Kos d’Astuires – 2025
José
Miguel Gaona Cartolano
Al otro lado del túnel - 2012
Un
camino hacia la luz en el umbral de la muerte
***********************
¿Qué hay antes y después de la muerte? ¿Una
intensa luz nos muestra siempre el camino? ¿Todos atravesamos un largo túnel
para volver a la vida? ¿Qué vemos desde allí y qué sentimos? ¿Con quién nos
encontramos?
Desde una aproximación divulgativa pero de
carácter científico, el psiquiatra José Miguel Gaona nos explica en las páginas
de este interesante libro en qué consisten las experiencias cercanas a la
muerte (ECM). Con numerosos testimonios de personas creyentes y no creyentes
que han sufrido el llamado «efecto túnel», analiza cuáles son los elementos que
forman parte de este viaje de ida y vuelta: los sonidos de la muerte, la luz,
los viajes astrales, las visitas de familiares anteriormente fallecidos…
Agradecimientos
Quiero dar las
gracias, en primer lugar, a todas las personas que sufrieron una experiencia
cercana a la muerte y gustaron de sincerarse conmigo, conocedoras de que iban a
ser escuchadas con todo el respeto que merecen. Tantas experiencias, tan
profundas y diversas.
Al doctor
Raymond Moody por su tiempo y sus explicaciones detalladas, pero especialmente
por su apoyo a la creación de este libro. Es, sinceramente, el padre
intelectual de esta obra. Su voz cálida transmite la fuerza suficiente para
saberse respaldado por esta primera figura de la literatura mundial.
Al doctor
Bruce Greyson, jefe de la Unidad de Estudios Perceptuales de la Universidad de
Virginia, alma científica de la comunidad internacional que estudia las ECM
que, además de aportar material a esta obra, ha tenido la confianza de contar
conmigo para realizar de manera conjunta trabajos de investigación en este
campo.
A Eben
Alexander, conocido neurocirujano de Harvard y protagonista de una de las ECM
más fascinantes que haya conocido, quien me emocionó mientras me detallaba
personalmente los matices de la misma. Después de conocerle, los conceptos de
vida y muerte ya no son los mismos.
A P. H. M.
Atwater, acreditada investigadora y escritora norteamericana, que sufrió varias
ECM a lo largo de su vida y que representa al sector más creativo y avanzado en
cuanto a bibliografía y reflexión sobre este tipo de temas. Su certeza al
transmitir los conocimientos crea fisuras incluso en los científicos más
ortodoxos.
Y por último a
Ymelda Navajo y Mónica Liberman, de mi editorial, por su infinita paciencia
mientras este autor escribía, reflexionaba y se perdía constantemente por medio
mundo para su desesperación. Benditas son.
Prólogo
Me alegra poder
respaldar este maravilloso nuevo libro en España sobre experiencias cercanas a
la muerte. Los investigadores de todo el mundo comienzan a descubrir que las
profundas experiencias espirituales de los moribundos resultan difíciles de
explicar, por lo que trabajos como los del doctor Gaona cambiarán muy
rápidamente la manera en que personas de todo el mundo entienden la muerte y la
vida más allá de la misma.
Hasta ahora,
nuestros conocimientos tan solo nos han aproximado al túnel, a la luz al final
del mismo o a los familiares que se encontraban allí con objeto de acompañar a
la persona y ayudarla a pasar por esa transición mientras suele invadirla una
sensación de inmenso bienestar.
La persona en
el momento de tener su experiencia ya no es ni madre, ni marido, ni hijo, sino
que es sencillamente ella. En esos instantes sufre una serie de vivencias que
desbordan su capacidad de comprensión y por ende no es capaz de relatar o
entender plenamente lo que está sintiendo. Más aún, en muchos casos se producen
encuentros con entes de tipo místico que cada una interpreta como propios de su
religión.
Sin embargo,
dentro de muy poco tiempo nuevos descubrimientos, tanto en Europa como en
Estados Unidos y en todo el planeta, cambiarán de manera importante la visión
de la humanidad sobre el destino del alma.
Uno de estos
recientes descubrimientos es que, aunque durante mucho tiempo hemos creído que
las personas que morían vivían estas extraordinarias experiencias de manera
exclusiva, ahora también estamos observando que tales experiencias son comunes
en personas que se encuentran acompañando a las que mueren. Personas que,
literalmente, comparten la vivencia de la muerte. En ocasiones, dicha
experiencia llega a extenderse a la visión del túnel o incluso a la revisión
vital de la persona que está falleciendo.
Del mismo
modo, es muy importante comenzar a pensar de una manera distinta acerca de este
tipo de cuestiones. Se trata, en definitiva, de empezar a reflexionar desde
otro punto de vista para aproximarnos racionalmente a las grandes preguntas
que, hasta ahora, ha eludido la razón.
Les invito a
un apasionante viaje, de la mano del doctor Gaona, al otro lado.
–Raymond Moody
Unas palabras
del autor
La muerte ha sido
siempre motivo de fascinación para muchas personas, pero también lo es para
quien escribe estas líneas.
El primer
fallecimiento que presencié en mi vida fue el de una persona que había caído
por accidente desde los tajamares del río Mapocho en Santiago de Chile cuando,
durante una otoñal tarde de domingo, se había sentado imprudentemente en su
borde, perdiendo el equilibrio y precipitándose de espaldas directamente hacia
el lecho fluvial. El río se encontraba a un bajo nivel de agua y el adoquinado
del fondo estaba al descubierto, por lo que hizo de duro colchón en su caída.
El cuerpo parecía un muñeco retorcido a pocos metros por debajo del nivel de la
calle. No presentaba ni una sola herida abierta. Aparentaba estar dormido. Era
el mismo cuerpo que pertenecía a una persona hacía tan solo unos momentos, pero
algo se había esfumado. Algo había cambiado. Yo debería tener unos siete años y
ya comencé a hacerme preguntas acerca de la delgada línea que separa la vida de
la muerte.
Años más tarde
comencé a estudiar Medicina, y durante los veranos trabajaba de voluntario en
Anatomía Patológica en uno de los mejores hospitales de Madrid. Cada mañana
bajaban a los fallecidos a ese subsuelo que se encontraba impregnado de olor a
formol y fluidos corporales por doquier.
La sensación
era extraña. Al realizar la necropsia podía apreciar hasta lo que habían comido
la noche anterior. En otras ocasiones descubríamos para nuestra sorpresa que si
bien, por ejemplo, la persona había fallecido de un infarto cardiaco masivo,
además estaba desarrollando un tumor de riñón que le habría fulminado en pocos
meses. Tumor cuya presencia desconocía por completo su propietario. Era como si
el destino le hubiera jugado una mala pasada al pobre finado.
En aquella
época, el doctor Raymond Moody sacaba a la luz su primera obra, Vida
después de la vida. También en aquellos años la doctora Elisabeth
Kübler-Ross ya era popular entre el gran público con sus teorías sobre el
significado de la muerte en los seres humanos.
No es
casualidad que ambos autores sean psiquiatras. Después de todo, el término
«psiquiatra» posee un bello significado etimológico: «médico del alma»,
significado que podría ser consecuente con la búsqueda o, al menos, el estudio
de lo que tradicionalmente ha sido considerada «el alma», también llamada por
otros «consciencia», si bien este último término destila un vapor neurológico
que a algunos se les atraganta.
Al acabar la
carrera y realizar la especialización, trabajé para una organización internacional
en varias guerras, por lo que, una vez más, la cercanía de la muerte era
constante. En Mostar fallecían personas por las consecuencias de la guerra:
heridas, explosiones, carencias médicas, etc. Sin embargo, advertí algo que me
llamó mucho la atención: algunas personas morían sin causa aparente. El estrés
continuo parecía hacer mella en su organismo hasta provocarles el
fallecimiento. El poder de la mente era tan contundente que me hizo
replantearme la complejidad del organismo. Ser consciente de la importancia del
influjo de la mente sobre el cuerpo. Un acercamiento al dualismo.
También en
aquella época abrí en España el primer centro para diagnosticar a pacientes de
sida. Contacté con el que posteriormente sería premio Nobel, Luc Montagnier, en
el Instituto Pasteur de París, quien me envió varios lotes del primer test que
existía en el mundo para localizar anticuerpos del virus en el plasma de la
persona afectada. Los resultados fueron aterradores. Descubrimos que el 75 por
ciento de los drogadictos en España eran portadores del virus, pero también fui
testigo de algo que me hizo reflexionar: el paciente contagiado podía
encontrarse en perfecto estado de salud, ya que la progresión de esta
enfermedad es afortunadamente lenta en la mayoría de los casos, pero, al
comunicarle que era portador del virus del sida —enfermedad que, además, en la
década de los ochenta poseía unas connotaciones sociales y personales propias
de un apestado amén de un tratamiento ineficaz—, la persona entraba en un
estado psicológico depresivo acompañado de conductas autodestructivas que,
paradójicamente, le llevaba directamente a la muerte. Muchas veces sin el menor
síntoma de las dolencias asociadas al sida. Una vez más, el poder de la mente.
Muchas de esas
personas que consumían drogas, particularmente en aquellos años heroína
inyectada, solían padecer sobredosis que les producían paradas
cardiorrespiratorias.
Mi interés por
las drogas y sus efectos sobre las personas hizo que mi tesis doctoral versara
justamente sobre estas cuestiones, por lo que entrevisté a centenares de
toxicómanos.
En muchas
ocasiones, los servicios de urgencias llegaban a tiempo para devolver a la vida
a un individuo que estaba sin pulso, pálido y con los labios amoratados. Las
historias que contaban chocaron inicialmente con el muro de mi escepticismo
científico: túneles, luces, familiares ya fallecidos… Pensé que podía ser el
mero efecto de las drogas sobre el cerebro, pero, en ocasiones, no eran ya
muertes por sobredosis, sino shocks anafilácticos debidos a que la
droga estaba adulterada por cualquier sustancia a la que el sistema
inmunológico del adicto reaccionaba violentamente, como quien es alérgico a la
picadura de las abejas. Es decir, su organismo contenía de todo menos droga, y,
sin embargo, los sufridos toxicómanos presentaban los mismos síntomas que el
doctor Moody hacía populares por aquellos años.
Cuando
comentaba a mis profesores este tipo de cuestiones tan solo me contestaban:
«Será algo del cerebro», pero lo cierto es que nadie investigaba el fenómeno ni
ahondaba en él más allá de un comentario simplista.
Algunos
pacientes —llegamos a tener más de diez mil historias clínicas— padecieron no
una, sino dos ¡y hasta tres experiencias cercanas a la muerte! Una y otra vez
eran resucitados hasta que lo que contaban parecía una réplica de lo anterior.
Pero lo que más llamaba la atención no era la historia en sí misma. No era el
relato ni su secuencia, sino la profundidad y la absoluta certeza de que lo que
habían vivido era real. No se podía ni siquiera discutir la cuestión ya que
algunos se sentían sinceramente ofendidos cuando alguien mostraba dudas sobre
su experiencia.
En otros, la
experiencia cercana a la muerte se unía a la percepción de salir fuera del
cuerpo y, dentro de ese viaje, observar lugares o situaciones supuestamente
distantes que luego, para sorpresa de todos, parecían coincidir con lo
ocurrido.
El ir
aumentando mis conocimientos de neurología al mismo tiempo que mis
investigaciones acerca de este tipo de fenómenos me hizo descubrir que ya
existían referencias a las mismas desde hacía muchos siglos. Más aún, comencé a
pensar que muchos de los conceptos que prácticamente aparecen en todas las
escrituras sagradas de cualquier religión (figuras divinas de luz, ángeles,
encuentro con antepasados, infierno, etc.) podrían ser la consecuencia directa
del testimonio de personas que sufrieron experiencias cercanas a la muerte
debido a enfermedad o accidente y que una vez vueltas a la vida relataron lo
vivido en el «más allá». Estos testimonios serían casi con toda seguridad
integrados en el imaginario popular y, cómo no, en la estructura de creencias y
religión de cada una de las culturas.
Todo tipo de
científicos y neurólogos compiten para explicar cada uno de los fenómenos que
presentan las ECM. Algunos de ellos son capaces de definir parcialmente uno u
otro de manera aislada. Sin embargo, ninguno de ellos es competente para
exponer con claridad la rotunda lógica de los mismos: el túnel y posterior
encuentro con antepasados, sus reveladores diálogos, el haber sido receptor de
algún mensaje o manifestación acerca del pasado o futuro de la persona… Es
decir, no parecen ser simples acontecimientos neurológicos que se presentan de
una manera aleatoria, sin orden ni concierto, sino que siguen una compleja
pauta llena de contenido y de simbolismos.
Si hubiese
tenido que escribir un libro acerca de las ECM hace diez años, muy
probablemente me habría basado en la pura ciencia, las ecuaciones y la
neurología más abstracta. Progresivamente me he dado cuenta de que innumerables
cosas no pueden ser cuantificadas con facilidad. Quizá las más importantes.
Pero más importante aún es que estas cosas que exceden a los conocimientos
actuales de la ciencia son también ciencia.
Siempre ha
habido locos que han postulado por primera vez que la Tierra giraba alrededor
del Sol o que un aparato más pesado que el aire podría volar.
Estoy seguro
de que estamos abriendo una brecha en los conocimientos de la ciencia actual.
El mero hecho de hacernos preguntas nos obliga a encontrar respuestas, porque,
incluso aunque todo esté en nuestro cerebro y casi todos nosotros sigamos una
pauta similar, el motivo u origen de este fenómeno es tan interesante como la
experiencia en sí misma. Como decía nuestro Antonio Machado: «Aprende a dudar y
acabarás dudando de tu propia duda; de este modo premia Dios al escéptico y al
creyente».
Es la última
frontera.
Introducción
Después de todo, no es más sorprendente
el nacer dos veces que el nacer una sola vez. VOLTAIRE.
Retrocediendo
hasta los orígenes humanos más primitivos, podemos encontrar historias del más
allá llenas de luz, de miedo o de descensos a lugares infernales. Muchas veces
se encuentran asociadas con la muerte o con lo que hay después de ella. Dichas
historias provienen de todos los puntos del globo terráqueo, como si los
humanos se hubiesen puesto de acuerdo: Grecia, Egipto, Mesopotamia, Asia,
África, muchos países de Europa, la América precolombina…
Los viajeros
que retornan de ese mundo lleno de luz son de muchos tipos. Hay personajes
extraídos de los textos sagrados de todas las culturas y otros que aparecen en
los escritos de la literatura universal: Jesucristo, Krishna, Perséfone,
Hércules, Eneas, Tammuz, Ishtar…
Los que hayan
acudido a una conferencia del mundialmente conocido Raymond Moody habrán
observado que una de las principales referencias de este escritor e
investigador cuando habla de las experiencias cercanas a la muerte es el
filósofo clásico Platón. En el décimo libro de La república Platón
relata el mito de Er, un soldado griego que supuestamente había fallecido junto
a otros compatriotas en una batalla. Al recoger los cadáveres, el cuerpo de
este soldado fue colocado sobre una pira funeraria para ser incinerado, y
entonces volvió a la vida. Er describe en detalle su viaje al más allá. Al
principio su alma salió del cuerpo y se unió a un grupo de otros espíritus que
se iban desplazando a través de túneles y pasadizos. Paulatinamente esos
espíritus eran detenidos y juzgados por entidades divinas por aquellos actos
que habían hecho en su vida terrenal. Er, sin embargo, no fue juzgado, ya que
estos seres le dijeron que debía regresar a la Tierra para informar a los
hombres acerca del otro mundo. Súbitamente Er despertó, encontrándose sobre la
pira funeraria.
Mucho antes de
Jesucristo, en el siglo VIII
a. C., fue escrito el Bardo Thodol o Libro tibetano de los muertos,
que analizaremos en otro capítulo de este libro. Es una recopilación, desde los
tiempos más antiguos, de los rituales tibetanos que hay que ejecutar ante los
fallecidos o las personas que se encuentran en sus últimos momentos. El
propósito de estos ritos es doble. Primero, ayudar a la persona en trance de
fallecer para que recordara los fenómenos que iba experimentando. En segundo
lugar, se trataba de apoyar a los familiares de los muertos, para que el
espíritu del difunto pudiera desprenderse del plano físico, orientando los
sentimientos y apoyando las oraciones oportunas. De esta manera el espíritu
podía evolucionar y alcanzar el lugar que le correspondía en el más allá según
su propia evolución.
A pesar de la
importancia de sus protagonistas, así como de la profundidad de estos y otros
escritos, la mayor parte de estas obras han sido ignoradas desde el comienzo de
la Era Industrial como cosas propias de personas incultas y crédulas. En
definitiva, personas que carecen de formación racional. Nuestra sociedad,
sumergida en adelantos tecnológicos y sofisticada ciencia, es capaz de reanimar
de manera rutinaria a personas que hasta hace poco habrían fallecido sin remedio,
lo que nos ha proporcionado, en los tiempos modernos, miles de historias y
relatos de experiencias cercanas a la muerte. Otro aspecto llamativo es el de
los científicos que, acompañados de muy alta tecnología, realizan esfuerzos
ingentes para explicar por medios racionales ciertos fenómenos que hasta el día
de hoy escapan a una explicación total.
¿Qué es lo que
se puede explicar de estas experiencias? Se ha discutido mucho acerca de los
factores precipitantes de las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Algunos
alegan inducción religiosa o bien filosófica, tanto en sentido metafórico como
literal. En cualquier caso, sea cual fuere el catalizador, un lóbulo límbico
disfuncional o bien la ingesta de alguna droga enteógena[1], el precipitante no parece ser la
experiencia per se. La experiencia en sí misma se convierte en una
memoria viviente. Cualquiera que sea el precipitante, se sufre una destrucción
o profunda alteración de patrones, vivencias o escalas de valores que afectarán
a la vida cotidiana de quienes las hayan experimentado. Más aún, al igual que
en las tradiciones orales prehistóricas, la sociedad sigue mostrando una
fascinación por este tipo de historias. Los detalles narrativos de los paisajes
y de los encuentros con personas del más allá son el denominador común de los
escritores que han hecho referencia a anécdotas de los casos estudiados.
Este tipo de
experiencias ha servido para acercar a polos sociales muy separados. En un
extremo fundamentalistas religiosos y en el otro ateos consumados, ambos
discutiendo a un nivel descriptivo y comparándolo con la realidad física. Los
fundamentalistas religiosos asumen que las descripciones de las ECM son
literales, que describen objetos, personas y situaciones diversas. Al otro
lado, los reduccionistas intentan explicarlo todo desde una visión
materialista, ya que los sucesos descritos son manifiestamente imposibles desde
los conocimientos científicos actuales, y por tanto increíbles.
A este
respecto, quizás una de las cuestiones más llamativas es que lo que los
fundadores de las principales religiones del mundo han reivindicado durante
siglos mediante sus escrituras sagradas parece ser hoy en día corroborado a
través de las personas que sufren experiencias cercanas a la muerte. Hasta el
punto de que muchos científicos que otrora despreciaban este tipo de
conocimientos milenarios se encuentran hoy fascinados y con un interés
creciente en este tipo de cuestiones. Un detalle aún más notable cuando esta
intriga involucra a sectores sociales a los que resulta difícil explicar las
ECM, como es el caso de los niños pequeños, los invidentes de nacimiento y las
personas en coma que fueron declaradas cerebralmente muertas.
El éxito de la
ciencia moderna comienza con Galileo, con una manera de hacer preguntas
científicas de manera que el investigador pueda evitar discutir sobre el
significado de las cosas. Pero, claro, ¿cómo podemos discutir de algo sobre lo
que no existe un lenguaje apropiado? Cuantificando los fenómenos, es decir,
midiéndolos, los científicos crearon un lenguaje normalizado que hace posible
la discusión de los hallazgos. Además, los científicos han creado innumerables
escalas y unidades como, por ejemplo, los grados o los voltios para poder medir
los efectos de sus investigaciones. Ahora bien, en el caso de las ECM la tarea
es ardua. Afortunadamente la ciencia es algo más que una simple medición
mecánica de las cosas: es una forma de conocimiento. Para poder proyectar ese
tipo de conocimiento los científicos y los filósofos de la ciencia han
desarrollado vías de discernimiento. A pesar de todo, mientras se construye una
ciencia más elevada, el positivismo, lo empírico, el materialismo, el
reduccionismo y el determinismo intentan hacerse con parte del pastel del pensamiento.
Los
científicos después de Isaac Newton comenzaron a desarrollar elaboradas
teorías. No podemos olvidar que una teoría tiene que cumplir tres puntos
básicos: lo primero es que debe explicar el fenómeno, es decir, detallar lo que
es y sus partes constituyentes. Lo segundo es que debe describir la actividad,
es decir, el mecanismo que hay detrás del fenómeno y cómo se integra al mismo.
Lo tercero, quizás lo más importante, es que debe ser capaz de predecir el
fenómeno que se encuentra bajo investigación. En ocasiones, los científicos
suelen ser un tanto flexibles con los dos primeros parámetros. Sin embargo, en
lo que respecta al tercer enunciado, si una teoría no puede llegar a predecir,
es que algo grave falla en el método de investigación.
Quizás fueron
Sigmund Freud y sus discípulos quienes crearon lo que podríamos denominar la
ciencia blanda, ciencias en las que la información recogida posee aspectos
tanto cuantitativos como cualitativos. La razón principal es que las
experiencias que estudian el comportamiento humano son extremadamente flexibles
e imprecisas bajo el prisma actual de la ciencia. De alguna manera los humanos
son predecibles y siguen las leyes del comportamiento cuando se encuentran en
grupo, pero fallan cuando se les intenta estudiar de manera individual. En el
campo de la psicología, las creencias de los profesionales parecen ser
sinónimos de sus propias teorías y podríamos decir que tenemos tantas escuelas
de psicólogos como personas que hayan estudiado psicología, ya que cada una
aplica sus conocimientos y su propia experiencia personal al mismo campo.
Años más
tarde, Albert Einstein agitó aún más las aguas de la ciencia con su conocida
teoría de la relatividad, que dejó al descubierto las limitaciones del
determinismo, materialismo, positivismo y reduccionismo como vías infalibles de
adquisición del conocimiento científico. En aquellos años Kurt Gödel desarrolló
el teorema de incompletitud, en virtud del cual:
·
Si
el sistema es consistente, no puede ser completo.
·
La
consistencia de los axiomas no puede demostrarse en el interior del sistema.
Gracias a este
teorema sabemos que la habilidad para adquirir cualquier conocimiento acerca de
nuestra realidad se encuentra limitada.
Respecto a los
científicos que reducen las experiencias cercanas a la muerte en fragmentos
como, por ejemplo, experiencias extracorpóreas por un lado, el túnel como el
resultado de la anoxia, las visiones como significado particular de una
alteración neurológica, etc., resultan de interés las ideas del físico Paul
Davies, que plantea que si un grupo de científicos tuviera que analizar un
cartel luminoso de neón seguramente la mayor parte de ellos despiezaría el
anuncio en sus diversos componentes: transformador, cables, gas neón, soporte
metálico, etc. Sin embargo, este análisis reduccionista y materialista del
objeto estudiado olvidaría algo fundamental: el significado del propio anuncio,
la información que transmite, una cosa decididamente no material. Es decir, el
propósito del anuncio de neón no es que cada parte ejecute su cometido, sino
albergar un significado. A este respecto, John Tomlinson, director del
Instituto Americano de Salud y Ciencias, afirma: «Si los investigadores pueden
probar científicamente que, en tan solo un caso, las personas abandonan su cuerpo
cuando este muere y se dirigen hacia otra realidad donde se encuentran con
seres y con capacidades y conocimientos más allá de los propios, entonces el
fenómeno ya ha quedado demostrado».
Los científicos reduccionistas tan solo ven los componentes físicos del anuncio pero obvian su mensaje.
Siguiendo el
ejemplo del anuncio de neón, su significado excede a cualquier discusión, sin
importar lo profundo de la misma cuando nos referimos tan solo a sus
componentes electrónicos. Para este mismo autor, Tomlinson, que las ECM puedan
ser un encuentro con Dios o alguna entidad semejante sería, en su opinión, un
evento tan importante como el ocurrido en Palestina hace más de dos mil años.
Asimismo, observando que las ECM son sufridas tanto por los creyentes como por
los ateos, la conclusión sería que esa supuesta existencia de Dios se
extendería, obviamente, más allá de los límites de cualquier religión en
particular.
Al mismo
tiempo, para algunos investigadores las ECM no son explicables por la pura
química cerebral. Por ejemplo, algunos trabajos de Michael Sabom y Kenneth Ring
que manejamos en nuestra bibliografía y que aparentemente demuestran que
personas ciegas de nacimiento llegar a ver cosas en su derredor durante su
experiencia cercana a la muerte, lo que constituiría, en caso de ser probados,
un verdadero terremoto para la ciencia actual.
Así pues,
debemos intentar acercarnos a este tipo de experiencias desde tres pilares: el
conocimiento científico basado en la replicación sistemática, el conocimiento
filosófico basado en la razón y la lógica y, finalmente, el conocimiento
teológico basado en la subjetividad introspectiva de Kierkegaard.
Encuadrados en
este tipo de posicionamientos religiosos se encuentran las opiniones de que
todo ocurre porque culturalmente estamos predispuestos a que así sea. Sin
embargo, llama la atención, por ejemplo, que las personas que intentaron
suicidarse y que quedan señaladas de forma negativa respecto a su conducta, en
vez de tener una experiencia cercana a la muerte negativa, terrorífica o
similar, por el contrario suelen tenerlas tan positivas como las que aparecen
en los que han sufrido una enfermedad o un traumatismo determinado. Es decir,
la hipotética influencia cultural no parece darse en todos los casos.
Lo que resulta
fundamental es que si bien muchos científicos construyen su discurso desde la
fe, la religión, la espiritualidad o incluso desde el propio terreno de la
especulación, es preciso que no confundan sus creencias personales con
evidencias cuantificables y que a la hora de comunicarlo a la sociedad sean
capaces de transmitir esta diferencia. Asimismo, si atendemos estrictamente a
los testimonios de las personas que han sufrido una ECM, podríamos obtener tres
conclusiones rápidas: la primera es que aparentemente los humanos tienen algo
que les diferencia de otros seres vivos. La segunda es que hay vida después de
la muerte y que se nos juzgará por nuestra conducta en la Tierra. La tercera es
que existen seres más allá de nuestro reino del tiempo y del espacio que interactúan
con nosotros.
El filósofo
inglés Alfred Jules Ayer, conocido por sus posicionamientos materialistas, tuvo
que pagar un tributo a los mismos cuando él mismo sufrió una experiencia
cercana a la muerte que le produjo un fuerte impacto emocional y profundos
cambios en su escala de valores, amén de variar sus posicionamientos
filosóficos. A. J. Ayer admitió que su experiencia había reblandecido su
convicción de que «mi auténtica muerte, que de hecho se encuentra muy cercana
[era bastante mayor], será mi final», añadiendo: «Aunque continúo con la
esperanza de que así sea».
Para los
materialistas una experiencia cercana a la muerte no es otra cosa que la
vivencia alucinatoria de un cerebro moribundo. Evidentemente, desde este punto
de vista una alucinación no provee evidencias para ningún tipo de creencia ni
menos aún para suponer que existe algo después de la muerte.
Uno de los
problemas para abordar el estudio científico de las ECM es el reconocimiento
explícito de que su principal característica es la inefabilidad, es decir, que
carecen de denotación precisa. De manera que al igual que todo lo sagrado
poseen muchas imágenes pero se priva de la parte física, por lo que a la
ciencia le resulta difícil, por no decir imposible, abordar su estudio desde todas
las facetas.
Estamos en una
época de predominio de la ciencia sobre la religión y del periodismo sobre la
literatura. Las ECM se describen de manera simbólica, se mueven en un mapa de
símbolos, pero el mapa no es el territorio, solo apunta hacia el territorio que
el lenguaje apenas puede describir y la visión es escasa para poderlo imaginar.
Por ello la utilización masiva de símbolos en ocasiones se asemeja a un
lenguaje críptico similar al utilizado por los iniciados de ciertas sectas. Sin
embargo, los descubrimientos más recientes sobre la mente humana apuntan a que
esta, quizá por puros motivos neurológicos, tiende a buscar patrones, al igual
que la poesía persigue un orden en el caos circundante. Debido a esto no
resulta extraño que las personas que han sufrido una ECM intenten interconectar
todo lo que han vivido con elementos culturales tanto propios como extraños.
Después de
todo, sobre la cuestión de la vida después de la muerte nuestra actitud debería
ser similar a la del filósofo John Hick: «Tener el principio de estar
mentalmente abierto a cualquier opción». Imaginemos además las implicaciones de
la existencia de una vida después de la muerte para la filosofía, la religión,
la identidad personal, la ética a la hora de tratar a los enfermos terminales e
incluso la propia biología. De hecho algunas personas que pasan por una ECM la
viven como un sueño y prefieren apartarla de su mente. A otros les resulta
difícil enfrentarse a este tipo de cambios psicológicos y como consecuencia no
integran la experiencia en su vida diaria. Más aún, algunas personas, cuando la
relatan a la familia o las amistades más cercanas, se encuentran con el
rechazo, ya que los toman por locos. Incluso muchos médicos llegan a reaccionar
como si la experiencia fuera el mero producto de una enfermedad mental, de
encontrarse drogado, de la falta de oxígeno en el cerebro o incluso de algo
realmente diabólico. Este tipo de actitudes, en muchas ocasiones también
compartidas por los que sufrieron la ECM, puede conducir a la supresión de la
experiencia, a la eliminación de sus memorias o bien a cualquier cambio
positivo que podría haberse engendrado a partir de la misma.
Es sumamente
interesante hacer notar cómo algunos autores como P. M. H. Atwater establecen
paralelismos entre las experiencias cercanas a la muerte y el crecimiento de la
cultura a través de los siglos. Los avances tecnológicos han hecho posible
esquivar a la muerte en miles de casos documentados. Todos los días. El aumento
del número de personas que han adquirido una serie de cualidades derivadas de
experiencias espirituales tan profundas tendría un beneficio social y cultural
que nos derivaría, en conjunto, a toda la sociedad hacia un mundo mejor. Otros,
como Andrew Dell’Olio, sugieren que las ECM no confirman la existencia de vida
después de la muerte, pero sí algún tipo de perdurabilidad. Para este mismo
autor las ECM no serían otra cosa que un estado de consciencia continuado
después de la muerte de nuestro cuerpo.
Por otra
parte, algunos profesionales de la salud mental muy bien formados piensan que
este tipo de experiencias son propias de personas con algún importante
desequilibrio psicológico. Por ello, Bruce Greyson, uno de los autores líderes
en este tipo de cuestiones, diseñó un estudio en el que comparó a un grupo de
personas que habían sufrido una ECM con otro grupo cuyos miembros, si bien
habían estado cerca de la muerte, no habían experimentado una ECM. Valoró ambos
grupos con un instrumento (Cuestionario SCL-90-R) diseñado para detectar
alteraciones psicológicas. Los resultados fueron concluyentes: los que se
habían encontrado en una situación cercana a la muerte, pero que no habían
experimentado una ECM, mostraron más alteraciones psicológicas que los que sí
habían vivido una ECM.
Para los que
crean que el cuadro de las ECM se debe a síntomas dependientes de la pura
fisiología, como por ejemplo la experiencia extracorpórea por aislamiento
sensorial, la secreción de endorfinas que produce analgesia y sensación de
felicidad y paz o bien, la anoxia cerebral galopante que produce sobre el
sistema visual una ilusión de túneles y luces, así como alteraciones del lóbulo
temporal que hagan revivir las memorias o visiones de personas ya fallecidas en
otras dimensiones, las cosas no parecen ser tan sencillas, ya que toda experiencia
cercana a la muerte parece perfectamente orquestada y sigue una pauta no
caótica en la que algo, similar al antiguo concepto de alma, parece cobrar vida
y escapar del cuerpo. Es decir, lo que nos estamos jugando al intentar
comprender en qué consisten las ECM no es solo si existe vida más allá de la
presente, sino también si podemos entender los complejos modelos de
consciencia, incluyendo la percepción sensorial o la memoria, ya que estos
procesos podrían estar enfrentados a los conocimientos actuales de la
neurofisiología si los intentamos aplicar a este tipo de experiencias.
Todos estos
argumentos pueden llevarnos a razonar en círculos, como una pescadilla que se
muerde la cola. Para los que son creyentes, las ECM les proveen de argumentos
para hacer de sus vidas algo trascendente y de unión con Dios. Para los que no
son creyentes, estas experiencias les elevan a un plano metafísico de difícil
digestión. Asimismo, las investigaciones que se están realizando poseen un
potencial inmenso para millones de personas que se consideran religiosas o
espirituales, pero también para los profesionales de la ciencia involucrados en
ayudar a los moribundos, a los suicidas y a las familias que se encuentran
inmersas en procesos de duelo. Es algo que también llena de esperanza a los
enfermos terminales.
En mi caso, a
pesar de haber atendido innumerables casos de personas, tanto creyentes como no
creyentes, que me han relatado con una similitud excepcional sus experiencias,
no me queda más remedio que admitir, quizás con alguna reserva, lo
trascendental de este tipo de casos, tomando en consideración, eso sí, algo de
escepticismo que, imagino, se aclarará algún día en lo que será mi última
experiencia. Me muero por saberlo.
IEXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTEA LO LARGO DE LA HISTORIA
Un milagro es comúnmente considerado
como un efecto fuera de las leyes que nos rigen. Pero todos los eventos en
nuestro precisamente ajustado Universo se ajustan a las leyes y son
perfectamente explicables según las mismas.
PARAMAHANSA YOGANANDA
Resulta
paradójico que las investigaciones modernas sobre estados alterados de
consciencia nos hayan aportado nuevas perspectivas acerca de este fenómeno. El
que numerosas personas sean capaces de encontrarse con un amplio espectro de
aparentemente extrañas experiencias que incluyen, por ejemplo, túneles de luz,
juicios divinos, renacimientos o la llegada a reinos celestiales no parece ser
otra cosa que una nueva reproducción de antiguos textos relacionados con los
muertos, como en el antiguo Egipto. Es decir, parece que nada ha cambiado y que
estos antiguos textos no son otra cosa que verdaderos mapas de los territorios
más íntimos de nuestra psique, incluyendo los asociados a la muerte biológica.
En el Libro
del esplendor (Zohar)[2]
de la cábala judía podemos leer el siguiente relato con Adán como protagonista.
El primer hombre creado por Jehová aparece en casa de un moribundo. Al verle,
la persona que está muriendo dice: «Es por ti por lo que debo morir». A lo que
Adán replica: «Sí, pequé una vez, un pecado por el que fui severamente
castigado. Pero tú, hijo mío, no has pecado una vez, sino muchas veces». Adán
procede a enseñarle al hombre una lista de sus faltas y concluye: «No hay
muerte sin pecado».
Una de las
primeras personas que expandió el concepto de ECM en el mundo occidental y en
la época moderna fue el afable escritor, filósofo y médico Raymond Moody,
cuando allá por el año 1975, mientras todavía era un estudiante de Medicina,
publicó Vida después de la vida. Sin embargo, el propio Moody apunta
en sus escritos que este tipo de experiencias pueden llegarse a encontrar
incluso en textos muy antiguos. Algunos de estos textos son conocidos en el
mundo occidental y ya los hemos citado aquí, como el Libro tibetano de los
muertos, la Biblia, etc. Asimismo, las ECM se pueden encontrar
prácticamente en todas las culturas, al igual que las experiencias de salida
extracorpórea o EEC. Estas últimas fueron estudiadas por Dean Shiels en 1978, y
comprobó que el 95 por ciento de 70 culturas no occidentales, de distinta
localización geográfica y estructura religiosa, creían en este fenómeno de una
manera sorprendentemente uniforme. Este autor concluye que la creencia en las
EEC responde, casi con toda seguridad, a acontecimientos demostrables.
Holden,
Greyson y James, en su excelente libro The Handbook of Near Death
Experiences, hacen notar la diversidad de textos donde aparecen las ECM en
la literatura mundial, ya sea de forma accidental o como parte del relato. Por
ejemplo, la mencionada por el famoso explorador David Livingstone en su libro Aventuras
y descubrimientos en el interior de África. Uno de los casos más
llamativos del siglo XIX,
publicado en 1889 en el Saint Louis Medical and Surgical Journal, fue
el protagonizado por el doctor A. S. Wiltse, del pequeño poblado de Skiddy
(Texas). Este médico aparentemente falleció de unas fiebres tifoideas en el
verano de 1889. Incluso las campanas de la iglesia se echaron al vuelo para
anunciar el deceso del médico del pueblo, pero la cosa no acabó ahí. El propio
doctor Wiltse describe lo que ocurrió en unas líneas que merece la pena
reproducir: «Descubrí que todavía estaba en mi cuerpo, pero este y yo ya no
teníamos intereses en común. Me quedé perplejo y fascinado de alegría mientras
me veía a mí mismo desde arriba […]. Con todo el interés que puede tener un
médico […] observé el interesante proceso de separación de alma y cuerpo». En
el mismo artículo el doctor Wiltse describe cómo desde fuera de su cuerpo puede
observar a una persona en la puerta de su habitación del hospital. Se acerca e
intenta tocarle pero, como en los relatos de fantasmas, su brazo parece
atravesarle sin generar la mínima reacción en la otra persona: «Mi brazo pasó a
través de él sin encontrar resistencia aparente […]. Le miré rápidamente a la
cara para ver si había advertido mi contacto, pero nada. Él solo miraba hacia
el sillón que yo acababa de dejar. Dirigí mi mirada en la misma dirección que
la de él y pude ver mi propio cuerpo ya muerto […]. Me impresionó la palidez
del rostro […]. Intenté ganar la atención de las demás personas con objeto de
reconfortarlas y asegurarles su propia inmortalidad […]. Me paseé entre ellas,
pero nadie pareció advertirme. Entonces la situación me pareció muy graciosa y
comencé a reírme […]. Qué bien me sentía. Hacía tan solo unos minutos me
encontraba terriblemente enfermo y con malestar. Entonces vino ese cambio
llamado muerte que tanto temía. Esto ya ha pasado y aquí estoy, todavía un
hombre, vivo y pensante. Sí, pensando más claramente que nunca y qué bien me
siento. Nunca más volveré a estar enfermo. Nunca más tendré que morir».
El famoso
discípulo de Sigmund Freud y también psiquiatra, Carl Jung, describe una ECM
tras fracturarse un pie y sufrir un infarto de miocardio muy poco después. Una
acompañante, enfermera, cuenta cómo una luz le envolvía durante su agonía, al
igual que en las experiencias de muerte compartidas. Algo, al parecer, que ella
ya había observado con anterioridad. Pero ahí no acaba la experiencia, ya que
el propio Jung describe cómo llega a ver la Tierra desde el espacio bañada en
una gloriosa luz azulada. Más aún, describe la profundidad de los océanos y la
conformación de los continentes. Debajo de sus pies se encontraba Sri Lanka
(Ceilán) y un poco más adelante la India. No llegaba a ver toda la Tierra, pero
sí su forma global y su perfil delimitado con una especie de rayo, toda ella
llena de la luz azulada. No solo eso: después de mirar la Tierra durante un
rato se giró y pudo apreciar un bloque pétreo similar a un meteorito flotando
en el espacio, con una especie de entrada donde un ser con apariencia hindú se
encontraba sentado en posición de loto. Jung asegura que se encontraba en paz y
tranquilo: «Yo tenía todo lo que era y era todo lo que tenía». En ese momento
Jung notó que iba a pasar a una habitación donde se encontraba todo lo
relacionado con el sentido de su vida, cuando su médico de cabecera llegó.
Sumergido en su experiencia, Jung escuchó cómo el médico le comentaba que no
tenía derecho a abandonar la Tierra y que debía volver a su lugar de
procedencia. Carl Jung se mostró «profundamente decepcionado» y a regañadientes
retornó a su cuerpo. Incluso en su libro Memories, Dreams, Reflections
llega a decir que odió al médico que le devolvió a la vida.
A medida que
Jung se recuperaba tuvo más visiones, llegando a afirmar: «Resulta imposible
resumir la belleza y la intensidad de las emociones durante estas visiones. Es
lo más tremendo que nunca haya experimentado […]. Nunca imaginé que una experiencia
así pudiera acontecerme. No fue producto de mi imaginación. Las visiones y la
experiencia fueron totalmente reales. No existió nada subjetivo. Todo poseía la
cualidad de absoluta objetividad». Estos comentarios del famoso psiquiatra
concuerdan con los que realizan la mayor parte de las personas que experimentan
una ECM: claridad y objetividad en su relato.
Prácticamente
todas las culturas poseen tradiciones en las que el ser humano prevalece ante
la muerte. En las más primitivas los cuerpos eran enterrados acompañados de
enseres: arcos y flechas, vasijas con alimentos, objetos personales, etc., como
si la muerte tan solo fuese una transición hacia otro estado en el que dichos
objetos pudieran ser útiles en el desempeño de la nueva vida.
LA TEORÍA DEL PUNTO OMEGA
El principio
fundamental de la mayor parte de los científicos es el puro reduccionismo, es
decir, que todos los fenómenos, incluidos los mentales, se pueden explicar
desde un punto de vista físico. Por este mismo hecho los fenómenos transpersonales,
espirituales o los relacionados con la noética[3]
parecen no existir para los científicos más ortodoxos.
Sin embargo,
un reconocido matemático, Frank Tipler, escritor y profesor de Física
Matemática de la Universidad de Tulane en Nueva Orleáns, afirma que mientras el
reduccionismo es necesario para el mundo científico, ello no quiere decir que
tengamos que negar las dimensiones espirituales de los seres humanos. Este
profesor ha demostrado, supuestamente por medio de la física, la existencia de
Dios y de otros fenómenos espirituales. De alguna manera este científico
intenta encontrar una solución de compromiso entre el mundo de los pensamientos
y de las creencias y el mundo estrictamente científico. En su libro La física
de la inmortalidad (1994) describe lo que él llama teoría del Punto Omega,
para explicar matemáticamente y mediante la física una solución para probar la
supervivencia de la personalidad después de la muerte.
La mayoría de
los filósofos, así como casi todos los científicos, han rechazado las teorías
de supervivencia por carecer de una base física. Otros, por el contrario, han
asumido con cierta simpleza que dicha física existe, pero que se encuentra
lejos de la comprensión humana y que, por lo tanto, no puede ser cuestionada.
El propio Ring propuso en su momento la original idea de que la personalidad es
el resultado de ondas que interactúan y que se interfieren de forma similar a
un holograma y que todo el patrón de códigos podría ser reproducido a partir de
una pequeña porción.
James
Crumbaugh explica que el Punto Omega tiene tanto de realidad física como de
concepto matemático. Desarrolla la idea en relación al futuro de la raza
humana, e incluso de toda la vida del universo. Define de este modo cómo
ocurrió el Big Bang hace 15 000 millones de años y cómo todo culminará dentro
de otros 85 000 millones en un colosal choque cósmico. Este final representa lo
que el filósofo jesuita Pierre Teilhard de Chardin ha descrito como punto final
o Punto Omega, siendo el Big Bang el Punto Alfa. La teoría de Tipler solo
funcionará en un universo cerrado. Es decir, si el universo alcanza un punto
crítico de expansión y entonces se empieza a contraer. Por el contrario, si el
universo se expande eternamente, como un universo abierto, entonces no habría
esperanza para la vida a largo plazo, ya que todo acabaría enfriándose y
moriría.
La correlación
entre las experiencias cercanas a la muerte y el Punto Omega consiste en una
filosofía común frente a la resurrección. Tipler arguye que el espíritu también
pertenece al plano físico. No existe ningún tipo de alma flotando sin medios
materiales. De hecho, el espíritu cesaría de existir cuando el cuerpo muere.
Sin embargo, en el Punto Omega ocurrirá la resurrección. Para poderlo entender
en su magnífica totalidad debemos asimilar que el concepto de tiempo es un
constructo meramente humano. Hablamos de trayectos de tiempo que exceden la
comprensión de los seres humanos.
Pero ¿qué es
lo que va a crear el colapso final del universo? Una vez que se alcance la
expansión máxima llegará un momento en que la masa crítica llegará a un
equilibrio por las fuerzas gravitacionales de la propia expansión. Una vez que
se llega a este Punto Omega, Tipler ha profetizado, basándose en las leyes físicas,
que ciertas cosas que podríamos tildar de fantásticas van a ocurrir. Tipler
asegura que nuestro futuro pertenece a un nuevo mundo de viajeros cósmicos que
van más allá de ser simples astronautas, de la misma manera que nuestro mundo
actual pertenece al de Cristóbal Colón. Sus teorías se basan en un fantástico
desarrollo de la ciencia, particularmente apoyada en computadoras cuánticas que
harán posible la resurrección de todas las personas ya fallecidas mediante
mecanismos de simulación. Asimismo, seremos capaces de regenerar de manera
aproximada los cuerpos de personas ya fallecidas por emulación.
IILOS ÚLTIMOS MINUTOS DE VIDA
Vale la pena morirse para darse cuenta
de cómo es la vida.
T. S. ELIOT
La muerte es
considerada por la mayor parte de las personas como un proceso gradual. El
propio rey de Inglaterra, Carlos II, se disculpó ante la corte por su larga
agonía: «Lo siento, caballeros, por tomarme tanto tiempo para morir».
La mayor parte
de las personas que sufren un proceso en el que perciben la cercanía de la
muerte suelen presentar cinco tipos de actitud:
1.
Pedir
perdón.
Todos hemos hecho cosas que han herido a terceros. Deseamos curar las heridas
emocionales. La mejor manera de hacerlo es pidiendo perdón a quien hemos hecho
algún tipo de daño emocional. No suele ser algo fácil porque en la mayor parte
de los casos nos hemos justificado en nuestra acción. Sin embargo, para abordar
la segunda etapa es fundamental cumplir esta primera.
2.
Ofrecer
perdón.
Otra tarea difícil, especialmente con aquellos que no han hecho nada para
ganárselo. Perdonar no es excusar su comportamiento, sino liberar nuestro
espíritu de rabia y resentimiento. No hay que olvidar perdonarnos a nosotros
mismos.
3.
Expresar
nuestra gratitud,
particularmente a aquellos que nos han cuidado. En ocasiones asumimos que ellos
ya saben que les estamos agradecidos, pero nunca está de más decir: «Gracias».
4.
Ofrecer
sentimientos de amor.
Es algo similar a pedir perdón. Muchos tienen miedo a expresarlo pero resulta
fundamental hacerlo con aquellas personas que son verdaderamente importantes
para nosotros. Si no nos atrevemos a verbalizarlo, una carta puede ser
suficiente.
5.
Decir
adiós. De
todos es sabido que algunas personas son capaces de alargar su agonía con tal
de poder despedirse de algún ser querido. Por ello, no se deben dejar las otras
cuatro etapas anteriores para el último minuto. Decir adiós puede ser doloroso,
pero no debe ser trágico y es el mejor momento para mirar a los ojos a nuestros
seres queridos.
La muerte
constituye todo un proceso. Habitualmente comienza con un paro cardiaco y pocos
minutos después, cuando el cerebro ya no recibe sangre, se producen lesiones
letales e irreversibles en este centro del sistema nervioso. Nuestra
consciencia parece seguir funcionando mientras recibimos señales de la vista,
el oído y los demás sentidos. Lo que sucede durante ese intervalo parece
totalmente crucial, como nos lo demuestran las miles de personas que han
sufrido una ECM.
Tan solo
algunas etapas de las ECM parecen tener correspondencia con eventos físicos.
Por ejemplo, la sensación que acompaña al retorno del ser a nuestro cuerpo
durante las experiencias extracorpóreas parece coincidir con el éxito de las
maniobras de resucitación cardiaca.
Roger Cook
apunta acerca de la importancia de la pérdida irreversible de la capacidad de
consciencia como efecto inevitable de la muerte cerebral. Sin embargo, este
autor hace una clara distinción entre la capacidad de la consciencia,
que es una función propia del cerebro, y el contenido de la
consciencia, que reside en ambos hemisferios cerebrales, y subraya que la
supervivencia de la primera es esencial para la activación de la segunda.
Quizás una de
las preguntas más apasionantes podría ser si durante las ECM estamos realmente
muertos. Después de todo, parece ser que algunas muertes son reversibles y que
nuevos descubrimientos científicos aportan nuevas respuestas. De alguna manera
podríamos afirmar y subrayar que las ECM son justamente esto, tan solo cercanas
y no totales, si por muerte entendemos algo que sea totalmente irreversible, lo
que pone en entredicho que la muerte sea un estado del cual ya no se vuelve.
Para aclarar este punto sería interesante definir en qué consiste cada uno de
los tipos de muerte. En general, cuando hablamos de muerte reversible nos
referimos a condiciones extremas de parada cardiorrespiratoria de las que una
persona, ya sea de manera espontánea o como resultado del esfuerzo de terceros,
resucitará y sobrevivirá. En el lenguaje profesional médico se las conoce como
«maniobras de resucitación». Por el contrario, podríamos llamar muerte
irreversible a aquella condición en la que el proceso de muerte ha avanzado de
tal manera que la resucitación ya no puede ocurrir.
Sin embargo,
una de las preguntas con mayor enjundia es: ¿están realmente muertas las
personas que sufren una ECM? Greyson y Stevenson analizaron a 78 personas que
habían sufrido una ECM y observaron que el 41 por ciento creía, subjetivamente
claro está, que habían estado muertos, mientras que el 52 por ciento creyó encontrarse
tan solo en un proceso de muerte.
A este
respecto, Ian Stevenson, J. E. Cook y Nicholas T. McClean-Rice fueron testigos
de cómo el 82,5 por ciento de las personas que habían sufrido una ECM
aseguraban haber estado prácticamente muertas. Sin embargo, al analizar la
historia clínica tan solo se pudo comprobar en un 45 por ciento de los casos.
En otro
estudio realizado por Hubert Knoblauch, en 2001, este autor apreció que entre
los que decían haber tenido una ECM al menos un 50 por ciento realmente estuvieron
cerca de morir, mientras que solo un 6 por ciento afirmó haberse encontrado
clínicamente muertos. Greyson se pregunta: «Si las personas que han sufrido una
ECM terrorífica no se corresponden, en todos los casos, sino incluso en una
minoría, con una muerte biológica, entonces ¿por qué se producen, en ocasiones,
ECM terroríficas?». Carla Wills-Brandon, psicóloga clínica, nos dice: «Saber
que existen personas que han vivido una ECM debe tranquilizarme, pero creo que
mi miedo no es cruzar al más allá, sino el proceso: veo a tanta gente sufriendo
hasta que la muerte viene en busca de ella». Porque la muerte, no solo afecta a
la persona protagonista, sino también a los que se encuentran en derredor. Como
John Wren-Lewis apuntaba, en 1963, acerca del duelo por la muerte de su mujer:
«El sentido básico de mi duelo es de pérdida, como una persona a la que se le
hubiese amputado un miembro». Del mismo modo que el amputado aprende a
funcionar y desplazarse sin la ayuda del miembro perdido, la persona que pierde
a un ser querido cada mañana que se levanta advierte su minusvalía y, de esta
manera, el sentimiento de pérdida tiende a perpetuarse.
La muerte es
una de las grandes preocupaciones para muchísimas personas, hasta el punto de
que el miedo a morir es la fuente más potente y básica de ansiedad. Para
algunas personas esta preocupación es tan potente que puede llegar a robar
literalmente la vida de una persona por la inmensa preocupación de perderla. Se
crea una forma de estar muerto en vida, lo que también podría llamarse muerte
psicológica. Por el contrario, las personas que han experimentado una ECM
sufren una importante reducción de esta ansiedad y miedo. Para ellos ya no
existe la muerte. También parecen existir otros dos factores que pueden
contribuir a esta sensación: el primero de ellos consiste en creer que uno ha
sido rescatado por una fuerza cósmica o divina con un propósito determinado.
Desde este punto de vista la persona se siente continuamente protegida por este
supuesto ser sobrenatural. El segundo factor se desarrolla a partir de la
sensación de sentirse especial y, por ello, menos vulnerable. Todo esto, a
pesar de tener connotaciones positivas, puede conducir a las personas que han
experimentado una ECM a formas muy peculiares de psicopatologías.
En un
interesante artículo publicado en 1990 en la prestigiosa revista médica The
Lancet, J. E. Owens, E. W. Cook e Ian Stevenson estudiaron a 58 pacientes
que habían reportado alguna experiencia cercana a la muerte. Paradójicamente,
encontraron que sus funciones cognitivas mejoraban en los instantes previos a
sufrir la muerte. Otro científico investigador, Karl Jansen, escéptico en este
tipo de cuestiones, replicó a la susodicha publicación: «Hasta que se realicen
análisis objetivos de las funciones cognitivas en personas moribundas por parte
de aquellos que afirman que dichas funciones han mejorado, los bien
establecidos paradigmas de las ciencias físicas se deben mostrar firmes en
contra de las interpretaciones trascendentales».
Resulta de
sumo interés la descripción que hace Carl Becker en 1989 describiendo las
creencias del budismo tibetano respecto a los últimos momentos de la vida, ocho
etapas que conducen a la muerte y van acompañadas de las siguientes
experiencias:
1.
Encogimiento
de los miembros, impresión de hundimiento y visiones de nubes o espejismos.
2.
Cesa
la audición, la boca se pone seca y se ve un humo azulado.
3.
Cesa
el olfato, se enfría el cuerpo y aparecen luciérnagas.
4.
Cesa
el gusto, se deja de respirar y es imposible moverse, mientras se ven las cosas
como iluminadas por una lámpara de aceite.
5.
Cesan
todos los conceptos y la visión se torna blanquecina como la luz de la luna.
6.
La
energía se mueve desde los órganos sexuales hacia el corazón, se ve un color
como de naranja enrojecida.
7.
Se
pierde la energía del corazón, cesa el dualismo. La visión es un vacío
radiante, como una noche de otoño.
8.
Salen
sangre o flemas por la nariz o los órganos sexuales y aparece una luz clara.
Evidentemente,
esto es una interpretación poética no ajustada a la realidad científica.
Tampoco es una descripción literal de lo que todas las personas deberían sufrir
en cada una de las etapas. Parece ser más bien una interpretación general,
abierta a comentarios diversos. Por supuesto, no incluye a los que mueren de
manera fulminante en accidentes o explosiones. Con todo, resulta muy
interesante que ya desde hace siglos muchos humanos hayan acometido la tarea de
realizar una cronología del propio proceso de la muerte. Incluso ciertas
descripciones podrían ser observadas por parte de terceros. Por ejemplo, esas
luciérnagas podrían guardar relación con hechos comprobables, como las
alteraciones visuales en el momento del fallecimiento.
Una
experiencia relatada con mucho detalle por Javier podría resumir lo que muy
probablemente podría suceder en los últimos momentos vitales y en la posterior
y supuesta supervivencia: «El día 8 de diciembre de 2009, creo que tuve una
ECM, y si no fue exactamente eso creo que, en cualquier caso, a mí me ha
cambiado. Iba dando una vuelta en moto con dos amigos más, tranquilos y ya de
vuelta para casa a tomar un café. En una de las avenidas nos encontramos un
coche, el del típico “pastillero”, que comenzó a realizar maniobras temerarias.
