaciones, entre ellas la cocina.
»Yo no veía el momento de que tirasen el muro
donde suponía que podía estar, pero al derribar los azulejos para cambiarlos,
nada apareció.
»La casa tenía unos gruesos muros, que permitían
hacer hasta un poyete donde se dejaban enfriar los dulces caseros que en
aquella época mi madre tenía costumbre de hornear.
»Pues yo, ni corta ni perezosa, aprovechando que
los obreros no habían llegado aún, cogí el martillo más grande que habían
dejado allí y me puse a pegar golpes como una posesa sobre el lugar donde había
visto la habitación adyacente durante mi experiencia en el hospital.
»No pude pegar muchos golpes, porque mi padre se
levantó apresuradamente quedándose perplejo a ver a su hija pegando golpes
contra una pared. Recuerdo que mi padre me dijo que qué era lo que hacía. Yo le
dije, de nuevo, que allí detrás de aquel muro había una habitación.
»Mi padre me miró y con voz seria, me llamó por mi
nombre, y me dijo que por qué seguía con ello, que tras esos muros no había
nada, me envió a mi cuarto, yéndome a regañadientes.
»Cuando llegaron los obreros, en contra de lo que
esperaba, mi padre me llamó y delante de ellos, le dijo a uno que picase un
poco en la pared que a la que yo me refería. Así lo hizo, con unos cuantos
golpes secos, se abrió un agujero en el grueso muro. Se miraron entre ellos,
viendo cómo a mi padre se le abrían los ojos. Intentó mirar en su interior pero
la negrura lo impedía. Inmediatamente ordenó que ampliasen el hueco y abriesen
una entrada.
»No tardaron mucho, ya que parecía como si la
pared fuera de otro material más blando que de lo que estaba hecho el resto de
la casa.
»Una vez abierta la oquedad, entraron mi padre y
uno de los trabajadores, yo podía observarles atónita desde la cocina. Con la
iluminación que llevaban, podía ver una pequeña habitación, muy similar a la
que yo había visto, que además lo que yo interpreté como un tablón adherido a
la pared, después pudimos ver que era un camastro.
»Tras un rato me permitieron entrar en la
habitación. Habían pasado un cable con una bombilla y se podía ver
perfectamente dentro de ella. Era un anexo a la cocina, posiblemente una
alacena donde se guardaban los imperecederos de la época pero que por motivos
que en aquellos momentos no sabía, se había tapiado.
»Posteriormente, mis padres lo convirtieron en una
alacena anexa a la cocina, donde podíamos guardar muchísimas cosas, no
solamente los alimentos, sino posteriormente fue el lugar donde se dispuso la
lavadora y una segunda nevera.
»Pasaron los años y cuando ya fui mayor, me
propuse investigar el motivo del tapiado de la habitación. Tras muchas y arduas
investigaciones di con uno de los descendientes de los antiguos dueños de la
casa. Me comentaron que durante la guerra se escondió allí un familiar que
había desertado del ejército y que por miedo a la represalia no salía de allí.
Que estuvo varios años detrás de un gran mueble de madera, un reducido hueco
por donde se pasaban los alimentos y se eliminaba el cubo con los excrementos y
se le administraba agua para su aseo.
»Después de la guerra, para que no hubiese
preguntas ni problemas, se tapió totalmente la habitación para que no pudiesen
implicar a la familia con personas que refugiaban a desertores.
»Le expliqué lo que me había ocurrido y dicha
familiar me comentó que lo de la habitación lo mantenían en secreto y que nadie
lo sabía, ya que desde la calle no se apreciaba, y por miedo a que un
"chivatazo" hiciese peligrar no sólo al refugiado sino a toda la
familia que lo cobijaba.
»Como comprenderá me quedé asombrada cuando pude
comprobar toda la historia, aunque no he sabido nunca la identidad del
refugiado.»
En la sala en la que estábamos, poco a poco, sin
darnos cuenta, se habían adherido a escuchar el relato un grupo de personas que
estaban como, yo más pendientes de no perder el hilo de la historia que del
entorno.
Cuando le pregunté qué es lo que le había supuesto
el poder vivir e investigar esta historia durante esta dilatada época, me comentó
que para ella era la confirmación que hay algo además de esta vida, ya que
ellos venían de fuera y que jamás había escuchado historia de personas
emparedadas voluntariamente debido a los injustos avatares de la guerra.
Como digo en muchas otras ocasiones, esta persona
no iba con ningún tipo de afán, y es más, aunque me dio permiso para
difundirla, no quería ningún tipo de publicidad, sino sólo que alguien afín
conociese la historia.
He intentado buscar muchas explicaciones sobre lo
que le ocurrió a esta persona cuando tenía ocho años y la verdad es que, por
mucho que intento buscar una respuesta lógica y coherente, no la encuentro.
Cuando menos, te deja pensativo, aún más cuando esta persona me afirmaba que
era una de las pocas veces que lo había contado, que sólo su familia y algunos
amigos conocía su historia y que era la primera vez que lo contaba a un
investigador. Yo se lo agradecí, porque son testimonios como éste los que hacen
que te animes a realizar nuevas investigaciones y a proseguir las que llevan ya
unos años realizándose.
LA TAROTISTA
Los
casos y las historias surgen muchas veces en los lugares más insospechados, y
muchas veces el poder conocer historias de este tipo, sólo depende de la
receptividad que uno ponga.
Tras escuchar una charla sobre temas paranormales,
tuve la ocasión de hablar con un grupo de personas de entre los cuales una de
ellas era una mujer que se dedicaba a lo que coloquialmente se llama
"echar las cartas".
Ella decía ser tarotista desde hace más de 30
años, pero seguía diciendo que las cartas son para orientar a las personas, no
para que lo tomen al pie de la letra.
Empezamos a hablar de diversos temas paranormales,
de entre los cuales surgió la cuestión de las llamadas experiencias cercanas a
la muerte, sobre las investigaciones nuevas en este ámbito y sobre cómo no es
tan infrecuente como muchas veces nos han hecho creer, y que hay muchas
personas que por modestia, timidez o miedo al ridículo, no han querido
contarlas. Historias interesantísimas que seguramente se pierdan en la de la
biografía privada de la persona.
Esta persona empezó a comentar una historia,
acaecida ya hace muchos años, después de un embarazo de uno de sus hijos tuvo
dicha experiencia. Es curioso, porque esta historia que me contó esta persona
me la han referido en múltiples ocasiones, y más o menos de la misma forma:
«Hace unos años, estaba embarazada de uno de mis
hijos, cuando estaba con las contracciones del parto, me trasladé al Hospital
Materno para dar a luz. Para mí no era una experiencia nueva, ya que había
tenido otros hijos, que aunque fueron bien, no quita que estuviese preocupada
por lo doloroso que era. En aquellos tiempos, no existía la anestesia epidural,
o si existía, desde luego, no se le aplicaba a nadie. La cesárea programada, como
existe ahora, tampoco. Como mucho un suero, unos analgésicos y mucha fuerza de
voluntad.
»No era raro el familiar o la amiga que cuando
tenías los "dolores del parto" te preparaba un bocadillo para que,
según ellos, aguantases mejor el mismo. Sin tener en cuenta que en caso de
urgencia en la extracción del infante, corrían un gran riesgo la madre y el
niño. Yo hacía caso omiso a ello, ya que lo menos que deseaba en esos momentos
era comer, y menos mal que así lo hice, porque si no no sé qué habría pasado.
»Esta vez, como digo, me trasladé al Hospital. Las
contracciones cada vez eran más frecuentes e intensas, pero no como las
recordaba de otras ocasiones, eran totalmente distintas. Esta vez me dolía
también a la altura del costado derecho y era como si algo no fuese bien.
»Recuerdo que estaba ya en el paritorio, porque la
dilatación del cuello uterino era importante, pero me encontraba muy mal,
mareada, con náuseas y dolores distintos a los del parto. Estaba rodeada por
varias matronas, que habían puesto alrededor de mi abdomen unas cintas que
conectaban con unos monitores que medían el nivel de la contracción del parto y
la frecuencia cardíaca del niño.
»Frunció el ceño una de las matronas cuando
observó la tira de papel que salía del monitor. Lo último que recuerdo es que
dijo: ¡Llama rápidamente al médico! Ya no recuerdo más.
»Como en un cambio de cámara de una película, vi
una fuerte luz y observé cómo veía ahora a las matronas de espaldas. En la
camilla del paritorio me encontraba yo. ¡No entendía nada! ¿Cómo podía verme
desde fuera?
»Ya no tenía dolores, y podía moverme libremente
por la sala sin que ninguna de las personas que estaban allí se percatasen de
mi presencia.
»Entró en la sala, dando un bamboleo en la puerta
metálica, un hombre de mediana edad, calvo, con pelo rizado como la
"corona de César", que nada más entrar preguntó con voz alta y firme
qué es lo que pasaba.
»Una de las varias matronas que ya estaban allí,
le enseñó rápidamente la tira de papel donde al parecer habían detectado alguna
anomalía. Recuerdo que hablaron de un tal "Vip o Dip", y en seguida
dijo el médico que para quirófano. Por lo visto según me enteré después no
había dilatado lo suficiente.
»Pues salieron dos de las matronas, mientras otra
se quedaba conmigo y me tomaba la tensión arterial.
»Pude observar mi cuerpo inerte, con algo metido
en la boca con un agujero para que pudiese respirar.
»Vinieron dos hombres con una camilla, supongo que
celadores y de la sábana donde reposaba, la levantaron y me pusieron en la
misma.
»Por un pasillo muy largo me llevaban, yo los veía
pero no desde abajo, sino desde arriba. Observaba mi cuerpo desde arriba, yendo
a la par del mismo, con uno de los celadores en la parte posterior y el otro en
el lateral derecho.
»Las dos personas que me desplazaban en la
camilla, se pusieron algo en la cabeza y atravesamos otra nueva puerta. Pero
esta vez noté cómo pasaba entre las paredes del arco superior del quicio de la
misma. Con la misma facilidad que la brisa del aire pasa por una ventana.
»Cogieron mi cuerpo y lo trasladaron a otra en la
sala, que interpreté que era la de un quirófano porque había ya personal con el
pelo tapado y mascarillas de la época cubriendo su nariz y boca.
»Llegaron dos hombres, que se enfundaron unas
batas verdes y otro que se puso en mi cabecero, con una mascarilla primero y
luego me introdujo un tubo por la garganta.
»Yo tenía una visión superior, como si me
desplazara cual "jirafa de cámara" por toda la sala.
»Vi cómo me realizaban una incisión uno de los que
yo posteriormente interpreté como ginecólogo debajo del ombligo, y
posteriormente extrajeron a mi hijo. Estaba abotargado, de color ceniza, y
parecía como hinchado. Cortaron el cordón umbilical que le rodeaba cual soga al
cuello y tras unas maniobras por parte de los médicos el niño empezó a llorar,
de una forma desesperada.
»Observé cómo lo lavaban y lo envolvían en una
pequeña sabanita y mantita dejando solamente su cabecita fuera.
»Lo que sí me resultó muy llamativo es que, aunque
yo me observaba desde fuera, cuando empezaron a coserme la herida quirúrgica
notaba perfectamente cómo me punzaban los puntos que me estaban aplicando.
»Poco a poco, como el que entra en una neblina, se
fueron difuminando las imágenes y me desperté en una habitación del hospital,
con una cunita al lado en la que se encontraba mi hijo.»
Ante esta historia, desde luego cabía preguntar si
había indagado sobre los detalles de la misma y me contestó lo siguiente:
«Después de unos días, en los que me había
recuperado un poco, me dispuse a enterarme de todos los detalles de lo que
había ocurrido. Algunos ya me los habían adelantado, como era la "vuelta
de cordón" de mi hijo. Pero otros no lo sabía. Así que me dispuse a
preguntar por ese médico sin pelo, y me dijeron que ese día el médico que me
había atendido era tal y como yo lo recordaba. Pero yo no lo había visto antes
y tampoco lo vi después. Además me estuvieron explicando que lo que vio la
enfermera en el monitor era lo que se llamaba D.I.P. 3, o sea, una forma de
sufrimiento fetal que se observa en los monitores y era lo que yo había
escuchado que hablaron la matrona y el médico. Se debía a la fuerza que el
cordón umbilical hace sobre el cuello del niño ante las contracciones uterinas,
y que puede provocar hasta la muerte del mismo.
»Lo demás de la historia del quirófano y la
cesárea, ocurrió tal y como lo vi, pero yo no estaba consciente, perdí la
consciencia en el paritorio. Todo era de verdad, muy de verdad.»
La verdad es que toda la historia me resultaba muy
llamativa, sobre todo porque no era la primera vez que me contaban algo
similar, recuerdo otro caso de una amiga de la familia, la cual contaba en el
nacimiento de su hija una historia muy parecida. Quizás sin tantos detalles,
pero la trama general era prácticamente la misma.
Posteriormente, he tenido la ocasión de que varias
mujeres me hayan contado prácticamente la misma historia. Parece como si algo
ocurriese en ese momento que hace que la futura madre pueda percibir ciertas
cosas que todavía no somos capaces de explicar con nuestra ciencia médica.
LA MÉDIUM
Son
muy variados los casos y los seres que viven una de estas experiencias ECM. No
sólo en las edades, sino en las idiosincrasias y circunstancias donde las
viven.
No solamente lo hacen en entornos hospitalarios
por importantes enfermedades o accidentes sino que en cualquier momento se
puede dar una de estas situaciones. Las circunstancias donde se presentan son
múltiples y variadas, como el caso que tuve ocasión de recoger, esta vez por
simple casualidad, ya que estaba contando la historia a un grupo de personas
entre las que no me encontraba, pero que en cuanto escuché el tema que se
trataba, no pude más que poner atención y posteriormente entrevistarme con la
persona que lo había vivido.
Unos días después de que pudiera escuchar la historia,
pude entrevistarme con esta mujer, que era de mediana edad, y que me comentó
que a pesar de tener su profesión, practicaba la mediumnidad de forma asidua
desde hacía muchos años.
«¿Cómo empezaste a practicar la mediumnidad? —le
pregunté—. Tu profesión es muy distinta a ésta y una persona de tu profesión
parece contraponerse con estas prácticas.»
«Desde jovencita —me contestó—, ya que sufrí un
grave accidente, y he tenido la posibilidad y la certeza de saber que hay seres
que viven más allá de la vida terrenal que nosotros llevamos, están en otro
plano o dimensión que nosotros no podemos entender bien todavía, pero es como
la teoría de las membranas que está tan en boga ahora, de vez en cuando estos
mundos conectan de una forma muy especial y personas como yo podemos contactar
con estos seres de una forma habitual, siempre y cuando ellos quieran.»
La estaba escuchando atentamente, desde hace mucho
tiempo conocía la llamada "doctrina espirista" que Allan Kardec, o
mejor dicho Hipólito León, había defendido durante el siglo XIX. Son muchos sus
seguidores que siguen defendiendo sus tesis, al igual que la señora que tenía
enfrente, que estaba completamente convencida de ello.
«Le cuento lo que me sucedió —comenzó a relatar—.
Un día recibí una llamada de un amigo, que había perdido a un familiar muy
cercano, su abuelo, con el que tenía una relación muy especial. Me comentaba
que estaba bastante desanimado, llegando casi a la depresión ya que la
sensación de vacío que sentía ante su falta era tan grande que no podía
reincorporarse a su puesto laboral y que en su vida personal le estaba
afectando de sobremanera. Me pidió si podíamos realizar en los días próximos
alguna sesión a fin de intentar contactar con este familiar tan allegado.
»En ese momento, no sabía cómo tenía los días
próximos, así que le dije que lo llamaría e intentaría hacerle un hueco, ya que
estas sesiones, entre preparativos y demás, se suelen prolongar durante varias
horas, que no era como llamar por teléfono sino que resultaba mucho más complicado.
»Después de unos días concertamos una fecha en la
que pudiese realizar esa sesión, ya que por motivos laborales, la tuvimos que
demorar hasta el fin de semana más próximo.
»Una vez allí, nos dispusimos alrededor de una
mesa redonda, donde realizo normalmente las sesiones. Un pequeño grupo de
personas conformaban la sesión, además de este hombre que me había pedido que
la realizásemos.
»Para hacerla le pedí que trajese algo personal de
su abuelo y que, si era posible, que los relacionase a los dos. Así lo hizo,
trajo un reloj de pulsera que le había regalado por su mayoría de edad. Uno de
esos relojes de mitad de los años 50 del siglo XX, con largas manecillas
plateadas, una esfera ya de un color inespecífico por el paso del tiempo, y con
su rueda lateral para darle cuerda a diario, algo anacrónico en el día de hoy.
»Cerré los ojos, nos cogimos de la mano, cerrando
un círculo de energía. La luz era tenue, había una música suave que nos
sirviese para la relajación.
»Teníamos el reloj y una grabadora en la mesa,
para después poder revisar lo que había sucedido, si es que sucedía algo, ya
que no en pocas ocasiones no ocurría nada en especial.
»Recuerdo que invoqué al espíritu del abuelo de la
persona que había pedido la sesión, es lo último que recuerdo, todo empezó a
darme vueltas y de repente me vi metida en un túnel con una luz al final, me
desplazaba flotando, llegué en poco tiempo, y allí vi unos seres de aspecto
antropomorfo con una luminosidad muy especial. Había una oquedad, parecida a la
de una puerta, por la que pasé, una vez allí pude observar a personas con
rasgos serios que estaban guardando una fila para lo que pude percibir que era
una especie de puesto de alimentación, donde con una gran perola, se alimentaba
al incontable número de personas que estaban allí.
»Después vi cómo una de estas personas llevaba un
pequeño recipiente metálico, parecido a una batea, pero más profunda y con asa,
y también un mendrugo de pan que le habían dado en el a la sazón comedor
social.
»Se sentaba en los escalones de un semi derruido
edificio. Después de comer, se acercaba a una fuente próxima que se encontraba
al final de una calle irregularmente empedrada, donde bebía agua y enjuagaba su
recipiente.
»De nuevo volví a encontrarme en la sala donde se
hallaban estos seres con esa luminosidad tan especial, y como si retrocediese,
estaba en el túnel, alejándome de la luz, y en poco tiempo volví a abrir los
ojos. Me encontraba tumbada entre varias sillas, una persona me tomaba el pulso
y otra intentaba darme aire con unos folios.
»Yo empecé a hablar preguntando qué es lo que
había pasado. Se miraron entre ellos, y por fin el primero habló.
"Menudo susto —comentó—, creíamos que te
morías. Después de una sesión muy gratificante para él, empezaste a
convulsionar, te desplomaste hacia delante, caíste sobre la mesa y al tomarte
el pulso, durante unos segundos lo tenías tan lento e imperceptible que pensaba
que ibas a tener una parada cardíaca. Incluso tu piel cambió de color, se puso
lívida y menos mal que aquí había una persona que sabía primeros auxilios y te
metió algo en la boca, porque salían ruidos raros de tu boca, como si no
pudieses respirar. ¡Menudo susto!"
»Después de unos minutos, ya me encontraba bien, y
empezaron a decirme lo que había sucedido durante la sesión, pero era
totalmente distinto a lo que yo recordaba. Al parecer, estuve hablando por boca
de su abuelo, con algunas referencias personales y tranquilizándole de que
estaba en un lugar donde se encontraba muy bien, aunque era muy distinto a
éste. Le reconfortó mucho toda la sesión. Posteriormente pude escuchar la
grabación y eso es lo que había contado.
»Después le relaté lo que yo recordaba de ese
lapso de tiempo, esa aventura de los seres y de aquel muchacho. Recuerdo
todavía la cara desencajada de la persona que había promocionado la sesión.
Después de contarle toda la historia y permanecer callado, empezó a hablar.
"Pero, pero—dijo con voz temblorosa—... Eso
es lo que contaba literalmente mi abuelo en los tiempos de postguerra. Que iba
a un comedor social con su jarro, le daban una sopa y un mendrugo de pan,
después de esperar una interminable cola. Que se iba a comerla a la escalinata
del derruido ayuntamiento y que posteriormente subía a la fuente alta por una
calle empedrada y allí lavaba el envase y bebía agua, un día tras otro durante
mucho, mucho tiempo. ¡¿Y usted, cómo lo sabe?!" —me dijo perplejo.
"Yo no sabía en aquel momento de quién se
trataba, pero creo que es la prueba fehaciente de que la persona que se ha
manifestado y que hemos grabado era tu abuelo. Esto que yo he visto no es más
que la forma que ha tenido de corroborártelo para que te quedes más
tranquilo."
»Recuerdo que me dio un gran abrazo y se puso a
llorar sobre mi hombro como un niño. Me dijo que era de alegría, de saber que
su abuelo estaba bien.»
Después de escuchar toda la historia, le pregunté
que cuántas personas estaban en la sesión, me dijo que unas seis o siete,
incluso me dijo algunos nombres de ellas. También fruto de los hados, conocía a
uno de ellos, por lo que me puse en contacto con él, para ver si podía
corroborarme o desmentirme dicho relato. Cuál no sería mi sorpresa cuando me
dijo que todo lo que me habían contado, lo había vivido de primera mano, que
todo era verdad y que le había impactado y marcado de por vida esa experiencia.
Que realmente había tenido un síncope importante y que si no la hubiesen
atendido rápidamente, no sabe lo que habría pasado con ella.
Después de estas palabras la verdad es que me
quedé muy pensativo, ya que era otro de esos casos que no podría ser explicado
por la ciencia, aunque sí tengo que decir que me hubiera gustado estar en esa
sesión para haberlo presenciado de primera mano y así tener más objetos de
valoración personal.
LA ABOGADA
Independiente
de la profesión que se tenga, cuando acaece una ECM, la persona la vive de una
forma determinada, cada uno con su idiosincrasia y personalidad. No hay dos
casos iguales, aunque hayan vivido experiencias similares.
En este caso, una profesional del derecho se iba a
presentar a uno de los interrogantes más grandes que se pueden encontrar, como
es si hay vida después de ésta. No sé si encontró la respuesta pero lo que le
sucedió desde luego le ha cambiado su existencia.
Como he comentado antes, la protagonista es una
mujer que se dedica a ejercer la abogacía, ya con amplia experiencia, que se
pasa media vida entre el despacho y los distintos juzgados. Una vida acelerada
con mucho estrés que hace que apure los tiempos entre los desplazamientos de un
lugar a otro a fin de aprovechar mejor el tiempo.
Como costumbre tenía el subir y bajar las
escaleras tanto de su domicilio como las del despacho, a fin de poder, según
ella, paliar la falta de ejercicio, que por su vida ajetreada no podía realizar
de forma asidua.
En una de ésas, mientras se disponía a bajar por
las escaleras del despacho, vestida con un traje chaqueta y unos zapatos con
medio tacón, cargada como siempre con su maletín al hombro, que portaba los
documentos necesarios para el juicio de esa mañana, calculó mal y dio un
traspiés en uno de los primeros escalones, volteándose por la escalera cual
peonza, sin poder asirse a la barandilla de la misma. Tal fue el golpe y el
grito que pegó que los vecinos salieron a ver lo que pasaba, y llamaron por
suerte para ella al servicio de urgencias 061.
Se presentaron en tan sólo unos minutos, porque
según me comentó que le había dicho una vecina, aparte de una pierna que
claramente estaba fracturada, se había hecho una gran brecha en la parte
lateral medial izquierda de la cabeza, que hacía que su pelo castaño se
transformase en ocre granate, dejando un charco en el rellano de la escalera
donde había aterrizado.
Llegaron los efectivos de urgencias con su clásico
mono naranja y, en seguida, tras una evaluación rápida, inmovilizaron su cuello
y la pierna, trasladándola hasta la ambulancia que se encontraba subida a la
acera de la calle, tan sólo a unos pocos metros del portal, a fin de no
obstaculizar el tráfico de una concurrida calle céntrica.
Una vez en la ambulancia, dispuesta ya sobre la
camilla, le aplicaron un suero pinchándole en el brazo, unos electrodos sobre
su pecho y le tomaron la tensión. Recordaba que le limpiaron las heridas y
pusieron un apósito sobre la brecha sangrante. No coordinaba bien sino que se
encontraba bastante aturdida y mareada, casi no podía hablar, sintiendo un gran
dolor en la pierna, en la zona costal, y sobre todo en la cabeza.
«Recuerdo que empezó a moverse la ambulancia, y es
allí donde comenzó todo —me explicaba— . Empecé a ver cómo el enfermero y el
médico intentaban que no siguiese sangrando por la cabeza. ¡Pero no los veía
desde los pies de la camilla! ¡Era como si estuviese de pie! ¡Todo era muy
nítido!
»No me asusté, pero me chocó mucho, podía verme
perfectamente, al igual que al resto del habitáculo de la ambulancia. Incluso
pude percibir cómo el suero se movía al unísono de las curvas que tomaba el
conductor del vehículo.
»Escuché que el médico estaba preocupado porque la
tensión la tenía muy baja y la saturación de oxígeno (que es el oxígeno que
llega a la sangre) estaba descendiendo lentamente. Decía que si no era
necesario intentaría llegar, pero que si no, tendría que intubarme.
»Dio una orden al enfermero para que me pusiese
una medicación y que el suero me lo pasase "a chorro", a ver si de
esa forma "remontaba", pero no, yo escuchaba las campanas de alarma
de los monitores que iban tornándose más lentas, más intensas y con un tono más
grave.
»Lo último que recuerdo dentro de la ambulancia es
que el médico dijo: "Vamos a tener que intubar".
»Me llamó mucho la atención que aunque era mi
cuerpo el que estaba allí —podía verme tumbada con mi vestido—, no sentía
ninguna sensación de angustia ni miedo.
»Después de esto, como desde un satélite fui
viendo cómo la ambulancia se desplazaba con la sirena repiqueteando por las
concurridas calles de la ciudad, que aunque no era hora punta, solían tener un
tráfico bastante intenso a cualquier hora del día, durante los días laborables,
totalmente al contrario de los festivos en que no se celebrase ningún evento,
en donde a ciertas horas parecían las calles de una ciudad fantasma o tras
haber sufrido un holocausto nuclear.
»Como digo, vi primeramente alejarse a la
ambulancia, después podía distinguir el entresijo de calles del centro de la
ciudad, luego la ciudad y así siguió hasta que pude ver todo el planeta. Me
recuerda ahora a las aplicaciones de ciertos programas informáticos donde uno
se puede desplazar a lo largo de toda la geografía mundial hasta obtener unos
detalles importantes del lugar que desea. Muy, muy parecido, pero en sentido
inverso al que lo hacemos con esas aplicaciones.
»Me sentía en estado de ingravidez, podía girarme
y ver la magnificencia del espacio con una pléyade de estrellas, muy superior a
las que cualquier persona pudiese observar en la mejor noche desde la Tierra.
»Poco a poco, noté cómo me desplazaba a lo largo
del espacio. Nuestro planeta se alejaba, al igual que nuestra compañera de
viaje, la luna.
»Un desplazamiento que cada vez notaba más y más
veloz, hasta que llegó un momento que pasaban estrellas y después galaxias de
todos los tipos y formas, similar a como lo hacían los postes de teléfono en
los viajes en tren cuando éramos pequeños.
»Después de todo esto, la nada. Ni luz, ni ninguna
otra percepción. Por mucho que intentaba percibir algo, no había nada. Ninguno
de los sentidos que tenemos podían percibir nada, sólo yo conmigo misma.
»Al igual que como empecé, comenzaron a pasar
galaxias, estrellas y todo tipo de cuerpos estelares, hasta que de nuevo volví
a observar nuestro planeta.
»Comencé a acercarme de una manera mucho más
lenta, como si me fuese frenando poco a poco, de esta forma pude constatar la
geografía tan familiar de la ciudad donde vivo.
»Como si me empujasen, recuerdo haber despertado
con un espasmo de tos y un arqueamiento del cuerpo. Pude ver que me encontraba
en una de las plantas del hospital, con el pie asido a un soporte de pesas que
posteriormente supe que era para contrarrestar la fractura que tenía, así como
un vendaje en todo el rededor de la cabeza, con un gran abollonamiento de gasas
y compresas en la región donde me había hecho la brecha.
»Continuaba con un gran dolor, tanto en la pierna
como en la cabeza, me resultaba muy curioso que mientras estaba viviendo la
otra experiencia no sintiese ningún tipo de sensación dolorosa, todo lo
contrario, notaba una paz y tranquilidad totalmente contrapuestas a la
situación que estaba viviendo. Fueron todavía muchos los días que estuve
ingresada y las pruebas que me tuvieron que realizar, para valorar que no
hiciese ningún hematoma intracraneal que pusiese en peligro mi vida, ya que
según me explicaron, en la ambulancia había sufrido una parada cardíaca y
habían tenido cierta dificultad para revertirla, por un momento, según me
dijeron después estuve a punto de no poder volver a este mundo.
—¿Volver? —le pregunté— ¿Qué crees que te pasó?
—No lo creo, lo sé —me dijo con voz firme—. Sé que
he estado en otra dimensión que no es ésta que nosotros habitamos, eran
demasiados los detalles que después he tenido la ocasión de constatar. Lo único
que siento es que en aquellos momentos que no percibía nada, estaba en un
estado de paz y tranquilidad que hacía mucho, mucho tiempo, que por causas
laborales y personales no sentía. Es más, yo diría que esa sensación jamás la
había sentido. No lo puedo explicar con palabras, pero si lo tengo que hacer,
sería definir el momento mejor de tu vida, pero aumentado, con mucha más
intensidad y calidad. ¡Ojalá vuelva a sentirlo! No es comparable a nada que
haya tenido la ocasión de vivir ni de percibir.
»Es más, creo que ese lugar donde estaba era sólo
el principio a un nuevo mundo. Seguramente totalmente distinto al que estamos
acostumbrados a vivir, con nuevas sensaciones.
—¿En qué te basas? —le pregunté.
—Recuerdo que justo antes de realizar ese peculiar
viaje de vuelta, yo notaba cómo me desplazaba, aunque no tenía referencias, es
más, esa sensación de la que te hablo que para mí es tan difícil de describir,
iba "in crescendo", por lo cual siento que era el paso a otra
situación mucho mejor.
—Y ahora, ¿cómo te planteas la vida?
—Uy, de una manera muy distinta. Sigo con mi labor
profesional, pero he levantado el pie del acelerador. Tengo un horario mucho
más flexible que me permite tener muchas más horas libres y sobre todo tiempo
para mí.
»En el terreno personal, he conocido a una
persona, también por casualidad, en rehabilitación, con la cual comparto no
sólo esas sesiones, sino que parecemos dos gotas de agua. Él no tuvo una ECM,
pero sí un accidente que ha hecho que valore más otras cosas que su trabajo, ya
que vivía, al igual que yo, por y para él.»
Después de todo lo que me contó esta persona,
decía que para nada le interesaba ningún tipo de publicidad, aunque no le
importaba que se divulgase su caso, ya que creía que podría ayudar a muchas
personas, pero sí me recalcó que por mucho que yo la escuchase y ella me lo
contase con todo lujo de detalles, no podría trasmitir todo lo que había
sentido durante la experiencia.
Desde luego, lo que sí transmitía era calma y paz,
de la cual comentaba que adolecía anteriormente. Su vida, si bien no había dado
un giro de 180º, sí había tenido los suficientes cambios para lograr una
existencia distinta y, como ella me decía, más plena.
EL ARQUITECTO
Muchas
veces, las consultas médicas se convierten en mucho más que un lugar para realizar
el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades. Posiblemente por mi concepto
sobre la medicina, pensaba que había que llegar siempre más allá de un mero
formalismo en la relación médico-paciente. Gracias a ello, he tenido ocasión de
conocer tanto personas como vivencias que de otra forma hubiera sido difícil
que hubiera conocido.
A pesar del trabajo tan delicado, de una forma u
otra, acababa intercambiado muchos conocimientos y experiencias, muchas de
ellas muy interesantes.
Pacientes de todo lo largo de la geografía acudían
con las más dispares patologías, pero también con las historias más asombrosas
que he escuchado. Muchas veces más que una consulta parecía un confesionario
donde las personas vertían sus experiencias vitales.
Éste es uno de los casos donde, después de varias
consultas, estuve hablando con un paciente sobre diversos temas y, cuando salió
el de las ECM, recuerdo que me dijo que él había tenido una, que si quería me
la contaba. ¿Cómo me iba a oponer? Todo lo contrario, estaba deseando que me la
contase.
«Cuando yo acabé arquitectura —comenzó contándome—
me tuve que ir fuera, porque aquí las cosas estaban muy complicadas para
alguien que empieza. Así que como no tenía cargas familiares y sí muchas ganas
de trabajar, me dispuse a realizar un proyecto que para mí no era lo más
deseable, pero que me daría una experiencia y un dinero que me vendrían muy
bien.
»Era y sigo siendo partidario de visitar y estar a
pie de obra y que no pase, como me contó un compañero años después, que por
falta de revisión no conectaron los inodoros a la red principal de desagüe en
un complejo de chalets de lujo y que cuando colmaron las tuberías, pues se
puede imaginar.
»Así que, como digo, me han pasado otras cosas, de
las cuales le voy a contar una que desde luego me impresionó muchísimo.
»Cuando realizaba mi primer trabajo, hace ya
bastantes años, recuerdo que iba a primera hora de la mañana a la obra, para
constatar los adelantos que se habían hecho, así como que todo se estaba
llevando conforme a los planos. Así me evitaría sorpresas y malos ratos.
»Entré con mi casco de protección en la cabeza a
una de las nuevas habitaciones que habían construido la tarde anterior, quería
comprobar que todo estaba bien, pero apenas entré, cayó un cascote del techo
que precedía a otros muchos que cayeron sobre mí. En ese momento cambió todo.
»Desde un lateral de la habitación donde se había
derruido el muro, vi mi cuerpo en gran parte sepultado por los fragmentos del
techo que se había desprendido. Llegaron los obreros que empezaron a retirar
los fragmentos, mientras que uno se desplazaba a la oficina de venta para
llamar a una ambulancia. De entre los escombros, sacan a una persona con restos
de sangre en toda su cara, mezclado con los restos de haber estado sepultado.
Totalmente inerte, veo que me depositan en el suelo. Uno de ellos acerca su
oreja al pecho y a la cara para ver si tengo latido cardíaco y ver si respiro.
»Ni cortos ni perezosos, se disponen a hacerme la
reanimación cardiopulmonar. Uno de ellos pregunta que si hay alguien que sepa
hacerla para que le ayude y uno de ellos dice que la ha visto hacer y que cree
que sí.
»El más dispuesto levanta el brazo y deja caer su
puño cerrado sobre mi pecho. Lo veo, sé que soy yo pero no siento ninguna
sensación de dolor ni malestar. Mucho menos noto el golpe en el pecho.
»El otro compañero me tapa la nariz y comienza a
hacerme, acompasado al masaje cardíaco, la respiración boca a boca.
»El resto de personal está alrededor. Se ha parado
toda la actividad laboral. Uno de ellos da un grito: "¿viene ya la
ambulancia?". El joven que había bajado respondió: "¡Sí, ya está
avisada!".
»La persona que me estaba dando el masaje cardíaco
vuelve a poner su oreja sobre mi pecho, me coge del brazo para ver si palpa el
pulso y dice: "¡Nada, por Dios, no tiene pulso! ¡Sigamos! ¡Este tío por
mis cojones que va a vivir!"
»Comenzaron, de nuevo, a realizar el masaje
cardíaco y el boca a boca. Sus blusas estaban empapadas en sudor por el
esfuerzo y el estrés que suponía realizar las maniobras.
»Mientras, yo allí, como un espectador más, estaba
viendo el "espectáculo" de debatirse una persona entre la vida y la
muerte.
»En la lejanía se escuchaba ya la aproximación de
un vehículo. Uno de ellos se asomó y exclamó: "¡Por fin llegan!".
»A partir de ahí empecé a ver como si se
distorsionasen las paredes y todos esos hombres. Era como un efecto visual que
me permitió que hiciese una transición a otro lugar.
»No puedo decir que hubiera flotado ni volado,
simplemente tras esa especie de deformación del mundo en que estaba, me
encontraba en otra realidad completamente distinta.
»Me hallaba en una ciudad que conocía, era mi
ciudad natal. Me había tenido que marchar de ella, debido a que mi padre había
sido trasladado a otra ciudad por motivos de trabajo. Una mejora del mismo
implicaba la gran mayoría de las veces el tener que cambiar la ubicación vital.
»Como digo, a pesar de que esa ciudad la conocía
desde hacía muchos años, también hacía otros muchos que no había estado allí.
Es más, a pesar de haber nacido allí, tampoco le tenía una querencia especial,
ya que muy pronto me adapté a mi nueva ciudad. Era totalmente distinta, mucho
más grande y con más cosas, aunque sí es verdad que el estilo de vida era
totalmente distinto.
»Empecé a deambular por los sitios habituales en
los que normalmente lo hacía de pequeño, intentando reconocer los lugares por
donde pasaba. Algunos estaba similares a como los recordaba, otros no. Por
aquella época no existía Internet ni por supuesto las aplicaciones que tenemos
hoy en día con las cuales nos podemos desplazar como un viandante más por
cualquier calle del mundo. Nuestra información era mucho más restringida y no
existía forma física de poder hacerlo a menos de ir allí en persona.
»Recuerdo que fui a buscar una explanada en la que
de chaval jugaba al fútbol, utilizando como portería dos piedras que
delimitaban los postes y por supuesto una gran dosis de imaginación mientras
jugábamos, porque desde luego, siempre había jugadas polémicas, de que si el
balón había entrado o no, si había sido un golazo o bien había salido alto, y
por supuesto no contábamos con la "moviola", tan en boga por aquellos
tiempos, y mucho menos nos pensábamos que pudiésemos llevar, como hoy en día,
dispositivos móviles que portan verdaderas cámaras de alta definición. Todo era
mucho más rudimentario, pero no por ello menos divertido, al menos para
nosotros con la visión de una edad mágica.
»Me dispuse como digo a desplazarme a ver ese
descampado, al que realmente le tenía cariño, por los buenos ratos que habíamos
pasado divirtiéndonos un grupo de jóvenes, pegando patadas a un balón. Cuando
llegué allí cuál fue mi gran sorpresa que por mucho que lo buscaba, no lo
hallaba, sólo encontraba una gran avenida con palmeras en la mediana y
destacaba un edificio, no demasiado alto, con un frontal de plaquetas de
mármol. Toda una revolución para la época, por lo que me llamaba la atención
que estuviese allí, en una ciudad pequeña donde las innovaciones solían llegar
con bastantes años de retraso.
»En ese momento no era consciente de lo que
pasaba, lo veía como una realidad que estaba viviendo, al igual que lo haría en
cualquier viaje que tuviese programado, en el que por deformación profesional
me fijaba en los detalles de los edificios y casas a fin de adaptarlos a mis futuros
proyectos, no siendo consciente de que en aquellos momentos me debatía entre la
vida y la muerte, dependiendo mi vida de un grupo de obreros, hasta que lo
hiciese de los profesionales de la medicina.
»Yo seguía en mi viaje, fascinado por todo aquello
que me encontraba a mi alrededor. No tenía percepción de estar en otra
realidad, para mí ésta era la única realidad vigente.
»No puedo decir el tiempo que estuve deambulando
por las calles, era tan real que no podría encontrar diferencia a si mi cuerpo
físico hubiera estado allí en esos momentos.
»Tal cual apareció, noté una deformidad en el
espacio y en todas las cosas y noté que un hombre vestido de blanco me estaba
haciendo el masaje cardíaco sobre el pecho. Recuerdo que con un manotazo quité
la mascarilla que me insuflaba aire por la boca y nariz y posteriormente
impacté con los brazos del médico que aplicaba sus manos contra mi esternón.
»Me dolía todo el cuerpo, y apenas podía abrir los
ojos. Mi entorno estaba completamente borroso, no podía enfocar con los ojos y
poco a poco fui recobrando la visión. Una enfermera se dispuso a limpiarme y a
curarme con una gasa mojada.
»Todavía me tuvieron que hacer muchas pruebas,
aunque por un comentario de los médicos había nacido dos veces, una por no
matarme por un impacto del techo desplomado y otra vez por haber una persona
que supiera hacer los primeros auxilios. Literalmente me había salvado la vida,
ya que de no ser así en estos momentos no estaría vivo.
»Recuerdo que, en cuanto pude, tuve muchas
visitas, aunque la más emotiva fue la de esa persona a la cual sólo conocía de
vista del trabajo, que altruistamente me devolvió a la vida.
»Aparte de un agradecimiento perpetuo, hemos
llegado a ser grandes amigos, recuerdo que le pregunté si había dicho esa frase
de "este tío por mis coj… que va a vivir", me dijo que sí, que fue
como una especie de revulsivo para él por su impotencia ante no conseguir hasta
el momento reanimarme y para el cansancio que ya le hacía mella de forma
importante.
»En cuanto a la segunda parte de la historia,
estaba muy intrigado, y en cuanto pude me organicé un viaje a mi ciudad natal
para comprobar si lo que había vivido era una realidad o fruto de mi
imaginación.
»Me bajé del tren y me dispuse a coger un taxi. Le
dije dónde quería ir, porque de la dirección exacta no me acordaba, así que nos
desplazamos la distancia que nos separaba de ése para mí ya misterioso lugar.
¿Estaría como en mi infancia? ¿Sería como en mi experiencia? ¿Sería distinto?
»La duda me corroía mientras nos desplazábamos por
un tráfico fluido, muy distinto al de la ciudad donde habitaba actualmente. Nos
acercábamos, quedaba solamente la esquina de la calle, mi interés aumentaba por
momentos, ¿qué sería?
»Paró el taxista, me bajé del vehículo, y me quedé
atónito, era tal cual lo había visto, centímetro por centímetro, tanto la
explanada, convertida en calle de doble sentido con una mediana de palmeras,
como el edificio de plaquetas de mármol. Yo había realizado un boceto de lo que
había visto, metí mi mano en el bolsillo interno de la chaqueta y cuando
comparé, más que un dibujo, parecía una fotografía de lo que estaba viendo.
Como persona que creía que sus ojos le engañaban, miré una y otra vez la imagen
del papel y la real, me corroboraba que ese día que se me paró el corazón
debido a un gran traumatismo, algo real había pasado. ¡No era fruto de mi
imaginación!»
Después de escuchar esta historia de boca de un
profesional muy reputado en su profesión, no cabía nada más que apuntar, como
fuese, todos y cada uno de los detalles que me había dicho. No teníamos nada
preparado. La historia, como sucede en muchas ocasiones, fue relatada de forma
espontánea y de corrido, poniéndose de manifiesto que esta persona estaba
recordando algo que para él era cierto.
Lo que no es nada cuestionable es lo que escuchó
mientras estaba en parada cardíaca, aunque los puristas podrían decir que como
el oído es el último sentido que se pierde, este hombre lo escuchó, pero desde
luego, yo no puedo explicar y no creo que nadie pueda hacerlo de una forma
coherente, la segunda parte de la historia, que para mí es tanto o más
sorprendente que la primera.
LA TIJERA MAYO
El
mundo de la anestesiología es un gran desconocido para muchas personas, de
hecho, el miedo a la intervención quirúrgica se basa, en la mayoría de los
casos, en un terror ancestral que podemos tener a perder la consciencia y que
no despertemos.
Cuando uno se pasa mucho tiempo en un quirófano
hace que sea consciente de la fragilidad del ser humano y cómo puedes ser
controlado hasta un límite que obliga a que para vivir se precise el uso de una
máquina y la sapiencia de un especialista médico.
El conocimiento más profundo de la fisiología y el
uso de diversos tipos de sustancias, junto con la aplicación de la nueva
farmacopea y la utilización de una maquinaria más precisa (no sólo para aplicar
la ventilación asistida, sino para controlar el nivel de relajación muscular,
de oxígeno, los monitores de medición electrocardiográfica —o sea del ritmo
cardíaco—, la capnografía, que es la medida del dióxido de carbono en la vía
aérea durante el ciclo respiratorio, y muchos adelantos más), han hecho que la
seguridad de esta ciencia sea cada vez mayor, lo que no excluye que en un
momento determinado se ponga de manifiesto que todavía desconocemos ciertos
procesos que pueden presentarse y complicar bastante la situación.
Aunque no es frecuente, los procesos de paradas
cardíacas e hipotensiones bruscas son parte de la anestesiología. Dotados con
los medios que actualmente tenemos, es probable que muchos, por no decir todos,
los anestesistas hayan tenido que lidiar con estos procesos. Quizás ellos más
que nadie puedan ser notarios de muchas historias que seguro superarían la
ficción más inverosímil.
En los quirófanos de un hospital, se conjugan
múltiples patologías, desde la más banal a la más grave, muchas veces separados
simplemente por una pared, pero no es siempre la más importante la que produce
situaciones extremas.
A uno de los pacientes de un quirófano contiguo se
le iba a intervenir de un proceso cuya gravedad no era de las más importantes,
aunque tenía el hándicap de tener un gran sobrepeso, con un cuello con una gran
cantidad de grasa y una apertura bucal no demasiado grande.
A pesar de su edad, que no era elevada, padecía
asimismo una patología cervical artropática, que le limitaba la movilidad
antero posterior, lo cual dificultaba aún más la labor de intubación de
anestesista.
Esto ocurrió ya hace muchos años, pues hoy en día
existen unas maniobras endoscópicas por las cuales se puede intubar orotraquealmente
a un paciente con muchas más garantías.
El paciente entró en quirófano, se le aplicó
alrededor de su brazo una ligadura de goma para poder aflorar las venas del
mismo. Le puncionaron varias veces la flexura del codo por su cara anterior
para intentar buscar una vena en la que colocarían un catéter de plástico para
poner la medicación y el suero. Las punciones fueron infructuosas, así que
descendieron la ligadura al antebrazo y puncionaron en el dorso de la mano en
donde hallaron una vena con la suficiente capacidad para poner la medicación y
la sueroterapia.
El equipo de anestesia se dispuso, como lo hacía
habitualmente, a comenzar con la inducción anestésica, pero cuál fue la
sorpresa del anestesiólogo cuando el proceso de ventilación con mascarilla
resultaba insuficiente para mantener la saturación de oxígeno del paciente.
Ya no había vuelta atrás, había que proseguir e
intentar realizar una intubación oro-traqueal con un tubo que tenía en su
interior una guía flexible a fin de poder introducirlo por el orificio
traqueal.
Debido a la débil apertura bucal, a la macroglosia
o gran lengua que tenía y a la poca flexibilidad cervical, se hacía
prácticamente imposible el poder realizar la intubación con éxito.
Pasaban los segundos, como ocurre en un reloj de
arena en el que lenta pero inexorablemente caen los granos hasta que la ampolla
superior se queda vacía, así pasaba el tiempo para poder asegurar lo que en el
argot llamamos "vía aérea permeable".
Varios fueron los anestesiólogos que intentaron la
intubación, ya que en estos casos el poder colaborar con el compañero en apuro
es primordial. A pesar de ello, no lo conseguían.
Recuerdo que en esos momentos me disponía a
intervenir a un paciente de una patología nasal, me había puesto un aparato que
nosotros utilizamos mucho y que se llama fotóforo, que consiste en una corona
de plástico regulable que se poner alrededor del cráneo y con una luz en la
parte frontal. En aquellos tiempos llevaba un conector en la región posterior
para acoplarle el adaptador que nos comunicaría con la red eléctrica.
Todavía nuestro paciente estaba en proceso de ser
punzado en una vena cuando se abrió de golpe una de las puertas metálicas doble
con cristalera del quirófano. Entró una enfermera con los ojos desencajados por
la premura.
«¡Un otorrino, rápido al quirófano de al lado!
¡Hay un paciente al que no se puede intubar!»
Un segundo de miradas entrecruzadas y, ni corto ni
perezoso, me dispuse a seguirla, ya que era el único médico adjunto en el
quirófano, pues ese día mi ayudante era un médico residente.
Mientras seguía a la enfermera recuerdo que iba
diciendo: «¡No se ha podido intubar! ¡Está muy malo! ¡Se muere!»
Entré en el quirófano, donde había un gran número
de médicos y enfermeros intentando conseguir que el paciente saliese hacia
delante.
No había tiempo para mucho, recuerdo que uno de
los anestesiólogos dijo: «¡No se puede intubar, ni tampoco ventilar! ¡Necesita
una traqueo!»
La decisión estaba tomada, ante esta situación la
única posibilidad que tenía el paciente era actuar rápido y realizarle una
traqueotomía de extrema urgencia. Era un cuello con mucha grasa y no se
localizaba claramente la tráquea, por lo que había que actuar con gran
celeridad.
Me puse unos guantes y con una hoja de bisturí y
unas tijeras que había pedido previamente, ayudado por mi dedo índice que hacía
de guía, profundicé en su cuello graso, hasta que encontré una estructura
cartilaginosa, similar a las tuberías de la luz que toman de la estructura
anatómica el nombre de tráquea, y mediante un juego de incisiones, cortes y
giros entre el bisturí y la tijera, logré acceder a la región interior
traqueal. El resto era más fácil, introducir un tubo anillado del siete y medio
por el orificio, insuflar su balón de contrapulsación, que se encontraba en la
parte final del tubo, a fin que no hubiese fugas de gases, y conectar la parte
proximal del tubo al respirador. Todo ello en pocos, muy pocos segundos.
Recuerdo que el anestesiólogo encargado del
paciente me dio un fuerte abrazo, ya sólo quedaba realizar una buena asepsia de
la herida quirúrgica y el cambio de tubo anillado por una cánula específica de
traqueotomía. Para ello, ya pudimos tomárnoslo con más tranquilidad, el
fotóforo ya conectado y el material específico para el cambio. No hubo
dificultad en ello, lo realicé como otras muchas veces lo había hecho y,
después de estabilizarlo, nos dispusimos a hablar con la familia del paciente.
A ésta, llamativamente, no le sorprendió que hubiésemos tenido que practicar
esta técnica, todo lo contrario, nos comentaba que su familiar se iba a buscar
algo malo algún día por tener este sobrepeso.
Se remitió a la planta correspondiente y recuerdo
que en una de las múltiples guardias que hacía, habían puesto una "hoja de
interconsulta", que son unas hojas que enviamos a los especialistas
correspondientes a fin de preguntar algo específico de su especialidad. Ésta
decía: "Paciente con traqueotomía. Para cambio de cánula".
Nosotros, cuando pasaban unos días de la
traqueotomía, realizábamos al menos el primer cambio de cánula, primero a una
de material plástico con un balón, y otras veces a las que llamábamos
"cánulas de plata", que debían su nombre a parte del material con que
estaban realizadas.
Me dispuse a ir con el material habitual para
hacer el cambio y cuál fue mi sorpresa cuando vi que se trataba del mismo
paciente al que le había realizado la traqueotomía de urgencia sólo unos días
antes.
Su aspecto era excelente, y al realizar el cambio
de cánula, lo que llamamos "lecho", que es lugar donde se apoya la
misma, estaba con muy buen aspecto y sin signos de infección.
Tras cambiarle a una "cánula de plata",
le facilité un tapón para que pudiese ir tapando el orificio de la misma, ya
que el problema que tenía era la intubación, no la glotis.
En cuanto pudo taparse el orificio, empezamos a
charlar. Me llamó la atención porque a pesar de no conocerlo de antes,
comenzamos a hablar fluidamente.
Me agradeció lo que había hecho por él, aunque no
sabía quién era, al verme me había reconocido, eso me chocó y le pregunté.
«¿Me ha reconocido? ¿Cómo?
—Pues es que lo vi allí en el quirófano, con el
tubo ése en la frente, muy parecido al que trae hoy. Cuando entró en quirófano
yo estaba allí, en la camilla y fuera.
—¿Cómo? —le pregunté.
—Sí, yo estaba en la camilla y fuera, le explico.
A mí me parece que yo he tenido lo que se llama una ECM, como dice el Moody
ése, yo veía desde un lateral del quirófano todo, aunque mi cuerpo veía que
estaba en la camilla.
—¿Cuándo empezó a verse desde fuera?
—La verdad es que fue muy raro, recuerdo que el
anestesista me dijo que me iba a dormir y de repente, me vi con un grupo de
personas vestidas de verde alrededor de mi cuerpo. Un sonido de campanas de los
monitores y el personal muy alborotado. Yo estaba muy tranquilo.
»Vi cómo le dijo uno de ellos a una enfermera que
avisase al de guardia o al del quirófano y ésta salió de la sala como un rayo.
»Unos segundos después vino usted, me llamó la
atención cómo todos giraron su cabeza hacia usted, que llevaba ese artilugio en
su frente y que pidió un bisturí y una tijera de mayo creo. No sabía que había
una tijera para cada mes, aunque no estábamos en ése precisamente.»
Creo que se me notó, quede perplejo. La tijera
mayo es una tijera especial de cirugía por su robustez y al utilizar nosotros
principalmente las curvas en su punta. Su nombre no se debe al mes sino a un
nombre específico de la misma, pudiendo ser de tipo recto o curvo.
«Menudo tubo me puso —seguía diciéndome—, cuando
vi lo que iba a meterme en el cuello pensaba que no entraba, y parecía como esos
magos que tragan sables, pero esta vez con un tubo de goma.
»Yo parecía uno más de los que estaba, aunque
desde luego, no estoy acostumbrado a ver estas cosas, es más, cuando veo sangre
me mareo, pero esta vez no.
»También una de las últimas cosas que recuerdo es
cómo el anestesista que me durmió le dio un abrazo, no me extraña, porque el
pobre hombre tenía la cara desencajada.
—¿Y no pasó miedo? —le pregunté.
—Pues no —me dijo—. Sabía que no me iba a pasar
nada, no me pregunte por qué, pero lo sabía.»
Me despedí de él, prometiéndole que el día de la
intervención suya estaría en el quirófano para ponerle la cánula que necesitase
para la cirugía. Así lo hice y pocos días después de la intervención le pude
extraer la cánula que llevaba. A fin de cuentas sólo la tenía por la
intervención.
Después de un tiempo, pude verlo fuera del
ambiente hospitalario y casi ni lo reconocí, había perdido muchísimo peso. Me
dijo que a pesar de todo sabía que era necesario y que no siempre iba a estar
allí en caso de necesitar una nueva intervención, porque a pesar de haber
salido todo bien y el resultado ser satisfactorio, no dejó de reflexionar que
aunque tuvo una experiencia impresionante, no quisiera que se repitiese, ya que
tomó conciencia de lo que podría haber pasado.
EL TATUAJE
En
el mundo que rodea a los quirófanos se encuentra uno muchas, muchas sorpresas.
Desde luego, no creo que haya ningún cirujano ni anestesista que diga que no ha
pasado ningún momento de estrés a lo largo de su carrera.
Como dice el Quijote: «Cosas veredes amigo Sancho
que te harán fablar», y es eso lo que a todos nos ha pasado, cosas que al menos
en nuestro entorno se hablan.
Es muy curioso que cuando hay una reunión del
entorno sanitario, al final el tema que predomina son las aventuras y desventuras
que uno pasa durante la profesión, pero se hablan de cosas y casos que
posiblemente jamás salgan a la luz pública pero que podrían dejar perplejo al
más pintado. Si alguna vez se contase todo lo que se vive en el mundo
hospitalario, desde luego que la realidad superaría por mucho a las ficciones
cinematográficas.
Un día, en una de esas múltiples intervenciones
que hace uno durante su labor asistencial, estaba preparado para intervenir a
un paciente de un problema respiratorio nasal, que se había provocado después
de una reyerta callejera. Un hombre joven que no rebasaba la treintena iba a
ser intervenido para solucionarle un problema respiratorio en un principio sin
otra patología conocida que hiciese sospechar nada negativo, todo lo contrario,
se trataba sólo de poder resolver un problema respiratorio importante a una
persona joven.
Su tabique nasal parecía la chicana de una
carretera, una verdadera ese por aplastamiento del cartílago principal de la
nariz, aquello desde luego obstruía las dos fosas nasales, lo que provocaba que
sólo pudiese respirar por la boca.
Una de las cosas que me llamó la atención fue un
tatuaje que llevaba en el hombro, se trataba de una calavera con dos armas de
fuego.
«¿Qué significa? —le pregunté.
—Es el logo de un grupo de música del cual soy
seguidor.»
Después de aquella breve conversación, el
anestesista habló con él, le explicó las pautas que iban a seguir. Comprobó que
todo estuviese correcto y comenzó con inducción anestésica.
«Vamos ya a dormirte, sueña con cosas agradables»
—le dijo el anestesista.
Procedió a inyectarle un líquido de aspecto
lechoso y, como por arte de magia, el paciente cerró los ojos.
Si nuestros ancestros viesen esto, parecería magia
en vez de ciencia, porque el ver cómo somos capaces por medio de productos de
que una persona pierda la conciencia, es como un proceso alquímico con el
control absoluto de la consciencia de las personas.
Nada más intubarlo, empezó a realizar
extrasístoles, que son latidos espontáneos del corazón que no corresponden a su
ritmo normal. No parecía que fuese a más, pero en un momento, su corazón dejó
de latir. Un momento de perplejidad y en segundos comenzamos las maniobras de
reanimación cardio-pulmonar. Todo aquello lo habíamos aprendido, practicado y
realizado, pero uno nunca se acostumbra a que ocurra.
No pasó mucho tiempo hasta que el músculo cardíaco
comenzó de nuevo a latir, era joven y contábamos con todos los medios posibles
para que así fuese.
Después del momento de estrés pudimos relajarnos
un poco al ver que todo volvía a la normalidad. El anestesista consiguió
revertir al paciente hasta poder despertarlo. Hoy desde luego no se iba a
intervenir quirúrgicamente, habría que hacerle estudios especiales para buscar
la causa que había producido la parada cardíaca, que a todos nos había dejado
sorprendidos y que desde luego no queríamos que bajo ningún concepto se
volviese a repetir. Ya en la sala de recuperación, fuimos a hablar con él de
cómo se encontraba.
«¿Cómo está? Menudo susto nos ha pegado. ¿Alguna
vez ha tenido problemas cardíacos o hay alguien en la familia que los haya
tenido? En la historia no nos figura nada.
—No, nadie —nos respondió—. Yo suelo hacer deporte
y jamás he tenido ningún problema y en la familia, que yo sepa, nadie ha
padecido del corazón.
—Ha tenido una parada cardíaca —le comentamos—
tras unas extrasístoles, pero como puede ver no ha habido ninguna secuela. Lo
único es que tendrá que hacerse un estudio cardiológico completo y hoy no se le
va a poder intervenir.
—Pues no saben lo que me ha pasado —nos comentó
con los ojos muy abiertos—, pensaba que era un sueño, porque les veía que daban
masaje cardíaco a un cuerpo, que sabía que era yo, porque me veía el tatuaje.
Otra persona me ponía en la vena una medicación.
»Yo les escuchaba perfectamente. Estaban hablando
muy rápido y yo veía cómo se esforzaban en coger y reactivarme el corazón.
»De pronto, en todo esto me vi en una playa
tropical, me llamaba mucho la atención porque podía notar la arena caliente
bajo mis pies. La temperatura era muy agradable y estaba todo lleno de palmeras
como las que aparecen en los anuncios de los viajes al Caribe.
»Yo jamás he estado allí, pero amigos que han ido
me han dicho que es el paraíso. El lugar ideal para poder vivir.
»Bueno, pues como digo, iba andando por la playa
cuando llegué a una cabaña de madera a pie de la misma, rodeada por cocoteros.
La puerta estaba abierta y sonaba música de mi grupo favorito. Sobre la mesa vi
un papel que estaba firmado por mi pareja que decía: "ya no estoy
contigo."
—Pero, ¿usted cómo se lleva con su pareja?
—Estupendamente, estábamos pensando en irnos a
vivir juntos después de la operación, porque yo ronco mucho y no dejo dormir a
nadie. Pero al parecer se debe a que no puedo respirar por la nariz.
»Como les contaba, después de todo esto, empecé a
buscar por la habitación y ella se había llevado sus cosas y su maleta.
»Salí de la cabaña y me monté en un coche que
reconocí como mío. Iba a ir al aeropuerto porque no sabía qué es lo que pasaba.
El motivo por lo que se había ido era para mí una sorpresa. Nos llevábamos
bien, e incluso teníamos planes de vivir juntos.
»Como si conociese el camino, me desplacé por toda
la zona hasta llegar al aeropuerto. Parecía uno de las películas, donde los
techos en vez de ser de obra, eran todo de árboles, con el techo de palmeras y
las columnas y las sujeciones de bambú.
»No era muy grande. Entré en una gran sala donde
estaban los mostradores y allí estuve buscando a mi novia, la vi en la lejanía
y me dispuse a ir a hablar con ella. Todo me parecía muy raro, no entendía
nada.
»Estaba esperando una cola para poder facturar su
viaje y cuando llegué a su altura la saludé e intenté besarla y ella se echó
para tras.
—¿Qué te pasa?—le dije.
—¿Qué me pasa?—me contestó ella. ¿No lo sabes
todavía? ¿No te lo imaginas? Hablas por la noche en sueños. Has estado llamando
a otra diciéndole que la quieres mucho.
»Yo me quedé pasmado, no sabía que hablaba por la
noche. De hecho nadie me lo ha dicho, y creo que no hablo, sólo ronco y mucho.
»Pues bien, seguí preguntándola que qué es lo que
había hablado, que si sólo era eso.
—¿Te parece poco? —me dijo— Yo no pienso estar más
tiempo contigo. Vete con esa mujer.
»Después de un rato de charla acalorada, me volví,
ella se quedó en la cola.
—¿Bueno, había algo de verdad en ello? —le
dijimos.
—Pues... pues... sí. Algo de verdad hay, han sido
sólo unos escarceos, pero no creo que se haya enterado.
—¿Y luego vio algo más?
—Pues sí, volví a la cabaña y cuando me disponía a
salir de la misma, en vez de salir a la playa, me encontré otra vez en el
quirófano. Estaban todavía dándome masajes en el pecho y de pronto, como un
sumidero, me noté que una especie de corriente me arrastraba hacia mi cuerpo.
»Ya me desperté en el quirófano, preguntándome
cómo estaba y recuerdo que les levanté el pulgar. No podía hablar.»
Después de esta historia, recuerdo que se hizo una
hoja de consulta a cardiología para que se valorasen esas extrasístoles que le
habían abocado en la parada cardíaca.
Un día estando pasando consulta recuerdo que lo vi
aparecer, tenía revisión con nosotros y estábamos pendiente de programarlo
quirúrgicamente cuando los cardiólogos diesen el visto bueno.
Después de saludarnos cordialmente, recuerdo que
me entregó en mano la hoja con el tratamiento que debía de seguir antes, durante
y después de la intervención.
Al parecer, padecía un trastorno llamado de la
conducción, por el cual su corazón de vez en cuando emitía una señal anómala
para que se realizase el latido cardíaco.
Cómo no, mi curiosidad sobre lo que había vivido
esta persona durante el episodio de parada cardíaca quería resolverse, pero no
hizo falta que le preguntase.
«¿Se acuerda de lo que les conté en la sala de
recuperación? —me dijo.
—Claro, cómo podría olvidarlo. Por suerte para
nosotros y para nuestras coronarias no es frecuente el tener una parada
cardíaca en quirófano, y menos ante una patología como la suya. Es más, la
historia que nos contó me dejó muy pensativo. He estado elucubrando una y otra
vez sobre ella. No porque quiera enterarme del resultado, que es algo personal
suyo, sino porque las historias de verse fuera del cuerpo las estoy
investigando desde hace tiempo y me gustaría saber y corroborar todo lo que
pueda. Cuando le pasó la parada, no creí oportuno hacerle más preguntas, porque
interpreté que lo que necesitaba era descansar y no que yo empezase con
preguntas.
—Pues pregunte lo que quiera —me indicó. Por mi
parte no hay ningún problema.
—Cuando se vio fuera de su cuerpo, ¿qué más vio
además de su tatuaje y a nosotros?
—Lo vi todo, es como si estuviese allí. Además de
verme a mí, con mi tatuaje, los vi a ustedes intentando reanimarme, las
máquinas, todo. Podía escuchar las alarmas y mirar a mi alrededor. Era todo tan
real que parecía que podía coger cualquier cosa.