Finalmente me embistió por detrás y se dio a la fuga. Yo salí despedido de la
moto y mi novia cayó para otro lado. En ese momento, por mi cabeza solo pasaba
la idea de orientarme para, en la caída, intentar evitar el guardarraíl y que
el coche que me había atropellado no me pasara por encima. Es curioso, pero
esto que relato lo viví a cámara lenta. No sé a qué velocidad puede trabajar la
mente en estas situaciones.
»Cuando
impacté brutalmente contra el suelo, pensé: “¿Me he librado?”. Pero mi cuerpo
no reaccionaba, no lo sentía, no podía moverme y no podía respirar. Notaba que
algo dentro de mí se iba, mientras veía pasar mi vida a toda velocidad. Sin
embargo, no sentía dolor ni angustia. Todo lo contrario: sentía paz. Es una
sensación muy difícil de explicar.
»Creo que no
vi túneles, pero sí una luz muy intensa, blanca, y sentía alguna presencia
familiar, aunque en ningún momento la llegué a ver. Notaba cómo estaba
abandonando mi cuerpo y creo que cuando estaba a punto de irme por completo
algo me golpeó en el pecho y desapareció aquella luz. Me vi devuelto al cuerpo.
En ese mismo instante fue cuando empecé a poder mover las articulaciones, pero
no podía incorporarme. Estaba contento por estar aquí pero, a la vez, deseaba
irme. Quería volver a sentir esa paz, esa tranquilidad. Hay muchas cosas que
todavía no comprendo y a otras les he encontrado respuestas, pero lo que puedo
asegurar es que lo que pasó ese día me ha cambiado. Ahora, lo único que busco
en la vida es paz y amar. Me ha cambiado hasta el carácter».
En contraste a
la brusquedad de la vivencia anterior, Katherine nos relata una experiencia
plasmada en lo que una tía abuela suya, muy religiosa, relataba mientras
fallecía. Es algo que describe con mucha fidelidad la sensación somática de
frío, seguramente provocada por una importante caída de la presión arterial y
que ella interpreta como la posesión por parte de una entidad divina: «En un
momento determinado solo recuerdo que nos dijo que había venido el Espíritu
Santo a llevársela. Ella le pidió que esperara un momento hasta que se
despidiese de todos nosotros y nos dijo cómo se sentía cuando Él empezó a
entrar en su cuerpo. Dijo sentir desde los pies como un frío helado que le iba
subiendo. La verdad, cuando nos decía todo esto me daba un poco de miedo, ya
que yo era una adolescente y no entendía nada. Finalmente hizo venir a un cura
para que la confesara. Mi tía murió en paz y feliz después de todo lo que
sufrió con su enfermedad. Su experiencia me marcó, y en ese momento no entendía
casi nada».
IIINEUROFISIOLOGÍA DE LA MUERTEY COMPRENSIÓN DE LAS ECM
El objetivo de la vida espiritual es
aprender a morir antes de morir.
Para algunas
personas lo que más se asemeja a la muerte no es otra cosa que el sueño. Quizás
de una manera un tanto infantil pensamos que cuando morimos nos vamos a dormir.
Semejante al hecho de entrar en otra dimensión o realidad, algunos autores
clásicos como Homero llegaron a llamar al sueño «el hermano de la muerte».
En el caso de
los niños que han vivido el fallecimiento de algún familiar cercano también les
decimos, en muchos casos, que se ha ido «a dormir», sin entrar en mayores
detalles. Otras personas quieren asemejar la muerte al descanso y mencionan que
«ya descansaré cuando me muera». Obviamente, la muerte no reproduce los
sistemas fisiológicos propios del sueño ni del descanso. Si preguntamos a algún
científico acerca de la muerte, quizás la analogía más cercana que encuentre
sea la de supresión del consciente: recuerdos y pensamientos parecen
desaparecer para siempre.
La muerte no
es algo que se presente así, de forma brusca, sino que va produciéndose
paulatinamente, como una secuencia de fichas de dominó que caen unas detrás de
otras. Realmente, el proceso comienza bastante antes de tener lugar la muerte.
Los caminos que conducen a ella pueden ser muy variados, pero el destino
siempre será el mismo.
A medida que
nos acercamos hacia la muerte comienza un viaje desde este mundo hacia el
desconocido territorio más allá de la vida. El primer paso de este proceso
suele iniciarse cuando la persona comienza a comprender que es mortal y que la
muerte, inevitablemente, va a acontecerle. El último paso es el propio
fallecimiento.
Existen una
serie de hitos por los que la persona tiene que atravesar. Algunos harán el
camino a lo largo de varios meses; otros tan solo en pocos días u horas.
LAS SEMANAS ANTERIORES A LA MUERTE
Obviando que la
muerte no sea brusca o accidental, la persona que siente su proximidad comienza
a experimentar ciertos cambios en su comportamiento, principalmente una actitud
de apartarse y aislarse de su entorno. En realidad, ha iniciado el proceso de
separarse del mundo real, y en esta fase suele rechazar visitas de amigos,
vecinos o incluso de familiares.
Las
conversaciones suelen versar sobre hechos pasados de la propia vida y se
centran en el repaso de memorias y recuerdos. Se hace balance sobre la vida y
se expresan ciertos arrepentimientos. Algunas personas abordan cinco cuestiones
fundamentales, que hemos comentado anteriormente.
Generalmente,
la persona comienza a comer menos y a perder peso a medida que el metabolismo
corporal se lentifica. Se necesita menos energía para vivir. Asimismo, se
duerme más tiempo y se abandonan actividades que solían generar placer.
Paradójicamente,
se suele experimentar cierta euforia pasajera. No se siente sed ni hambre; sin
embargo, apenas se sufre. El viaje ha comenzado.
Los procesos
fisiológicos mantenidos por un complejo entramado de soportes vitales van
fallando de manera consecutiva. Por ejemplo, cuando el corazón deja de latir el
riego sanguíneo y la propia tensión arterial caen casi de inmediato. En un
segundo la sangre se estanca y deja de aportar oxígeno a los tejidos. Es de
todos sabido que el cerebro es el órgano que más oxígeno (y glucosa) consume.
En aproximadamente seis o siete segundos desde el momento de la parada cardiaca
comienza el daño cerebral,[4]
hecho que se ve reflejado en la actividad del electroencefalógrafo (EEG), cuya
lectura comienza a alterarse. Pocos segundos, unos quince, después del comienzo
de esta alteración, el EEG muestra una línea recta y plana. Podemos decir que
la actividad eléctrica en la corteza cerebral ha desaparecido por completo.
Coloquialmente hablando, en ese momento ya no pensamos. Ha desaparecido
cualquier proceso intelectual entendido como tal por la medicina moderna. Nos
hemos desvanecido.
Otras zonas
del cerebro, como el tallo cerebral, también sufren, en esos momentos, la falta
de oxígeno y por ello dejan de funcionar. Esta disfunción se puede demostrar
con cierta facilidad, ya que el tallo cerebral regula funciones básicas bien
conocidas como son la respuesta pupilar y el reflejo de tragar. Acercando una
pequeña linterna a la pupila y cerciorándose de que ya no se contrae, o bien
observando la extrema facilidad con la que podemos introducir un tubo por la
garganta de una persona, se comprueba que el tallo ya no regula sus funciones
habituales. Momentos después se detiene el centro de la respiración, y si la
persona no es reanimada en un plazo de aproximadamente cinco minutos (dependiendo
de otros factores como, por ejemplo, la temperatura corporal), las células del
cerebro se van dañando de forma irreversible.
LAS ECM DESDE UN PUNTO DE VISTA
NEUROFISIOLÓGICO
Uno de los
postulados que algunos científicos, como Robert Basil, han defendido es que a
medida que se adquieran mayores conocimientos en neurofisiología acerca de las
ECM el interés popular comenzará a decaer, ya que se perderá la interpretación
trascendental de este fenómeno que, supuestamente, prueba la existencia de un alma
inmaterial. No es menos cierto que la vida después de la vida ha sido siempre
un verdadero imán para el interés popular, ya que trasciende múltiples
interpretaciones de nuestros deseos culturales más profundos, sueños y miedos.
Más aún, la televisión y el cine las han presentado innumerables veces al
público a través de sus numerosas creaciones. Esta visión falta de equilibrio
ha reforzado la idea del científico frío y sin sentimientos que se empeña en
demostrar que las ECM son tan solo una maquinación de unos cuantos soñadores e
irresponsables científicos. Esta visión del científico frío y distante la
traduce perfectamente la psicóloga Maureen O’Hara: «La imagen del científico
tipo que imaginan los militantes del New Age es el de una persona, habitualmente
varón y de raza blanca, que no tiene sentimientos ni vida espiritual y que
probablemente ignora las oscuras aplicaciones de sus investigaciones a la vez
que es inexperto en el desarrollo de las posibilidades de la mente humana. La
imagen de la ciencia es completamente racional, reduccionista, ligada tan solo
al hemisferio izquierdo y con un predominio de lo que vulgarmente podríamos
llamar “cerrado de mente”».
¿Qué impacto
futuro tendrán las investigaciones sobre las ECM si acaso estas llegan a
explicar un gran número de los síntomas asociados a las mismas? Basil critica
en particular a Raymond Moody por asegurar este que existen muchos casos de
personas con electroencefalograma plano que han experimentado una ECM, cuando
supuestamente no existe soporte a esta afirmación en toda la literatura médica.
También critica a Moody por decir que, según él, las ECM son «algo específico
conectado con el salto hacia la muerte», explicación que según Basil ha sido
probada como falsa por muchas personas que han experimentado síntomas similares
sin haberse encontrado cerca de perder la vida. Sin embargo, lo cierto es que
el propio Moody y otros autores, como Bruce Greyson, en los últimos años y en
entrevista personal con el autor de estas líneas (tras coincidir en algún
congreso de temática referente a las ECM), reconocen la posibilidad de que
estas experiencias pueden darse sin la necesidad absoluta de encontrarse al
borde la muerte.
El comportamiento del cerebro en
el momento de la muerte es materia de los neurólogos, mientras que los patrones
de la mente consciente deben ser analizados por los psicólogos. Sin embargo,
para los individuos pueden ser sus propias respuestas las que les provean de la
mejor guía, a ser posible ratificadas por lo que la ciencia pueda afirmar
acerca de la última frontera.
Roger
Cook, 1989
Entre todas las
experiencias que pueden catalogarse como paranormales las ECM parecen únicas.
Es una oportunidad para todas las partes científicas, escépticas o creyentes,
de demostrar algo que se ha perseguido desde hace siglos: la certificación o
negación de la existencia del alma humana.
La posibilidad
de que la ciencia falle al negar la existencia de una consciencia o un alma
flotando libre de un cuerpo sigue encontrando espacio en la mente de los
científicos más avanzados. El experimento sería claro y rotundo: si alguien
puede reportar una ECM después de que su electroencefalograma haya sido plano
durante un tiempo, entonces los científicos deberán aceptar que algún tipo de
consciencia humana es independiente del cerebro. Justamente esta frontera final
fue descrita por Charles Tart: «El ser humano tiene un alma etérea que de
alguna manera, bajo ciertas condiciones, puede llegar a abandonar el cuerpo
físico».
Basil insiste
en que una vez que las experiencias cercanas a la muerte hayan sido totalmente
explicadas desde el punto de vista de la neurofisiología, habiendo perdido el
factor paranormal, entonces podría ser interesante para los que quisiesen
practicar la psicoterapia reproduciendo las situaciones en el entorno seguro de
un hospital o mediante cierto tipo de drogas. Todo ello sería particularmente
valioso para los que tuviesen un miedo patológico a la muerte. Tema que, casi
con toda seguridad, plantearía intensos debates éticos en la sociedad.
Quizás uno de
los estudios que más controversia ha generado y que más se repite entre los
escépticos y partidarios acerca de que las ECM dependen exclusivamente de la
neurofisiología sea el de Juan Saavedra-Aguilar y Juan Gómez-Jeria, dos
profesores de la Universidad de Chile, que en 1989 sugirieron de una manera
contundente que las ECM no tenían nada que ver, según ellos, con la muerte o
con las experiencias, si el término «experiencias» se refiere a las que ocurren
fuera del sistema nervioso. No es menos cierto que el segundo de estos autores,
en un artículo de 1993 titulado «Una experiencia cercana a la muerte en el
pueblo mapuche» y que se comenta más ampliamente en el capítulo XIV, afirma, a
partir de la lectura de un testimonio impreso en un libro, que el sujeto
protagonista de dicha ECM se encontraba en un estado cataléptico potenciado por
la falta de agua y alimentos, a pesar de que este autor, escéptico por
naturaleza, no se encontraba allí ni menos aún posee ningún tipo de dato
clínico como para afirmar tal cosa más allá de emitir una suposición como las
que él mismo suele criticar en los autores opuestos a su visión simplista de
las ECM.
Para otros
autores, como Richard Blacher, el término ECM tendría que implicar otro tipo de
situaciones. Por ejemplo, el que una bala pasase a un centímetro de la cabeza
debería de producir el mismo tipo de efecto que un infarto cardiaco, ya que
estaríamos ante una situación cercana a la muerte. Sin embargo, y como es
obvio, el fenómeno cercano a la muerte no se produce en este caso. Para este
mismo autor el que una persona muera y vuelva la vida es un deseo muy legítimo,
pero que tan solo debería ser contemplado desde el punto de vista religioso y
nunca desde un posicionamiento científico. No es menos cierto que muchos estudiosos
del tema quieren achacar todos los fenómenos relacionados con las ECM a
alteraciones del lóbulo temporal, pero hay que señalar que lo único que podría
explicar un asunto tan complejo sería, probablemente, una reacción que
implicase numerosas zonas del cerebro humano.
Algunos otros
científicos, como Jacob A. Arlow, ya en 1966 creyeron encontrar claves para
explicar lo que sucede en este tipo de fenómenos tan complejos, basándose en
las reacciones psicológicas de las despersonalizaciones. Sin embargo, tampoco
llegó a explicar el fenómeno de una forma completa, problema que sufren la
mayor parte de los científicos hasta el día de hoy: tan solo son capaces de
explicar retazos de la sintomatología de la ECM. Otros, como Blacher, tomaron
como referencia a Arlow en la década de 1980 sugiriendo una mezcla de
despersonalización sumada a elementos oníricos, todo ello en un ambiente
relacionado con la hipoxia como, por ejemplo, una parada cardiaca o ciertos
tipos de anestesia. Este autor sugiere que la persona que está muriendo y
siendo resucitada llega a pensar: «Una persona puede morir pero no es mi caso.
Yo viviré para siempre».
La mayor parte
de los autores que basan sus explicaciones de las ECM en un punto de vista
estrictamente neurofisiológico pueden relatar los caminos que detonan dicha
experiencia, aceptando que el contenido de las mismas solo podría explicarse
desde el punto de vista de la psicología.
¿Y SI FUESE TODO UNA MERA ALUCINACIÓN?
¿Podrían
existir argumentos a favor de esta hipótesis? El primero de ellos en contra es
que las personas que sufren experiencias cercanas a la muerte raramente esperan
experimentarlas, por lo que el factor sorpresa es importante. Una segunda razón
para otorgarles veracidad es que la sensación de realidad les parecía aún mayor
que durante los estados de vigilia. Es decir, resulta muy difícil aceptar la
idea de una posible alucinación con experiencias tan extremadamente vívidas.
Asimismo, la mayor parte de las personas que pasan por esta experiencia no se
plantean, ni remotamente, que puedan haber sufrido una alucinación, por lo que
directamente interpretan el contenido sin ningún tipo de crítica. Veamos a este
respecto el caso de Rocío, que no deja la más mínima duda de que para ella fue
un caso por completo real: «Hace algunos años tuve un embarazo ectópico. Cuando
fui al médico resulta que se había infectado todo y me iban a operar de
emergencia. Sin embargo, mientras me hacían las pruebas transcurrieron varias
horas. Finalmente, me metieron en el quirófano de emergencia. Todo fue tan
rápido que no dio tiempo a que me hiciera efecto la anestesia. Llegué a
percibir cómo me abrían y, en el momento de separar los tejidos, noté que me
salía de mi cuerpo. Me sentía liviana, libre de dolor e increíblemente bien.
Desde el techo podía ver a los doctores correr de un lado para otro diciendo:
“¡Se nos va!”. No sé cuánto tiempo pasó, porque me pareció que tan solo fue un
instante. Lo que más llamó mi atención fue una hermosa y resplandeciente luz a
mi lado derecho. Había como sombras o siluetas de gente, pero solo se veían de
la cintura para arriba y una luz inmensamente blanca pero que no cegaba, sino
que atraía y transmitía paz. Cuando miraba para abajo (estaba en el techo)
podía ver mi cuerpo y a los doctores corriendo, pero yo estaba en paz. Como si
fuera un imán, la luz me atraía. Súbitamente escuché una voz de hombre que me
decía: “Todavía no es tu tiempo”. Pero todo esto sucedía sin hablar, como si
fuera una comunicación del pensamiento. Le contesté: “¡Me siento muy a gusto,
no me duele nada, quiero quedarme!”. Él, a su vez, me dice: “¿Y tus hijos?”. En
ese momento despierto ya en mi cuerpo».
Nancy Evans
afirma que durante la propia ECM se comienzan a obtener conclusiones sobre la
misma, si bien los razonamientos se realizan más tarde. Sin embargo, la
respuesta emocional durante la propia ECM parece indicar que los procesos
cognitivos se encuentran en marcha, sea bajo un estado de consciencia o no. En
otras palabras, la persona tiene acceso a su memoria y a su lenguaje simbólico
para poder denominar, justo en esos momentos, a personajes como Jesucristo,
ángeles, jueces o Dios.
No es menos
cierto que se han reproducido alucinaciones parcialmente similares a las
experimentadas en las ECM por simple anoxia cerebral, como destacó Gerald Woerlee
en 2003, hecho que puede incomodar a muchas personas creyentes en las ECM. De
hecho, la mayor parte de los humanos no deseamos que una experiencia
aparentemente tan profunda pueda, simplemente, definirse con una palabra:
alucinación. La persona que vive una ECM quiere algo más. Asimismo, los
seguidores de las ciencias paranormales obtienen de este material una batería
ideológica que puede saciar la sed de conocimiento de los que, por otro lado,
están deseando creer. Es humano escuchar a los que nos escuchan. También es
humano no escuchar a los que no atienden a nuestras necesidades emocionales. Y
no es menos cierto que la comunidad paranormal, los espiritistas, y muchos
otros han sido los que tradicionalmente han escuchado a las personas que han
sufrido experiencias cercanas a la muerte.
IVLOS SONIDOS DE LA MUERTE
Creo que las ECM no deben de
interpretarse de una manera simplista. Existe una gran variedad de
circunstancias en las que ocurren y también respecto a su contenido. Creo
firmemente que un pequeño número de ellas explican el dualismo mente/cuerpo, si
bien su interacción no es idéntica durante la vida y muy probablemente la mente
sobreviva a la muerte.
IAN STEVENSON
En una de las
historias más fascinantes relatadas por Sabom, y que veremos con más detalle el
capítulo XXIV,
la cantante Pam Reynolds fue intervenida urgentemente de un aneurisma en el
cerebro. Ella misma relata que durante la operación, justamente antes de
provocarse el paro cardiaco, escuchó un extraño ruido similar a la letra «d». Este
sonido provocó su salida del cuerpo y, a partir de ese momento, notó que
flotaba en el quirófano mientras veía a los médicos ejecutar la operación
quirúrgica.
Evangelista,
el hijo de una señora que sufrió un atropello, cuenta lo siguiente: «Mi madre
fue arrollada por un autobús y estuvo en coma más de cuarenta y ocho horas. Me
cuenta que en el momento del golpe solo escuchó un pitido muy fuerte y luego
tuvo esa experiencia, donde viajaba por una especie de túnel oscuro a toda
velocidad».
Cassandra
Musgrave, una investigadora del tema que, a su vez, sufrió una ECM mientras
practicaba esquí acuático en un lago donde por poco se ahoga debido a una
negligencia del conductor de la lancha, comenzó a escuchar, mientras notaba que
era succionada hacia un túnel, una serie de siseos y clics.
Luis comenta,
extrañado, la ausencia de sonidos corrientes en la mayoría de las ECM:
«¿Alguien que haya tenido una ECM sabe por qué en un sitio tan maravilloso hay
silencio total? Excepto los que manteníamos un diálogo con “la voz en off”,
¿por qué no oye nada más? Sería el complemento ideal. ¿Tiene que ver con la
expectativa del cerebro, que está más apasionado por las extrañas imágenes?».
El equipo
liderado por Debbie James y Bruce Greyson en 2009 ha observado, no obstante, que
un 57 por ciento de las personas que sufren una ECM percibe fenómenos
auditivos, como música o sonidos. Raymond Moody aseguraba ya en sus primeras
publicaciones que las personas que sufren una ECM suelen escuchar, en
ocasiones, sonidos similares a rugidos o golpes en un objeto. En algunas
religiones, como la judía, se asegura que el sonido que produce el alma
saliendo del cuerpo llega a reverberar por el mundo entero.
Ana, que
sufrió una operación de cesárea de urgencia en la que perdió mucha sangre, recuerda:
«De repente sonó un golpe seco y se volvió todo negro. Los sueños cesaron
totalmente. Pude estar así unos segundos».
En las
antiguas escrituras hindúes del Rig-Veda se relata cómo las almas
bondadosas vivirán una época de felicidad y luz perpetua. En ella habrá
«sonidos de cantos y de flautas», hecho que recuerda a lo que muchas personas
occidentales relatan respecto a su ECM, en la que habitualmente se presentan
sonidos que no parecen propios de la Tierra, sonidos que muchas personas dicen
no haber escuchado nunca, llenos de una belleza indescriptible. «Una especie de
sinfonía», según Ring.
V«EL TÚNEL», UNA EXPERIENCIA SINGULAR
Es posible que pudiésemos aprender mucho
interrogando a las personas que se están muriendo, especialmente cuando
despiertan de algún proceso comatoso, en relación a sus sueños o visiones
durante ese estado.
FREDERIC MYERS EN 1892
A pesar de ser la
experiencia del túnel una de las más repetidas tanto en los testimonios como en
los medios de comunicación y, particularmente, las películas, no se da en todas
las ECM. En ocasiones se trata de un gran punto luminoso que comienza a crecer,
pudiendo hacernos creer que se avanza por un lugar oscuro para, finalmente,
alcanzar «la salida», vista como una luminosidad completa que abarca todo
nuestro perímetro visual.
Prácticamente
en todas las religiones se hace referencia a algún tipo de túnel en procesos
relacionados con el momento de la muerte. Por ejemplo, en la religión judía, y
particularmente en las enseñanzas del Talmud, se indica que los
cuerpos de los judíos que fallecieron durante la diáspora (la dispersión de los
judíos fuera de Israel desde el siglo VI a. C. hasta el día de hoy) pasarán por
una especie de cuevas o túneles en su camino hacia Israel, donde ocurrirá la
resurrección.
Otros
testimonios hablan de una luz que inunda el campo visual. Marta nos relata:
«Enseguida me vi envuelta en una luz blanca que me guiaba por un túnel. No
tenía miedo ni tristeza, solo paz, pero en ese momento me acordé de mis dos
hijas y recuerdo haber dicho en voz alta que no me podía quedar allí porque mis
hijas se quedarían solas. En ese momento sentí una voz que me habló y me dijo:
“No. Aún no es tu hora”. Yo creo en Dios y estoy segura, o quiero creer, que
esa voz procedía de Él».
Otros, por el
contrario, se mueven por el túnel pero también van apareciendo otras cosas en
su camino. Isabel cuenta: «No había mucha luz al principio. Estaba oscuro, pero
luego fui viendo el monte, con árboles a los lados. Solo oía una voz masculina
que me hablaba y me guiaba. Sentía el viento y veía la hierba que se movía. Un
perro jugaba conmigo. Una sensación de paz me inundaba. Llegué a pensar: “¿Esto
es real?”».
Ring afirma
que cuando la consciencia comienza a funcionar de manera independiente al
cuerpo físico es entonces cuando somos capaces de percibir otras dimensiones.
Durante la mayor parte del tiempo vivimos en un mundo tridimensional, en el que
nuestros sentidos observan la supuesta realidad que nos rodea. De acuerdo a
este autor, la realidad mundana anclada en la consciencia del cuerpo físico
humano cambiaría radicalmente al abandonar dicho cuerpo, ya sea mediante la
muerte o de forma voluntaria, como algunos individuos han aprendido a hacer
mediante, por ejemplo, la meditación. Este tipo de razonamiento tendría otras
consecuencias prácticas, ya que este abandono del cuerpo no sería exclusivo de
las ECM, sino que existiría la posibilidad de lograrlo desarrollando técnicas
para operar con nuestra consciencia independientemente del cuerpo físico.
Podrían ser muchas las situaciones que detonen este tipo de experiencias, si
bien, en ocasiones, sería por la cercanía a la muerte. Resumiendo, cualquier
situación que libere a la consciencia produciría una pérdida de la realidad
tridimensional, adquiriendo plena percepción de la cuarta dimensión.
Ring menciona
en 1980 a otro investigador, Itzhak Bentov, en un testimonio personal acerca
del efecto túnel: «Es un fenómeno psicológico donde la consciencia experimenta
movimiento desde un nivel a otro. Es un proceso de ajuste de la consciencia de
un plano de la realidad a otro. Frecuentemente, se siente como un movimiento,
pero esto ocurre solo a las personas que lo viven como una novedad. Para las
personas que están acostumbradas a viajar en niveles astrales o más elevados,
el fenómeno del túnel ya no vuelve a ocurrir».
En ocasiones
no todas las experiencias del túnel son positivas. Por ejemplo, Greyson y Bush
transcriben lo que un paciente les relata: «Me encontraba volando y fui
absorbido directamente hacia el centro del túnel. Al final del mismo había
luces que te cegaban y cristales que emitían una luz insoportable. A medida que
me aproximaba al final del túnel intentaba acercarme a las paredes para frenar
mi caída contra los cristales que emitían la luz».
Los niños que
sufren una ECM también describen túneles y estructuras similares. Por ejemplo,
Cherry Sutherland describe en 1995 varios casos de niños que se movieron a
través de un túnel hacia el otro mundo. Entre ellos una niña de diez años que,
durante una neumonía, se encontró en un túnel oscuro que, a su vez, era «suave
y agradable». Richard J. Bonenfant describe en 2001 el caso de un niño que
sufrió un accidente de automóvil y que pocos momentos después se encontró en
«un sitio oscuro, al comienzo de un túnel con aspecto de vórtice, como si fuese
un tornado aplanado sobre el suelo». Aunque resulte sorprendente, un caso
descrito por Herzog en 1985 refiere la historia de un niño de seis meses que
había pasado varias veces por la Unidad de Cuidados Intensivos, quedando en algunas
de estas ocasiones a las mismas puertas de la muerte. Lo llamativo del caso es
que meses después, al ponerse al niño a gatear y enfrentarle a uno de esos
túneles de juguete que se encuentran en muchas tiendas, y donde el niño ya
había jugado anteriormente, comenzó a mostrar verdadero pánico al mismo. Sin
embargo, jugaba sin problema con las demás cosas que había en la tienda. Tres
años más tarde, cuando la madre se encontraba explicándole la inminente y
próxima muerte de la abuela, el niño preguntó: «¿La abuela tendrá que pasar por
el túnel, como el de la tienda, para ver a Dios?».
Un caso
similar de temor al túnel es el relatado por Alba cuando recuerda una ECM que
vivió su abuelo: «Cuando yo era pequeña mi abuelo sufrió una trombosis y estuvo
muy malito. Los médicos no nos dieron ninguna esperanza, pero salió de la
situación y siempre nos contó que vio un túnel con una luz al fondo. Al final
del mismo, un grupo de personas le llamaba y tiraban de él hacia la luz. Sin
embargo, le dio miedo y retrocedió. En ese momento fue cuando despertó. Él
nunca lo oculto e incluso se lo dijo a los médicos, pero le contestaron que
tenía la fiebre muy alta y como consecuencia estaba delirando. Mi abuelo decía
con cierta ironía: “¿Y no se puede delirar con un campo de flores o con el mar?
¿Tiene que ser un túnel lo que ve toda la gente que está tan cerca de la
muerte?”».
Susan
Blackmore, doctora de la Universidad de Bristol, se ha preguntado en diversas
ocasiones por qué el túnel se presenta con tanta frecuencia en las ECM
occidentales y, por el contrario, no suele hacerlo en las asiáticas, en las que
la persona suele sumergirse en la oscuridad. También se pregunta acerca de la
ausencia de otro tipo de símbolos que podrían estar relacionados con los
túneles o los pasadizos, como son, por ejemplo, las puertas. A pesar de que en
algunas culturas no se presenten los túneles, no es menos cierto que una
particularidad común a este tipo de experiencias es la oscuridad antes de
emerger a la luz. Veamos otro testimonio, el que nos contaba Soledad: «Mi
abuela, que fue educada en un colegio de monjas, dice que lo que ha aprendido
de la religión es mentira y que lo real es lo que ella vivió durante un coma
diabético. Se vio en un túnel y al final del mismo una luz indescriptible. Dice
que cuando estaba allí notó que no le dolía nada y sentía mucha paz. Realmente
no llegó al final del túnel, ya que la reanimaron rápido. No vio seres, sino
que se encontraba completamente sola».
Lo cierto es
que atribuir el significado de ciertas imágenes a, por ejemplo, un túnel, no
deja de ser algo cultural. Es decir, ¿por qué los occidentales escogen la
palabra «túnel» para describir su experiencia en la oscuridad? Si tomamos en
consideración que una de las características de las ECM es la inefabilidad, es
decir, la dificultad para explicarla en términos adecuados, no es de extrañar
que resulte complicado explicar de qué se trata esa especie de sensación de
desplazamiento a través de la oscuridad. Asimismo, tampoco podemos despreciar
el significado simbólico de un túnel. Es decir, la estructura que conecta un
lugar con otro. También podría ser que para algunas personas el túnel no fuese
otra cosa que la interpretación que se da al momento previo a entrar en la luz.
Otro significado simbólico es el de abandonar un momento lleno de dificultades:
«Hay luz al final del túnel». Los túneles son, evidentemente, lugares llenos de
sorpresas, en los que se entra, no se sabe muy bien qué contienen y a cuya
salida nos podemos encontrar con lo imprevisto. Antes del túnel nos encontramos
con lo familiar, y a la salida con lo inesperado. Los túneles también
simbolizan, al igual que los puentes, la transición de un lugar a otro, y no
podemos olvidar que nuestro lenguaje social es sumamente importante a la hora
de interpretar este tipo de vivencias. Y tampoco olvidemos que cada cultura
tiene un lenguaje distinto y una forma distinta de ver el mundo.
Pero ¿por qué
no hay puertas ni entradas? Quizás porque lo que realmente representamos en el
túnel es la sensación de movimiento a través de la oscuridad. De esta manera la
mejor traducción que tenemos de la experiencia es la de describir la situación
mediante la analogía de viajar a través de un túnel. No podemos olvidar, a este
respecto, que lo que intentamos comunicar no es un asunto técnico o
arquitectónico, sino una experiencia personal.
TÚNELES Y NEUROFISIOLOGÍA
Cuando en la
década de 1920 Heinrich Klüver estudiaba los efectos de la mescalina contenida
en el peyote, desconocía que iba a definir los cuatro patrones de alucinaciones
que el cerebro humano puede llegar a generar, en forma de espiral, rejilla,
tela de araña y… túnel. Descubrió que, además de pequeñas variaciones sobre
estas cuatro formas básicas, predominaban los patrones geométricos, lo que
denominó formas constantes. Estas pautas son semejantes en cuanto a su
visualización, si bien su detonante puede ser distinto: estrés psicológico, shock
hipoglucémico, fiebre, epilepsia y una larga lista de situaciones bajo las
cuales el cerebro construye su sinfonía de colores y movimientos. Entre estas
convendría destacar las ECM. Cualquier situación en la que mantengamos los ojos
cerrados favorece la aparición de los denominadas fosfenos, que cualquier
persona habrá podido comprobar al recibir algún golpe, ligero o no, sobre el ojo
o bien ejerciendo presión con los dedos sobre el globo ocular (no lo haga en
casa), hasta observar algunas de las figuras descritas por Klüver.
Patrones
alucinatorios humanos.
Las razones
por las que aparecen estas figuras se debe a la estructura neurológica de
nuestro sistema de visión, sobre todo la estructura de transmisión e
interpretación de la corteza visual en el propio cerebro. Los círculos
concéntricos de la retina son, literalmente, mapeados en forma de líneas
paralelas a la altura de la corteza visual. En definitiva, la aparición de
espirales, rejillas, telas de araña y túneles no sería otra cosa que las
distintas combinaciones de líneas que, superponiéndose o deformándose, crearían
distintas ilusiones ópticas que nosotros conocemos como alucinaciones visuales.
Algunos
autores, como Basil, afirman que algunas personas que han experimentado una ECM
han sido a su vez influidas por la literatura que se maneja al respecto. Por
ejemplo, un caso mencionado por Harris y Bascom en 1990 refleja una persona
que, después de sufrir una ECM, intenta buscar nombres y denominaciones para
los aspectos de la experiencia que no le han quedado claros: «Nunca había
pensado en un túnel hasta que, hace poco, comencé a leer artículos sobre
experiencias cercanas a la muerte y pensé que era una buena palabra para
definirlo». Este tipo de influencia o inducción cultural también se podría
desprender de un caso relatado por Blackmore en 1998. La autora le pregunta a
una niña que había estado inconsciente debido a un espasmo del sollozo (crisis
cerebrales anóxicas reflejas) si había visto algún túnel o luces. La niña
contestó: «Bueno, no, no realmente… Eso es lo que me ha contado mi abuela que
sucede cuando te mueres». Y agrega: «Tú no sabes lo que hay al final del túnel a
menos que escribas una carta y que los ángeles la traigan de vuelta».
Resulta
interesante mencionar que uno de los niños que padecían crisis cerebrales
anóxicas reflejas (espasmos del sollozo) descritos por Blackmore relataba que
antes de padecer un ataque se solía encontrar mareado y con terribles dolores
de cabeza, «como si un martillo me golpease». Una vez desatada la crisis,
entraba en un túnel y se dirigía hacia una luz. En una ocasión se encontraba
simplemente saliendo del cuarto de baño cuando, de repente, se encontró en el
túnel, una luz que se dirigía hacia él. La sensación del túnel solía ser
desagradable, «pero la luz blanca es genial, como un árbol de Navidad»,
comentaba.
Isabel me
relató, después de analizar la visión del túnel, algo que me parece de sumo
interés para reflexionar sobre la percepción del mismo: «Tengo una explicación
lógica del túnel. Creo que realmente no es un túnel. Lo que se ve es la pura
oscuridad y, aunque quieras mirar a los lados, no ves nada. Solo enfocas una
parte hacia adelante, como una especie de tubo, por eso la sensación del túnel.
Lo digo desde mi experiencia. Yo intenté ver lo que había a los lados y solo
veía oscuridad. Intenté ver el quirófano. Era consciente de que estaba allí,
pero no logré ver nada, solo una sombra en la oscuridad. Algo parecido a un
túnel».
VIVIAJES ASTRALESY SALIDAS EXTRACORPÓREAS
El alma del soñador sale de viaje y
vuelve a casa con los recuerdos de lo que ha visto.
SIR EDWARD TYLOR
Corría el año
1918, en plena Primera Guerra Mundial, cuando el joven Ernest Hemingway cayó
gravemente herido por una ráfaga de ametralladora. Años más tarde contaba a un
amigo la experiencia de notar que su alma salía fuera del cuerpo. Hecho que,
posteriormente, plasmó en su novela Adiós a las armas, de 1929, en la
que el protagonista, Frederick Henry, cae herido: «Trataba de respirar, pero no
tenía aliento», explica el protagonista, y sigue: «Sentía que mi cuerpo salía
impetuosamente fuera de mí, fuera, fuera, fuera… Y todo el tiempo mi cuerpo
flotaba en el viento. Me iba velozmente, todo mi ser se iba y supe que estaba
muerto y que, al mismo tiempo, me equivocaba al pensar que acababa de morir.
Luego flotaba y en lugar de volver en mí, sentí como si me deslizara hacia
atrás. Por fin, respiré hondamente y regresé a la vida».
Resulta
llamativo que en las primeras recopilaciones de las ECM estudiadas desde un
punto de vista científico, allá por la década de 1930, autores como Ernesto
Bozzano no prestasen especial atención a los elementos que constituyen cada
ECM. Por el contrario, lo que más les llamaba la atención era la experiencia
extracorpórea. Es decir, en sus estudios se mezclan los elementos propios de
las ECM con los de las EEC.
Robert
Crookall, treinta años después, listaba numerosas características propias de
las ECM en sus primeros trabajos. Entre ellas, encontrarse sumido en una densa
niebla cuando se abandona el cuerpo, ocupar una posición horizontal sobre el
cuerpo físico tanto al principio como al final la experiencia, la percepción de
un cordón de plata que conecta a la entidad etérea con el cuerpo físico, la
aparición de un doble más joven que el cuerpo físico y, por último, la
reentrada rápida en el cuerpo físico acompañada de un shock.
Asimismo, las
EEC son para Debbie James y Bruce Greyson una de las características que con
mayor frecuencia aparecen en las ECM, ya que hasta un 75 por ciento de personas
suelen experimentarlas. Para Harvey Irwin, uno de los mayores investigadores
sobre EEC, tienen estas características:
1.
La
EEC debe estar basada en el contenido de la propia experiencia y no en el
presumible modo de inducirla.
2.
No
debe realizar ninguna referencia discriminatoria a la credibilidad de su
contenido.
3.
Debe
de ser independiente del contenido perceptual de la propia EEC.
En definitiva,
la EEC es una experiencia en la que el centro de la consciencia aparece para
aquel que la experimenta como ocupando una posición temporal, que es
espacialmente remota respecto de su cuerpo. La experiencia extracorpórea se
repite en muchos de los testimonios que hemos podido recoger. Evidentemente, se
trata de una vivencia involuntaria que aparentemente se produce fuera de
nuestro cuerpo. La persona no solo «sale» fuera del cuerpo, sino que es capaz
de observarse desde fuera no solo a sí mismo, sino también a los elementos
circunstanciales que le rodean como, por ejemplo, familiares o un equipo
médico. Lo más llamativo, además de la propia experiencia como tal, es que la
persona, en ocasiones, es capaz de relatar detalles que aparentemente se
encontraban fuera de su campo visual, como por ejemplo lo que sucedía en una
habitación contigua.
Para Robert
Brumblay una EEC debe incluir las siguientes características:
1.
Cuando
una persona sufre una EEC retiene alguna característica de su propio cuerpo
físico, al que denomina «cuerpo astral».
2.
El
cuerpo astral posee la capacidad de percepción a distancia. El concepto de
«horizonte» tiene tan solo un sentido funcional en este tipo de percepciones.
3.
La
percepción del cuerpo astral a través de la distancia posee una capacidad de
ver objetos mucho mayor que la del sistema visual normal del individuo.
4.
La
«forma astral» puede moverse en dimensiones espaciales a las que el sujeto
original no está habituado, por lo que presenta ciertas limitaciones en sus
procesos mentales a la hora de comprender su situación real.
Si lo que este
autor denomina cuerpo astral es lo mismo que podríamos denominar «consciencia»
de la persona, entonces las visiones que aparecen durante una ECM serían
resultado directo de la percepción de su propia consciencia. Por el contrario,
si el cuerpo astral incluye algún tipo de estructura que actúa a modo de
interfaz entre la consciencia y el universo que se percibe, entonces el
mecanismo de percepción es, obviamente, indirecto. De hecho, algunas religiones
afirman que la consciencia no solamente puede separarse del cuerpo, sino
también del cuerpo astral y, posiblemente, proseguir con separaciones más
avanzadas.
Resulta
interesante cómo se hace referencia de manera más o menos directa a las
experiencias extracorpóreas en algunos pasajes del cristianismo. Por ejemplo,
revisemos este texto de San Pablo en el Nuevo Testamento: «Conozco a
un hombre en Cristo que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera
del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y
conozco al tal hombre (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo
sabe) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es
dado al hombre expresar» (Corintios 12, 2-10). Muchos estudiosos del Nuevo
Testamento afirman que la frase «Conozco a un hombre en Cristo» se refiere al
propio San Pablo, que es incapaz de explicar su experiencia extracorpórea. No
solo esto: si atendemos cuidadosamente al resto de la frase, observaremos que
también San Pablo, al igual que muchas personas que han sufrido una ECM, tuvo
visiones celestiales y que, una vez más al igual que las ECM, presenta la
característica de inefabilidad. Es decir, una intensa dificultad para explicar
lo experimentado por lo complejo de la experiencia, que excede a las
sensaciones físicas habituales.
En el islam la
idea de un alma con existencia separada del cuerpo es denominador común:
«Aquellos que pregunten sobre el espíritu deben decir: el espíritu se encuentra
bajo las órdenes de mi Señor; pero de su conocimiento poco nos es dado» (Corán,
17, 87).
También llama
la atención la asociación de estas experiencias extracorpóreas con visiones de
seres celestiales. Por ejemplo, Abelardo nos relata que durante el
procedimiento de abordaje quirúrgico de un accidente cerebrovascular llegó a
encontrarse con un ser al que identificó con Jesucristo: «Durante ese tiempo de
intervención mi cuerpo se elevó hacia el techo. Estaba situado en un ángulo
donde veía mi cuerpo y el de los médicos. Me encontraba agarrado a las espaldas
de Jesucristo (yo le decía: “Déjame en la Tierra, no me lleves contigo, tengo
que ver a mi hija vestida de colegiala, ella me necesita, solo tiene tres
añitos”). Permanecí agarrado a Jesús hasta que terminó la intervención y Él me
habló: “Ya puedes volver a tu cuerpo”. Finalmente desapareció y desperté metido
en mi cuerpo. Solo pude comunicarme con Jesús, a los médicos no pude
escucharlos, tan solo verlos. Todavía hoy me cuesta creer que me sucediera,
siendo tan escéptico como soy».
El «dualismo»,
es decir, la existencia de un alma que convive junto a nuestro cuerpo de manera
más o menos independiente, es un denominador común a muchas religiones, también
en la época de Descartes o en la actual New Age. Este dualismo ha sido
explotado hasta la saciedad por innumerables chamanes que confunden el efecto
disociativo de una droga (por ejemplo la ketamina) o bien rentabilizado por la
Iglesia de la Cienciología para subrayar, una vez más, este hipotético dualismo
mente-cuerpo. Sin embargo, la sensación de salir del cuerpo también ocurre
durante algunos casos de ataques epilépticos. Incluso disociaciones más leves
nos ocurren a la mayor parte de los mortales en nuestra vida diaria: por
ejemplo, conducir un automóvil mientras pensamos en otra cosa. Parece temerario,
pero la mayor parte de las personas no solo piensan en lo que van a hacer, por
ejemplo, al llegar al punto de destino, sino que también conducen el vehículo
con precisión. Súbitamente pueden llegar al destino casi sin haberse dado
cuenta y sorprenderse de lo breve del trayecto. Es como si la mente hubiese ido
por un sitio y el cuerpo por otro. Isabel lo expresaba así: «Mientras me
encontraba fuera de mi cuerpo choqué con una mesita de metal en el quirófano.
Escuché el ruido. Lo que no sé es si lo escucharon los demás. Debería haber
preguntado al médico y a las enfermeras».
Este tipo de
situaciones relacionadas hipotéticamente con procesos disociativos se puede
explicar con una experiencia que Atwater describe al referirse a la agresión
sexual que sufrió una mujer conocida suya: «Cuando tenía dieciocho años,
Kathleen sufrió un ataque por parte de un desconocido que le puso un cuchillo
en el cuello y la violó. En ese momento comenzó a sentir un ataque de histeria
al imaginar que probablemente moriría y que nunca volvería a ver a sus padres.
Entonces, su mente comenzó a pensar con una claridad prístina y a flotar fuera
de su cuerpo hasta el punto de que vio a su atacante desde un punto elevado».
Ana, por su parte, presenta una EEC que podría haber sido producida por el
intenso temor ante una cesárea de urgencias: «Me dice aquel hombre que ha
llegado el momento y que van a comenzar. Me asusté muchísimo y le dije:
“¡Espere!, ¿cómo va a empezar, aún estoy despierta?”. Comencé a gritar y a
removerme pidiendo que esperaran cuando, unos segundos después, me quedé
profundamente dormida».
Ahora bien, en
teoría, para que se produzca dicha EEC debe existir un estado de consciencia
que lo permita. Entonces, ¿cómo es posible que ocurra bajo anestesia? «Podía
ver tanto el interior del quirófano como el exterior, todo desde arriba. Vi
cómo me estaban reanimando», afirma Ana. Esta es una cuestión, desde mi modesto
punto de vista, que deberían aclarar los que insisten en el valor del miedo
extremo a la hora de detonar procesos disociativos en las EEC.
Si seguimos el
hilo de estas declaraciones, podremos observar el denominador común de cómo
ciertas situaciones estresantes podrían desencadenar experiencias
extracorpóreas. Parece ser el caso de Rosa: «Mi experiencia ocurrió durante una
situación de estrés máximo de la cual dependía mi vida. De manera súbita pude
ver todo a mi alrededor y desde arriba de mi cuerpo. No tenía ningún tipo de
sentimiento, tan solo tranquilidad. Me veía a mí misma como un objeto
inanimado. No fueron más de dos minutos. Luego, repentinamente, regresé a mi
cuerpo. Lo que más me llamó la atención fue la ausencia de sentimientos».
Sin embargo, a
pesar de la calma con que algunas personas relatan sus experiencias, ¿no es
menos cierto que en el momento de sufrirlas pudieron haber sido conscientes del
intenso peligro en que se encontraban, lo cual les llevó a vivir, en
consecuencia, un proceso disociativo muy brusco? Por ejemplo, Jordi me relata
la siguiente experiencia que no tiene que ver con una enfermedad crónica o un
proceso lento e insidioso, sino con un acontecimiento súbito: «Conducía por los
alrededores de Barcelona a unos noventa kilómetros por hora cuando un coche
negro se saltó el disco rojo, y me estampé con él. En ese preciso instante no
sentí ningún tipo de dolor por la brutalidad de la colisión. Sin embargo, me vi
ascender rápidamente mientras me veía en el suelo, allá abajo. Ves la escena
pero no te preocupa. Cuando ya empezaba a estar muy alto, a unos doscientos
metros, pude ver una gran mano blanca que me dio un golpecito en la cabeza,
como si de una pelota de baloncesto se tratase, al mismo tiempo que decía:
“¡Todavía no!”. Y volví a bajar rápidamente hasta encajar otra vez en mi cuerpo
como un resorte, y al entrar en él aspiré una gran bocanada de aire. Hasta ese
momento no había podido percibir que tenía un fémur partido por la mitad, las
rodillas rotas, la espalda y también la barbilla, así como una mano y otras
cosas más. Los de la ambulancia no paraban de decirme: “¡Has vuelto a nacer!”.
Me llevaron al hospital de San Pablo. Me operaron varias veces y, hoy por hoy,
estoy totalmente restablecido y sin ninguna secuela, excepto las cicatrices de
las operaciones».
En otras
ocasiones la supuesta disociación se puede producir sin apenas presentarse un aparente
estímulo desencadenante, como por ejemplo la sucedida a Elena, que ella misma
nos relata: «Imagínate estar tan tranquilo viendo una película, de manera
súbita experimentar un mareo y ver el planeta Tierra moverse a gran velocidad.
Menuda taquicardia me dio al regresar. La persona que estaba conmigo me dijo:
“Elena, ¿adónde has ido? ¡No has estado aquí!”. Yo me asusté aún más y pensé
acerca del desajuste que debería tener en mi mente». O el caso que cuenta
Tomás: «En una ocasión me desperté para ir al baño y enseguida volví a la cama,
en ese estado todavía adormecido. Al rato noté cómo salía de mi cuerpo y me
quedaba pegado al techo, junto a la lámpara. Estaba algo sorprendido porque era
demasiado real y sentía un poco de ansiedad porque no comprendía lo que estaba
ocurriendo. También me preguntaba cómo iba a volver a mi cuerpo. Después de un
rato así, observándome a mí mismo, cogí confianza y perdí esa ansiedad,
saliendo a pasear por todos los rincones de mi casa del mismo modo: pegado al
techo. Fue tan real que cuando llegué de aquel viaje y entré de nuevo en mi
cuerpo me levanté completamente aturdido, aunque muy consciente de lo que había
vivido».
El aspecto
disociativo en relación a traumas o abusos en las edades infantiles ha sido
intensamente discutido por diversos autores. Por ejemplo, Ring observó que las
personas que habían sufrido una ECM mostraban, a su vez, una mayor incidencia,
durante la infancia, de abusos físicos, psicológicos, sexuales o bien una
atmósfera negativa en casa. Estas mismas personas puntuaron negativamente en
ciertos test que estudiaban la disociación psicológica. Es decir, una forma de
fragmentación psicológica en la que una porción del individuo parece separarse,
como una entidad autónoma del yo consciente, como respuesta a un trauma
determinado.
Varios autores
plantearon la posibilidad de que ciertas personas posean una personalidad que
favorezca la aparición de una ECM. Visto de otra manera, estos sujetos
poseerían una capacidad de consciencia que les permitiría el acceso a
realidades no ordinarias asociadas a fuertes tendencias de su propia absorción
psicológica. Es decir, por un lado facilidad para la disociación y, en segundo
lugar, la capacidad de vivirlo como real. Curiosamente Irwin hizo en 1993 una
interpretación totalmente contraria de los mismos hallazgos: las personas que
habían sufrido una ECM mostraban una mayor tendencia a relatar traumas o abusos
en alguna etapa infantil, y, a la vez, no encontró ninguna evidencia de que
aquellas personas que habían mostrado una ECM presentarán mayor tendencia a
experimentar una disociación. Si bien se ha querido establecer una relación, ya
sea positiva o inversa, entre los abusos sufridos en la infancia y la aparición
de ECM, no es menos cierto que autores tan reconocidos como Peter Fenwick
encontraron que al menos el 50 por ciento de los británicos que había sufrido
una ECM describieron su infancia como feliz o muy feliz.
Es una
experiencia que se repite en muchas culturas. Por ejemplo, entre los maoríes de
Nueva Zelanda, Michael King describe cómo los aborígenes eran capaces de volar
hasta el Rerenga Wairua, el lugar desde donde se lanzan los espíritus. Algunos
llegaban hasta el mismo borde para, posteriormente, volver a sus cuerpos. En la
Melanesia, Dorothy Counts describe el caso de una persona que, supuestamente,
estuvo muerta durante varias horas: «Caminé por el haz de luz, a través del
bosque, por un camino muy estrecho. Volví a casa, reentré en mi cuerpo y ya
estaba vivo otra vez. Me levanté y le conté la experiencia a mi padre que, por
supuesto, no se había dado cuenta de nada. Fallecí al mediodía y volví a las
seis de la tarde». En Australia, Keith Basterfield observó que de doce
pacientes que habían sufrido una ECM, nada menos que diez también habían notado
que se separaban de su cuerpo físico. Incluso seis de ellos llegaron a flotar
por encima del mismo. En uno de los casos, el paciente describió la existencia
de un cordón blanco conectando los dos cuerpos. Asimismo, nueve de los doce
describieron la sensación de viajar durante la experiencia y seis de ellos
relataron haber llegado a algún tipo de límite o frontera.
Cabo de Rerenga
Wairua en Nueva Zelanda, desde cuya cima despegan las almas al encuentro de sus
antepasados.
La creencia de que hay vida
después de la muerte se incrementa de forma notable después de una experiencia
extracorpórea, ya que parece, de esta manera, que el alma sobrevive al cuerpo.
Glen
Owens Gabbard, 1981
La experiencia
de separación del cuerpo parece que progresa lentamente desde el comienzo de la
ECM. Por ejemplo, en un caso descrito por el doctor Henry Abramovitch en 1988,
una persona que sufrió un ataque al corazón dice: «Poco a poco comencé a
comprender lo que veía en derredor. Parecía que los que me rodeaban se
encontraban detrás de una pantalla y sus voces provenían de algún sitio muy
lejano. Entendía todo lo que decían, pero no confiaba en ellos». Después de
pasar por una zona oscura tuvo la sensación de que cualquier movimiento,
incluso el más ligero, servía de impulso para volar. El relato de esta persona
es espectacular: «Comencé a mover mis piernas y me elevé rápidamente. La
oscuridad cada vez se volvió menos densa y volví a la luz… De repente todo fue
familiar. Ahí estaba, en el mismo sitio donde había caído por el fuerte ataque
cardiaco. Inmediatamente me di cuenta de que alguien se encontraba en el suelo.
Me paré a mirarle. La sorpresa fue mayúscula. ¡Claro que le conocía! Era yo
mismo. Me confronté con un enigma, tenía que encontrar quién era quién. Me miré
una y otra vez a mí mismo y a la persona que se encontraba en el suelo. No
podía salir de mi asombro. Tenía la sensación de que conocía mejor a la persona
del suelo que a mí mismo. Me sorprendió descubrir que yo mismo no tenía piernas
ni cuerpo ni siquiera forma corporal. Tan solo era una mónada aislada a la que
nunca había conocido».
DINÁMICA DE LAS EXPERIENCIAS EXTRACORPÓREAS
La salida del
yo frente al cuerpo suele tender a la elevación por encima de su plano físico y
mirando hacia abajo, como si de un desdoblamiento se tratase, pero con la
visión hacia la tierra. Es decir, quien la experimenta observa su propio cuerpo
y todo lo que ocurre en derredor. La sensación es de estar participando como
observador silente y pasivo de una escenificación en derredor suyo. Más aún,
muchas personas describen esta fase con palabras de asombro, ya que verse desde
arriba suele provocar confusión, pues no se suelen reconocer desde dicha
perspectiva.
Una vez que se
ha salido del cuerpo, la propia persona suele controlar sus ángulos de visión y
perspectivas, como si fuera un pequeño dirigible a radiocontrol que fuese capaz
de atravesar paredes y objetos sólidos. Esto es así hasta el punto de poder
visualizar lo ocurrido durante, por ejemplo, una intervención quirúrgica. Es el
caso de Ana, que sufrió una hemorragia durante el parto que la mantuvo a las
puertas de la muerte: «Cuando salí de quirófano sabía que algo no había
marchado bien. Había visto cosas del quirófano durante la operación y estaba
enfadada por lo que sucedió después de despertar, y mientras lo hacía, ya que
me habían obligado a volver. A mis familiares y a mi exmarido les dijeron que
todo salió bien. Sin embargo, una operación de urgencias, que dijeron duraba de
treinta minutos a un máximo de cuarenta y cinco, aunque finalmente duró más de
dos horas, no era normal. Yo sabía muy bien el porqué. Días después, cuando ya
estaba mejor y en planta, se presentó una de las doctoras que me operó en
quirófano y me dijo: “Ya veo que estás bien, nos diste un buen susto”. No pude
más que sonreír porque sabía a lo que se refería. Mi respuesta fue evidente:
“¡Ya!”».