—¿Y del otro tema? ¿Qué pasó? —pregunté.
—Fue alucinante. Le pregunté a mi madre y a mi
hermano si alguna vez había hablado de noche o había sido sonámbulo y me
dijeron que nunca me habían escuchado hablar, pero que sí que roncaba, y un
montón.
»Pues bueno, varios días después de darme el alta,
tras dormir con mi novia, me encontré una nota parecida a la que les dije. Fui
a hablar con ella y me contó lo mismo, que había nombrado a otra mujer en
sueños y que ella se iba.
»Yo no hice nada, me di la vuelta porque es como
si cuando tuve lo del corazón hubiese vivido la misma escena. Ella estaba en
una cola del supermercado, y no quería que hubiese escándalo, porque sabía que
al final no iba a conseguir nada, y además llevaba razón.
»Pero doctor, ¿pude ver el futuro? —me preguntó.
—No lo sé —le contesté—. Lo que sí me llama la
atención es que aparte de que nos viese en plena acción mientras realizábamos
su reanimación, la ruptura con su pareja fuese por los mismos motivos que los
que vio durante la parada cardíaca, es más, me llama todavía más la atención
que le haya preguntado a tus familiares sobre si era sonámbulo o si hablaba por
la noche y ellos le hayan corroborado que no. Quizás sea casualidad o quizás
no.
»Así que yo estoy tan en la duda como usted, pero
quería hacerle una pregunta. Cuando vivió esa experiencia, ¿qué índice de
realidad tenía? Me explico, ¿era totalmente real o más bien como un sueño?
—Totalmente real —me dijo—. Como estamos aquí
usted y yo ahora.
—Pues sea como fuere ha visto cosas que por lo que
me cuenta han sido muy reales para usted y además se han cumplido otras que no
era frecuente que lo hiciesen. Hoy por hoy no tengo, no tenemos, explicación
para ello de forma contundente, sólo hipótesis de las cuales cualquiera de
ellas podría ser la real… o puede que ninguna.»
LAS VISIONES
La
Unidad de Cuidados Intensivos, o UCI, representa un mundo aparte dentro del
hospital. El ser ingresado allí como enfermo significa tener una gravedad en la
patología que provoca que se utilicen los máximos recursos para intentar que
estas personas tengan todas las posibilidades a nuestro alcance para
sobrevivir.
El personal que trabaja allí no son dioses, por
mucho que algunos lo quieran ver desde fuera, o quizás desde dentro, son
personas con una preparación específica para casos médicos límites, y la verdad
es que lo hacen muy bien, pero desde luego no pueden lograr lo imposible, al
menos por ahora, aunque hay veces que consigan lo improbable.
Detrás de las puertas del recinto de la UCI se
viven historias que podrían ser el guión de una novela o película de Hollywood.
Alguna de ellas, tan espectaculares e increíbles que superaría la imaginación
de cualquier guionista.
Un día, mientras iba a la UCI por una revisión de
una cánula, se me acercó una enfermera, comentándome que tenía un problema en
la garganta, por si la podía ver a lo largo de la guardia. Por supuesto, la
cité a una hora en donde se preveía que habría menos urgencias; pueda parecer
raro, pero no lo es: durante la retransmisión televisiva de un partido de
fútbol. Parece que en esos momentos, gran parte de la población ha tomado una
droga hipnótica, el número de urgencias hospitalarias disminuye sensiblemente,
llegando a casos en que se reducen tanto durante estas horas que parece que se
ha paralizado el mundo exterior.
Como habíamos quedado, acudió a la planta de ORL,
donde teníamos una sala de exploraciones en la cual resolvíamos muchos de los
casos que se nos presentaban en los pacientes del hospital.
La teníamos cerrada bajo llave, debido al valor
que tenían los materiales que allí se encontraban ya que, en alguna ocasión,
desgraciadamente, habían sido presa de los amigos de lo ajeno.
A la hora citada, acudió a la sala de
exploraciones, tras valorarla y aplicarle un tratamiento y prescribirle otro,
comenzamos a hablar como por arte de magia de lo humano y lo divino. No era
infrecuente que en esas largas guardias se tuviesen entretenidas tertulias y
charlas sobre los más dispares temas, durante los pocos momentos que teníamos
de asueto.
Recuerdo que tras un rato de conversación, el tema
de lo inexplicado salió a colación, hablando sobre las distintas
investigaciones que en otros lugares del mundo realizaba el personal sanitario,
plasmándolo posteriormente en la distinta bibliografía, de la cual algunos de
esos libros seguro que no llegaban a nuestras manos.
Ahora todo es mucho más fácil con la era de
Internet y de las comunicaciones, pero antes de eso era harto complicado
conseguir ciertos libros o artículos.
(Recuerdo por ejemplo que, para mi tesis doctoral,
tuve que ponerme en contacto con un hospital canadiense para que me pudiesen
enviar por correo ordinario un artículo que ellos habían editado y que no
estaba en ninguna de las hemerotecas existentes en la época en Europa.)
En esa animada charla, comenzó a contarme el caso
de una paciente que tenían ingresada desde hacía unos días en una de las camas
de UCI. Su patología era muy grave y con un alto índice de mortalidad. Pero al
parecer, cuando estaba "lúcida", sorprendía a todo el personal.
«Pues verás —comenzó diciéndome—, tenemos una señora
ingresada que nos está dejando a todos boquiabiertos. Nos está contando cosas
de nuestras vidas, de las cuales muchas de ellas sólo las sabe la persona a las
que se la relata. Además te cuenta cosas del futuro sin tener la más mínima
duda, aunque eso ya se verá si se cumple.
—¿Has tenido ocasión de comprobarlo?
—¡Sí! Por eso te lo he dicho. Te cuento, después
de una de las paradas cardíacas, y por desgracia ha tenido varias, me llamó por
mi nombre y me dijo que quería hablar conmigo. Cuando tuve un hueco así lo
hice, y empezó a contarme la historia resumida de mi vida. Me dejó atónita,
había cosas que me contaba que sólo yo sabía y que no conocía nadie del
trabajo.
—Y, ¿cómo tenía esos datos? —le pregunté.
—Eso le pregunté yo también, porque sabía demasiadas
cosas personales de mí. Según ella, es que cuando se "marea", o sea,
cuando tiene las paradas cardíacas, va viajando por el tiempo y el espacio,
puede hablar con nosotros, ver nuestras vidas y compartir nuestras
experiencias. Primero por lo visto ve cómo se despega de su cuerpo y a partir
de allí, como un rayo, se desplaza a distintos eventos de nuestra vida. Incluso
puede estar en las conversaciones y contarte esas cosas que uno recuerda,
porque suelen ser sucesos que te han marcado. Además me dijo algo del futuro
que ya se verá si se cumple, porque yo soy de un pueblo de la provincia y me ha
dicho que me iré a trabajar allí.
—Pues viendo lo visto, te acompaño abajo porque
quiero hablar con ella» —le dije.
Me dispuse a cerrar la puerta de la sala con llave
y nos desplazamos hacia la UCI, donde iba a intentar hablar con esta persona,
que al parecer tenía una capacidad especial según me había relatado, pero yo
quería comprobarlo de primera persona, porque a veces me he encontrado casos
que lo que se cuenta difiere en demasía con la realidad subyacente.
Pasamos la puerta que divide el rellano común con
la UCI, y nos desplazamos los metros que nos separaban a la cama de la señora.
No podía ocultar mi curiosidad y mientras llegábamos yo iba realizando una tras
otras múltiples preguntas sobre las historias que esta paciente contaba.
Giramos hacia la izquierda un par de veces y nos
encontramos con la cama de una paciente, que tenía un aspecto bastante
depauperado, con el pelo rubio, un tanto descuidado, la piel blanca y un exceso
de peso importante, que hacía recordar las figuras ancestrales de la diosa de
la fertilidad. Tapada sólo por una fina sábana blanca con el logotipo del
sistema sanitario, contrastaba con la sonda nasogástrica que desembocaba en una
bolsa en un lateral de su cama. Había sueros que servían tanto para la
hidratación como la alimentación, y una serie de materiales previstos para las
eventuales paradas cardíacas que pudiese realizar. Era una visión impactante
tanto para el neófito como para el profesional, por la cantidad de preparativos
listos para su inmediata utilización en caso necesario. La saludé y me
presenté, y sin demasiados rodeos, le pregunté.
«Ya me han contado que cuando tiene esos
"mareos", ve de pronto cosas. ¿Cómo son?
—Pues como esto que estamos haciendo, y que por
cierto sabía que iba a pasar. Lo pude ver una vez y le tengo que contar algo.
—¿Que me ha visto? ¿Cuándo? ¿Qué me tiene que
contar?
—En una de mis visiones —comenzó a contarme— le vi
a usted. Pero era más mayor, daba charlas y hablaba de mí, no decía mi nombre,
pero sé que era de mí y de experiencias como la mía en el hospital.»
Me quedé asombrado, porque tal y como sucedían
aquellas investigaciones, no pensé en ningún momento que pudiese difundir de
esa forma, ni su caso, ni ningún otro. En aquellos momentos, mis derroteros
estaban centrados en otros objetivos bien distintos y estas investigaciones
eran algo complementario que, aunque me aportaban muchas cosas personales,
también me traían algún quebradero de cabeza.
Después comenzó a contarme cosas de mi vida, las
cuales yo guardaba en ese "baúl" que todos tenemos y que hacía muchos
años ni recordaba. Parecía que algunos detalles se los había trascrito
personalmente.
Después de dejarme con la boca abierta tras
relatarme elementos de mi vida que pocas más personas que yo conocían, le
pregunté que si antes de estar ingresada le había pasado o que si esas
historias que contaba había empezado a vivirlas ya ingresada. Me comentó que
aunque en alguna ocasión le había pasado algo parecido, nunca con esta
intensidad y claridad que había tenido cuando estas veces se había
"mareado".
«Es algo real, muy real —me decía—. Podía ver mi
cuerpo al salir del mismo, después en todos los sitios que voy, estoy como
alguien más, puedo verlos a todos, aunque no puedo elegir dónde voy.
»Hay después algo o alguien, no estoy segura, que
me dice que cuente todo lo que he visto, que ya habrá tiempo para que sepa
todo.
—¿Qué es todo? —le dije.
—Toda la verdad sobre la vida y la muerte. Todo
sobre nuestra existencia.»
Esas palabras retumbaron en mi interior, porque
desde luego era la pregunta principal de nuestra existencia: A dónde vamos y de
dónde venimos. ¿Sería posible que esta persona tuviese o pudiese conseguir esas
respuestas?
Le estuve preguntando sobre qué es lo que ella
pensaba de todo aquello que le estaba sucediendo, sobre las visiones y los
vaticinios del futuro, a lo cual me contestó, firme pero fríamente, que ya le
quedaba poco tiempo, que esto era como una muestra de que había algo más. Que a
lo que ella llamaba de forma eufemística "mareo", sabía que eran
paradas cardíacas, porque podía ver cómo el monitor donde aparecía su ritmo
cardíaco se mostraba como una línea plana o muy irregular. Cómo todo el
personal de UCI se ponía a su alrededor para intentar reanimarla. Lo describía
con total fiabilidad, como que contaba que la echaban hacia detrás hasta poner
la cama en posición paralela, la que llamamos nosotros decúbito supino, que
permite poder realizar todas las labores de reanimación mucho más fácil.
Me despedí de ella muy pensativo, y me desplacé
hacia el área administrativa, donde se encuentran los despachos médicos, a fin
de poder hablar con el médico responsable para saber el estado de la paciente.
Las sospechas de la misma estaban más que fundadas: una grave enfermedad
provocaba que su vida pendiese de un hilo. Aunque todavía no habían perdido la
esperanza, el estado de la misma y la vida que había llevado de alcoholismo
crónico, la habían abocado a esta gravísima situación.
Por supuesto me planteé que fueran problemas de
deprivaciones de algún tipo, las visiones que tenía, pero conmigo pude
comprobar que había sido certera, en muchas cosas que incluso por privacidad me
reservo sólo para mí.
En días sucesivos fui a hablar con la señora, y
algunas otras cosas me contó que me tengo que quedar para mí, aunque sí tengo
que corroborar que fue totalmente diestra con lo que me relataba. Asimismo
localicé a casi todo el personal con el que ella había estado hablado de esta
forma tan especial. Todos y cada uno de ellos me confirmaron que lo que les
contaba, tenía un alto contenido personal, muy personal, y que en gran parte
estaban totalmente sorprendidos con lo que le había dicho.
Algunas otras personas se acercaron para ver si
les contaba algo, pero al parecer cuando no tenía nada que contarles, así se lo
decía, que no dependía de ella, que no era una vidente, que sólo contaba las
cosas que le pasaban, pero que no iba a inventar nada.
Pocos días pasaron cuando una mañana en que iba a
hablar con esta señora, me encontré con su cama vacía, un fracaso multiorgánico
había provocado su última parada cardíaca. Recuerdo que en días posteriores, al
pasar por motivos laborales por UCI, la primera enfermera de la que hablé me
comentó que estuvo presente en el momento del fallecimiento, y que justo unos
segundos antes estaba al lado y que le dijo: «Adiós, hasta la vista». Se volvió
y tuvo la fatal parada cardíaca.
EL HOMBRE DE MUNDO
La
UCI es, desde luego, uno de los lugares más herméticos para el personal
profano. Parece como un mundo aparte dentro del entramado hospitalario. Tiene
normas particulares a fin de proteger al máximo la integridad del paciente que
allí se encuentra ingresado. Muchas veces lo que ocurre allí se configura como
un verdadero mundo paralelo dentro de la dinámica del hospital.
Hay secciones que hacen que cada unidad se pueda
encargar de patologías distintas, dentro de la gravedad extrema que padecen los
pacientes ingresados. En una de ellas, la de cardiología, nos podemos encontrar
personas ingresadas desde por un infarto, hasta otras que hayan precisado algún
tipo de intervención del corazón.
Las paradas cardíacas, allí, están a la orden del
día, y no es infrecuente encontrarlas. Muchas de ellas con éxito para la vida
del paciente y otras llevan al "exitus", que significa literalmente
"salida", aunque habría que utilizar "exitus letalis" o
fallecimiento del mismo.
El público en general piensa que la edad de los
pacientes es muy avanzada, pero hay que desmentir esta errónea suposición sobre
la edad, siendo muchas veces personas de mediana edad las que pueden estar
ingresadas en esas unidades.
Recordemos el artículo del Dr. Pin Van Lommel del
15 de diciembre de 2001 en la revista "The Lancet", donde nos habla
que, dentro del los pacientes que tienen una parada cardíaca, aproximadamente
el 20% recuerda haber tenido una ECM.
Gracias a la colaboración del personal anónimo,
porque ellos así lo quisieron, pude recabar gran parte de la información de
estos casos en esta unidad.
Algunos casos he podido tratarlos directamente con
los pacientes, que me han contado de una forma impactante los mismos, otras
veces el personal, como notarios de la realidad que allí sucede, me han
conseguido toda la información.
Uno de los casos más impactantes de esta unidad
fue la de un paciente que pasaba la cincuentena y que había sufrido ya varios
infartos, debido entre otras cosas a la vida desorganizada que llevaba.
Presupongo que pensaba que nunca le iba a pasar
nada y que simplemente una estancia más o menos larga en las distintas unidades
del hospital iba a realizar una labor de "recomposición" de su estado
general.
Recuerdo lo que alguna vez había escuchado
llamarse el "síndrome de supermán", que consiste en que la persona se
cree más o menos inmortal, haga lo que haga, bueno o malo, con excesos o no, y
piensa que hoy en día con los "adelantos" que tenemos, de una forma u
otra, se recompone y ya está. Algo parecido a cuando llevamos a cualquiera de
nuestros electrodomésticos a reparar, que más o menos es complicado, pero se
repara y ya está. Craso error, nada más lejos de la realidad. Si nos diésemos
cuenta de nuestra fragilidad, podríamos saber cuán débil es la envoltura física
que tenemos. Recuerdo una frase que decía algo así como «lo excitante de la
vida es que no sabemos dónde vamos a estar mañana».
Este hombre, que se encontraba una vez más en
estado crítico, no era consciente de lo complicado que estaba resultando el
poder remontar el proceso cardíaco que tenía y poder conservar la vida.
Cada vez que sufría una lesión cardíaca, su
potencial vital se debilitaba, poco a poco la llama de la vida se le apagaba y
no sé si es que no quería ser consciente de ello o bien era un inconsciente, a
pesar de tener una preparación suficiente para poder saber que en cualquier
momento podría fallecer.
Por contra, era una persona afable, a pesar de
encontrarse en un entorno que podríamos decir hostil, no por el personal, que
es muy comprensivo y profesional, sino por todo lo que rodeaba. El que ha
estado en esa situación ha podido vivir la incertidumbre y el miedo, ya que
muchas veces son completamente conscientes de lo que le está pasando.
Después de una de las varias paradas cardíacas que
sufrió, empezó a hablar de "seres de luz" y de "el otro
lado". Anteriormente, hablaba sobre todo de sus aventuras y desventuras de
una vida bastante azarosa. Lo contaba de una forma que parecía más una aventura
de un personaje novelesco que de las vivencias de cualquier persona.
Pero lo que me llamó la atención es que, después
de una de estas paradas cardíacas, cambió totalmente el tema de su discurso.
Debido a ello, un día de los cuales tenía que ir a valorar a uno de los
pacientes ingresado en UCI, se me acercó un compañero, que como sabía que
estaba buscando y recopilando casos de ECM, me dijo:
«Creo que deberías hablar con el de la cama del
fondo, ha empezado a hablar de unos seres raros y de otras muchas cosas más,
que es posible que te interese —me comentó mientras iba a valorar al otro
paciente.
—En cuanto termine voy a verlo —le dije—. Aquí ya
no me queda mucho y hoy puedo dedicarme un rato a ver qué es lo que cuenta.
—Es un hombre de mundo —me comentó—. Seguro que
por lo menos echas un buen rato, tiene historias para contar que harán que
pases un rato entretenido, aunque ésta que últimamente cuenta parece más de un
programa de misterio que de la realidad. Ya lo verás. Cuando saques alguna
conclusión dímelo, porque estoy pensando que se nos está demenciando, voy a
hacerle una hoja de interconsulta al psiquiatra, aunque la historia que cuenta
es muy elaborada, y como sé que en otras ocasiones has estado hablando con
algunos que han pasado por cosas parecidas, a ver qué te parece.»
Mi compañero me puso al día de tanto de la
patología como de la especial idiosincrasia de esta persona, para que al menos
pudiese comprender alguna de las circunstancias o historias que pudiese
contarme.
Me acerqué y me presenté, no quise comentarle
directamente el motivo que me llevaba allí, aunque desde luego, después de una
breve y animada charla, derivamos la conversación sobre lo que le había
ocurrido.
Era realmente una persona de mundo, que te
escudriñaba con la vista pero sin ser para nada incómodo. Sus ojos, ya
grisáceos por la edad, y posiblemente por el tipo de vida que había llevado, no
hacían más que moverse de un lado a otro, para que ningún detalle se le
escapase, "hablaban" a la vez que emanaban palabras de su boca.
«Yo, doctor, soy un hombre muy rodado —me dijo—,
he vivido muchas cosas y situaciones. No me asusto fácilmente de nada, es más,
soy un veterano y un "reincidente" de la UCI. Me han dado ya cinco
infartos y entro aquí como "periquito por su casa". Así que le digo
que he visto tantas cosas que es muy difícil que yo me asuste y por supuesto
que me sorprenda. Y esta vez, no me he sorprendido, sino lo siguiente. ¿Quiere
que se lo cuente?
—Pues claro —le dije—, pero quiero que sea lo más
fidedigno a como lo recuerda.
—Por supuesto. ¿Cómo quiere que se lo cuente? No
voy a poner ni quitar nada. Le cuento: recuerdo que estando aquí ya unos días
ingresados, me dio uno de esos dolores que suelen darme en el pecho cuando se
me está produciendo un nuevo infarto. Otra vez, llamé a la enfermera, otro
infarto. Me dolía el pecho, el hombro. Es un dolor muy típico que ya conocía.
En seguida vinieron a socorrerme. Sólo quería que me quitasen el dolor, me
diesen esa medicación que hace que la sensación tan desagradable desaparezca,
pero antes de que pudiesen ponerme nada por vena, me vi como arte de magia
observando lo que hacía todo el personal desde un punto privilegiado, los veía
desde el techo, pero me iba desplazando de un lado para otro como uno de esos
helicópteros de control remoto que venden en las grandes superficies.
»No le puedo decir que iba flotando porque no me
veía, pero lo que sí veía es a todo el mundo actuando, recuerdo incluso cómo me
reanimaban porque mi corazón se había parado, pero eso no es lo único.
»Cuando pasó un rato, me vi descender ya desde el
suelo, y empezaron a aparecer unos seres relucientes, totalmente de blanco que
se iban acercando a mí como si flotasen. Salían de todos lados, podrían ser 8 o
10, poco a poco se iban acercando, pero yo no los veía andar. No, iban como
flotando, o mejor dicho, como cuando uno va sobre un carril.
»Como digo, se fueron acercando, no hablaban, pero
yo les entendía en el alboroto que se había formado para intentar reanimarme.
»De pronto, se acercaron y me invitaron a
seguirles. Yo ni me lo pensé, me fui con ellos, pero no sé cómo. En un momento
me veía en una especie de pasillo inmenso en el cual iba desplazándome a la par
de estos seres. Ahora eran menos, unos cuatro.
»Aunque nos desplazábamos, las especies de túnicas
que llevaban no se movían, era como si no existiese la fricción. Eso me llamaba
mucho la atención, ya que había una especie de luces a los laterales que veía
cómo se desplazaban desde delante hacia detrás, con un claro movimiento de
desplazamiento. La sensación era fantástica, era como volar, como los sueños
que alguna vez todos hemos tenido pero mucho más real.
»Una vez alcanzamos la zona más iluminada, no
recuerdo pasar por ninguna puerta ni arco antiguo. Estaba allí y punto.
»Los seres que me acompañaban se fueron
difuminando como si fuesen de arena y justo después aparecieron otros, parecían
translúcidos, pero ante la luz tan blanca que había en ese lugar era difícil el
poder distinguirlos.
»Recuerdo que uno de ellos empezó a mostrarme
todos los eventos principales de mi vida. Los veía, los vivía, tan pronto
estaba en tercera persona como en primera. Me recordaba a algunos videojuegos
que había tenido ocasión de ver en el ordenador de mis hijos.
»Me di cuenta de cuántas cosas habían ocurrido,
pero también me mostraron cómo había afectado a otras personas y la repercusión
de las mismas. Muchas veces, éstas eran negativas y pude ver todo el daño que
había causado. ¡Yo no podía haber provocado eso, pero lo había hecho!
»Después de mostrarme esto, recuerdo sentir cómo
me desplazaba hacia otro lugar, no puedo decir qué es lo que era, pero estaba
muy incómodo, podía sentir el pesar de las personas que me habían mostrado, a
las cuales muchas de ellas ni recordaba.
»Es muy difícil que se lo pueda explicar doctor,
yo podía sentir la pena y la aflicción que había provocado en los congéneres,
como si yo lo sufriese. Era muy, muy desagradable, menos mal que duró poco.
»Se acercó un ser, o lo que yo creía que era un
ser, porque no podía verlo, pero podía sentirlo y me indicó que debía volver.
»Yo no soy religioso, hasta ese momento era
agnóstico, pero si me preguntaran que quién podría ser yo diría que algo
parecido a Dios, un ser superior, Gaia, la energía, o alguien omnipresente. No
lo sé, ya que ni lo veía ni lo oía pero lo sentía. Es muy complicado definir
esas sensaciones porque es como explicar a un ciego de nacimiento los colores,
por mucho que los definamos, no puede verlos, pero sabe que están ahí.
»En un momento, estaba otra vez en la UCI, con un
ingente grupo de personal que todavía se debatían por poner, de nuevo en
funcionamiento, mi desgastado corazón.
»¡Yo quería vivir! Era la primera vez en mi vida
que deseaba algo con tanta intensidad y desde luego no para seguir con la vida
que llevaba, desde luego que no, sino para poder enmendar uno a uno mis
errores.
»No se trataba de redención, sino de pedir perdón.
De poder subsanar todo el mal que había hecho, muchas veces de manera
involuntaria, pero también hay que decir que por ser un inconsciente, un
vividor, un parásito de la vida, que a pesar de poder llevar una vida
desahogada y tranquila, debido a mi situación económica sin problemas, esto me
lo buscaba yo de una manera u otra.
»Había personas que se acercaban a mí por interés,
pero otras que intentaban ayudarme y yo no quise. ¡Tenía que remediarlo!
»Como el que explota una bolsa llena de aire, de
repente me encontré pegando un bote en la cama y tomando con todas mis fuerzas
una bocanada de aire.
»¡Todavía estaba aquí! ¡Me habían dado una nueva
oportunidad!
»La tengo y la voy a aprovechar, doctor. Voy a
salir de esta sala y cuando me den el alta, voy a ir una por una a por todas
las personas que vi y a las que sé que les he hecho daño, y las resarciré de
una forma o de otra.»
Recuerdo que esa historia me impactó, porque no
tenía nada que ver con los antecedentes de persona de "moral
relajada" que me habían definido. Claramente había tenido una transmutación,
lo que tendría que comprobar es si sería momentánea o no.
Quedé de acuerdo con el compañero que me había
comentado el caso para que me avisase si se daba alguna novedad, porque yo, en
la medida de mis posibilidades laborales, me acercaría para hablar con el
paciente.
Pasaron los días y después de una temporada, pasó
a planta, allí posteriormente evolucionó satisfactoriamente.
Seguía contándome una y otra vez la misma historia
sobre esos seres, esas sensaciones y ese deseo de redención.
Posteriormente, se fue de alta hospitalaria,
pasaron unos meses, hasta que de una forma más o menos casual, me lo encontré
en los pasillos del hospital. Nos paramos a hablar unos minutos y contrasté que
el hombre que me habían referido había cambiado.
Me llamó la atención porque esa semana habíamos
quedado para que me contase la evolución y sólo unos días antes lo había visto.
Me alegró mucho verlo por allí, parecía otro hombre y emanaba un ánimo y una
vitalidad tales que haría dudar a cualquiera que hubiera estado en las puertas
de la muerte.
El día que nos habíamos citado estuvimos hablando
largo y tendido un buen tiempo, me estuvo contando, y me mostró una lista de
las personas que quería visitar, y cómo a algunas de ellas ya había tenido la
ocasión de visitarlas.
«¿Cómo le han recibido? —le pregunté.
—Pues verá, muchos con cierta perplejidad, al
principio creían que quería tomarles el pelo, pero cuando vieron que iba de
verdad, he podido resolver gran parte de las sinrazones que había provocado.
»A todos y cada uno de ellos les he pedido PERDÓN,
con mayúsculas y de corazón, no para acallar mis remordimientos, sino para que
estas personas supieran que aunque yo les había provocado ciertos desazones,
sentía el haberlo hecho, porque muchos de ellos fueron involuntarios, pero no
por ello menos dolorosos.
—¿Y a usted? ¿Cómo le ha cambiado?
—Soy una persona nueva, o mejor dicho, una nueva
persona, no hay nada que ver con el antes y el ahora, soy distinto, me
encuentro mejor e intento que los que están a mi alrededor también lo estén.
»Me miro, muy mucho, el que mis decisiones afecten
de una forma negativa a los demás de forma directa o indirecta, y en caso de
duda, no lo hago.»
Tuve ocasión de poder hablar con él en varias
ocasiones y ver cómo de una vez a otra había una trasmutación en la persona que
había conocido en la cama del hospital, yo me atrevería a decir que una
metamorfosis completa. Era otra persona, otro ser, ahora humano.
No sé si lo que pudo vivir fue cierto o fruto de
su imaginación, lo que sí fue es uno de esos puntos de inflexión que a veces la
vida nos permite tener. Yo no podría llamarlo una segunda oportunidad, pero sí
fue un giro completo en su vida, una forma de cambio total en la manera y el
ánimo de vivir y compartir con los demás.
EL JOVEN
Se
suele relacionar la UCI como un sitio de muerte, enfermedades graves, con
personas al límite de la vida.
Quizás lleven razón, pero en nuestro ancestral
instinto de supervivencia, hemos sido capaces de crear Unidades Médicas capaces
de luchar desaforadamente contra ese fin que tenemos todos y cada uno
asegurados cuando nacemos.
Muchas historias suceden detrás de esas paredes,
como la que ocurrió en un paciente con un politraumatismo por un accidente de
tráfico. Esta persona, según parecía, pensaba que su vehículo o bien él podrían
tener más rendimiento del que realmente tenían.
Puede ser que por su juventud e imprudencia
tuviese el accidente. Porque según nos constaba en la historia, había tenido
una colisión a alta velocidad, posiblemente al no poder controlar su vehículo
por cualquier imprevisto o despiste que se hubiese producido.
Fuera la causa que fuese, lo que no es menos
cierto es que este incidente o accidente provocó su ingreso en UCI por las
múltiples lesiones internas que se habían provocado además de las óseas, lo
cual podría dar un pronóstico más que reservado, llegando a la gravedad, y a
que en cualquier momento se pudiese producir un desenlace fatal.
A favor tenía su edad, joven en la veintena, lo
que podría llamarse la flor de la vida, con un cuerpo fuerte, que todavía no
había sido castigado por el paso inexorable del tiempo.
En contra, unas profundas lesiones cataclísmicas
que habían puesto ya varias veces al borde del abismo al joven conductor.
A mí me habían avisado porque después de muchos
días teniendo un tubo oro-traqueal para poder respirar con una máquina, corría
el riesgo de que se pudiesen provocar lesiones permanente en la tráquea, como
una estenosis, o sea estrechamientos en la misma, debido al largo tiempo de
utilización del tubo. Además la presión necesaria para poder transmitirle el
oxígeno vital se podría reducir haciéndole una traqueostomía, que es un
orificio en el anillo traqueal, por debajo de lo que usualmente se llama
"la nuez de Adán". Se introduce una cánula que garantiza el mantenimiento
de una vía aérea permeable, la primera necesidad para el mantenimiento de la
vida, en caso de lesiones múltiples.
Estaba yo para realizar la intervención quirúrgica
cuando el joven sufrió, a pesar de todos los cuidados, una brusca bajada de tensión,
que provocó una parada cardíaca que duró un segundo.
Por aquella época, realizábamos múltiples
intervenciones de traqueostomía en la UCI a fin de evitar traslados complicados
a los pacientes, aunque entonces las camas no eran como las de ahora, sino mucho
más bajas y sin las posibilidades de movimiento que tienen las nuevas.
Teníamos todo preparado, contaba como ayudante con
un médico residente, que estaba ávido por entrar en acción, pero recuerdo que
cuando pudo ver la parada cardíaca de cerca, desde luego, se le trasmutó la
cara, hasta el punto de que para posteriormente poder realizar la necesaria
intervención tuvo que acudir como ayudante otro compañero.
Por suerte para el politraumatizado, se pudo
resolver en breves instantes la parada cardíaca, que de haber sido
incontrolable hubiera provocado el lógico fallecimiento del enfermo.
No era raro ver jóvenes que, tras excesos de los
fines de semana, acababan con sus huesos postrados, a veces como seres inertes,
en las camas de la UCI, sin otro futuro que salvar su vida, a costa de perder
totalmente su identidad debido a las gravísimas lesiones que en muchos casos su
imprudencia o la de otras personas había provocado.
Después de resolver la parada cardíaca, empezaron
de nuevo a realizarle nuevas pruebas, por lo que hubo que demorar hasta el
final de la mañana el poder realizarle la necesaria intervención de la
traqueostomía.
De nuevo me vi frente a la cama de la UCI, a media
tarde, con otro de los médicos residentes como ayudante, ya que el anterior se
había impactado de tal forma que tuvo que cambiarle el turno de guardia. Lo
achacó a un trastorno gastrointestinal pero todos sabíamos que al principio una
cosa es estudiar los libros y otra es verlo en la dura realidad.
Nos dispusimos de nuevo a prepararlo todo, y tal
cual lo hicimos, realizamos la intervención sin la mayor incidencia de no
demorarnos en exceso ya que la inestabilidad del paciente no nos lo permitía.
En cuanto se realizó la intervención, la cantidad
de oxígeno que llegaba a sus pulmones aumentó de forma considerable,
disminuyendo asimismo la presión que había que aplicar para conseguir este
efecto.
Si al menos no habíamos conseguido una curación,
sí logramos una mejoría valorable, dentro de su gran inestabilidad. Era un
trabajo en equipo entre los distintos especialistas médicos a fin de poder
conseguir la viabilidad vital del accidentado.
Era duro ver una y otra vez jóvenes tumbados en la
cama de una UCI, debatiéndose entre la vida y la muerte.
Después de unos días, estando en una de esas interminables
guardias médicas, me dispuse a realizar lo que llamamos "Hoja de
Interconsulta", que es una petición de valoración o de realización de
alguna técnica específica de nuestra especialidad a fin de poder resolver
alguna eventualidad en los pacientes.
En nuestro caso el texto era
conciso:"Paciente con traqueostomía. Ruego cambio de cánula".
Pues preparado con todo el material necesario para
realizar con seguridad el cambio de cánula, que no era poco, me dispuse a
trasladarme a la planta donde estaba el paciente.
Una vez allí, me puse a ver la historia, y
apareció la hoja quirúrgica donde se refleja el tipo de intervención y el que
la realiza. Era el mismo joven que había tenido la parada cardíaca, al que le
había realizado la traqueostomía. Salió de la gravísima situación en la cual se
encontraba, y al pasar a la planta hospitalaria, al menos indicaba que ya
estaba estable. Revisando la historia parecía que me iba a encontrar a un
paciente en buena situación neurológica, aunque no sabía cómo iba a estar
realmente, pero al entrar en la habitación pude observar que, quitando unas
cuantas escayolas y apósitos, parecía estar bien.
Le estuve explicando que le iba a realizar el
cambio de la cánula que llevaba, que era de un material plástico, por otra que
tenía aspecto plateado por la composición que poseía y que a además le iba a
retirar los puntos de sutura que había en la herida quirúrgica.
Con un claro movimiento hacia arriba y hacia abajo
de la cabeza, me contestó claramente a la pregunta sobre si se había enterado
de lo que iba a hacer. Necesitaba que colaborase para poder cambiar con más
facilidad la cánula y retirarle los puntos.
Todo fue a la perfección, lo que nosotros llamamos
el "lecho quirúrgico", que es donde está la cánula, tenía buen
aspecto para los días que llevaba intervenido, y en cuanto su problema pulmonar
se solucionase, muy probablemente podría retirarse la cánula y la
traqueostomía.
Una vez realizado el cambio, el paciente comenzó a
mover los labios para poder hablar. Después de unos años uno desarrolla una
especie de capacidad para poder leer en los labios aunque éstos no emitan
ningún sonido. Entendí perfectamente que quería darme las gracias y que deseaba
hablar conmigo.
Le dije que volvería en unos minutos, porque iba a
buscar un dispositivo que teníamos en nuestra planta de Otorrinolaringología y
que le serviría para ocluir a demanda la cánula y poder hablar.
Así lo hice, y en unos pocos minutos volví y le
estuve explicando a él y la familia cómo debían ocluir la cánula. Nada más la
ocluyó, recuero que me dijo:
«Usted es el que me hizo la intervención del
cuello, ¿verdad?
—Sí, yo se la hice —le contesté.
—Es que yo lo vi —me dijo—. Cuando tuve la parada
cardíaca, estaba usted vestido con un pijama verde de quirófano y le acompañaba
un chico muy jovencito.
—Sí —le dije—. ¿Cómo lo sabe?
—Yo estaba a su lado. Vi que tenía una mesita
llena de tijeras y materiales que no había visto en mi vida, que supongo que
serían para la operación.
»A mí me resultaba curioso que usted no me viera,
es más me puse delante de usted para ver si me veía y como si nada.
»Lo que sí recuerdo es al chico joven, que se puso
blanco mientras me resucitaban. Porque vi que en el monitor no había líneas del
latido cardíaco como al principio. Sonaban las alarmas.
»Era curioso, ¿no le parece? ¿Quién era yo, el de
la cama de la UCI cuyo corazón se había parado o el que estaba a su lado, pero
al que nadie veía? ¿Quién era yo? ¿Uno o los dos?
—No lo sé —le respondí—. ¿Está usted seguro de lo
que vio?
—Totalmente —me dijo—. No tengo lugar a dudas de
que era usted y pude ver incluso que después de preparar la mesa, la tapó con
un trapo verde.»
Llamaba la atención porque todo lo que estaba
contando, paso por paso, era verdad. Ningún familiar pudo informarle de esos
pormenores, ni de la práctica que tenemos por norma de tapar con un paño
estéril la mesa quirúrgica, cuando vemos que por cualquier eventualidad no
vamos a utilizarla de inmediato. En ese momento, estábamos nada más que el
equipo sanitario en el módulo de la UCI, por lo cual, desde luego, no creo que
nadie le hubiese comentado nada, es más, al ver que no se podía realizar la
intervención, tenía por costumbre desechar el material quirúrgico, ya que se
podría contaminar fácilmente y desde luego, nada nos podía garantizar la
asepsia necesaria.
Pasaron ya unos días cuando volví a ver al
paciente. Ya tenía ocluida todo el tiempo la cánula y entonces se podría
proceder al cierre de la misma, tras la extracción previa. Antes, le pregunté
de nuevo sobre el tema.
«¿Sigue estando seguro de lo que me contó el otro
día? ¿Ha recordado algo nuevo?
—Sí, totalmente, es más, he recordado algunos
detalles que me gustaría corroborar con usted: Después de todo el follón que se
montó, usted tocó la mascarilla de su compañero y se la bajó, le dijo que
tomase aire despacio y que se sentase. ¿Sucedió así?
—Pues... pues... sí —respondí atónito—. Recuerdo
que eso fue lo que hice, porque cuando lo vi, y percibí su lividez, actué lo
más rápidamente que pude, haciendo eso que indica precisamente.»
Una vez más me dejó con ese detalle pensativo,
intentando recordar quién estaba allí en ese momento y, desde luego, no había
nadie ajeno al equipo sanitario. Si ya la historia de días anteriores me había
sorprendido, no quiero decir nada de este detalle, que aunque infrecuente, no
es atípico que ocurra entre los que aspiran a ser especialistas.
LOS SERES ALADOS
La
ciencia médica tiene todavía muchos puntos a los que no puede llegar, debido a
que son tantas las variables existentes que muchas veces se va a la consecuencia
y no a la causa o etiología del problema.
Las personas ingresadas recuerdan su estancia como
algo difícil de olvidar, donde los días eran iguales a las noches, en muchos
casos, el único contacto son las paredes de la sala o habitación donde están y
con suerte la visita efímera de los familiares.
Un día que estaba en la planta del hospital,
recuerdo una llamada al móvil donde se me ponía en antecedentes de un paciente,
que había tenido una parada cardíaca y decía haber hablado con unos seres alados.
En cuanto pude, me acerqué a ver al compañero que
me había llamado, para que me comentase el estado del paciente, ya que alguno
de ellos, desde el punto de vista neurológico y psiquiátrico, no están en unos
cánones aceptables.
Según parecía, la patología que había llevado allí
a esta persona no tenía visos de haber alterado ni mermado sus capacidades
psíquicas. Tampoco se tenía ningún antecedente de que sufriera ningún proceso
psiquiátrico previo.
Al parecer, después de una parada cardíaca, con
una reanimación un tanto dificultosa, relató que había podido hablar con unos
seres alados de aspecto semitransparente que estaban por toda la sala. Es más,
por lo visto contaba una historia de haber viajado a un mundo diferente al
nuestro.
Con estos antecedentes, desde luego no podía
perder la ocasión de ir a hablar con este paciente, que al parecer se había
estabilizado de su patología de base y ahora, dentro de la gravedad, estaba
algo mejor.
Como digo, me presenté a los pies de la cama. Era
un hombre de mediana edad, muy pocos kilos, y se entreveía una musculación
fuerte, posiblemente por haber tenido un trabajo físico.
Le saludé y le hice un breve resumen de las
investigaciones que estaba realizando.
«Encantado de ayudarle —me dijo—. Yo sé poco de
estos temas, aunque desde luego después de lo que me ha pasado, me gustaría
informarme sobre ellos. ¿Sabe de algún libro de hable de lo que pasa cuando uno
se muere y vuelve otra vez? Porque eso es lo que me ha pasado a mí. ¡Menuda
aventura!»
Me quedé un poco asombrado de que se tomase tan a
la ligera lo que le había sucedido, porque casi falleció durante la parada. Si
no hubiera sido por el tesón y el buen hacer de los profesionales, desde luego
no me hablaría así. Continué escuchándole con atención, porque la historia lo
merecía.
«Cuando tuve la parada cardíaca —empezó a
relatarme— vi cómo me despegaba del cuerpo, de pronto estaba de pie en la cama
y con todo el personal a mi alrededor, comencé a flotar y entré no se cómo en
una especie de cúpula o burbuja totalmente traslúcida que emitía una luz muy
parecida a la de los faros de xenón de los coches, aunque no era nada molesta,
todo lo contrario, resultaba agradable y reconfortante estar ahí. Era inmensa,
pero la visibilidad era como en esos días en que la atmósfera está totalmente
clara, en que puede verse a kilómetros de distancia.
»Recuerdo que había como una especie de montículo
lejano, que después tuve la oportunidad de comprobar que era como una drusa de
cuarzo, pero en cuyo interior vivían seres. Éstos eran parecidos a nosotros en
algunas cosas, como es cierta parte de la apariencia física pero tenían una
especie de alas, tampoco eran como las que se pintan en las iglesias de los
ángeles, sino más parecidas a las mochilas de los jetman que salen en la tele
que a las de un pájaro.
»Eran muchos, muchísimos los que se podían
distinguir en todas las direcciones, pero parecía que tenían un punto de
reunión común como era esa especie de drusa que antes comenté.
»Cuando me acerqué más, vi que era una maravilla,
con cristales de distintas tonalidades que iban variando su color como lo hacen
las pompas de jabón.
»Entraban y salían multitud de seres, como las
abejas de un panal. No había puertas ni ventanas, pero se podía entrar y salir
de allí.
»Yo podía moverme en las tres dimensiones del
espacio, incluso en la cuarta, la del tiempo, también. Era muy raro, pero yo
era un ser de dos dimensiones, y podía moverme libremente a donde quisiese,
nada más pensarlo.
»Se me acercó uno de los seres, sin hablar supe
que me indicaba que le siguiese, así hice y nos introdujimos en esa especie de
geoda de cristal como el que atraviesa el marco de una puerta, no hubo
resistencia alguna. Allí dentro tuve una visión maravillosa, aunque se la
describa con palabras, jamás podré definirle los olores ni los colores que vi.
Es como si pudiese ver más del espectro visible, más de infrarrojo y más del
ultravioleta.
»Eran formaciones de aspecto sólido pero que
variaban de forma al igual que lo hacen las lámparas de lava que se pueden
comprar en cualquier tienda. Pero se parecían a los espectros musicales, según
alcanzase una altura, así tenían un color, aunque como digo muy distintos a los
nuestros.
»Como he comentado, los olores eran suaves y
agradables, pero que no se parecían para nada a los que conozco, eran muy
distintos. Además tenían la capacidad de que no se agotaban, que continuaban
oliendo a pesar de llevar ya un tiempo.
»Lo que sí me llamaba la atención es que aquí
estos seres parecían más organizados, cada uno entraba en uno de estos
montículos móviles y además por las distintas alturas, pero sin cruzarse de uno
a otro lado como lo hacían anteriormente.
»El ser que me acompañaba o al que yo le
acompañaba me indicó de nuevo por dónde entrar, sólo tuve que verlo, pensarlo y
dirigirme hacia ese punto, donde pude ver escenas de mi vida, puntos en los
cuales mi vida por un motivo o por otro, negativo o positivo, había tenido que
cambiar.
»Era todo muy real, como una especie de holograma
o teatro en miniatura, pero en donde yo era el protagonista, y tan pronto lo
veía en tercera persona, o sea como espectador, que lo hacía en primera, como
actor de una historia real. Todo lo que vi era mi vida, contada en escenas
importantes, alegrías y tristezas que han hecho que mi vida vire hacia un lado
u otro y que a veces haya zozobrado.
»Después de visualizar esos fragmentos de mi vida,
como el que extrae el humo con un motor de aspiración, así me sentí que pasé a
otro lugar, éste era totalmente distinto, no se veía ningún relieve, y el color
predominante era el blanco con tonos azulados, pero no sé si por el color
blanco o porque tenía esta tendencia.
»A la vez se veía todo y no se veía nada. Por más
que intenté desplazarme por aquel sitio, no podía encontrar nada que me hiciese
orientarme en ningún sentido.
»Esta vez era el ser el que me seguía a mí, hasta
que en un momento decidí que no merecía la pena moverme y me volví hacia él
para preguntarle qué sucedía allí. Sin hacer la pregunta, ya me respondió,
debíamos esperar, porque alguien se pondría en contacto con nosotros. ¿Pero
quién?
»Allí el tiempo, si es que existía, pasaba de una
forma muy diferente al de aquí. Me encontraba en una paz y tranquilidad que
hacía años no tenía. Podía disfrutar de una sensación que no sé si alguna vez
he tenido, pero que desde que me pasó eso me gustaría volver a tener.
»En un momento determinado, no se cuándo, pude
escuchar dentro de mí una voz que me decía que esperaba que hubiese aprendido
lo suficiente con esta experiencia para que pudiese realizar cambios en mi
vida, y aunque más tarde o más temprano volvería, no me arrepintiese luego de
no haber hecho ciertas cosas.
"Ya has visto más que muchas personas,
siéntete como un privilegiado y utiliza la información para usar bien el tiempo
que aún te queda. Debes volver, aunque la vuelta no será agradable, porque tu
cuerpo físico está muy castigado y gran parte de responsabilidad la tienes tú.
Tienes que ser consecuente con el tiempo que aún te puede quedar, pero
dependerá de ti solo que lo aproveches o no, y por supuesto, esto es una
prórroga, pero con fecha de caducidad, que dependerá de cómo trates y te
trates."
»Lo que dijo este ser, que en ningún momento
llegué a ver, pero que parecía que estaba en todas partes, era totalmente
verdad. Por una parte por mi trabajo que no tenía horarios, y por otra por
excesos que había cometido, por ello me encontraba en esta situación. Ya más de
una vez los médicos me habían dicho que tenía que cambiar de ritmo de vida,
porque si no lo hacía cualquier día me pegaba un susto y podría llegar a no contarlo.
Yo no les hacía mucho caso porque pensaba que los que están en el hospital son
otras personas, que jamás me iba a tocar a mí, pero es todo un error pensar
eso, la vida te da lo que tú le das, es más, a veces te sorprende con cosas
negativas que no te mereces. Pero en mi caso, estaba jugando a un juego
peligroso, forzando mi cuerpo, quitándome horas de sueño, no descansando.
Aunque nunca he tomado drogas, sí tomaba a todas horas bebidas estimulantes
para mantenerme bien.
»Pues como decía antes, este ser me indicó que
debía volver, y desde luego, muy a pesar mío, porque allí estaba completamente
a gusto, muy bien, realmente podría decir que en un estado de paz y
tranquilidad plenas.
»El ser que en todo momento me había acompañado,
recuerdo que me dijo que era hora de volver, pero que jamás olvidase las
enseñanzas que había aprendido, porque todo esto era real, muy real. Que no
intentara comprenderlo, que todo esto pertenece a una existencia aparte de
cuando uno deja su cuerpo físico, que allí no hay edades ni sexos, sino almas.
»Nada más decir esas palabras, noté cómo me
volvían a succionar pero esta vez no a ninguno de esa especie de niveles que
había tenido antes, ni mucho menos, volvía a mi cuerpo sacudido por los
intentos de reanimación que posteriormente pude enterarme que fueron muy, muy
dificultosos, pero que cuando ya casi me daban por perdido, mi corazón comenzó
a latir en contra de las previsiones.
»Me encontraba con un tubo en mi garganta y con
una máquina para poder respirar; aunque estaba despierto, no podía moverme ni
hablar. Parecía que me habían pegado una paliza o que había realizado un viaje
muy cansado.
»Nada más poder hablar, recuerdo que le expliqué
al médico lo que me había pasado, porque yo le vi que me estaba reanimando. Le
expliqué todo lo que vi, pero de una forma mucho más somera. También le
expliqué cómo les vi reanimarme y cómo se desesperaba en el último momento al
ver que no reaccionaba, pero yo ya estaba dentro de mi cuerpo.
»Yo ahora sólo quiero salir de aquí, curarme y
cambiar de estilo de vida. Poder hacer aquellas cosas que siempre he dejado
relegadas a otro momento.»
Recuerdo que cuando comentaba esto último, sus
ojos brillaban por la ilusión de alguien que había recobrado el rumbo de su
vida.
Después de escuchar toda su historia, no me
extrañaba que su ánimo fuese positivo. Estaba convencido de que lo que le había
pasado era totalmente real, sin tener dudas razonables ni cuestionarse nada,
para él era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Según
comentaba, le iba a servir para el cambio del estilo de vida que le había
llevado allí, así que nada más por eso ya era positivo.
Pasaron ya varios días cuando supe que lo habían
trasladado a planta y que pronto le darían el alta. Fui a visitarlo y estuve
hablando un rato con él. Sus intenciones de cambio o enmienda seguían. Yo no lo
conocía de antes, pero seguía convencido que lo que le había pasado era real.
Unos meses después, recuerdo que pudimos hablar de
nuevo, y lo que me seguía sorprendiendo gratamente era su actitud positiva, a
pesar de haber quedado con algunas secuelas.
Me comentó que había comenzado a trabajar pero a
otro ritmo totalmente distinto, que las cosas ya no se las tomaba tan a pecho,
que necesitaba, quería e iba a vivir. Me indicó que había remodelado todo,
desde su vida personal a la laboral, habiéndose quitado todo el lastre que
llevaba de antes.
Recuerdo una frase que decía muchas veces: «un
futuro de esperanza me espera a la vuelta de la esquina».
Durante años, nos seguimos viendo regularmente, manteniendo
charlas sobre lo humano y lo divino. En estos casos, se pasa a una relación muy
distinta a la de médico-paciente, se entra ya en unas conversaciones en el
ámbito personal y filosófico muy distintas a recoger datos de tal o cual
experiencia o suceso.
Desde luego el hombre que ingresó muy grave en el
hospital había sufrido una completa metamorfosis en su forma, estilo y concepto
de entender la vida.
Su deseo principal era vivirla, disfrutarla,
sentirla y aprovechar esa prórroga que un día tuvo cuando miró cara a cara a la
muerte.
LOS RUIDOS
En
el Servicio de Neurología de un hospital son ingresados pacientes con múltiples
patologías. Muchas de ellas pueden afectar no solamente al estado físico del
paciente sino también a la psique, pero otras no afectan definitivamente a sus
capacidades, sino que éstas se ven recuperadas en un tiempo variable para cada
persona.
Debido a la estimulación cerebral por las diversas
patologías que se presentan, desde luego habría que descartar aquellas que se
produjesen por estimulación de los distintos lóbulos cerebrales, que originasen
la aparición de las distintas alucinaciones e ilusiones capaces de crearse por
la tonificación de los mismos.
Muchos han sido los casos que podría relatar, pero
desde luego sólo unos pocos que podría llamar inexplicados, porque muchos de
los mismos se podrían justificar por las distintas alteraciones que
presentaban.
Muchos hablaban de visones de todo tipo, pero tras
un somero estudio podríamos achacar a su patología orgánica estas manifestaciones,
que no sólo eran visuales y auditivas, sino que afectaban a todos los órganos
de los sentidos.
En una de mis múltiples guardias, me hicieron una
Hoja de Interconsulta, para valorar a un paciente que refería pérdida de
audición. Era un hombre sobre cuarenta y tantos años que tras un partido de
tenis desarrolló un intenso dolor de cabeza, por lo que tuvo que ser trasladado
al hospital por sus compañeros de partido. Allí, tras una serie de pruebas, se
le diagnosticó una "hemorragia subarancnoidea", que es un tipo de
hemorragia que a veces se asocia a la extravasación de sangre al espacio del
mismo nombre, debido a múltiples causas, aunque suelen ser por aneurismas o
dilataciones de los vasos sanguíneos de este espacio. Éste se encuentra entre
la membrana que cubre la médula espinal y la médula misma,
que porta el llamado líquido cefalorraquídeo, hallándose en unos lugares
anatómicos llamados aracnoides y piamadre.
Esta persona, como decía, tras este intensísimo
dolor de cabeza, fue trasladada al hospital donde se le diagnosticó este tipo
de hemorragia, cuyo pronóstico es grave, aunque hoy en día con los medios de
tratamiento que tenemos puede solucionarse con bien del enfermo.
Revisando la historia, pude objetivar que se
ingresó en una de las camas de observación, y tras unas horas allí, antes de
trasladarse, sufrió una parada cardio-respiratoria, que fue resuelta tras no
demasiadas complicaciones.
Una hipertensión acompañante hacía que el
pronóstico fuera complicado, y preocupante, ya que la posibilidad de sangrado
importante se acrecentaba por este factor.
A pesar de haber pasado la fase aguda, continuaba
ingresado y era la posible pérdida auditiva la que hacía que fuese a verlo a la
habitación donde estaba ingresado.
Pertrechado con el material, me desplacé hacia el
lugar donde estaba encamado, para valorar su estado auditivo.
Recuerdo que la primera aproximación que hacíamos
en la habitación era la valoración con diapasones, que son como unos elementos
metálicos en forma de Y, que al vibrar hace que emitan una frecuencia
determinada, lo que puede indicarnos mediante unos sencillos tests la
integridad de la audición. Asimismo, con un poco de práctica se lograba poder
hacer una aproximación audiométrica importante.
Le saludé y le pregunté cómo estaba, qué es lo que
le pasaba con respecto a los oídos, me dijo:
«Pues verá, con respecto a los oídos, ahora oigo
mucho menos sobre todo por uno de ello, el izquierdo, resulta que después del
dolor de cabeza, noté un embotamiento en los dos oídos. Después de la parada
cardíaca noté que por el izquierdo oía mucho menos y que escuchaba unos ruidos.
—Pero usted antes, ¿notaba que oía menos? —le
dije.
—No, para nada. Me habían hecho una audiometría en
el reconocimiento médico de la empresa y me habían dicho que estaba normal.
—Y los ruidos, ¿cómo son?
—Pues son de dos tipos, uno como el silbido de una
bala o de una olla exprés, y otro, otro… —dudó al decirlo— es como cuando uno
va en un cohete.
—¿Cuándo notó esos ruidos exactamente, antes de la
parada, justo después o unos minutos más tarde?
—No se lo va a creer, doctor: durante la parada
cardíaca.»
Reconozco que me sorprendí ante tal afirmación, no
sabía si había escuchado bien lo que había dicho, o si había entendido otra
cosa.
«Me acaba de decir que durante la parada cardíaca
empezó a escuchar esos ruidos, pero… ¿por qué no se explica mejor?
—Como le dije, tuve un fuerte dolor de cabeza tras
jugar un partido de tenis y mis compañeros me trajeron aquí. Al poco rato, me
pasaron a una cama en una sala interior, donde después de otro episodio de
dolor mucho más intenso, noté que mi cuerpo se iba, que me despegaba de él, vi
cómo las alarmas de los monitores empezaron a sonar, yo estaba flotando y
recuerdo cómo un médico alto con gafas, que no había visto antes, se acercó
junto con dos enfermeras. Empezaron a ponerme medicación y recuerdo que dijo
"¡parada!", a partir de ahí se acercó más personal para echar una
mano, de repente estaba completamente rodeado de un elenco de personal
sanitario.
»Podía ver perfectamente cómo mi cuerpo no
respondía a pesar de los esfuerzos de todos los profesionales. Era curioso pero
no tenía miedo, ni sensación de angustia, estaba bastante tranquilo.
»Después tuve una sensación de salir disparado al
espacio exterior, como un cohete, incluso escuchaba el sonido, que es muy
similar al que ahora escucho por el oído izquierdo sobre todo.
»De pronto, como una bala disparada, empecé a
caer, escuchando el silbido que hacía durante una caída vertiginosa. Pero no
caí en el hospital, sino en casa, donde, como día festivo que era, tanto mi
esposa como mis hijos estaban en la misma, esperando que llegase para poder ir
a dar una vuelta a los niños que estaban ya inquietos.
»Al no llegar yo, recuerdo que llamó a mi móvil
para preguntarme por el retraso, pero al no poder coger el teléfono, se
preocupó de que me hubiera podido pasar algo.
»Seguidamente, llamó a uno de mis amigos que me
habían trasladado al hospital, el cual ante el estrés provocado por mi estado,
no se había dado cuenta de llamar a mi domicilio.
»Cuando le dijo que estaba ingresado en el
hospital, vi cómo emitía un grito desgarrador. Era raro porque podía ver como
en un lado y en el otro del teléfono, era como si tuviera cámaras y micrófonos
y pudiese estar en dos sitios a la vez.
»Tras esta noticia, observé cómo mi esposa se
alteraba tanto que no atinaba a coordinar qué es lo que quería.
»Los niños al ver que estaba alterada se asustaron
y el pequeño salió corriendo por el pasillo, tropezándose con un juguete que
habían dejado en medio, pegándose un golpe sobre su sien izquierda. Sólo un
hematoma, pero que ante el dolor hizo que llorase desconsoladamente. La hermana
mayor fue a ver qué es lo que le pasaba y en seguida la madre se acercó, el
niño parecía que se había hecho bastante daño con la pared al caerse.
»Yo ya no recuerdo más que iba una y otra vez del
espacio exterior a la tierra, como cuando se estira una goma elástica,
escuchando una y otra vez ese sonido. Parecía que no iba a terminar, pero de
pronto, como el que pone una ficha en uno de esos juegos de construcción, noté
cómo volvía a entrar otra vez en mi cuerpo.
»Lo primero que recuerdo es que pregunté cómo
estaba mi hijo, cómo está su cabeza, y las caras del personal facultativo que
no sabía de qué iba la cosa.
»Yo les repetía una y otra vez que mi hijo se
había caído en casa, pero no me hacían caso, pues pensaban que se trataba de un
delirio. No me extraña, yo decía que lo había visto caerse en casa pero no
atinaba a dar más explicaciones, debido a mi estado, que todavía era grave.
»Durante la hora de la visita, entró mi esposa y
lo primero que le pregunté fue por el niño, que cómo estaba. Ella se quedó
sorprendida y me preguntó con voz temblorosa que cómo es que lo sabía. Yo le
dije la verdad, que los había visto.
»En ese momento creo que no entendía nada de lo
que le decía, ya que me encontraba todavía en un estado de estupor importante,
me dormía y me despertaba, creo yo que por efecto de mi enfermedad y de la
medicación que me estaban dando.
»No fue hasta días después que pude explicarle lo
que me había pasado y cómo la había visto en casa a ella y a los niños. La
forma de caerse del pequeño y el golpe en la frente. Todo me fue corroborado
punto por punto, el cómo había sucedido y que el pequeño al final con un paño
con agua, un par de abrazos y una crema reparadora, mejoró en breves minutos.
»Ahora sólo me queda ese ruido doble que le he
comentado, que es igual al que escuché durante la parada cardíaca y que a
partir de ese momento no se me ha quitado.»
Tras escuchar esta historia, desde luego
impresionante, me dispuse a valorarlo para ver qué se podría hacer.
Posteriormente, me dispuse a hablar con su esposa, que estaba en la habitación
y que me corroboró toda la historia tal como ella la vivió y que,
pormenorizadamente, se correspondía a lo que este hombre había vivido. Hasta el
golpe del niño, la causa y la localización de la lesión.
Asimismo me fui a área de urgencias donde estaba
el compañero que atendió primeramente la parada cardíaca. Me volvió a llamar la
atención cuando me dijo que a pesar de ser él quien le atendió, su médico era
otro, que había salido un momento a informar de otro paciente y que en ese
momento tuvo que resolver la parada, por lo cual en un principio no vio en
ningún momento a este médico ni antes ni después de la parada, ya que cuando lo
atendió estaba ya inconsciente.
Quizás todo esto sea para darnos de pensar en los
procesos de ECM, en los cuales ocurren cosas; muchas de ellas no las podremos
nunca constatar, pero en este caso, por partes diferentes hemos podido valorar
que algo pasó, sólo habría que estimar qué es lo que había sucedido en ese
desconocido espacio temporal que algunas veces parece plegarse y que hace que
toda la ciencia que podamos conocer se ponga en tela de juicio.
EL NIÑO DE OJOS TRISTES
Me
llama la atención cómo uno no va muchas veces buscando casos y cómo son éstos
los que le encuentran a uno. Es posible que muchos se hayan
"escapado" a lo largo del tiempo, pero también son muchos otros los
que han llegado a mis manos de una u otra forma casual o causal.
Estando en una de esas innumerables guardias que
tuve ocasión de realizar durante un dilatado período de tiempo, me avisaron
porque un paciente que padecía una meningitis de origen vírico estaba teniendo
episodios de fatiga respiratoria, lo que nosotros llamamos disnea, que no es ni
más ni menos que la falta de aire que llega a los pulmones en cualquiera de los
tramos de todo el recorrido de la vía aérea, diferenciándose entre alta y baja,
según afecte a la parte superior o inferior de la misma.
Como digo, me habían avisado por el busca que
llevábamos durante el período de guardia, de que acudiese urgentemente a la
planta de neurología. En esos momentos, recuerdo que estaba en la de
Otorrinolaringología, que se encontraba anexa a la misma. Así que tras
trasladarme sólo unos metros, me encontré con una enfermera que me indicó que
acudiese a una de las habitaciones donde se encontraba el enfermo afecto. Se
trataba de un hombre ya de cierta edad, pero difícil de determinar exactamente
por su ausencia de cabello en la región craneal y su depauperación debido a su
estado general.
Tenía una respiración muy alterada y con un sonido
muy típico que se llama estridor inspiratorio, que es un ruido que se produce
al intentar entrar el aire en las vías respiratorias pero debido a la
dificultad por la disminución del calibre. Es tan típico que una vez que lo
oyes, jamás se te olvida.
Había que valorar inmediatamente la localización
de la obstrucción de la vía aérea, a fin de que pudiese estimar si podría ser beneficiario
de una traqueostomía, o sea un agujero en la tráquea por donde poder respirar.
En unos segundos, teníamos de la planta cercana el
material para la valoración, y desde luego, lo que se apreciaba era lo que se
llama una paresia de las cuerdas vocales, que al relajarse, obstruyen casi por
completo el paso de aire en la vía aérea.
El paciente ya de por sí estaba estuporoso por su
patología meníngea, pero a pesar de mantener unas saturaciones de oxígeno
superiores al 90%, era cuestión de minutos que la musculatura respiratoria se
agotase por el esfuerzo y que el paciente entrase en apnea, o sea, que dejase
de respirar, lo que provocaría secundariamente la parada cardíaca si no se
solucionaba.
Tal cual estaba, nos dispusimos a desplazar al
paciente al quirófano de las plantas inferiores, a fin de practicarle tan
necesaria cirugía.
Unos cuantos segundos que parecían una eternidad,
el tiempo que tardaron los ascensores en acudir. Era como si el tiempo se
hubiese dilatado, pero al fin llegó uno de ellos, con el que descendimos hasta
la planta del quirófano.
Con ímpetu, entramos en el área quirúrgica, pues
no había tiempo que perder. Sólo dio tiempo a avisar de que preparasen el
quirófano y a entrar en él, ya que la saturación de oxígeno descendía por momentos
y su respiración se hacía cada vez más dificultosa.
Nada más subirlo a la camilla de quirófano la
cantidad de oxígeno que estaba en su sangre descendió bruscamente de forma
preocupante, así que sin más demora, le practiqué la traqueostomía, que al menos
le resolvería uno de los graves problemas que tenía, en este caso, mejoraría la
ventilación. Su frecuencia cardíaca y su tensión también se habían visto
alteradas, pero tras un período de estabilización, se consiguió que el paciente
estuviese lo que llamamos "hemodinámicamente estable".