La sensación
es que el cuerpo parece perder sus límites. Cuando las personas que lo han
percibido narran su experiencia no refieren la existencia de brazos o piernas
ni mucho menos su uso para desplazarse, sino que la propia existencia parece
concentrarse en un cuerpo etéreo muy próximo a la definición occidental de
espíritu o de consciencia. Otras personas, influidas por las tendencias New Age
o esotéricas, prefieren denominarlo cuerpo astral.
Sabom se
dedicó, durante la década de 1980, a recoger casos de experiencias
extracorpóreas hasta recopilar un total de 71 individuos que las habían vivido.
Posteriormente las clasificó en:
1.
Autoscópicas
(29,5 por ciento). Consistente en observar el propio cuerpo físico y el entorno
más inmediato desde una perspectiva exterior al propio cuerpo.
2.
Trascendental
(53,5 por ciento). En este caso las personas que han sufrido una ECM dicen
encontrarse en un lugar distinto al mundo físico.
3.
Combinadas
(17 por ciento). Las personas sufren una mezcla de ambas situaciones.
Una
apreciación interesante respecto a este estudio de Sabom es que las personas
que sufrieron una ECM de tipo autoscópico, viendo el entorno más inmediato,
mostraron una menor tendencia a agregar elementos trascendentales. Es decir,
estuvieron más bien exentas de sensaciones místicas.
Aydée, una
colaboradora mexicana de Proyecto Túnel que sufrió una parada
cardiorrespiratoria grave (revisamos su historia clínica), relata: «Cuando veía
a X siempre fue desde fuera de mi cuerpo. Me veía a mí y a ella y solo fue en
el cubículo de terapia intensiva, no salí a otros lados. Esos quince días son
borrosos, incluso la realidad. Las dos o tres visitas de mi esposo cuando yo
aún estaba semiconsciente las recuerdo borrosas. Solo los recuerdos del lugar
donde vi a mi mamá y las conversaciones con X es lo más claro que tengo, por
eso lo describo como un oasis en el desierto».
A Marta le
sucedió una experiencia similar mientras acostaba a sus hijas: «Esto ocurrió
una tarde en la que estaba con mis dos hijas mayores. Me acuerdo de que estaba
acomodándolas para que hicieran la siesta. De repente, sentí que mi espíritu
salía de mi cuerpo. Me elevé hasta que vi el universo. Flotaba en él y podía
ver las estrellas brillando a mi alrededor, pero lo más asombroso fue la paz y
la tranquilidad que sentí. Todo lo que podía percibir era muy hermoso».
Casi todas las
personas que refieren haber experimentado estas EEC suelen coincidir en su
relato con ciertas características:
1.
Son
capaces de atravesar objetos sólidos: techos, paredes, ventanas (por ejemplo,
salir de la habitación y ver lo que sucede en otra dependencia contigua) e
incluso atravesar los cuerpos de otras personas presentes en la misma
habitación. El cuerpo se encuentra en situación similar a la ingravidez.
Durante ese estado se puede ver en derredor sin problemas, incluido lo que
sucede a nuestras espaldas.
2.
Son
capaces de escuchar las conversaciones de terceros, pero la sensación no es de
realizarlo con su audición, sino de manera telepática. Es decir, de mente a
mente. Se sabe lo que otros dicen más que oírlo propiamente. El plano de
comunicación no es bidireccional. Es decir, las otras personas no llegan a
conocer el pensamiento de la persona que experimenta la EEC.
3.
El
tiempo transcurre de manera distinta al habitual. Al volver al plano del propio
cuerpo la sensación suele ser de haber estado mucho tiempo en el otro nivel.
Algunas personas hablan de minutos cuando, en realidad, no han transcurrido más
que pocos segundos.
4.
La
persona parece desplazarse de forma instantánea a lugares lejanos o, por el
contrario, permanece en la misma zona donde está su cuerpo físico, como si de
un globo cautivo se tratase. Algunos relatos hablan de cómo fueron capaces de
ir hasta su propia casa y observar, por ejemplo, qué hacía su pareja, de modo
que en la posterior visita de ella al hospital le relataban aspectos
supuestamente desconocidos, para asombro de su cónyuge.
5.
Todos
los que la experimentan se encuentran en una situación de extrema comodidad. No
hace frío, no duele nada, ni tampoco ninguna otra cosa resulta molesta.
6.
Los
sentidos se encuentran alterados. Se suelen hacer referencias a la visión o a
la audición, pero apenas se hace referencia al tacto, al olfato o al gusto.
7.
Las
sensaciones emocionales suelen coexistir con las de los sentidos. Es decir, las
personas suelen experimentar tranquilidad y serenidad pero, en algunas
ocasiones, se puede sentir miedo o terror.
8.
Las
personas que sufren minusvalías del tipo y grado que sea, desde una simple
miopía a una paraplejia, no presentan ninguna de sus taras durante el periodo
de EEC. El cuerpo flotante parece haberse desprendido de cualquier minusvalía
y, por el contrario, se presenta cercano a la perfección. Resulta interesante
reseñar que las personas invidentes, incluso de nacimiento, dicen ver
perfectamente. Más aún, algunos autores como Kenneth Ring y Sharon Cooper[5] aseguran que los invidentes pueden
ver sin la mediación del sistema de visión. Es lo que ellos denominan mindsight,
que podríamos traducir como «ver con la mente». Estas experiencias me parecen
de una riqueza enorme, ya que homogenizan y, posiblemente, hacen comprender que
el mecanismo de visionar las EEC es común tanto para los videntes como para los
ciegos.
Es interesante
subrayar que algunas personas que involuntariamente abandonan su cuerpo durante
una ECM llegan a ver lo que se denomina «doble astral». Es decir, no solo
pueden llegar a ver su cuerpo abandonado, sino su propia consciencia desde la
perspectiva de una tercera persona, que son ellos mismos. Abramovitch, en 1988,
recoge el siguiente testimonio: «Sentí una necesidad de volver a mi cuerpo, de
pedirle disculpas, de explicarle que ya no teníamos un compromiso, que ya era
el momento de separarnos».
KIMBERLY CLARK Y EL EFECTO DE UNAS
ZAPATILLAS DE TENIS
Una de las
historias que más conmovió al internacionalmente conocido Raymond Moody fue la
que vivió la psicóloga Kimberly Clark mientras trabajaba en el Hospital de
Harborview (Seattle). Dicha psicóloga se encontraba aconsejando a una paciente,
Mary, que había sufrido un ataque al corazón, sobre la manera de volver a
integrarse en su vida diaria una vez que se produjese el alta hospitalaria. Sin
embargo, la paciente se encontraba más interesada en hacer comprender a la
profesional que lo que realmente le había impresionado era su ECM durante dicho
ataque cardiaco. Ella había abandonado su cuerpo y deambulado por todo el
entorno del hospital mientras los médicos intentaban la reanimación en la misma
cama de la habitación donde había sufrido el infarto.
Como es
natural, la psicóloga Clark se encontraba escéptica ante dicho relato. A pesar
de todo, Mary le dijo: «Escuche, llegué a ver unas zapatillas rojas de tenis en
el alféizar de una ventana más allá de mi habitación». Un tanto escéptica, la
psicóloga se asomó a la ventana, pero no vio zapatilla alguna. «Más allá»,
insistió Mary. La doctora Kimberly, con medio cuerpo asomando por la ventana,
tampoco veía nada. «Están justamente a la vuelta de la esquina». Despreciando
el peligro de asomarse en una quinta planta del hospital, la psicóloga se
estiró aún más y retorció su cuerpo para aumentar su ángulo de visión y así
descubrir, justamente, unas zapatillas de tenis rojas idénticas a las que Mary
había descrito. A partir de ese acontecimiento la doctora Kimberly Clark
comenzó a desarrollar numerosas investigaciones en relación a las ECM.
Hospital de
Harborview. Nótense los escalonamientos entre los módulos del edificio que
dificultan la visión directa de un objeto en alguna ventana contigua.
UNA EXPERIENCIA PERSONAL
Hace ya algunos
años, interesado en conocer el funcionamiento de cierta secta que acogía a un
reverendo filipino conocido por sus habilidades de psicocirugía, viví una
interesante experiencia extracorpórea sin, evidentemente, haber fallecido. El
centro se encontraba alojado en un pequeño chalé en los alrededores de Madrid,
lugar donde se impartían clases de «sanación pránica» y algunas otras técnicas
relacionadas con la salud espiritual. Huelga decir que, desgraciadamente,
dichos cursos y disciplinas, encuadradas en un entorno sectario, constituían un
imán para personalidades desequilibradas.
En uno de los
múltiples fines de semana en que acudí a recibir instrucción, me encontraba tendido
en el suelo junto con otros adeptos, tapado con una manta mientras el líder de
la secta inducía un trance hipnótico a todos los que estábamos allí con la
excusa de enseñar alguna técnica de relajación. Me pareció una idea
interesante, así que comencé a regular los ritmos respiratorios mientras
pensaba en la hipnosis, que no es otra cosa que centrar la atención de la
persona en un objetivo externo a sus intereses y distraerla para adueñarse
parcialmente de su voluntad. En ese proceso, inducido verbalmente por el
líder-terapeuta, comencé a notar que los chakras del pecho se abrían de manera
considerable. Mi fuerte formación científica luchaba para comprender esta
sensación como una mera alucinosis.[6]
Sin embargo, he de reconocer que la sensación de comenzar a respirar a través
de dicho orificio era tan intensa que alcé discretamente la manta para observar
la entrada y salida del aire a través de un conducto fisiológicamente
inexistente. Me sentí un tanto confundido conmigo mismo al intentar comprobar
algo que sabía imposible, pero la sensación era más poderosa que mi intelecto.
El líder de la
secta nos indicó que acelerásemos el ritmo de la respiración, con lo que
comenzábamos a realizar una respiración holotrópica propia de ciertas técnicas
de terapia de grupo encaminadas a familiarizarse con la sensación de muerte, si
bien no era ese el propósito de aquel ejercicio. Una sensación creciente de
mareo comenzó a invadirme debido a la hiperventilación, pero entonces ¡ocurrió
algo de difícil descripción! Comencé a notar como mi yo salía y abandonaba mi
propio cuerpo. Podía verme, o mejor dicho ver mi cuerpo, justo debajo de mí,
junto al de los demás compañeros que se encontraban cómodamente arropados por
sus mantas sobre las colchonetas tendidas sobre el suelo. La sensación duró
largos segundos, aunque no puedo decir el tiempo, ya que al igual que las
personas que sufren EEC la temporalidad se encuentra sumamente alterada. Lo que
sí puedo subrayar es que mi consciencia se encontraba en perfecto estado,
registrando todo lo que sucedía —con sorpresa, eso sí— en torno a mi persona.
Huelga decir
que no había ingerido ningún tipo de sustancia, así como que ha sido la única
vez en la vida que me ha sucedido algo semejante. En líneas generales, fue una
sensación agradable y ciertamente divertida para mis sentidos, particularmente
porque tenía la seguridad de que todo era un puro producto de mi mente y que,
además, me encontraba en un entorno protegido.
Esta
experiencia no tiene necesariamente la misma raíz neurofisiológica que las ECM,
pero he decidido relatarla para indicar que ciertas experiencias pueden tener
al menos un origen conocido, como es la inducción hipnótica acompañada de
respiración holotrópica.
No es menos
cierto que otro tipo de situaciones pueden desencadenar experiencias
extracorpóreas particularmente encuadradas en el marco de una ECM, como fue el
interesante caso de Natividad, que lo experimentó al complicarse un parto,
situación, por otro lado, relativamente frecuente. He preferido incluir el
relato completo, que comprende nada menos que dos EEC y dos ECM. Al ser
íntegro, sin aislar la EEC del resto de la historia, se comprende mejor la
evolución de la experiencia. Es un caso excepcional que no he encontrado en ningún
otro texto ni de autores nacionales ni extranjeros:
«Tenía
contracciones muy a menudo, por lo que se esperaba un parto prematuro y así
fue. Rompí aguas quince días antes del final de cuentas, pero los médicos lo
esperaban. Ingresé a las seis de la tarde sin contracciones, pero a las nueve
de la noche una desgarradora contracción que duró mucho más de lo esperado puso
a los médicos en aviso y me llevaron a dilatación. Las contracciones no eran
las habituales que se suelen tener. A mí me daban cada minuto y duraban de
cuarenta y cinco a cincuenta y cinco segundos. Prácticamente eran contracciones
de parto. Me dijeron que la cosa iba a ir rápida, pero no fue así. La noche
anterior la había pasado de falsa alarma en Urgencias y había dormido poco y
mal. Había comido solo una sopa y estaba muy cansada. Pasaban las horas, muy
duras, y para superar el dolor de las contracciones mi mente imaginaba un gran
globo rojo que se iba hinchando poco a poco según el dolor subía de intensidad,
y luego perdía volumen a la vez que el dolor disminuía. A las siete de la
mañana estaba ya agotada y helada de frío, mojada, sedienta, dolorida. Era
totalmente consciente de todo a mi alrededor y sufría enormemente. Pero de
pronto sentí un bienestar indescriptible… ¡Ah, qué descanso, qué maravilla!
¡Cómo lo necesitaba! Me sentía flotar, inmensamente feliz, segura, calentita y
seca… tan bien. Notaba la sensación como muy lejana y me entregué a ella. De
pronto, algo me hizo darme cuenta de que eso no era normal. ¡No podía ser! No
podía estar ocurriéndome eso. Yo estaba pariendo a mi hija entre dolores y no
podía sentirme así. Me asusté, pues creí saber lo que me había pasado. Abrí los
ojos y vi la pantalla de la televisión pegada a mí. En ese momento supe que
había muerto. Miré la habitación… ¡Estaba en el techo! ¡En lo alto! Me vi
muerta en la cama y pude ver a mi marido a mi lado. También vi a mi compañera
de habitación y a su marido, que hasta entonces no los había visto, pues yo
estaba monitorizada, atada en mi cama y con un biombo que me tapaba la otra
cama.
»En ese
momento no sentí pena por mí ni por mi marido, pero sí por mi hija. ¡No podía
morir ahora! ¡Ahora no! Pensaba: “Deja al menos que vea su cara. Que vea que
está bien. Déjame terminar y me iré a la muerte”. El dolor desgarrador que
sentí al saber que había muerto y que no vería a mi hija, que no la vería
crecer, me hizo rebelarme y negarme ante dicha situación y prometí morir, pero
cuando terminara. De pronto, sumergida en ese dolor espiritual tremendo volví
al dolor físico terrenal, volví al frío, volví a la vida. Los médicos entraron
en la habitación, me vieron mirarlos y no me dijeron nada. Yo no podía creer lo
que me había pasado. Pensaba que quizás me habría dormido, o desmayado, pero
no. No perdí la consciencia, no era un sueño. No dejé de ser yo, totalmente
consciente en todo momento.
»Absolutamente
impactada por aquello, sabiendo lo que había experimentado, aún buscaba una
explicación racional. Me sentía muy afortunada y volví a dar mi palabra de
morir cuando terminara el parto. Una hora después volví a sentirme
extremadamente cansada, exhausta, y de nuevo regresó aquella sensación
placentera. Esta vez me enfrenté a la muerte con los ojos abiertos. Vi cómo
empezaba nuevamente a flotar y a elevarme mientras mi cuerpo quedaba en la
cama. Nadie parecía darse cuenta de nada, pero yo era consciente de que había
vuelto a morir. Acepté resignada, pero una sensación de impotencia se fue
apoderando de mí, como cuando alguien te gana injustamente haciendo trampas.
Aceptaba, pero no era justo. No había terminado, no había visto la carita de mi
hija… Y ese tremendo dolor por separarme de ella sin conocerla me desgarraba.
Dentro de mí solo se repetía: “¡Déjame terminar! ¡Déjame ver que está bien!
¡Solo un momento, por favor! ¡Déjame verla!”. Y de nuevo volví al dolor físico,
extremo, de una contracción, y supe que otra vez había regresado a la vida, al
frío… Solo sabía repetir dentro de mí: “Gracias, gracias, gracias”.
»Esta segunda
experiencia sucedería sobre las ocho de la mañana. Mi hija nació a las once
menos doce minutos. Yo no sé de dónde salieron las fuerzas para resistir, pero
en cuanto pude verla me sentí feliz y satisfecha. Y me entregué a lo que fuera,
porque pensaba que iba a morir y lo hacía feliz. Mi sorpresa es que sigo aquí,
entre vosotros, que he podido ver crecer a mi hija, que es un regalo y un
milagro para nosotros y que creo que el amor me devolvió a la vida o que vivo
porque lo único que me ataba a la vida en aquel momento era dar vida. Dar la
vida a mi amor hecho carne, no lo sé. Solo sé lo que viví, lo que sentí, por lo
que no quise morir, pues os aseguro que nadie querría volver de allí. Morir es
como volver de nuevo a casa. No hay mejor sensación, allí donde eres amado,
protegido, donde siempre te esperan… Yo sentí algo así».
POSIBLES EXPLICACIONES NEUROFISIOLÓGICAS
El psiquiatra
austriaco Menninger-Lerchenthal tendió un puente para iluminar los puntos
oscuros en relación a las EEC que existían entre la parapsicología y la
neurofisiología. En una serie de publicaciones entre 1946 y 1961 dedicadas a la
heautoscopia, lo que los alemanes han denominado tradicionalmente doppelgänger,[7] observó que muchas nociones
esotéricas respecto a un segundo cuerpo y los modelos neuropsiquiátricos que
provocan la ilusión de separación entre la mente y el cuerpo se encontraban en
íntima relación con los conceptos tradicionales de «esquema corporal» así como
con los de «miembro fantasma».
Heautoscopia:
la persona se ve a sí misma desde una posición superior. Por el contrario, en
el «viaje astral», la persona tiene la sensación de «desprenderse» de su cuerpo
saliendo hacia arriba pero mirando hacia el techo.
Para Cook, el
que una persona haya experimentado una experiencia heautoscópica y haya podido
observar, por ejemplo, las actividades de un equipo médico flotando sobre su
cuerpo durante una operación o durante unas maniobras de resucitación supondría
que la retina del ojo estuviese activa para grabar dichas imágenes y pasar
dicha información al córtex visual del cerebro. Todo ello apoyado por los demás
sistemas de soporte, como, por ejemplo, venas, arterias, glándulas y un sinfín
de estructuras anatómicas. A este autor la sola idea de poder visualizar lo que
sucede en derredor sin el correspondiente sistema neurofisiológico le parece
simplemente absurda. Afirma, sin tapujo alguno, que las EEC y las ECM son un
producto directo de nuestra mente.
Para Irwin las
EEC son el efecto de una interacción entre una disminución de los procesos de
atención y la pérdida de procesos somáticos de alerta. Las sensaciones de
desconexión del cuerpo se pueden producir durante la atenuación de las entradas
sensoriales y de las señales somáticas como, por ejemplo, en un tanque de
aislamiento sensorial. La sensación de desconexión del cuerpo parece verse
afectada por un proceso de recodificación cognitiva preconsciente, ya que
involucra la transformación de una idea abstracta y no verbal de consciencia
eviscerada en una nueva imagen de consciencia generalizada somatoestética de un
yo estático y flotante. Esta imagen somatoestética puede ser afectada por
procesos cognitivos más amplios de tipo sinestésico. Este autor define la
sinestesia como la transformación de una experiencia (perceptual o imaginaria)
desde un sentido a otro. El principal postulado de la teoría de Irwin, de 1985,
es que muchas características de las EEC son producto de la transformación
sinestésica de la imagen básica somatoestética del yo eviscerado. Para este
autor, la forma más común en la que se presenta esta transformación es
directamente en una imagen visual. Asimismo, el mismo proceso se aplica en
otras sensaciones relacionadas con las EEC en cualquier otra modalidad
sensorial. En palabras más simples: las EEC serían experiencias cruzadas de
imágenes originales, y durante este proceso se recuperaría información desde la
memoria y se modificaría, para construir una perspectiva que implicase a un
punto de visualización externo al propio cuerpo.
Algunos
autores como Allan Cheyne creen haber demostrado que la estimulación directa
del córtex vestibular cerebral genera alucinaciones similares a las
experiencias extracorpóreas. Sus resultados parecen apuntar, basándose en
evidencias neurofisiológicas, que las experiencias extracorpóreas podrían
producirse después de una ruptura en la estructura de sensaciones corporales
normales debido a alteraciones vestibulares-motoras y precursoras de
experiencias de tipo autoscópico. Es decir, que aunque las experiencias
extracorpóreas han sido tradicionalmente atribuidas al mundo espiritual inmerso
en un universo dualista relacionado con el espíritu humano de género
sobrenatural, podría ser posible, según este autor, que al menos cierta parte
de los síntomas relacionados con dicha experiencia se pudiesen explicar desde el
punto de vista exclusivamente neurofisiológico. Ahora bien, este tipo de
estudios lógicamente no explican cómo es posible que las personas que
supuestamente se encuentran fuera de su cuerpo sean capaces de visualizar
situaciones u objetos localizados en lugares lejanos.
Este autor
defiende que se trata de un proceso igual a las alteraciones, por ejemplo, de
la amígdala cerebral, que pueden provocar parálisis del sueño y generar
alucinaciones consistentes de índole visual («visitantes de dormitorio»),
auditivas o táctiles que, en su conjunto, llevan al paciente a sentir que está
siendo objeto de una agresión sexual o de otra naturaleza. Otras alteraciones
del córtex vestibular cerebral pueden provocar experiencias extracorpóreas.
En relación a
este tipo de alteraciones neurofisiológicas, se ha especulado mucho acerca de
la relación entre epilepsia y EEC. Sin embargo, en algunos estudios como el de
Orrin Devinsky, en 1989, se apreció que tan solo un 6 por ciento de los
pacientes con ataques epilépticos mostraban también experiencias
extracorpóreas. No solo esto, sino que en este reducido porcentaje de personas
el fenómeno se daba tan solo una vez, lo que sugiere que esta actividad anormal
del cerebro o no es necesaria o no es suficiente para producir una EEC. Ya en
1876 Maudsley había apuntado que algunas de las alucinaciones de los insanos
tienen su origen en lo que podríamos llamar alucinaciones motoras. «Una
alteración en los centros nerviosos de intuiciones motoras genera en la
consciencia una falsa ilusión de la condición muscular. De esta manera un
individuo que se encuentre postrado en una cama cree que vuela por el aire o
imagina sus piernas, brazos o cabeza separados de su cuerpo […]. Tiene
alucinaciones de los sentidos cuando existe una alteración de los centros
nerviosos».
A este
respecto resulta de interés el testimonio de Cristina, una persona que padece
epilepsia: «He tenido varias experiencias extracorpóreas, pues sufro de
epilepsia. La que más recuerdo ocurrió una mañana tranquila, aún dormida. Comencé
a convulsionar sin apenas tiempo para reaccionar. Cuando me quise dar cuenta,
mi madre y mi tía me atendían encima de la cama. Mientras tanto yo las veía
desde la puerta de la habitación. Incluso veía cómo mi cuerpo convulsionaba y
cómo mi madre me metía una sábana en la boca para que no me mordiese la lengua.
Siempre viéndolo desde la puerta, como una proyección de una película. Más
tarde, recuerdo ver a uno de mis primos venir corriendo hacia la habitación
para ver qué ocurría y atravesar mi cuerpo etéreo hasta llegar a la cama, donde
todavía seguían atendiendo mi cuerpo físico».
También
parecen existir numerosas variantes de las EEC, como son las experiencias de
movimientos ilusorios (IME, Illusory Movement Experiences) que podrían
terminar de explicar, al menos en parte, las EEC encuadradas dentro las
alteraciones vestibulares y que dan origen a las siguientes sensaciones:
1.
Flotar.
2.
Volar.
3.
Caer.
4.
Rotar.
5.
Elevarse.
No podemos
olvidar que las EEC se caracterizan, a su vez, por presentar tres ejes:
1.
Sensación
de separación de nuestro propio cuerpo.
2.
Ver
nuestro propio cuerpo desde el exterior (autoscopia).
3.
Situación
elevada del observador.
Lo que en
definitiva produce esta triada de síntomas no es otra cosa que una sensación de
separación espacial del yo observador respecto al cuerpo, tal como afirmó
Brugger en 2002.
Asimismo,
existen otras EEC que podríamos llamar parciales como, por ejemplo:
1.
Experimentar
la sensación de salir del cuerpo sin llegar a ver el propio cuerpo desde un
punto de vista externo.
2.
Ver
lo que suponemos es nuestro propio cuerpo desde un punto de vista externo, sin
sensación de haberlo abandonado o habernos separado del mismo.
3.
Experimentar
ambas situaciones.
También
deberíamos distinguir entre:
1.
La
sensación de estar fuera del cuerpo basada en lo que nuestros sentidos nos
dictan (OBF, Out of Body Feelings).
2.
Y
la autoscopia fuera del cuerpo basada en la perspectiva visual que poseemos
durante la experiencia (OBA, Out of Body Autoscopy).
Para otros
autores, como Irwin, hay que saber distinguir entre ver el doble de uno mismo y
la sensación de estar fuera del cuerpo y ver nuestro cuerpo físico. Es decir,
en el primer caso la consciencia se encuentra dentro del cuerpo primigenio y ve
un doble, mientras que en el segundo caso la consciencia parece salir del
cuerpo y ve el cuerpo físico original.
No son pocos
los autores que relacionan las experiencias extracorpóreas con fenómenos
derivados de episodios generados por la parálisis del sueño, como Olaf Blanke.
Otros, como Taylor, identifican estas experiencias con las personas que
preconizan sus habilidades de salir fuera del cuerpo y visitar lugares remotos,
casi siempre en decúbito supino y en los momentos intermedios entre la vigilia
y el sueño como una habilidad que, simplemente, se puede llegar a desarrollar.
Otro autor, llamado Oliver Fox, fue uno de los primeros en describir una
técnica más o menos eficaz para mandar el cuerpo a dormir mientras la mente
todavía está despierta. Allan Cheyne postula que las experiencias
vestibulares-motoras son el resultado de informaciones falsas y conflictivas
acerca de la posición, la actitud del propio cuerpo y de algunos de sus
movimientos, que a su vez pueden interferir con otras fuentes sensoriales de
fondo o quizás con la información de su ausencia.
En definitiva,
las experiencias extracorpóreas tienen mucho en común con, por ejemplo, el
fenómeno del miembro fantasma, donde existe un fallo de integración de las
capacidades táctiles, vestibulares, motoras y visuales del propio cuerpo con
implicaciones de regiones cerebrales relevantes como son las parietales,
temporales y frontales. En ambas se tiene la certeza de que lo que se está
viviendo es totalmente real.
En las
experiencias autoscópicas también se tiene la seguridad de que la persona que
se está viendo, por ejemplo, justo debajo, es uno mismo, aunque no se
corresponda ni la apariencia ni el aspecto físico ni la edad, color o aspecto
del cabello. En realidad, lo que la persona parece ver es un cuerpo que
posteriormente identifica como «sin alma». A este respecto llama la atención la
experiencia sufrida por Maika: «Después de tener a mi niño pude irme para casa
en perfecto estado de salud. Sin embargo, a los pocos días comencé a tener
fiebres muy altas y tuve que volver al hospital. Me ingresaron para hacerme una
serie de pruebas. Mi estado empeoró y me tuvieron que trasladar a la UCI, donde
estuve treinta y dos días en coma. Llegué a tener hasta tres paradas cardiacas
y me reanimaron otras tantas veces. Durante las paradas llegaba a observar a
los médicos desde lo alto mientras me encontraba fuera de mi cuerpo. Era
desesperante porque les gritaba que no estaba muerta, pero nadie podía oírme.
Fue algo sumamente desagradable. No llegué a ver ni túnel ni luz ni cualquier
otra cuestión propia de las ECM».
Si atendemos a
los neurólogos más ortodoxos, tendríamos que denominar estas experiencias,
coloquialmente, como arrebatos de las intuiciones motoras centrales o
alteraciones de representación de la información del estado actual del cuerpo
respecto a su postura, movimiento y orientación gravitacional.
También
existen EEC parciales. Es decir, una duplicación no solo del cuerpo completo,
sino solamente de un brazo o una pierna. Por último, el avance en las
investigaciones en este campo de la neurología y de sus mecanismos cognitivos
nos procurará una comprensión mayor de las complejas y extrañas distorsiones
corporales que se presentan en los pacientes psicóticos.
Algunos
autores, como Russell Noyes, han afirmado que los estados de despersonalización
que se dan durante las ECM son tan solo un mero mecanismo de protección frente
al estrés de enfrentarse a la muerte. Sin embargo, otros autores como Glen
Gabbard y Stuart Twemlow realizaron, en 1984, una cuidadosa comparación con las
experiencias subjetivas de despersonalización respecto a las experiencias
extracorpóreas que caracterizan las ECM. Encontraron diversas diferencias
fundamentales, por ejemplo: la experiencia subjetiva de despersonalización
suele acarrear una sensación desagradable y de pérdida de contacto con la realidad,
mientras que las personas que están sufriendo una ECM suelen encontrarla
agradable y la viven con una sensación de intensa realidad.
Asimismo, la
despersonalización involucra un desapego del cuerpo que es subjetivamente
distinto de la experiencia extracorpórea propia de las ECM, tal y como
concluyeron todos estos investigadores.
OTRAS MANERAS DE GENERAR UNA EXPERIENCIA
EXTRACORPÓREA
Algunos
investigadores han llegado a reproducir, mediante la estimulación por
electrodos de ciertas zonas del cerebro, sensaciones que remedan ciertos
síntomas vestibulares que ocurren en las EEC, como, por ejemplo, la sensación
de dar vueltas o caerse y deslizarse. Otros han identificado qué lesiones en
los lóbulos parietales y temporales reproducen el mismo tipo de síntomas.
Algunos de los estudios más llamativos son, sin lugar a dudas, los de Olaf
Blanke (2002) y Todd Girard (2007), en los que aprecian que algunos pacientes
llegan a tener la sensación de desplazarse varios metros desde su posición
original y, en algún caso, sentir que se encuentran localizados fuera de la
propia habitación. Resulta interesante hacer notar que la mayor parte de las
personas que llegan a tener una experiencia extracorpórea suelen encontrarse en
la posición de decúbito supino y no en alguna otra como, por ejemplo, mientras
están de pie.
Si intentamos
interrelacionar todos estos síntomas y su origen neurofisiológico, podríamos
construir algún tipo de hipótesis. Por ejemplo, que todo el proceso comience
con una experiencia de movimiento ilusoria (IME) que fuese incrementándose y
que eso diese lugar a la sensación de estar fuera del cuerpo. Y todo ello
podría crear las condiciones idóneas para la corroboración visual de una
experiencia autoscópica. Hay que dejar claro que no siempre tiene que producirse
la secuencia de esta manera, sino que en ocasiones se altera el orden.
Sin embargo,
respecto a esta corroboración de la experiencia extracorpórea por parte de
observadores independientes, detalle que sería fundamental para entender la
naturaleza excepcional de este tipo de cuestiones, los estudios han sido
diversos. Quizá los más importantes sean los realizados por Cook, Greyson y sus
colaboradores en 1998, en los que aseguran haber confirmado relatos de personas
que habían percibido eventos en la distancia. No parece menos llamativo el
estudio realizado por Hornell Hart en 1958. Analizó 288 casos de personas que
habían sufrido una experiencia extracorpórea y que, a su vez, habían reportado
eventos en la distancia que ellos mismos no podrían haber percibido de manera
natural. El autor afirma haber verificado, entre los casos anteriores, 99
relatos en los que la experiencia había sido reportada a una tercera persona,
como testigo, antes de producirse dicha verificación.
Una de las
historias más curiosas respecto a la percepción de situaciones o eventos a
distancia durante las EEC es la del psicólogo de la Universidad de Davis
Charles Tart, en 1968. Este psicólogo estudió a una niñera a la que llamó «Miss
Z», la cual proclamaba que salía fuera de su cuerpo durante el sueño. Incluso
decía ser capaz de darse unas vueltas por la habitación pegada al techo y que,
finalmente, volvía a su cuerpo. El psicólogo, movido por la curiosidad, invitó
a la niñera a quedarse en su casa mientras dormía, monitorizada con un
electroencefalógrafo. Durante este tiempo, Tart colocaba sobre una estantería
un papel con un número de cinco cifras escrito. Lo cierto es que las tres
primeras noches no ocurrió nada. Sin embargo, a la cuarta, mientras la niñera
era observada muy de cerca por parte del psicólogo, ella despertó y pudo decir
el número de cinco cifras que tan celosamente Charles Tart había escondido.
Quizás fueron esos tres días los que la niñera necesitó para encontrar un
método con el que burlar al psicólogo en cuestión, pero lo cierto es que, según
el profesional, tomó todo tipo de precauciones para que esto no ocurriera.
Es interesante
hacer notar que su EEC ocurrió acompañada de un patrón fisiológico propio de la
etapa I del
sueño, que consiste fundamentalmente en ondas de bajo voltaje tipo alfa, lentas
y en ausencia de la fase de movimientos rápidos oculares (REM), característicos
del momento onírico del sueño.
Un caso
ciertamente similar al descrito por Tart es el que me describió Laura, una
mujer de mediana edad que decía sufrir viajes astrales con cierta frecuencia:
«Tengo viajes astrales cuando duermo. Al comienzo de mis experiencias pasaba
tanto miedo que prefería no dormir. Sin embargo, después me empezó a dar mucha
paz. También he pasado por ese túnel y he llegado a encontrarme en lugares que
no conozco y donde me invade la tranquilidad. No he estado en coma ni tampoco
internada, pero asocio todos estos testimonios a los de las personas que han
sufrido una ECM. Sé cuándo mi alma se está elevando, ¡es algo inexplicable! Una
noche salí de mi cuerpo y anduve deambulando por mi casa. Mi perra me ladraba
como una loca porque me veía en el aire. Y al estar en esta situación me sentía
incapacitada de poder hablarle y explicarle que no estaba muerta. Al día
siguiente me despierto y mi hermano me dice: “¿Oíste cómo ladraba la perra
anoche? Me tuve que levantar a ver si había ladrones y no vi nada”. Eso me
erizó la piel, porque yo bien sabía por qué ladraba».
Otra
experiencia que parece aunar lo extracorpóreo con la etérea sensación de
realidad es la relatada por Pilar: «Mientras me encontraba en coma en la UVI
del hospital, pude ver cosas que ocurrían alrededor. Por ejemplo, cuando
recuperé la consciencia pregunté si mi hija se había desmayado al verme
entubada, y me lo confirmaron. También pude percibir cómo un enfermero tuvo que
someterse a una operación quirúrgica de urgencia, y así había ocurrido».
A menudo suele
repetirse ese patrón no solo de EEC, sino de actividades que parecen confirmar
acontecimientos que se producen en sitios más o menos lejanos. Este supuesto de
hipotético desplazamiento de la consciencia es justamente el propósito del
Proyecto AWARE del doctor Sam Parnia, que todavía se encuentra, en el momento
de escribir este libro, en pleno proceso de ejecución. Su finalidad es la de
probar que las personas que sufren una EEC desplazan sus consciencias hasta el
punto de que pueden ver o percibir acontecimientos que suceden fuera de su
campo visual. Es el caso de Antonio, que relata cómo, durante un accidente, tuvo
una EEC acompañada de un desplazamiento de consciencia que le permitió
visualizar otras cuestiones: «Cuando era niño me caí desde una rama de un árbol
y me di un fuerte golpe contra el suelo en la ceja. Luego, todo estuvo oscuro.
De repente aparezco a metro y medio del suelo, como si fuese un espectador de
lo que ocurría. Llego a ver cómo un amigo sale corriendo para avisar a mi
madre. Un instante después aparezco en la sala de profesores donde se
encontraba mi madre y veo cómo llega mi amigo y se lo comunica a mi madre, y
también observo cómo salen todos corriendo hacia donde estaba mi cuerpo. Veo
cómo mi madre se mete entre los niños y cómo me levanta. Luego, todo oscuridad
otra vez. Desperté varios minutos después, camino al hospital».
Otro estudio
realizado por Karlis Osis, en 1980, de ser cierto resultaría auténticamente
espectacular, ya que este investigador trabajó con una persona que aseguraba
experimentar las EEC a voluntad. El experimento consistió en mantenerle
reclinado con los ojos cerrados y pedirle que intentase ver una imagen que se
generaba de manera aleatoria en otra habitación, fuera de su campo visual. No
solo esto: para evitar cualquier manipulación del experimento la imagen solo
era visible justo enfrente de una pequeña ventana. Asimismo se instaló un
sensor de campos eléctricos dentro de una cápsula blindada electrónicamente en
el único punto en el que visualmente se podía ver la imagen. Se hicieron 197
pruebas, de las que no menos de 114 fueron correctas, y lo más llamativo es que
el sensor de campos eléctricos reportaba actividad en aquellos momentos en que
la persona acertaba con la imagen, mientras que cuando se equivocaba no existía
dicha tensión eléctrica. Esto supuestamente demuestra, según el trabajo de
estos autores, que las visiones que experimentan algunas personas en sus
experiencias extracorpóreas pudieran ser algo más que subjetivas.
Otro caso
llamativo es el descrito por Cook en 1998, en el que un paciente que se
encontraba totalmente anestesiado momentos antes de sufrir una intervención
cardiaca dijo haber experimentado una experiencia extracorpórea pudiendo
observar cómo el cirujano movía los brazos como si intentara volar. Ante la
sorpresa de tal comentario, el investigador habló con el cirujano que le operó,
quien le aclaró que para evitar cualquier contaminación en las manos ya lavadas
las solía apoyar sobre el pecho, antes de comenzar la cirugía, dando
instrucciones a su equipo mediante movimientos rápidos de sus codos, con lo que
evidentemente producía una sensación visual de aleteo.
Respecto a las
visiones durante las EEC es interesante comentar que los individuos sanos entre
los que predominó la experiencia visual (un 70 por ciento aproximadamente)
también eran proclives a presentar experiencias sinestésicas, en contraposición
a aquellos otros cuyo abandono del cuerpo no se acompañaba de impresiones
visuales. Esta observación pone en jaque algunas teorías de generación de
imagen durante las EEC, y parece más bien sugerir un origen sinestésico de
aquello que se ve desde un punto distinto, que podría ser construido en nuestra
mente a partir de lo que se siente o escucha.
Según algunos
autores, como Cheyne, sería comprensible que las experiencias de movimientos
ilusorias fuesen las que provocan alucinaciones como, por ejemplo, alejarse de
la cama. Fox, en 1962, describe cómo algunas personas que seguían su técnica
podían literalmente llegar a levantarse y salir caminando mientras el cuerpo
seguía tendido en la cama.
En otras
ocasiones se puede responsabilizar a algún tipo de alteración neurofisiológica
como, por ejemplo, la que refiere Leyls Overney en 2009 respecto al caso de un
paciente que presentaba EEC prácticamente a diario, debido a una tetraplejia
generada por una enfermedad desmielinizante de la médula espinal y cuyo
detonante había sido el consumo de cannabis, prescrito para aliviar sus dolores
espásticos. Este mismo autor llama la atención sobre la aparente relación que
existe entre ciertas pérdidas motoras y la exhibición de EEC, por ejemplo, en
la parálisis del sueño o bajo el efecto de ciertos anestésicos.
Resultan
llamativas algunas otras alteraciones del esquema corporal, como la aparición
de múltiples miembros fantasma relacionados con ciertas enfermedades
neurológicas, como por ejemplo la esclerosis múltiple. Así, en ocasiones las
múltiples EEC preceden a los primeros signos de acolchamiento sensorial y a las
dificultades motoras.
En el contexto
de las ECM se ha especulado que las visiones oníricas que la persona
experimenta no son otra cosa que una intrusión de fases REM del sueño (Nelson,
2006), acompañadas de otros síntomas propios de la parálisis del sueño, como
sensación de inmovilización, consciencia de lo que sucede alrededor, sensación
de presencias y de peligro inminente, al igual que, en ocasiones, la sensación
de salir fuera del cuerpo. Para estudiar esta posibilidad Nelson reunió a un
grupo de personas que habían sufrido ECM y durante la entrevista les hizo
cuatro preguntas relacionadas con las intrusiones REM del sueño: alucinaciones
visuales hipnagógicas o hipnopómpicas (son las alucinaciones que se tienen con
los ojos abiertos al comenzar o al terminar el sueño), alucinaciones auditivas
hipnagógicas o hipnopómpicas, parálisis del sueño (la persona se encuentra
despierta pero es incapaz de moverse) y cataplexia (pérdida súbita de tono
muscular durante la vigilia hasta el punto de caerse al suelo). Las respuestas
positivas en al menos tres de estas cuestiones abundaron entre aquellas
personas que habían sufrido una ECM.
Fases del
sueño (REM).
Sin embargo,
Greyson critica ciertos aspectos de este estudio, ya que las personas habían
sido localizadas a través de internet y podría ser comprensible, hasta cierto
punto, que algunas de ellas estuvieran deseosas de generar respuestas que
suscitasen interés al entrevistador. Más aún, según Greyson, el grupo control,
que fue reclutado entre el personal médico de un hospital, pudo ser poco
proclive a expresar la presencia, por ejemplo, de alucinaciones a otro
compañero que se encontrase realizando un estudio al respecto. Así, en este
grupo control tan solo un 7 por ciento afirmó haber sufrido alucinaciones
hipnagógicas en algún momento de su vida, cuando la prevalencia de este tipo de
alteración llega a estar presente en la cuarta parte de la población general.
Otros factores
por los que se podría rechazar la influencia de las fases REM intrusivas son
que, por ejemplo, si bien ambas situaciones presentan síntomas en común, no es
menos cierto que las ECM también se presentan cuando el paciente se encuentra
sometido a intensa dedicación, como durante una anestesia, que de todos es bien
sabido que inhibe totalmente la fase REM del sueño.
Resulta en
cualquier caso de sumo interés mencionar que son numerosas las personas que nos
consultan a los profesionales de la mente por este tipo de cuestiones, como las
alucinaciones vinculadas a estados relacionados con el sueño. Incluso en
ciertas ocasiones dando por hecho que este tipo de fenómenos no podría ser otra
cosa que algo relacionado con lo paranormal. En muchos casos se hace gala de un
importante desconocimiento de estos hechos, como ocurrió con Daniel, que me
comentaba: «Hace cosa de dos meses estaba en el cuarto de mis padres, por la
tarde, y sin darme cuenta me quedé dormido. Abrí los ojos y estaba tumbado en
la cama mirando hacia el techo sin poder moverme y automáticamente quise
incorporarme, pero me sentía muy pesado. Sentí cómo algo me tiraba hacia arriba
desde el pecho pudiendo así incorporarme muy lentamente en la cama. Era muy
consciente de todo lo que veía y me pasaba, y sabía que si miraba hacia atrás
vería mi cuerpo tumbado en la cama con los ojos cerrados. Me asusté tanto que
me desperté. Lo más raro es que luego no tenía fuerzas para hacer nada, me
sentía muy agotado».
El estado
fisiológico y psicológico que a menudo acompaña a estos fenómenos suele ser
bastante angustioso, ya que la persona puede tener los ojos abiertos y ser
consciente de lo que sucede a su alrededor. Sin embargo, la propia intromisión
REM en ese estado puede hacerle ver una serie de cosas que, evidentemente, tan
solo existen en su imaginación. Dentro de este contexto muchas personas creen
haber sido víctimas de abusos sexuales y este mismo hecho ha dado origen a la
antigua leyenda de la existencia de íncubos y súcubos, seres propios de la mitología
onírica que se aprovechaban sexualmente de sus víctimas mientras las
inmovilizaban en la cama, lo que no era otra cosa que la propia parálisis del
sueño que se da en estos casos y que llena de angustia a quien la padece, ya
que parece que uno queda inmovilizado por estos perversos pero imaginarios
seres.
Parálisis del
sueño. En ocasiones, estados oníricos se entremezclan con la vigilia dando
lugar al «soñar despierto». La aparición de íncubos y súcubos puede hacer acto
de presencia.
Sin embargo,
otras personas cultivan y recrean este tipo de experiencias a voluntad propia,
como es el caso de Hilario: «Lo que voy a contar solo lo saben mi esposa y dos
amigos íntimos, aparte de mi madre, que en paz descanse. Era el mes de abril
del año 1993 y mi abuela estaba enferma. Mis padres y mis hermanos se habían
ido al chalé y yo me había quedado en la casa de la ciudad, para cuidar de mi
abuela durante el fin de semana. Era una tarde muy tranquila y silenciosa de
fin de semana. Mi abuela estaba durmiendo en su cuarto y serían sobre las
cuatro de la tarde. Me dije: “No tengo nada que hacer, así que a meditar”. Me
fui a mi cuarto y se vino conmigo el perro. Me tumbé en la cama y vi cómo mi
perro se tumbaba también en la cama de al lado y se hacía un bolillo. Cerré los
ojos e intenté meditar como ya había hecho otras tantas veces. La situación era
perfecta: ningún sonido, nadie que me pudiese molestar, la persiana bajada y
buena temperatura.
»Tengo que
señalar en este punto una cosa, y es que recuerdo que las últimas veces que
meditaba, cuando conseguía dejar el cuerpo sin tacto y la mente despejada de
cualquier idea, me daba a mí mismo por empujar hacia fuera. Quiero decir, no
empujar mi cuerpo, sino que yo mismo hacia fuerza para intentar salir. No sé
por qué me dio por esto, pero así es. Quizás porque llegué a un punto que ya
controlaba y quería algo más. Ese día medité largamente. Quizás un par de horas
y me ocurrió algo que nunca me había sucedido: ¡Me dormí! Al despertar no quise
abrir los ojos. De hecho, todavía estaba en la misma postura de meditación y
realmente el cuerpo era como si no lo tuviese. Ya no lo sentía después de dos
horas. En ese momento decidí de nuevo empujar (siempre que recuerdo esto se me
pone la piel de gallina) hacia afuera y me di cuenta de que podía continuar
empujando y empujando hasta que me sentí salir del cuerpo con una suavidad como
cuando introduces muy suavemente la palma de la mano sobre una superficie calma
de agua. Me sentía justo encima de mi cuerpo, pero también en la misma pose,
así como un cosquilleo de una intensidad bestial que me circundaba.
»Todo era muy
placentero y me llenaba de paz. La intensidad de este cosquilleo aumentaba y
solo puedo compararlo a como cuando te emocionas y sientes un cosquilleo que te
hace vibrar. Era algo similar, pero de una intensidad increíble y rodeándome
por todas partes. Al oír ladrar a mi perro quise terminar con esto, así que fue
como si volviese a mi estado y fui abriendo los ojos muy lentamente. La
vibración que me rodeaba todavía se producía y notaba cómo se iba apagando poco
a poco.
»Me quedé
mirando a mi perro, que estaba en la cama en postura de alerta observándome
fijamente, como sorprendido. Tengo que decir que, a partir de ese día, ya nunca
fui el mismo.
»Mi abuela
falleció ese mismo año y ya nunca más pude conseguir llegar a ese estado. Lo
intenté unas veces más, pero no salió. Busqué la explicación en diversos libros
hasta que en uno encontré la posible respuesta: “Cuando vayas a meditar hazlo
como una experiencia personal, sin intentar conseguir nada en concreto, hazlo
de forma desinteresada porque si anhelas conseguir algo, tu anhelo y tus prisas
por alcanzarlo te harán fracasar”».
Es tal el
interés que existe dentro del campo de la neurofisiología respecto a las
experiencias extracorpóreas que uno de los principales investigadores a nivel
mundial, el profesor Nicholas Wade, apunta que este tipo de fenómenos son un
verdadero acicate para progresar en este campo.
Estemos o no
de acuerdo con las hipótesis de origen neurofisiológico, no es menos cierto que
las EEC nos proveen de un paradigma empírico y de una ilustración respecto a lo
que la mayor parte de las personas identifican con la relación entre el cuerpo
y el alma. Es decir, que las sensaciones de estar fuera del cuerpo rompen y
separan la estructura del yo y del cuerpo para que luego las experiencias
autoscópicas acaben rematando, mediante comprobación visual, que se ha
producido una separación corporal en el espacio. Si a todos estos síntomas los
acompañamos por una sensación de flotación y de ligereza, tenemos en nuestras
manos lo que tradicionalmente hemos denominado alma, en la experiencia de una
persona que se ha convertido en una especie de espíritu etéreo que habita un
cuerpo, pero que no necesariamente se siente identificado con el mismo.
La creencia de
que el alma puede existir independientemente del cuerpo nos hace llegar a la
conclusión de que puede habitar en otros cuerpos, incluso desplazar a otras
almas o compartir el cuerpo con otra. Estas creencias espirituales son
prácticamente universales y aparecen en todo tipo de culturas, desde el Ártico
hasta los trópicos, y se asocian, muy frecuentemente, con la noche y los
sueños. Asimismo, constituyen un material casi infinito para multitud de
novelas, películas y obras de teatro donde las almas de los muertos colonizan a
los vivos o bien se hacen notar en el mundo terrenal.
Atwater llama
la atención, en un estudio de 1992 sobre 277 niños, muchos de los cuales habían
padecido una experiencia extracorpórea, que posteriormente, en la edad adulta,
presentaban problemas para reintegrar su yo en el cuerpo físico, así como
problemas de relación social.
Llama la
atención, en otro estudio realizado por Blackmore en 1998, sobre niños que
padecen crisis cerebrales anóxicas reflejas (espasmos del sollozo), las cuales
provocan falta de irrigación cerebral momentánea sin mayores consecuencias para
la salud, dada su brevedad, que el único niño que presentaba un gran número de
síntomas (once) compatibles con las ECM tenía una madre que había padecido
experiencias extracorpóreas y un par de ECM, una de ellas durante el propio
parto del niño, lo que podría llevar a pensar, desde el escepticismo más puro,
en la posibilidad de la existencia de alguna carga genética y neurológica que
facilitase este tipo de síntomas por línea familiar.
Algunas de
estas experiencias extracorpóreas llegan a producirse en individuos de muy
corta edad. Blackmore, por ejemplo, relata el caso de un niño de tan solo dos
años de edad que al caer por las escaleras pudo verse a sí mismo sobre el suelo
mientras flotaba por encima de su cuerpo, que en ese momento convulsionaba.
Curiosamente, este mismo niño vivió otra experiencia extracorpórea años más
tarde, en el colegio. Me resulta curioso que a Blackmore, que es célebre por su
severo escepticismo acerca de este tipo de temas, le llamen la atención, casi
de manera anecdótica, dos episodios del mismo niño descrito en el párrafo
anterior. En uno de ellos el infante afirmaba que, durante el minuto y medio
que había estado sin pulso en otro episodio años más tarde, había podido ver a
sus padres y a su hermana mientras se inclinaban sobre su cuerpo inerme sobre
el suelo. En otra ocasión, sufrió un ataque mientras le practicaban un análisis
de sangre en un entorno hospitalario, por lo que pudo ser monitorizado con un
electrocardiógrafo de manera muy rápida. El aparato confirmó la ausencia de
latido cardiaco durante varios segundos. Blackmore comenta, como si no quisiera
darle importancia, que el niño había visto durante el episodio de inconsciencia
cómo le ponían una inyección y cómo la enfermera cambiaba de sitio a su osito
de peluche y que, incluso, pudo ver cómo levantaba sus piernas. Lo sorprendente
del caso es que Blackmore, a pesar de su escepticismo, llega a decir: «Es bastante
posible que algo dejara el cuerpo y viese la escena desde arriba o que
la experiencia extracorpórea no fuese otra cosa que una reconstrucción de los
eventos por parte del cerebro desde una perspectiva de vuelo de pájaro,
basándose en las sensaciones de la inyección y de los sonidos en torno a sí
mismo». Igual de llamativa es la siguiente reflexión: «Debo decir, en cualquier
caso, que mover un osito de peluche no produce mucho ruido. De hecho, la madre
del niño comentó cómo la enfermera deslizó el osito sobre el suelo pulido hasta
emplazarlo debajo de la cama». También es verdad que Blackmore comenta que sin
observadores independientes este hecho tan solo puede ser relegado a la
categoría de anécdota.
Ring comparó,
en 1984, a dos grupos: uno formado por personas que habían sufrido una ECM y
otro que había avistado ovnis en algún momento de su vida. Resulta llamativo
que si bien el grupo que ha vivido las ECM es el que más experiencias
extracorpóreas presenta, también es cierto que hasta un 61 por ciento de los
que dicen haber visto o tenido contacto con naves extraterrestres también han
atravesado experiencias extracorpóreas.
OTRAS DIMENSIONES, ESTADOS ALTERADOS DE
CONSCIENCIA Y EEC
A principios
del siglo XX
comenzaron algunos matemáticos avanzados a especular con la existencia de una
cuarta dimensión. Estructura que, además, podría explicar la desaparición
brusca de objetos desde este mundo. Cada vez es mayor el número de físicos que
se inclinan a aceptar la posible existencia de otras dimensiones o hiperespacios
análogos al sistema en el que vivimos, aunque sean inaccesibles o invisibles el
uno con respecto al otro.
La posible
existencia de estas dimensiones invisibles e inaccesibles ha sido caldo de
cultivo para filósofos y teólogos a la hora de establecer todo tipo de
hipótesis, incluida el que dos de estas dimensiones pudieran estar
temporalmente comunicadas una con la otra. El problema parece generarse al
intentar descubrir si realmente hay diferentes dimensiones inaccesibles entre
sí. Una hipótesis podría considerar que se accede a estas dimensiones durante
estados mentales alterados, propios de momentos privilegiados.
Los físicos,
hoy en día, han desarrollado teorías acerca de los agujeros negros y la
antimateria y de cómo ciertas entidades subatómicas se relacionan con otras
dimensiones. El hecho de que pudieran existir otras dimensiones podría dar
explicación, entre otras cosas, a la supuesta habilidad para desplazarse fuera
del cuerpo y ver cosas que suceden en otras estancias, en ocasiones a kilómetros
de donde está ocurriendo la ECM. A este respecto, las recientes teorías de
física en relación a las supercuerdas podrían predecir la existencia de otras
numerosas dimensiones que comúnmente no podemos percibir. Un ejemplo de las
mismas es el de la Teoría M, que se encuentra construida y desarrollada a
partir de la teoría de las supercuerdas y que incluye diez dimensiones
espaciales, siendo el tiempo la número once.
Realmente, la
opinión generalizada de los científicos en los últimos treinta años es que dichas
dimensiones verdaderamente existen, pero que no pueden ser percibidas por
nosotros. Más recientemente, en el año 2000, Arkani-Hamed ha descrito que estas
dimensiones podrían ser de mucho mayor volumen de lo que previamente se
consideraba. Esta última idea constituye un alivio para muchos científicos, ya
que solucionaría muchos problemas de física teórica que aún se encuentran
pendientes de resolver.