Posteriormente, pasó a la recuperación de la
anestesia, y de allí, ya que estaba estable, volvió a la planta de ingreso.
No pasarían muchos días antes de que volviera a
verlo, ya que son de esos casos que por el impacto que te producen uno le hace
un seguimiento más cercano.
Después de unos días, su estado neurológico había
mejorado notablemente, por lo que me comentaron que lo valorase, a fin de ver
si era posible retirarle la cánula de traqueostomía.
Esta vez, con el enfermo en una silla de ruedas,
lo pude valorar en la planta de ORL, donde teníamos el aparataje necesario para
ello y pude ver cómo la movilidad de sus cuerdas vocales se había recuperado
casi por completo, por lo que una oclusión de la cánula y una posterior
retirada de la misma días después sería lo más recomendado.
Así lo hice y tras pasar unos días con la cánula
ocluida por su extremo proximal, habiendo tolerado perfectamente su
ventilación, le retiré la cánula y ocluí el estoma.
El paciente seguía con cierto grado de
desorientación aunque estaba mucho mejor, y de seguir así sería dado de alta en
pocos días. Así ocurrió y entre las múltiples revisiones que probablemente
debió realizar, una de ellas era la de ORL, en la consulta del hospital, en la
cual me encontraba el día que acudió. Me congratuló que estuviese ya de alta, y
tras revisarle la cicatriz quirúrgica y de nuevo valorar sus cuerdas vocales,
nos imbuimos en una conversación sobre la fragilidad de la vida humana y cómo
todo lo planeado y planteado, se puede trastocar en un momento, pero me llamó
la atención cuando comenzó a contarme que sus pensamientos y creencias habían
variado de antes de estar ingresado a después de esto.
«Menuda historia, ¿verdad?, yo medio muriéndome y
viéndome. No se lo he contado, porque me daba reparo, me preocupaba que fuera a
pensar que estaba loco.
—¿Viéndose? ¡Cuénteme! —le dije.
—Pues recuerdo perfectamente cuando entró en la
habitación, yo no podía verle, pero sabía que estaba ahí. Quería hablar y
decirle que me faltaba el aire, pero no podía. Era una angustia vital que hacía
que pensase que me moría. Era muy desagradable.
»Lo siguiente que recuerdo es cómo le vi que me
introducía un tubito negro por la nariz, en cuya punta brillaba una luz
azulada. Vi cómo me iba hacia esa luz y recuerdo una sala muy iluminada, en
donde todo el mundo iba de verde. Yo lo relacioné con un quirófano, pero donde
el paciente era yo.
»Pude observar cómo me hacía una incisión en el
cuello y después mediante unas maniobras, me introducía un tubito de plástico
que luego conectaba con otro, parecido a la tráquea de la luz, que creo que era
para respirar. En ese momento, como si me succionasen por una tubería negra, me
encontraba desplazándome por una especie de túnel, en donde sólo se veía una luz
al final, pero era muy raro, porque parecía acercarse y alejarse a la vez. Yo
notaba que me trasladaba pero el final del túnel, no parecía aparecer. Allí
tuve todo tipo de sensaciones, positivas y negativas. Todo en un instante, todo
en un momento. De pronto una sucedía a la otra, parecido a una montaña rusa con
sus vaivenes.
»En un instante, me encontré en una sala o un
espacio más bien, totalmente iluminado. No había ningún foco, y se veía por
todas partes. La verdad que era un lugar sin horizonte, en donde tenía una
sensación fabulosa. Todo lo contrario de las que había tenido en esa especie de
túnel. Y, ¿sabe qué es lo más curioso?
—Pues no —le dije.
—Que en aquellos momentos sabía que estaba
teniendo una ECM, fui consciente de que lo que había visto en documentales y en
programas de la TV y de la radio ahora me estaba pasando a mí.
»Estaba contento y feliz, no se lo puedo explicar
con palabras, pero era muy emocionante. Es como cuando uno duerme y sabe que
está metido dentro de un sueño.
»En un instante, como cuando uno ve una procesión,
empecé a visualizar un conjunto de seres que venían hacia mí. Al principio no
lograba distinguirlos, pero después de un rato, pude observar que el primero
que estaba en cabeza era mi abuelo, que había fallecido hacía unos años. Sus
rostros eran impasibles, muy serios y con la mirada perdida, hacia un supuesto
lugar que no llegaba a atisbar.
»Entre estos seres, pude reconocer a algunos
familiares que no había conocido en persona, ya que habían fallecido antes de
nacer y cuyo reconocimiento era únicamente por las fotos que guardaban mis
padres de ellos.
»Me llamó la atención un niño con los ojos muy
oscuros y grandes, parecían redondos, con lágrimas secas en su mejilla carnosa.
Me observó, con una mirada muy triste, y siguió la comitiva. No lo había visto
jamás pero me quedé impactado con esa imagen.
»Quise acercarme y hablar con ellos, pero era como
si estuviera bloqueado por una invisible pantalla, que hacía imposible el
flanquear la pequeña distancia que nos separaba.
»Poco a poco fueron desapareciendo, tal cual
aparecieron, sin emitir un sonido, desplazándose, pero sin andar, una imagen
que llegó a impresionarme.
»No se de qué forma pasó, pero me vi como si una
vorágine de acontecimientos pasase delante de mí, pero con la característica de
que era yo el protagonista. Momentos de los que llamaríamos estelares de mi
vida. Acontecimientos cotidianos de los que ya pensaba que ni recordaba y, para
finalizar, momentos de antes del ingreso en el hospital, donde no sabía qué es
lo que me pasaba, pero me encontraba como nunca había estado. Con una sensación
de estar realmente con una enfermedad grave.
»Después de este conjunto de acontecimientos,
supe, no me pregunte el porqué, que debía volver, que no era mi momento. No
sabía exactamente dónde estaba, pero desde luego, como una especie de voz en mi
interior, sabía que no era mi momento.
»En un instante, noté cómo mi cuerpo se acoplaba
como una llave a una cerradura.
»La primera imagen que tengo es la de usted,
doctor, diciéndome que respire tranquilo, después no recuerdo nada, hasta unos
días más tarde.
»Después de irme de alta, recuerdo que no dejaba
de pensar en la imagen de ese niño con la cara tan triste. Hablé con mi madre,
por si se trataba de algún familiar fallecido o de alguien que conociesen.
»Recuerdo que a mi madre se le puso la cara
blanca, por la descripción que le había dado. Se dirigió a una vieja maleta, en
donde guardaba esas fotos de blanco y negro que tenía de antaño, y empezó a
rebuscar entre el ingente número que había.
»Después de un buen rato, y tras quitarse y
ponerse las gafas, me enseñó una de esas fotos, ya de color sepia, por el
tiempo y no por los efectos de los ordenadores, donde estaban dos mujeres junto
a un niño y una niña. La miré con detenimiento y el habla se me paralizó, creo
que todos y cada uno de los pelos del cuerpo se me erizaron y un sudor frío
recorrió mi espalda. ¡No podía ser! ¡Era el mismo niño de la cara triste! Pero,
¿quién era?
»Pronto mi madre me desveló el secreto. Mi abuela
materna y una amiga y vecina de ésta, habían dado a luz el mismo día y
prácticamente a la misma hora. Un niño y una niña que serían amigos, como
hermanos, hasta que el niño tuvo una meningitis y falleció a las pocas horas.
Me contaba mi madre que cuando se puso enfermo, escuchaba por la ventana los
llantos del niño en su habitación.
»Me quedé asombrado con esta historia, pero desde
luego, estaba seguro que era el mismo niño que yo había visto en la ECM, aunque
no había tenido referencia del mismo hasta que mi madre me contó la historia al
ver la foto.
—Pero, ¿está totalmente seguro? —le pregunté.
—Segurísimo. Más allá de la duda razonable, como
dicen en las películas. No tengo el menor atisbo de duda de que era esta
persona, y además fíjese que falleció de una meningitis.»
La verdad es que sus palabras resonaron en mi
cabeza, porque todo lo que me había contado podría ser fruto de su patología o
de las potentes medicaciones que se habían utilizado, o bien de la falta de los
gases necesarios para sobrevivir, pero desde luego la seguridad con la que
contaba lo del niño que había presenciado hacía que uno, al menos, se
replantease qué es lo que había sucedido, porque evidentemente muchas eran las
preguntas de por qué un hecho así podría ser posible.
Los escépticos dirían que simplemente acopló su
historia de alucinaciones por estimulación cerebral debido a la meningitis a
otra coherente, apoyada por la sugestionabilidad materna, que indujo al
paciente a reconocer la imagen de un niño, con unos rasgos similares a otros
muchos, con la que aparecía en una foto de una madre sugestionada por la
historia que contaba su hijo, que había sobrevivido a la terrible enfermedad
que sesgó la vida de su joven amigo. En cambio en el otro extremo estarían los
que piensan y creen que todas estas manifestaciones son el atisbo de otra
realidad que sucederá después de la muerte, y que son muestras inequívocas de
señales del más allá.
Desde luego, desde estas páginas, sólo quiero
presentar los casos tal y como ocurrieron, pero sin querer desnivelar la
balanza de la explicación de lo sucedido a uno u otro lado, aunque los hechos
están ahí y, aunque son inexplicados, pueden que no sean inexplicables.
EL CUADRO DEL PASILLO
Muchos
recordarán películas como la de "Phenomenon", donde su protagonista,
John Travolta, creyendo que veía OVNIS, lo que tenían eran alucinaciones debido
a un tumor cerebral. Nuestro cerebro es todavía nuestro gran desconocido, y
aunque ahora las nuevas técnicas como la RMN dinámica o la tractografía nos
sirven tanto para el diagnóstico como para derrocar a mitos (como el de que el
humano sólo utiliza el 10% de su cerebro), ayudan además al conocimiento
funcional del mismo. Pero todavía hay muchas cosas que desconocemos y que día a
día vamos aprendiendo del funcionamiento del cerebro. Posiblemente las próximas
décadas nos deparen grandes conocimientos en este campo.
La neurocirugía es una especialidad que trata las
patologías tanto del sistema nervioso central como del periférico, o sea del
cerebro y médula principalmente, y de los nervios que salen de las raíces
nerviosas de la columna hasta las zonas más dístales, pero desde una
perspectiva quirúrgica. No sólo tumores, sino lesiones traumáticas como
hematomas y hemorragias, malformaciones y todo tipo de lesiones a estos
niveles.
Han quedado para otros tiempos las lobotomías
profilácticas —o sea, quitar un lóbulo como el frontal—, para atajar trastornos
psiquiátricos, como podemos ver en la mítica película "Alguien voló sobre
el nido del cuco", dirigida por el mítico Milos Forman e interpretada
magistralmente por Jack Nicholson.
El caso que nos ocupa es el de una paciente de
mediana edad que, tras una cirugía de una hernia cervical, sufre un trastorno
respiratorio y deglutorio, debido al acceso anterior del abordaje quirúrgico,
que realiza por la cara antero-lateral cervical.
Durante la cirugía, al parecer, sufrió una parada
cardíaca debida a una hiperescitabilidad del "glomus carotídeo", que
es una prolongación nerviosa que se encuentra en la bifurcación o separación de
la principal arteria cervical, cuando se divide en carótida externa e interna.
A pesar de no tener que tocarla, hay personas que
con sólo un leve roce o desplazamiento de la zona puede detonar una parada
cardíaca que se suele resolver bien si se cuentan con los medios adecuados.
Pues como digo, posiblemente por eso, la paciente
presentó una parada cardíaca, resuelta sin muchas dificultades con los medios
de quirófano, además como secuela presentaba el trastorno del habla (que
nosotros llamamos fonación) y de deglución, que suele ser muy raro y
posiblemente debido a la debilidad muscular de los músculos fonatorios.
Habían realizado una hoja de interconsulta para
valorarla, y el mejor método era desplazarla en cama a la habitación de la
planta de ORL donde teníamos todo el material para poder hacer un diagnóstico
certero de la patología subyacente.
Era uno de esos casos que se pueden presentar en
medicina, donde al intentar resolver una patología se presentan otras, quizás
tanto o más importantes como la que se buscaba solucionar.
Tras la valoración de la paciente, comenzamos a
hablar, mientras esperábamos que acudiese un celador a recogerla de la sala de
exploraciones y llevarla a su habitación.
Una conversación anodina en un principio, hasta
que ella me hizo una pregunta que me dejó un poco descolocado.
«Doctor, ¿cree usted que exista vida después de la
muerte?
—No sé qué decirle —le contesté—. En un principio
no tengo pruebas de que pueda haber algo, pero quizás indicios de que sí… no
sé.
—Pues yo ya estoy segura —me dijo muy convencida,
con esa voz ronca que produce la paresia de cuerda vocal—. Sé que hay algo más,
porque desde que me operaron, pude ver "el otro lado", y sé que
existe.
—¿El "otro lado"? —le pregunté muy
interesado.
—Sí, "el otro lado", le explico. Antes
de operarme, la verdad es que me interesaban algunos temas de los que llaman
"paranormales", pero no demasiado. Pero resulta que durante la
operación me ocurrió algo que me llamó mucho la atención, y no, no era un
sueño.
»Recuerdo que me durmieron con una inyección en la
vena y escuchando las palabras del anestesista que decía que me iba a dormir.
No recuerdo nada más hasta que, como un globo, me vi flotar mientras mi cuerpo
físico se quedaba en la mesa de quirófano.
»En un momento estaba en un lugar que me resulta
difícil explicar con palabras, pero que sé que no era de este mundo, porque
podía desplazarme como pez en el agua, en las tres dimensiones del espacio.
»Había una especie de niveles en los que podía
posarme y visitar. Cada uno de ellos era completamente distinto, tanto por su
morfología como por los seres que allí habitaban. Me recordaba mucho al cuadro
de Brueghel el viejo sobre la torre de Babel.
»Me posé, no sé de qué forma, en uno de esos
niveles, en donde había una especie de seres parecidos a nosotros, pero en los
que no podía ver las manos ni los pies, no puedo decirle que los tuviesen ni lo
contrario.
»Uno de estos seres se me acercó. Era como si
flotase a ras de un suelo, que tampoco lograba ver. Entabló una especie de
conversación, sin habla, podríamos llamarlo telepatía, indicándome, lo primero,
que estuviese tranquila, que mantuviese la calma.
»Le pregunté que dónde estaba y me indicó que en
lo que nosotros llamamos "más allá", que lo que veía era lo que
llamamos "almas" y que se adaptaban a mi visión para no generarme
ninguna sensación negativa, aunque su morfología no era tal como yo la veía,
pero que esa adaptación era fundamental en las primeras etapas.
»Les dije que si era un sueño o era realidad, a lo
cual respondieron que era lo que nosotros llamaríamos "una realidad
paralela", que allí ni el tiempo ni el espacio existían, decía que eran
conceptos totalmente distintos a los que yo conocía, a los que conocíamos.
»Yo les dije que me gustaría que me mostrasen una
evidencia de que lo que estaba viviendo no era una ensoñación, sino que era
realidad, a lo cual me indicaron que la tendría, y tal cual me dijeron esto,
pude observar cómo me había desplazado a mi domicilio y pude ver cómo se había
descolgado un cuadro que tengo en el pasillo y el cristal que lo protegía se
había hecho añicos. Curiosamente era un pergamino egipcio donde se representaba
la que llaman "la llave de la vida".
»Recuerdo perfectamente que cuando dejé la casa
para intervenirme quirúrgicamente, todo estaba en su sitio. Cuando dejo mi
casa, ya que vivo sola, me gusta revisar una y otra vez que todo se queda en su
sitio, para que cuando vuelva no me encuentre con sorpresas.
»De nuevo, me vi en esa especie de torre de Babel,
y el ser que me había indicado que iba a tener la señal de veracidad, me indicó
que lo recordase, porque así sabría que todo lo que había visto y que vería era
verdad.
»Posteriormente, me encontré, no sé cómo, en otro
lugar, totalmente distinto, con unos seres ya no como nosotros. No sabría cómo
definirlos, porque tampoco podría decir qué eran, aunque me daba la impresión
que, no sé por qué, eran seres de los que podríamos llamar "más
evolucionados", aunque no sé si ésa sería la palabra más exacta para
definirlos.
»El nivel de paz que podía sentir jamás lo había
percibido en los años de mi vida, pero era una sensación plenamente placentera
llena de tranquilidad. Ojalá hubiera podido quedarme allí porque esa sensación
nunca la había tenido tan intensa.
»Tal como fui, de repente me vi que descendía como
un globo a mi cuerpo y fíjese que aquí estamos esperando al celador y yo
contándole la historia de lo que me ha pasado y usted pensará que la anestesia
me ha afectado más de la cuenta, que debe de haberme "tocado" alguna
neurona para que yo le cuente estas cosas.
—Pues la verdad es que no —le dije—. Si yo le
contase las historias que acontecen en un hospital y de las cuales soy notario,
sabría que la que usted relata en términos generales no es la única.»
En esos momentos llegó el celador y nos
despedimos, citándola en consulta un día de los que yo estuviese, ya que habría
que hacerle nuevas pruebas para ver la evolución de su paresia de cuerda vocal
y también, por qué no, para preguntarle sobre el cuadro del pasillo.
Pasaron unas semanas antes de que la viese de nuevo,
estaba mucho mejor, con una voz mucho más armónica y los trastornos de la
deglución ya habían desaparecido.
Le pregunté por supuesto qué era lo que había
pasado al entrar en su casa, por si había pasado algo de lo que me contó.
«Pues créaselo o no doctor, resulta que cuando
entré en mi casa, acompañada de mi sobrino mayor, el corazón me dio un vuelco,
porque me encontré el cuadro que yo había visto, tal cual en el suelo, con el
cristal roto, pero lo más curioso es que la alcayata que lo sostenía seguía
estando en su sitio y el soporte posterior del cuadro también. Me quedé
petrificada al verlo, era tal cual yo lo había visto en esos momentos de la
cirugía. Por eso se lo decía en el hospital, no era un sueño, ahora estoy
segura de que hay algo más allá de esta vida.»
La verdad es que la historia que me había contado,
con la corroboración de cuando llegó a su casa con lo del cuadro, me hizo
pensar en qué es lo que había sucedido en ese episodio de parada cardíaca.
La historia que me había contado me resonaba a
otras muchas que había tenido la ocasión de conocer, pero siempre con matices,
ya que lo del cuadro me recordaba a las confirmaciones que se piden en otros
campos del mundo paranormal, para saber que lo que está ocurriendo es verdad y
no es fruto de la imaginación ni de la interpretación de las personas.
Pasaron meses antes que volviese a ver a esta
persona, pero recuerdo que transcurrido un buen tiempo, en una revisión en la
consulta, pudimos coincidir y lo que más me llamó la atención es cómo me contaba
que su vida había cambiado completamente, que había pasado de ser una mujer que
prácticamente estaba enclaustrada delante de la televisión a diversificarse en
muchos campos y volver a tener esa curiosidad sana que hace que queramos
aprender y aprehender.
Visto desde fuera, fuese lo que fuese lo que le
ocurrió, para ella había sido una experiencia muy positiva que le modificó la
vida hasta un punto de virarla completamente a una vivencia más plena.
VOLVER Y APRENDER
La
medicina está llena de conceptos y términos que muchas veces se basan en la
mitología. Seguro que muchos recuerdan síndromes de todo tipo con los que se
han bautizado a las distintas patologías a través de la historia de la
medicina. Uno de ellos es el denominado "síndrome de Ondina". La
mitología germánica nos habla de una ninfa del agua llamada Ondina, muy
agraciada y que, como todas las ninfas, no conocía la muerte. Su única amenaza
para la felicidad eterna era enamorarse de un mortal y concebir un hijo de esta
relación, lo que significaba la pérdida inmediata de la inmortalidad.
Pero Ondina se enamoró de un caballero audaz
llamado Sir Lawrence, con el cual se casó. Tras pronunciar los votos, Sir
Lawrence dijo: «Que cada aliento que dé mientras estoy despierto sea mi
compromiso de amor y fidelidad hacia ti». Un año después, Ondina dio a luz al
hijo de ambos. Empezando a envejecer desde ese momento, perdiendo Lawrence el
interés por su mujer desde ese momento.
Una tarde, mientras Ondina caminaba cerca de los
establos, escuchó el ronquido peculiar su marido, viendo al entrar en los
mismos a Sir Lawrence recostado en los brazos de otra mujer. Despertó a su
marido de forma apresurada, le señaló con el dedo y pronunció una maldición:
«Me juraste fidelidad por cada aliento que dieras mientras estuvieras despierto
y acepté tu promesa. Así sea. Mientras te mantengas despierto, podrás respirar,
pero si alguna vez llegas a dormirte, ¡te quedarás sin aliento y morirás!»
Entonces, Sir Lawrence se vio condenado a
mantenerse despierto para siempre…
En la realidad, la Maldición de Ondina, que
parece más un relato novelesco, se convierte en real cuando la persona al
dormir puede tener riesgo de muerte, debido a que deja de respirar o su ritmo
respiratorio es más lento de lo normal, con lo cual no consigue la oxigenación
suficiente, produciendo un paro respiratorio y consecuentemente un paro
cardíaco.
Las causas son múltiples, siendo su etiología muy
variada, desde traumatismos a tumores, aunque las consecuencias son similares:
la terrible falta de oxígeno durante el sueño.
Su tratamiento es múltiple, aunque suele pasar por
la realización de una traqueostomía reglada o de urgencia, o sea un orificio
directo entre la tráquea y el exterior, a fin de disminuir lo que se llama el
"espacio muerto" y la resistencia al paso del aire a las vías aéreas
inferiores.
No era nada más ni nada menos algo parecido a lo
que padecía una paciente, ingresada en la planta de neumología, que llevaba un
curso acelerado, con lo que nosotros llamamos desaturaciones nocturnas, que son
una bajada importante del nivel de oxígeno en la sangre que hace peligrar la
integridad de la persona, ya que no solamente podía producir el fallecimiento
de la misma, sino que además podía provocar lesiones neumológicas, neurológicas
y cardíacas con un carácter irreversible.
Me llamaron a altas horas de la madrugada, debido
a que la paciente en cuestión presentaba descensos muy severos en su
oxigenación que hacían saltar todas las alarmas de los aparatajes previstos
para ese evento.
Me acerqué a la habitación y la paciente se
encontraba de un color que nosotros llamamos cianótico y que es debido a la
baja oxigenación que perfunden los tejidos y que hace que el gas esencial para
la vida no llegue en la cantidad suficiente para que pueda respirar.
No había tiempo para otra decisión, la única
posibilidad era la realización quirúrgica, ya que además se añadía el problema
de que la paciente presentaba unas cuerdas vocales en aducción, o sea en
aproximación, lo que provocaba que la intubación orotraqueal fuese poco menos
que imposible.
La saturación era muy baja y había que actuar de
inmediato, así que, como en otras ocasiones, se bajó en un tiempo récord al
quirófano, pero era un caso extremo, ya que a pesar de intentar oxigenarla, era
muy complicado el hacerlo.
Una traqueostomía de urgencia es la que desde
luego se iba a realizar, por lo que como ocurría en esas situaciones extremas,
había que practicarle la vital cirugía.
En unos instantes, que parecían eternos, se
practicó la cirugía y se la conectó al tan necesario respirador que le
insuflaría oxígeno en altas concentraciones, a fin de regular el nivel basal
del mismo y permitir que pudiese salir de esa situación de extrema gravedad.
En un principio no hubo ningún incidente, todo,
aunque de gran estrés y urgencia, se desarrolló de la mejor forma posible,
resolviéndose sin mayores problemas.
Pasaron los días, en uno de éstos me dispuse, en
otra de las múltiples guardias, a cambiar la cánula de la traqueostomía, la
cual se sustituye por otra a fin de mantener la asepsia necesaria para evitar
infecciones, debido a la gran cantidad de gérmenes que habitan la zona
cérvico-traqueal.
Fui a comentarle a la paciente que no se
preocupase, que le iba a dar un pequeño golpe de tos, pero que de nuevo se le
conectaría el pequeño respirador que le habían dejado de base, que era sólo
unos segundos. Cuando le pregunté que si se había enterado, ella asintió con la
cabeza.
Tal cual se lo dije, realicé el cambio de esa
necesaria cánula de respiración, pero cuando me disponía ya a recoger todo el
material que había utilizado, un familiar me comentó que ella había escrito
unos textos para que los leyese.
Me dio una libreta de anillas, con hojas
cuadriculadas y escritas en una perfecta caligrafía, de ésas que a más de uno
nos gustaría tener. Empecé a leer un texto que decía: «Cuando me faltaban las
fuerzas y casi no podía respirar, con una sensación de ahogo intensa, pude ver
que un médico se acercaba a mí. En ese momento un fuerte destello de luz blanca
hizo que me sintiera fuera de mi cuerpo, podía verme a mí y al equipo médico
que me estaba tratando.
»De repente pude observar otro flash de luz; como
por arte de magia, me encontraba en un lugar donde había fuentes, y un sol muy
cálido. Pude observar cómo se me acercaba un anciano barbado que me indicaba
que estaba en un lugar muy especial, que algunos llamaban el paraíso, que
dependiendo de cada uno, podía observarlo de una forma u otra, que no era para
todo el mundo igual. Yo le pregunté si estaba muerta y él me dijo que me
encontraba en ese trance que hay entre la vida y la muerte, que ni estaba viva
ni muerta. Es un estado intermedio, me dijo, donde algunas personas vuelven y
pueden contar lo que les ha pasado, mientras que otras no lo hacen y se quedan
en estos lugares todo el tiempo.
»Yo le pregunté si era un Ángel o Dios, pero me
contestó que ésos son conceptos religiosos, que él era lo que quería yo ver, un
ser que acompañaba y explicaba qué es lo que sucedía y que enseñaba cual
cicerone todos los entresijos de ese lugar que para mí era paradisiaco.
»Una temperatura cálida, una luz agradable, unas
sensaciones muy gratificantes, sonidos encantadores. Todo aquello que uno busca
para relajarse y ser feliz, una experiencia única que a fin de cuentas a
cualquiera le gustaría disfrutar.
»De nuevo, otro destello de luz, me desplacé a un
lugar con una luz cegadora por todos los sitios, era muy potente, y aunque
cerrase los ojos, no dejaba de verla.
»Sin saber cómo, tuve constancia de que me
encontraba ante un ser de un rango muy superior al anciano que había visto
antes, alguien cuya presencia se manifiesta por todos los lugares.
»Sin hablar, sin otro tipo de sensación, comencé a
ver como en una película los principales trances de mi vida. Desde la niñez
hasta cuando me diagnosticaron esta enfermedad que me había traído a esta
situación.
»Recuerdos importantes para mí, de los cuales de
muchos de ellos el olvido había hecho mella. Recuerdos de infancia que jamás
debería haber olvidado, momentos transcendentes en mi vida, que han marcado el
discurrir de la misma. Pero, ¿para qué me lo mostraba?, le comenté.
»Surgiendo como un pensamiento, un deseo, un
anhelo, eran los momentos más culminantes de mi vida y así, concatenando los
unos con los otros, se podría hacer una historia coherente de toda la evolución
de mi existencia.
»Cómo no había acabado de aprender de esos
momentos amargos y cómo una vez y otra los repetía a lo largo de mi existencia.
Cómo a pesar de querer que los demás estuvieran a gusto, al final eran los
problemas de cada uno los que repercutían en mí y la que no me encontraba bien
era yo, que simplemente era fruto de sus sinsabores y me afectaban sus defectos
y problemas.
»Si hubiera aprendido, si aprendiese, todo hubiera
sido totalmente distinto, estaría mucho mejor y viviría más plena, que es lo
que quería.
»En un momento, algo, que no sé cómo explicar,
retumbó en mi cabeza y me dijo que todavía no era mi momento para estar allí,
que tendría que volver y aprender.
»En ese mismo instante, recuerdo despertarme en la
mesa de quirófano, con un aparato a nivel del cuello, que después supe que era
un respirador y un médico que me decía que todo había ido bien».
Tras leer ese relato, comprendí que esta persona
había tenido una experiencia vital que seguramente le marcaría el resto de su
existencia, por lo que hice todo lo posible por seguir su evolución y en
múltiples ocasiones nos seguimos viendo, ya no tanto para el cambio de esa
cánula que le acompañaría el resto de su vida, sino para ver cuál había sido su
evolución en el terreno personal.
Después de un tiempo, podíamos entendernos de una
forma u otra, sin demasiados problemas, y aunque al principio era difícil el
mantener una conversación, llegó un momento que podíamos tenerla de una forma
bastante fluida.
Me estuvo relatando cómo había variado su vida
desde lo que le había pasado y que realmente había trastocado de forma
importante el concepto de cómo vivir la existencia personal, que aunque mermada
en muchas cosas, en otras había podido recomponerla, es más, decía que antes de
que le pasase todo esto, estaba preocupada por lo que le ocurriría, y que ahora
ya no le inquietaba puesto que sabía que más allá de la vida había algo más,
mucho mejor que esa esclavitud a la que estaba sometida por su grave
enfermedad, pero que aun así podía disfrutar de muchas cosas, muchas
sensaciones que le recordaban esos "mundos" que había visitado y que
desde luego para ella eran reales.
En algunas ocasiones le pregunté si ella pensaba
la posibilidad de lo que había vivido fuera fruto de su imaginación, de las alucinaciones
cerebrales y los "juegos" de la mente debido a la falta de oxígeno
cerebral, pero ella me contestaba una y otra vez lo mismo.
«Pasó algo que no puedo contarle, ya que me
dijeron que así lo hiciese, que se cumplió un tiempo después de que me ocurriera
mi "experiencia". No tengo ni la más duda razonable que todo aquello
que ocurrió fue verdad.»
Jamás quiso desvelarme qué es lo que había
ocurrido que le corroborase que esa experiencia era veraz, pero para ella era
el punto de certeza de la que a todos nos gustaría disfrutar.
LA PACIENTE AGRADECIDA
En
una guardia de veinticuatro horas se puede presentar un variopinto número de
situaciones de todo tipo, así como el pasar del ambiente más distendido a dar
el 100% en cuestión de segundos, como el resorte de un detonador. Uno de esos
momentos es el que vivía, en un tranquilo día de guardia, tomando un café con
los compañeros, cuando el repiqueteo del "busca", de una forma muy
peculiar, me hizo echar mano del bolsillo del pijama verde de forma inmediata.
Leí el mensaje que ponía que se requería la
asistencia con carácter urgente del "otorrino" de guardia a la planta
de encamados de traumatología. Ésta se encontraba en el ala contrapuesta a la
que me encontraba, pero como en un laberinto, había atajos, que los que
llevábamos ya un tiempo conocíamos a fin de acortar las distancias de
desplazamiento entre ambos pabellones. Escaleras secundarias que reducían en
gran cantidad de metros la distancia a recorrer por los amplios pasillos, que
en esos momentos parecían interminables.
Con un ágil andar, casi corriendo, llegué por las
indicaciones de enfermería a una de las habitaciones donde se encontraba una
mujer de avanzada edad, oronda, en cuya cabecera había dos médicos, intentando
realizar la intubación oro-traqueal, sin éxito.
«¡No la podemos intubar! —me dijo uno de ellos—
¡Es totalmente imposible!
—¡Necesita una traqueotomía!» —con una dosis
importante de angustia, me comentaba otro de ellos.
En un momento, un barrido visual me hizo ver que
el material existente era parco para poder realizar cualquier tipo de cirugía,
pero no había más remedio que hacerlo.
«¡Una hoja de bisturí y unas tijeras curvas de
Mayo! —les pedí con toda celeridad— ¡Traed cánulas, jeringas y agujas! ¡Carga
un miligramo de adrenalina!»
La tijeras curvas de Mayo son un material que se
utiliza en cirugía, cuya característica principal es que la curvatura nos
permite controlar y visualizar mejor el lugar donde realizamos los cortes, y
además son de gran resistencia.
Un corte vertical en la línea media cervical
inició la imprescindible y vital cirugía. La utilización de la punta del dedo
índice de la mano izquierda hacía la labor de guía de la cirugía. A veces
ocurre que tanto el guante como la misma piel del cirujano son seccionados por
las hojas afiladas de la tijera o del bisturí, al realizar esta labor
imprescindible de dirección de la herida quirúrgica hacia la tráquea.