La manera más
fácil de comprender, desde una perspectiva visual, qué nos podríamos encontrar
en cada una de las dimensiones a través de las cuales pudiésemos desplazarnos
es comenzar con modelos simples e ir convirtiéndolos, progresivamente, en otros
de mayor complejidad. Así, por ejemplo, ¿cómo sería vivir en universo de una
sola dimensión? Seguramente sería un tanto incómodo, ya que tan solo tendrían
cabida puntos o segmentos de líneas de diversos tamaños. Si el tamaño de un ser
fuese finito y limitado solo entonces habría espacio en ese universo lineal
para otros seres. Cada ser tendría un solo horizonte que llegaría tan lejos
como estuviera el comienzo del siguiente ser en la misma línea. Una pared
podría ser tan pequeña como un punto en dicha línea, ya que obstruiría la
visión y el movimiento. Ningún ser podría ver o moverse por encima de cualquier
punto u otro ser.
El mismo objeto
visto desde universos de varias dimensiones. En el nuestro hay tan solo tres
dimensiones ¿Qué ocurre en los demás?
Pensemos también
que ningún ser que habitase en ese universo sería capaz de imaginar cualquier
dirección que se encontrase fuera de la línea. Es decir, tan solo existirían
para él dos sentidos, a un lado u otro de la línea. Ninguno de sus habitantes
podría imaginar o visualizar un universo de más de una sola dimensión.
Ahora vamos a
movernos hacia un universo de dos dimensiones. En este caso sería un universo
plano. Nuestro ser del universo unidimensional tendría ahora la opción de
moverse en el plano. Este sería, quizás, su cuerpo astral, cuya estructura se
correspondería con la de su cuerpo físico. Una vez elevado a la nueva posición
bidimensional su cuerpo astral sería capaz de mirar más allá de la línea. Es
decir, ya no tendría la visión limitada de sus dos vecinos más cercanos, sino
que podría ver lo que hay a sus lados.
Sin embargo,
desde un punto de vista mental tan solo podría visualizar movimientos en dos
direcciones, y está claro para él que no se ha movido ni a la derecha ni a la
izquierda de la línea. El ser se visualizaría en la misma posición sobre la
línea. Para él los vecinos de su universo se habrían vuelto transparentes y
tendría la sensación de que está mirando a través de ellos, no alrededor de
ellos.
Si se
desplazase hacia la derecha o hacia la izquierda, en paralelo a la línea,
tendría la sensación de estar moviéndose a través de sus vecinos o atravesando
las paredes. Si se alejase de la línea en una dirección perpendicular, los
vecinos comenzarían a tornarse borrosos, como si se disolviesen en la realidad.
Sin alejarse demasiado de la línea podría ver todo lo que ocurre a izquierda y
derecha de la misma. Para que esto ocurriese, su visión astral debería ser
capaz de procesar más de la sola dimensión a la que está habituado, ya que la
información visual recopilada de esta manera excedería la complejidad del
proceso mental corriente. Sin embargo, el sujeto se encontraría mucho más
cómodo regresando de nuevo a la línea, ya que podría volver a comprender el
universo desde la perspectiva de sus sentidos anteriores: los vecinos y las
paredes volverían a sus posiciones familiares y perderían su transparencia.
UN SER TRIDIMENSIONAL EN UN UNIVERSO DE
CUATRO O MÁS DIMENSIONES
El mundo en el
que vivimos parece tener tan solo tres dimensiones. Es decir, solo podemos ver
la superficie más cercana de las cosas que nos rodean y no las lejanas ni
tampoco el interior. Nos visualizamos moviéndonos hacia arriba, abajo, derecha,
izquierda, adelante o atrás. Podemos imaginar un espacio en tan solo tres
dimensiones.
Ahora bien, si
pudiésemos mover nuestro cuerpo astral, abandonando nuestro cuerpo físico,
hacia una cuarta dimensión, en ese mismo instante se obtendría una visión más
allá de las paredes y podríamos ver incluso objetos muy lejanos. Más aún,
podríamos ver el interior de objetos aparentemente cerrados para los que viven
en tres dimensiones, incluso sin movernos en ninguna de las direcciones
familiares. De hecho, no ha habido movimiento alguno, sino que se ha añadido
una dimensión más al espacio. Desde esta perspectiva y rotando, las escenas
tienen un campo de visión de trescientos sesenta grados, particularmente si
estas escenas son visualizadas, por ejemplo, desde un techo como el que puede
existir en una sala de reanimación de hospital.
VISIÓN ESFÉRICA
Ring relataba
en 1998 un ejemplo de visión esférica durante una ECM: «Me llevaban en una
camilla por el hospital. Miré hacia abajo y supe que el cuerpo debajo de las
sábanas era el mío y no me importó. La habitación era más interesante que mi
propio cuerpo. La perspectiva era fantástica. Podía ver todo… Y me refiero a
absolutamente todo. Podía ver la luz en el techo y, al mismo tiempo, la parte
de debajo de la camilla. Podía ver los azulejos del techo y también los del
suelo. Todo a la vez: trescientos sesenta grados de visión esférica. No solo
esférica, sino extremadamente detallada. Podía ver cada cabello y su correspondiente
folículo en la cabeza de la enfermera que empujaba la camilla. Sabía
exactamente cuántos cabellos existían».
VISIÓN TOTAL DE SUPERFICIE
Betty Eadie
describió, en 1992, lo que ella llama visión total de superficie durante su
ECM: «Fue como si sintiese un “pop” o algo que se soltase dentro de mí, y mi
espíritu salió bruscamente de mi pecho y fue abducido hacia arriba como si de
un imán gigante se tratase. Me encontraba encima de la cama, pegada al techo.
Me giré y vi un cuerpo sobre la cama. Tuve curiosidad y descendí hasta él.
Reconocí que era yo misma. Era mi cuerpo sobre la cama. Me di cuenta de que
nunca me había visto en tres dimensiones, tan solo me había visto en un espejo,
que es una superficie plana. Pero los ojos del espíritu ven más dimensiones que
los ojos del cuerpo mortal. Pude ver mi cuerpo en todas direcciones de una sola
vez: de frente, desde detrás y desde ambos lados. Observé características de
las que nunca me había dado cuenta».
VISIÓN DEL INTERIOR DE LAS COSAS
Robert J.
Brumblay, médico y jefe de los Servicios de Urgencias de la ciudad de Honolulu,
relata cómo una mujer mayor que se encontraba en la UCI debido un shock
séptico dijo salir de su cuerpo mientras su cuerpo físico permanecía en la
cama. En ese momento, según contó, dijo ver a su hija en la sala de espera de
los familiares e, increíblemente, advierte que está embarazada de muy pocas
semanas. Meses más tarde su hija dio a luz un bebé, y cuando la abuela lo tuvo
en sus brazos notó la sensación de haberlo conocido antes, durante su ECM.
VER A TRAVÉS DE LAS PAREDES
Brumblay relata,
en 2003, el caso de una adolescente que sufrió una parada cardiorrespiratoria
como reacción a una crisis anafiláctica tras la administración de un contraste
en la sala de rayos X. El autor nos recuerda que las paredes de este tipo de
salas se encuentran totalmente forradas de plomo. «Me levanté y me encontré por
encima de mi cuerpo. Pude ver a todo el mundo que se encontraba en la
habitación para ayudarme, e incluso pude saber lo que pensaban. Al mismo tiempo
pude ver a mi madre a través de la pared en la sala de espera. Se encontraba
sentada con las manos sobre su regazo y llorando porque le acababan de
comunicar lo que me había sucedido. Al mismo tiempo, pude ver a otras personas
que se encontraban en habitaciones adyacentes, todas ellas separadas del cuarto
de rayos X por paredes. Otra persona, en una habitación al lado de la mía,
estaba recibiendo algún tipo de terapia física. Sin embargo, mi atención se
dirigía hacia mi madre. Sabía que había paredes, pero podía ver a las demás
personas en otras habitaciones».
IMAGEN EN ESPEJO
Robert Monroe,
fundador del internacionalmente conocido Instituto Monroe, describe una
percepción invertida de su propio cuerpo físico: «Después de salir de mi cuerpo
con suma facilidad y quedarme en la misma habitación, tuve el coraje de
acercarme a mi cuerpo físico, que se encontraba sobre la cama. Comencé a
examinarlo en la semioscuridad. Toqué mi cabeza física y mis manos tocaron los
pies. Parecía que todo estaba al revés. El primer dedo de mi pie izquierdo
solía tener una uña especialmente gruesa debido a un accidente. Pero ahora esta
uña se encontraba en el mismo dedo del pie derecho. Todo estaba invertido, como
la imagen de un espejo».
BILOCACIÓN DE CONSCIENCIA: LOS MÚLTIPLES YO
Consiste en la
sensación de encontrarse en dos sitios a la vez. Por ejemplo,
Bonenfant describe, en 2001, el caso de un niño que sufrió un accidente de
automóvil, y mientras salía despedido después del impacto pudo ver cómo su
cuerpo daba vueltas en el aire desde una perspectiva cercana a los diez metros,
junto a un árbol y, al mismo tiempo, verse dentro del cuerpo mientras era
impulsado por el choque del vehículo.
En otro caso
descrito por Henry Abramovitch, en 1988, acerca de una persona que sufrió un
ataque al corazón, el sujeto observa desde una posición elevada cómo su cuerpo
yace en la misma posición en la que cayó al suelo, y refiere: «¿Cuál era la
diferencia entre nosotros dos? ¿Cuál de nosotros era el yo real? Ahí estaba mi
imagen tirada en el suelo, inanimada, pero yo podía moverme. Poseía la
voluntad, la sensación y capacidad para pensar. Tal vez me había escapado de mí
mismo y yo era el real. Lleno de compasión, le abandoné y, con un gran salto,
volé hacia arriba».
Pero no
siempre la sensación y las consecuencias de una ECM son halagüeñas o
beneficiosas para quien las vive. No siempre constituyen la puerta de entrada
para nuevas dimensiones espirituales. Por ejemplo, Ainhoa refiere lo siguiente
respecto a una única ECM que experimentó: «Duró casi media hora, aunque en ese
estado perdí la noción del tiempo que, por cierto, ni existía. En mi caso podía
notar mi cuerpo y al mismo tiempo notarme fuera y sentir que era todo. Después
llegué a oír hablar de la conexión con el todo que se puede lograr meditando,
pero me pasó de repente, sin meditar y sin buscarlo, delante del ordenador.
Mientras lo viví fue genial, pero al intentar racionalizar lo que había
experimentado empecé a tener unas crisis de ansiedad tremendas y me costó como
cinco años quitarme el miedo, si es que se me ha quitado del todo, que no estoy
segura».
EXPERIENCIAS EXTRACORPÓREAS Y LA
CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD
Para entender
la construcción de la realidad respecto al esquema corporal, debemos relatar un
interesante experimento realizado en el Instituto Karolinska de Suecia,
titulado «Out-of-Body Experiences Induced in the Laboratory», publicado en Press
Release el 23 de agosto de 2007. En este interesante experimento se
combinaron estímulos visuales y táctiles para provocar una sensación
extracorpórea: «El sujeto que actuaba de conejillo de indias llevaba unas gafas
estereoscópicas conectadas a un par de cámaras colocadas justamente detrás de
su cabeza. Es decir, veía un espacio como si estuviese sentado detrás de sí
mismo».
Experimento en
el Instituto Karolinska que muestra la relativa facilidad con que se puede
desplazar nuestra sensación de corporalidad.
Tras esto, el
investigador les tocaba en el pecho, sin que las cámaras lo vieran, y al mismo
tiempo simulaba estimular el pecho del observador virtual, justo debajo de las
cámaras. Resultado: los sujetos tuvieron una fuerte sensación de estar sentados
donde estaban las cámaras, viéndose desde atrás. Y si se simulaba golpear el
pecho virtual, varios de los sujetos se agachaban para evitar el golpe.
Además de
comprobar el potencial que tiene nuestro cerebro para generar realidades
virtuales (de hecho cotidianamente vivimos en una de ellas) a partir de la
información que recibe de los sentidos y de sus propias expectativas, quizá esta
investigación sea útil para mejorar la tecnología de control remoto. Por
ejemplo, para cirugías a distancia. Nada mal para una investigación que roza lo
místico.
VIILA LUZ
La muerte es una ventana, no una pared.
SIMCHA RAPHAEL
La luz aparece al
final del túnel, justo antes de encontrar a los familiares fallecidos o a las
entidades que nos reciben y aconsejan sobre qué hacer en ese momento.
Normalmente va asociada a una gran sensación de paz que va acompañando al
sujeto. Obviamente, la sensación de luz es creciente, ya que vamos avanzando a
lo largo de un túnel para desembocar en un verdadero fogonazo lumínico que no
llega a deslumbrar, pero que se acompaña de una intensa sensación de bienestar.
Casi siempre
se presupone que la luz es blanca, pero no es así en todos los casos. Hay
personas que refieren haberla visto rosa o de otro color. Más aún, hay personas
cuya ECM se ve limitada tan solo al fenómeno de la luz, como el caso que me
relata Katherine: «Mi abuela fue intervenida quirúrgicamente con objeto de
amputarle una pierna, ya que sufría diabetes. Su cirugía era de bastante riesgo
por su enfermedad metabólica. La operación duró muchas horas y se complicó, por
lo que dijeron los médicos. Cuando mi abuela se despertó, nos contó que vio una
luz muy brillante, pero no vio gente ni nada, tan solo una luz. No recuerda
nada más».
La sensación
luminosa no es solo luz, sino intensa sensación de paz, tranquilidad y
conocimiento. Llegar a la misma coincide con el encuentro con el ser que ordena
volver o bien provee de algún consejo referente a nuestra vida anterior. En
ocasiones se producen verdaderas revelaciones sobre la propia vida o verdades
en forma de respuesta, una experiencia propia del consumo de ciertas drogas
enteógenas. De hecho podríamos afirmar que es el clímax de la ECM, el momento
de mayor satisfacción personal, y por el que muchas personas dicen haber
perdido el miedo a la muerte y que no les importaría repetir.
ELEMENTOS
AFECTIVOS |
||||
Greyson (1983) |
Greyson (2003) |
Pacciola (1995) |
Schwaninger (2002) |
|
Número de
personas |
74 |
27 |
24 |
11 |
Sensación
de paz (%) |
- |
77 |
85 |
100 |
Envuelto
en luz (%) |
43 |
70 |
46 |
63 |
Felicidad
y plenitud (%) |
64 |
67 |
- |
18 |
Sensación
de unidad cósmica (%) |
57 |
52 |
- |
45 |
Fuente: Greyson (2009).
Debido a que
la luz constituye por sí misma una señal de haber llegado a una fase adelantada
del túnel, esta no llega a presentarse en todas las personas, ya que algunas
abortan la experiencia —involuntariamente— antes de llegar a esta etapa. Por el
contrario, los que salen del túnel y se instauran en la propia luz pierden la
sensación de deslumbramiento y les invade una inmensa placidez. Es justamente
esta etapa la que personas que han sufrido ECM añoran.
A la vez que
la luz suele darse la aparición de entidades que, según la orientación
religiosa o cultural, pudieran ser interpretadas como Jesús, Mahoma o Buda. La
persona que ha sufrido la ECM no se comunica verbalmente con dicha entidad,
sino que oye dentro de sí mismo la voz, de manera que por buscar una analogía
podríamos decir que resulta similar a un proceso telepático. El bienestar que
irradia esta presencia colma de paz a la persona y es la principal razón por la
que no se quiere abandonar ese estado.
En la religión
hindú, un antiguo texto sagrado, el Rig-Veda, dice: «Ponme en ese
mundo incorrupto en el que no existe la muerte, donde domina el reino de la
luz». En el budismo se habla de que en el momento de la muerte aparece el Buda
de la Infinita Luz, cuyo papel consiste en mostrarse justamente en ese momento
trascendental. Los budistas creen que la aparición de ese Buda de Luz les sirve
como guía hacia la Tierra Pura. Los mazdeístas y sus antiguas escrituras,
derivadas de las creencias de Zaratustra, revelan que en el más allá también
existe un ser luminoso que solo las almas bondadosas se encontrarán. Es una
visión de una divinidad, Ahura-Mazda, descrita como una luz en su estado más
puro.
En el caso de
los judíos el encuentro con un ser de luz se basa en la literatura que manejan
los rabinos: «Mientras que el hombre no puede ver la gloria de Dios durante su
vida, la podrá ver en el momento de su muerte». De igual manera para los
cristianos la luz y su significado a través de los pasajes bíblicos adquieren
especial relevancia: «Y hablóles Jesús otra vez, diciendo: “Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la
vida”» (Juan 8, 12-20). San Pablo, en Corintios 11, 14, apunta a que Satán
puede llegar a disfrazarse como un ángel de luz y, aunque pueda resultar
sorprendente, no son pocos los cristianos evangelistas que ven a Raymond Moody,
el primer autor que popularizó las ECM, como un verdadero emisario de Satán que
confunde a las personas con sus libros (Greyson, 2009).
En el caso del
islam las cosas no son distintas, ya que el propio Corán describe a
Alá como la luz: «Dios es la luz de los cielos y de la tierra» (Corán
24, 35). Dicha luz no es tan solo una sensación lumínica, sino que se acompaña
de revelaciones y de la adquisición de conocimientos.
Kenneth Ring
describe cómo el mundo de luz se encuentra después de pasar el túnel. En este
punto, afirma el autor, la persona percibe un reino de belleza indescriptible y
de esplendor, donde habitualmente se encuentran los espíritus de sus familiares
ya fallecidos y amados. Para Ring hemos entrado en un dominio de altas
frecuencias, una dimensión creada a partir de la interacción de las estructuras
de pensamiento. Estas estructuras se combinarían para formar patrones, una
especie de ondas de interferencia similares a una holografía. Y de la misma
manera que las imágenes holográficas parecen reales cuando se iluminan con un
haz de láser, así las imágenes producidas por la interacción de pensamientos
también parecen reales.
En un caso
descrito por Henry Abramovitch en 1988, el de una persona que sufrió un ataque
al corazón, el paciente nos cuenta: «Me sorprendió el brillo de la luz porque
no había fuente de la misma. La luz en sí misma estaba compuesta por miríadas
de llamaradas y de auras. Pude tocar aura tras aura, llama tras llama, cada una
de ellas revolviéndose, creciendo, cada vez más grandes y, finalmente,
separándose. Los sonidos no eran menos que la luz. Una infinidad de tonos,
mezclándose entre ellos con una inmensa variedad y movimientos independientes,
en una corriente poderosa que subía hacia el cielo. Yo era luz. Me encontraba
muy bien por estar ahí, entre todos ellos».
UNA EXPERIENCIA PERSONAL
Cuando alguna
persona me ha comentado este extremo, la combinación de luz, revelaciones y
visión de entidades sobrenaturales, no he podido por menos que recordar alguna
experiencia tenida durante algún ceremonial religioso en el que se empleaba la
ayahuasca como droga, bajo cuyos efectos se pretende alcanzar el contacto con
los dioses. En la propia ceremonia se divide a los asistentes, completamente
vestidos de blanco, en dos grupos según su sexo. Cada uno de los grupos
converge en el punto del chamán, que administra pequeñas dosis líquidas de
ayahuasca. Desde una ponchera o recipiente amplio extrae con un cazo el turbio
líquido que deposita en un único vaso, habitualmente labrado con una
iconografía particular, que el iniciado se lleva a la boca. El sabor es
profundamente amargo, hasta el punto de que no es extraño que alguna de las
personas corra a vomitar. A mí mismo me sucedió en alguna ocasión.
Mientras
comienza la ceremonia, una música monótona semejante a un mantra oriental,
acompañada de guitarra, corteja a la fila que se desplaza en torno al chamán.
Una vez que la última persona ha recibido su dosis de droga, el propio chamán
bebe la suya. A partir de ese momento invoca a los espíritus del santo Daime
(otro nombre que recibe la ayahuasca) y de la santa María. Esta última
denominación se refiere a la toma común y paralela de marihuana, que sirve como
antiemético, es decir, para mitigar la tendencia a la náusea que produce la
ayahuasca.
Cuando los
presentes se encuentran ya sentados en semicírculo alrededor del chamán, cesa
la música y un intenso silencio se apodera de la estancia. Se cierran los ojos
y, lógicamente, una sensación de oscuridad se apodera de nuestro sentido
visual. Sin embargo, y al menos en mi caso, a los pocos minutos una luminosidad
puntiforme y central va creciendo y extendiéndose hacia los límites externos
del campo visual, lo que provoca justamente la sensación de caída o penetración
en un túnel de luz. En pocos instantes todo se ha llenado de luz y es entonces
cuando se comienza a sentir la presencia de una entidad. En mi caso no la pude
ver, pero notaba que estaba ahí, en la luz. A partir de ese momento ocurren
unos fenómenos de sumo interés y que, por su similitud con las ECM, me han
animado a escribir estas líneas: las revelaciones.
Una serie de
ideas y cuestiones personales comienzan a fluir por nuestra mente, pero lo más
llamativo es que, al mismo tiempo, ¡se presentan sus respuestas!, pero sin el
proceso lógico y/o deductivo propio del pensamiento racional al que estamos
acostumbrados. Las respuestas aparecen como flashes. Son así, contundentes como
ladrillos, sin posibilidad alguna de discusión, infalibles. Lo curioso del caso
es que tanto las preguntas como las respuestas fluyen a una velocidad de
vértigo. Las revelaciones se suceden una detrás de otra, inundándonos de
sabiduría y conocimiento. No es de extrañar que los chamanes amazónicos hagan
de esta droga su baluarte a la hora de establecer conexiones con los dioses y
con el más allá. En mi caso las sensaciones que obtuve podría decir que eran
muy similares a las que muchas personas han expresado en relación a ciertos
aspectos de las ECM.
Ella me decía que ya estaba cerca
de la luz, y la vimos, a lo lejos. Yo, mirándole a los ojos, le dije: «Te lo
mereces, mamá». Luego le pregunté: «Cuando llegues a la luz, ¿vas a poder
seguir estando conmigo?». Ella me miró triste porque no sabía qué responder.
Carmen
Las personas
que han sufrido una ECM las califican de iluminación espiritual o fogonazo de
sabiduría. Lo cierto es que las cuestiones que se plantean no son solo de
índole personal, sino también en relación a cuestiones universales. Por
ejemplo, en mi caso realizaba preguntas relacionadas con la actualidad mundial:
guerras, desastres, personajes… De forma ¿telepática? recibía de inmediato
respuestas claras como el agua. Respuestas, debo decir, que después de cierto
número de años todavía recuerdo por su forma de impactarme, y que resultaron ser
ciertas y clarividentes. Esto es exactamente lo que personas que han tenido una
ECM dicen haber vivido. Podemos calificarlo de estado alterado de conciencia.
Sin embargo, es complejo explicar cómo un tóxico, por ejemplo la ayahuasca,
ayuda a resolver cuestiones que suceden, a veces, en un tiempo que todavía no
ha llegado y con una asombrosa precisión.
Esta situación
podría explicar, desde un punto de vista neurológico, el mecanismo de acción
que dispara la sensación de luz, la entidad y las revelaciones que ocupan este
estadio de las ECM. Al igual que en estas experiencias con la ayahuasca se
recupera a posteriori la consciencia normal, sin aparentes daños o aberraciones
en los procesos mentales de la persona, las ECM podrían funcionar de un modo
parecido. Ahora bien, como es lógico, este tipo de experiencias tan profundas
cambian la actitud y forma de ser, así como ciertos planteamientos vitales de
quien las ha sufrido. Nunca nada será lo mismo de nuevo.
Las personas
que han logrado llegar a este estadio de la ECM y que luego vuelven a su
situación normal de consciencia quizás no logren recordar de manera
pormenorizada cada detalle de esos conocimientos adquiridos, pero les quedan
como remanente en la memoria las ideas que más les impactaron.
Resulta importante
tener las cosas claras respecto a este tipo de situaciones que, si bien no
podemos considerar especulativas, no es menos cierto que algunas personas y
autores pueden confundirse y crear artificialmente situaciones dramáticas de
conocimiento, como la relatada por Ana María: «En alguna parte leí que las
personas con demencia tardan más en encontrar su camino hacia la luz y eso,
cuando lo recuerdo, me agobia mucho». Realmente no existe estudio alguno que se
refiera a esta particular circunstancia, que seguramente es fruto de la mente
fantasiosa de algún aprendiz de investigador, que especuló de forma gratuita,
sin saber el alcance y daño que sus palabras podrían hacer sobre terceros.
VIIILA VIDA EN UNA «PELÍCULA»Y LA VUELTA ATRÁS
Mandé a mi alma hacia lo invisible.
A buscar algo al otro lado de la vida. Después de muchos días mi alma retornó y
me dijo: «Tranquilo, yo mismo soy cielo e infierno».
OMAR KHAYYAM
Ver pasar toda
nuestra vida, llena de detalle, puede parecer algo imposible. Sin embargo, es
un fenómeno que ocurre a numerosas personas que han sufrido algún tipo de
accidente como, por ejemplo, un ahogamiento durante cuyo transcurso se percibe
la inminencia de la muerte. Suele acompañarse de recuerdos vívidos de
experiencias pasadas y, en ocasiones, de una proyección de una línea biográfica
visual. Todo ello cortejado con las impresiones y emociones que ocurrieron en
su día. Es importante señalar que la revisión vital puede aparecer sin
coexistir con el resto de etapas que se reseñan en las ECM. Desde el punto de
vista de los investigadores en el campo de la neurofisiología relacionado con
la memoria, parece poco plausible que una vida completa, repleta de detalles
minuciosos, pueda ser recordada en su totalidad o incluso revisada en pocos
segundos. Estas revisiones vitales llegan a ser menos creíbles si además
incluimos las percepciones de las mismas vivencias a través de las experiencias
y sentidos de terceras personas.
Las personas
que experimentan estas vivencias refieren que ocurren fuera del tiempo y del
espacio, lo cual es consistente con los conceptos de comunicación instantánea.
Por ello algunos autores, como Thomas Beck, han propuesto teorías de tipo
cuántico-holográficas para explicar las distintas y peculiares características
de estos hechos (teorías que se desarrollan en el capítulo XXX). Hoy por hoy
resulta de muy difícil explicación que estas revisiones vitales muestren tal
cantidad de información sensorial, y que esta se presentase de forma
prácticamente instantánea. Sin embargo, resulta llamativo que la revisión vital
parezca estar mediada según la cultura. Por ejemplo, los aborígenes
australianos, los africanos y los nativos del pacífico o de Norteamérica no
parecen presentarla del mismo modo que los occidentales, aunque las diferencias
pueden deberse al escaso número de personas entrevistadas y recopiladas en esas
regiones, en comparación con la abundancia de casos documentados en el mundo
desarrollado.
Hay autores,
como Butler, que afirman que la revisión vital es algo propio de nuestra cultura
occidental y de alguna otra, como la china o la india, y que mantiene una
conexión con la búsqueda de la propia identidad. Este autor utiliza una
metáfora: igual que un espejo refleja nuestra cara, nuestra memoria sería el
equivalente interior a un espejo, el cual nos habla de nuestros orígenes y nos
dice quiénes somos, justamente lo que se pierde en algunas enfermedades de tipo
neurológico como el Alzheimer, en la que perdemos nuestro yo y acabamos
desconociendo quién somos. Este sentido interior, de construcción social de
nuestra identidad, existe en las principales religiones del mundo, como la
cristiana, la islámica o la budista, y revela la existencia de dos mundos, el
material y el divino. En alguna de ellas el mundo material es devaluado y existe
tan solo como una ilusión que se genera a través del espíritu. Dentro de este
contexto el sentimiento de culpa se genera a través de la interiorización de
las normas y de las sanciones sociales. Por ello, la revisión vital no dejaría
de ser un análisis íntimo de nuestras vidas y un juicio de valor sobre aquellas
cosas en las que pudimos haber fallado, ya que nuestras religiones, y, por
ende, nuestras culturas, ligan a la muerte con nuestra consciencia y a la
consciencia con lo que sucede en el más allá, por lo que no sería extraño
entender que este tipo de experiencias se produzcan, justamente, en los
momentos previos a nuestra muerte. Cosa que no ocurre, por ejemplo, en otras
culturas, como la de los citados aborígenes australianos.
Resulta
llamativo cómo en la religión hindú la revisión vital no ocurre por sí misma,
sino que los que viven una ECM asisten impertérritos al acto de una tercera
persona que les lee los acontecimientos que sucedieron a lo largo de la vida.
Cuando las creencias en espíritus
se llegan a transformar en creer en un dios, entonces las transgresiones en
contra de la voluntad de dicho dios se convierten en un pecado ético que carga
contra la consciencia más allá de sus resultados más inmediatos.
Max
Weber, 1965
Asimismo, la
religión cristiana está cargada de referencias en relación a una revisión de la
vida al final de nuestros días, similar a las que presentan las personas que se
enfrentan a una ECM. Quizás una de las apreciaciones más detalladas respecto
este juicio final la describe San Mateo en su Evangelio (25, 31-46): «Cuando el
Hijo del Hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su
trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él y él separará a
unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las
ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda… Aquellos irán al castigo
eterno y los justos a la vida eterna». En el islam también se produce una
revisión vital pero, a diferencia de las ECM occidentales, los musulmanes
suelen vivir un enjuiciamiento de sus actos.
El equipo
liderado por Debbie James y Bruce Greyson ha observado, por ejemplo, que un 79
por ciento de las personas que sufren una ECM presenta fenómenos de distorsión
del sentido del tiempo, mientras que un 27 por ciento muestra memoria
panorámica.
Greyson (1983) |
Greyson (2003) |
Pacciola (1995) |
Schwaninger (2002) |
|
Número de
personas |
74 |
27 |
24 |
11 |
Percepción
alterada del |
64 |
18 |
- |
9 |
Aceleración
del pensamiento (%) |
19 |
44 |
- |
9 |
Revisión
vital (%) |
22 |
30 |
50 |
9 |
Revelaciones
(%) |
30 |
30 |
- |
18 |
Fuente: Greyson (2009).
Algunas
características muy particulares de las memorias panorámicas, que las
distinguen de las evocaciones de la memoria normal, son:
1.
Se
mueven por el consciente a una velocidad sorprendente. Algunas personas las
comparan con el flash de una cámara fotográfica, utilizando la misma
palabra para definirlas.
2.
Aparecen
en bloques, como si fuesen fotogramas de una película. Pueden ser lineales en
el tiempo, pero no necesariamente consecutivas (Noyes, 1975). Usualmente ocurren
desde el presente hasta las edades más tempranas pero, en ocasiones, ocurre al
contrario o bien se atrasan y adelantan de forma aparentemente, caprichosa.
3.
Aparecen
sin esfuerzo consciente alguno por parte de la persona que está viviendo la
experiencia. Cambios similares ocurren en procesos de despersonalización
propios de algunas enfermedades mentales como las psicosis, uno de cuyos
máximos exponentes es la esquizofrenia. Las personas describen sus recuerdos
como acelerados, automáticos e inconexos: «Las escenas pasaban por delante de
mis ojos».
4.
Ocupan
el consciente de la persona de tal manera que los acontecimientos que está
viviendo en esos momentos quedan oscurecidos: «Oía el ulular de la sirena de la
ambulancia como algo lejano, mientras toda mi vida pasaba por delante de mis
ojos».
5.
La
dimensión temporal desaparece. El tiempo parece quedar eliminado o sufre algo
similar a una expansión: «Aunque las imágenes pasaban por delante de mis ojos,
el tiempo parecía haberse detenido».
6.
Respecto
al contenido, parece ser que las memorias ricas en vivencias emocionales son
las que tienden a magnificar su presencia. Estas vivencias pueden haber sido
positivas o negativas, pero casi siempre emocionales y afectivas. Es importante
reseñar que suelen aparecer en color y con sonido, como cualquier evocación
normal que deseemos realizar.
7.
Algunas
personas, según Enrique Vila, pueden llegar a ver situaciones del tiempo
venidero, lo que él denomina «destellos del futuro». Es decir, pueden, por
ejemplo, visualizar su funeral y las actitudes y presencia de otros miembros de
la familia en el mismo.
8.
Tristeza
y melancolía. Algunos autores, entre ellos Noyes, encontraron que algunas
personas experimentaban cierta sensación melancólica mientras sufrían su visión
panorámica de la vida: «Las memorias eran placenteras, pero me entristecieron
porque evidenciaban la vida que estaba dejando atrás».
9.
Manejan
una enorme cantidad de información durante el proceso de recuerdo.
10.
La
presentación de los recuerdos se muestra de manera instantánea en el tiempo:
«Era como una explosión. Todo estaba allí, delante de mis ojos. Era como una
gran pantalla de televisión. Podía verlo todo entre mi época de bebé hasta el
momento actual. Todo, todo al mismo tiempo».
11.
En
la revisión de la memoria se aprecian percepciones de terceras personas, como
si existiese una especie de memoria colectiva: «Volví a experimentar cada cosa
que hice y también cómo mis acciones afectaron a los demás, incluso cómo mis
pensamientos afectaban a los que me rodeaban. Me di cuenta de cómo había hecho
daño a unos y cómo había ignorado a otros. Llegué incluso a sentir el dolor que
los otros habían experimentado. Pude verlo no solo desde mi perspectiva, sino
desde la de todos los demás».
Una vez que la
persona ha abandonado el túnel y se ha visto expuesto a la luz y a la presencia
de familiares o de una entidad determinada, se produce una revisión de la vida.
Una especie de película que transcurre delante de nuestros ojos, y donde las
escenas más importantes desfilan a velocidad de vértigo. Quizás la definición
de película no sea la más adecuada, ya que pudiera parecer que es en dos
dimensiones sobre una pantalla, pero quizás tampoco las películas de tres
dimensiones, tan en boga hoy en día, dieran la adecuada descripción, ya que las
personas involucradas son más bien testigos de escenas que se vuelven a repetir
delante de sus ojos con todos los ingredientes de la realidad.
Se ha visto
que no es imprescindible que la persona se encuentre literalmente al borde de
la muerte. Por ejemplo, Laura relata las consecuencias que un aparente
accidente banal llegó a desencadenar: «Estábamos en verano, en un día de playa
en una zona cercana a cierto pueblo de Alicante. Me pillé el dedo con la puerta
y así, sin más, fui consciente de que iba a desmayarme, pero no tenía sentido
porque en realidad no me hice daño, tan solo me quedé mirándolo. Me sentí mal,
así que me acerqué a mi vecino y le dije: “Me voy a desmayar”, y sucedió. Perdí
el conocimiento y fue como si alguien pasara ante mis ojos toda mi vida, hasta
el mismo momento en el que me caí al suelo. Finalmente, sentí como si me
volviera a meter en mi cuerpo y me levanté como si nada hubiera pasado, ante la
cara de espanto de todos los que me estaban atendiendo. Supongo que será que mi
mente hizo un recorrido por todos los hechos vividos desde bebé y que no
recordaba conscientemente, pero he de decir que fue una experiencia extraña
para mí y jamás la he vuelto a experimentar, pues de ese “lugar oscuro” emanó
una luz que, en lugar de llevarme a otro sitio, me mostró mi vida desde el
principio hasta el momento en que caí».
Respecto a los
fragmentos de memoria obtenidos, resulta de sumo interés el estudio realizado
por Stevenson, en 1995, analizando aspectos de la memoria panorámica. En dichos
estudios, realizados en parte sobre publicaciones anteriores y en parte sobre
la propia cosecha de los autores, se observa que entre el 84 y el 88 por ciento
de las personas que han sufrido una ECM describen las imágenes como muy
vívidas. Según la secuencia en que se han presentado las memorias, las
clasifican en:
1.
De
una sola vez toda la vida. Es decir, panorámicas: 15 al 27 por ciento.
2.
Desde
la niñez hasta la etapa adulta: 43 al 62 por ciento.
3.
Desde
el presente hasta la niñez: 11 al 15 por ciento.
4.
Sin
ninguna secuencia particular: 8 al 18 por ciento.
Asimismo, en
el estudio se repitió que hasta un 71 por ciento experimentó la sensación de
que el tiempo se paraba, mientras que un 20 por ciento notó que el tiempo iba
más rápido. Tan solo un 7 por ciento advirtió que el tiempo fuera más despacio.
Creo
importante resaltar una de sus conclusiones: «El hallazgo más importante de
este estudio es la evidencia de una gran variedad de revisiones vitales que
puede experimentar el sujeto. La idea generalizada de que se revisa absolutamente
toda la vida (panorámica) es falsa, ya que tendemos a creer que sucede en todas
las experiencias. No es menos cierto que algunos individuos la sufren de esta
manera, si bien la mayor parte no lo hace así».
Sin embargo,
Elena sufrió un principio de ahogamiento y, según su propio relato, parece que
vio correr su vida hasta el último detalle. Es notorio que lo hizo en sentido
inverso. Es decir, desde la edad actual hasta la más primitiva infancia: «Creo
recordar que tendría unos nueve años. Era verano y estaba con mis primos en la
piscina del pueblo, nadando. Yo no sabía nadar bien y llegó el punto en el que
quería llegar a la orilla opuesta para agarrarme y descansar. Tan solo me
quedarían dos palmos para llegar cuando de repente me empecé a hundir por el
cansancio y yo hacía fuerza para salir. En ese momento sentí que se me agotaban
las fuerzas, dejé de respirar y ya no pude sacar las manos fuera. Comencé a
sentir una tranquilidad extraña, pero bonita a la vez. Vi pasar toda mi vida en
fotos, una tras otra desde la edad que tenía hasta que me veía de bebé, una
detrás de otra, y a continuación la luz blanca. Recuerdo que para mí el túnel
fue ver pasar mi vida en fotos. No recuerdo el túnel negro con la luz blanca al
fondo, sino el recuerdo de mi vida en fracciones de segundo, ¡sin escaparse ni
un solo año vivido! También recuerdo tener la luz blanca delante de mí.
Súbitamente, mi primo que estaba a mi lado me sacó del agua. Dejé de sentir esa
paz increíble de explicar. Tuve la sensación de que se para el reloj, pero todo
sigue igual de bien. Lo que sí diré es que esta experiencia me marcó de alguna
manera. Yo no se lo dije nunca a nadie, hasta que a los doce o trece años de
edad se lo conté a mi madre. No sabía muy bien lo que había vivido, pero me
gustó, aunque de verdad me estaba ahogando».
Ring observó
que las personas que habían sufrido una ECM y que reportaban una experiencia de
visión panorámica solían ser en su mayoría sujetos que se habían visto
involucrados en accidentes (55 por ciento) más que en otras circunstancias
como, por ejemplo, enfermedades o intentos de suicidio (16 por ciento).
Una de las
personas que entrevisté fuera de España, inválida a raíz de un accidente
automovilístico, me contó lo siguiente: «Me encontraba empujando el coche cuando
súbitamente comenzó a retroceder por efecto de la pendiente. Caí al suelo y mi
propio coche me atropelló, fracturándome la espina dorsal y produciéndome
graves heridas internas. Durante los pocos segundos que duró el accidente me vi
de pequeño: estaba desayunando con mis padres. La escena era perfecta, pude ver
hasta el plato de cereales y a mi madre sonriendo. Luego muchas otras escenas:
una fiesta de adolescente, camino al colegio, de visita con mis abuelos, el
primer beso, etc. Pasó toda mi vida y allí estaba yo, protagonista de todo.
Sucedió en un periodo no mayor de diez segundos. Durante ese tiempo mi
consciencia se expandió hasta el punto de que lo pude comprender todo, lo que
produjo un balance positivo de mi vida».
Las
experiencias son vívidas, rápidas y desconectadas de los mecanismos habituales
de evocación. Asimismo, se producen alteraciones en el tiempo y en el espacio,
cierta impresión de irrealidad y una sensación de encontrarse fuera de la
realidad. Sin embargo, hay autores que se han dedicado a estudiar la calidad de
las visiones que relatan los que han sufrido una ECM. Encuadrada en estas
investigaciones tenemos a Janice Holden, autora en 1988 de un estudio sobre 63
sujetos que habían tenido una ECM. De estos, el 79 por ciento experimentó sus
visiones como claras; un 76 por ciento como libres de distorsión; un 71 por
ciento percibiendo los colores perfectamente; un 77 por ciento con una visión
completa del campo visual; y un 61 por ciento decía recordar el entorno visual.
Se dio incluso algún tipo de habilidad que puede resultar llamativa para los
que no han sufrido una ECM como, por ejemplo, la habilidad de leer algún tipo
de manuscrito mientras se está viviendo la experiencia (57 por ciento).
Otra persona,
en este caso una paciente mía que había sufrido un grave accidente
automovilístico en el que pereció su pareja, me comentaba: «Las cosas eran
exactamente como son en realidad excepto por cierta borrosidad en el entorno de
las imágenes. Todo estaba desenfocado excepto en la zona central. Si miraba a
derechas o a izquierdas la imagen tendía a desaparecer, pero si miraba de
frente las imágenes eran totalmente claras y reveladoras». Algunos testimonios
resultan tremendamente esclarecedores de lo que significa recordar detalles,
como por ejemplo: «Podía saber hasta la temperatura del aire. En ese momento me
encontraba en mi etapa de ocho años de edad rodeado de mosquitos. En mi
revisión vital podría haber contado hasta los mosquitos que me rodeaban con
total exactitud. Todo era más certero de lo que posiblemente podría haber
percibido en la realidad del evento original».
Ciertamente,
la mayor parte de las imágenes que bombardean a la persona suelen tener, según
parece, una importante carga emotiva, o quizás sean esas las que luego se
recuerdan con mayor intensidad. No siempre son necesariamente agradables. En
ocasiones ocurre una mezcolanza de imágenes que pueden turbar el sosiego:
«Muchos recuerdos eran desagradables. Tuve que rememorar cosas que hice a lo
largo de mi vida. Una de ellas fue revivir un día en que saqué malas notas y mi
padre me armó una buena bronca. Lo reviví como si realmente estuviese allí. Las
cosas positivas me parecieron que duraban más tiempo. Parecía como si estuviese
haciendo un balance de mi vida, como si estuviese tratando de averiguar si
valía la pena seguir viviendo».
Respecto al
número de memorias y el entorno en que ocurrían, creo de interés mencionar el
siguiente testimonio: «Las memorias acudían a mi memoria en su posición
temporal exacta. Ni antes ni después. Es como si toda mi vida volviese a
suceder otra vez. Miles de imágenes y escenas se sucedían camino al hospital.
Me encontraba, literalmente, en una nube de la que salía y entraba de manera
esporádica. Era como si algo tuviese un mando a distancia que controlase la
aparición de las imágenes y su velocidad de presentación. El tiempo era
irrelevante, podía ir hacia delante o hacia atrás con suma facilidad».
Abelardo, un
conductor de ambulancias que sufrió un ictus cerebral doble que le colocó a las
puertas de la muerte, y que posteriormente sufrió una prolongada intervención
de varias horas, en la que aseguró encontrarse con entidades divinas, dice:
«Para los médicos pasaron seis horas; para mí fueron unos minutos». Esta
película que se presenta ante nuestros ojos no es necesariamente fiel a lo que
ha ocurrido en la realidad. De hecho, algunas personas relatan que no recuerdan
ciertos acontecimientos que han presenciado durante la revisión como si
hubieran pasado en su realidad. Es como si pertenecieran a otras personas, lo
que abre innumerables posibilidades a su interpretación: desde que todo es
producto de la imaginación del sujeto, hasta vivencias que pudieron ocurrir
pero que nunca llegaron a producirse por distintos avatares del destino.
En Australia,
en 1988, Keith Basterfield observó que de doce pacientes que habían sufrido una
ECM tan solo dos reportaron haber vivido una revisión vital. Uno de los
estudios que más me ha llamado la atención es el realizado por David Rosen, en
1975, en el que encuesta a ocho de un total de diez personas que sobrevivieron
a diferentes intentos de suicidio arrojándose desde el mundialmente famoso
puente Golden Gate de la ciudad de San Francisco. Rosen planteó cuatro
cuestiones relacionadas con su intento de suicidio: ¿por qué escogieron el
Golden Gate para suicidarse?, ¿pueden describir su experiencia como suicidas y
alguna posible ECM?, ¿pasaron sus memorias por delante de sus ojos?, ¿cómo
influyó su experiencia en su vida posterior? El grupo de entrevistados estaba
compuesto por siete varones y una mujer, con una edad media de veinticuatro
años, y resulta importante reseñar que tres de los ocho se encontraban en
tratamiento psiquiátrico previo. Resulta curioso que casi la mitad de ellos
afirmara que nunca se habrían intentado suicidar si el puente no hubiera
existido. Y también indicaron que el propio nombre, Golden Gate (puerta
dorada), influyó en su fatídica decisión. Para entender qué puede suceder
durante esa caída conviene conocer algunos datos. Por ejemplo, la altura en la
zona central del puente hasta la superficie del agua es de aproximadamente 70
metros. Un cuerpo humano llega a alcanzar los 120 km/h antes de impactar contra
el agua. Es decir, que el sujeto cae durante un periodo que oscila entre tres y
cuatro segundos, y que este breve tiempo puede ser, según parece, eterno para
algunas personas. Más aún, en el estudio de Rosen cinco de las ocho personas
afirmaron que la caída pareció durar desde horas, hasta una eternidad.
Resulta
llamativo que en otras situaciones similares, como en las caídas por accidentes
de montañismo, se den situaciones similares. Albert Heim (1892, citado por
Noyes en 1972) contaba que hasta un 75 por ciento de las personas que sufren
este tipo de accidente describen cómo el tiempo se les hace eterno. Un aspecto
a resaltar es el momento psicológico y nuestras reacciones en el momento del
accidente, lo que podría ayudar a comprender cómo, en vez de pánico y
embotamiento mental, se viven otros sentimientos más acordes con el tema que
estamos tratando. Por ejemplo, una de las personas que entrevista Rosen afirma:
«Era una sensación buena, no grité para nada. Fue la sensación más placentera
que nunca he tenido. Vi el horizonte y el cielo azul y pensé en lo bello que
era todo». Otro superviviente dijo encontrarse muy tranquilo, como si fuera un
sueño y que nunca pensó en que se estaba muriendo. Otro sujeto notó una
sensación de alivio y paz durante la caída. A algunos parece que la experiencia
les haya dejado psicológicamente atrapados en ese momento: «Todavía me
encuentro en algún lugar entre el puente y el agua». Sin embargo, es de
resaltar que en el estudio de Rosen ninguno de los ocho supervivientes tuvo la
sensación de revisión de la vida. Tan solo uno creyó reconocer a su padre en
uno de los empleados del puente que se le acercaron para disuadirle del
suicidio y otro llegó a pensar, durante la caída, que era inocente, además de
tener un pensamiento acerca de la bondad de su madre.
En el caso de
los supervivientes de suicidio con una decisión tomada de antemano, que han
meditado sobre su acto y, en muchos casos, han realizado un examen de su vida
en los días anteriores, no se suele presentar la revisión brusca y rápida que
suele ocurrir en las personas que, por ejemplo, padecen un accidente y
necesitan una orientación espaciotemporal, quizás comparando el evento
momentáneo y traumático con sus memorias y vivencias anteriores.
Es llamativo
que la revisión vital se mencione en muchas religiones. Algunas lo encuadran
dentro del concepto de juicio vital, que determina las bondades o los errores
de nuestras vidas y que catalizan una condena o absolución. En definitiva, un
balance de la situación en presencia de una entidad que parece entenderlo todo.
Más aún, ese entendimiento de lo que aconteció se ve acompañado de valoraciones
propias en las que emociones se van desarrollando paralelas a lo que se desliza
delante de nuestros ojos. En el Libro del esplendor (en hebreo
titulado Zohar) de la cábala judía se describen varias tradiciones en
relación al destino de la persona y de su propia alma relacionadas con la
muerte. En este caso no es la persona moribunda, sino el mismo Dios el que
realiza la revisión: «Cuando Dios decide recibir de vuelta un espíritu humano
pasa revisión a todos los días de la vida de esta persona mientras se
encontraba en este mundo. Radiante el hombre cuyos días pasen delante del Rey
sin culpa alguna, sin que Él rechace ni uno solo debido a un simple pecado»
(Scholem, 1977).
El árbol de la vida se representa en el conocido árbol sefirótico, que se compone de diez emanaciones espirituales por parte de Dios, a través de las cuales dio origen a todo lo existente. Estas diez emanaciones se intercomunican con las veintidós letras del alfabeto hebreo.
EL LÍMITE O LA FRONTERA
Una vez que se
ha llevado a cabo la revisión de nuestra vida, se produce la decisión de seguir
adelante o, por el contrario, volvernos por donde hemos venido. Esta decisión
no parece ser del todo voluntaria, ya que en muchas ocasiones la entidad o el
familiar que nos ha recibido nos recomienda u ordena, dependiendo de los casos,
dejar nuestro avance (o muerte, según como se mire) para mejor momento.
Algunas
personas describen en ese escenario a una entidad vestida de blanco que
telepáticamente (o al menos sin palabras) establece ese diálogo, mientras el
resto de familiares se posiciona silenciosamente en segundo plano. Más allá de
ellos nadie parece ver o vislumbrar qué es lo que hay.
POSIBLE INTERPRETACIÓN NEUROLÓGICA
Una aparición
de memorias placenteras en los momentos en que nuestra vida está literalmente
en juego podría deberse a algún mecanismo cerebral que utilizase esta artimaña
para ayudarnos a escapar de la realidad antes de que sucumbamos. Nuestra mente
se inunda de situaciones placenteras que, además, ayudan a la producción de
endorfinas, y, por ende, nos hace sentirnos mejor. Asimismo, el consciente no
puede escapar a este proceso y, por supuesto, va juzgando moralmente cada uno
de los acontecimientos para acabar realizando un juicio general a todo el
proceso. Juicio que no siempre es positivo y halagüeño para quien lo pasa. Una
de las personas entrevistadas me contaba: «Al final me sentí triste. No había
sido todo lo buena persona que debería haber sido y pensé que me iba a
condenar».
Aparentemente
estas visualizaciones, junto con la despersonalización, podrían ocurrir en el
lóbulo temporal. Estructura por otra parte responsable de múltiples
experiencias místicas y relacionadas también con procesos patológicos como la
epilepsia. Un neurólogo, Kinnier Wilson, ya postulaba en 1928 cómo las
alteraciones del lóbulo temporal relacionadas con la epilepsia pueden producir
fenómenos similares a la visión panorámica. Otro neurólogo, llamado Wilder
Penfield, fue capaz de reproducir, en 1963, la aparición de recuerdos
panorámicos mediante estimulación eléctrica del lóbulo temporal. Y otro, Martin
Roth, sugirió que en casos de extrema ansiedad se pueden disparar mecanismos
adaptativos neurológicos de despersonalización generados por el propio lóbulo
temporal. Es decir, de alguna manera la neurología podría explicar, al menos
parcialmente, algunos de los entresijos de esta revisión de nuestras vidas. Una
comparación podría ser la de los familiares de algún fallecido que se aferran a
sus objetos o recuerdos para mantenerlo vivo en la memoria. De igual manera,
una persona que se encuentra en el proceso de fallecer se aferra a sus mejores
recuerdos para sentirse vivo.
Otros
estudiosos del tema, como Robert Butler, lo compararon, a mediados de la década
de 1960, con las dificultades que sufren las personas mayores para integrarse
en la temporalidad y en el futuro, que ya les queda escaso, por lo que se
refugian en el pasado para dar significado a su vida. Podríamos decir que la
visión panorámica sería una situación similar a la que se da en los ancianos,
pero más comprimido en el tiempo. Este mismo autor, años más tarde, en 1973,
afirmaba que el desarrollo de una nueva imagen de nosotros mismos creada a
través de la revisión de la vida conlleva una aceptación de la vida mortal,
sensación de serenidad y estar orgulloso de la vida transcurrida. Es decir, que
en respuesta al momento de peligro para la vida, la personalidad parece
refugiarse en unos momentos en los que el tiempo no parece transcurrir. En ese
nido la muerte deja de existir y nos refugiamos en un nirvana de recuerdos que
nos abruman por su bondad. Por ese motivo los recuerdos que acuden a nuestra
mente suelen ser los infantiles cuando, además, el tiempo parecía correr de
forma distinta a la edad adulta.
En el segundo
mecanismo el individuo sufre una despersonalización para defenderse de la
muerte. Ocurre una escisión entre la persona que participa y la que observa el
proceso (que al principio, obviamente, es la misma), de manera que la parte
observadora se desembaraza del participante y comienza a observar la situación
como si fuese una desinteresada tercera persona. Ambos mecanismos, aunque
opuestos, parecen coexistir en algunos momentos del proceso.
LA MEMORIA Y LA REVISIÓN DE NUESTRAS VIDAS
No podemos ni
debemos olvidar que la memoria puede hacernos muchas jugarretas y distorsionar
lo que dábamos por verídico. Por ejemplo, Elizabeth Loftus asegura que «se han
llegado a crear falsas memorias, de manera similar a un implante», en relación
a falsos eventos que supuestamente habrían sido traumáticos cuando, en su día,
ocurrieron. Por ejemplo, haberse perdido de niño en un centro comercial.
Asimismo, algunas experiencias propias de los trastornos por estrés
postraumático parecen mostrar unas huellas disociadas de las experiencias de
memoria que podríamos calificar de normales.
En la
actualidad, son numerosos los investigadores que prestan atención a las áreas
cerebrales implicadas en los procesos memorísticos. La utilización de técnicas
de imagen, como la resonancia magnética (MRI), permite examinar la correlación
neuroanatómica entre las memorias verídicas y las ilusorias, como indicó Isabel
Gauthier en 2002. Otras técnicas, como la tomografía de emisión de positrones
(PET), llegan a medir cambios en el flujo sanguíneo cerebral que apuntan a una
mayor o menor actividad por parte de las neuronas. Increíblemente, esta técnica
puede llegar a distinguir entre las memorias verídicas y las ilusorias, ya que
las primeras recuperan detalles a nivel neurológico que las segundas no hacen,
según indicó Sharon Begley en 1996. Por ejemplo, las memorias verdaderas
activan áreas en el lóbulo temporal superior, la región que procesa los sonidos
de palabras recientemente escuchadas. Al retomar estas memorias verdaderas se
activan áreas cerebrales que originalmente procesaron el estímulo durante la
codificación (el córtex auditivo, en este caso). También se ha utilizado otro
tipo de técnicas para estudiar los procesos memorísticos, como por ejemplo los
potenciales evocados (ERP), descubriéndose también diferencias en sus
mediciones entre las memorias verdaderas y las ficticias (Mónica Fabiani,
2000).
No es menos
cierto que desde los estudios de Wilder Penfield en la década de 1940 se ha
querido creer que el cerebro funciona como una especie de grabadora de vídeo, donde
todo va quedando registrado, hasta el punto que se podían recuperar dichos
recuerdos palmo a palmo. Tan solo era cuestión de acceder a la zona cerebral
donde se encontraban alojados. Años más tarde, en la década de 1970, el mismo
autor suavizó sus dogmas llegando a admitir que quizás las memorias no sean más
que, en ocasiones, simples reconstrucciones o inferencias y no reproducciones
literales de lo que hemos vivido.