En breves momento, tras atravesar multitud de
tejidos, mi dedo palpó una región dura, anillada, en cuya parte superior se
encontraba una estructura ósea de aproximadamente medio centímetro de grosor
que envolvía la tráquea. Era el hueso cricoides. Una vez localizado, cogí la
jeringa cargada de adrenalina y aspiré encontrando burbujas de aire. Eso era
signo de buena señal, era la tráquea. Instilé de forma directa aproximadamente
la mitad el contenido a fin de evitar fracasos cardíacos y espasmos pulmonares
y con un movimiento horizonto-vertical, abrí un huevo en la tráquea de la
paciente. Introduje una cánula de ventilación y el insufle del balón a fin de
poder ventilarla.
Me llamó la atención que aunque se trata de una
cirugía "in extremis", que dura sólo segundos y cuya principal
prioridad es encontrar la tráquea, a fin de asegurar la vía aérea, no había
apenas sangrado, pudiendo comprobar que aunque la asepsia fuese casi nula, este
tipo de intervención no presentaba aparentemente un mayor grado de
sobreinfecciones de las mismas.
Una vez asegurada la vía aérea, se trasladó a la
paciente a la UCI, para intentar realizar una estabilización de las constantes
hemodinámicas y hacer un diagnóstico certero.
Pasados unos días fue cuando pudimos saber que
había sufrido lo que se llama un embolismo graso, debido a que al haber tenido
una fractura del miembro inferior a nivel del fémur, restos de la grasa habían
pasado al torrente sanguíneo, viajado hasta los pulmones, produciendo una
obstrucción de las arterias y secundariamente produciendo el colapso de las
mismas. Aunque este cuadro no es frecuente, es uno de los riesgos que pueden acontecer
en este tipo de fracturas, siendo su pronóstico muy grave, produciendo secuelas
irreversibles, pudiendo llegar a la defunción del afecto.
Un cambio y revisión de la traqueotomía era lo
indicado varios días después, donde la paciente, dentro de la gravedad, se veía
con una evolución lenta, pero positiva.
Tras un período de unas semanas, volví a
revisarla, de nuevo, en la planta de traumatología, ya con un tapón en el
orificio de la cánula que permitía que la paciente pudiese entablar una
conversación, bastante animada, ya que a pesar de la gravedad del proceso, los
cuidados realizados y los tratamientos aplicados hicieron que su recuperación
fuese muy satisfactoria.
Me llamó la atención la sonrisa que me dedicó nada
mas entrar en la habitación y, como persona que ve a alguien venerado, me besó
las manos. Me quedé perplejo, sin saber qué hacer. Esa muestra de afecto me
dejó paralizado durante unos segundos, tras los cuales pude reaccionar.
«Le agradezco estas muestras —le dije—. Pero estoy
un poco confuso.
—Es usted, es usted —me repitió. ¡El que hizo que
pudiese respirar! ¡Muchas gracias! ¡Le debo la vida!
—Sí, yo le hice la traqueotomía, estaba muy
fastidiada y desde luego que hacía falta. No había más remedio. Pero, ¿cómo
sabe que fui yo, quién se lo ha contado?
—Nadie —me respondió asertivamente—. Yo le vi
entrar, mientras sus dos compañeros me metían en tubo de plástico por la boca,
pero sin poder hacer que respirase. Notaba que me faltaba el aire, hasta que
usted me introdujo ese tubo de plástico azul en el cuello. ¡Qué alivio poder
respirar!
—Pero, ¿usted me vio? —le realicé esa pregunta
intuyendo ya lo que quería decirme.
—Claro —me respondió—. Al igual que lo estoy
viendo ahora, lo único que entonces yo podía desplazarme por toda la
habitación. ¡Vamos, que hacía años que no podía moverme así!
»Podía verlos a todos perfectamente, sus caras,
sus gestos, todo. Es más, sólo tenía que pensar dónde ir y me desplazaba. Lo
único es que notaba como cuando uno mete en el agua y no puede respirar, así
estaba yo, cada vez más agobiada porque me dolía más la cabeza y no podía
entrar aire por mi boca. Me veía paralizada, sin poder mover un músculo de mi
cuerpo, aunque desde luego, sí podía sentir todo lo que me estaban haciendo. No
sé, unas sensaciones muy raras, aunque tengo que decirle que cuando usted cogió
el bisturí y me "rajó" el cuello, no sentí ningún tipo de dolor, sólo
noté un poco de tos cuando me pinchó con la aguja y me echó el líquido dentro.
»Después, como en un sueño, noté que me iba
acercando a mi cuerpo y, como un papel que se pega a otro, así me pegué al mío.
Posteriormente un sueño dulce me embargó, y ya recuerdo cuando me desperté en
la UCI, toda llena de cables y tubos por todos lados, muy incómoda, tanto
porque no podía respirar ni hablar bien, como por las molestias que me
producían todos estos aparatajes.
—¿Aparte de lo me ha contado, vio algo más que le
llamase la atención? —le pregunté.
—Pues sí, ahora que recuerdo, me pareció raro que
el techo de la habitación hubiera desaparecido, aunque tampoco estábamos en la
calle, estábamos en el edificio, pero desde arriba se veía una luz como las de
los focos de los quirófanos que utilizan ustedes para operar. Además, me
llamaba la atención cómo estaba escuchando unos murmullos de fondo, como lo que
ocurre en una reunión donde hay mucha personas y se ponen a hablar todas a la
vez, aunque yo en ningún momento vi a nadie más que a ustedes.
—Aparte de a mí, ¿ha reconocido a algún otro
personal más?
—Pues claro, a todos. Me acuerdo de la cara de
todos, de los dos que estaban en el cabecero mío, las enfermeras, y sobre todo
de usted. Cuando lo vi en la UCI, no podía hablar ni moverme, pero a pesar de
que mi mente no estaba muy clara, pude reconocerlo aunque casi no me podía ni
mover, pero hoy que estoy mucho mejor, quiero darle las gracias por lo que
hizo.
»En la UCI, recordé las últimas palabras que me
indicaban que no iba a morir, que no era mi momento.
—¿Quién dijo eso? ¿Lo recuerda?
—No, no sé quién dijo eso, pero desde luego no
eran ustedes, es como si mi cabeza retumbase, como cuando uno se pone una de
esas cosas modernas en la oreja para escuchar música y que no sabe de dónde
vienen los sonidos. Aunque si quiere que le diga una cosa, yo creo que quien me
habló no era de este mundo. Yo creo que era Dios, o un ángel o alguien así,
porque desde luego, se le escuchaba por todas partes. Sólo pude oír eso, pero
estoy segura de que lo oí.
—Y ahora, ¿cómo está?
—Bueno, si no fuese por la pierna, ya que todavía
no puedo casi ni andar, la verdad es que contenta, porque desde luego, no sé lo
que ha pasado, pero estoy segura de que lo que he visto era verdad. Usted me lo
ha corroborado, porque me parece a mí que cuando usted entró en la habitación
yo estaba inconsciente y no pude verlo con mis ojos.
—Pues no, cuando yo entré estaba en parada
respiratoria y sólo nos quedaban unos instantes para permitir que pudiese salir
adelante, desde luego, verme no me vio y lo que me cuenta me ha sorprendido.»
Le comenté esto porque me había descrito la
intervención que se le había realizado tal y cual un neófito que la viese por
primera vez. Ciertos detalles que me contaba me habían impresionado, ya que
cuando realicé esta intervención la paciente estaba totalmente inconsciente,
sin responder a estímulos como al del dolor del corte de la hoja de bisturí o
de la tijera introduciéndose por el tejido cervical, el cual en mi experiencia
de haber realizado múltiples traqueostomías con anestesia local, me indicaban
que el tejido era muy sensible y con un gran número de terminaciones nerviosas
del dolor, que hacía que en la mayoría de los casos tuviésemos que instilar
varias veces el anestésico a fin de conseguir el efecto deseado. Pero en esta
paciente, no se instiló ningún anestésico debido tanto a la premura como al
estado general de la misma, que impedía detenerse en ese momento, recordando
que se le puncionó con una aguja, a nivel traqueal, de lo cual dudo de forma
manifiesta que la paciente conociese que realizase esta maniobra en este tipo
de cirugía.
A pesar de todas las dudas de lo que le podía
haber ocurrido a esta paciente, lo que sí es verdad es que meses más tarde, en
una revisión, parecía otra persona, era como si hubiese rejuvenecido unos años
y me comentaba que su vida había cambiado totalmente, y que a pesar de su
cojera, secuela del traumatismo sufrido, estaba haciendo cosas que eran
impensables hace veinte años, y con un ánimo que le hacía comentar a su entorno
que parecía otra persona.
Fuese lo que fuese lo ocurrido, lo que sí es
cierto es que una experiencia muy negativa que podría haber provocado su
fallecimiento o quizás un trauma psicológico secundario, se había convertido en
algo muy positivo para ella, como si después de este suceso le hubieran dado
una segunda oportunidad.
EL PERRITO
Muchas
son la patologías que pueden afectar al ser humano durante su vida. Las
alteraciones hematológicas son muy diversas, pero suponen un ramillete de
múltiples afecciones que pueden aquejar al individuo.
Las sobreinfecciones por hongos en las fosas
nasales pueden ser unas de las alteraciones concomitantes que se puede
presentar durante el proceso hematológico. Estos organismos acechan a la
persona enferma como un felino agazapado, hasta que distintos factores, como
puede ser lo que se llama la "inmunodepresión", o sea la falta de
defensas del organismo, hacen que estos seres puedan atacar implacablemente al
paciente, llamado "huésped", hasta términos insospechados.
En nuestra labor diaria, no es raro el valorar,
diagnosticar y tratar este tipo de patologías, que en cualquier otro individuo
serían más banales, en estos pacientes puede llegar a reportar una grave
afección.
Un día, en una de las múltiples guardias, recibí
una Hoja de Interconsulta para realizar en el día, me hablaba de una paciente
que padecía una grave enfermedad hematológica, ingresada en el Servicio de
Hematología desde hacía tiempo, para realizar un agresivo tratamiento, y que
desde hacía unas horas, presentaba un cuadro febril que no correspondía a los
efectos secundarios del tratamiento, ni tampoco respondía a la terapia
habitual. Querían que valorásemos si la causa de este proceso era una
sobreinfección de hongos en las fosas nasales, ya que consideraban que una de
las posibilidades plausibles era que esta paciente padeciese este proceso.
Sin demora, me dispuse a valorarla, y a hacer el
posible diagnóstico de la presencia del hongo, que de ser así, podría
ensombrecer el pronóstico y comprometer de forma importante la vida de la
paciente.
Cuando la vi, presentaba ese brillo inconfundible
que presentan las personas de tienen una gravedad extrema, con una sudoración
profusa debido al cuadro febril. Se encontraba en una de esas unidades de
aislamiento, debido al tratamiento que se estaba realizando, pero aun así se
tenía la sospecha de haber sufrido el proceso.
Tuve que vestirme, al igual que todo el personal,
como si fuésemos a realizar una cirugía, con todo el material y la vestimenta
estéril, a fin de realizar lo que se llama "protección inversa", que
intenta evitar que cualquier germen sea inoculado de forma accidental al
paciente afecto.
Las más duras expectativas se confirmaron, y
bastaron pocas pruebas para instaurar el necesario tratamiento de la infección,
que desgraciadamente y a pesar de todos los avances que tenemos, no es efectivo
en todos los casos, debido a la gran agresividad que presentan estos
organismos.
La hematóloga tampoco tenía todas consigo sobre
que esta persona pudiese sobreponerse a esta grave sobreinfección, por lo que
tomó todas las medidas oportunas para garantizar el mejor tratamiento posible
de la misma.
Llamé por teléfono a la hematóloga de guardia,
unas horas después, porque dudaba de la viabilidad de la paciente y la
respuesta efectiva al tratamiento, y así se me confirmaron mis mayores temores,
había sufrido una parada cardíaca debido al shock séptico que había presentado,
pero había respondido a la reanimación cardio pulmonar.
Ahora se encontraba algo más estable, pero con
picos febriles menos intensos, seguía aislada con unas constantes con valores
más aceptables, aunque su gravedad se mantenía.
Cuando tuve un hueco en las labores de la guardia,
me desplacé de nuevo a supervisar en persona la evolución de la paciente. Los
picos febriles habían descendido, y la temperatura estaba más controlada, así
como el valor de las constantes.
Realicé personalmente el seguimiento de la
paciente, y después de unos días se consiguió que el cuadro febril, así como la
presencia del hongo, hubiesen desaparecido. Nosotros hablamos como que realizan
una respuesta favorable al tratamiento, aunque literalmente es que había
sobrevivido al ataque implacable de un hongo despiadado.
Pasaron los días y la paciente fue trasladada, de
nuevo, a la planta de ingreso hospitalario, habiendo ya pasado el riesgo de la
infección. Fue allí donde, entre revisión y revisión, fuimos hablando de forma
fluida, hasta que un día me comentó:
«Quiero contarle una cosa que me pasó cuando
estaba con esas fiebres tan altas y tuve la parada cardíaca. Recuerdo
perfectamente cuando usted vino la primera vez a verme y me introdujo un tubito
por la nariz y que estuvimos hablando de algo, pero no sé de qué.
»Después hay un período en el que no tengo muy
claro lo que pasó, pero sí recuerdo a todo el personal, cómo me iba reanimando,
porque había tenido al parecer una parada cardíaca. Yo me veía desde fuera, y
cómo poco a poco me iba alejando. No tenía control sobre mí, era como si las
paredes fuesen trasparentes y de espaldas me fuese alejando más y más hasta que
salí del hospital.
»En un solo momento, pude sentir cómo me
desplazaba a mi domicilio, a mi habitación donde pude ver que todo estaba en
perfecto orden. Lo que me llamó la atención es que había una estampa de la
virgen en el cabecero de mi cama. Yo no soy especialmente religiosa, pero tengo
familiares, sobre todo mi abuela, que sí lo son. Ella tiene toda su casa con
fotos de los distintos santos y vírgenes a fin, según ella, de que le protejan.
»Desde hacía mucho tiempo quería que adornase
alguna pared de mi cuarto con alguna de sus imágenes, pero desde luego, no
estaba dispuesta a ello.
»Sé que ella fue la que dejó la foto, ya que era
muy típico el hacerlo cuando estábamos enfermas. Al no estar en casa, dejó esa
imagen allí.
—Pero, ¿lo ha podido comprobar? —le dije.
—Sí, es lo primero que hice, porque podía haber
sido fruto de mi imaginación, pero no, no era mi imaginación, había sido una
realidad, porque le pregunté a mi madre, y ella me dijo que mi abuela había
dejado su "estampita" encima de la almohada. Quería dejar otra en mi
habitación de aquí sobre la almohada, pero no le dejaron, ya que al estar en
aislamiento, prefirieron que no la tuviese.
»Me sorprendió mucho que la imagen estuviese allí,
pero lo veía tan real que además podía tocar las cosas, aunque no moverlas, era
muy, muy raro. Pude estar en mi casa, desplazarme por todas las habitaciones,
llamándome la atención que mi perro podía verme, es más, estuvo olisqueándome y
dando vueltas a mi alrededor, quería que lo cogiese en brazos, como lo hacía
habitualmente, pero una y otra vez al ponerse sobre las patas posteriores se
volteaba sobre las anteriores, no pudiéndose apoyar sobre mis piernas, como
tantas veces lo había hecho para que lo subiese.
»Al ver que no podía subirse, mi perro se puso a
ladrar, como lo hacía cuando alguien extraño venía a casa, me ladraba, yo creo
que por su impotencia de no poder tocarme.
—¿Eso lo ha podido corroborar? —le pregunté.
—Pues mis vecinos, que son de toda la vida, me
dijeron que escucharon al perro ese día que parecía que le pasaba algo, porque
no le habían escuchado antes ladrar así. La verdad es que es muy tranquilo y a
no ser que venga alguien extraño, no suele ladrar.
—¿Qué sensaciones tuvo?
—La verdad que muy encontradas, porque cuando vi
que me salía del cuerpo y me estaban reanimando, sentí una sensación de miedo,
porque pensé que mi vida se acababa, que ya no volvería a ver más a mis seres
queridos y que no sabía lo que me encontraría. Después cuando pude ver cómo
atravesaba las paredes y notaba cómo me iba desplazando de espaldas y alejando
de mi cuerpo, no le puedo decir exactamente qué es lo que sentía, pero desde
luego era como una perplejidad, miedo y sobrecogimiento de no saber a dónde
iba.
»Me quedé mucho más tranquila cuando pude ver que
estaba en mi casa, que podía desplazarme por ella, y tocar los objetos, pero me
sorprendió que no pudiera cogerlos y además cuando pude observar que mi perro
podía verme, me dio una gran alegría, aunque frustrada cuando no pudo asirse a
mis piernas para que lo pudiese coger, como hacía habitualmente. Me llamó la
atención que entonces se pusiese a ladrarme, y que cuando hablé con mis
vecinos, un día de los que vinieron a visitarme, me comentasen que mi perro,
que más que animal de compañía, es uno de mis mejores amigos, se viese tan
frustrado, me dio un sentimiento de tristeza que no podría explicárselo.
»Aunque me ha costado, he aceptado que puedo morir
de mi enfermedad, ya que es muy grave y aunque puedo sobrevivir a ella, también
sé que hay un porcentaje que debido a las complicaciones no lo hace. Ha sido
muy duro el aceptarlo y le digo que con bastante miedo de lo que podría pasar
después de morir, pero que esta experiencia que he tenido después de la
gravísima infección y la parada cardíaca, me ha hecho comprender que hay otro
mundo después de éste, no sé exactamente cómo es, pero desde luego, aunque
diferente, existe. Todo el miedo que tenía ha desaparecido y aunque desde luego
tengo ganas de seguir viviendo y tengo muchos proyectos por hacer, acepto el
que mi vida se acabase por esta terrible enfermedad que me ha tocado vivir.»
Después de oír estas palabras, tengo que decir que
me quedé totalmente bloqueado, porque era tal la serenidad con la que te
hablaba de la vida y de la muerte que me costó tiempo el reaccionar e incluso
días en asimilar todo lo que me había dicho. No era una fase de aceptación del
proceso que le había tocado vivir, sino que un concepto muy diferente de la
existencia del que normalmente tenemos. Se la veía con una paz interior que era
difícil de aceptar después de todo lo que había padecido, pero no era lo que
decía sino cómo lo decía y cómo lo sentía.
Después de un tiempo, se pudo ir de alta
hospitalaria y desde luego pude hacer un seguimiento donde me confirmaba que
esta experiencia había sido un antes y un después en su vida.
Hoy por hoy, está curada de su enfermedad, sé que
tiene y que está realizando muchos de los proyectos que me contó y que por
motivos de respeto a su intimidad no voy a relatar, pero sin ninguna duda esto
ha hecho que su vida haya cambiado totalmente.
LAS PUERTAS
Dentro
de todas las especialidades médicas, existe una que es la Medicina Interna,
donde se engloban aquellas patologías que aun estando concomitantes con otras
especialidades, pueden presentar rasgos atípicos o típicos según se vea. Un
ejemplo de ello son las enfermedades infecciosas o las llamadas autoinmunes,
donde se pueden ver afectados órganos de todo tipo y manifestarse de las formas
más diversas.
En los problemas infecciosos, la presentación de
cuadros otorrinolaringológicos no son infrecuentes, es más, en más de una
ocasión se nos consulta para descartar o confirmar que la infección no se
acantone, o sea se perpetúe en estas áreas.
Normalmente se realiza por medio de una Hoja de
Interconsulta, en donde además de exponer una breve historia, se indica el
motivo de la consulta. A veces el estado general del paciente permite que lo
podamos valorar en la sala de exploraciones que poseemos para ello, pero otras
veces hay que disponer del material portátil para hacer la exploración, que
dentro del área otorrinolaringológica es compleja, ya que muchos de los órganos
de exploración sólo son accesibles con un material muy específico.
Recibí una de las Hojas de Interconsulta durante
el trascurso de una guardia, donde se nos proponía descartar foco ORL de un
paciente de mediana edad que sufría un cuadro infeccioso donde su localización
primaria no se había hallado, siendo su respuesta al tratamiento bastante
errática.
Me dispuse a llevar con un residente el material
necesario para valorarlo en la habitación, ya que su estado no permitía que se
trasladase de un lugar a otro. Así lo hicimos y nos encontramos con un paciente
en verdadero estado séptico, sudoroso, hipotenso, con la piel de un aspecto muy
típico entre blanco y amarillento. Este tipo de pacientes, cuando uno los ve
por primera vez, producen tal impacto que no se te vuelven a olvidar, ya que
impresiona su importante gravedad.
Después de valorarlo, descartamos que el foco
principal estuviese en el área ORL, aunque su gravedad hacía necesario ir
descartando zonas posibles de infección.
Pasaron los días, y me encontré con el médico que
llevaba a este paciente, le pregunté sobre la evolución del mismo y me comentó
que a pesar de la gravedad y de haber tenido una parada cardíaca debido a lo
ellos llamaban un "fracaso hemodinámico" (que es cuando el organismo,
por el motivo que sea, no puede mantener las constantes de tensión suficientes
para prefundir los órganos necesarios), había respondido al tratamiento y se
encontraba mucho mejor, pero que contaba una historia «de ésas que yo
investigaba», con luces, apariciones y demás. Le dije que si estaba ya en
disposición de poder verlo, y me comentó que sí, que desde luego el cambio con
el tratamiento había sido definitivo, estando ya estable y sin los problemas
acuciantes que antes presentaba.
Me desplacé a su habitación en cuanto tuve tiempo
para hablar con él. Me presenté y le comenté el tipo de investigaciones que
estaba haciendo sobre esos estados que se dan en personas que están en parada
cardíaca y situaciones límite, las cuales luego cuentan unos relatos sobre lo
que le ocurre en esos momentos.
Como suele pasar en estos casos, lo primero que
piensan es que cómo un médico se interesa por estos temas de los cuales la
medicina no tiene explicaciones, pero después de unos minutos de charla, estuvo
dispuesto a contarme su experiencia, al igual que solía suceder con el resto de
personas a las que he podido entrevistar.
«Estando ingresado —me dijo— noté que las fuerzas
se me iban, yo sabía que estaba muy grave y que podía morirme. Justo en ese
momento, vi un resplandor de una luz cegadora, que no correspondía a mi
habitación, ya que como sabe aquí la luz es más bien poca. Pues como le digo
esa luz tenía unos tintes azulados, como los focos de los coches nuevos. No
pude ver nada, pero notaba como si me moviese, como si me deslizase en una
silla de ruedas o en otro transporte donde no me hiciese falta caminar para
desplazarme.
»Poco después estaba en un pasillo muy largo, con
muchas puertas en los laterales, era como un hospital, pero no como en el que
estaba, sino como el que aparecía en algunas películas.
»A lo lejos, observé una figura que se acercaba,
mientras me desplazaba por el pasillo, pasando un gran número de puertas
cerradas.
»El ser se iba acercando más y más hasta que pude
verlo con claridad meridiana. Era un ser muy parecido a nosotros pero mucho más
alto y más voluminoso. Me recordaba a esos juguetes a escala de cuando era
pequeño, que siendo muñecos iguales, uno era mucho más grande que el otro. Aun
así no me daba ningún tipo de reparo, sino una gran paz, sosiego y
tranquilidad.
»No sé cómo pero me podía entender con él. Le
pregunté que dónde estaba y me dijo que el pasillo correspondía a mi vida y que
las puertas cerradas eran los eventos importantes de ésta, que ahora veríamos
algunos de ellos que yo de una forma o de otra me había encargado de anular y
que era importante para mí solucionar.
»Dicho y hecho, se fueron abriendo una tras otra,
podía ver como cualquier espectador eventos que en mi vida habían constituido
un lugar especial, tanto para lo bueno como para lo malo. Era como si al abrir
cada puerta me diese cuenta de lo que en realidad había sucedido y no como yo
lo había vivido o bien como lo recordaba. Una verdadera representación donde el
protagonista siempre era yo, de una forma u otra, al ver esos fragmentos, me
movía unos sentimientos, muchas veces encontrados, que hacía que quisiera
haberlo solucionado de otra forma. Uno tras otros los vi pasar, aprendiendo de
todas y cada una de las situaciones que se planteaban. En muchas de ellas no me
reconocía la forma como había actuado, todo lo contrario, me parecía que ése
que estaba ahí no podía haber sido yo, pero me temo que sí, había cometido
muchas equivocaciones y ahora es cuando me daba cuenta de ello.
»Le comenté a este ser si se podría actuar y cambiar,
a lo que me contestó que eso no era posible, pero que lo que sí podría si
quería era tener yo un cambio personal e intentar solucionar algunas de esas
situaciones que todavía podrían tener arreglo.
»Tras un rato, que no puedo definir cuánto tiempo
era, llegamos al final del pasillo, preguntándole que a dónde daba esa puerta.
Me contestó que era el paso definitivo a otra existencia y que era yo el que
tenía que tomar la decisión de pasar el umbral o volver de nuevo por el pasillo
hacia la vida anterior.
»No me lo pensé, creo que tenía demasiadas cosas
pendientes para dar el gran paso de ir hacia otra existencia, así que elegí el
volver a mi vida anterior, que no era nada fácil, no sólo por mi enfermedad,
sino por mi situación personal y familiar, pero tenía tantas cosas que arreglar
que no podía dejar las cosas a medias, por lo que igual que me desplazaba al
final del pasillo, vi cómo el ser traspasaba la puerta sin abrirla, tal como
pueda hacer un fantasma en un muro y a la vez yo me desplazaba marcha atrás por
el pasillo, primero muy lentamente, pero después iba acelerando, hasta que las
puertas pasaban casi sin poder percibirlas, hasta que otro nuevo fogonazo como
al principio me devolvió a un cuerpo dolorido y maltratado por una voraz
infección que intentaba acabar conmigo.
»A partir de ahí fui mejorando de una forma
exponencial hasta el día de hoy, en donde me encuentro mucho mejor y con ganas
de acabar el tratamiento y las pruebas que me quedan para poder hacer todo lo
que le he dicho que me gustaría realizar. Estoy dispuesto a cambiar toda mi
vida y a recuperar el tiempo que he perdido.
»Ya me han dicho que lo que he vivido puede ser
por la fiebre agravado por la parada cardíaca porque no me "irrigase"
bien el cerebro, pero estoy seguro de que todo era verdad, además el tiempo que
trascurrió ha sido mucho mayor al que me han dicho que había durado el paro
cardíaco. Yo sé que algo pasó, pero lo más importante es que algo ha cambiado
en mí y en cuanto pueda salir de aquí lo voy a demostrar.»
Después de un tiempo que se puede datar en
semanas, pude contactar con esta persona y quedamos para hablar de lo sucedido
y de los cambios acaecidos. Ya por el teléfono se notaba que había ocurrido
algo, ya que hasta la forma de hablar, de expresarse, era totalmente distinta.
No se podía cuantificar por el teléfono, y tenía gran interés en que me contase
el cambio vital que preconizaba durante su ingreso.
Tras saludarnos, nos dispusimos a hablar sobre lo
ocurrido y cómo había cambiado su vida.
«Cuando salí del hospital, pensaba que el cambio
iba a ser mucho más difícil porque yo tenía unos hábitos de muchos años que me
parecían difíciles de cambiar, no sé si me comprende, no había nada que no me
gustase probar y jamás nadie me tenía que contar lo que había pasado en una fiesta,
porque era de los últimos en irme, y a veces en un estado no muy recomendable.
»Pues nada más salir, he cambiado todos los
hábitos. Yo pensaba que me iba a costar mucho, pero todo lo contrario, para mí
ha sido una liberación, no me he dado cuenta hasta ahora de cómo estaba
quemando mi vida en unos sin sentidos que han estado a punto de acabar con mi
existencia.
»Ahora, todo lo que hago me agrada, antes a pesar
que parecía divertido, era un sinsentido que no me llevaba a ninguna parte. He
vuelto a hacer muchas cosas que tenía abandonadas. Me he apuntado a un gimnasio
para hacer deporte, que por cierto me está sentando muy bien, y otras muchas
actividades que desde siempre me han gustado pero por el tipo de vida que
llevaba se me hacían incompatibles.
»Lo que sí ha sucedido es que ese grupo que yo
consideraba amigos sólo eran compañeros de juerga y aun pasando muy poco
tiempo, ya se han desperdigado por ahí, ya ni me llaman ni me buscan, porque
entre otras cosas lo que tenían conmigo era un interés no personal sino
económico.
»Por casualidad, he conocido a otro grupo de
personas que están más en la sintonía que tengo ahora, son muy sanos y nos
divertimos sin molestar a nadie ni fastidiarnos a nosotros mismos con una serie
de hábitos o vicios sin sentido.
»He ido también a hablar con personas de ésas que
veía en las puertas que se abrían y pensaba yo que me iban a dar la espalda,
pero todo lo contrario, me han tendido una mano. Yo les he pedido perdón a
todos ellos y —algunos con más reticencias que otros— me lo han aceptado. Es
más, uno de ellos me ha ofrecido un trabajo y lo estoy realizando en su empresa
desde hace unos días. Me han sorprendido muy gratamente y yo espero
corresponderles.
»Les he contado lo que me había pasado durante la
parada cardíaca, algunos de ellos se han sorprendido, otros todo lo contrario,
me han indicado que es lo que me faltaba para que cambiase, porque como dicen
ellos tengo buen fondo, sólo que las circunstancias me habían maleado.»
Escuchando a este hombre, todavía le queda a uno
la esperanza de que las personas pueden cambiar para bien, porque el cambio que
contaba en su vida pocas veces se produce, más bien todo lo contrario, y ha
sido una experiencia límite, cuya explicación podríamos achacar a una u otra
situación orgánica, pero que en realidad, siendo honestos, aún no sabríamos
explicar, aunque haya supuesto el cambio vital en una persona.
UN MUNDO DENTRO DE OTRO MUNDO
Las
enfermedades autoinmunes suponen otro amplio campo de actuación de la Medicina
Interna. Estas enfermedades consisten fundamentalmente en que el organismo, por
una causa que todavía no se ha determinado perfectamente, crea defensas sobre
sí mismo, haciendo que su sistema de protección o inmune ataque a su propio
organismo. Esta "agresión" se puede dar en pequeñas proporciones o en
órganos secundarios, lo cual sólo afectará levemente, o bien "atacar"
a órganos vitales, provocando cuadros graves que pueden comprometer la vida de
la persona afecta.
Recibí una llamada al buscapersonas que llevábamos
durante las guardias hospitalarias, diciendo que contactase con el internista
de guardia. Así lo hice y me comentó que tenían a una paciente, afectada por
una enfermedad autoinmune que, entre otros órganos, había presentado lo que
nosotros llamamos una "hipoacusia súbita", que es una sordera de uno
o los dos oídos de forma brusca.
Existen algunas enfermedades autoinmunes cuya
manifestación puede ser la presencia de este tipo de sordera, acompañada o no
de otras afecciones orgánicas. Suelen corresponder a episodios activos de la
enfermedad, que ocurre en brotes y que se pueden detectar mediante unos
análisis de los llamados "marcadores de autoinmunidad".
En este caso se trataba de una mujer en la
treintena, cuya afectación cardíaca y sobre todo pulmonar de este brote actual
había provocado el ingreso hospitalario, durante el cual había presentado hacía
pocas horas una sensación de taponamiento de uno de los oídos con pérdida total
de la audición en éste. En pocos minutos había pasado de una audición
totalmente normal a presentar otra totalmente anómala que había desembocado en
esta sordera.
Si se trata este tipo de pérdidas auditivas de
forma precoz, la posibilidad de recuperación suele ser mucho mayor, es por lo
que el médico internista no me realizó ninguna hoja de Interconsulta, sino que
prefirió la llamada directa.
En pocos minutos estaba en la habitación de la
paciente, realizándole un estudio lo más completo posible, confirmando la
pérdida auditiva, debida a una afección probable del nervio auditivo del oído
afecto. Debido a ello, se instauró un tratamiento específico para este tipo de
patología, esperando respondiese al mismo, ya que no en todos los casos
respondían igualmente, pero por casualidad o causalidad para ella, estaba
haciendo un estudio para la valoración en el diagnóstico y tratamiento de las
hipoacusias en las enfermedades autoinmunes, de cuyos resultados ya estábamos
adelantados y el índice de mejoría era bastante alto.
Un gran hándicap era la afectación cardíaca y
pulmonar que padecía, lo cual empeoraba el pronóstico general, ya que no era
ninguna tontería banal lo que le pasaba, y la medicación utilizada podría
afectar secundariamente también a la audición por lo que nosotros llamamos
"interacciones", que no es más que el que al mezclarse varios medicamentos
se pueden potenciar los efectos secundarios. Le prescribí el tratamiento y
quedé que en unos días volvería a visitarla.
Unos días después, me desplacé a su habitación y
cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que habían tenido que ingresarla en UCI por
un agravamiento severo de su estado general.
Me desplacé hacia la UCI, donde tras preguntar
dónde se encontraba, la hallé en una de las camas, con intubación oro-traqueal,
que la conectaba a un respirador. Al parecer su cuadro autoinmune había
evolucionado a la afectación de otros órganos, lo cual debido a su estado
general había provocado el deterioro de la paciente.
Tras unos días contacté otra vez con el médico que
llevaba su caso, ya que al pasarme de nuevo por la UCI, me habían comentado que
había tenido una importante mejoría que había permitido el enviarla de vuelta a
la planta de encamados. Su médico de medicina interna me había comentado que le
gustaría que la volviese a valorar, y así lo hice, revisándola en su habitación
y citándola en las consultas del hospital unos días más tarde para hacerle unas
pruebas más completas.
Cuando le pregunté cómo se encontraba, me dijo:
«Bastante mejor, aunque me ha quedado un pequeño
ruido, bueno, que si le cuento...
—Cuénteme —le dije— soy todo oídos.
—Pues es que este ruido comenzó cuando empecé a
quedarme sorda del oído, pero resulta que, bueno, yo se lo voy a contar, aunque
usted crea que se me ha ido la cabeza. Como le digo el ruido estaba ahí y
cuando me comencé a poner mucho más enferma, empezó a aumentar, y fue como el
estallido de un cohete a reacción, que coincidió con que noté que iba a perder
la consciencia, porque al parecer entré en parada cardíaca, por la afectación
de los órganos. Pero yo no me acuerdo de eso. ¿Quiere que le cuente de lo que
me acuerdo?
—Por supuesto que sí —le dije.
—Pues resulta que oí un estruendo en mi cabeza, y
de repente, salí despedida hacia el techo, atravesando todo el edificio. No vi
nada durante unos momentos y luego me desplazaba entre personas en un lugar un
tanto tétrico. Las caras de los individuos que estaban allí eran totalmente
inexpresivas, nadie miraba a nadie, nadie hablaba con nadie. Un silencio
sepulcral a pesar de haber muchísimas personas recorriendo la especie de calle
donde me encontraba.
»Posteriormente encontré que me había desplazado a
otro lugar muy, muy distinto, esta vez no había personas inexpresivas, sino que
se encontraban otra serie de individuos con una vestimentas muy diferentes a
las nuestras pero que me transmitían mucha tranquilidad. Podía comunicarme con
todos ellos, sabía lo que pensaban y querían así como ellos también lo hacían
recíprocamente.
»Me invitaron a pasar a una especie de edificio,
más bien era una burbuja de aspecto trasparente pero que al travesarla, te
trasladaba a otro lugar totalmente diferente al que me encontraba
anteriormente.
»Un mundo dentro de otro mundo, eso es lo que
parecía ya que posteriormente hicimos varias veces esa maniobra, recordándome a
las muñecas Matrioskas que mi madre tenía, en las que una muñeca tenía dentro
otra muñeca similar pero más pequeña.
»En este otro mundo pude ver otros seres, ya no se
parecían tanto a nosotros, aunque un pequeño rasgo sí que lo tenían, pero
seguían transmitiendo una sensación de paz y tranquilidad que hacían que yo
cada vez me encontrase más y más tranquila.
»Así una y otra vez, los seres que me encontraba
eran cada vez los más dispares posibles y difícilmente podría explicárselo con
dibujos ni con palabras, aunque la norma que seguían era que cada vez me
encontraba mejor conforme atravesaba esas especie de cúpulas.
»En una de ellas, en la última que recuerdo,
encontré a un ser que no tenía corporeidad, pero que aun así sabía que estaba
allí, en todas partes.
»Me comentó que éste es uno de los posibles mundos
que existen después de la vida, que lo han transformado así, para que podamos
entenderlo con nuestra mente actual.
»Recuerdo, como si resonasen en mi cabeza, unas
palabras que me dijo: "No es todavía tu momento", me comentó ese ser
etéreo. Me hizo entender que debía volver, que todavía tenía que aprender
muchas cosas de este mundo en el que habitamos.
»Como cuando se desmorona un castillo de naipes,
así la realidad que estaba viviendo empezó a desmoronarse, comenzando en una
especie de caída intensa donde pude de nuevo oír ese terrible estruendo y de
pronto caer, como el que se tira de espaldas desde un trampolín y acoplarme de
nuevo con mi cuerpo físico.
»Después recuerdo los días que pasé en la UCI,
donde podía escuchar que no tenían muchas esperanzas de que pudiese mejorar, mientras
a mí me hubiera gustado explicarles que no tenía la menor duda de que me iba a
recuperar totalmente, porque así me lo habían dicho.
»Una vez recuperada, pienso que todo lo que me
ocurrió fue verdad, me gustaría poder transmitir lo que viví en esos momentos,
no era un sueño ni una alucinación, era todo tan real como es que ahora estemos
hablando de esto, aunque desde luego es una historia que pudiese parecer
fantasía, al estar allí pude tener una serie de sensaciones que eran totalmente
reales en todos los aspectos.
—Pero para usted, ¿qué ha significado esta
experiencia? —le pregunté.
—Para mí ha sido un antes y un después en mi vida.
A pesar de haber vivido unos momentos muy difíciles, no sé cómo le expresaría,
y a lo mejor me tacha de "pirada", pero es la mejor experiencia de mi
vida, me ha dado paz y tranquilidad en mi ser y en mi vivir. Fíjese que todavía
sigo aquí ingresada y que cualquier persona estaría ya desesperada, pues para
mí ha sido como si este ingreso hospitalario hubiera sido la mejor lección de
mi vida. Me ha abierto totalmente los ojos a que existe otra realidad muy
diferente a la nuestra y que está ahí, cerca y a la vez lejos de nosotros, y
que al pasar el umbral, todos la conoceremos.»
Pasaron varios meses hasta que pude coincidir con
ella, pero un día estando en la consulta del hospital, ella fue a una de las
revisiones programada de Medicina Interna. Su médico contactó conmigo por si
podía reconocerla ese mismo día y tal cual fue, le hice un hueco entre las
citas.
Desde luego tenía las ideas muy claras, estaba
totalmente convencida que lo que le había ocurrido no era más que una realidad
concomitante de las personas y que por suerte ella había tenido la posibilidad
de conocerla de antemano, lo cual haría que esa ansiedad y angustia que tienen
muchas personas ante el fatídico momento del fallecimiento desapareciese,
teniendo el convencimiento de que va a vivir una nueva experiencia y forma de
vida totalmente distinta a la que llevaba en este mundo.
Con respecto a su patología ótica, había
desaparecido cualquier posible secuela de la misma, auque a lo largo de los
años pudimos volver a vernos y comentar, como si hubiera acabado de pasar, la
experiencia tan sorprendente que ella había vivido en primera persona y desde
luego nada ni nadie podría convencerla que aquello que experimentó no fuese
verdad y que, más allá de esta vida, nos espera otra en un plano y con unas
características totalmente distintas a las que vivimos actualmente.
EN LA CLÍNICA DEL DOLOR
Cuando
uno acude a la Clínica del Dolor, sea cual sea su afección, es porque los
tratamientos estandarizados y más usuales no han tenido los efectos deseados.
Es como la última oportunidad que uno tiene de poder realizar una vida lo más
normal posible, aunque muchas veces la merma en la calidad de vida sea
importante.
Múltiples son las patologías que hacen concurrir a
los pacientes a esta unidad, en donde el punto común de todos los pacientes es
el algia severa, o sea, el dolor incontrolado.
Se calcula que el índice de personas que puedan
padecer por cualquier causa dicho dolor crónico puede llegar hasta el 10% de la
población, aunque el control no se consigue en muchos de ellos, aun con las
terapias más punteras existentes.
El trabajo ímprobo del personal de estas unidades
muchas veces permite que un buen número de personas, en la gran mayoría
desesperadas, puedan llevar una vida digna.
Un día, estaba visitando dicha Clínica del Dolor,
en una sala de espera que no es más que un pasillo acomodado para ello, porque
aunque parezca mentira en algunos casos es así. En una de esas largas esperas
que a veces hay que tener hasta que te toca tu turno, se puede hablar de todo
tipo de cosas con el personal que acude como paciente. Muchos de ellos
coinciden en las revisiones y en los tratamientos, intercambiando experiencias
sobre la funcionalidad de tal o cual tratamiento. Otras veces, hablan de otros
novedosos tratamientos realizados en otras unidades, que van funcionando de
forma errática en las distintas personas a las que se les aplica.
En una de esas visitas, mientras se aplicaba un
procedimiento con el que coincidíamos varias veces, tuve la ocasión de hablar
con una persona que me contó una experiencia interesantísima.
Mientras esperábamos que finalizase un
tratamiento, para lo que debíamos esperar una hora para la primera parte y otra
para la segunda, tuvimos tiempo de contarnos muchas cosas, muchas experiencias
que nos dio la complicidad de tener que realizar un tratamiento muy molesto,
por decir algo suave, que nos hacían al unísono.
Nos enredamos en una conversación sobre la esencia
de la vida y de la muerte, yo le estuve explicando mis investigaciones sobre
las Experiencias Cercanas a la Muerte, tras lo cual y como un resorte, me dijo:
«¡Yo he tenido una! Siempre había creído que eran
una tontería esas cosas, pero después de que me pasase, pienso muy distinto.
—¿Qué te pasó? —le dije.
—Pues estaba trabajando en el almacén cuando se
fue la luz, teníamos que hacer una entrega y yo que tenía algunos conocimientos
de electricidad, me puse a manipular los "plomos", sin saber que
había una derivación, y que al tocarlos sufriría una descarga que me provocó
una parada cardíaca.
»Recuerdo que en esos momentos, uno de mis
compañeros gritó que me había muerto, pero lo que me llamó más la atención es
que yo podía verlo, mientras mi cuerpo inerte estaba en el suelo.
»En seguida llegaron los demás y uno se puso a
hacerme el "masaje cardíaco". En ese momento pude recorrer todo el
almacén, como hacen actualmente estos aviones de aeromodelismo que llevan una cámara.
»Después de eso, escuché una voz que no sé de
dónde salió que decía: "Sígueme".
»Sin saber por qué, me fui desplazando, primero
poco a poco, pero después a una velocidad vertiginosa por toda la ciudad, hasta
convertirse en una especie de túnel de un tren, primero todo oscuro, negro,
después pude observar una luz al final que se iba acercando y agrandando poco a
poco hasta encontrarme en un lugar muy conocido por mí. Era mi pueblo, donde he
vivido muchos años.
»Lo que me llamó mucho la atención es que iba
viendo a todos los familiares que habían vivido allí, tanto los vivos como los
muertos, pero con la edad que tenían cuando yo vivía en el pueblo.
»De pronto empecé a ver escenas de mi vida allí,
era como un espectador que podía ver todo lo que me pasaba, cosas buenas y
otras no tanto, pero que para mí habían sido muy importantes. Era muy raro
todo, porque podía verme hacer cosas, pero yo estaba aquí.
»Recuerdo que extendía las manos para cerciorarme
de que aunque me viese que estaba haciendo las cosas y hablando con personas,
yo estaba como un mero espectador. Todo pasaba muy deprisa, mucho más que lo
que se puede vivir aquí, pero yo me enteraba perfectamente de todo.
»En un momento determinado vi cómo me desplazaba
de nuevo por el aire observando mi pueblo cada vez más pequeño, hasta que
empecé a subir y subir, hacia una especie de luz que no era el sol, que cada
vez iluminaba más hasta casi dejarme sin ver.
»Una voz penetrante empezó a hablar conmigo. No
conseguía ver nada, aunque sí podía oírlo perfectamente. Me dijo que no era mi
momento, que todavía me quedaban muchas cosas por hacer, que no me desesperase
cuando viniesen cosas que no eran buenas, que pensase en estos momentos. La
verdad es que en aquellos momentos no entendía lo que me quería decir, pero a
lo largo de mi vida, sí que lo he entendido perfectamente.
»Otra vez sentí cómo me desplazaba, a una
velocidad vertiginosa, como si todo el camino andado lo desanduviese, otra vez
el pueblo, el túnel, la ciudad y al final el almacén hasta acoplarme con mi
cuerpo otra vez.
»Como el que sale del agua sin aliento, recuerdo
que tomé una bocanada de aire, abriendo los ojos, y viendo a todos mis
compañeros a mi alrededor.
»Llegó una ambulancia a los pocos minutos y
mientras me llevaban al hospital pude otra vez recordar todo lo que me había
pasado, cómo me había visto fuera de mi cuerpo, desplazado por diversos
lugares. La presencia de un túnel que impresionaba por sus dimensiones, la
visión de mi pueblo y lo vivido allí, pero sobre todo esa voz que me decía que
todavía no era mi momento. Esas palabras resonaban en mi interior una y otra
vez, buscando el significado de quién era esa voz y qué es lo que quería decir
cuando indicaba que no me desesperase.
»Ahora lo sé, unos años después de este accidente,
otro también laboral hizo que se me aplastasen varias vértebras y se me
generase un dolor que ninguna medicación es capaz de quitarme, por eso estoy
con este tratamiento, que aunque es muy molesto, a la larga me alivia algo.
»Han pasado muchos años desde que me pasó esa
experiencia, pero no hay día, y menos ahora, con esta enfermedad, que no piense
en ella.
—¿Que significó esa experiencia? —le pregunté.
—Pues para mí ha sido un momento de antes y de
después en mi vida, porque yo no creía en esas cosas, es más, pensaba que las
personas a las que les pasaban estaban o inventándoselo o mal de la cabeza,
pero al pasarme a mí, este concepto ha cambiado totalmente, sé que hay algo más
después de la vida y si me apuras incluso aquí, porque desde luego, lo que viví
fue algo tan real como que estamos hablando ahora, tú puedes creer lo que
quieras, pero yo te he contado toda la verdad. A mí personalmente me ha
cambiado la vida, aunque me veas en estos momentos y cómo estoy, pero si no
llega a pasarme eso, no sé cómo hubiera podido afrontar todo lo que me está
pasando.
—Pero, ¿cómo te ha cambiado la vida?
—De una forma completa, porque antes ante
cualquier circunstancia, me venía completamente abajo, pero ahora tienen que
venir muchas cosas para que me tambalee, e incluso viniéndome cosas duras soy
capaz de afrontar todo lo que me venga.
—Y para esto del dolor crónico, ¿cómo te ha
valido?
—Pues de una forma muy positiva, porque de no ser
así no hubiera podido afrontarlo, ya que me paso las noches entera sin poder
dormir. Aunque sé que es difícil de comprender para muchas personas, cada vez
que cuento que a pesar de tener este dolor y estos problemas, soy capaz de
seguir con otro tipo de vida, pero que al menos puedo hacer cosas, muchas
personas como digo no lo entienden, creen que les estoy tomando el pelo, cuando
no es así.»
Empezó a contarme todo lo que hacía durante el
día, ya era una vida muy distinta y mucho más sedentaria y con limitaciones de
la que podía haber llevado antes pero desde luego llena de actividades, que hacían
que su problema que no era poco se viese al menos mitigado con lo que en muchos
lugares se llama una terapia ocupacional.
Entramos en el segundo tramo del tratamiento, éste
era mucho más molesto, porque nos ponían unos parches en la zona que teníamos más
dolorida a fin de mitigar el dolor durante un tiempo. Depende de qué estudios,
para algunos el tratamiento era único, mientras que para otros había que
repetirlo cada cierto tiempo, y así lo estábamos haciendo.
Una vez que estábamos ya con el tratamiento del
parche, empezó a contarme que no era el único que había tenido esas
experiencias, que si hablaba con el personal que frecuentaba esta unidad, me
quedaría sorprendido de la cantidad de personas que habían tenido sucesos
similares, aunque cada uno con unos matices muy personales. Es más, aunque
algunos lo achacan al dolor, al mismo accidente o a la patología que presentan,
otros lo atribuyen a la medicación y a sus efectos, pero son muy distintos a
los que él había relatado.
Así lo hice, y me llamaba la atención cómo un
porcentaje elevado de los pacientes que acudían a esta unidad te contaban unas
historias muy parecidas, con matices personales cada uno pero que desde luego
eran fruto de algo común, aunque por ahora no le podamos dar la explicación a lo
que sucede.
Conforme iba indagando en los pacientes, lo cual
fue una labor bastante lenta y complicada, me iba dando cuenta que había un
denominador común y era que este tipo de experiencias no eran una excepción,
sino que muchas veces son algo más frecuente que lo que nos relatan los
diversos estudios. Quizás por el ánimo de comunicarlo a los demás o quizás
porque no existen las cortapisas que en otros lugares podemos encontrar, que
quizás puede ser debido a que si la experiencia de algunos de ellos puede
servir para otros, entonces se transmite y se comparte.
De todas formas, lo más interesante era ver que
dichas experiencias cambian la concepción de las personas sobre el concepto de
la vida y de la muerte, que muchas veces está muy cerca de estos pacientes.
EL MOTORISTA
Cuando
uno se levanta por la mañana, no piensa en cómo le puede cambiar la vida una
experiencia que no esperaba, aunque hubiera pasado años estudiándola.
Era una mañana de julio, soleada y cálida a pesar
de ser bastante temprano. Me disponía a irme al trabajo, pero cuando bajé al
garaje con las llaves de mi scooter y abrí el portón con el mando a distancia,
vi que un sol fantástico iba a ser la tónica del día, por lo cual bajé el
portón y subí a buscar la llave de otra de mis motos.
Era un vehículo tipo custom, con una serie de
extras y protecciones que sería a la larga la garantía de que en estos momentos
pueda estar relatando este evento.
Me puse mis guantes de verano y mi casco a juego
con el color negro que predominaba en la moto sobre el plata.
Ese día iba a uno de los lugares de trabajo no
habituales a los que podíamos acudir. Se encontraba a unos cinco kilómetros del
lugar habitual, pero aquel día al parecer la persona que lo cubría
habitualmente no podía asistir, por lo que uno de nosotros debía estar allí y
pasar consulta, lo cual me tocó a mí.
No era extraño en nosotros tener que hacerlo, ya
que por un motivo u otro no era infrecuente estos cambios a veces de última
hora, aunque en este caso fue programado.
Un bonito paseo en una mañana, gran parte a través
de la ciudad, discurrió sin ningún tipo de incidentes a la ida. Era una forma
de trasladarse rápida y cómoda, donde la brisa matinal hacía mucho más
agradable el desplazamiento.
Uno jamás piensa en los riesgos que sobrelleva el
manejar un vehículo en una gran ciudad, y el no haber tenido accidentes durante
muchos años de conducción hace que uno piense que a pesar de los avatares
diarios, no le va a ocurrir nada, al menos ese día.
La mañana discurrió como habitualmente sucedía en
aquellas consultas, donde estaban programados los horarios hasta la hora de
terminar.
Finalizó la jornada y me dispuse a montarme, de
nuevo, en la moto que estaba estacionada justo debajo de las consultas.
Otra vez me puse el casco y los guantes, arranqué
la moto, y ya a una hora donde el calor se hacía notar, sólo la brisa del aire
al conducir mitigaba los muchos grados del ambiente.
Llegando a mi domicilio, a no más de unos cientos
de metros del mismo, en el lugar más insospechado para tener un accidente, vi
abalanzarse hacia mí un vehículo de color verde que estaba girando sobre la
mediana contraria, invadiendo la isleta que nos separaba. Como es normal, el
motorista, a pesar de ir de forma prudente, por su carril y a una velocidad
adecuada, siempre es la víctima en cualquier accidente, ya que nada puede hacer
contra la inercia de un vehículo.
Impacté de forma severa contra el suelo, estando a
punto de fracturar mi cuello contra el bordillo de la acera, pero con la
desafortunada suerte de que mi brazo derecho quedó debajo del abdomen, haciendo
de yunque sobre mi riñón y columna.
El tiempo pareció detenerse, porque en los
instantes que duraba la caída, pude pensar en las consecuencias que podría
tener ésta, y como una hoja movida por el viento fui cayendo hasta impactar
contra el asfalto.
Sentí un dolor brutal, como si se me desgarrara
algo en el interior y cómo el brazo sufría la peor parte. Tras unos segundos en
el suelo, intenté reaccionar y vinieron dos personas a ayudarme, sentándome en
el bordillo de la acera.
No podía apenas moverme y además de un dolor
transfixiante en puñalada debajo de la costilla del lado derecho, que llamamos
el hipocondrio, sufría el adormecimiento de la mano derecha que se había
salvado de un mal mayor gracias al uso de guantes.
A los pocos minutos llegaron la Policía Local y
una ambulancia, donde me subieron para hacerme los primeros cuidados. Tras una
valoración, me llevaron al hospital donde yo trabajaba desde hacía muchos años.
A fin de cuentas era el más cercano a mi domicilio y el que contaba con los
mejores medios.
El dolor en esos pocos minutos de desplazamiento
fue aumentando de forma exponencial, hasta que al descender en la camilla de la
ambulancia, me encontraba muy mareado, a punto de perder la consciencia, por lo
que me trasladaron a la unidad de críticos de la observación, que es el lugar
donde llevan a las personas que por su urgencia precisa tratamiento rápido y
sin demora.
Los pocos metros que separan la puerta de
urgencias de la de observación se me hicieron eternos, porque yo quería
mantenerme consciente, pero no podía. Nada más entrar, recuerdo que se acercó
todo el personal facultativo, e intenté ver los datos del aparato de la
tensión. A partir de ahí les relataré algo que me pasó y que tardé no menos de
ocho meses de contar al alguien.
Noté entonces como cuando separamos un velcro o un
papel de celofán, algo se separaba de mi cuerpo que estaba en esa camilla,
donde los facultativos y el resto de personal sanitario intentaban estabilizar
mi estado.
En un instante estaba flotando en el techo, al
igual que lo hacemos cuando nos ponemos en una piscina con la cabeza hacia el
agua. Podía ver perfectamente todo lo que estaba ocurriendo, parecía como si
fuese un espectador de una obra de teatro, donde el actor principal fuese yo, o
mi cuerpo, y donde los demás actores fuesen el resto de personal facultativo.
Era todo tan real, que podía perfectamente escucharlos y verlos actuar, con un
realismo importante. Podía observar todos y cada uno de los detalles que había
en la habitación, era todo muy real.
No sé de qué forma ni cómo, me vi trasladándome
por una especie de túnel iluminado por diversas luminarias que giraban en
distintas direcciones, mientras me desplazaba a lo largo del mismo.
A pesar de la velocidad que se me representaba
elevada, no tenía sensación de que el aire chocase contra mí como lo haría en
un vehículo al descubierto, ni tampoco sensación de ser trasportado por nada,
simple y llanamente me desplazaba por esa especie de túnel con unas luces
giratorias que hacían que todavía la sensación de velocidad se incrementase.
Me llamaba la atención que la sensación allí, en
el túnel, era gratificante, aunque no fuese como en el siguiente lugar que pude
visitar.
Después de estar un tiempo en el túnel, me
encontré en un lugar donde una bruma naranja lo invadía todo, entre esas nubes,
podía ver unos tonos azulados, que si bien eran distintos a cielo que
conocemos, sí rememoraban el mismo.
Una serie de imágenes antropomorfas iba
desplazándose a mi alrededor, no podía verlas con nitidez, pero sí vislumbrar
sus siluetas, siendo figuras de todo tipo que se desplazaban sin ponerse en
ningún momento en contacto conmigo.
Lo más llamativo, al menos para mí, era la
sensación de paz y tranquilidad que tenía en esos momentos, no sabía dónde
estaba pero desde luego era una de las mejores y más placenteras sensaciones
que había tenido en mi existencia. No se puede explicar con palabras, pero en
muchas ocasiones he dicho que si tuviera que definirla sería como estar en el
paraíso que preconizan algunas religiones. Paz y tranquilidad es lo que se
podría definir lo que se sentía allí, pero desde luego, cualquier palabra que
pretenda definirla, lo único que haría sería minusvalorar la sensación que pude
tener allí.
No era un lugar conocido, no había ninguna
referencia clara, pero aun así era un lugar plácido donde me hubiera gustado
haberme quedado al menos mucho más tiempo.
Pero no es lo que uno quiere, sino lo que tiene
que ser, porque en breves instantes me encontraba como el sello que pegaban
antiguamente algunos funcionarios, que lo adherían al sobre con una fuerza que
parecía que iba a traspasar la cara anterior.
Dolores, malestares, molestias y lleno de cables
por todas partes. Solamente cubierto por una sábana con todo tipo de monitorización
fue lo primero que recuerdo al volver otra vez en mí. No sé cuánto tiempo pasó,
aunque lo que sí recuerdo es que para mí fue un largo período, toda una
experiencia hasta ahora irrepetible.
Enseguida empezaron a hacerme pruebas de todo tipo
para valorar el alcance de las lesiones, aunque no sería hasta bastante tiempo
después que tuviese el diagnóstico completo ante la cantidad de lesiones
acaecidas.
Debido a todo ello, la importancia de la
experiencia que me había ocurrido quedó mermada o por lo menos oculta, ante la
gravedad de los acontecimientos físicos, que provocaron el ingreso hospitalario
para las pruebas y el tratamiento unos cuantos días más. En esos días me dio
tiempo a reflexionar lo que me había pasado, pero debido a los dolores tan intensos
que tenía por mis lesiones, no fue hasta tiempo después que me di cuenta de la
magnitud de lo acaecido.
Habiendo estudiado durante tanto tiempo esas
Experiencias Cercanas a la Muerte, no podía pensar en ningún momento que yo
pudiese vivir una, era algo cercano pero a la vez lejano para mí, ya que había
pasado de ser un mero espectador, un investigador, a poder vivirlo en primera
persona, a sentir lo que muchas veces me habían contado, pero que hasta que uno
no lo vive no lo puede entender de una forma plena.
No había tenido todas las fases que contaban los
libros que solía tener una E.C. M., pero al igual que en mis investigaciones,
había sido una experiencia muy particular, pero llena de sensaciones repletas
de realismo y vivencias.
En ese momento entendí lo que muchas veces me
contaban aquellos pacientes que habían vivido y que insistían una y otra vez en
que no era un sueño, que no era una alucinación, que era una realidad.
La experiencia que yo había tenido no la
consideraba como una ensoñación, tenía unos visos de realidad que hoy por hoy
no soy capaz de explicar, y que por muchas vueltas que le doy no consigo poder
dar una explicación plausible dentro de los conocimientos médicos que tengo.
Me fue muy difícil el poder asimilar lo que me
había ocurrido, y como he comentado anteriormente, pasaron muchos meses antes
de poder contárselo a nadie. Le di muchas vueltas sobre qué podría haber
pasado, porque a fin de cuentas no había tenido una parada cardíaca, sino más
bien un cuadro de hipotensión que podría haber provocado la pérdida de
conciencia, pero no otros elementos como la visión del túnel ya que los más
puristas lo achacan a una falta de oxígeno o hipoxemia, lo que provoca una
dilatación pupilar, que en mi caso no se produjo. Además el efecto túnel que se
puede producir en estas ocasiones es muy diferente al que pude ver, que no era
compatible con este cuadro, ni con los llamados fosfenos que son las luminarias
por estimulación de la retina ya que eran muy diferentes a los mismos.
Tampoco podía explicar la última fase, donde la
bruma naranja lo envolvía todo y en donde tuve esas sensaciones tan agradables
y que eran contrapuestas al proceso traumático que estaba viviendo.
Es más, pude comprobar posteriormente que durante
este período no se me había aplicado ningún tratamiento antiálgico ni narcótico
que pudiese explicar estas sensaciones, ni por supuesto creo que las endorfinas
endógenas fuesen capaces de provocar ni mantener ese estado de placidez.
Ni siquiera una deprivación de sangre a nivel del
cerebro, lo que se llama un bajo gasto, explicaría el cuadro, y además tampoco
se produjo, gracias a la rápida actuación del personal sanitario.
No sé lo que me pasó, pero sé que ocurrió, esto
provocó una serie de cambios en mí que han marcado el resto de mi existencia,
buscando respuestas a mis preguntas, aunque muchas veces encuentro muchas más
preguntas que respuestas.
CONCLUSIONES
RESULTADOS DE LAS ECM
Cuando
comencé a investigar las ECM, nunca imaginaba a dónde llegaría con estos
estudios. Pensaba que iba a encontrar otra realidad completamente distinta, y a
pesar de no querer tener prejuicios, tengo que decir que mi mente científica se
ha ido moldeando conforme las pruebas, las realidades, han ido apareciendo.
Por muy agnóstico que fuese, la realidad estaba
ahí, y aunque podía tener unas trazas de escéptico, no de negacionista, las
pruebas que se han manifestado han hecho que mi concepto haya cambiado.
Ya no es lo que dice tal o cual texto de lugares
recónditos, sino unas historias que he podido valorar en primera persona. La
calidad y calidez de los testigos hacen pensar que para ellos han vivido una
experiencia real y que no habrá nada ni nadie que les haga pensar lo contrario,
pero si nos vamos al terreno de los más críticos, nos dirían que era
simplemente el reflejo de un cerebro que por una estimulación anómala ha creado
todas y cada una de estas historias.
Quizás algunas puede ser que sí, que la bioquímica
cerebral y orgánica haya hecho que ciertas manifestaciones se puedan explicar
mediante este paradigma, pero para aquellos detractores habría que remitirlos a
que explicasen de una forma plausible aquellos casos en los que las personas
relatan experiencias y situaciones que se han cumplido a posteriori. Podría
deberse a que se hayan amoldado lo que posiblemente se haya vivido a lo que se
vive a posteriori, a modo de intentar racionalizar algo que es muy difícil de
entender.
Pero pensemos y preguntémonos durante un momento
con nuestra mente racional, ¿y si lo que han vivido estas personas es algo que
de verdad existe? ¿Y si es fruto de otra realidad paralela? ¿Y si no es fruto
de un cerebro al límite?
Si contestásemos esas preguntas, podríamos saber
mucho más sobre ese instante que hay después de morir. ¿Entramos en la nada?
¿Todo se acaba? ¿O bien nos adentramos en un mundo inédito para nosotros?
Todavía son muchos los interrogantes que debemos
resolver y aún más los que debemos plantearnos porque desde luego hemos entrado
en un universo totalmente desconocido para nuestros conocimientos, puesto que,
ya sea fruto de la estimulación de nuestras neuronas y hormonas o bien fruto de
una realidad coexistente, es tan fascinante el poder llegar a explicarlo que
sea como fuere seguirán los esfuerzos para comprenderlo.
Llama la atención cómo, a lo largo de la historia
conocida por nosotros, los conceptos han cambiado en el saber humano. Nos
podemos referir por ejemplo a la concepción del geocentrismo que tan amargos
recuerdos les puede traer a científicos de la época como Galileo, que sufrió la
implacable persecución de las doctrinas preponderantes de la época, o el
concepto de esfericidad de la Tierra, que ya Pitágoras en el siglo VI a.C.
defendía y de la que posteriormente Eratóstenes en el siglo III a.C. nos daba
una aproximación de su tamaño, pero se impuso la idea de que la Tierra era
plana, y aquel que lo contradijese podría ser tachado de hereje.
Argumentaciones como la de Lactancio en el siglo III de nuestra era o Agustín
de Hipona en el IV daban sus aseveraciones para demostrar que la tierra era
plana y que aquellos que pensasen que era esférica no eran más que unos
imprudentes que iban en contra de las doctrinas de Dios.