Si conocemos
todas estas actuaciones, ¿cómo podemos defender que las personas que han
presentado visión panorámica están en lo cierto? Algunos autores, como Melvin
Morse y Paul Perry, han vinculado las visiones panorámicas a la fisura de
Silvio, que se encuentra en el lóbulo temporal derecho. Su hipótesis se basa en
una excitación del campo electromagnético cerebral en el momento de la muerte,
que provocaría que el lóbulo temporal derecho, habitualmente relacionado con
memorias a largo plazo, comenzase a funcionar de manera anormal. Otros
científicos, como Nicholas Wade, no están de acuerdo con esta afirmación, ya
que dicen que una cosa es que la fisura de Silvio sea capaz de producir ciertas
percepciones bajo condiciones especiales durante la vida de una persona, y otra
es que justamente esta estructura asuma los deberes de la consciencia en el
momento de la muerte y que, además, actúe de la misma manera que las
estructuras tradicionalmente asignadas para esta función. Otro autor, Michael
Sabom, cardiólogo de profesión, afirma en sus estudios que las ECM no se deben
a una simple hipoxia cerebral, cosa que él dice haber comprobado mediante
mediciones analíticas durante el proceso de la parada cardiaca. El propio Moody
afirma que este tipo de revisión vital tan solo se describe en términos de
memoria, ya que es el fenómeno con el que estamos más familiarizados, pero
posee características que obligarían a clasificar la lejanía de cualquier tipo
de recuerdo.
Asimismo, a
Allan Kellehear le llama la atención que en la Melanesia, así como entre los
maoríes de Nueva Zelanda, los habitantes que han sufrido, aparentemente, mayor
influencia religiosa por parte de los misioneros cristianos son también los que
presentan mayor número de revisiones vitales durante las ECM.
Susan
Blackmore estudió el caso de los niños que padecían crisis cerebrales anóxicas
reflejas (espasmo del llanto). Relata el caso de una niña de trece años de edad
que, una vez perdida la consciencia, todavía podía oír lo que sucedía en su
derredor y, en ocasiones, comunicarse con su madre mediante un sistema de
códigos establecido previamente y basado en el movimiento de los dedos de una
mano. La autora del artículo le pregunta si cuando está inconsciente conoce el
tiempo que transcurre. La niña contesta que el tiempo le parece mucho más
prolongado.
Lo que sí es
cierto es que son numerosos los autores, entre ellos Greyson, que afirman la
presencia de estas revisiones vitales en el caso de los niños. Algunos llegan a
recibir mensajes acerca de su futuro (según indicó Ring en 1984), lo que se
llama «personal flashforwards», durante la revisión vital. A algunos
les sucede justamente en el momento en que parecen decidir sobre si seguir en
la otra vida o volver a la vida terrenal. Pero en otras ocasiones el niño
parece recibir una misión, una especie de propósito que se le comunica durante
su viaje al más allá y que deberá desarrollar a lo largo de toda su vida.
Podemos imaginar, por un momento, lo confuso que puede resultar este tipo de
mensajes para el cerebro de un niño.
INTERPRETACIÓN DESDE LA FÍSICA
Robert Brumblay
afirma cómo el tiempo y el espacio se encuentran íntimamente relacionados desde
que se desarrolló la teoría de la relatividad por parte de Albert Einstein. Si
las dimensiones espaciales son percibidas de una manera distinta durante las
ECM, también sería de esperar que el tiempo fuese percibido de manera alterada
respecto a la normalidad. La mayor parte de las personas que han sufrido una
ECM suelen afirmar que se sentían como si estuviesen fuera del tiempo durante
el transcurso de su experiencia. Si pudiésemos movernos realmente fuera del
tiempo, ¿qué es lo veríamos o sentiríamos?
Si el tiempo
se considera una dimensión íntimamente relacionada con las dimensiones
espaciales, sería lógico considerar que al encontrarnos en una región
hiperdimensional tendríamos una percepción del tiempo semejante a la de los
objetos espaciales en esta cuarta dimensión. Es decir, seríamos capaces de
percibir acontecimientos que ocurren a lo largo de mucho tiempo y verlos de
manera instantánea. O incluso ver acontecimientos que han ocurrido en el pasado
o en el futuro como si de una misma cosa se tratase.
Para este
autor, mientras que los objetos del pasado aparecerían de una forma fija, los
del futuro aparecerían de forma incompleta. El futuro podría incluir un número
de diferentes posibilidades que podrían ir cambiando según la posición del
observador. Esta percepción del tiempo sería semejante a la siguiente analogía:
imaginemos que vemos cómo una hoja es arrastrada por una corriente de agua.
Nosotros observamos el proceso desde arriba. La zona principal del río tan solo
dispone de un cauce de agua, pero, más abajo, se divide en un delta. A medida
que la hoja se acerca al delta no podemos adivinar por dónde se va a deslizar,
pero desde nuestra posición ventajosa podemos intervenir para cambiar la
dirección de dicha hoja y elegir cuál de los brazos del delta la va a acoger,
sea alterando ligeramente el curso de la corriente o de la propia hoja. De la
misma manera, algunos aspectos de las ECM parecen ser traducidos de una forma
metafórica por los que las han vivido, ya que no pueden explicar con claridad
la temporalidad alterada. Por ejemplo, la decisión de volver o no a la vida
durante una ECM parece estar asociada con una representación física de unos
límites a partir de los cuales ya no se puede volver.
En su primer
libro, Raymond Moody relata cómo este límite parece ser un brazo de agua, una
niebla gris, una puerta, una reja en un campo o simplemente una línea. Todas
parecen ser representaciones metafóricas de un punto de decisión a partir del
cual ya no se puede volver a la vida. En definitiva, una metáfora perceptiva
del pasado y del futuro.
IXENCUENTROS CON FALLECIDOSO ENTIDADES
La muerte no existe en un mundo sin
tiempo ni espacio. Ahora Besso (un viejo amigo) se ha ido de este mundo tan
solo un poco antes que yo. Eso no significa nada. Personas como nosotros
sabemos que la diferencia entre pasado, presente y futuro es tan solo una mera
ilusión persistente.
ROBERT KASTENBAUM
Una vez que se ha
pasado la fase extracorpórea con sus correspondientes ruidos, el propio túnel y
la experiencia extracorpórea, se llega a una fase de intensa luminosidad donde
suelen habitar seres o entidades de diversa índole. En ocasiones son personas
por nosotros conocidas pero que fallecieron hace tiempo: familiares o amigos. El
conocido investigador Kenneth Ring afirma que el 41 por ciento de las personas
que han sufrido una ECM se encuentran con alguna presencia, mientras que el 16
por ciento se encuentra con alguna persona, ya fallecida, a la que quiso en
vida. Greyson asegura que de 250 casos de su muestra, hasta un 44 por ciento
llegó a encontrarse con personas ya fallecidas durante su ECM. En muchos casos
se ha atribuido este tipo de experiencias a alucinaciones o a deseos muy
íntimos de reunirse con personas muertas. Sin embargo, si observamos estudios
de personas más o menos saludables que han sufrido alucinaciones, lo que suelen
percibir es la ilusión de personas que todavía están vivas (Osis, 1990).
Asimismo, si
fuese todo ello tan solo un problema de meras expectativas, es decir, de desear
ver a determinadas personas que ya murieron, no ocurriría, entonces, la
visualización de personas, como de hecho ocurre numerosas veces durante la ECM,
que uno desconoce o que, por el contrario, aún viven. Más aún, si todo fuera
cuestión de expectativas, entonces también sería difícil comprender por qué
muchas de las personas que sufren una ECM dicen volver a la vida terrenal
porque echan de menos a los que han dejado atrás. Por ejemplo, Pim van Lommel
relata el caso de un hombre que durante una parada cardiorrespiratoria se
encontró con un desconocido. Pasados varios días después de ser resucitado,
este hombre supo, a través de su madre, que su nacimiento había sido fruto de
una relación extramatrimonial con una persona que había muerto durante la
guerra. Una vez que la madre le enseñó una fotografía de su padre biológico,
reconoció de manera inmediata a la persona que había visto durante la ECM.
Otro caso
parecido es el que contaba María del Pilar: «Mi madre sufrió un infarto de
miocardio y estuvo muerta durante varios interminables minutos. Los médicos la
resucitaron, y después de torturas indecibles la llevamos a casa. Nunca le
comentamos lo de su muerte. Cuando se pudo comunicar nos hablaba de un hombre
de oro que la llevó por un palacio ubicado sobre las montañas y que en los
cuadros colgados de las paredes vio, en tres dimensiones, asuntos de la familia
que ya habían sucedido».
Un interesante
estudio realizado por Emily Kelly, en 2001, describió, al analizar 74 casos, un
total de 129 encuentros con espíritus. La mayor parte de estos casos (81 por
ciento), relacionados con personas que habían sufrido una ECM, consistió en
encuentros con personas ya fallecidas de la generación anterior, en su mayoría
de la propia familia. El resto (16 por ciento) fue con personas de la propia
generación, como parejas o familiares, e, increíblemente, una parte (2 por
ciento) fue con personas de la próxima generación (hijos o sobrinos). Más aún,
esta autora fue capaz de clasificar dichos encuentros según su cercanía
emocional, de forma que las personas que vivieron estas ECM describieron el
encuentro con el espíritu correspondiente como: muy cercano (39 por ciento),
cercano (28 por ciento), amistoso (13 por ciento) o pobre (3 por ciento). Un 16
por ciento dijo no conocer a la persona con la que había tenido dicho
encuentro. Curiosamente, Kelly encontró una asociación estadísticamente
significativa entre conocer a la persona ya fallecida en dicho encuentro y el
haber sufrido la ECM en un contexto de accidente o de parada cardiaca antes que
en otro tipo de situación límite vital. Asimismo, los encuentros en los que las
personas decían haber visto a parientes ya fallecidos también presentaban mayor
índice de vivencias relacionadas con el túnel de luz, o bien la alternancia de
luz y oscuridad. Otro resultado estadísticamente significativo de este mismo
estudio fue la relación de que cuanto más cerca se estuvo de la muerte, mayor
era la visión de espíritus de fallecidos.
Siempre me imaginé la muerte como
un aeropuerto en el que, cuando llegas de un largo viaje, van a recibirte tus
familiares y alrededor ves a un montón de gente.
Elena
En otros
casos, la experiencia resulta aún más impactante, ya que el encuentro se da con
personas ya fallecidas a las que apenas se llegó a conocer y que, según los
estudios de psicología actuales, no se podrían rememorar en detalle. A este
respecto, Isabel nos cuenta: «Tenía unos cinco o seis años de edad cuando tuve
una parada cardiaca. Vi a mi madre, que había muerto. Yo no tenía recuerdos de
ella porque había fallecido cuando yo solo tenía ocho meses de edad. Me llevaba
de la mano y me dijo que no mirara para atrás, pero desobedecí y lo hice: me vi
tumbada al lado de mi abuela. Había mucha gente que aparecía por los lados.
Había mucha luz. Me puse a gritar porque al volverme me veía allí tirada, al
lado de mi abuela. Mi madre me dijo que si volvía nunca me separara de mi
abuela. De repente desperté sobresaltada porque mi abuela me estaba zarandeando
y gritándome. Lo más terrible del caso es que mi tía me enseñó una foto de mi
madre y me dijo que con esa ropa la habían enterrado». Como crítica a la
experiencia podríamos decir que su dinámica podría haberse dado a la inversa.
Es decir, que la niña hubiese visto previamente la foto de la madre con dicho
atuendo, olvidarlo, presentarse durante la ECM como contenido inconsciente, y
luego, al volver a verla, identificarla como si fuese algo novedoso cuando, en
realidad, la había visto con anterioridad.
En otros
casos, la presencia de una entidad adquiere forma casi divina: «No sé con quién
hablé. No le conozco: tenía una cara muy feliz y su piel reluciente y el pelo
castaño. Recuerdo el color de su piel perfectamente, y el viento y la paz. En
fin, fue emocionante. No tengo miedo a volver a sentirlo». A veces el encuentro
con un ente divino o al que, por lo menos, se le atribuye esa cualidad, es
fácilmente identificable. Es el caso de Antonio: «Con treinta y ocho años,
mientras trabajaba conduciendo una ambulancia junto a mis compañeros, un enfermero
y un médico, sufrí un ictus que me paralizó la parte izquierda de mi cuerpo.
Fui diagnosticado en la misma ambulancia en cuestión de segundos. Me llevaron
al hospital y en un principio respondí al tratamiento, que disolvió el coágulo
de sangre. Tras ocho horas de evolución, tuve una recaída en la UCI, pero esta
vez el doble de fuerte. Me quedé hemipléjico y con un estado de ansiedad
bestial. Tras un TAC se dieron cuenta de que tenía una disección de carótida
con infarto en la arteria cerebral media. La cosa era grave y me tuvieron que
practicar un cateterismo desde el fémur hasta el propio cerebro. No me daban
esperanzas y podía morir. Cuando me anestesiaron pude ver en el techo la figura
de Jesús, que me decía: “Súbete a mis espaldas y saldrás sano y salvo de todo
esto”. Le hice caso y me subí a sus espaldas. Durante seis horas de
intervención estuve junto a Jesús. Cuando desperté me despegué de Él y alzó su
brazo haciéndome el signo de la cruz y enviándome un beso. Fue una experiencia
increíble, pues en esos momentos no era creyente, y cuando salí de alta creí en
Dios como el que más». El caso de Antonio es llamativo desde distintas
perspectivas. Fundamentalmente no parece ser una mera interpretación de la
entidad divina, que suele aparecer como un ente rodeado de luz al que se pueden
atribuir, a posteriori, distintas personificaciones. Pero en este caso no solo
dice haber visto literalmente a Jesucristo, sino que además este le hace una
inconfundible señal de la cruz.
No solo fue
parecida a esta la percepción de otro paciente, Abelardo, de quien ya hemos
hablado, sino que después de sufrir un doble ictus cerebral y de estar al borde
de la muerte y sufrir graves daños, no presenta secuelas con posterioridad.
Todo ello, unido a la visión de un ente religioso, puede hacernos suponer que
se atribuye a dicho encuentro algún factor sobrenatural, como él mismo relata:
«Los médicos me dijeron que no andaría correctamente, que me colgaría el brazo
y arrastraría la pierna. Pues, a día de hoy, no tengo secuela alguna. Los
médicos no se lo explican. Los informes neurológicos no coinciden con mi estado
físico. Muchos médicos, al leerlos, no se creen que yo sea el paciente».
Casualidad o no, curación espontánea o evolución atípica de un grave cuadro
circulatorio-neurológico que parece haberse solucionado de manera milagrosa, es
evidente que en estos casos se refuerzan las creencias religiosas o se produce
una conversión espiritual. El mismo paciente agrega: «Los neurólogos, cuando
ven mi informe, hablan de milagro. Yo soy persona de ciencia: administración de
empresas, educación social, técnico de emergencias, etc. Ahora dejo ciertos
interrogantes a la ciencia. Cosas que hoy no se pueden explicar, quizás tengan
explicación en unos años».
En algunos
casos, la persona llega a encontrarse con animales que fueron mascotas suyas.
En otros ejemplos no se conoce relación entre la persona que sufre la ECM y el
animal. Por ejemplo, Isabel, una persona que ha sufrido en su vida dos ECM
debido a su precario estado de salud, nos relata: «La persona de piel dorada me
mostró a un espíritu de un perro. Bueno, me hizo recibirlo. Me dijo que en unos
días ese animal iba a llegar allí y que tenía que recibirlo. Luego me mostró a
alguien y me dijo que ya tenía que irme. Sentí cómo me caía al vacío y ahí
desperté, en el quirófano. De lo que me operé no era grave, pero sentía desde
hacía tiempo que algo iba a ir mal».
ELEMENTOS
TRANSCENDENTALES |
|||
Greyson (1983) |
Greyson (2003) |
Schwaninger (2002) |
|
Número de
personas |
74 |
27 |
11 |
Otros
mundos (%) |
58 |
63 |
54 |
Encuentros
con «seres» (%) |
26 |
52 |
72 |
Encuentros
con «seres místicos» (%) |
47 |
26 |
63 |
Punto de
no retorno (%) |
26 |
41 |
45 |
Fuente: Greyson (2009).
Enrique Vila,
en su libro Yo vi la luz, relata un caso de ECM en el que,
sorprendentemente, la persona que la sufre se llega a encontrar con personas de
su propia familia que siguen vivas. El propio autor dice: «El porqué no tiene
respuesta, de momento». Ciertamente es de difícil explicación, excepto que la
ECM no fuese tal sino una experiencia alucinatoria, o bien que concluyamos que
las alucinaciones desempeñan un importante papel en las ECM. Sin embargo, en
este último caso me sorprende que dichas alucinaciones con personas vivas no
fuesen mucho más frecuentes e incluso similares en cuanto a contenido respecto
a otras experiencias.
En Australia,
Basterfield observó, en 1988, que de doce pacientes que habían sufrido una
experiencia cercana a la muerte cinco dijeron haberse encontrado con alguna
presencia o aparición divina (Dios) y en un solo caso con una bisabuela. Quizá
sea como dice Jesús: «Creo que todo ocurre para que los humanos nos hagamos una
idea del más allá y creamos en ellos y que existe ese túnel. Allí me encontré
con personas felices, y te hablaban por telepatía sin usar la voz. Luego volví
a mi cuerpo».
Una de las
experiencias más llamativas la describe, Dorothy Counts en 1983, sobre un caso
ocurrido en la Melanesia. La persona, habitante de un pueblo llamado Bolo,
estuvo aparentemente muerta durante unas seis horas. En ese plazo de tiempo se
tropezó en su ECM con una mujer que falleció pocos momentos después que él y
cuya muerte, como es lógico, ignoraba completamente. «Me encontré con la mujer
que había muerto en el camino hacia aquí [se refiere al camino hacia el lugar
donde experimenta la ECM] y vi cómo ella se alejaba. Le grité: “¡Oye, vuelve!”,
pero no pudo hacerlo». Más tarde, la entidad divina le dice: «La mujer que
viste mientras venías… Es su hora y ella debe quedarse, pero tú debes volver».
En un caso
descrito por Henry Abramovitch, en 1988, sobre una persona que sufrió un ataque
al corazón, leemos: «De repente me di cuenta de que no estaba solo. Muchos como
yo comenzaron a aparecer, éramos cada vez más, minuto a minuto, hasta el punto
de que ya era imposible contarlos. Todos se encontraban en movimiento,
adoptando nuevas formas, emergiendo y penetrando, pasando y alterando el
movimiento de los demás. Yo me encontraba entre ellos, enganchado a la gran
corriente de movimiento que subía hacia el cielo». Esta misma persona intenta
contactar con otros entes que le rodean: «Decidí preguntar al ser más cercano a
mí cómo llegar hasta la luz, pero no podía hablar. A pesar de todo, y para mi
sorpresa, me entendió perfectamente sin hablar y sin utilizar palabras. Tan
solo a través del pensamiento nos pudimos comunicar uno con el otro. Él me
explicó que allí no existía el arriba o el abajo, que no había ni espacio ni
tiempo ni dimensiones que poder medir».
Aydée, mujer
que sufrió una parada cardiorrespiratoria, nos cuenta: «En la ECM vi seres con
aspecto de personas, pero muy hermosas. Había hombres y mujeres y todos tenían,
además de una expresión de mucha alegría, una imagen física verdaderamente
hermosa, luminosos, brillantes, con una piel que parecía de porcelana, sin
defectos, sin arrugas. ¡Perfectos!».
El contacto y
la comunicación tanto con los familiares como con las entidades es, una vez
más, telepático. No hay diálogos que resuenen en nuestros oídos. De manera
sencilla pero eficaz, nuestras mentes captan como si fuesen verdaderas
revelaciones las ideas que nos quieren transmitir y, a diferencia de lo que
ocurre en las experiencias extracorpóreas, en las que tan solo podemos oír lo
que ocurre fuera, aquí sí hay comunicación bidireccional. Es el caso que me
relató Álex, enfermero de un gran hospital, en referencia a un paciente: «El
paciente tenía las dos piernas amputadas a causa de un proceso crónico de
diabetes. En la segunda operación le seccionaron una arteria accidentalmente y
tuvo una gran hemorragia. Me contó que de repente se vio en un prado maravilloso.
A lo lejos veía una luz intensa. Él caminaba hacia esa luz que se iba
agrandando en intensidad, si bien, antes de llegar a la luz, apareció un ser
con pelo y barba blanca que telepáticamente le comunicó que volviera, que no
era su tiempo. Y claro que volvió: cuando despertó ya estaba en planta».
Ring afirma
que los objetos o personas con los que nos encontramos en ese más allá no son
otra cosa, desde el punto de vista holográfico, que la interacción de patrones
mentales. Lo mismo ocurre con los encuentros de personas o espíritus. Estas
entidades serían el producto de distintas interacciones mentales sobre un
dominio holográfico en el que se viste la realidad.
El hecho de
que la comunicación entre el superviviente a la ECM y la forma espiritual sea
telepática apunta en la dirección de un universo donde el pensamiento reina
sobre todo lo demás. Isabel nos sigue relatando: «Sentí una voz que me hablaba
y me vi en un monte donde había un árbol. Me dijo que era el árbol de la vida.
Hablaba con un hombre de piel dorada… Sentía tanta felicidad. Este hombre me
dijo un montón de cosas. No las recuerdo todas, pero otras las reservo para mí.
Perdonad que lo haga. Sé que sentía mucha fe, esperanza y felicidad. Con todo
lo que me dijo llegué a sentir mucha paz».
En la mayoría
de los casos, los familiares, o la entidad, piden al sujeto que vuelva a la
vida terrenal. Cosa obvia porque, en caso contrario, habría sido imposible
entrevistarles. ¿Deberíamos pensar que los que no han vuelto con nosotros
fueron, por el contrario, invitados a seguir adelante? Si atendemos a la lógica
con la que estamos desarrollando este tema, deberíamos concluir que muy
probablemente sea así. Sin embargo, también me llama la atención la posibilidad
de un tercer supuesto: por ejemplo, que a alguna persona la hubiesen invitado a
seguir y que, sin embargo, se hubiese despertado en la cama del hospital o en
el lugar donde sufrió un accidente. Esto último no ha ocurrido, al menos, en
los cientos de casos que he revisado.
¿Cuál es el
papel de estos familiares o entidades? Desde mi punto de vista parece claro:
actuar de mediadores entre este mundo y el más allá. Quieren protegernos y
explicarnos lo que está sucediendo durante nuestro proceso. En el caso de los
familiares fallecidos, obviamente ya pasaron por esto y poseen la experiencia
necesaria para tranquilizarnos.
En uno de los
casos estudiados, José Luis, conocido periodista que no deseaba que reveláramos
su apellido para dejar su ECM en la mayor de las intimidades, nos contó que la
experiencia había sido aterradora debido a encuentros con entidades negativas.
Sin embargo, no es menos cierto que esta persona, de complicada psicología y
creciente alcoholismo, se encontraba de continuo en un mundo tortuoso, lo que
por causa o por efecto podría explicar el tono de aquella experiencia.
Desgraciadamente, no pude tener una segunda entrevista con esta persona, porque
falleció durante la elaboración de este libro, a una edad muy joven, de un
fulminante infarto de miocardio. Esperemos que su transición definitiva no haya
sido similar al primer intento.
LAS ENTIDADES HACEN REVELACIONES
Resulta también
frecuente que dichas entidades, sean de aspecto divino o familiares, hagan
confidencias en forma de revelaciones a la persona que padece la ECM. No
siempre se recuerdan y, en otras ocasiones, dado que afectan a personas de su
entorno, muchos no quieren desvelarlas. Isabel relata: «Ya quisiera acordarme
de lo que me contó, pero fue como cuando bajas la voz de la radio. Asentía con
la cabeza, pero no recuerdo. Sin embargo, recuerdo que con lo que me decía yo
estaba feliz, muy feliz. Me llenó de fe, esperanzas y mucha felicidad […]. Lo
que más miedo me da es que pronto estaría allí con Él. Me dijo que ese iba a
ser mi lugar y también me contó cosas que van a sucederme. Que había que estar
preparados. Tuve una charla muy larga. No recuerdo todos los detalles de lo que
me contó, pero no debían de ser malas noticias, porque yo sonreía. Me daba
muchas esperanzas, mucha felicidad, y me mostró el rostro de una persona a la
que yo amo. Me dijo que iba a estar allí conmigo. En ese momento me hizo caer
al vacío con su voz de fondo diciéndome: “Ahora tienes que irte”».
ENTIDADES DIVINAS
Henry
Abramovitch nos describe el caso de un paciente que después del túnel se
encuentra con un ente divino, con quien establece un diálogo: «El padre me miró
con sus ojos penetrantes y expresión seria y en silencio me preguntó: “¿Qué
haces aquí?”. Ignoré su pregunta y le dije: “Por favor, padre, ayúdeme, alargue
su mano y sáqueme de aquí”. Él me volvió a preguntar: “¿Qué haces aquí?”. Yo
contesté: “He traído las herramientas conmigo. Pinturas negras y brochas.
Quiero pintar y grabar en la roca de esta colina el siguiente verso: ‘Recuerda:
amarás al extranjero, al huérfano y a la viuda’”. “Eso no tiene sentido
—contestó—. Esas palabras han estado escritas en el Libro desde hace miles de
años”».
Resulta
llamativo que en culturas tan apartadas de la occidental como la melanesia se
tengan visiones tan similares a las occidentales y a las de otros puntos del
planeta. Dorothy Counts relata la ECM de un miembro del Parlamento de Kaliai
(Melanesia) en la década de 1980: «Vi un grupo de aulu [espíritus de
los ancestros] que me enseñaron un camino. Lo seguí y vi a un hombre de piel
blanca y hábitos largos y también blancos con barba y cabellos largos. Estaba
lleno de luz, como si un foco le fuese dirigido, si bien no había luz en torno
a él. A la vez, su luz parecía estar dirigida directamente a mí. Tenía manos
grandes que sostenía hacia arriba y con las palmas hacia mí, bloqueando el
camino. Movió sus dedos como indicando que me detuviese. Me miró y me indicó
que volviese por donde había venido».
NIÑOS Y ENCUENTROS
Bonenfant
describe el caso de un niño que sufrió un accidente de automóvil y, tras este
suceso, vivió una serie de encuentros con entes conocidos entre los que estaba
un tío suyo ya fallecido. Lo llamativo del caso es que el familiar vestía un
traje gris, hecho muy significativo, pues no solía ponerse trajes y el niño
nunca lo había visto vestido con ellos. La madre comentó a la vuelta a la vida
del niño que, justamente, su tío había sido enterrado con un traje similar al
descrito en el encuentro del túnel.
Las entidades
también se presentan justo después de la luz. Por lo general, si lo hacen, no se
presentan los familiares, y viceversa. El aspecto es idealizado: túnicas
blancas, volátiles, infunden tranquilidad al que está pasando por el vértigo
del túnel para aflorar en la luz cegadora y encontrarse con el personaje.
Muchos podrían argüir que la influencia cultural, por ejemplo las películas,
tendrían un importante papel a la hora de mediar sobre nuestra psique y, por
ende, nuestras fantasías. No podemos negarlo en algún hipotético caso. Sin
embargo, estas referencias ocupan un lugar primordial en prácticamente todas
las culturas y todas las religiones del mundo. En la nuestra, cristiana y
occidental, podríamos denominarlos ángeles por su peculiar aspecto.
En religiones
tan antiguas como la de los mazdeístas también se describe el encuentro con familiares
ya fallecidos. Más aún, en unos textos denominados Datastan-i-Denik se
afirma que las almas recién llegadas al más allá son prevenidas por amigos o
por familiares ya fallecidos, que les informan de todas las bondades de su
nueva estancia en ese reino extraterrenal.
Atwater (1999)
observa sobre un estudio de 277 niños que han sufrido ECM que más del 70 por
ciento reportaron encontrarse con entidades angelicales, así como con parientes
y amigos ya fallecidos. Muchos niños también se encontraron con mascotas y
animales ya fallecidos, según esta autora. También es notable que estos niños
vieran a esas entidades divinas, particularmente a Dios, siempre pertenecientes
al sexo masculino, nunca al femenino ni tampoco a uno neutro. Otros, por el
contrario, los vieron como esferas de luz. Para los niños, estos seres de luz
parecen ser guías que les acompañan a través de las etapas del aprendizaje.
Esta misma autora revela que los niños reportan menos encuentros, en
comparación con los adultos, con seres o entidades del más allá, y cuando
ocurren son de contenido distinto al de los adultos. Es curioso cómo la mayor
parte de los niños, a diferencia de los adultos, afirman que los seres
visualizados no son de otros mundos, sino de otras dimensiones.
Autores como
Greyson aseguran que los encuentros con estas entidades pueden ser, en muchas
ocasiones, más bien escuchados que vistos. Es decir, puede llegar a verse una
especie de formas que emiten mensajes y voces, sobre todo cuando ya han
alcanzado el reino de la luz. Los niños, según este autor, suelen encontrarse,
por orden de frecuencia, con ángeles o seres de luz, familiares ya fallecidos o
amistades, Jesucristo, la Luz o Dios.
Brad Steiger
relata el caso de un niño de nueve años de edad que se encontró con varios familiares
ya fallecidos durante su ECM, incluyendo a su hermana Teresa que,
supuestamente, se encontraba viva en esos momentos. Sin embargo, al día
siguiente la familia descubrió que Teresa había fallecido en un accidente de
automóvil tan solo tres horas antes del intenso ataque febril del niño.
Sutherland
también describe otro caso en el que una mujer que había padecido una ECM se
encontró con dos niñas pequeñas, una de las cuales dijo llamarse Olivia. Al
recuperar la consciencia y contarle el suceso a su madre observó una intensa
reacción emocional, hasta que ella le contó que Olivia era una hermana mayor
que había fallecido antes de su nacimiento. Otro testimonio interesante es el
de Rosa: «Tenía tan solo ocho años cuando a raíz de un ataque de asma me encontré
tumbada en una mesa de comedor enorme con el médico mirándome y mis padres
alrededor. Recuerdo la enorme lámpara encima de mí. De repente, las voces
empezaron a ser más lejanas y la luz más intensa. Mi sensación de malestar por
no respirar pasó a ser bienestar, era como si sintiera que flotaba. Tan solo
veía una intensa luz blanca. En la parte izquierda de esa luz vi una imagen de
una mujer guapísima. Nadie me habló, solo sé que me sentía bien. Respiraba
perfectamente y no me dolía nada. No sé cuánto tiempo pasó, tan solo sé que,
poco a poco, volví a ir escuchando las voz del médico y vi a mis padres llorar,
hasta que todo fue normal y volví a ver la lámpara encima de mí».
Los encuentros
con Dios tampoco resultan extraños a los niños. Por ejemplo, Fenwick apunta el
caso de un niño que sufrió una ECM debido a una meningitis y que súbitamente se
encontró en otro mundo lleno de belleza. El chico relata: «Y entonces se supone
que me encontraba en presencia de Dios, a pesar de que no podía verle. Me cubrió
con una fuerza invisible que me hizo sentir cálidamente seguro».
UNA EXPERIENCIA PERSONAL: EL CURIOSO Y
EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR EBEN ALEXANDER
Mis motivos
para viajar a Estados Unidos y conocer al doctor Eben Alexander parecían estar
claros desde el principio. Este médico, neurocirujano desde hace más de
veinticinco años, ha trabajado en instituciones tan prestigiosas como la
Facultad de Medicina de Harvard y ha lidiado con cientos o quizás miles de
pacientes que sufrían tumores cerebrales, aneurismas, infecciones o accidentes
cerebrovasculares, muchos de ellos rendidos a estados comatosos.
Paradójicamente,
el día 10 de noviembre del año 2008 el propio Alexander sufrió un coma debido a
una infección de meninges provocada por una bacteria. Pocas horas después se
encontraba en la Unidad de Cuidados Intensivos bajo ventilación asistida,
atendido por sus propios compañeros. Después de varios días de ser tratado con
cantidades ingentes de antibióticos sin responder a los mismos, los médicos
comenzaron a perder las esperanzas respecto a su vida y más aún en referencia a
su recuperación.
Sin embargo,
siete días después le fue retirada la ventilación asistida, y, poco a poco, el
doctor Alexander comenzó a recuperar la consciencia o, quizás, como veremos a
continuación, nunca la había perdido. Los recuerdos del coma se encontraban
inmersos en una inmensa niebla donde las memorias aparecían fragmentadas. El
médico había perdido el habla, así como multitud de funciones cognitivas. Le
resultaba difícil comprender no solo lo que había sucedido, sino en qué entorno
se encontraba, pero poco a poco fue organizando todos los recuerdos de lo que
había ocurrido.
Mientras
tomábamos un frugal desayuno, el doctor Alexander hilvanaba sus ideas como si
de un encaje de bolillos se tratase. Durante el coma dijo encontrarse en una
situación prácticamente idílica, con la consciencia totalmente alerta y
despierta. Tuvo la experiencia de ser transportado por bellos paisajes en una
especie de mariposa gigante. El doctor, al igual que en los mejores relatos de
fantasía, iba sentado en una de sus alas mientras recorría inmensas extensiones
de terreno durante un tiempo que, bajo ese estado comatoso, le resultaba
imposible de precisar. Pero quizás no sea eso lo más llamativo, ya que durante
esos viajes le acompañaba otra persona: una chica de unos diecinueve años que
le protegía y consolaba durante su estancia en esa especie de más allá. En
muchas ocasiones, según el doctor Alexander, la chica que actuaba de
acompañante iba sentada en la otra ala de la misma mariposa. Mientras,
telepáticamente, se comunicaban e intercambiaban información. La bella muchacha
le consolaba y le fortalecía, asegurándole que su recuperación se encontraba
cercana.
Una vez que el
doctor Alexander se recuperó del coma, comentó esta historia a sus padres,
intentando encontrar algún tipo de significado que pudiera orientarle. Para su
sorpresa, los padres le comunicaron que él había sido adoptado siendo muy niño.
El pobre Alexander no salía de una sorpresa para caer rápidamente en otra. A
estas alturas de la conversación comencé a notar que sus ojos se humedecieron y
que el tono de voz había adquirido otro timbre.
No satisfecho
con la explicación que le habían otorgado sus padres respecto a su adopción,
comenzó a buscar, a través de los Servicios Sociales del Estado de Virginia,
quiénes eran sus padres biológicos. Una vez que logró dar con sus nombres y
dirección tuvo la valentía de ir a visitarles. Huelga decir que el encuentro
fue de lo más emotivo, más aún conociendo la sensible personalidad del doctor
Alexander.
Durante esta
entrevista con los padres biológicos, el médico relató la situación límite que
había experimentado unos meses antes y, lógicamente, hizo hincapié en la
aparición de esa figura femenina, de aproximadamente diecinueve años, que le
había escoltado y protegido durante el tiempo de la enfermedad. Los padres
biológicos se abrazaron y comenzaron a sollozar, para sorpresa del
neurocirujano. Había ocurrido algo impensable: el personaje al que se refería
Alexander en sus minuciosas descripciones no era otro que una hermana biológica
que había fallecido años antes, cuando tenía la misma edad que el personaje que
había acompañado al medico en su ECM.
La madre salió
del cuarto donde se habían reunido y regresó pocos momentos después con una
fotografía (que yo también he visto), cuyo rostro era precisamente el de la
mujer joven que vio el doctor durante la ECM. En este momento de la narración
la voz del doctor Alexander se quebró ya casi por completo, y he de reconocer
que yo mismo, después de ese final de historia tan inesperado, me encontré casi
tan emocionado como el propio neurocirujano. A pesar de todo, acabamos el
desayuno y pude tener el placer, posteriormente, de conocer a sus padres
biológicos, con los que mantiene en la actualidad una excelente relación.
El doctor
Alexander, al igual que muchas otras personas que han sufrido ECM, atravesó un
intenso y positivo cambio de personalidad que ha hecho que, en la actualidad,
sea una persona más proclive a centrarse en las cuestiones no materiales.
XEL ENTORNO
En una de mis visitas a la luz me fue
revelado que la frecuencia de aparición de las ECM irían incrementándose entre
los humanos y que, una vez alcanzada una masa crítica, se produciría un enorme
efecto sobre la humanidad. Toda esta gente que vuelve de la muerte te está
diciendo que hay mucho más allá de lo que pensamos.
TESTIMONIO DE UNA PERSONA QUE SUFRIÓ
UNA ECM
Dorothy Counts
describe el caso de un habitante de la Melanesia que durante su ECM paseaba por
campos de flores y de luces, incluso por caminos en los que debía escoger su
sendero. Al llegar a una casa vio niños, sobre plataformas, encima de las
ventanas y de las puertas. La casa parecía rotar sobre un eje mientras la
persona, inmóvil, tan solo veía su exterior. Una vez dentro, la cosa pareció
cambiar: «Había todo tipo de cosas dentro de esta casa y yo quería verlas
todas. Algunos hombres trabajaban con acero, otros construían barcos y otro
grupo construía automóviles».
Estos entornos
que se presentan durante las ECM positivas suelen ser realmente espectaculares.
Por ejemplo, los budistas llegan a encontrarse en paraísos llenos de lagos,
joyas, bellas fuentes y flores, y se escuchan constantemente los textos
sagrados. Es un reino donde no existe ningún tipo de necesidad ni sufrimiento.
Las personas que han alcanzado este paraíso se sientan sobre lotos en el centro
de un lago cristalino.
En el caso de
los musulmanes el Corán afirma que el paraíso está constituido por
aguas cristalinas, especialmente atractivas para los árabes que viven en el
desierto. Asimismo, el paraíso está plagado de los más exquisitos metales y
piedras preciosas. Sin embargo, la mayor alegría que está esperando a los
creyentes en el paraíso no son los bienes materiales, sino los espirituales y
la alegría de poder ver a Alá. Al mismo tiempo, el infierno de los musulmanes
se parece mucho al cristiano, en el que el elemento fuego es el principal.
Respecto a
estos entornos, creo que vale la pena plasmar la experiencia que tuvo Ana
durante una cesárea de urgencias que se complicó debido a una intensa
hemorragia: «Fue en septiembre de 1994. Me introducen en la sala de quirófano,
ya que me van a practicar una cesárea. Los enfermeros me atan con unas cintas
de cuero y hay gran movimiento de gente vestida de verde. Me están preparando
para la intervención. Un señor con mascarilla me coloca una transparente. El
aire que respiro parecía solo eso, aire, no olía a nada. Me dice aquel hombre
que ha llegado el momento y que van a comenzar. Me asusté muchísimo y le dije:
“¡Espere, cómo va a empezar, aún estoy despierta!”. Comencé a gritar y
removerme pidiendo que esperaran, cuando unos segundos después me quedé
profundamente dormida. Al principio eran sueños de lo más vulgares, los
típicos. De repente sonó un golpe seco y se volvió todo negro. Los sueños
cesaron totalmente. Pude estar así unos segundos. Entonces aparecí volando. Era
un vuelo rápido y rasante, sobre un espectacular campo de girasoles de unos
colores especiales. No se veía cielo, solo una luz de fondo preciosa que cada
vez se fue haciendo más y más amplia, hasta que las flores desaparecieron y
todo fue inundado por esa luz. Una luz preciosa, brillante, como azulada. En
poco tiempo sentí como si me empujaran hacia abajo y me vi en el exterior del
hospital. Podía ver tanto el interior del quirófano como el exterior, todo
desde arriba. Vi cómo me estaban reanimando. Había tres hombres y dos mujeres,
por las voces y los ojos lo intuí. Sentí una paz inmensa. Era maravilloso, no
había sensación de dolor, ni prisas, era una felicidad indescriptible. No sé
cómo describirlo bien, la verdad. Oí una voz que no era ni de hombre ni de
mujer, más bien parecía una mezcla, que me dijo que no era mi hora: “Tienes que
volver”. Me enfadé y le dije que no, que no quería volver. Era como si en mi
interior algo me dijera que abajo todo estaría bien y que todo saldría adelante
sin mí. Perdí totalmente el apego por lo que tenía. Entonces sentí que alguien
me empujaba fuertemente hacia abajo, me volví a elevar y me volvieron a empujar
aún más fuerte. De sopetón abrí los ojos y me vi rodeada de gente en el
quirófano, y la enfermera pellizcándome con mucha fuerza diciendo: “Madre mía,
que no se despierta esta hija de pu…”».
Cassandra
Musgrave, mientras se estaba ahogando debido a un accidente de esquí acuático,
cuenta que viajó a través de un túnel, a un lugar donde había flores de todos
los colores. De repente se vio rodeada por todo el universo, en una galaxia con
estrellas por doquier. Aunque no podía sentir nada bajo sus pies, sabía que se
encontraba en un lugar sólido. En ese lugar se encontró con un ser que le dio
la opción de quedarse, cosa que a ella le produjo una inmensa reacción de
pánico ya que, entre otras cosas, su hijo de tres años se encontraba en la
orilla del lago. Este ser de luz le mostró en la distancia una especie de
entrada a una cueva que irradiaba luz desde su interior y que parecía
pertenecer a otra dimensión. Dentro de ella habitaban personas que se
encontraban estudiando y adquiriendo una sabiduría infinita. En la otra
dirección, a su derecha, vio una serie de edificios construidos en un material
parecido al cristal con ribetes dorados, semejantes a templos. El ser le mostró
lo que sucedería si ella decidía no volver a la Tierra: su hijo y su pareja
llorando, el intento de resucitación boca a boca, su propio funeral. Después de
ver estas desgraciadas escenas, Cassandra decidió abandonar ese maravilloso
entorno y volver del más allá.
Natividad nos
ofrece también su testimonio: «Estoy totalmente segura de que jamás me habría
negado a morir en cualquier otro momento de mi vida. Nadie quiere volver de
allí. Jamás he vuelto a sentir algo así y nada tiene que ver con anestesias ni
fármacos. No es nada parecido. No es un bienestar físico, es un bienestar moral
y sensorial».
XIEL REGRESO
Las ECM nos sorprenden sobremanera
porque son la prueba más tangible que se puede encontrar de la existencia de la
vida espiritual. Son verdaderamente la luz al final del túnel.
RAYMOND MOODY
El regreso no es
asunto fácil, ya que la persona se encuentra embriagada de luz y satisfacción
y, encima, rodeada de familiares ya fallecidos a los que apreciaba. Entonces,
¿por qué vuelve? En uno de los capítulos anteriores describíamos cómo una
entidad o un familiar ya fallecido parecía adoptar el papel de embajador de la
muerte y recomendar a la persona que sufre la ECM volver a la vida. Una de las
ideas más repetidas en las ECM es que la entidad les recomendaba regresar para
completar su ciclo vital o los proyectos que todavía no había acabado. Marta
nos cuenta: «Enseguida empecé a bajar a mucha velocidad y sentí perfectamente
cómo mi espíritu encajó en mi cuerpo. Al principio no podía reaccionar y me
quedé como paralizada, pero una vez que me tranquilicé pude darme cuenta de lo
que había pasado». Este regreso coincide con las maniobras de resucitación en
las que, muchas veces de manera brusca, el sujeto vuelve a su cuerpo
despertando casi de inmediato.
Esta vivencia
me recuerda a ciertas experiencias profesionales de mi época en la Escuela de Psiquiatría
de la Universidad Complutense. En aquellos años (década de 1980), una epidemia
de consumo de heroína hacía mella en un gran número de jóvenes españoles.
Prácticamente a diario llegaban las ambulancias con alguna persona agonizante
debido a una sobredosis. Mientras se le suministraba el medicamento antagonista
de la heroína que les salvaba la vida —naloxona—, llamábamos a un guardia de
seguridad del hospital para que estuviese a nuestro lado y nos protegiese del
resucitado. La vuelta a la vida, o al menos la reversión de la profunda
intoxicación, venía muchas veces acompañada de una parada cardiorrespiratoria
que solía ser muy brusca.
El paciente,
como si de una película de terror se tratase, abría los ojos y tomaba una
fuerte bocanada de aire para después, y de manera súbita, darse cuenta de dónde
se encontraba. Muchos mostraban su agresividad después de haberles hecho
abandonar la placidez, la luz y la entidad, y quizás también por haberles
cortado la infinita sensación de bienestar que produce la droga.
Sin embargo,
solo los que salían de una profunda intoxicación se referían a su frustración
por haber abandonado su ECM y volver al mundanal y sórdido mundo de los
toxicómanos. Por el contrario, los que presentaban intoxicaciones más ligeras
tan solo protestaban por la anulación de los efectos opiáceos y, lógicamente,
porque a partir de ese mismo momento iban a tener que emprender otra nueva loca
carrera para conseguir el dinero de una nueva dosis.
Aunque a los
lectores pueda parecerles sorprendente, en alguna ocasión llegamos a ver al
mismo paciente intoxicado y salvado ¡dos veces en el mismo día! La repetición
en muchos de ellos de una ECM fue uno de los resortes que despertaron mi
interés por este tema.
Kenneth Ring
afirma que el 57 por ciento de las personas que han sufrido una ECM deciden
retornar a la vida de forma más o menos voluntaria, ya sea por encontrarse con
seres que les aconsejan tomar esa decisión o por cualquier otra razón. Si bien
la mayoría de las personas que han sufrido una ECM desearían volver a tenerla e
incluso ya no temen a la muerte, no es menos cierto que en los primeros
estadios el deseo de volver al cuerpo, durante el trayecto del túnel, suele ser
bastante fuerte, entre otras cosas por el natural temor ante lo que nos vamos a
encontrar más adelante, lo desconocido. Habitualmente, pasar la zona más oscura
del principio y llegar hasta los seres queridos o hasta el ser luminoso produce
tal satisfacción que el deseo de volver queda descartado prácticamente de
inmediato.
En otras personas
aparecen sentimientos ambivalentes ya que, por ejemplo, poseen una familia y, a
pesar de encontrarse fenomenalmente en la nueva situación, desean volver a la
vida normal. Otros, por el contrario, no echaban de menos a la familia, pero se
encontraban desarrollando algún proyecto que no querían dejar a medias bajo
ningún concepto, como una carrera universitaria o algún plan que se encontraba
en su momento más importante.
¿CÓMO SE TOMA LA DECISIÓN DE REGRESAR?
Para algunos
parece ser el resultado de una mera decisión personal. Es decir, de un breve
pero conciso balance de la vida y de la situación personal que les impele a, si
existe la posibilidad, tomar el tren de vuelta por el mismo túnel por donde han
venido.
Otro grupo,
particularmente los que se encuentran con la figura divina o ser de luz, parece
dejar en sus manos la decisión. Este personaje, al que muchos identifican con
Dios, les indica con claridad que no es el momento adecuado para abandonar la
vida terrenal y, en ocasiones, arguye distintos motivos para convencerles de
que deben volver. Abramovitch describe, en 1988, el caso de un paciente judío
que durante un ataque cardíaco se encontró con una figura a la que identificó
con Dios: «“Ya se te ha hecho muy tarde. Vuelve, hijo mío, antes de que sea
demasiado tarde”. Me levanté y estiré todo mi cuerpo. Llegué a ponerme de
puntillas. Elevé mis dos manos y grité: “Padre, déme la mano, ayúdeme”. Él no
respondió. Perdí el equilibrio, resbalé y caí. Un dolor lacerante paralizó mis
pies. Me volví y miré al Padre. Una agradable sonrisa cruzaba sus labios al
mismo tiempo que su imagen comenzaba a disolverse y a desaparecer. Ya no podía
volar, ni siquiera caminar, así que comencé a gatear.
»El
arrastrarme por el suelo me causaba gran dolor, pero iba avanzando. De repente
vi mi cuerpo abandonado. Sostuve sus brazos, sus manos sobre las mías, sus ojos
sobre los míos. No dije una sola palabra. En mis oídos todavía escuchaba el eco
del Padre: “Vuelve antes de que sea demasiado tarde”. Mis sentidos se apagaron y
volví a perderme en la oscuridad». Poco después, despertó en el hospital.
Un tercer
grupo es el que se encuentra, para gozo del potencial difunto, a un grupo de
familiares o amistades que, asemejándose a la entidad divina o ser de luz,
recomiendan a la persona volver a su vida terrenal. Es llamativo cómo algunas
personas no obedecen dócilmente las indicaciones, sino que entablan cierta
discusión no violenta acerca de su continuación hacia adelante o, por el
contrario, respecto a su vuelta.
Un grupo de
personas que han sufrido ECM que no es especialmente abundante es el que
refiere que su vuelta no ha sido debida ni a ellos mismos, ni tampoco a
influencias por parte de familiares o entidades divinas después del túnel,
sino, paradójicamente, debido a los ruegos y plegarias de las personas que
todavía se encontraban en esta vida o de ciertas «entidades divinas» que
actuaron a modo de ancla para evitar la escapatoria de esa alma escurridiza.
Por ejemplo, Roberto, un paciente que sufrió una caída desde un segundo piso
mientras trabajaba en la construcción, me relató lo sucedido durante su ECM:
«Mi madre fue la primera en saludarme envuelta en una luz que me deslumbraba. A
su lado estaba mi abuelo, que tan solo me sonreía. Ella me acogió con ternura
pero me regañó por estar ahí. Simplemente me dijo que no era el momento, que
mis hijos me necesitaban más que ellos y que no había ninguna prisa en
encontrarnos. No intercambiábamos palabra alguna. Todo era como leyéndonos la
mente. Yo no llegué ni siquiera a responder. Ella sonrió y de repente dejé de
verla. Una fuerza invisible me hacía caer de espaldas. No tenía vértigo, pero
caía sin cesar. Era consciente de todo lo que sucedía en cada momento.
Desconozco cuánto tiempo transcurrió pero de repente me encontré dentro de una
ambulancia. Me dolía todo, pero no dejaba de pensar en lo que acababa de
vivir».
En otras
ocasiones, como describe Counts en 1983, sobre un caso ocurrido en la
Melanesia, las situaciones que conducen a la vuelta pueden ser un tanto
peculiares: «Cuando fallecí todo estaba oscuro, pero finalmente llegué a un
prado lleno de flores y repleto de luz. Caminé por el sendero hasta una
bifurcación donde había dos hombres esperándome, uno a cada lado del camino.
Cada uno de ellos me invitó a seguir por su particular camino. No tuve tiempo
de pensar, así que me decidí por uno de ellos. El hombre tomó mi mano y me
llevó a través del pueblo. Una larga escalerilla subía hacia una casa. Subí por
la escalerilla y cuando ya me encontraba en la parte superior oí una voz: “No
es tiempo para que vengas. ¡Quédate ahí! Te voy a enviar un grupo de personas
que te ayuden a volver”. Pude oír su voz pero no pude ver su cara o su cuerpo».
Más tarde se produce una situación en la que la persona parece poder elegir:
«Iba a volver, pero no había ningún camino, así que la voz dijo: “Dejadle ir”.
Entonces surgió un rayo de luz y pude caminar sobre él. Fui bajando por el
mismo, y cuando me di la vuelta para mirar ya no había nada, tan solo un
bosque. Me quedé pensando: “Sí, ya ha comenzado el duelo. Por mí no seguiré
adelante, porque la voz me dijo: ‘Quédate ahí y escucha. Si no hay duelo y los
perros no aúllan, puedes volver a la vida. Pero si hay duelo te vienes hacia
aquí’”».
Resulta de
interés comentar que no todos salieron de la zona oscura del túnel para llegar
a la luz y retroceder, sino que algunos no llegaron a dicha luz, a pesar de la
inmensa atracción: en alguna parte del túnel retrocedieron, dejando atrás la
luz y volviendo hacia el punto de partida. En ocasiones, incluso, volvía a
reproducirse el sonido, zumbido o siseo inicial que se había escuchado al
comienzo de la ECM.
¿CÓMO NOS SENTIMOS AL REGRESAR?
Las personas
que regresan de las ECM presentan sentimientos ambivalentes: una sensación de
tristeza por volver unida a una alegría y paz interior indescriptibles por
saberse conocedores de lo que hay más allá, además, como es lógico, de haber
disfrutado de la experiencia per se.
Hay que
entender que una ECM puede ser el suceso más intenso de cualquier vida. Las
personas a las que he entrevistado la recuerdan, y son capaces, incluso, de
evocar las sensaciones muchos años después de haber ocurrido. Es decir, no solo
se echa de menos la experiencia, sino las maravillosas sensaciones que suceden
durante su transcurso.
Sutherland, en
1992, describe lo que llama una «trayectoria de integración». Se refiere a que
la integración comienza justamente después de una ECM y continúa hasta pasar a
formar parte de la vida diaria de la persona. Según esta autora, es un proceso
tanto interno como externo y que acabará teniendo cierta aceptación social.
Asimismo, el
camino por el que transcurre esta integración depende de varios factores: la
elección u obligatoriedad de volver a la vida, la aceptación o no del regreso,
la actitud misma hacia la experiencia, las actitudes sociales, el hablar
abiertamente de la ECM con los demás y, por último, la información que posee la
persona sobre las ECM.
En las
experiencias que nos relata podemos observar una serie de factores comunes,
como los siguientes:
1.
Bloqueo. Se da en aquellos que no
encuentran interés en la propia experiencia. Esta actitud se ve reforzada
cuando salen de la luz.
2.
Freno. Es frecuente entre personas
que no saben cómo orientar su experiencia, tienen miedo de hacerla pública o
les falta soporte social.
3.
Estabilidad. En general se desarrolla de
manera progresiva.
4.
Rapidez. Como su nombre indica, se
trata de una evolución de mayor celeridad relacionada casi siempre con ECM de
gran calado y profundidad.
Otra autora,
Regina Hoffman identificó cinco etapas en el proceso de integración: shock
o sorpresa, necesidad de validación, implicación interpersonal, exploración
activa y, finalmente, integración. Uno de los denominadores comunes de estas
etapas consiste en comunicar los sentimientos y las sensaciones a personas que
sepan escuchar en cada una de las fases. Durante la etapa de validación, por
ejemplo, resulta devastador el rechazo de la experiencia por parte de algún
familiar, ya que bloquearía la progresión e integración de la experiencia en la
persona que la ha sufrido.
La finalidad
de comunicar la experiencia tiene varios motivos: buscar validación de la misma
por parte de las personas queridas; compartir una experiencia que
subjetivamente ha resultado positiva; explicar y negociar los cambios con las
personas del entorno, ayudar a otros, reexperimentar el evento… Así lo explica
Natividad: «Cambias la forma de ver la vida, sabes que se te ha concedido una
segunda oportunidad y sabes que lo único que te llevas contigo es el amor.
Intentas hacer felices a los demás y te sensibilizas ante el sufrimiento ajeno.
Eres más humano. Pierdes el miedo a la muerte, pues en realidad no se muere, se
despierta, se vuelve a casa».
La experiencia
puede ser positiva para muchas personas, pero no podemos negar que son numerosos
los que la han experimentado y se han visto incomprendidos por la familia, los
amigos o los compañeros de trabajo.
Hay que darse
cuenta de que las personas que han pasado por una ECM sufren importantes
cambios en sus escalas de valores, pierden interés en las posesiones materiales
y refuerzan las relaciones personales hasta el punto de que muchos les
ridiculizan por sus cambios de comportamiento.
Algunos
psiquiatras y psicólogos, desconocedores en profundidad del tema de las ECM,
han llegado a insinuar que los síntomas podrían ser encuadrados dentro de
alguna enfermedad mental o desorden psiquiátrico candidato a recibir
tratamiento.
Un autor, Rex
Christian, observó, en 2005, que hasta un 65 por ciento de las personas que
habían sufrido una ECM se divorció durante los primeros años posteriores, en
comparación con solo el 19 por ciento de las personas que habían tenido una
experiencia de alguna otra índole. Una de las razones principales era una
profunda y brusca divergencia en los valores de pareja que originalmente les
habían unido. El florecimiento de nuevas actitudes y valores hacen de la
pareja, según Atwater, un verdadero extraño, mientras que lo extraño se llega a
convertir en familiar. Esta fase, según la autora, puede durar horas, días,
meses o años.
Para Atwater,
además, la alteración en las percepciones produce beneficios, pero también
problemas. En una entrevista personal que mantuvimos pocos meses antes de
escribir este libro advertí en su discurso la sensación de que ella, al ser una
persona que también ha sufrido una ECM, además de investigadora de estos temas,
mantiene un sentido de unidad con lo cósmico. Es como una desaparición de
fronteras entre lo animado y lo inanimado, entre uno mismo y los demás.
Asimismo, la sensación de que el tiempo transcurre de manera distinta en
comparación a los demás, así como en su intensidad, suele producir la impresión
de estar atrapado en el presente a costa de hipotecar el futuro.
Si bien la
mayoría de las personas presenta una actitud positiva después de una ECM, no es
menos cierto que en el periodo más cercano al acontecimiento se suele vivir un
torbellino de emociones y casi de enajenación mental. Según Morris, los
pacientes advierten que algo muy poderoso e importante les ha sucedido. Sin
embargo, saben cómo interpretarlo. Poseen un intenso deseo de conocer el
significado de su experiencia, pero les resulta vergonzoso ir haciendo
preguntas sobre la misma. Por este motivo, la comprensión y el soporte
emocional de la familia son de suma importancia durante este peculiar periodo
de vulnerabilidad. Asimismo, el apoyo y validación de la ECM por parte de los
médicos y demás personal sanitario resultan de suma importancia para el que la
ha sufrido.
En el caso de
los niños, Greyson afirma que algunos de ellos, al igual que los adultos,
deciden volver, mientras que otros son forzados a hacerlo. Para los que
recuerdan que han sido obligados a volver el sentido de rechazo puede ser, en
ocasiones, incómodo de resolver. Tanto niños como adolescentes pueden llegar a preguntarse
qué es lo que han hecho de malo como para ser obligados a volver a la vida
terrenal, como si fuera una forma de castigo.
LA INEFABILIDAD
La inefabilidad
es quizás la característica más marcada e inmediata de los regresos de las ECM:
a la persona le resulta casi imposible explicar lo que ha sucedido. Es decir,
se encuentra tan sorprendida y sobrepasada por las sensaciones y emociones que
no encuentra las palabras adecuadas para transmitir oralmente la experiencia.
Es muy
probable que una de las características que más llaman la atención al
observador en la persona protagonista del relato sea la verosimilitud del
mismo. La persona no duda de lo que ha ocurrido. He entrevistado a personas que
no eran creyentes en ningún tipo de religión y que tampoco gustaban de temas
esotéricos, por lo que, inicialmente, descarto que fuesen proclives no solo a
inventar una historia descriptiva de las ECM, sino que esperaba que su
autocrítica les llevase a dudar de lo ocurrido, o, por lo menos, a ponerlo en
tela de juicio. Sin embargo, es sorprendente la claridad del discurso. Para
ellos no es algo que haya transcurrido entre sueños, algo propio de un estado
onírico o, al menos, perteneciente a alguna situación borrosa, difícil de
clarificar. De hecho, la sensación que transmiten es absolutamente cristalina.
No es que crean que les ha sucedido, es que no tienen la menor duda acerca de
la verosimilitud de lo ocurrido.
Más aún, en
ocasiones resulta delicado interrogar a una persona que ha sufrido una ECM
porque se encuentra muy sensible ante la incredulidad ajena, pues hay temor a
ser considerada como una enajenada mental. Justamente por este motivo resulta
muy terapéutico que las personas que han vivido una ECM se comuniquen entre sí.
Aydée, de quien ya hemos hablado, afirma: «Es agradable compartir esta
experiencia con personas que saben de lo que hablo y me siento afortunada de
haberla tenido».
Nancy Evans
refiere, en 2002, cómo al escuchar a las personas que han vivido una ECM le
parece que emplean un lenguaje propio de poetas y sumamente metafórico. Sus
historias, como denota la lingüista Regina Hoffman en un trabajo de 1995, son
relatadas como a capas, ya que no existen elementos descriptivos
suficientemente fieles para poder describir lo que cada uno ha visto, oído o sentido.
Normalmente
somos más partidarios de la realidad que de la imaginación, tanto en el arte
como, por ejemplo, en las películas. Creemos más en lo que vemos de manera
directa delante de nosotros, pero esto nos lleva a ignorar, equivocadamente, lo
que sucede en torno a nosotros.
XIISENSACIÓN DE PRESENCIAS.¿EL ÁNGEL PROTECTOR?
Me parece / que legiones de ángeles, /
en caballos celestes / –como cuando, en la alta noche escuchamos, sin aliento /
y el oído en la tierra, / trotes distantes que no llegan nunca–, / que legiones
de ángeles, / vienen por ti, de lejos / –como los Reyes Magos / al nacimiento
eterno / de nuestro amor–, / vienen por ti, de lejos, / a traerme, en tu
ensueño, / el secreto del centro /del cielo.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Los ángeles han
desempeñado un papel importante en numerosas religiones. Su nombre deriva del
vocablo griego angelos, que significa «mensajero». Tradicionalmente,
han sido considerados seres espirituales, superiores a los humanos en poder e
inteligencia, que actúan en nombre de Dios. Los ángeles han sido descritos con
aspecto humano, incluso con largas y blancas alas, ataviados de túnicas blancas
y, en ocasiones, con un halo luminoso sobre la cabeza.
Craig Lundhal
ha discutido cuál es la función psicológica de la aparición de estos seres
durante las ECM, concluyendo que su presencia se deriva de su finalidad
informativa y protectora: guían a la persona y le dan seguridad en el camino
hacia la otra vida.
La literatura,
incluida la científica, de los que estudian las ECM se encuentra salpicada con
mucha frecuencia de descripciones de supuestos seres luminosos, lo que
habitualmente denominamos ángeles. La figura del ángel aparece en numerosas
religiones: en el Talmud judío, en la Biblia cristiana y en
el Corán islámico. Hay más de doscientas referencias a ángeles en la Biblia.
Asimismo, su presencia ha sido reportada frecuentemente en las visiones de
místicos y santos. Uno de los ejemplos más llamativos es el del científico y
místico del siglo XVIII
Emanuel Swedenborg, que describe en sus trabajos teológicos los encuentros
personales con estas entidades angelicales. Los veintitantos volúmenes de su
obra teológica son un arcano. Los hombres de su época no lo entendieron y
nosotros no hemos sabido qué pensar de un hombre que afirmaba vivir al mismo
tiempo en este mundo y en el otro. Este tipo de presencias, mensajeros o
ángeles, son también descritos en la mitología hindú, que los denomina yamdoots.
También tienen la función de guiar, informar y proteger a la persona.
Isabel nos
cuenta: «Al morir una tía mía de un infarto, esa misma tarde la pequeña Sara,
que tendría como unos cinco años o quizás menos, contó a su madre que vio
llegar a dos ángeles que venían a buscar a mi tía y la alzaron, llevándosela
para el cielo. Dicen que los niños pueden ver espíritus más fácilmente que una
persona adulta».
Un importante
resurgimiento en el interés sobre los ángeles ha acontecido en la última década
por la aparición de numerosos libros que versan sobre este tema. Asimismo,
varias películas de Hollywood han tratado el tema de los ángeles guardianes que
cuidan de sus protegidos terrestres.
Una encuesta
realizada en 1993 por la conocida revista Time reveló que el 69 por
ciento de una muestra de 500 individuos encuestados creía en la existencia de
ángeles; el 46 por ciento creía en la existencia de ángeles guardianes
personales; y, sorprendentemente, el 32 por ciento reportó haber tenido algún
tipo de contacto con los susodichos ángeles.
Las
experiencias con ángeles ocurren tanto a niños como a adultos, a hombres y a
mujeres. Sin embargo, Pierre Jovanovic realizó, en 1993, una revisión histórica
de los textos relacionados con estos temas, tanto místicos como religiosos, y
observó que el 70 por ciento de dichas apariciones les ocurrían a mujeres.
También podríamos
objetar que este tipo de presencias parecen darse, como era de esperar, en
momentos críticos de la vida, en los que cualquier mortal necesita de algún
tipo de protección especial. Por ejemplo, cuando nos exponemos a una enfermedad
potencialmente mortal. Tal parece el caso que relata María Luisa respecto a su
marido: «Hace escasos quince días mi marido fue ingresado de urgencias con un
problema pancreático grave. Una vez que pasaron las primeras cuarenta y ocho
horas en Urgencias, lo subieron a planta y allí todo parecía ir bien hasta que
llegó la noche. De repente, empezó a encontrarse mal y a sufrir temor por su
estado. Yo también le vi con la cara demacrada. En el momento en que empezó a
notar un dolor fuerte en el vientre se metió en la cama y me dijo que pudo ver
una imagen blanca que se metía bajo las sábanas antes que él. Me dijo que
notaba la presencia de una mujer a la que llegó a identificar como a su
abuela».
Los autores
científicos más conocidos en relación a las ECM, como, por ejemplo, Raymond
Moody, Kenneth Ring, George Gallup y William Proctor, siempre hacen referencias
a encuentros entre las personas que han sufrido una ECM y ángeles. Sin embargo,
Bonenfant, después de revisar multitud de estudios acerca de las ECM, tan solo
encontró una incidencia aproximada del 4 por ciento para este fenómeno,
aclarando, en cualquier caso, que esta cifra podría ser mayor en las ECM
producidas en niños. Bonenfant describe en otro artículo el caso de un niño que
sufrió un accidente de automóvil y que una vez pasado el túnel se encontró con
una luz brillante que no llegaba a dañar sus ojos. El niño se sentía seguro en
el entorno de la luz y ante una presencia que él interpretaba como la de Dios.
Al final de este encuentro una luz pareció separarse de la figura divina. El
chico interpretó que esa luz menor no podía ser otra cosa que un ángel, si bien
no podía distinguir claramente la forma o el sexo de este ser luminoso o ángel.
Simplemente recordaba que la luz se asemejaba a una estrella de un árbol de Navidad.
El ángel escoltó al niño a través de sitios oscuros y abiertos donde, a pesar
de todo, podía ver algunas cosas. En una de las últimas escenas que recuerda de
su ECM se vio acompañado por dicho ángel a una especie de sótano, un sitio
aparentemente seguro donde podía protegerse del diablo, ya que no tenía ni
puertas ni ventanas y, al mismo tiempo, podía sentir la presencia del ángel
protector junto a él. Esta imagen de santuario protector fue la última cosa que
el chico recordó antes de recobrar la consciencia en el hospital.
Brad Steiger
refleja en una publicación de 1994 cómo una mujer llamada Gloria era guiada por
un ángel en dirección hacia la luz durante una ECM. Después de escuchar una
serie de campanillas, observó cómo un ángel guardián descendía desde el techo
para llevársela con él: «Era la luz más bella que nunca había visto. Al ver que
me encontraba asustada, el ángel me invitó a acercarme. “Sí —dijo—, ahora
debemos ser solo Uno con la Luz, así que debemos seguir ascendiendo”».
Maurice
Rawling, por su parte, describía en 1979 a una persona cuyos pensamientos
fueron examinados por un ángel luminoso: «Sabía que me estaba muriendo. Me
acababan de llevar al hospital y comencé a sentir un dolor en mi cabeza cuando,
súbitamente, me envolvió una fuerte luz y todo comenzó a dar vueltas alrededor
de mí. Entonces empecé a encontrarme en paz y con una buena sensación de
bienestar. Miré hacia abajo y vi a los médicos trabajando sobre mí, realmente
no me importó […]. Pasé por un túnel y salí al otro lado luminoso […]. Allí
estaba mi hermano, que había fallecido hacía ya tres años. Intenté pasar por
una puerta, pero mi hermano bloqueaba la visión y no podía ver más allá de él
[…]. Súbitamente pude ver lo que había detrás de mi hermano. Era un ángel lleno
de luz […]. Noté que me estaba examinando y buscando mis pensamientos más
íntimos […]. También noté la presencia de espíritus de algunas personas que
amaba y que ya habían fallecido. Entonces, todo mi cuerpo se convulsionó. Los
médicos me habían aplicado una descarga eléctrica para resucitarme. Ya estaba
de vuelta a la Tierra. El miedo a morir desapareció desde aquel momento».
Uno de los
casos más sorprendentes es el relatado por Richard Bonenfant en el año 2000. El
comienzo de la historia tiene lugar en el hogar de la protagonista durante el
verano de 1981. Una mujer joven, que gustaba de la natación, se arrojó al agua
de una piscina durante la celebración de una fiesta. Mientras se encontraba
bajo el agua, conteniendo la respiración, uno de los invitados decidió,
seguramente influido por el alcohol, saltar a la piscina y gastarle la broma de
sujetarla debajo de la superficie. Como la joven mujer ya no tenía reservas de
aire, perdió la consciencia con mucha rapidez. Lo que sucedió a continuación
fue lo característico de una ECM. La chica se encontró rodeada de oscuridad y,
aunque sentía desorientación y estaba un tanto confusa, perdió el miedo y el
pánico a ahogarse. La sensación, según sus palabras, «fue la de subir por una
escalera invisible». Inmediatamente después ocurrió el fenómeno de visión
panorámica, escenas de su niñez, jugando con un gato, todo encuadrado en un
formato colorido y prácticamente televisivo. Ningún sonido. Entonces observó
una luz por encima de ella, en un ángulo oblicuo. Poco a poco se fue acercando
a la misma, primero lentamente y después a mucha velocidad. A medida que subía
una sensación de paz y amor se fue apoderando de ella. Encuadrada al final del
túnel vio la figura de una mujer, bella y luminosa, que parecía darle la
bienvenida, pero cuando se encontró a corta distancia la soltó de las manos y
le dijo con la mirada que no era su momento y que tenía que volver. Casi de
inmediato se encontró dentro de su cuerpo, luchando para respirar, al borde de
la piscina. Alguien la había rescatado. Solo habían transcurrido un par de
minutos bajo el agua. No necesitó ningún tipo de tratamiento médico y se
recuperó en pocas horas.
Quince años
más tarde la hija de la protagonista de esta historia sufrió un percance
bastante grave debido a la mordedura de un perro en plena cara, cuando era una
niña. Fueron necesarias varias operaciones de reconstrucción estética,
incluyendo implantes de piel. Después de una de las operaciones, la niña
comenzó a tener pesadillas por lo que la madre, en ocasiones, la tomaba entre
sus brazos a pie de cama. En uno de esos momentos, la madre notó una tenue luz
por encima de su hombro izquierdo. De inmediato se volvió para buscar la fuente
de dicha luminosidad. Su sorpresa fue mayúscula cuando, a menos de un metro,
vio a la misma bella mujer que se le apareció durante el accidente de la
piscina. Telepáticamente la inesperada visita le comunicó que no se preocupase,
ya que su hija se recuperaría sin ningún problema. Al volver a pestañear, la
presencia había desaparecido. Siguiendo el patrón cultural del entorno, la
madre lo interpretó como un ángel de la guarda.
Es llamativo
que, a pesar de lo que podríamos imaginar, la mayor parte de las personas que
presentan este tipo de vivencias no se encuentran afiliadas a ningún tipo de
religión. Algunas ni siquiera son simpatizantes de las mismas. Otras, por el
contrario, son declaradamente ateas. Las que son creyentes viven las ECM como
refuerzo de sus creencias. De alguna manera, las ECM confirman sus creencias
preexistentes acerca de Dios y de la vida después de la muerte, pero,
curiosamente, no se produce ningún aumento en sus comportamientos religiosos,
aunque sí en su espiritualidad. Además, a partir del momento en que una persona
experimenta una ECM, aumenta la entrega a los demás, incluso en el terreno
profesional, excediendo cualquier límite anterior a dicha experiencia.
Si acaso hay
alguna distinción entre niños y adultos a la hora de sufrir una ECM es la de
encontrarse acompañados en los diversos trayectos que tienen que recorrer, particularmente
en el túnel. En ocasiones los niños refieren figuras angelicales y en otras
seres que, a su vez, también parecen niños. Algunos de ellos, como bien
describe Melvin Morse en 1986, pueden encontrarse incluso en la propia
adolescencia. Por ejemplo, uno de los casos es el de un chico de dieciséis años
que relata: «Me encontraba viajando muy rápido a través de un túnel oscuro y vi
un ser alto, con cabellos largos y ropa blanca».
Estas
apariciones no son siempre descritas como verdaderos ángeles, sino que se habla
de seres o, como en un caso descrito por William J. Serdahely en 1990, sobre
una chica que había sufrido abusos sexuales, que vio como una bella señora la
escoltaba durante su peregrinación al más allá. Este mismo autor relata cómo
otros niños y adolescentes se llegan a encontrar con seres de luz. No solo
realizan una descripción visual de cómo son, sino que también aprecian que sus
manos son cálidas a la hora de apoyarlas sobre sus hombros y que sus voces eran
reconfortantes cuando les advertían que todavía no era su hora y que debían
volver a su vida terrenal. También es llamativo el caso, descrito por este
mismo autor, de algunos niños que no solamente son recibidos por ángeles o
seres de luz, sino incluso por animales, como el caso de un niño que vio a dos
mascotas que habían fallecido cuatro años antes de la ECM.
Atwater afirma
que más de un 70 por ciento de los niños que han sufrido una ECM llegar a vivir
experiencias relacionadas con los ángeles. No queda claro en sus escritos si
con ángeles y seres de luz se refiere a lo mismo. Lo que sí es cierto es que
este tipo de presencias que acompañan al niño a través del túnel irradian un
sentimiento de protección así como de amor.
Álex, un
español de treinta y cinco años, nos cuenta: «Mi madre, que tiene una
sensibilidad distinta a la mía, sí que ha visto a una mujer caminando detrás de
mí. Sucedió hace varios años, cuando yo tenía unos quince, y fue en nuestra
casa familiar. Ella volvió de trabajar y yo me encontraba solo en casa, en mi
habitación. Yo no la escuché llegar pero oí que llamaron a la puerta. Era mi
hermana que volvía del colegio y había olvidado las llaves de casa. En ese
momento salí de mi habitación para abrir la puerta a mi hermana y mi madre,
desde su habitación, me vio salir y recorrer todo el pasillo hacia el salón.
Entonces vio a una mujer que caminaba detrás de mí. En ese momento pensó que
era una compañera de clases o una amiga que iba a despedir. Cuando volví de
abrir la puerta a mi hermana, me encontré con mi madre en medio del pasillo
—que de paso me dio un susto de muerte, porque no sabía que estaba en casa—
echándome la bronca porque había llevado a alguien a casa sin avisarle. Yo
pensaba que estaba loca, porque huelga decir que estuve solo en todo momento,
no había nadie conmigo. Ella me aseguró haber visto a la mujer caminando detrás
de mí, tan viva y coleando como podría verte yo a ti o tú a mí.
»Más de diez
años después de esta experiencia conocí a una persona que posteriormente me
comentó que el primer día que habíamos quedado yo no venía solo, que venía una
mujer conmigo. Luego me enteré de que esta persona se dedicaba a la videncia.
Me describió a la mujer y era la misma. Yo, sencillamente, aluciné, porque esta
persona no me conocía de nada y la experiencia de la mujer que vio mi madre no
es que vaya contándosela a la gente. Me dijo que son personas que están ahí
para protegernos, de por vida. Desde entonces tengo muy asumido que no estoy
solo».
Resulta llamativo que una autora tan escéptica como Susan Blackmore, al postular que una de las fuentes principales de las ECM es la falta de oxígeno a nivel cerebral, estudiando para ello a niños que padecen crisis cerebrales anóxicas reflejas, llega a encontrar hasta once síntomas similares a los que se presentan en las ECM. Sin embargo, ella misma admite que ni uno solo de los 122 niños estudiados por crisis anóxicas describe seres de luz, ángeles, amigos, mascotas ya fallecidas o cualquiera de las escenas tan bellas que las personas que han sufrido una verdadera ECM suelen describir.
XIIIENFRENTÁNDOSE CON LAS PERSONASDEL ENTORNO
No te preocupes de ti. Tú estarás bien.
Ayuda a los demás.
CONSEJO DE UN SER DE LUZ A UNA
PERSONA QUE SUFRIÓ UNA ECM
Quizás uno de los
mayores problemas que experimentan las personas que han sufrido una ECM es qué
hacer a la vuelta a la vida. Se preguntan: ¿debo contarlo? ¿Me tomarán por
loco? Curiosamente, quizás por mi condición de psiquiatra o por investigar el
fenómeno de las ECM son numerosas las personas que se sinceran cuando las
entrevisto. Más aún, no es extraño que en ocasiones ni sus propias familias o
parejas tengan conocimiento de la profunda experiencia que han sufrido en un
momento determinado de su vida. Me he encontrado con personas que, estando
casadas, habían sufrido una ECM y que con gran angustia, por los factores ya
referidos, nunca habían hecho la menor mención del suceso a su pareja, incluso
al cabo de varias décadas. Natividad cuenta: «La psicóloga que me trató un año
después del parto [en el curso del cual tuvo una ECM], con la que estuve casi
tres años y a la que no tuve valor de contar lo que me había ocurrido, me dijo
tan solo que yo había quedado traumatizada por el dolor y las consecuencias del
parto».
Quizás el
factor determinante es que, al contrario de lo que ocurre en una alucinación,
la sensación de veracidad es tan aplastante que va contra el propio sentido
común de la persona que la ha experimentado. En otras palabras, «algo tan real
es prácticamente imposible, y menos aún para que lo comprendan las personas de
mi entorno».
Raúl, por
ejemplo, recuerda: «Pasé mucho tiempo sin decir nada a nadie. En el hospital
comencé a contárselo a mi médico, y este sonrió y cambió de tema. Poco tiempo
después también comencé a relatárselo a mi mujer. Ella no se rio, pero atribuyó
mi experiencia a una alucinación durante mi hospitalización. Hoy en día ya no
se lo cuento a nadie».
Lourdes, una
mujer de treinta años que sufrió un shock hipovolémico[8] durante un parto, comenzó a
contárselo a todo el mundo nada más recuperarse en el propio hospital, para
acabar descubriendo que el relato había sido contraproducente: «Muchas
amistades que me iban a dar la enhorabuena por el niño recién nacido escuchaban
atentamente mi historia, e incluso afirmaban que ellos también creían en las
ECM. Sin embargo, descubrí tiempo más tarde que a mis espaldas me tildaban de
desequilibrada. A partir de ese momento noté un cambio de actitud de muchas de
ellas en mi lugar de trabajo».
Esta
incomprensión que lleva a la soledad hace pensar a la persona que ha
experimentado una ECM que su caso es único y que muy difícilmente va a poder
encontrar a otro ser humano que haya pasado por lo mismo.
Resulta
interesante reseñar que en el último congreso realizado sobre ECM celebrado en
Durham (Carolina del Norte, Estados Unidos), al cual acudí personalmente, se
citaron más de un centenar de personas que habían sufrido dicha experiencia.
Más llamativo aún es que muchas de ellas habían sufrido más de una, debido
seguramente a condiciones médicas crónicas que favorecían estados límites de
salud. Para identificar a los asistentes, los organizadores habían ideado un
sistema de escarapelas similares a las usadas en el ejército, con distintos
colores que distinguían, entre otras cosas, a los que habían sufrido una o más
ECM. Algunos de los más veteranos llegaban a mostrar hasta tres bandas
relacionadas con las ECM.
Puede que,
llegados a este punto, algunas personas que nunca hayan sufrido una ECM puedan
considerar exagerados, o quizás poco veraces, a los que dicen haber
experimentado más de una. Sin embargo, el autor de este libro ha llegado a
conocer a varias personas que han vivido múltiples ECM debido a su estado de
salud.
Quizás la
propia inefabilidad, la dificultad para explicar las ECM, impida la transmisión
verbal de la experiencia. La persona se encuentra aturdida y sin orden
consciente para interpretar lo que ha vivido. No sabe en qué contexto
localizarla, ya que no es comparable a ninguna otra situación de su vida. La
persona intenta utilizar palabras terrenales de uso común para describir cosas
inusuales.
María Ángeles
dice: «Sobrevolaba el techo del quirófano pero realmente no volaba, sino que mi
consciencia lo abarcaba todo. Es decir, estaba en todos lados, no solo en un
punto, desde donde miraba como una persona normal».
La idea de
haber vivido algo que nadie más ha sufrido produce una sensación de aislamiento
respecto a los demás, similar a la de un veterano de guerra que regresa a su
ciudad después de haber experimentado vivencias traumáticas que, por su dureza
y particularidad, no es capaz de compartir con nadie y por ello no logra ser
comprendido. Por este motivo, como médico, es muy importante transmitir a la
persona que la ECM es un fenómeno comprensible y que no padece ningún tipo de
enfermedad mental.
Aydée, una
mujer que sufrió una parada cardiorrespiratoria, nos cuenta: «Yo soy un poco
introvertida y tengo algunos problemas para socializar con facilidad, pero
estaba muy impresionada con esta experiencia. Incluso te podría decir que un
poco en shock, así que lo empecé a contar a todo el que me visitaba,
porque necesitaba una respuesta. Esperaba que me dijeran que era efecto de los
medicamentos o de mi estado de coma, pero todos se asombraban y se maravillaban
con lo que les contaba».
Dejando de
lado cualquier explicación más o menos sobrenatural de las ECM, hay que
entender que su propia existencia es indudable. Quizás se pudiera discutir su
origen o lo que hay después, pero no la propia experiencia que, obviamente, es
compartida por cientos de miles de seres humanos en todo el mundo.
El caso de
Antonio, al que ya nos hemos referido, presenta unas características
particulares, ya que este conductor de ambulancias sufrió una fuerte y brusca
conversión religiosa después de tener un encuentro con una entidad a la que
identificó como el mismo Jesucristo: «Cuando terminó todo volví al cuerpo con
ayuda de Jesús. Nada más despertar lo conté a todos los familiares. Estuve un
año entero contándolo, necesitaba contarlo a los cuatro vientos, sin importarme
ser creído». Su transformación vital y religiosa fue de tal envergadura que
necesitaba compartirla con otras personas del entorno. No le importaba siquiera
ser tomado por un desequilibrado mental. Evidentemente, el impacto emocional de
la experiencia resulta, como en este caso y muchos otros, desbordante para los
sentidos y excede nuestra natural capacidad de comprensión.
El caso de
María Teresa también llama la atención. Después de sufrir una ECM desagradable,
concluye: «No tengamos miedo a contarlo, todo el mundo tiene derecho a creernos
o no. Desconozco si así es la muerte, pero todos lo sabremos y no podremos
contarlo».
El caso de los
niños que pasan por una ECM presenta una serie de características especiales.
Muchos de ellos, nada más recobrar la consciencia, intentan contar cómo ha sido
su experiencia. Según Greyson, la manera en que los adultos elaboran sus
respuestas influye sobremanera en la forma de pensar de estos niños respecto a
la propia experiencia. Si se cree en ellos, este reconocimiento puede ayudarles
al proceso de integración de la experiencia en su vida, proveyéndolos de una
serie de valores para su crecimiento personal.
Sin embargo,
muchos niños, ante la incredulidad de sus mayores, que no aceptan el hecho,
prefieren encerrarse sí mismos, lo que les produce un sentimiento de
aislamiento y soledad. Atwater dice, a este respecto, que los niños muestran
una gran frecuencia a la hora de olvidar la experiencia debido a la poca
comprensión que muestran las personas de su entorno. De todas formas, aunque a
nivel consciente la experiencia haya podido desaparecer, los efectos a nivel
inconsciente podrán perdurar toda la vida.
XIVOTRAS CULTURAS Y RELIGIONESFRENTE A LA MUERTE
Porque ahora vemos por un espejo,
veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero
entonces conoceré plenamente, como he sido conocido.
PRIMERA CARTA DE SAN PABLO A LOS
CORINTIOS 13, 12
Casi todas las
encuestas reflejan que la mayor parte de las personas creen que existe una vida
posterior a la presente. En uno de los países con mayor número de estudios
estadísticos de todo tipo, Estados Unidos, George Gallup, referencia en el
mundillo de las encuestas, publicó en 1989 una serie de datos relacionados con
las tendencias del pueblo estadounidense con respecto a sus creencias
religiosas. En esta encuesta llama la atención que en los últimos cincuenta y
cuatro años de estudios sociales sobre el tema la religiosidad se haya
mantenido estable, tanto en términos de práctica como de creencias, a pesar de
haberse incrementado el nivel cultural, lo que contradice el postulado de Karl
Marx, dicho sea de paso, sobre la relación inversa entre educación y
religiosidad.
El pueblo
americano es uno de los más creyentes en la vida después de la muerte (55 por
ciento). Dos veces más, por ejemplo, que los holandeses o que los británicos,
cinco veces más que los húngaros y ¡nueve veces más que los alemanes de la
antigua RDA! Esta gran proporción de creyentes en una vida posterior se eleva a
un 75 por ciento si se les pregunta de manera directa: «¿Cree usted en la vida
después de la muerte?».
Las distintas
religiones han provisto estructuras de creencias a numerosas culturas. En casi
todas ellas, tanto en sus escrituras sagradas como en sus rituales, se toma en
consideración el hecho de una vida después de la muerte. Llama mucho la
atención que, independientemente de la religión que estudiemos, existen
innumerables similitudes entre ellas a la hora de abordar la vida
extraterrenal, sobre todo en dos conceptos: la propia creencia en una vida
después de la muerte; y la idea de justicia divina, que genera la presencia de
dos lugares totalmente opuestos: el cielo, donde van los justos, y el infierno,
adonde se dirigen aquellos cuya vida fue moralmente cuestionable. Cabe señalar
que para algunas personas que viven experiencias místicas, el infierno no es
como lo imaginamos el resto de los mortales, sino una separación de Dios, lo
que algunos denominan «noches oscuras del alma».
También es
verdad que las escrituras religiosas no deben tomarse al pie de la letra. Se
podría, por ejemplo, criticar el Génesis si lo interpretamos de manera literal,
pero no tiene objeto, ya que se encuentra cargado de una simbología que debe
ser interpretada en el contexto adecuado. Lo mismo ocurre con las mitologías
tibetanas, y ello sin contar las dificultades para comprender sus metáforas por
parte de una mentalidad occidental. Por ejemplo, la mente es continuamente
comparada con un jinete y los vientos, que azotan el cuerpo, serían la montura.
Yendo aún más lejos, existen conceptos que desbordan la comprensión occidental
como, por ejemplo, los distintos tipos de vacío: vacío, muy vacío, gran vacío,
todo vacío.
En una ocasión me sedaron, y al
despertar tuve una sensación maravillosa de no existencia, de no tener
consciencia. Era magnífico. Si la muerte es eso, qué maravilla dejar de
existir.
Soledad
Respecto a las
supuestas diferencias de cada una de las religiones, que supondrían riscos
insalvables a la hora de ponernos de acuerdo, creo que es de sumo interés el
comentario de Ring en 1984: «He tenido la libertad de investigar muchas
religiones y la única cosa que he llegado a ser capaz de comprender es que cada
religión, la religión pura en sí misma, es exactamente la misma respecto a las
demás. No existen diferencias». Quizás esta esencia única en todas las
religiones es lo que produce que las personas que han sufrido una ECM se
acerquen en mucha más medida al pensamiento universal de las mismas que a la
diferenciación sectaria que las separa. Es importante resaltar que son
numerosos los estudiosos sobre este tipo de temas, como Ring, Sabom o Van
Lommel, que no han encontrado una relación particularmente importante entre
sufrir una ECM y la orientación religiosa, incluidas las personas agnósticas o
ateas.
El conocido
psicoterapeuta Stanislav Grof afirma que los estados paradisíacos o infernales
también suceden durante las sesiones con sustancias psicodélicas (por ejemplo,
LSD) o durante ciertos tipos de psicoterapia. Dichos estados se presentan de
manera muy abstracta, pero, en ocasiones, con imágenes muy concretas. Grof
insiste: «Es fascinante encontrar, de manera ocasional, que el simbolismo
escatológico parece provenir de un marco cultural completamente distinto al del
sujeto». Este mismo autor afirma que muchas de estas referencias se toman
literalmente al pie de la letra, incluso por los clérigos, cuando, en realidad,
no son más que diversos estados de consciencia. Más aún, para Grof imbuirse en
estas creencias no pertenece a la categoría de una patología severa, sino a
creencias ancestrales propias de los hombres primitivos. De hecho, a medida que
progresaron los experimentos con LSD con posterioridad a la Segunda Guerra
Mundial, se apreció que también podían presentarse en sujetos totalmente
normales, en los que la droga tan solo hacía aflorar un estado mental
diferente.
Son también
numerosos los autores que hacen énfasis en la importancia de las expectativas
culturales respecto a las interpretaciones de las ECM. Por ejemplo, Dorothy
Counts, que afirma que es justamente la formación cultural más que la
experiencia específica de cada persona la que modula la comprensión de cada una
de las ECM que puede vivir un ser humano. Esta misma autora postula que la
falta de un modelo cultural que ayude a comprender la experiencia que ha
sufrido el individuo se va a traducir, posteriormente, en un sentimiento de
confusión y aislamiento. De hecho, la habilidad para asimilar estas
experiencias respecto al modelo cultural ayudará no solo a su comprensión, sino
a la posibilidad de comunicarlas y explicarlas a terceros de manera
conveniente.
Aunque también
puede ocurrir lo contrario, como en un caso descrito por el doctor Henry
Abramovitch, de la Facultad de Medicina de Tel-Aviv, en 1988: una persona judía
practicante sufre una ECM y se genera una crisis religiosa al observar que sus
creencias no han sido correspondidas con los observados en la experiencia. El
protagonista de esta historia, llamado Ralbag, habitante de un pequeño pueblo
de Israel, sufrió un infarto de corazón. Era una persona que desconocía la
literatura referente a las ECM. Las cosas ocurrieron de la siguiente manera:
después de varios días de frenético trabajo preparando un homenaje a una de las
víctimas de las múltiples guerras que ha sufrido el país, comenzó a sentirse
mal, con un fuerte dolor en el pecho. Cerró los ojos, se sujetó al marco de una
puerta y cayó inconsciente al suelo. Había sufrido un ataque cardiaco. Comenzó
a sentir que se alejaba de su cuerpo y entraba en otra dimensión. Una fuerte
sensación de caída empezó a invadirle y la oscuridad a rodearle.
Paulatinamente, la velocidad de la caída fue disminuyendo hasta llegar a un
lugar desconocido para él: «Comencé a alargar la mano para intentar tocar algo,
pero no había nada». Posteriormente se encontró con una figura celestial que le
espetó: «¿Qué haces aquí?». Lo llamativo del caso es que Ralbag vivió una ECM
completa, pero su educación religiosa, muy particular, provenía de una facción
judía ultraortodoxa que niega este tipo de fenómenos. Una vez recuperado, el
protagonista tuvo que recibir tratamiento espiritual y psicológico para poder
elaborar dicha experiencia y entroncarla con sus más profundas creencias
religiosas. Una prueba más de la universalidad de la experiencia.
La idea de la
inmortalidad del espíritu es un denominador común en la mayoría de las
religiones, y uno de los conceptos más antiguos de la historia humana. Tanto
los egipcios como los tibetanos disponían de su Libro de los muertos,
que no son otra cosa que instrucciones para que el alma se dirija hasta su
destino final. En la Europa medieval, asolada por enfermedades y pestes, se
publicó el Ars moriendi (Arte de morir), que explicaba, entre
otras cosas, la interferencia del diablo a la hora de raptar el alma. Probar la
inmortalidad del alma ha sido el objetivo de numerosos filósofos, teólogos y
científicos. El propio psiquiatra Sigmund Freud postulaba que no es posible
imaginar nuestra propia muerte y que cada vez que lo intentamos siempre
percibimos que la podemos superar como espectadores. Es decir, desde el punto
de vista psicoanalítico podríamos decir que nadie cree en su propia muerte y
que la inmortalidad forma parte de cada uno de nosotros. Sin embargo, Moody
alertaba ya en 1980 de que los estudios médicos y los consecuentes hallazgos no
deberían utilizarse como una excusa para la contaminación del pensamiento
científico por parte del espiritismo, ni tampoco para su utilización por parte
de ciertos falsos chamanes que tratan de ponernos en contacto con los espíritus
que ya han partido.
Ars moriendi (Arte de morir) es el nombre de dos textos que versan sobre consejos en los protocolos y procedimientos para una buena muerte y sobre cómo «morir bien», de acuerdo con los preceptos cristianos de finales de la Edad Media. Al parecer existe un ejemplar en la biblioteca de El Escorial.
Ciertamente, las ECM y las historias de vida después de la muerte se encuentran en sujetos de prácticamente todas las religiones: budistas, judíos, cristianos, hinduistas, musulmanes, etc. Lo llamativo del caso es que los agnósticos y los ateos también presentan ECM a pesar de su falta de creencias religiosas. Uno de los elementos que podrían resultar llamativos de las culturas no occidentales es su similitud, en las ECM, respecto a las que suceden en nuestro entorno cultural más familiar. Quizá haya algunas expresiones que no son especialmente coincidentes como, por ejemplo, «tierra de los muertos» o «isla de los muertos», que se usan en ciertas culturas asiáticas, pero esto parece un simple problema de interpretación de cada cultura para, en definitiva, denominar a la misma cosa. Alguno de estos pueblos carece de elementos de las ECM propios de Occidente, como pudieran ser la sensación del túnel o las experiencias extracorpóreas, que se encuentran ausentes en muchos sitios de Asia y entre los aborígenes de Australia. Sin embargo, a la hora de valorar otro tipo de semejanzas no podemos tampoco despreciar la influencia cultural de algunas religiones, particularmente las que ejercen una labor misionera sobre su entorno. De esta manera resulta en ocasiones difícil apreciar si, por ejemplo, la idea de revisión vital acompañada de un juicio por parte de seres sobrenaturales no es otra cosa que una contaminación cultural.
Asimismo, las
tradiciones que se basan en la transmisión oral sufren, con el paso del tiempo,
un proceso de degradación que se puede ver influenciado, una vez más, por las
culturas que vienen del exterior. Este podría ser el caso, por ejemplo, de los
conocimientos astronómicos de los pueblos dogón en Mali, a los que visité hace
muy poco tiempo intentando encontrar claves de contaminación cultural. Por
ejemplo, hay autores que explican el sofisticado conocimiento del sistema de la
estrella Sirio por parte de este pueblo, que carece de los elementos más
rudimentarios de astronomía, como resultado de la transmisión de conocimientos
por parte de misioneros de finales del siglo XIX o principios del XX, y no, en
absoluto, como resultado de alguna extraña conexión con seres extraterrestres muchos
siglos antes.
Para
profundizar en todos estos detalles, vamos a revisar en los próximos apartados
la relación existente entre religiones y creencias religiosas frente a la
muerte.
CRISTIANISMO
La cristiandad
tiene sus raíces en el judaísmo y fundamentalmente se basa en la vida,
enseñanzas y la resurrección de Jesucristo, que nació hace unos dos mil años en
Palestina. Los cristianos son monoteístas y creen en el bautismo como la
iniciación al cristianismo y en la comunión, llamada Eucaristía. La religión
cristiana cree fehacientemente que Jesucristo es el hijo de Dios y que existe
una vida después de la presente. También comparte la idea de que todos
compareceremos delante de Dios y que seremos juzgados por nuestros actos. Los
fundamentalistas cristianos interpretan literalmente las Sagradas Escrituras,
hasta el punto de opinar que tan solo los cristianos pueden ser admitidos en el
cielo, mientras que el resto será enviado directamente al infierno. Para los
cristianos moderados el lenguaje de la Biblia es más bien simbólico,
interpretándolo según el contexto temporal e histórico en el que la obra fue
escrita. Es decir, que el cielo o el infierno son considerados más bien un
estado determinado, como podrían ser la alegría o la tristeza, más que un lugar.
Sin embargo, cualquiera que sea su categorización, ambos grupos coinciden en
que una vez ocurrido el fallecimiento existe un juicio sobre nuestros actos
vitales y luego una vida eterna que transcurre dentro de los dominios de lo
sobrenatural.
El cristianismo
afirma que hay dos realidades, cuerpo y alma, hasta el punto de que después de
la muerte del cuerpo el alma del individuo será recompensada o castigada según
haya vivido durante su vida terrenal. El cielo es entendido por los cristianos,
o al menos en su expresión artística, como un lugar lleno de luz, alegría y
ángeles que esperan al alma bondadosa. Mientras que el infierno es representado
como un lugar lleno de fuego, humo y sufrimiento. Asimismo, existe un sitio
intermedio llamado purgatorio. Los cristianos, al igual que otras religiones,
creen en la resurrección y en el juicio al final de los tiempos.
Según Greyson,
los valores cristianos y los de las personas que han sufrido una ECM son muy
semejantes, ya que incluyen amor, compasión, vida posterior y entrega hacia los
demás. De hecho, observamos que muchos cristianos que han padecido una ECM
sufren verdaderas transformaciones en su carácter que les acercan a los ideales
de Cristo: compasión por los enfermos, los pobres y los oprimidos. Greyson, en un
artículo del año 2000, comenta este extremo y explica cómo algunas personas
cambian incluso de profesión para ayudar a los demás, por ejemplo en los
servicios sociales. Greyson y Stevenson observaron que un 58 por ciento de las
personas que han sufrido una ECM comentan que durante su experiencia se
sintieron como si estuviesen en un nuevo cuerpo. Más aún, algunas de estas
personas describieron este cuerpo como su hábitat espiritual, un concepto que
se asemeja al siguiente pasaje de San Pablo en la primera carta a los
Corintios: «Y hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales; pero una es la
gloria de los celestiales y otra la de los terrenales […]. Si siembra cuerpo
animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal y hay cuerpo espiritual
[…]. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el
reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción».
Las ECM
parecen ser familiares a los cristianos. Por ejemplo, uno de los investigadores
en estos temas, como es Lori Bechtel, encontró que un 98 por ciento de los
sacerdotes estaban familiarizados con experiencias de ECM de sus parroquianos,
y la mitad de ellos había proporcionado largas charlas de asesoramiento a los
que habían sufrido una ECM. Sin embargo, en otro estudio realizado por Bechtel
en 1992 sobre 320 clérigos norteamericanos, estos obtuvieron una puntuación en
un cuestionario sobre conocimientos generales de las ECM de 7,9 puntos sobre un
total de 15. Otra autora, Linda Barnett, en 1991, pasó el mismo cuestionario a
60 enfermeras de residencias de la tercera edad obteniendo una puntuación de
10,6 puntos, cosa que, personalmente, me llama la atención dada la importancia
de la muerte y de ciertos sacramentos relacionados con la misma y que forman un
eje ideológico muy importante en la religión cristiana. Ahora bien, en otro
estudio de Linda Moore, de 1994, en el que se aplicó la misma herramienta de
medición (Cuestionario de Thornburg) a 170 médicos, estos obtuvieron tan solo
7,4 puntos, es decir, el menor puntaje de los tres grupos.
Al igual que
ocurre con otras interpretaciones religiosas de las ECM, los resultados
dependerán de qué religión estemos estudiando. Por ejemplo, Kenneth Ring
explica cómo muchas personas de religión cristiana tenían encuentros con la
Virgen María, Jesucristo o diversas figuras angelicales. Sin embargo, está
claro que las personas que pasan por una ECM interpretan a su vuelta a los
personajes que han visto. Es decir, por ejemplo, un cristiano interpretará que
esa figura varonil rodeada de luz es Jesucristo, pero un budista lo
reinterpretará como Buda.
Moody afirma
que la existencia, para los cristianos, del proceso de experiencia
extracorpórea, el reconocimiento de entes espirituales o la visión de un túnel
lleno de luz, así como la presencia de amor incondicional y el acontecimiento
de un juicio sobre los actos cometidos en vida, además de la visión panorámica,
son compatibles con los valores de su religión. Resulta igualmente llamativo
que para algunos cristianos las ECM y toda su filosofía adjunta no sean más que
un truco diabólico que ocupa nuestra mente y que deja a la religión cristiana
de lado. Sin embargo, otros cristianos interpretan que las ECM no son otra cosa
que un destello previo del juicio que pasaremos un poco más tarde.
Y de la manera que está
establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el
juicio.
Hebreos
9, 27
Las Sagradas
Escrituras relatan visiones de luces, revisiones de vida, presencia de amor
divino incondicional así como imágenes del paraíso y del infierno. Uno de los
estudios más interesantes a este respecto es el publicado por el doctor Michael
Sabom, en el que exploró la supuesta relación entre creencias espirituales, sus
prácticas y las ECM. Comparó a 47 sujetos que habían sufrido una ECM con otros
dos grupos de control (uno de ellos de cirugía cardiaca y otro con diversas
patologías). Observó tres grupos a los que, según la intensidad de sus
creencias, clasificó en: cristianos conservadores, cristianos liberales,
creyentes en Dios o ateos. No encontró diferencias significativas entre los
resultados, excepto que los espíritus vistos en las ECM eran más frecuentemente
identificados por los cristianos como Jesús y por parte de los creyentes como
Dios. Contrariamente a lo esperado, la creencia en la reencarnación no se vio
incrementada después de sufrir la ECM. Este resultado corrobora el encontrado
por Wells en 1993, cuando postulaba que creer en la reencarnación era el
resultado directo de lecturas, discusiones con terceros y reflexiones
personales, no fruto de la ECM por sí misma. También es llamativo, en el
estudio de Sabom, que las ECM no causaron cambios importantes en la afiliación
a una iglesia determinada ni variaciones importantes de tipo doctrinal. Lo que
sí se incrementó fue la frecuencia con la que se atendían servicios religiosos
en todos los grupos de cristianos.
Resulta
llamativo que autores como Kellehear piensen que las ECM poseen un fuerte
componente social y psicológico, modelado por la cosmología religiosa del
momento en que se sufrió dicha experiencia. Este autor arguye que las ECM no
son un simple producto de interferencias culturales, sino que estas son
cruciales a la hora de entenderlas. De esta manera, las influencias culturales
nos proveen de una base para interpretar su contenido y amoldarlo a la hora de
contarlo a terceros dentro de la propia cultura.
Ring postula
que las ECM en cristianos les conducen a una orientación espiritual universal
de sus experiencias de mayor trascendencia que el cristianismo más ortodoxo.
Resulta llamativo que, por ejemplo, Cherry Sutherland encuentre una tendencia
similar en 50 casos de personas que habían vivido una ECM en Australia: no
importaba su afiliación religiosa, ya fuese judía o cristiana; su tendencia
después de la ECM era la de no seguir afiliada a su orden religiosa y, por el
contrario, abrazar una serie de prácticas espirituales como oración, meditación
o búsqueda de valores espirituales, además de haber desarrollado la sensación
de encontrarse espiritualmente guiados.
Por el
contrario, Sabom observó en 1992 una tendencia bastante fuerte en las personas
que habían sufrido una ECM a involucrarse aún más en sus creencias anteriores.
Es muy probable que este tipo de diferencias se deba simplemente a la
disparidad cultural de los grupos estudiados en ambos casos y a diferencias
metodológicas de recogida de información, que podrían influir sobre los
resultados obtenidos, ya que sin lugar a dudas una ECM parece actuar como un
verdadero torbellino sobre las creencias espirituales: acentuándolas mediante
la profundización en las creencias anteriores o bien desarrollando otras nuevas
sobre las bases espirituales previas.
ISLAM
El término
«islam» quiere decir literalmente «sumisión», es decir, la sumisión a la
voluntad de Dios. Es una religión monoteísta que posee raíces tanto en el
judaísmo como en el cristianismo. Su libro sagrado es el Corán, que
recoge la revelación de la palabra divina al profeta Muhammad (Mahoma), nacido
en el año 570 d. C. en La Meca.
La muerte es
considerada en el islam como el cese de la vida biológica y el descanso en la
tumba hasta el día del juicio final. Desde el momento de la muerte hasta dicho
día del juicio, los musulmanes creen que el espíritu se encuentra en un estado
durmiente, con ciertas excepciones y visiones de eternidad. Los musulmanes
creen en la inmortalidad del alma humana y el propio Corán enseña que
en el momento de la muerte el alma se separa del cuerpo gracias al ángel de la
muerte. Las nociones de resurrección, paraíso e infierno han existido en el
islam desde los tiempos del profeta Muhammad. Tanto el Corán como los
hadices (citas del profeta) se refieren a la vida después de la muerte.
El ser humano,
creado a imagen de Dios, está formado de una capa exterior, compuesta de barro,
y un soplo divino que se comunica con el Creador y que se localiza en el centro
del organismo. Es el reflejo microcósmico del islam macrocósmico, que se ve
como un universo de infinitos reinos cuyo centro está lleno de luz, la creación
más pura de Dios. El exterior de la persona, compuesto de barro, representa la
oscuridad. El alma humana, para el islam, reside en algún sitio entre estos dos
polos: luz y oscuridad. Cuando fallece un ser humano, el alma se decanta en un
mundo intermedio (barzakh), un reino localizado en el centro cósmico luminoso
hasta el día de la resurrección. En este mundo intermedio que se parece a las
ensoñaciones el alma liberada de las capas de su cuerpo puede despertar y
apercibirse de su verdadera naturaleza. Este mundo intermedio es muy importante
para prepararse hasta el día de la resurrección (yaum al-qiyamah) que
ocurrirá al final de los tiempos, cuando las posibilidades humanas y su
potencial se hayan agotado. Ese día las almas se unirán nuevamente a los
cuerpos y comenzará la vida eterna, ya sea en el paraíso o en el infierno,
dependiendo de sus méritos.
Respecto a
estos méritos y de acuerdo a los hadices, el día de la resurrección Dios vendrá
a la Tierra con los ángeles. En ese momento, los ángeles y las personas tendrán
que presentarse ante Dios y cada persona llevará su propio libro donde vienen
escritas sus obras. Estas obras son vertidas en los tributos gracias a dos
ángeles conocidos como «los escribas honorables». Utilizando estos libros
individuales donde vienen descritas nuestras obras, algo realmente muy parecido
a las visiones panorámicas que sufren las personas durante la ECM, Dios pondrá
a prueba a cada persona y pesará sus actos con una balanza especial, el mizan.
Ya se vuelque en un sentido u otro, ese será el destino de la persona. Una vez
juzgada, el alma deberá cruzar un puente llamado sirat. Este puente es
amplio para las almas bondadosas, que podrán cruzarlo con facilidad y alcanzar
el paraíso. Sin embargo, las almas pecadoras encontrarán el puente afilado como
una hoja de afeitar, de manera que cuando posen su pie caigan directamente al
infierno. El día de la resurrección el espíritu será juzgado por sus acciones
durante la vida terrenal y será dirigido hacia el paraíso, para encontrarse con
Dios, o bien hacia el infierno, para pasar un purgatorio y purificarse o, por
el contrario, ser condenado al fuego eterno. La mayor parte de los musulmanes
creen que los no musulmanes o infieles pueden llegar al paraíso tan solo
pasando por el purgatorio.
Si bien no
existen estudios fiables sobre ECM en países musulmanes, algunos autores han
estudiado casos de musulmanes en países occidentales. Por ejemplo, Morse relata
el caso de una chica musulmana de treinta y cuatro años residente en Nueva
York, que casi pierde la vida mientras nadaba en el Mediterráneo cuando tenía
veinte años: «Las olas me sumergieron y ya no sentía nada… En ese momento tan
solo veía una intensa luz blanca que a medida que la observaba me producía
mucha calma. En mi religión existen los ángeles de luz, quizás es eso lo que
vi».
Otros autores,
como Maurice Rawlings, describen casos de personas que llegaron a encontrarse
con espíritus que pudieron reconocer. Esto sintoniza con la idea musulmana de que
los nuevos espíritus son recibidos por otros conocidos que se fueron hace ya
tiempo, cosa que numerosos autores mencionan continuamente en sus estudios y
encuestas sobre personas que han sufrido una ECM. Obviamente, el ser de luz es
reconocido como Alá.
Algunos
musulmanes, dice Ring, interpretan las visiones de las ECM comparándolas con
las del profeta Muhammad y sus expectativas de vida después de la muerte. Otro
mito islámico es el de la noche oscura, propio de muchas religiones y de su
misticismo, que abre paso al reino del más allá, donde quien la experimenta se
encuentra con los espíritus de seres que ya han muerto, además de visiones del
paraíso y del infierno en la comunión con Alá.
La visión del
alma y de la muerte difiere entre chiitas y sunitas. Los primeros afirman que
el ser humano es espíritu (ruh, el aliento inmortal) que utiliza el
cuerpo como un instrumento. Una vez que ocurre la muerte, el espíritu liberado
del cuerpo encuentra su verdadera naturaleza. Los sunitas, por contraste,
consideran al ser humano una mezcla de cuerpo y alma. Para ellos después de la
muerte tanto el cuerpo como el alma sufren la muerte y permanecen en la tumba,
donde pasan un juicio ante dos ángeles y un juez. A este juicio le sigue una
segunda muerte que evitan aquellos que murieron en nombre de Dios.
Posteriormente, las almas se desvanecen y vuelven a aparecer el día del juicio
final, donde se reintegran a sus cuerpos originales.
Una mención
especial merece el sufismo. Esta secta islámica nacida en el siglo XVIII se
caracteriza por su intenso misticismo proveniente de las tradiciones griegas,
hindúes y budistas que se funden con las creencias musulmanas tradicionales.
Ciertos conceptos propios de las ECM pueden encontrarse entre las creencias
sufistas. Los maestros del sufismo enseñan que después de la muerte la persona
se juzga a sí misma y se conduce hacia el paraíso o hacia el infierno. El
sufismo es conocido como «el camino de los puros». En definitiva, se trata de
una ascensión desde niveles inferiores hasta la luz divina que penetra en el
universo entero. Este concepto de luz es común en casi todas las religiones así
como en las ECM. De acuerdo a las tradiciones sufíes existen muchas maneras de
ascender, pero en esencia el camino hacia Dios es encontrarse a uno mismo. Como
dicen los sufíes: «Conócete a ti mismo, conoce a Dios».