Pero ahora, quién es el hereje, quién es el
impudente, porque desgraciadamente desde que tenemos referencias, los púlpitos de
la sapiencia, las cátedras del conocimiento, han estado llenas de
desconocimiento y teorías e hipótesis que hoy vemos como absurdas.
No se defiende desde aquí el pensamiento mágico
como tal, sino la investigación real y coherente para demostrar la veracidad o
no de los sucesos que acaecen, porque lo que sí es verdad, demostrable e
indiscutible, es que las llamadas ECM existen y son una realidad que por su
magnitud e importancia deben estudiarse desde puntos de vistas
multidisciplinares que provoquen llegar a unas conclusiones o a unas líneas de
investigación que nos hagan avanzar.
Como he comentado antes, la existencia de estas
experiencias no comienza en el siglo XX con los diversos estudios de los
investigadores, sino que a lo largo del tiempo se han visto reflejadas en
múltiples relatos e incluso en el arte. Su porcentaje es variable, siendo para
algunos autores próximo al 20% de los que sufren una parada cardíaca, pero creo
no existen estudios suficientemente amplios para poder ratificar esto.
Pero, ¿qué es lo que ocurre durante estas
experiencias? Podría quizás ser un poco de todo. Por hipotetizar podríamos
pensar que un estrés severo en nuestro organismo haga estimular de una forma
especial al cerebro y a otras estructuras que podrían regular nuestro cuerpo,
lo que provocaría un estado especial al igual que pueda ocurrir en situaciones
límite cuando los músculos son capaces de obtener una potencia muy superior a
lo normal, llegando a lo que se llama el sansonismo, que la medicina reconoce
como tal, y que no es debido más que a que por unos momentos una estimulación
muscular severa pueda provocar esta fuerza.
Pero, ¿y si en nuestro cerebro, ese gran
desconocido, hubiesen todavía capacidades que no fuésemos capaces de conocer?
Sería un salto en el conocimiento tanto de la funcionalidad como de la psique
humana.
Pensemos que hasta hace poco había el bulo popular
de que no se utilizaba más que el 10% de nuestra capacidad neuronal, habiéndose
demostrado por técnicas como la Resonancia Magnética Dinámica que esto es
incierto, no sólo durante la vigilia, sino incluso durante el período de sueño,
por lo que, ¿por qué vamos a ser tan prepotentes de creernos que estamos en la
posesión de la verdad absoluta? En todas las épocas ha sido así, poniendo
cortapisas a los innovadores, porque han presentado teorías y muchas veces
pruebas que no se ajustan al paradigma científico existente y que por lo tanto
no vienen bien al poder establecido.
Algunos se erigen en exégetas del conocimiento
científico y, lo que todavía es peor, de la verdad absoluta, inmovilista,
siendo capaces de defender con todos los medios, justos e injustos, sus
doctrinas, por más peregrinas que puedan ser o por obsoletas que puedan haberse
quedado.
Una apertura de mente y unas ganas de hacer una
investigación coherente sin tener predisposición a encontrar tal o cual dato,
haría que todo este tipo de experiencias, que son muy heterogéneas y
variopintas, sirviese para llegar a unas conclusiones válidas para determinar
su naturaleza.
Es un "nuevo mundo" que pocas personas
dentro del mundo científico se han atrevido a atisbar, ya que hay que decir que
las críticas, en muchos casos infundadas, hacen que se tomen unas mayores
precauciones y se tengan más reticencias que al realizar estudios en otros
campos cuya importancia es mucho menor y que no aporta en la mayoría de las
ocasiones conocimientos adicionales a los que tenemos.
Un cambio en la mentalidad, y la creación de
unidades de estudios multidisciplinarias, es lo que haría que pudiéramos
avanzar de una forma coherente en el estudio de este tipo de experiencias.
Lo que es cierto es que en cada país se tiene una
determinada forma y mentalidad de investigación, siendo algunos más reacios de
hacerlo. Pero la mentalidad positiva es la que piensa que en el conocimiento
está el avance, ya que de no haber sido así todavía estaríamos en la edad de
piedra, sin ninguno de estos conocimientos, y desde luego la inquietud de los
precursores, innovadores e investigadores, ha hecho que cada vez vayamos
avanzando en todos los niveles. Pero queda un gran campo que todavía está
prácticamente inexplorado, es el de lo que ocurre después del fallecimiento del
cuerpo físico.
Desde hace muchos años se ha intentado saber qué
es lo que ocurre y además si es posible incluso contactar con los posibles
habitantes del "otro lado", aunque la mayoría de todos estos intentos
han estado llenos de supercherías y de superstición.
El interés económico y de notoriedad ha superado
al del conocimiento, con un variopinto nivel de resultados.
Pero hoy en día, donde podemos poner las bases del
estudio, debido a los avances técnicos que poseemos y que probablemente estén
por venir, no se está haciendo más que un grupo de estudios, que aunque serios,
precisarían más apoyo y que desde luego constituirían el punto de partida a
otros más complejos y completos.
Porque, ¿a quién no le gustaría saber si hay algo
después de la vida? Esto implicaría la posibilidad de dar respaldo o bien de
poner en entredicho a un gran número de creencias y religiones que pululan por
este planeta.
Quizás se tenga miedo a que las bases y el
conocimiento establecidos tengan que reescribirse debido a que una nueva forma
de entender la ciencia y, por qué no decirlo, una nueva ciencia, entrará de
pleno en el conocimiento humano.
Habría que plantearse otra pregunta: ¿estamos
preparados para asimilar este conocimiento, sea cual sea su resultado?
Posiblemente la respuesta es que una parte de la sociedad no aceptaría los
resultados debido en gran parte a sus creencias religiosas o dogmáticas, ya que
provocaría un cambio en su concepción y percepción del mundo. Si se pudiese
llegar a demostrar que nuestra esencia, ser, alma o lo que quieran llamar,
continúa de alguna forma y en algún lugar, sería una de las respuestas más
importantes que el ser humano ha sido capaz de contestar.
Pensemos en un momento cómo podrían afectar estos
conocimientos a estamentos establecidos desde hace siglos en todos los lugares
del planeta. Habría que valorar entonces qué sentido tendrían muchas de las
religiones y creencias y hacer un nuevo orden de pensamiento y de conocimiento
basado en una nueva perspectiva de la existencia.
En cambio si se demuestra que no existe nada
después de nuestra existencia habrán terminado muchos siglos de pensamiento
mágico y ritualista, por lo cual, y por otro motivo, se tendrá un nuevo
concepto de pensamiento, ya no de creencias, que irán más acorde con la
existencia del ser humano.
Todo ello conlleva la existencia y el progreso de
nuestros conocimientos, más cercanos a la ciencia que a pensamientos ilógicos,
pero que en caso de que pudiésemos demostrar esa existencia, no teorizar sobre
ella, sería el descubrimiento de una nueva perspectiva en nuestra vida.
Se habla mucho de la posibilidad de vida en otros
planetas, y fue lo que le costó la vida a visionarios como Giordano Bruno, que
fue quemado en la hoguera en 1600 por defender la existencia de mundos
similares a los nuestros, con la presencia de seres parecidos a nosotros. Ahora
sería una de las mentes más punteras por las teorías que defendió y que gracias
a los avances de telescopios y físicos parece que más tarde o más temprano se
vayan a hacer realidad.
¿Serán otros Giordanos los que defienden la
existencia de vida más allá de la vida? Y solamente son personas como Bruno las
que se han adelantado varios siglos a sus coetáneos, realmente estamos delante
de una realidad que no queremos o no nos dejan ver.
Los testigos y sus experiencias están ahí,
abiertas a aquellas mentes inquietas que quieran investigarlas y dar una
explicación amplia y coherente ante una realidad que se da todos los días.
No tengamos miedo a investigar y mucho menos a los
resultados, sean cuales sean éstos.
CAMBIOS VITALES PERSONALES
Por
lo general, toda persona que he tenido la oportunidad de conocer que ha vivido
una ECM, no se ha quedado impasible. Todo lo contrario, experimentas un cambio
muy profundo en la forma de percibir y vivir tu vida.
No es un cambio sólo de la cutícula externa que
todos podamos tener, sino que lo que he podido apreciar es un cambio desde la
base de la personas, desde su forma de pensar hasta la de percibir las cosas.
En muchos casos ha supuesto un giro de 180º en su
trayectoria personal, debido tanto a la experiencia como muchas veces a la
necesidad de adaptación a una nueva forma de vida causada por las posibles
secuelas secundarias a la causa que lo provocó. Pero esto sería una forma muy
sencilla de explicar las cosas y desde luego no es así, todo lo contrario, el
cambio que he podido percibir y seguir en estas personas viene desde su yo más
interior hacia el exterior.
No significa que se vuelvan perfectos, sino que
intentan al menos vivir de una forma muy distinta, procurando disfrutar mucho
más de cada situación que se presenta en su vida.
Me llama mucho la atención que muchas personas
hablan de un antes y un después en su existencia, como si fuesen dos vidas
distintas, una la previa a la ECM y otra la que posteriormente pueden vivir.
Aunque todos y cada uno de ellos puede elegir, es
llamativo cómo ese momento marca el resto de sus días, con un cambio a veces
drástico, como hemos relatado en personas que llevaban una vida un tanto
"disipada" y se han transformado como de la noche al día en otro tipo
de personas, ni mejores ni peores, no estamos haciendo un juicio de valores, sino
que convierten su forma de vida en otra, totalmente diferente a lo que estaban
habituados. Para ellos, y son palabras suyas, mucho más gratificante y con más
sentido que la que habían llevado hasta entonces.
Para otros, en cambio, su transformación ha sido
mucho más lenta, sobre todo porque el poder asimilar lo que les ha pasado no es
fácil, ya que resulta una experiencia vital que les ha cambiado todos los
esquemas trascendentes y se ha convertido en algo trascendental lo que les ha
ocurrido, muchas veces difícil de encajar, produciendo en alguna ocasión
situaciones de alteraciones del ánimo, que se suelen solventar sin ninguna
necesidad de tratamiento sino de convencimiento de que les ha pasado, les ha
ocurrido a ellos y no a otros, porque un elemento común de todos ellos es que
cuando les he preguntado si en algún momento de la vida habían pensado que
pudiesen experimentar una ECM, en todos los casos la respuesta es negativa, ya
que o bien ni la conocían ni la reconocían como tal, y para aquellos que tenían
referencias de las mismas, no pensaban que pudiesen tenerlas ellos. Era algo
espontáneo que no pudieron controlar, pero que en todos los casos había
significado una especie de shock, puesto que ninguno se lo esperaba y, sin ser
una experiencia traumática, salvo en contadas ocasiones, que también la he
podido constatar, ha sido una experiencia, la más, o de las más fuertes,
vivenciada por parte de todas las personas que la han experimentado.
Sólo en algunas ocasiones me han manifestado que
hubieran preferido no haber tenido esta experiencia, ya que vivían una vida
despreocupada y que ahora, debido a haber tenido esta situación, se ha abierto
una serie de anhelos, dudas y necesidades de comprender, porque muchos de ellos
han encontrado las respuestas vitales que seguro que todos nos hacemos, pero
para otros además de esas respuestas, se han abierto otras muchas preguntas que
todavía están por responder.
Dentro de todo el grupo que pude investigar,
algunos de ellos hubieran deseado que la experiencia hubiera sido más completa,
e incluso llegaban a comentar que no les importaría vivir una segunda, a fin de
buscar esas explicaciones que les falta en ese gran puzle que se ha generado en
su mente.
Para todos ellos es una realidad irrefutable; a
pesar que haya intentado racionalizarlo con ellos, no he podido en ningún
momento moverlos de la idea de que lo que han experimentado es una realidad,
que aunque resulta heterogénea, según el caso estudiado, parece que tienen un
hilo conductor común que si se lee entre líneas podamos constatar que se trata,
sea lo que sea, de algo común, ya sea un juego de la mente, del cerebro, de las
hormonas o de lo que sea orgánico, o un paso a la otra línea de la vida.
Lo que sí es común en ellos es que la vida la
viven a otro ritmo, es una de las apreciaciones que todos han hecho, incluso en
aquellos casos que sabían que el fin de su cuerpo orgánico estaba cerca, no
dejaban por ello de realizar sus obligaciones o trabajos, pero sin ese anhelo
competitivo con el que nos empuja la sociedad en donde vivimos.
Algo común en la gran mayoría de los casos es la
pérdida del miedo ancestral que podemos tener a la muerte. En la población en
general se mitiga este desasosiego con un mecanismo de ocultación de una
realidad patente y próxima a todos y cada uno de nosotros, ya que sea como
fuere, es lo único que tenemos garantizado al nacer.
En estos casos, esa sensación negativa desaparece
debido a que tienen el convencimiento de que es un trámite que todos debemos
pasar, si me permiten el símil, que algunos de ellos han utilizado
literalmente, es una metamorfosis necesaria que debemos transitar, al igual que
el gusano pasa a crisálida de manera inexorable.
Se terminan los miedos, las dudas, los titubeos,
de lo que ocurre después de la muerte; para ellos, hay una realidad inherente,
otro tipo de vida, o de existencia, diferentes en cada una de las personas que
pude investigar, pero igual en el convencimiento de que la vida no se termina
cuando el cuerpo orgánico deja de funcionar.
A pesar de ser muy distintos los credos y las
culturas de muchos de ellos, si se les escuchaba atentamente, contaban una
historia que se parecían mucho en rasgos generales, incluso utilizando los
mismos términos para definir una situación donde las palabras posiblemente
estén de más.
También pude constatar cómo en un gran número de
las personas estudiadas su ambiente personal y sobre todo familiar se habían
tambaleado, achacándolo a que sus parejas respectivas y sus familiares no
entendían el gran y profundo paso que habían dado en el conocimiento del
sentido de la vida. La eterna pregunta:" de dónde venimos y a dónde
vamos", pensaban que se había respondido durante su experiencia personal,
pero que los más allegados no habían llegado a comprenderlos. Se sentían en
gran parte unos incomprendidos, porque entendían que sus conocimientos eran tan
profundos que resultaban difíciles de entender por otra persona que no
estuviera en la misma sintonía o no hubiese tenido ese tipo de experiencia. Era
todo tan complejo y a la vez tan impresionante que muchas veces los más
cercanos no sabían o no querían entender. Lejos de asimilar esto como algo
negativo, lo suelen ver en la mayoría de los casos como una evolución personal
dentro del mundo que les ha tocado vivir, y que sin ese tipo de experiencia no podrían
llevar a cabo ese avance, sino que se quedarían anclados en una vida muchas
veces sin sentido y llevados por la inercia que conlleva el estar en una
posición cómoda en muchos aspectos a lo largo de la vida.
Otro sentimiento que suele desaparecer es el del
miedo, lo que no significa que presenten una falta de precaución, porque eso no
implica que en situaciones puntuales manifiesten la presencia de cautela ante
éstas o ante personas que puedan intentar amedrentar, medrar o fastidiar
gratuitamente.
Es más, en algún caso se ha cruzado alguna persona
con malas intenciones que ha intentado crear situaciones límites, e incluso
atentar contra la integridad de alguno de los mismos, y quizás por esta falta
de amedrentamiento, a pasar de haber intentado lo contrario, es por lo que han
podido solucionar de una forma satisfactoria las situaciones vitales, puesto
que estas ECM hacen que la persona sea más fuerte, pero no evita que el entorno
y las personas sigan siendo de una forma u otra; en conclusión, transforma a la
persona que lo ha vivido, no a su entorno.
Ello no significa que se vuelvan huraños o
introvertidos, todo lo contrario, en términos generales, el nivel de
socialización mejora muy ostensiblemente, haciendo que la persona se relacione
más y mejor con sus semejantes, apareciendo el concepto de "ayuda al
prójimo" y de "bondad hacia los demás", de una forma
generalizada.
También en el campo laboral he encontrado la
presencia de transformaciones, debido a que ha habido casos en los que a pesar
de no tener problemas para continuar realizando la profesión que tenían hasta
entonces, han empezado a realizar otro tipo de trabajo, que en muchos casos no
tenía nada que ver con el original. El que no ha podido trabajar, porque su
estado general ha quedado mermado, suele hacer alguna otra actividad también
muy, muy diferente a la que realizaba antes de la experiencia.
Inquietudes que posiblemente estuviesen en las
personas desde sus albores, pero que ahora se atreven a realizar sin las
cortapisas sociales y sobre todo personales que antes tenían.
Algunas las consideran como una terapia
ocupacional, pero otras como una labor profesional en toda la regla. Sea como
fuere, no les conduce, por término general, el ansia pecuniaria, sino el de
realización personal, donde la gratificación es mucho mayor y más completa,
porque no está en relación al intercambio monetario presentado, sino más bien
en consonancia con el nivel de realización personal obtenido.
Otro elemento importante es el cambio de actitud
ante la vida y ante los problemas, porque éstos posiblemente surjan como setas
en el campo a lo largo de toda una vida. El pensamiento reflexivo condicionado
a solucionar todos y cada uno de los mismos hacen que el índice de satisfacción
con su vida en estas personas sea muy superior a la que podemos encontrar en la
población general, ya que parece que esta experiencia hace de percutor para que
se pueda reconocer el nivel de resolución de la mayoría de las situaciones o al
menos de las situaciones importantes, ya que el reconocimiento de éstas hace
que se puedan ir arreglando por orden de importancia todos y cada uno se los
problemas existentes. Muchos de ellos hablan de la capacidad, que antes no
tenían, de poder solucionar cosas que antes les hubiera resultado imposible.
Quizás lo que se logre sea un desbloqueo de la persona que hace que al estar
más libre de todo, se pueda discernir de una forma más amplia, sencilla y
efectiva.
En conclusión, la experiencia con estas personas
conlleva que manifiesten un cambio profundo en muchos aspectos, que hace que
las vivencias a partir de una ECM se vivan de una forma más intensa y
satisfactoria, en términos generales. Ocurre un desbloqueo tanto en la
personalidad como en el discernimiento, que provoca una mejor adaptación y
disfrute de la experiencia vital, siendo capaces de solucionar situaciones que
anteriormente no hubieran podido corregir o bien les hubiera costado mucho más
tiempo el poder hacerlo, pero desde luego, creo que lo más importante de todo
es su falta del miedo ancestral a morir, lo que no significa que el tránsito
que debe ocurrir en todas las personas no quieran que sea lo más liviano
posible, ya que están convencidos de que después de la vida corporal existe
otra cosa distinta, a lo que unos llaman vida, otros llaman existencias, pero
creo que es más un problema semántico que de concepto, porque todos ellos están
convencidos de que existe algo más después de la vida corpórea, un nuevo mundo
lleno de preguntas y sorpresas que aún está por descubrir.
CONCLUSIONES
Toda
investigación nos lleva a una serie de conclusiones, en las que el
investigador, después de haber realizado todo el estudio y basándose en los
datos obtenidos, las extrae, independientemente de la visión apriorística que
tenga.
Para mí, después de haber realizado un estudio de
muchos años, compartiendo éstas y otras informaciones, he llegado a unas
conclusiones, aunque tengo que reconocer que más que respuestas, he encontrado
más preguntas y sobre todo un amplio y vasto campo de estudio donde investigar.
Realmente estas conclusiones generales se podrían
definir en un decálogo sobre las ECM:
1.Todas
las personas independientemente de su condición pueden tener una ECM.
2.Se
presenta de una forma inesperada.
3.Es
distinta y muy particular para cada persona aunque similar en muchos aspectos.
4.Significa
un antes y un después en su vida.
5.Existe
un cambio ostensible en la forma de percibir su vida.
6.Sienten
que la ECM es algo totalmente real.
7.La
relación con los demás cambia a positivo de manera importante.
8.El
tema económico se suele volver secundario.
9.Están
convencidos de existencia de vida después de la muerte del cuerpo físico.
10.Pierden
el miedo a la muerte.
Creo
que sería interesante ir desgranando poco a poco todos y cada uno de los puntos
del decálogo, aunque sí habría que comentar que, desde luego, se podría ampliar
en todos los puntos que uno desee.
TODAS LAS PERSONAS INDEPENDIENTEMENTE DE SU
CONDICIÓN PUEDEN TENER UNA ECM
Si
se intenta buscar un patrón del morfotipo de persona que tiene una ECM, no se
encontraría, ya que a cualquier edad o condición personal se pueden presentar.
Si se hiciesen estadísticas completas sobre ellos, quizás nos daría algunos
datos, pero desde luego, no eliminaría ningún nivel de población donde se han
mostrado.
Tengo que comentar que a pesar de haber estado
varios años en una unidad infantil, no me he cruzado con ningún caso a estas
edades, aunque eso no significa, como indican múltiples estudios, que no
existan. Tampoco el nivel cultural ni el económico es cortapisa para que
aparezcan estas experiencias.
SE PRESENTA DE UNA FORMA INESPERADA
Nadie
se levanta por la mañana, se toma el desayuno y se va a tener una ECM. No
funciona así. En la cantidad de procesos y situaciones que se pueden dar en la
vida, sólo un grupo de ellas puede llevarte a tener una ECM, pero en ningún
momento hay nada ni nadie que te diga que la vas a tener. Por ello el hecho
que, al tenerlas de improvisto, hacen que sean muy difíciles de asimilar.
Aunque lo hayan vendido así, en un principio, no
es una fiesta ni un regocijo el tenerla, es algo impactante que hace que te
plantees los cimientos de tus conocimientos. No te deja impasible y en la gran
mayoría, te obsequia con algunas respuestas y muchas preguntas.
ES DISTINTA Y MUY PARTICULAR PARA CADA PERSONA AUNQUE
SIMILAR EN MUCHOS ASPECTOS
Las
ECM me recuerdan a esa frase que se dice «distintas pero iguales». Si nos
fijamos en las formas, nos daremos cuenta de que todas y cada una de ellas
tienen matices muy, muy distintos, pero en el fondo, si se investiga con
paciencia, podemos ver que cuando se indaga vemos un hilo común en ellas.
No se diferencian en términos generales, sino en
la forma como se presentan, porque el trasfondo es muy similar. Da igual el
caso que cojamos porque esa diferencia de forma a veces implica el carácter que
tiene cada uno de ver y percibir la vida.
SIGNIFICA UN ANTES Y UN DESPUÉS EN SU VIDA
En
ninguno de los casos que he tenido la ocasión de investigar he observado que la
persona se quede impertérrita ante estos acontecimientos.
Para muchos de ellos, ha significado un cambio de
180º en su vida, pero para todos los que he podido investigar ha sido uno de
esos acontecimientos que quedan en esos archivos de memoria y que de alguna de
las maneras hacen que su existencia cambie en un grado u otro, dependiendo de
cada uno.
EXISTE UN CAMBIO OSTENSIBLE EN LA FORMA DE
PERCIBIR SU VIDA
En
la trayectoria que todos tenemos a lo largo de la existencia de cada uno, damos
más o menos importancia a las cosas, percibiendo de forma personal e intransferible
nuestra realidad concomitante.
Solamente un cambio de las bases puede hacer que
el carácter de la percepción varíe, y eso es lo que les ocurre a las personas
que tienen una ECM.
Elementos, cosas y situaciones que antes podían
pasar desapercibidas, ahora no lo hacen, todo lo contrario, ahora valoran otras
cosas muy distintas a las de antes, aunque sin dar de lado, por supuesto, al
mundo exterior, que es donde a fin de cuentas tienen que seguir viviendo, pero
realizando una transmutación en los valores personales, debido a esta situación
que han tenido la ocasión de experimentar.
SIENTEN QUE LA ECM ES ALGO TOTALMENTE REAL
Para
todas aquellas personas que han tenido la ocasión de tener una ECM, éste es un
evento tan real como la vida misma, y por mucho que intente cualquier persona
convencerlas de lo contrario, nadie va a poder lograrlo.
Es una realidad indiscutible que han tenido la
ocasión de vivir, algo que está y ha estado ahí a lo largo del tiempo, pero que
sólo se les ha manifestado en la situación límite que han tenido la ocasión de
vivir.
Para aquellos que hayan podido intentar
explicarles que es fruto de su imaginación o por efectos hormonales o por
malfunción de su cerebro, para todos y cada uno de ellos lo hayan podido
intentar, la actitud de negación ante una realidad patente es lo que se han
podido encontrar. Es quizás una actitud "tomasina", de «si no lo veo
no lo creo», pero que al verlo, ya no tienen ni la duda razonable de la
veracidad de la misma.
Si a cualquiera de ellos se les preguntase,
¿verdad o ficción?, todos ellos sin titubear, seguro que dirían que es una
realidad patente.
LA RELACIÓN CON LOS DEMÁS CAMBIA A POSITIVO DE
MANERA IMPORTANTE
Entre
todos los cambios que podemos observar en estas personas, uno es una
diferenciación en la sociabilización de los mismos.
He comentado que hay una transformación en las
relaciones sociales y personales, lo que ha implicado en algunas ocasiones el
cese de de las mismas, como una forma de evolución personal, ya que desde el
punto de vista humano, prefieren no estar con alguien que no les aporte nada ni
mantener una situación cómoda pero no fructífera. Eso no impide que se
aproximen personas sin escrúpulos con una máscara teatral a beneficiarse de la
buena fe de las personas, debido que muchas veces por su afán de ayudar, este
tipo de personas sin miramientos puedan intentar o se aprovechen de la
humanidad personal, ya que en la gran mayoría, por no decir en todos los casos,
el afán de ayuda y la solidaridad con el prójimo se han hecho más que patentes,
compartiendo sus recursos personales y económicos con aquellos que los
necesitan de verdad.
EL TEMA ECONÓMICO SE SUELE VOLVER SECUNDARIO
A
pesar de tener cada persona su manera de subsistir desde el punto de vista
pecuniario, y algunos de ellos se lo que la sociedad llamaría "personas de
éxito", desde el punto de vista económico, después de haber tenido la ECM,
cambian la valoración material de las cosas.
Es verdad que en nuestra sociedad se necesita el
intercambio pecuniario para poder existir, pero a lo que me refiero es a la
acumulación de bienes o a la colección de enseres que no tienen otro sentido
que aumentar el patrimonio.
Una forma más coherente en la vida y compartir con
sus semejantes es la tónica general del cambio obtenido en todos ellos.
Esa ansia que presentan personas de nuestra
sociedad de obtener la mayor remuneración al trabajo realizado ha sido mermada
hasta desaparecer, llegando a realizar obras a nivel altruista, sin obtener
nada a cambio, salvo la satisfacción personal de que se está haciendo algo
bien.
Prefieren estar a gusto consigo mismas, antes que
realizar labores que si bien les pueda reportar beneficios importantes, no
estén de acuerdo con su nueva forma de concebir la existencia.
ESTÁN CONVENCIDOS DE LA EXISTENCIA DE VIDA DESPUÉS
DE LA MUERTE DEL CUERPO FÍSICO
La
gran pregunta de si después de la muerte del cuerpo físico existe algo más, es
la que en la profundidad de cada uno realizan los creyentes, agnósticos e
incluso los que dicen en llamarse ateos.
Fuera de toda creencia, el sentimiento de
trascendencia ha acompañado al hombre desde sus albores, realizándose una y
otra vez la misma pregunta: «¿hay algo más?»
De una forma asertiva, tienen la certeza todos
aquellos que han tenido una ECM de que después de esta vida hay algo más, que
nuestra existencia no termina con el final de nuestro cuerpo orgánico. Otra
cosa es la interpretación que cada uno pueda realizar de la experiencia
acaecida al aplicarle sus creencias particulares, dependiendo desde el
paradigma de creencias que uno tenga.
Lo que sí es llamativo es que aquellos que creían
que la vida finalizaba en el momento del fallecimiento, han dado un giro
completo, confirmando que para todos es una realidad incuestionable que la
evidencia ha sido capaz de mostrar.
PIERDEN EL MIEDO A LA MUERTE
Seguro
que alguna vez nos hemos planteado a lo largo de nuestra vida el momento de la
muerte, creando en no pocas ocasiones dudas y sentimientos encontrados. El más
frecuente es la sensación de miedo o de angustia al enfrentarse a ese momento
que, como he dicho en algunas ocasiones, es lo único que tenemos asegurados al
nacer.
Por muchas creencias que uno tenga, un atisbo de
duda siempre nos rondará, puesto que seguro que todos sabemos que ese momento
llegará, lo hayamos aceptado o no.
Pero piensen un momento, si algo nos asegurase lo
que iba a ocurrir después, ¿qué pensaríamos? Pues no es ni más ni menos, que a
lo que refieren todas las personas que han tenido la ocasión de tener una ECM,
se han traslado a otro tipo de mundo, de existencia, de lugar, o de universo,
muy distinto al que habitamos, pero que para ellos, al menos en esos momentos,
ha supuesto la certificación de que existe algo más allá de la vida corpórea.
Nada ni nadie es capaz de hacerles pensar en algo
distinto, por lo que ese miedo ancestral que acompaña al ser humano, en la
mayor parte de los individuos, desaparece de una forma automática.
El no tener miedo a la muerte hace que se pueda
disfrutar más de la vida que les ha tocado vivir, aunque en algunos casos es
compleja y limitada, pero no por ello les impide tener vivencias muchas veces
más intensas y satisfactorias que las personas que no sufren o no han padecido
situaciones extremas y que muchas veces su vida se convierte en una sucesión de
automatismos vacíos.
Una seguridad de que hay algo más después de
fallecer hace desaparecer los sentimientos negativos vitales, el miedo, terror
o angustia. No significa que deseen morir, todo lo contrario, desean disfrutar
todo lo que puedan de la vida actual.
Y yo añadiría otra...
NADIE SABE A CIENCIA CIERTA QUÉ OCURRE EN LAS ECM.
EPÍLOGO
Cuando
me propuse investigar las llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte o ECM no
me planteaba hasta dónde podría llegar, sólo deseaba el poder conocer y
entender los casos que presumiblemente se pudiesen presentar. De manera muy
llamativa, estos casos llegaban de un modo en muchos casos casual e inesperado,
aunque quizás fuese algo más causal de lo que yo mismo quiera aceptar.
Muchos han sido los cambios vitales personales a
través de la trayectoria personal que me han hecho comprender muchas de las
situaciones que muchos años antes me habían expuesto.
Como investigador, no tenía más remedio que
intentar recabar los hechos, sin poder dar una interpretación de los mismos,
pero desde luego, la veracidad que emanaba de los testigos era una prueba, al
menos para mí, irrefutable de que una realidad desconocida estaba pasando a
nuestro lado.
Personalmente me llamó la atención cómo afectaban
a lo largo del tiempo estas experiencias en el variopinto grupo de personas,
aunque de una forma distinta, de una forma común, si tenía bien abiertos los
ojos.
Muchos años han pasado del primero de los casos
que tuve la ocasión de investigar y de hacer un seguimiento, pero la historia
que me contó se repetía una y otra vez a lo largo del tiempo, de los testigos y
de la investigación. No tenían relación entre ellos, eran muy diversos y aun
así, expresándolo de forma distinta, contaban lo mismo.
Lo más sorprendente, al menos para mí, fue el que
en uno de esos momentos que la vida parece jugar contigo, tuve la ocasión de
vivir una experiencia, muy particular pero similar a la que me habían relatado.
Fue un impacto para mí, que me constó asimilar y sobre todo poder transmitirla,
primero a mi entorno y después a los demás.
He tenido muchas veces la sensación y el
convencimiento de que estas investigaciones no verían la luz, ya que yo las he
hecho de una forma personal y particular, por ese afán de conocimiento que
siempre me ha movido, pero poco a poco sin yo hacer nada, se fue difundiendo,
hasta llegar el punto de que Enrique de Vicente, maestro al que siempre he
admirado y que tengo el gran honor de que sea mi amigo, al que siempre estaré
agradecido, me propuso la posibilidad de poder realizar este libro. Yo jamás me
había propuesto plasmar mis investigaciones a ese nivel, aunque tampoco me ha
importado facilitárselas a aquellos que las quisieran.
Lo que me ha llamado la atención es que me han
llegado nuevos e interesantes casos de una forma inesperada, que han hecho que
corrobore que las ECM son una realidad que debemos comprender y ojalá algún día
llegamos a entender, un ignoto campo de investigación que está aún por revelar.
Edición en formato digital: abril de
2014