AGNÓSTICOS Y ATEOS
Los agnósticos
creen que es imposible saber si existe un dios o si hay vida después de la
muerte. Los ateos creen que no existen los dioses ni la vida después de la
muerte. Sin embargo, tanto agnósticos como ateos han vivido ECM similares a las
de otras personas con creencias espirituales previas, tal como indican
numerosos autores, entre ellos Moody, Rawlings y Ring. Lo llamativo del caso es
que tanto los agnósticos como los ateos no creían en la vida después de la
muerte antes de su experiencia, pero como resultado de esta muchos agnósticos
suelen desarrollar una vida espiritual y, por supuesto, mayores creencias sobre
la vida después de la muerte.
Rawlings
relata en sus estudios que nunca llegó a conocer a ningún ateo ni agnóstico que
hubiese vivido una ECM y que siguiera pensando que no existe algún dios, que no
hay vida después de la muerte o que no hay nada más que exclusivamente un mundo
material.
BUDISMO
El budismo surge
en la India en el siglo VI
a. C. Desde este país asiático se extiende por muchos otros continentes hasta
el día de hoy. Después de una larga meditación para encontrar las raíces del
sufrimiento humano, Gautama concluyó que la solución se encuentra en las cuatro
verdades y los ocho pasos nobles, que establecen una relación entre el
sufrimiento y el sentimiento de desear todo tipo de cosas. Los budistas creen
que después de la muerte existe un renacimiento a otra vida. La muerte es
aceptada como inevitable y es poco temida. Las acciones del sujeto durante su
vida determinarán su nivel de reencarnación.
Para los
budistas, el karma es la fuerza generada por las acciones del individuo. El
buen karma se alcanza a través de buenas acciones a lo largo de la vida, lo que
provoca una mejor existencia en la siguiente reencarnación. El nirvana se
alcanza llegando a comprender la naturaleza de la realidad. Esto último debe
ser descubierto a través de otras dimensiones de la consciencia humana.
De acuerdo a
la cosmología budista existen diversos niveles o cielos, junto con ocho
infiernos calientes y otros tantos helados. El espíritu del individuo existe en
uno de estos reinos dependiendo del karma creado en la anterior vida, hasta que
renace en la siguiente. Este ciclo continúa hasta alcanzar el propio nirvana.
Algunos
autores como Allan Kellehear, Patrick Heaven o Jia Gao han sugerido que las ECM
han sido las principales responsables del desarrollo del budismo en China.
Estos investigadores estudiaron a 197 personas en Beijing. De ellos, 26
llegaron a presentar una ECM con características semejantes a las occidentales.
Respecto a China, llama la atención la investigación realizada por el doctor
Zhi-ying, que entrevistó a 81 personas supervivientes del terremoto de Tangshan,
ocurrido en 1976. Encontró que nada menos que 32 de ellas habían pasado por una
ECM. Asimismo, descubrió que prácticamente toda la fenomenología propia de las
ECM se presentó en estas personas, incluyendo la entrada en el túnel, la
sensación de paz, la revisión vital, el encuentro con personas ya fallecidas,
etc.
En otro país
asiático, Tailandia, Todd Murphy estudió diez casos de ECM. Los resultados son
similares a los obtenidos en China o la India, ya que es un país también muy
influenciado por las creencias budistas. Durante estas visiones los tailandeses
llegan a ver a los yamatoots, que no son otra cosa que la mano derecha
de Yama, el señor del más allá, que podría compararse a las visiones
occidentales de los seres de luz que sirven de guía y de acompañamiento a la
hora, por ejemplo, de realizar una revisión vital. También llama la atención
que estas revisiones vitales no suelan abarcar aspectos generales de toda la
vida del individuo, sino tan solo acontecimientos particulares que son puestos
en tela de juicio. Al igual que ocurre en otros países asiáticos, llama mucho
la atención la ausencia de túneles durante las ECM.
El libro
tibetano de los muertos, el Bardo Thodol,[9] que al parecer fue escrito en el
siglo VIII
d. C. por el fundador del budismo tibetano,
El libro
tibetano de los muertos.
Padmasambhava,
es de gran interés para los investigadores relacionados con las ECM, ya que se
aprecia cómo hace más de doce siglos se conocían elementos relacionados con estos
fenómenos que hoy en día seguimos estudiando. Por ejemplo, se describen tres
estados transitorios posteriores a la muerte: en el primero, cuando el alma
sale fuera del cuerpo, la persona tiene visiones de una luz clara de pura
realidad. En la segunda etapa, la persona se encuentra con una sucesión de
deidades. En el tercer tramo, se juzga el alma según las acciones de la vida
pasada por parte de Dharma Raja, el juez de los muertos. En esta última etapa,
el alma se desplaza por la Tierra de manera instantánea y sin ningún tipo de
esfuerzo. Puede ver su casa y a su familia, que se encuentra pasando por el
proceso de duelo, e intentar, inútilmente, convencerles de que sigue vivo para,
al final, darse cuenta de que tan solo está muerto para el resto de los humanos.
En el siguiente paso, el alma debe enfrentarse a la presencia de Yama, quien
pesa las acciones buenas y malas que ha realizado el muerto durante su vida.
Esta última situación recuerda sobremanera las experiencias extracorpóreas
relatadas en Occidente: ver el propio cuerpo o a la familia que se encuentra
sufriendo la muerte del observador. Más aún, en este libro tibetano el autor
aclara que cuando la consciencia abandona el cuerpo, la persona puede ver y
escuchar a los amigos y a la familia que se encuentran alrededor del cadáver,
pero no puede comunicarse con ellos. Respecto a los seres de luz que muchos
occidentales dicen haber visto, el Libro tibetano de los muertos los
denomina luz clara o Buda Amida. Esencialmente, El libro tibetano de los
muertos es una guía para que las personas en trance de muerte puedan
llegar al nirvana o, por lo menos, optar a una mejor reencarnación en su
próxima vida.
HINDUISMO
En la religión
hindú la muerte no es otra cosa que una ruptura en los eventos continuados de la
vida, un cambio en la forma en que el espíritu reside dentro de nosotros. Los
hindúes creen que la vida después de la muerte es tan solo un fragmento de
tiempo en el paraíso o en el infierno, dependiendo del karma construido durante
las vidas pasadas. El renacimiento del espíritu en la siguiente vida se
determina por el karma adquirido en la vida anterior. En definitiva, la
búsqueda de la propia inmortalidad y felicidad hace que el alma vaya renaciendo
en distintos cuerpos hasta que el espíritu aprende que la felicidad y la
inmortalidad no son el resultado de dejarse seducir por los deseos, sino que se
obtienen cuando, justamente, todos los deseos y necesidades ya no son
importantes. De acuerdo con muchos hindúes, las diversas religiones tan solo
son distintos caminos para alcanzar un solo objetivo, la unión con Dios como
una realidad última (Johnson, 1998).
La mente toma posesión de todas
las cosas, no solo de las terrenales, sino también de las celestiales, y la
inmortalidad es su valor más seguro.
Buda
Otros autores,
como James Mauro, relatan en sus estudios que los hindúes han llegado a ver en
sus visiones extraterrenales complejos sistemas de burocracia e, irónicamente,
han sido devueltos a la vida terrenal por problemas de simple papeleo. Este
mismo autor relata cómo, por ejemplo, las ECM de los japoneses están plagadas
de imágenes simbólicas como, por ejemplo, largos ríos oscuros y bellas flores.
Mientras que los budistas suelen ver la imagen de Buda, los hindúes suelen
estar en presencia de Krishna. Las diferencias entre las experiencias de
budistas e hindúes se reducen a un problema de interpretación de los personajes
visualizados, proceso que tiene lugar con posterioridad a las ECM.
Budistas e
hindúes pueden reportar diferentes interpretaciones de sus experiencias
específicas, pero siempre son consistentes tanto en su desarrollo como en la
enumeración de los síntomas, que son similares a los occidentales. Algunos
autores, como Carl Becker, afirman que las antiguas visiones tanto japonesas
como budistas describen los mismos elementos que las modernas que se producen
en Norteamérica.
Quizás uno de
los estudios científicos más relevantes a este respecto es el publicado por
Satwant Pasricha e Ian Stevenson en 1986, Experiencias cercanas a la muerte
en la India. ¿Quién mejor que la jefa del Departamento de Psicología
Clínica del Instituto Nacional de Salud Mental y Neurociencias de Bangalore en
colaboración con el, en aquel entonces, también jefe del Departamento de
Estudios Perceptuales de la Universidad de Virginia, para tratar este tema?
Ambos investigadores documentaron 16 casos de hindúes que habían sufrido ECM.
El resultado fue que la experiencia se asemejaba en algunas características a
las occidentales, pero difería en otras. Por ejemplo, los hindúes no llegaban a
ver su propio cuerpo desde fuera, mientras que los occidentales suelen hacerlo.
Asimismo, los hindúes reportaban que en ocasiones eran llevados por error al
reino del más allá por seres que parecían funcionarios y que, una vez
descubierta su equivocación, eran devueltos a la vida terrenal. Los
occidentales, por el contrario, mencionan encuentros con miembros de la familia
ya fallecidos que les ordenan volver a la vida. Una de las verdades de las ECM
es que cada persona las integra en su propio sistema de creencias.
Según los
trabajos de Pasricha y Stevenson, en 1986, los datos obtenidos de las personas
que han sufrido una ECM en la India no parecen mostrar la visión del túnel ni
tampoco las experiencias extracorpóreas. Ahora bien, una vez más la muestra era
realmente reducida, tratándose tan solo de 8 casos. Pasricha afirma que las
personas a las que entrevistó no hablaban de túneles ni tampoco de experiencias
extracorpóreas. Por el contrario, la hoy en día escéptica Susan Blackmore
afirma, en uno de sus estudios, que existen personas que notan la sensación de
atravesar un túnel. Sin embargo, el número de casos descrito por esta autora es
de tan solo tres personas, y Allan Kellehear la critica en relación a que las
personas que ella entrevista parecen aceptar la existencia del supuesto túnel
tan solo después de ser inducidos a esta idea por parte de la autora. En todo
caso, la revisión vital y la llegada a otro tipo de mundos o reinos
trascendentes sí que parecen corresponderse con lo que ocurre en Occidente.
Resulta llamativo que en estos mundos encontrados no parecen hallarse figuras
de familiares ya fallecidos, sino, por el contrario, deidades o entidades
propias de la cultura circundante. Este último extremo llama la atención y
podría pensarse, por comparación, que en Occidente la aparición de figuras
propias de nuestra familia podría no ser otra cosa que una proyección de
nuestros deseos. Es decir, una interpretación de aquello que ocurre en nuestra
mente y que luego, al volver al mundo terrenal, necesitamos darle una
interpretación adecuada. En el caso que nos ocupa, los orientales tenderían a
ver a aquellas deidades que desean inconscientemente.
Paramahansa
Yogananda describe tres entidades relacionadas con el alma. La inferior es la
física, a la que sigue el nivel astral, en el que las emociones encuentran su
máxima expresión. La siguiente es la causal, propia de un nivel mental o
intelectual que culmina la unidad cósmica con el infinito. Resulta llamativo
que este último nivel se asemeje mucho a la unión con la luz que Kenneth Ring
preconiza.
JUDAÍSMO
El judaísmo
comenzó a gestarse aproximadamente hace unos cuatro mil años en Oriente Próximo
entre tribus nómadas y, posteriormente, pueblos agricultores conocidos como
hebreos. Entre ellos son muchos los protagonistas de sus creencias: Abraham,
Isaac, Jacob y Moisés, por ejemplo. Es una religión monoteísta con un Creador
que se relaciona con el mundo terrenal. Su documento esencial es un conjunto de
escrituras que se divide en tres partes: la Torá o ley, los libros de
los Profetas y las Escrituras. Además, algunos judíos también
creen en el Talmud, que es una recopilación de tradiciones orales
judías.
La religión
judía hace énfasis en la vida actual y no en la vida después de la muerte. Sin
embargo, el judaísmo reconoce que la vida del espíritu no acaba en el momento
de la muerte del cuerpo. Es responsabilidad del judío desarrollar una vida
llena de sentido y no especular con la vida después de la muerte. Más aún, los
textos sagrados de los judíos afirman que las acciones de la vida presente
tendrán recompensa en la siguiente. No especifican en detalle el concepto de
una vida después de la vida, si bien los judíos tradicionales creen que a la
resurrección del cuerpo y del alma seguirá el juicio de sus vidas por el
mismísimo Dios. Los judíos reformados creen que la resurrección es tan solo del
alma, mientras que otros creen que se vive y se muere tan solo una vez.
En las citas
más antiguas, el concepto de paraíso y resurrección apenas están presentes. Por
el contrario, sí que se menciona un reino donde descansan las almas llamado
Sheol, otro donde se juzga a las almas que han tenido un comportamiento
positivo, el Gan Eden, y el infierno, llamado Gehenna. Todo ello dentro del
contexto de la resurrección universal o del mundo por venir u Olam Ha-Ba, donde
el Mesías unirá al alma y el cuerpo de los creyentes.
El valle de
Gehenna, en la puerta de salida de Jerusalén.
Al igual que
en el Libro tibetano de los muertos, se describe la muerte con
periodos de posibles tormentos tras un juicio celebrado por las cuatro esquinas
de la Tierra. Son los cuatro elementos, aire, agua, tierra y fuego, que
disuelven el cuerpo y dejan que la persona lo abandone. Para el buen judío,
preparado ante la muerte, la transición puede ser tan suave «como sacar un
cabello de una taza de leche», permitiendo a la persona morir conscientemente y
sin ningún tipo de temor. Simcha Paul Raphael explica cómo en el siglo XX, y
particularmente después del Holocausto, todas las creencias que podrían parecer
sobrenaturales fueron censuradas de las traducciones de los textos sagrados en
inglés, idioma que habla la mayor parte de los judíos en el mundo.
No existen
muchas encuestas acerca de la creencia de la vida después de la muerte por
parte del pueblo judío, pero en una realizada en 1965 por Gallup se indicaba
que tan solo un 17 por ciento de los judíos americanos creían en la vida
después de la muerte, comparados con un 78 por ciento de los protestantes y un
83 por ciento de los católicos. Según Johnson, ya que no existe discusión
alguna en las escrituras judías acerca de la vida después de la muerte, tampoco
existen discusiones oficiales de las diversas autoridades religiosas judías
respecto a este tema. Muchos judíos creen que sus almas deberán enfrentarse al
juicio de Dios por sus hechos terrenales. Asimismo, muchos otros creen que se
reunirán con los miembros de su familia en el cielo. Paradójicamente, la
creencia judía en un Dios benevolente evita la idea de un castigo sádico en el
infierno. De esta manera la entrada en el paraíso se acompaña de una vida
ejemplar y de arrepentimiento. El paraíso es considerado como un lugar donde
desaparece el dolor.
Existen
numerosas ECM entre la comunidad judía. Una de sus máximas representantes es la
escritora Barbara Harris, judía practicante que ha padecido varias ECM desde
1975 y que describe con detalle en su libro El círculo completo: las
experiencias cercanas a la muerte y más allá. Una vez más, las personas de
religión judía relatan experiencias y observaciones similares a los creyentes
de otras religiones. Durante las ECM las personas judías narran encuentros con
un ser de luz y un juicio sobre sus propias vidas. Esta experiencia se
corresponde con la creencia judía de ser consecuente en la propia vida y darle
sentido a la misma de manera que sea productiva. Una vez más, la reunificación
con miembros de la familia se produce después de la muerte.
Según Greyson,
la Torá y las ECM vistas desde Occidente poseen varios puntos en
común. Por ejemplo, la experiencia del túnel es muy similar a la que aparece en
las prescripciones de la Torá respecto a la vida del más allá cuando
se llega las profundidades de la Tierra para alcanzar el Sheol: «Aquellos que
buscan destruir mi vida deberán descender a las profundidades de la Tierra»
(Salmos 63, 9). También aparecen los conceptos de entidades llenas de luz: «El
Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quién debo temer?» (Salmos 27, 1). La
similitud de las tradiciones judías respecto a la muerte con las ECM son
notables: la persona que fallece se encuentra con guías familiares ancestrales
y con Adán. Asimismo es recibido por ángeles protectores. Una vez juzgados sus
pecados terrenales pasa a través de la cueva de Machpelah en la tumba de los
patriarcas y es recibido por un ente llamado Shekhinah, que es una
materialización de Dios. No tiene forma y está vestido de luz pura, exactamente
igual que los seres que describen las personas de todas las demás religiones.
La atracción de este ser trascendente resulta irresistible para aquellos a los
que se les ha acabado la vida. Según dicen las escrituras, ninguna persona
muere antes de ver a Shekhinah, y debido al profundo anhelo por Shekhinah el
alma parte directamente a su encuentro.
Podemos ver la
correspondencia con muchos elementos que aparecen en la literatura de las ECM
occidentales: visión de personas ya fallecidas, un túnel oscuro, una entrada,
ángeles, seres de luz y una revisión vital. Además, la literatura mística judía
expresa que los sentimientos que suelen acompañar a las personas inmersas en
este proceso denotan profunda alegría y éxtasis en esta reunión con los seres
divinos; o bien narran casos de horror y dolor al tener que enfrentarse a los
pecados y errores de su conducta durante la vida terrenal.
Paul Raphael
describe cómo las visiones en el lecho de muerte o en los días previos a la
misma constituyen la primera parte de nuestra despedida. El siguiente paso es
la separación del cuerpo físico, llamado hibbut ha-kever, que
traducido al castellano sería «dolores de la tumba». Esta parte del proceso
podría equipararse a las experiencias extracorpóreas, si bien es más extensa en
cuanto a lugares y tiempo. Incluiría un periodo de tres a siete días post
mortem, durante los cuales el alma visitaría a las personas y los lugares
que solía frecuentar durante la vida. Por este motivo sería algo común para las
personas que se encuentran pasando el duelo ver o sentir apariciones de
aquellos a quienes querían. La segunda parada después de la muerte es un lugar
denominado Gehenna, similar al purgatorio más que al infierno. Su propósito es
el de eliminar sentimientos negativos provenientes de la vida que acabamos de
abandonar y comenzar una purificación emocional. La estancia en este lugar no
es, supuestamente, mayor de un año. La literatura judía menciona la ejecución
de torturas del tipo «ojo por ojo» con objeto de expiar los pecados terrenales.
Este proceso acaba de limpiar el alma de todas sus impurezas. El siguiente paso
es la ascensión al reino de los cielos con dos niveles: el bajo y alto, el Gan
Eden o Jardín del Edén. Son numerosas las historias medievales sobre el Gan
Eden, que llegan a describir hasta siete tipos distintos de paraísos guardados
por miríadas de ángeles, algunos bellísimos, que rodean a todos los seres
prendidos por el amor y la verdad de Dios. El rabino Joshua ben Levi lo
describe así: «El Gan Eden posee dos puertas para entrar que son resguardadas
por sesenta miríadas de ángeles. Cada uno de estos ángeles brilla como el
cielo. Cuando una persona pura de espíritu se acerca, los ángeles le quitan la
ropa con la que ha sido amortajado y le cubren con nubes de gloria… En cada
esquina hay sesenta miríadas de ángeles cantando con sus dulces voces, mientras
el árbol de la vida y sus ramas en flor crece en medio del paraíso dando sombra
a todos. Tiene más de cincuenta mil sabores, cada uno de ellos único».
Esta estancia
en el paraíso no constituye todavía el final de la purificación. Más allá del
Edén existe el cuarto y último nivel, el mundo espiritual de Tzror ha-hayyim
también llamado «almacén de almas». Es el estado más elevado y más cercano a la
perfección. Es lo que los ortodoxos denominan ver a Dios. Este cuarto y
aparentemente último paso de purificación dentro de los procesos de la muerte
puede dar lugar, en ciertos casos, a la reencarnación, también llamada gilgul.
Aquellos que pueden reencarnarse son seleccionados de entre las almas de este
cuarto nivel.
Estos cuatro
niveles de perfeccionamiento después de la muerte se corresponden a los cuatro
tipos de ECM descritos por Atwater en 1994, y a las tres etapas enumeradas por
Stanislav Grof, en 1993, sobre cartografía espiritual. Atwater las denomina
iniciales, infernales, paradisíacas y, por último, trascendentales. Mientras
que Grof las clasifica en felicidad fetal prenatal, agonías del parto y
liberación trascendental después del tormento posparto. Este mismo autor, Grof,
habla de matrices perinatales básicas (BPM): BPM I es el éxtasis y la unidad;
BPM II es la expulsión del paraíso; BPM III es la lucha entre nacer y la
muerte; BPM IV es la experiencia muerte-renacimiento en la que se disuelve el
ego y se recupera la felicidad original. Es llamativo que en las escrituras
hindúes también existen cuatro niveles, si bien tan solo tres cuerpos para el
alma.
Simcha Paul
Raphael describe tres niveles básicos para el alma y la tradición mística judía
que se corresponden con los tres cuerpos hindúes: Nefesh o vegetativo, que
sufre la tumba; Ruah o emocional, que entra en la Gehenna y el Bajo Gan Eden;
Yl Neshamah o alta consciencia, que entra directamente en el Alto Gan Eden. La
esencia espiritual o Hayyah vuelve a su fuente, mientras que un quinto nivel
intermedio, el Yehidah, entra en el útero donde, presumiblemente, pasa por los
cuatro estados de parto que describe Grof.
En el Libro
del esplendor (Zohar) el misterio de la muerte desempeña un papel
importante. De hecho, en el texto se describen varias tradiciones en relación
al destino de la persona y de su propia alma. A este respecto, Abramovitch
relata el caso de un judío ortodoxo que sufrió una ECM y cuya experiencia no se
correspondía exactamente con el estricto aprendizaje de las escrituras sagradas
que había realizado desde su más tierna infancia, por lo que tuvo que ser
asesorado por rabinos y psiquiatras para comprender lo sucedido, integrarlo en
su estructura cultural-religiosa y evitar la sensación de angustia que sentía.
En este
sentido, podríamos decir que las tradiciones religiosas pueden servir incluso
de guía, ya que cuando la experiencia personal se desvía significativamente de
sus normas culturales o religiosas parece que el individuo posee un mapa de un
país en el que no se encuentra. Uno puede persistir en utilizar el mapa
incorrecto a pesar de que el terreno no se corresponda o, por el contrario, lo
sano es arrojar el mapa, cambiarlo y comenzar a explorar el terreno por uno
mismo. No es menos cierto que entre estos dos postulados puede existir un
momento de pánico cuando nos damos cuenta de que nuestras tradiciones
religiosas ya aprendidas no se corresponden con la experiencia de la ECM.
MORMONES
La muerte en la
religión mormona no es considerada el fin de la existencia del individuo, sino
el comienzo de una nueva vida. Los mormones creen que siempre han vivido y que
siempre vivirán en el mismo individuo, nunca como otra persona o
transformándose en alguna otra forma de vida, según Johnson. Los miembros de la
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por supuesto que se
entristecen cuando algún miembro de la familia fallece, pero son reconfortados
en la creencia de que después de la muerte el alma se une a Dios en un mundo
espiritual, continuando con el progreso de conocimiento y a la espera de
reunirse con otros miembros de la familia tras la resurrección del cuerpo
físico y el juicio final. Es decir, la vida después de la vida es uno de los
pilares fundamentales de esta religión.
Entre los
mormones hay hijos perdidos, es decir, antiguos creyentes que traicionaron a la
Iglesia y que por ello son destinados al castigo eterno. A todos los demás se les
garantiza la entrada en algún tipo de paraíso. En el paraíso de calidad
inferior no se está en contacto directo con Dios, mientras que los que han
realizado una vida conforme a sus creencias pasarán el resto de su existencia
en comunión con el Creador. Más aún, los mejores de este último grupo pueden
llegar a ser, ellos mismos, deidades y poblar nuevos universos con sus
espíritus. De hecho, la Iglesia mormona es la única que posee una verdadera red
de seguridad, ya que a cualquier persona que no haya atendido a la palabra
divina le será otorgada una oportunidad en el paraíso de poder escucharla, y si
el espíritu es receptivo y acepta las enseñanzas recibirá las bendiciones de
Dios.
El juicio que
relatan los mormones respecto a sus ECM es, esencialmente, un juicio a sí
mismos. Es similar a los descritos por personas de otras religiones en relación
a la visión panorámica de su vida completa y el juicio propio respecto a las
acciones individuales al enfrentarse al ser de luz. Una vez realizado este
juicio, el espíritu se agrupa con otros de las mismas características.
Asimismo, los mormones, al igual que las personas pertenecientes a otras
religiones, también llegan a encontrarse con miembros de su propia familia, que
podrían haber muerto mucho tiempo antes.
Sin embargo,
quizás haya dos características que diferencian a las personas mormonas que han
sufrido una ECM. La primera de ellas es que, al recuperarse de la muerte,
relatan que en el más allá les pidieron realizar alguna cuestión particular al
volver a la vida como, por ejemplo, cuidar de alguna persona a la que no habían
prestado atención, estudiar alguna materia específica o cualquier otra cuestión
que hubiese quedado pendiente. La segunda es que muchas personas que han
sufrido una ECM cuentan cómo en el más allá recibieron instrucciones de tipo
religioso o de alguna otra índole de seres con los que se encontraron, según
revela Craig R. Lundhal, médico e investigador de la Universidad de Nuevo
México.
Es llamativa
la elevada frecuencia de ECM entre personas de religión mormona. La explicación
podría deberse a los valores sociales de sus integrantes, que alientan a los
individuos a compartir sus ECM de manera mucho más abierta que en otros grupos
sociales, ya que los mormones interpretan este tipo de experiencias como parte
de las creencias religiosas y como un atisbo real del más allá.
Los mormones
han llegado a describir las vivencias más allá de la muerte con sumo detalle:
un mundo sumamente organizado y basado en un orden moral y estratificado en el
que la unidad básica social es la familia, pero integrada en un complejo
sistema social. Más aún, los mormones sugieren que ese otro mundo es vasto y
que se encuentra cercano al mismo planeta Tierra. Hay edificios por doquier, de
mejor diseño y construcción que los aquí presentes, rodeados de una vegetación
indescriptiblemente bella. Asimismo, las personas disponen de nuevas
capacidades y poderes mentales que pueden ejercitar, amén de diversas y
atractivas vestimentas.
INDIOS DE AMÉRICA DEL NORTE
Caroline Schorer
describe un par de casos de experiencias cercanas a la muerte que sucedieron a
principios del siglo XIX
en el valle del Mississippi y que, a su vez, vienen recogidos en una
publicación de la época. En estos relatos las personas sufren experiencias extracorpóreas
y se encuentran con otros reinos y con seres ya fallecidos. No se mencionan ni
la experiencia del túnel ni la de la revisión vital. Los relatos volcados en
dicha publicación tampoco muestran excesivos detalles, ya que tan solo
constituyen un relato simple de una serie de acontecimientos que sucedieron a
unas pocas personas cuando supuestamente se encontraban fallecidas. De mayor
interés, por el contrario, parece ser el relato recogido por el investigador
chileno Juan Gómez-Jeria, que explicamos a continuación.
A raíz de una
interesante ECM sufrida por un mapuche en el sur de Chile y grabada en su audio
en 1968, Gómez-Jeria relata sus impresiones sobre este caso, que se encuentran
reflejadas en el libro El hombre que murió y se fue al volcán, publicado
en 1992. Los mapuches (gente de la tierra) habitan el sur de Chile y ciertas
zonas del sur de Argentina. Cada comunidad se identifica a sí misma como
mapuche, mientras que denomina a las otras de distinta manera: huilliches
(gente del sur), puelches (gente del este), ranculches (gente del pasto rojo),
etc.
Los mapuches
creen que la vida continúa después de la muerte en un cuerpo que es un doble
exacto del que poseen en esta realidad. Este otro cuerpo presenta las mismas
necesidades y sentimientos y no solo eso, sino que también preserva todas sus
características, las que estaban presentes en el momento de la muerte. Cuando
llega el momento final, este doble se separa del cuerpo físico y entra en la
fase am, desde donde sigue relacionándose con los lugares y las
personas que conocía. Sin embargo, un año más tarde el am se desplaza
a una región espiritual y se convierte en un pulli que, a su vez,
sigue cuidando desde esa dimensión a su familia y amistades. Los mapuches
incorporan al pulli en el pillán, una entidad que no se
corresponde con un dios o con un demonio, sino más bien con un ancestro. Cada
clan y cada tribu tienen su propio pillán, que puede ser femenino o
masculino.
El relato del
viaje al más allá presenta muchas similitudes a las ECM tanto de Occidente como
de otras culturas:
«Había un
señor alemán que leía y escribía en grandes libros. Cuando el alemán le vio, le
preguntó qué es lo que quería:
»—Estoy
siguiendo a mi hijo —contestó el viejo hombre.
»—¿Cuál es su
nombre? —preguntó el señor alemán.
»—Francisco
Leufuhue.
»Llamó al
guarda y le ordenó informar a Francisco. El guarda subió por una escalera y
gritó: “¿Dónde está Francisco?”. Una voz lejana pareció contestar, pero era
imposible comprender qué es lo que decía. Entonces pasó a través de puertas de
madera que hacían mucho ruido al abrirse. Luego otra puerta que también hacía
ruido. Así, hasta cuatro. Finalmente llegó Francisco hasta la mesa del señor
alemán, que le dijo: “Tu padre te está buscando”. El viejo Fermín se aproximó a
su hijo y le abrazó diciéndole:
»—Recíbeme,
porque ya no quiero vivir más donde estoy ahora. Ya no quiero seguir en la
Tierra.
»—No, padre
—dijo Francisco—, no es el momento de que llegues aquí por tu propia voluntad.
Cuando llegue el momento ya iré yo a tu casa para buscarte. Entonces vendrás.
Ahora vuélvete.
»En ese
momento don Fermín se levantó y abrió sus ojos, encontrándose con su mujer
llorando, a la que preguntó el porqué de su llanto.
»—Porque te
habías muerto. Llevas muerto dos días.
»—Estoy vivo
—contestó Fermín—. Estuve en el volcán y vi a toda la gente que se encuentra
allí. Estuve con mi hijo y con mis abuelos. Están todos juntos y son muy
felices. Me esperan, pero todavía no es el momento».
De acuerdo con
el testimonio, el individuo llevaba dos días muerto, cosa que Gómez-Jeria
achaca a un posible estado de tipo cataléptico que, agravado por la falta de
agua y alimento durante esos dos días, justificaría, siempre según este autor,
una ECM debida a una disfunción cerebral, y no a un fenómeno generado por algún
otro tipo de proceso. El mismo autor interpreta la aparición de un personaje de
origen alemán en su ECM como resultado de la influencia cultural de esta
nacionalidad sobre el sur de Chile desde finales del siglo XIX. Sin embargo,
no es menos cierto que el autor evita realizar el razonamiento contrario. Es
decir, atribuir dicha nacionalidad alemana a un personaje que ha aparecido en
sus visiones y que, posteriormente, el mapuche podría interpretar como
perteneciente a dicha raza.
POLINESIA-PACÍFICO
Allan Kellehear
(2001) relata un caso de ECM que aparece en un libro sobre el folclore hawaiano
de principios del siglo XX.[10] El autor titula a ese capítulo del
libro «Una visita a la tierra de los espíritus o la extraña experiencia de una
mujer en Kona, Hawaii». Kalima se encontraba enferma durante varias semanas
hasta que, finalmente, falleció. Su muerte fue tan convincente que su familia y
amigos prepararon su tumba y comenzaron con su funeral. Cuando se encontraban
practicando estos ritos los testigos vieron cómo comenzaba a respirar y abría
los ojos. Naturalmente, los presentes se llevaron un susto, nunca mejor dicho,
mortal. Tantos días de enfermedad habían servido para debilitarla, pero cuando
comenzó a recuperarse una increíble historia fluyó de sus labios: «Yo morí,
como todos sabéis. Abandoné mi cuerpo y me quedé a su lado mirando hacia abajo,
a aquello que había sido yo […]. Miré mi cuerpo durante unos minutos, me di la
vuelta y me alejé caminando. Dejé atrás la casa y el pueblo y llegué hasta la
siguiente villa, donde encontré a muchísima gente […]. Había miles de hombres,
mujeres y niños. Algunos de ellos me eran conocidos y habían muerto hacía
muchos años, pero casi todos eran extraños para mí. Todos se encontraban muy
contentos. Nada les preocupaba. La alegría estaba dibujada en todas sus caras y
la risa y las palabras amables en cada una de sus bocas. Dejé el pueblo y me
fui al siguiente. No estaba cansada, así que no me importó caminar. Otra vez me
encontré con lo mismo: miles de personas y todas muy alegres y felices.
Nuevamente conocía a algunas, hablé con unas pocas y seguí mi camino».
Llama la
atención el hecho de que la mujer se dirigía, como manda la tradición hawaiana,
hacia su destino final: el volcán. De hecho, cuando se aproximaba al cráter
ocurrió lo siguiente: «Y me dijeron: “Debes volver a tu cuerpo. Todavía no
debes morir”. Yo no quería volver. Supliqué y recé para que me dejaran estar
con ellos, pero los seres insistieron: “¡No! Debes volver y si no lo quieres
hacer voluntariamente, te obligaremos a ello”. Me puse a llorar e intenté
quedarme, pero me empujaron, incluso me pegaron cada vez que me paraba y no
seguía mi camino de vuelta. Volví a encontrarme en los pueblos que ya había
recorrido con la gente llena de felicidad. Cuando les conté que no me habían
dejado quedarme, me ayudaron a volver».
Impresiona que
esta mujer no describa ni la sensación del túnel ni tampoco las experiencias de
luz y oscuridad que suelen aparecer en los relatos occidentales. Quizás estas
experiencias lumínicas podrían haberse dado si la persona hubiese alcanzado,
por ejemplo, el cráter del volcán. Tampoco encontramos la revisión vital que sí
aparece en otros relatos de distintas islas de la Melanesia. El autor se
pregunta si la influencia cultural de los misioneros cristianos puede tener
algo que ver con este último punto.
En la isla de
Guam, el psicólogo Timothy Green llegó a recopilar 4 casos de ECM entre los
habitantes denominados chamorros. Al igual que ocurre en otras ECM, tanto en
Occidente como en Asia, las personas se encuentran con seres que ya han
fallecido, algunos de los cuales son familiares. Sin embargo, a diferencia de
los casos propios de la India o China, los chamorros sí que hablan de
experiencias extracorpóreas, incluso de volar a través de las nubes. Unos pocos
pueden llegar a visitar a familiares situados a miles de kilómetros de
distancia, por ejemplo en América. La muestra no es muy abundante, cuatro
casos, por lo que no se pueden obtener extensas conclusiones, pero en este
estudio no podemos pasar por alto que en ninguna de estas cuatro personas
aparecen la revisión vital ni la experiencia del túnel.
Otra autora,
Dorothy Counts, describe cómo el concepto de espíritu como unidad no existía
entre los melanesios hasta la llegada de los misioneros cristianos. Previamente
a esta visita, los kaliai asumían que el espíritu humano tenía dos caras: el tautau
o esencia espiritual y el anunu o imagen (también se puede traducir
por sombra). La enfermedad ocurría cuando los componentes espirituales se
separaban del cuerpo y no se volvían a reunir. Si la separación era permanente,
se producía la muerte.
Los animales
no tenían componente espiritual, que quedaba reservado para los humanos,
incluidos los fetos y los discapacitados mentales. Muchos nativos pensaban que
el espíritu permanecía junto al cuerpo mientras este se descomponía, hasta el
punto de que en casos de asesinato los habitantes del pueblo intentaban ponerse
en contacto con el espíritu para conocer la autoría. En segundo lugar, es
interesante subrayar que los kaliai consideraban la muerte como un proceso más
que como un evento único. Un proceso que podría comenzar mucho antes de que se
manifestaran signos físicos y, hasta cierto punto, podría ser reversible. El
proceso de la muerte comenzaría con la pérdida de consciencia, llamada «muerte
parcial» y, desde este punto, se evolucionaría hasta la «muerte verdadera». Una
persona podría volver a la vida en cualquier momento, siempre que no hubiera
comenzado la descomposición de su cuerpo.
Según esta
autora, los kaliai vivirían una ECM que incluiría la visita a otras realidades
donde se encontrarían con familiares y amistades ya fallecidos. Es decir, las
experiencias de los habitantes de estos lugares del mundo, una vez más, se
parecen a las occidentales o viceversa. Los casos descritos por esta autora
tampoco son muy abundantes, tan solo tres personas, en las que se apreció que
solo en un caso se dio la revisión vital. La segunda particularidad observada,
si bien insistimos en lo escaso de la muestra, es la ausencia de experiencias
extracorpóreas y de túnel.
Por el
contrario, los melanesios parecen presentar otro tipo de particularidades, como
por ejemplo ver un lugar en el que se somete a las personas a una especie de
juicio. El lugar es descrito de manera muy particular: la persona permanece de
pie y queda atrapada en una especie de campo magnético, de manera que otras
personas deben ayudarle para liberarse. En ese momento se le llama para
presentarse al tribunal. Si sus explicaciones sobre los hechos cometidos en la
vida terrenal no son satisfactorias, comienzan los castigos, que suelen acabar
con la quema del sujeto en el fuego. Lo que llama mucho la atención en esta
historia es que ninguna cultura propia de la Melanesia posee entre sus
elementos nociones de juicio final a los muertos. Una explicación a este factor
es, sencillamente, que la colonización y las misiones cristianas, que se
suceden desde 1949, hayan influido a los habitantes y este tipo de experiencias
sean, en realidad, un problema de contaminación cultural.
MAORÍES EN NUEVA ZELANDA
Michael King
relata el encuentro con la muerte de una mujer maorí de noventa y dos años de
edad: «Me puse realmente enferma por primera vez en mi vida. Estaba tan enferma
que mi espíritu salió de mi cuerpo. Mi familia creyó que estaba muerta, ya que
mi respiración cesó. Me llevaron al cementerio, prepararon mi cuerpo y llamaron
a la gente para el tangi. Mientras tanto, mi espíritu se encontraba
sobre mi cabeza, dejé la habitación y viajé hacia el norte, en dirección a la
Cola del Pescado. Pasé por encima del río Waikato, también sobre el Manukau
[…], hasta que finalmente llegué al Te Rerenga Wairua, el lugar de los
espíritus».
En este lugar
sagrado comenzó a realizar los rituales propios de las personas que van a dejar
esta vida. Miró hacia abajo, a la entrada del mundo del más allá. Después de
realizar una danza tradicional descendió por el pasaje subterráneo (¿el túnel?)
que llevaba al reino de los espíritus. En ese momento, al igual que suele
ocurrirle a muchas personas en Occidente, una voz la invitó a parar y le avisó
de que todavía no era el momento de ir más allá. Debía volver al reino
terrenal. Súbitamente, regresó a su cuerpo y se despertó, hablando a sus
sorprendidos familiares.
En este relato
llama la atención que si bien no existen túneles sí hay pasajes subterráneos
equiparables. También es notable la existencia de experiencias extracorpóreas
en el momento en que ella sale volando por encima de su cabeza y visita partes
de la isla. Uno de los elementos que podríamos echar en falta, sin lugar a
dudas, es el de la revisión vital y el posible juicio asociado.
ABORÍGENES AUSTRALIANOS
Al igual que en
muchas otras culturas, la muerte, así como la existencia posterior, es de suma
importancia en la cultura aborigen australiana. Tanto es así que se encuentra
recogida en una antiquísima tradición oral: «Yawalngura se encontraba comiendo
huevos de tortuga con sus dos esposas. Comió alguno de los huevos y se acostó,
creciendo durante el sueño. Le encontraron muerto, así que llevaron su cuerpo
con ayuda de algunos lugareños y construyeron una plataforma mortuoria para el
cadáver. Justamente cuando le estaban emplazando en ese sitio, Yawalngura
revivió y despertó lleno de curiosidad hacia la tierra de los muertos. Así que
decidió construir una canoa para viajar hasta la misma. Viajó durante varios
días con sus correspondientes noches y, finalmente, llegó a una isla donde se
encontró con los espíritus tradicionales, como el del hombre tortuga, y con
otros familiares que ya habían fallecido, quienes le advirtieron de que todavía
se encontraba vivo y que debía volver a su vida terrenal». Al parecer estos
espíritus bailaron para él y le dieron una diversidad de regalos así como
víveres para su viaje de vuelta, diciéndole: «Todavía no estás bien muerto, ya
que tienes huesos. Podrás volver cuando hayas muerto adecuadamente». De esta
manera, Yawalngura volvió y contó a todas las personas de la aldea su
fantástico viaje. Sin embargo, Yawalngura murió dos días después. Esta vez de
una manera adecuada y definitiva.
Podemos
apreciar en esta experiencia la llegada a un reino donde el protagonista se
encuentra con personas ya fallecidas. Hay aquí elementos propios de las ECM
tanto occidentales como de otros lugares del mundo, pero también podemos echar
en falta detalles como el túnel o la experiencia extracorpórea.
ÁFRICA
Uno de los
sitios que el autor de este libro ha visitado con mayor frecuencia, a menudo en
viajes de corte antropológico, es Mali. Partiendo hacia el este por una
estrecha carretera desde su capital, Bamako, podemos viajar más de ochocientos
kilómetros hasta llegar a una región muy apartada: el país Dogón.
La población
que vive en esta zona, deprimida económicamente y salpicada por aldeas de
chozas de barro, parece poseer una serie de conocimientos astronómicos que
entran en colisión directa con lo que cualquier visitante, como yo, puede
esperar encontrar. ¿Cómo es posible que posean conocimientos astronómicos más o
menos elevados si los instrumentos de mayor tecnología que pude encontrar en
doscientos kilómetros a lo largo de la falla de Bandiagará fueron, como mucho,
un destornillador o un simple martillo? Esta población se encuentra establecida
a lo largo de un importante acantilado de un par de cientos de kilómetros, que
separan la sabana de la planicie del río Níger. A los pies de dicho acantilado
se suelen localizar la mayor parte de sus poblaciones, que reciben las aguas de
la meseta y del propio acantilado a través de torrentes y pequeñas cataratas
cuyo calado ha probado quien escribe estas líneas en sus duchas matinales.
Supuestamente,
toda esta zona se encuentra poblada desde por lo menos tres mil años antes de
Jesucristo. Se sabe, por ejemplo, que los pigmeos (pequeña gente roja)
habitaron esta región antes de la migración de los dogón a este acantilado
hacia el siglo XIV.
Finalmente, los pigmeos desaparecieron de la región, y, aunque resulte
sorprendente, todavía existe la creencia en Mali de que eran capaces de volar.
Los dogón, uno de los pueblos más misteriosos y antiguos del África
subsahariana, poseen un acervo cultural que fascina a los antropólogos europeos
desde hace ya por lo menos un siglo. Gracias al antropólogo francés Marcel
Griaule disponemos de un legado sorprendente de publicaciones desde las décadas
de 1920 y 1930. Así sabemos que, como la mayoría de los pueblos africanos, su
cultura religiosa es el animismo. Es decir, los dogón honran la tierra que les
da la vida y que los alimenta y que también los acoge después de la muerte.
Lo realmente
llamativo respecto a los mencionados conocimientos astronómicos es que, en el
caso de ciertas estrellas muy brillantes, como Sirio, conocen además una serie
de cuerpos que la orbitan, que son absolutamente invisibles a simple vista y
que no fueron descubiertos hasta finales del siglo XIX. Sin embargo, existen documentos que
prueban el conocimiento de estos objetos celestes por parte de los dogón con
varios siglos de anterioridad al mundo occidental. Más aún, tienen una fiesta,
llamada del Sigui, que se celebra cada sesenta años coincidiendo con
determinada posición de la estrella Sirio y en la que se exhiben diversas
máscaras tradicionales. Este autor, después de una larguísima caminata de
varios kilómetros, pudo apreciar estas máscaras centenarias, que se encuentran
protegidas en una cueva de un remoto poblado del país Dogón. Asimismo, existe
otra fiesta denominada «de la Dama», que permitiría a los muertos partir y
unirse a sus antepasados.
El culto a los
muertos es un elemento esencial en la religión dogón. Durante las ceremonias
fúnebres, en las que se produce un duelo entre el bien y el mal, las personas
que danzan arropadas por estas impresionantes máscaras de madera representan la
lucha entre el bien y el mal y el juicio al que se tiene que exponer la persona
antes de entrar en el más allá. Entre los dogón, en entrevistas personales
realizadas en diversas aldeas a lo largo de la falla de Bandiagará, los
habitantes insisten en la existencia de un viaje que comienza una vez muertos,
hacia el reino del más allá. Sin embargo, deberíamos diferenciar este tipo de
expresiones de corte místico de lo que denominamos una experiencia cercana a la
muerte.
Morse habla de
ECM en África, principalmente en Zambia. Sin embargo, no parece quedarle claro
si lo que recoge en sus artículos procede de las tradiciones y experiencias de
los africanos o, por el contrario, es algo muy influenciado por la colonización
cultural occidental.
Los relatos
que recoge este autor incluyen, como en los dogón y otros pueblos, largos
viajes hacia el más allá, oscuridad, encuentros con personas muertas, algunas
vestidas con túnicas blancas, y seres sobrenaturales. Greyson critica los
trabajos de este autor, ya que dice que interpreta elementos que sus
entrevistados parecen no haber dicho. Por ejemplo, algunos hablan de oscuridad
y Morse lo interpreta y comienza a hablar de túnel, cambiando el sentido del
término original. Asimismo, en estas experiencias africanas parecen encontrarse
ausentes en todos los casos un par de elementos: la revisión vital y las
experiencias extracorpóreas.
XV¿MUERTE O REENCARNACIÓN?
El espíritu nunca tuvo la necesidad de
nacer. El espíritu nunca cesará. Nunca existió en el tiempo ni dejó de existir.
El principio y el final son simples sueños.
BHAGAVAD GITA
Llama mucho la
atención que la posible existencia de una «cuna cósmica» sea algo más que una
simple teoría para 18 tradiciones religiosas, 25 culturas desde los tiempos más
antiguos hasta los modernos, 53 tribus americanas, 28 pueblos australianos, 20
tribus africanas y muchos otros pueblos a través de todo el globo terráqueo.
Más de 165 culturas y religiones postulan que las almas se encuentran en otro
estado fuera de la dimensión actual esperando a llegar a este mundo, y que
incluso puede darse la existencia de comunicación entre ellos y los que van a
ser sus padres.
Lo que está
claro para mucha gente es que las personas, meses o años antes de ser
concebidos, son espíritus que ya mantienen relación afectiva y personal con sus
futuros progenitores. Neil J. Carman relata cómo una niña de siete años llamada
Katie se despertó del coma después de un accidente por ahogamiento diciendo:
«¿Dónde están Mark y Andy?», refiriéndose a sus futuros hermanos a los que se
había encontrado y que aún no habían nacido.
Los padres que
se involucran en este tipo de dinámica son, por supuesto, tan extraordinarios
como sus potenciales hijos: abiertos, curiosos, interesados en todo lo que les
rodea. Algunos de estos niños parecen recordar cosas desde antes de ser
concebidos, el propio embarazo y hasta el nacimiento. Los autores que gustan de
estudiar estos temas lo llaman «memoria privilegiada».
Las
conversaciones entre estos niños y sus padres son tan espontáneas y
satisfactorias como el encuentro de queridos amigos después de una larga
ausencia, lleno de sincero afecto. Entre estos padres y sus hijos se pueden dar
largas negociaciones antes de que desaparezcan todos los obstáculos y la madre
se encuentre preparada para el embarazo. En ese momento, una concepción
consciente es una de las sensaciones más satisfactorias e inolvidables para los
que se encuentran en esa reunión mística.
Algunos autores,
como Myriam Szejer, hablan abiertamente de telepatía para explicar la efectiva
comunicación perinatal entre los bebés y sus padres. David Chamberlain, un
conocido psicólogo de la Universidad de Santa Bárbara y presidente de la
Asociación de Psicología y Salud Prenatal y Perinatal, cree que existen
similitudes en las capacidades cognitivas de aquellas personas que han sufrido
una ECM y lo que él mismo ha observado, bajo hipnosis, en personas respecto a
lo que recordaban de su época de recién nacidos e incluso dentro del propio
útero materno.
Hoy por hoy,
la mayor parte de la información que existe al respecto se considera dentro del
mundo de la ciencia como «evidencias anecdóticas» y no es especialmente bien
valorada, al contrario que otros estudios repletos de cifras y estadísticas.
Sin embargo, no es menos cierto que todas estas realidades pueden ser el punto
de partida de futuras investigaciones en el ámbito científico más ortodoxo, al
igual que ocurre, en la actualidad, con las ECM, algo impensable hasta hace
pocos años.
Todas estas
teorías chocan frontalmente en un punto crítico: ¿acaso no depende la memoria
de la materia cerebral? El campo común manejado por los pioneros en la
investigación de las ECM, cognición del recién nacido, inteligencia prenatal,
etc., es que la memoria, su localización y estatus resultan independientes de
su espacio físico en el cerebro. Más aún si nos acercamos al momento del
nacimiento, cuando la memoria es progresivamente deprivada de su materia
física, cosa que parece inexplicable desde el punto de vista de algunos
importantes descubrimientos del último siglo. De alguna manera es como si la
memoria utilizarse el cerebro como base de funcionamiento, pero, a su vez,
pudiera tener una existencia independiente similar a la existencia que puede
tener el software del ordenador respecto al hardware.
Quizás los
estudios científicos más significativos son los publicados por Satwant Pasricha
y Ian Stevenson a lo largo de varios años. Cabe destacar que el doctor
Stevenson llegó a recopilar más de tres mil casos durante cuarenta años. En sus
publicaciones reúne mucha evidencia científica por medio de un método de
trabajo que consiste en la recogida de testimonios seguida de la identificación
de la persona en la cual el niño cree haberse reencarnado. Más tarde se realiza
la verificación biográfica de la vida de la persona ya fallecida en consonancia
con las memorias del niño. El doctor Stevenson llegó incluso a cotejar defectos
de nacimiento del niño estudiado, como marcas o cicatrices de la persona
difunta, todo ello verificado mediante su historia clínica. Atwater llega mucho
más allá en sus especulaciones, afirmando que la memoria de otras vidas ocurre
usualmente hacia el sexto o séptimo mes de embarazo y, en ocasiones, incluso
antes. En algunos casos, según Atwater, los fetos de tan solo tres meses de
vida ya pueden tener una consciencia desarrollada.
Para Paul
Raphael, experto en tradiciones religiosas judías, existen hasta cuatro etapas
en la purificación de las almas. En la última etapa se encuentra el mundo
espiritual o Tzror ha-hayyim, también llamado «almacén de almas». Es
el estado más elevado y más cercano a la perfección, lo que los ortodoxos
denominan ver a Dios. Este cuarto y aparentemente último paso de purificación
dentro de los procesos de la muerte puede dar lugar, en ciertos casos, a la
reencarnación, también llamada gilgul. Los que pueden reencarnarse son
seleccionados de entre las almas de este cuarto nivel para desarrollarse en
plena sabiduría y compasión y de esta manera alcanzar un estado de plena
purificación.
La doctrina de
la transmigración de las almas, que era acogida tanto por los cristianos como
por los judíos, fue declarada herejía en el II Concilio de Constantinopla, en
el año 553. Por el contrario, la creencia judía de la reencarnación comenzó a
volverse popular a partir del siglo XII y todavía persiste hasta el día de
hoy en ciertos círculos religiosos, como los lubavitchers ortodoxos. Este tipo
de ideas han estado fuera de circulación durante tanto tiempo que el judío
moderno ni siquiera pierde tiempo renegando de ellas.
Uno de los
ritos más interesantes a este respecto es el de «la muerte consciente»,
practicado desde el siglo XIX
por los rabinos jasídicos, en virtud del cual la muerte constituye más bien un
tiempo de felicidad y reunión con otros antes que un momento a temer: «Este
mundo es como un vestíbulo antes del Mundo que viene y la muerte es tan solo la
puerta entre los dos mundos, la puerta hacia esferas celestiales», dijo Raphael
en 1991.
Los textos
tradicionales judíos aseguran que los ángeles avanzan información a todas las
almas sobre lo que les espera en esta nueva vida reencarnada, incluyendo las
recompensas y los castigos por el comportamiento de cada uno, así como la
transmisión del conocimiento de todas las cosas. Sin embargo, justo antes del
nacimiento, uno de los ángeles toca al bebé en la nariz, borrando todas sus
memorias.
XVIMUERTES VIOLENTAS Y SUICIDIO
El suicidio es una manera de desafiar a
la muerte y de obtener ventaja sobre su incertidumbre y control sobre su
impredictibilidad.
PHILIP TRAVER
Uno de los
autores que más ha estudiado las ECM y su relación con el suicidio,
particularmente con casos de personas que se arrojaron desde el conocido puente
Golden Gate de San Francisco, ha sido el doctor Rosen, del que ya hemos hablado
en el capítulo VIII.
Los estudios de este y otros autores sobre supervivientes de suicidios han
cambiado la perspectiva que muchos psiquiatras y psicólogos tenían sobre este
tema.
Una de las
conclusiones más sorprendentes cuando se lee el estudio de Rosen es la aparente
calma que suele acompañar al protagonista del suicidio. Uno de los
entrevistados refiere: «Me sentía como un pájaro, totalmente aliviado. En mi
mente salía de este reino para entrar en otro. No luché para evitarlo. Me dejé
llevar. Me propuse mirar hacia lo que venía. Incluso ahora lo que espero es un
mundo mejor».
También llama
la atención la creencia, en algunos de los entrevistados, de que iban a
sobrevivir a su intento de suicidio: «Nunca creí que me iba morir. Escuché una
voz que así me lo decía. Incluso que un bote de pesca me iba a rescatar, como
efectivamente sucedió». Otro de los supervivientes del estudio de Rosen llegó a
dejar una nota muy explícita: «¿Por qué yo? ¿Es que puedo comprender qué hay
más allá de la muerte? ¿Acaso existe algo más allá del reino de la comprensión
como para ser comprendido?».
Es interesante
notar en el estudio del doctor Rosen cómo casi todos los suicidas no recuerdan
el momento justo del impacto contra el agua, salvo uno, que al ver cómo iba a
chocar contra uno de los pilares del puente dijo que volteó su cuerpo para
evitarlo.
Otra de las
personas relata: «Al principio todo estaba oscuro, luego gris y, finalmente,
mucha luz. Eso abrió mi mente como si despertase. Una sensación muy relajante.
Cuando salí a flote me di cuenta de que estaba vivo, que había vuelto a nacer.
Comencé a chapotear y a cantar. Era una ocasión gozosa. Afirmó en mí mismo la
creencia de un mundo espiritual. Experimenté la trascendencia de vivir y me
llené de ganas de vida». Esta experiencia de trascendencia y de renacimiento es
vivida de esta manera por casi todos los supervivientes a los suicidios, hasta
el punto de ser relativamente común que algunos sufran conversiones religiosas
con posterioridad a su intento. También se producen cambios en su actitud hacia
los demás, particularmente en una ampliación del amor fraternal que se
experimenta hacia el prójimo.
Según un
estudio de Russell Noyes de 1972, las personas que se encuentran a punto de morir
pasan por tres fases:
1.
Resistencia.
Reconocimiento del peligro, miedo, lucha y, finalmente, aceptación de la
muerte.
2.
Revisión
vital. Vista rápida y clarificadora de escenas y vivencias de nuestra vida.
3.
Transcendencia.
Estado de consciencia mística o éxtasis acompañado de un fenómeno de
renacimiento espiritual.
El hecho de
que los pacientes que intentaron suicidarse no presentaran la primera etapa ni
la segunda se podría deber a la intencionalidad de su acción, ya que los
estudiados por Noyes no eran suicidas, sino personas que habían sufrido
accidentes. La persona que ha decidido quitarse la vida pasa por unos estados
volitivos de consciencia en los que ha vencido, obviamente, la mayor parte de
las resistencias.
Sin embargo,
la mayoría de las personas que intentaron suicidarse sí experimentaron la
tercera etapa, la de la trascendencia. Esto, seguramente, ocurrió debido a que
las personas esperaban fallecer en su intento, pero no fue así. Del mismo modo
es llamativa la sensación de abandono de sí mismos durante el momento del
suicidio, como ellos mismos dicen guiados por Dios o alguna fuerza
sobrenatural, como en los casos descritas por Stanislav Grof en 1972 o por
William James en su libro de 1958, Variedades de la experiencia religiosa.
Daniela nos
relata: «No tenía ganas de vivir debido a una depresión. Me daba igual morirme
en el quirófano, pero la charla que tuve con este hombre me ha hecho ver las
cosas de otra manera. Ahora tengo fe y esperanza de que algo bueno va a pasar y
no le temo a la muerte porque sé dónde estará mi lugar».
Resulta de
interés apuntar cómo el prestigioso psiquiatra Stanislav Grof afirma la
desaparición de tendencias suicidas después de que la persona haya sufrido la
muerte del yo o ego. Después de esa muerte virtual el individuo vive envuelto
en una sensación de espiritualidad donde el suicido pierde toda razón de ser.
Para algunos
autores, como James Weiss, el suicidio no es otra cosa que un «juego con la
muerte» para aquellos que lo practican, una especie de provocación al destino o
al propio Dios, quien tendría que decidir si está a favor o en contra del que
lo intenta. El propio Weiss describe cómo los que sobrevivieron a un intento de
suicidio suelen presentar, en muchas ocasiones, una sensación de sentirse
importantes.
Este es el
testimonio de Marga: «Hace algunos años intenté quitarme la vida, suicidarme.
Mientras los médicos luchaban por recuperarme, yo simplemente estaba encerrada
en la nada, en un espacio en el que me encontraba privada de todo contacto con
los sentidos: no oía, no veía, no sentía nada. Mi alma estaba aislada
totalmente. Sin embargo, tenía la sensación de estar esperando que me dieran
paso a otro lugar diferente. Fue una mala experiencia con un resultado
positivo. Creo interpretar que se me aisló para que supiera que no era mi hora,
que estaba en una sala de espera, y la parte positiva es que no pienso volver a
repetirlo. Se puede decir que cambió mi visión de la vida. Ésta es mi
experiencia».
Es de sumo
interés apuntar que Bruce Greyson encontró, en 1985, una relación entre ciertos
factores precondicionantes y el tipo de ECM. Por ejemplo, observó que los
individuos que anticipaban su muerte, como los suicidas, solían tener
experiencias más bien de tipo trascendental (visión de seres místicos) y
afectivas (experiencia de paz) que de tipo cognitivas. Este mismo autor, en
otra de sus publicaciones, en 1980, observa cómo los que intentaron suicidarse
y, sin lograr su objetivo, sufrieron una ECM, adoptan una actitud negativa
hacia la autodestrucción. Incluso disminuyó en ellos la ideación suicida con
posterioridad al hecho.
Greyson, en un
estudio de 1991, observó que de 61 personas que habían intentado suicidarse, 16
(26 por ciento) reportaron una ECM. Al comparar a los que habían sufrido la ECM
respecto a los que no, este autor no encontró ningún tipo de evidencias entre
ambos grupos respecto a su afiliación religiosa previa o su religiosidad
actual.
Ring también
trató de encontrar patrones que pudieran diferenciar a las personas que
hubieran sufrido una ECM, buscando cualquier posible motivo. Por ejemplo,
parece ser que las personas que intentaron suicidarse no llegaron más allá de
la tercera etapa de la ECM, siendo la primera la sensación de paz, la segunda
la separación del cuerpo y la tercera la entrada en la oscuridad y el túnel. Es
decir, ninguna llegó a terminar el trayecto del túnel ni vio la luz.
XVIIPSICOMANTEUM
La cuestión espiritual es peligrosa tal
cual lo dicen los libros. Buscar la verdad significa experimentar el dolor y la
oscuridad, así como la luz blanca y cristalina.
WILLIAM CARL EICHMANN
Uno de los
métodos más llamativos para el tratamiento del duelo causado por la muerte de
un ser querido es el llamado psicomanteum. Fue desarrollado por el
psiquiatra Raymond Moody, en la década de 1970, para facilitar supuestos
encuentros con personas ya fallecidas. El propio Moody, en su libro Reunions,
afirma que hasta la mitad de las personas que participaron en este tipo de
sesiones pudieron experimentar un presunto encuentro con la persona amada. El psicomanteum
es, en definitiva, un antiguo método de exploración de la consciencia humana
que, debido a su puesta en escena, elimina los estímulos visuales y auditivos
para crear un ambiente próximo a la privación sensorial. Moody se ha dedicado,
de esta manera, a investigar los lugares y los tiempos donde se facilita el
contacto interdimensional.
Moody, que
además de médico y psiquiatra es licenciado en Filosofía y gran amante de la
cultura griega, se inspiró en el oráculo de los muertos de la antigua Grecia y
en otras culturas donde se sugestionaban, por ejemplo, mirando la superficie de
un estanque, una esfera de cristal o un espejo. Sin embargo, no se contentó con
los relatos de los clásicos griegos como Plutarco, Herodoto y su siempre
favorito Platón. El mismo Moody visitó el templo de Epidauro, uno de los
santuarios de la Antigüedad en honor a Esculapio, donde las personas se
dirigían a buscar la sanación a través de los sueños. También visitó el oráculo
de los muertos de Éfira, al que se acudía para establecer contactos con los
muertos.
A medida que
recopilaba información, el doctor Moody fue generando, a través de sus
observaciones, una serie de pautas: rituales, laberintos y cavernas que
provocaban un aislamiento sensorial. La leyenda afirmaba que las personas
deambulaban durante casi veintinueve días antes de llegar a la cámara de las
visiones, donde un enorme caldero de bronce brillante, ungido de agua y aceite
para facilitar los reflejos, servía de pasaporte para las visiones de sus
visitantes. Este tipo de espejos para contactar con el más allá son un
denominador común en diversas culturas: en África se usan recipientes con agua;
en Siberia espejos de cobre. Incluso en el Antiguo Testamento, José, el hijo de
Jacob, tiene visiones proféticas en una copa de plata.
El psicomanteum
diseñado por el doctor Moody, lo que él llama sin engaños, «teatro de la
mente», consiste básicamente en una habitación poco iluminada donde se coloca
un espejo de tal forma que la persona, sentada en un ángulo determinado, no
puede ver su propio reflejo. La habitación suele tener las paredes y el techo
pintados de negro, así como una iluminación habitualmente dispuesta por detrás
de la persona que trata de experimentar el contacto. El psicoterapeuta también
suele colocarse en un ángulo fuera de la visión de la persona que contempla el
espejo, para no distraerle en su objetivo.
La persona
suele sentarse en un sillón lo más cómodo posible, para relajarse mejor. El
terapeuta induce un proceso de rememorar imágenes, anécdotas y hechos relacionados
con la persona que se desea contactar. Asimismo, se realizan ejercicios de
relajación profunda mientras la persona observa fijamente el espejo, que es
donde quiere ver a la persona ya fallecida.
Así, en
silencio y casi oscuridad, comienza a germinar todo un escenario de imágenes
visuales, auditivas y táctiles, que parecen emanar del espejo, como si este
fuese un verdadero proyector de imágenes. El cuerpo, en estado de extrema
relajación, parece desprenderse de la consciencia que, a su vez, sale a por
aquello que desea: el encuentro.
En general, el
motivo principal por el que la persona desea contactar con su ser querido suele
ser el de disculparse por algo o bien despedirse, ya que el momento de la
muerte sucedió de manera brusca. Muchos participantes reportan la sensación de
presencia. Es decir, no llegan a ver a la persona, pero notan que hay algo en
el ambiente que les recuerda a la persona fallecida. Otros, por el contrario,
refieren haber mantenido un diálogo telepático con la persona del más allá.
Otras
personas, cuando prolongan su estancia en el psicomanteum, llegan a
tener verdaderas visiones en las que el espejo parece transformarse en una
ventana a través de la cual se mantienen contactos extremadamente vívidos. En
otras ocasiones, las visiones del otro lado del espejo pueden llegar a
proyectarse en la propia sala, de una forma tridimensional que muchas personas
describen como «totalmente real».
Este tipo de
terapia, dejando de lado cualquier paradigma paranormal o sobrenatural, puede
ser interesante para personas que se encuentren profundamente interesadas en
establecer contacto con un ser querido fallecido. Asimismo, este tipo de
experiencias requiere un serio compromiso emocional. Además, como es lógico,
realizar este tipo de terapia no garantiza tener un encuentro con la persona ya
fallecida. Obviamente, todo el proceso es dirigido y controlado por el
psicoterapeuta.
Parece
evidente —¿cómo iba a ser de otra manera?— que el proceso se genera en nuestro
subconsciente, hasta el punto de que algunas personas han desarrollado sus
propios métodos de proyección, quizás menos sofisticados que el psicomanteum,
pero bastante eficaces, como es el caso de Isabel, que asegura: «A mí, más que
el espejo, me funciona mejor el televisor apagado e impresiona menos que el
espejo. Concentraos un tiempo delante del televisor apagado y ya veréis cómo
alguien contacta con vosotros o, al menos, se van viendo formas».
Para algunos,
este tipo de terapia no deja de ser una variante de las prácticas de los médium
del siglo XIX.
Sin embargo, el hecho de ser dirigida por un psicoterapeuta facilita la
proyección de la angustia, y la catarsis subsiguiente puede ser sumamente útil
en ciertos duelos, sobre todo los prolongados, y también sirve como preparación
para la propia muerte. Algunos terapeutas lo recomiendan a los artistas, con el
fin de que tengan visiones o imágenes que les inspiren.
En definitiva,
no deja de ser una especie de pantalla de protección del inconsciente personal,
similar a algunos tests proyectivos (Test de Rorschach, comúnmente conocido
como «el de las manchas de tinta») que facilitan la comunicación con el
inconsciente del individuo y promueven estados modificados de la consciencia.
A partir de la
experiencia desarrollada por Moody, otros investigadores han desarrollado
terapias alternativas como, por ejemplo, «la comunicación inducida después de
la muerte» (IADC, Induced After Death Communication), desarrollada por
el psicólogo Allan Botkin en 1995, quien asegura que hasta un 75 por ciento de
los pacientes que la realizan puede tener éxito en el manejo de su duelo o en
perder el miedo a la muerte. De alguna manera, las personas que realizan esta
terapia sanan de la extrema tristeza por haber perdido a una persona querida.
Los resultados positivos, según este psicólogo, son perdurables y estables a lo
largo del tiempo. Asimismo, los autores de este tipo de terapia dicen no estar
suscritos a ningún tipo de religión o implicación espiritual.
RIESGOS, PROS Y CONTRAS DE ESTA PECULIAR
TERAPIA
Ya en 1998,
Beverly Brodsky alertaba acerca de los peligros de esta terapia. Pensaba que
era un método, literalmente, terrorífico. Más aún, un par de amigos se
decidieron a probar la experiencia, que no acabó de manera especialmente
exitosa. Brodsky llega a culpar a esta terapia hasta del divorcio de uno de sus
amigos. Incluso refiere que la experiencia de un tercer participante fue peor
que la de los dos primeros. Se refiere a una persona que ya había tenido una
ECM previamente y que después del psicomanteum, estando saludable con
anterioridad, se acabó divorciando, mientras que una hija, gemela de otra hija
que había sido visitada durante el psicomanteum, sufrió un fuerte
desequilibrio mental durante dicha experiencia y acabó escapándose con un
hombre que había sido encarcelado por haberla violado previamente.
Carla
Wills-Brandon, si bien defiende el psicomanteum, no es menos cierto
que advierte acerca de los riesgos de experimentar o forzar ECM, experiencias
extracorpóreas, meditación kundalini, regresiones a vidas pasadas, hipnosis,
comunicaciones con personas que han muerto y cualquier otra técnica basada en
técnicas psicológicas o espirituales en las que participen personas que se
encuentren desarrollando conflictos emocionales, duelos no cerrados, conflictos
internos o cualquier otro tipo de experiencia traumática.
Bajo la
presión psicológica de este tipo de experiencias hay que tomar en consideración
que traumas o tensiones que se encuentren en el inconsciente pueden aflorar con
cierta facilidad al consciente, lo que puede detonar comportamientos adictivos,
conductas autodestructivas y muchas otras disfunciones. Es decir, el psicomanteum
no actúa como un factor generador de estos problemas, sino como catalizador de
situaciones ya instaladas en el individuo y que tan solo florecen negativamente
bajo esta experiencia, de igual manera que una persona que albergue conflictos
interiores empeorará, por ejemplo, al ver una película o leer un libro cuyos
contenidos le sensibilicen en particular.
A este
respecto, Brodsky responde tiempo más tarde, en una serie de artículos de 2001,
en la revista oficial de IANDS, que si bien no se puede probar en
todos los casos el factor causa-efecto, no es menos cierto que no recomienda la
actitud, según él, que expresa Raymond Moody en algunas de sus publicaciones,
como Reunions, en la que, siempre según Brodsky, la aproximación de
algunas personas a las técnicas del psicomanteum no dejan de ser
pueriles, tomadas como un mero juego y evitando pensar en los peligros
psicológicos que este tipo de actividades pueden desencadenar en algunas
personas. Por ello recomienda que el psicomanteum se utilice siempre
en un contexto pleno de responsabilidad, con un propósito terapéutico y
curativo como el que, posteriormente, desarrolló Raymond Moody en su «teatro de
la mente».
Este tipo de
técnicas podrían alterar el curso normal de un duelo que, dependiendo de los
textos estudiados, puede oscilar entre seis meses y un año. Sin embargo, no
existe un límite fijo, ya que algunas personas los arrastran durante el resto
de su vida, y otros, por el contrario, los resuelven con cierta rapidez.
Imaginemos a una persona que sufre encuentros periódicos con sus familiares
fallecidos: ¿sería capaz de cerrar su duelo con facilidad o, por el contrario,
permanecería abierto mucho más tiempo?
XVIIIQUÉ SON LAS ECM Y SUS CAUSAS
No todo el mundo puede tener una ECM o
necesidad de vivirla, pero todo el mundo puede aprender a asimilar las
lecciones de estas experiencias cercanas a la muerte en su propia vida.
KENNETH RING
Podríamos definir
las ECM como experiencias relatadas por personas que se han encontrado
clínicamente muertas, es decir, en un estado de ausencia de cualquier señal
vital durante un periodo de tiempo y luego revividas. Sin embargo, autores como
Robert Crookall han denominado a los protagonistas de estas experiencias como
«pseudomuertos». Asimismo, Greyson, uno de los mayores expertos a nivel
mundial, distingue claramente dos cuestiones:
1.
Episodio
cercano a la muerte:
es una situación física en la que la persona sobrevive a un encuentro real con
la muerte debida a una enfermedad o traumatismo.
2.
Experiencia
cercana a la muerte:
experiencia subjetiva de la consciencia que funciona independientemente del
cuerpo físico durante un episodio cercano a la muerte.
Respecto al
aspecto más prosaico, la persona que sufre una ECM percibe fenómenos en el
mundo material, la mayor parte de las veces en el área vecina a su propio
cuerpo, incluyendo, en muchas ocasiones, el mismo, si bien esto no ocurre
necesariamente todas las veces. Por el contrario, en el aspecto espiritual o
transmaterial, la persona percibe fenómenos que van más allá de las dimensiones
habituales. Un ejemplo de este último concepto serían las experiencias
extracorpóreas, en las que la persona nota que su consciencia se encuentra
temporalmente situada fuera de su cuerpo físico.
Algunos
autores creen, equivocadamente, que el término ECM se refiere a situaciones
como, por ejemplo, el que una bala pase rozando a una persona. Sin embargo, una
ECM se refiere más bien al estado de «estar temporalmente muerto». Si buscamos
una analogía, podríamos decir que una parálisis temporal podría proveernos de
experiencia suficiente como para conocer en qué consiste una parálisis
completa.
Otros autores,
como Gary Habermas, afirman que aunque las ECM constituyesen un soporte
racional para creer que hay vida después de la muerte, todavía existe un
sinnúmero de factores sin resolver. En primer lugar, habría que cuestionarse si
las ECM constituyen el primer paso para una vida maximizada después de la
muerte, es decir, la vida eterna o inmortalidad, o por el contrario sería una
vida minimizada, que tan solo mostraría la existencia de la consciencia durante
un corto periodo de tiempo después de la muerte, ya que la experiencia parece
durar solo unos cuantos minutos. Es decir, la experiencia fenomenológica o
evidencial tan solo sugiere una vida mínima después de la muerte. Por otro
lado, las personas que sufren una ECM suelen experimentar una pérdida del
sentido del tiempo (atemporalidad) que podría coincidir con las definiciones
filosóficas de eternidad. Podríamos afirmar, de alguna forma, que si la vida
eterna debe comprenderse en términos de existencia atemporal en vez de duración
temporal infinita, entonces, en este caso particular, las ECM sí que podrían
considerarse como el primer paso para esa vida eterna.
Este tipo de
creencias, una vez que pensamos haber resuelto alguna de las cuestiones, parece
abrir nuevas interrogantes. Por ejemplo, si existiese dicha vida después de la
muerte tendríamos que plantearnos la cuestión de la identidad personal en la
misma, ya que somos seres temporales cuyo ego está ligado a memorias de nuestro
pasado y a anticipaciones de nuestro futuro. Si la inmortalidad se asocia a una
existencia atemporal es razonable pensar si la identidad personal se puede
retener después de la muerte. Las preguntas son: ¿quién o qué sobrevive a la
muerte? ¿Cuánto tiempo sobrevive la consciencia después de la muerte? ¿Tienen
sentido estas preguntas en el contexto de una existencia atemporal?
En los últimos
treinta años se ha comenzado a discutir, desde un punto de vista científico, la
otrora inimaginable posibilidad de que ocurra algo, hoy por hoy no muy bien
aclarado, durante el proceso de muerte o quizás incluso más allá de la propia
muerte. De hecho, la existencia de las ECM no es algo nuevo. Ya se mencionan en
la obra de Platón La República. Asimismo existen otras referencias,
como la de Salvius en el siglo VI, quien relata viajes escalofriantes hasta el otro
mundo. Beda el Venerable, en el siglo VIII, también narró la ECM de uno de sus
personajes, Drythelm, en su obra Historia eclesiástica del pueblo
inglés. No es menos cierto que son historias polarizadas por los conceptos
religiosos imperantes en el tiempo en que fueron escritas, pero describen, en
muchos casos con lujo de detalles, este tipo de experiencias.
El pensamiento
verdaderamente científico y clínico acerca de estas cuestiones se podría decir
que comenzó a finales del siglo XIX con el profesor Albert Heim (citado por Noyes en
1972), cuando este famoso geólogo y escalador suizo tuvo un accidente en 1871 y
sufrió una ECM que relató en un artículo denominado «Notas sobre muertes en las
caídas». Este tema fue también objeto de discusión en los comienzos de la
Sociedad para Investigaciones Psíquicas, que nació en la Inglaterra de finales
de ese mismo siglo.
Más tarde, a
principios del siglo XX,
se dieron nuevas referencias acerca de las ECM. Por ejemplo, Louis Tucker, un
religioso norteamericano, escribió un libro denominado Errores clericales,
donde describía la experiencia de su propia muerte, allá por el año 1909,
después de sufrir un proceso de envenenamiento y una vez que el médico que le
atendía le había declarado muerto. El religioso narra cómo pasaba través de un
túnel acompañado de mucho ruido, para llegar a un lugar donde fue recibido por
varios amigos y por su padre, todos ya fallecidos. Resulta llamativa la
comunicación a través del pensamiento, podríamos decir que telepática, que
mantuvo con su padre. Este último le ordenó volver, otra vez, hacia donde había
partido. Una vez que entró en la oscuridad nuevamente, volvió a ver a su médico
de cabecera y le comentó: «No quería volver […], y me encuentro muy disgustado
por no haber podido permanecer en ese otro mundo».
Pasaron varias
décadas para que este tipo de cuestiones volviera a adquirir la importancia que
merecen mediante los estudios de la psiquiatra suizo-americana Elisabeth
Kübler-Ross, autora de una serie de publicaciones sobre este tema al principio
de los años setenta del siglo XX. Sin embargo, para el público en general, incluso para
la comunidad científica y religiosa del mundo actual, el interés comenzó de una
manera intensa y explosiva después de la publicación, en 1975, del libro Vida
después de la vida. Su autor, Raymond Moody, un psiquiatra estadounidense
licenciado también en Filosofía, se sintió motivado a investigar las ECM
después de que un colega, el doctor George Ritchie, le hiciese referencia a
estos fenómenos, que conocía por su experiencia personal en la Segunda Guerra
Mundial. De hecho, es a esta persona a quien le dedica este excelente libro en
sus primeras ediciones. Pero no fue solamente este colega médico quien le dio
referencia de las ECM, sino también un sinnúmero de estudiantes y de personas de
su entorno que comenzaron a contarle experiencias similares. Su primer libro se
podría catalogar como una recopilación de experiencias guiadas por un eje común
de clasificación, dejando claras las diversas etapas que se sufren al
experimentar esta transformación desde el mundo de los vivos al universo de los
muertos. La propia doctora Kübler-Ross leyó los manuscritos originales,
encontrando que los hallazgos de Raymond Moody coincidían con los suyos.
A partir de
ese momento fueron muchos los autores que comenzaron a abrir cada vez más las
puertas del conocimiento. Algunos de alto nivel científico, como el profesor
Kenneth Ring, de la Universidad de Connecticut, quien en 1977 fundó la
Asociación de Estudios Cercanos a la Muerte (IANDS, por sus siglas en inglés),
a la que también pertenece el autor que escribe estas líneas. En su libro Vida
después de la muerte, publicado en 1980, llegó a proponer de una manera
tremendamente audaz que la consciencia podría llegar a funcionar de forma
independiente al cuerpo físico. Otro autor, como el doctor Melvin Morse, un
pediatra de Washington que estudiaba ECM en niños, llegó a afirmar algo similar
en su libro Más cerca de la luz, aparecido en 1991, hasta el punto que
postuló por qué no podría tomarse en consideración la hipótesis de que la
muerte no fuese otra cosa que un viaje hacia otro reino.
Muchos otros
médicos y científicos, como el cardiólogo Michael Sabom, de la Universidad de
Emory, eran sumamente escépticos y comenzaron sus propias investigaciones. Sin
embargo, sus resultados fueron muy similares a los obtenidos por Moody. Otro de
los especialistas médicos que han realizado una enorme contribución al estudio
de las ECM ha sido el doctor Fred Schoonmaker, un cardiólogo de Denver que
llegó a encuestar a más de dos mil pacientes que habían sufrido algún tipo de
paro cardiaco, muchos de los cuales reportaron ECM. Este médico sugiere que
hasta un 60 por ciento de las personas que sufren un paro cardiaco experimentan
algún tipo de síntoma relacionado con las ECM.
Son muchos los
especialistas médicos que reconocen, en la actualidad, que las ECM resultan un
fenómeno relativamente corriente en el mundo clínico y hospitalario, hasta el
punto de que este hecho fue confirmado por una encuesta a nivel nacional en
Estados Unidos realizada por el prestigioso grupo de investigación sociológico
Gallup, uno de cuyos miembros, George Gallup, quedó tan impresionado con la
encuesta que llegó a escribir su propio libro acerca del tema: Aventuras en
la inmortalidad, publicado en 1982.
Otros estudios
no son tan optimistas a la hora de encontrar personas que hayan sufrido una
ECM. Por ejemplo, en uno realizado por Pim van Lommel en 2001, en pacientes que
habían vivido una parada cardiorrespiratoria, tan solo un 12 por ciento habían
presentado una ECM. Sam Parnia encontró, en 2001, que el dato se reducía a un 6
por ciento, y Greyson, en 2003, lo situó en torno al 10 por ciento.
La primera
pregunta que nos viene a la mente es por qué no existe un mayor número de
personas a los que les sobrevenga este tipo de experiencias cuando tienen que
enfrentarse a la muerte. El propio Greyson postula que no son pocas las
personas que después de una parada cardiorrespiratoria presentan problemas de
memoria, siendo esta una de las hipótesis que se podrían manejar. Otra
hipotética respuesta, después de revisar el estudio de Pim van Lommel, en el
que afirmaba que los procedimientos de resucitación y tratamiento de los
pacientes eran prácticamente los mismos tanto en el grupo que había sufrido ECM
como en el que no, es que hubiese otro tipo de factores no solamente
fisiológicos, sino también psicológicos, que ayudaran a la generación de este
tipo de experiencias.
Un último
misterio, sin lugar a dudas, es la experimentación de las ECM cuando la
actividad electroencefalográfica prácticamente ha desaparecido, no solo en los
casos en los que la persona se encuentra realmente al borde la muerte, sino en
aquellos en los que, por ejemplo, una profunda anestesia debería evitar, si
atendemos a los conocimientos médicos actuales, todo tipo de vivencias,
experiencias, pensamientos y procesos lógicos propios de los estados más
brillantes de vigilia.
Respecto al
tema de la patología cardiaca y su relación con las ECM, resulta de sumo
interés el comentario realizado por una de las eminencias, a nivel mundial, en
relación a las ECM, Pim van Lommel: «Los pacientes admitidos en Urgencias con
un paro cardiaco reportarán muchas más ECM que aquellos con otro tipo de
patología también cardiaca. Las ECM fueron hasta diez veces más frecuentes en
los que sobrevivieron a una parada cardiaca respecto a aquellos con cualquier
otro tipo de patología en este mismo órgano».
Pero no son
solamente los problemas de tipo cardiaco los que desatan las ECM. Por ejemplo,
en uno de los pocos estudios realizados en Asia sobre este tema, en concreto en
Taiwán, se observó que 45 de 710 pacientes que realizaban diálisis renal
llegaron a presentar ECM, según señalaban Lai y su equipo en 2007.
Resulta
llamativo y curioso que el término «experiencia cercana a la muerte» o ECM haya
sido tan difundido en todos los niveles sociales, hasta el punto de que en
Estados Unidos se han producido demandas judiciales contra algún médico debido
a que el paciente había sufrido una de estas experiencias. En consecuencia,
había interpretado que su vida se había encontrado en un peligro extremo para
el que no estaba preparado ni tampoco informado y que, seguramente, se debía a
alguna mala praxis del médico. Evans cuenta cómo un paciente relata, al
recuperarse de una ECM, lo siguiente: «El doctor dijo que todo había ido bien,
pero no es así, porque yo tuve una ECM que me quieren ocultar. Debía de estar
realmente enfermo y el médico intenta ocultar que algo fue mal».
La pregunta
es: ¿si el paciente no estuvo cercano a la muerte, fue realmente una ECM? El
término ECM podría ser adecuado para el primer grupo de pacientes que Raymond
Moody describía en sus libros iniciales. Otros autores, como Kenneth Ring, tan
solo admiten que encontrarse cerca de la muerte ayuda a desencadenar una ECM.
En un estudio
realizado por IANDS (Evans, 1991) se advierte de que tan solo un 10 por ciento
de las personas que decían haber vivido una ECM se habían encontrado
clínicamente muertas. Por el contrario, el resto no había presentado cese de
signos vitales ni menos aún se encontraba en una situación que pudiese
comprometer la vida. Así que, ¿fueron realmente ECM? Semánticamente no lo son,
pero por otro lado no parecen existir otras definiciones para encuadrarlas. Por
lo tanto parece, en algunos casos, que el grupo de síntomas constituye per se
la experiencia. Lo que varía es la forma de precipitarse, que puede ser
multifactorial: un parto problemático, traumatismos, sobredosis de drogas,
estados alterados de consciencia bajo meditación y otro tipo de desencadenantes.
A este
respecto, las ECM poseen una serie de características que las hacen únicas, si
bien existen algunas variaciones en su presentación, aunque la estructura más
básica ya fue descrita por Moody:
1.
Reconocer
que uno ha muerto.
2.
Sensación
de paz (aunque se pueden escuchar sonidos).
3.
Separación
del cuerpo y observación del mismo desde el exterior. Asimismo, se pueden ver
otros sucesos en derredor, como por ejemplo las maniobras de resucitación.
4.
Entrada
a la oscuridad o desplazamiento a través de un túnel.
5.
Encuentros
con seres de luz, familiares o amistades fallecidos.
6.
Visualizar
una luz que cada vez es más intensa. Experimentar una luz. Amor radiante. En
ocasiones, bellas visiones y paisajes.
7.
Revisión
vital o visión panorámica.
8.
Alcanzar
algún tipo de límite o barrera como, por ejemplo, una puerta, una reja, un río,
etc., de manera que la persona se da cuenta de que si la atraviesa ya no será
capaz de volver a su vida física anterior.
9.
Vuelta
al cuerpo seguida por una sensación de malestar y frustración.
10.
Transformación
positiva de la personalidad, de los valores y creencias. Mayor respeto hacia
los demás y hacia la vida en general. Mayor interés por los valores más
elevados, como la verdad, belleza y bondad.
En realidad no
tienen que alcanzarse todas estas etapas. En ocasiones, tan solo se viven las
primeras o algunas de ellas sin seguir este orden concreto. También es
interesante subrayar que las ECM son extraordinariamente subjetivas,
confirmando la idea de que la consciencia es la que determina mucho de lo que
sucede en estos casos.
Hay autores,
como Horacek, que critican a los investigadores que afirman que se puede
demostrar una ECM cuando la frecuencia de presentación de eventos cambie o no
se presenten todos los elementos. Como este investigador asegura, «un petirrojo
no hace una primavera». Es decir, si una característica de una presunta ECM es
salir del cuerpo y nada más, debemos llamar a esto experiencia extracorpórea y
no ECM, ya que experimentar unos pocos elementos no cualificaría a la persona
que los ha vivido como sujeto de una ECM. Por este motivo, en el mundo
anglosajón se habla de las NDE-related o NDE-like, para
hablar de sucesos semejantes o relacionados con las ECM.
Resulta
también lógico pensar que los escépticos propongan diversas explicaciones a
este fenómeno, algunas de ellas tan imaginativas como las que defienden otros
tantos autores que apoyan las ECM y, en ocasiones, verdaderamente irracionales.
Uno de los puntos de discusión más frecuentes suele ser que no importa lo cerca
que la persona estuviera de la muerte. Ya que fue resucitado, nunca llegó a
estar realmente muerto. Sin embargo, si tomamos en consideración los parámetros
actuales para considerar quién está muerto como, por ejemplo, un
electroencefalograma plano, entonces no se cumple la regla de los escépticos,
ya que no son pocos los casos en los que dicha línea vital se encontraba plana
por completo. Quizás aún más fascinante sea el hecho de que numerosas personas
llegan a relatar lo que sucedía en torno a ellas con todo lujo de detalles, y
eso en el mismo momento en que clínicamente se encontraban muertas.
En Más
allá de la luz, el doctor Moody relata algunas de estas particulares
experiencias como, por ejemplo, la de una mujer anciana, invidente desde los
dieciocho años, que fue capaz de describir los detalles de su resucitación,
incluyendo los instrumentos así como su color e incluso la vestimenta de su
médico. En el caso de los instrumentos resulta llamativo que muchos ni siquiera
existían en la época en que ella perdió la visión. Otros pacientes llegaron a
describir incluso situaciones que ocurrían en sitios lejanos al lugar en el que
estaban siendo intervenidos.
Otra
explicación, por parte de los escépticos, es que las ECM ocurren debido a un
proceso de despersonalización. Es decir, se podría explicar como un mecanismo
de autoprotección cuando se confronta a la persona con su no existencia. Sin
embargo, esto choca con la sensación de identidad muy bien estructurada,
lógicamente subjetiva, que se produce durante las ECM. Más aún, para algunos
esto es solo una especie de variante de algún extraño proceso onírico, pero las
ECM se manifiestan, paradójicamente, con una claridad cristalina, cosa que no
ocurre durante los sueños.
Algunos
autores postulan que las ECM se producen a causa de los fármacos que se
utilizan durante los procesos de reanimación o los propios del tratamiento que
sigue el paciente. Sin embargo, esta afirmación contradice el hecho de que si
las ECM se producen en el cerebro, y este se encuentra intoxicado, entonces no
podría darse la tremenda claridad de procesos cognoscitivos que se presentan en
las personas que sufren las susodichas ECM. Más aún, el profesor Ian Stevenson,
de la Universidad de Virginia, postulaba que en las ECM se produce el efecto
contrario: alerta, en vez de la esperada alteración cognoscitiva debida a los
estados metabólicos alterados en los momentos previos al fallecimiento.
La doctora
Susan Blackmore, de la Universidad de Bristol, ha postulado que la experiencia
del túnel y de la luz intensa que se experimenta al final del mismo podría
deberse a la excitación de ciertas áreas del cerebro, que literalmente se
disparan debido a una falta de oxígeno. Sin embargo, el efecto túnel también se
da en las experiencias fuera del cuerpo, donde no existe aproximación alguna a
la muerte y menos aún falta de oxígeno. Esta misma profesional formula la
hipótesis según la cual ciertas sustancias liberadas durante el estrés de la
muerte podrían ser responsables de todo el proceso o, al menos, de una parte
importante del mismo. A pesar de todo, son numerosas las partes de la
experiencia que siguen sin explicación plausible desde el punto de vista
neurofisiológico, particularmente las relacionadas con la visión panorámica o
revisión vital.
En el caso de
que las ECM pudieran ser generadas por fármacos, el doctor Melvin Morse se
encargó de aclarar parcialmente esta cuestión. Morse realizó un estudio con un
grupo de 121 niños que se encontraban gravemente enfermos y bajo fuerte
medicación y pudo observar que ninguno de ellos vivió una ECM y que tampoco
presentaron ninguno de sus síntomas, ni siquiera de manera aislada.
Posteriormente, el mismo autor hizo otro estudio con 37 niños a los que se
habían administrado medicamentos con un fuerte efecto psicotrópico y obtuvo los
mismos resultados. Es decir, ni ECM ni tampoco sus síntomas. Sin embargo, en
otro grupo de 12 niños que habían sufrido una parada cardiaca, 8 llegaron a
presentar ECM. Existen numerosos artículos que nos permiten afirmar que las ECM
no son ni provocadas ni inducidas por la administración de fármacos. Un hecho
curioso, que diferencia a las ECM de los niños de las de los adultos, es que
mientras que los segundos son aguardados por figuras luminosas o familiares al
final del túnel, en los primeros, los niños, estos personajes suelen
acompañarles también a lo largo del mismo trayecto por el túnel.
Otra
explicación a la que los escépticos atribuyen las ECM es algo tan simple como
el mero deseo, consciente o inconsciente, de que exista un más allá, lo cual
produciría toda una cadena de pensamientos dirigidos a, literalmente, fabricar
esta sintomatología. Esto podría ser cierto en algunos casos, pero no podemos
olvidar que durante la revisión vital un número de personas no desdeñable
presenta experiencias desagradables, dolorosas o al menos poco confortables.
Más aún, si todo fuese fruto del individualismo y de características meramente
personales, las ECM serían, en sus características más intrínsecas, muy
distintas de una persona a otra. Por el contrario, si bien existen ciertas
variaciones entre unos casos y otros, no es menos cierto que las ECM siguen un
patrón muy bien establecido entre todos los humanos, independientemente de la
presencia o ausencia de valores religiosos. Incluso si tomamos en consideración
la forma en que la persona se ha enfrentado a la muerte (enfermedad, intento de
suicidio, accidente, etc.), la experiencia vuelve a repetirse de idéntica
manera.
Como es
lógico, no podemos asegurar que las ECM se encuentren necesariamente vinculadas
a procesos paranormales, sobrenaturales o del más allá fuera de nuestra
comprensión, pero lo que sí podemos afirmar con rotundidad es que se trata de
un fenómeno que no puede ser encuadrado dentro de los conocimientos actuales de
psiquiatría o psicología.
Algunos investigadores,
como Saavedra-Aguilar y Gómez-Jeria, han llegado a apuntar que encontrarse
cerca de la muerte no parece ser una condición imprescindible para experimentar
una ECM. Como conclusión de este llamativo artículo los autores rechazan
frontalmente cualquier modelo religioso o trascendental a la luz de los
conocimientos presentes. «Recientes análisis neurológicos de algunos eventos
religiosos […] parecen correlacionarse bien con cierta fenomenología de tipo
epiléptico, sugiriendo que nos encontramos en el camino correcto para poder
separar los elementos físicos y aquellos que parecen metafísicos».
En un
interesante artículo publicado en 1990 en The Lancet, Owens, Cook y
Stevenson estudiaron a 58 pacientes que habían experimentado una ECM. Sin
embargo, en este grupo tan solo 28 se habían encontrado realmente en una
situación cercana a la muerte.
Respecto a los
seres de luz existe también cierta controversia. En ocasiones parece
presentarse una entidad desconocida pero llena de luz a la persona que ya ha atravesado
el túnel. Esta situación parece darse tan solo en aquellas ECM en las que no se
han presentado familiares ya fallecidos o conocidos de la persona que ha
emprendido el último viaje de su vida. Como bien apunta Moody en su libro Vida
después de la vida, las creencias religiosas de la persona que sufre la
ECM modelan la interpretación del ser de luz que ha visto. Es decir, los
cristianos ven a Cristo, los musulmanes ven a Mahoma, los judíos a un ser
angelical y los que no tienen creencias religiosas simplemente hablan de un ser
de luz. Es importante destacar que los cristianos no ven a un Cristo
crucificado ni con una corona de espinas, ni tampoco los musulmanes dicen ver a
un ser tocado con turbante: todos acaban viendo a un ser lleno de luz cuya imagen
reinterpretan según las creencias personales una vez superado el proceso que
desencadenó la ECM. Podríamos llegar a la conclusión de que este encuentro con
el ser luminoso no es otra cosa que una conversación entre una parte y el todo.
Es decir, la persona se enfrenta «como es» a «como debería ser». En otras
palabras, es una referencia de evolución personal, una meta que alcanzar.
Es interesante
resaltar que la mayor parte de las personas que han sufrido ECM han cambiado su
actitud ante su propia espiritualidad y ante la religión que profesaban. Tanto
católicos como musulmanes o judíos llegan a convencerse de que los principios
de todas las religiones son prácticamente idénticos, aumentando más bien su
espiritualidad que su adhesión a alguna corriente doctrinal determinada.
Podemos
afirmar, sin apenas riesgo de equivocarnos, que las ECM son totalmente
armónicas con las principales creencias religiosas. Excepto en el caso de los
suicidas, que resultan «malditos» para la mayor parte de las religiones y que, sin
embargo, experimentan las mismas etapas y los mismos encuentros con seres de
luz sin que, aparentemente, esta «mala acción» según desde el punto de vista
religioso les haya afectado en su ulterior vida, hasta el punto de que la mayor
parte de ellos rechazan volver a cometer intentos de suicidio.
Uno de los
capítulos más fascinantes que ocurren respecto a las ECM no es solo la
transformación espiritual de la persona, sino la adquisición de cualidades y
percepciones extrasensoriales: telepatía, precognición, influencia sobre
aparatos eléctricos, capacidades curativas sobre terceros, escritura
automática, etc. Características, por otro lado, que se corresponden con las
teorías espirituales que dicen que aquellos que han rozado el más allá
adquieren algunas de sus cualidades y poderes, que pueden traer de vuelta a
este mundo.
Linz Audain
estudió, en 1999, las publicaciones de diversos investigadores (Moody, Morse,
Sabom, etc.) y halló cifras semejantes de hombres y mujeres (hombres, 259;
mujeres, 269), sin diferencias estadísticamente significativas a la hora de
presentar ECM.
LAS ECM Y LOS ESCÉPTICOS
En 1772 la que
era en aquel entonces la academia científica más prestigiosa del mundo
occidental, es decir, la francesa, constituyó un comité para investigar lo que
ahora llamamos meteoritos. Después de largas deliberaciones y examinar
muchísimas pruebas, el sabio comité acabó afirmando con rotundidad: «No pueden
existir rocas calientes que caigan del cielo porque no existen rocas en el
cielo que puedan caer. El que algunas personas hayan visto estos fenómenos se
deberá a otras explicaciones o alucinaciones, bien a rocas que hayan sido
dañadas por el impacto de un rayo o erupciones volcánicas, a cualquier fenómeno
no extraño a lo conocido». Tan grande era el prestigio del comité y tan
convincentes sus argumentos que, aunque parezca mentira, la mayor parte de los
museos de Europa occidental tiraron a la basura todos sus ejemplares de
meteoritos. En definitiva, los meteoritos se convirtieron en un objeto de
superstición ligado a los tiempos en los que Jehová fulminaba a los mortales
mediante cuerpos celestiales. Pocos años después, en 1803, después de otro
informe de la academia, finalmente se admitió la existencia de los meteoritos,
pero los científicos no aprendieron nada de humildad. Simplemente se
congratularon por corregir los errores de sus predecesores. No obstante,
personas de la talla de Thomas Jefferson, uno de los fundadores de la patria
estadounidense, tercer presidente de Estados Unidos y presidente de la Sociedad
Americana de Filosofía, reaccionó de la siguiente manera cuando dos astrónomos
de Nueva Inglaterra encontraron un meteorito en Connecticut y postularon que
era de origen extraterrestre: «Creería más fácilmente que dos profesores yankees
mintiesen a que las rocas pudieran caer del cielo».
Pocos años
después, en 1831, la misma academia francesa constituyó otro comité, esta vez
para investigar lo que en aquel entonces se llamaba clarividencia. Es decir, la
percepción de objetos o eventos que no se encuentran accesibles a los órganos
sensoriales en el momento de su percepción. Para sorpresa de muchos miembros de
la academia, el comité informó de que la clarividencia había sido
satisfactoriamente demostrada, pero, al contrario que en el caso de los meteoritos,
la academia acabó sentenciando que «la clarividencia no era otra cosa que una
estúpida superstición». La ciencia mecanicista de Galileo y Newton no era capaz
de acomodarse a ese fenómeno, así que el informe fue apartado y olvidado.
ORÍGENES DE LOS ESCÉPTICOS
Hasta el siglo XVIII la mayor
parte de los científicos y filósofos interpretaba y apoyaba la existencia de
prácticamente todos los fenómenos en relación a un mundo espiritual. Estos
fenómenos ocurrían por voluntad divina o, por el contrario, por un diabólico
plan de Lucifer. Cuando algunas personas, de manera individual, exhibían estos
fenómenos, por ejemplo, para curar enfermos o para ver el futuro, se les
llamaba santos. Por el contrario, cuando se utilizaba el conocimiento de estos
fenómenos para obtener resultados del lado oscuro, el destino final podía ser
la hoguera, bajo acusación de brujería.
Todo esto
comenzó a cambiar desde el nacimiento de Galileo en 1564 y sobre todo después
de la muerte de Newton en 1727. Los avances científicos durante este periodo
tuvieron gran impacto no solo sobre la vida diaria del ciudadano, sino también
sobre su manera de pensar. Fue justamente en este periodo cuando la distinción
entre natural y sobrenatural, entre normal y paranormal, se fue construyendo.
El universo
comenzó a verse como un gigante mecanismo de relojería. Un mecanismo con una
regularidad totalmente predecible. Ya no quedaba espacio en el universo para la
magia ni para aquellas cosas que no pudiesen ser comprendidas con la
metodología conocida del momento.
Durante el
siglo de oro de los conocimientos y de la luz, otros personajes como Diderot y
Voltaire desarrollaron una visión moderna del mundo determinista que no dejaba
lugar a ningún fenómeno divino. No podemos olvidar que, en el siglo anterior,
el propio Descartes había afirmado que los cuerpos de los animales y de los
seres humanos eran simples máquinas gobernadas totalmente por las leyes de la
física. Más aún, los animales no eran otra cosa que autómatas sin mente, pero
los hombres, por el contrario, poseían un alma y eran la única excepción en el
universo. Sus sucesores acabaron el debate pensando que ni siquiera los seres
humanos poseían alma, sino que eran tan solo máquinas autorreguladas.
Uno de los
mayores críticos de esa época fue David Hume, filósofo escocés, que convirtió
en blanco de sus críticas especialmente a la Iglesia, a la que consideraba,
quizás no muy equivocadamente, responsable de siglos de oscurantismo y
supersticiones. Los milagros no existen, argüía Hume en 1748, ya que son
contrarios a la naturaleza y a la experiencia uniforme humana. Hoy en día, sus
seguidores todavía aplican este tipo de pensamiento y dejan aparte de la
ciencia todo un grupo de asuntos, los llamados paranormales. Paradójicamente,
hasta unos pocos años antes de los postulados de Hume, el argumento habría sido
equivocado, ya que si bien los milagros, ciertamente, no son comunes, sí que
han sido observados con tal frecuencia que se podría concluir, de forma
inversa, que la experiencia humana no es uniforme. La conclusión, quizás un
poco prepotente de los científicos de aquella época, es la de una realidad
mecanicista, asumiendo que las leyes de la naturaleza no se pueden romper. Una
vez que el ser humano conoce dichas leyes, los milagros ya no tienen cabida en
la nueva percepción científica del mundo.
A pesar de
este tipo de concepción de la realidad, los milagros siguieron sucediéndose:
sanaciones espirituales, visiones, telepatía, etc., hasta el día de hoy. Para
la ciencia de Newton, Galileo y Kepler no existía la posibilidad de acomodar la
realidad de estos fenómenos. El escepticismo basado en el modelo de Hume se
había apoderado de la interpretación científica de todo. De esta manera, cuando
ha ocurrido un hecho que no puede ser interpretado desde este punto de vista,
simplemente se deshecha como increíble, como un legado de la irracional y
supersticiosa época precientífica.
En ocasiones,
cuando algún científico ortodoxo intenta, aunque sea tímidamente, explorar el
terreno de lo paranormal, le puede ocurrir lo mismo que al premio Nobel de
Física de 1973, Brian Josephson, que tuvo la osadía de escribir: «La teoría
cuántica es ahora fértilmente combinada con teorías de la información y de la
computación. Estos desarrollos podrían llevarnos a explicaciones de procesos
todavía no bien comprendidos por la ciencia convencional como, por ejemplo, la
telepatía, en la que Gran Bretaña se encuentra en la vanguardia de las
investigaciones». La inquisición científica no tardó en poner en marcha los
mismos mecanismos que otrora negaban la existencia de los meteoritos. David
Deutsch, otro físico especialista en mecánica cuántica de la Universidad de
Oxford, declaraba: «Estas ideas son una basura», refiriéndose a la hipotética
relación entre la física cuántica y la telepatía. Algunos otros escritores,
como el editor científico de The Observer, llegaban a insinuar que al
premio Nobel «se le había soltado un tornillo» (McKie, 2001). El escándalo
adquirió tintes internacionales. El profesor Herbert Kroemer, de la Universidad
de Santa Bárbara en California, llegó a declarar: «Soy totalmente escéptico.
Pocas personas creen que la telepatía exista ni menos aún que los físicos
podamos explicarla».
Paradójicamente,
el propio Deutsch, aplicando un doble rasero acerca de las evidencias científicas,
es uno de los principales propulsores de teorías aventuradas. Por ejemplo, la
existencia de billones de universos paralelos que nos rodean o viajar
libremente en el tiempo. Cosas de las que no existen evidencias, o, al menos,
no existen en mayor medida que la telepatía desde el punto de vista científico.
Ha llegado a escribir, en su libro The Fabric of Reality: «Nuestras
mejores teorías no son solo mejores que el sentido común, sino que tienen más
sentido que el propio sentido común». Aseveraciones sobre temas no demostrados
que, si hubiesen sido expresadas por parte de investigadores del clásicamente
denominado mundo paranormal, él habría sido, probablemente, el primero en
censurar.
La
controversia no acabó ahí. Otros importantes científicos comenzaron a apoyar
los postulados de Josephson. Bernard Carr, cosmólogo de la Universidad de
Londres, arguyó que «aunque la posibilidad de percepción extrasensorial fuese
realmente escasa, su existencia sería de tal importancia que, seguramente, vale
la pena realizar esfuerzos en su estudio».
Josephson, por
su parte, aseguró que la negación de los fenómenos paranormales tampoco era la
norma entre todos los científicos, contrariamente a lo que la mayor parte de
los escépticos podría pensar. Si parece lo contrario es porque muchos
científicos guardan sabiamente su opinión en público; cosa que, en mi modesta
experiencia personal, suele suceder también con las ECM. Las ECM son un hecho,
si bien sus evidencias por propia naturaleza no se pueden someter a un exhaustivo
estudio científico. «Hoy por hoy es imposible verificar cualquier teoría que
explique el proceso completo de la muerte», dijo Cook en 1989.
Para autores
como Linz Audain se podría ir más allá de las explicaciones de las ECM que solo
distinguen entre lo sobrenatural y las teorías materialistas. Este autor
postula la posibilidad de que las ECM sean eventos reales sobrenaturales que no
pueden ser explicados desde los confines tecnológicos de la ciencia actual.
Según Audain, la ciencia está plagada de ejemplos similares donde las
explicaciones científicas fueron previas a su posterior comprobación mediante
la tecnología, que en un primer momento no existía.
Nancy Evans ironiza acerca de la
distancia, en ocasiones tan grande, entre las personas que creen en las ECM y
los totalmente escépticos: «Unos parecen tan etéreos que flotarían si no se
atasen, y otros, los científicos ortodoxos, no son capaces ni de mirar hacia
arriba ni de flotar aunque lo intentasen».
Uno de los
casos más llamativos en relación a esta lucha entre creyentes y escépticos es
el de la psicóloga británica Susan Blackmore. Ella comenzó sus estudios en el
campo de la parapsicología en la década de 1970, supuestamente con la dedicada
intención de encontrar algún fenómeno que no conjugara con la ciencia ortodoxa.
Sin embargo, en 1987, declaró: «Cuando inicialmente decidí ser parapsicóloga no
tenía ni idea de que después de veinte años no iba a encontrar ni un solo hecho
paranormal». A través de varias publicaciones, Blackmore se fue mostrando cada
vez más escéptica, hasta el punto de que algún otro investigador, como Rick
Berger, comenzó a examinar detalladamente los experimentos de Blackmore,
descubriendo que los supuestos «numerosos años de intensa investigación»
constituían tan solo una serie de estudios muy deficientes que únicamente
habían durado un par de años y que habían servido para su disertación doctoral.
Berger también descubrió que si bien solo 7 experimentos sobre 21 resultaron
exitosos, la posibilidad de que esto hubiese ocurrido solo por azar era de 1
entre 20 000. Berger afirma que Blackmore aplica un doble rasero a sus
experimentos: cuando alguno de ellos parece mostrar alguna evidencia, los
resultados se desechan por aparentes fallos en su diseño. Por el contrario,
cuando alguno de sus experimentos no muestra evidencia alguna, la investigadora
simplemente ignora la calidad del diseño. Para Susan Blackmore solo existen dos
puntos de vista que expliquen las ECM:
1.
Hipótesis
de vida después de la vida. La ECM sería una experiencia real con el alma
viajando hacia un mundo no material más allá de los límites del tiempo y el
espacio.
2.
Hipótesis
del cerebro moribundo. Todos los fenómenos de las ECM se deben a resultados del
proceso de muerte cerebral.
Para Cook las
ECM no serían otra cosa que el canto del cisne de nuestra conciencia, la
floración final, el éxtasis de los sueños y la resolución de todos los
problemas. Para este autor, el punto crucial es que el tiempo presente, pasado
y futuro deja de existir. La lógica que sustenta esta afirmación parece ser
clara: para todo ser viviente el momento próximo es uno de los más importantes.
Por ejemplo, ¿qué voy a comer? Sin embargo, en la muerte el único parámetro es
el presente. El tiempo pasado y el venidero son inexistentes. La mente se
encuentra aislada en sus últimos momentos de muerte y la recreación de un
paraíso personal sería una idea plausible. Asimismo, este investigador
encuentra lógico que una mente aislada pero cargada de recuerdos y memorias
encuentre, en momentos tan críticos, las figuras de todos los que le quisieron
pero que ya han fallecido. Para Cook existen tres parámetros que podrían
constituir los pilares de una ECM:
1.
Nada
abandona el cuerpo en el momento de la muerte. Todo ocurre en el cerebro de la
persona que está falleciendo.
2.
En
los momentos finales de muerte, cuando el cerebro sucumbe a la falta de
combustible, nuestra consciencia emprende un viaje único y vívido de
experiencias saturadas de felicidad y faltas de estrés, tensiones, culpas y
remordimientos.
3.
A
medida que desaparece la vida, esta experiencia queda indeleble en la
consciencia de la persona que la está experimentando. Dura para siempre en los
parámetros temporales de la persona agonizante.
Para este
autor, el primer supuesto resulta difícil de negar mientras que los otros dos
son imposibles de confirmar.
POSIBLES CAUSAS DE LAS ECM
Desde que en
1975 Raymond Moody publicó su libro Vida después de la vida, afirmando
que cientos, por no decir miles de personas han sufrido ECM, son numerosos los
científicos que nunca habían prestado la menor atención a este fenómeno y que
comenzaron a estudiar este tipo de experiencias. En pocas palabras, Moody
observó que estas personas abandonaban sus cuerpos y veían cómo intentaban
resucitar desde más arriba de su cuerpo. También hablaban del túnel oscuro
dirigiéndoles hacia una luz brillante, el encuentro con el ser de luz que les
ayuda para evaluar y juzgar sus vidas y, finalmente, la decisión de volver a la
vida. Paradójicamente, si bien era de esperar que este tipo de experiencias arraigase
de una manera profunda entre cierto perfil de personas, como por ejemplo las
que presentan cierto desarrollo religioso, no es menos cierto que numerosos
científicos de muy alto nivel también se han visto seducidos por esta idea y
han intentado buscar explicaciones, no solo desde el punto de vista
neurofisiológico, sino también desde una visión cosmológica, filosófica y, en
los últimos años, desde una perspectiva del universo cuántico.
Más de treinta
años después del libro de Raymond Moody prácticamente ya nadie se cuestiona si
las ECM existen o, por el contrario, son un simple fruto de la imaginación y la
invención de unos cuantos desequilibrados. Más aún, los científicos más
ortodoxos admiten su existencia, si bien, lógicamente, discuten los mecanismos
que generan dichas experiencias, ya que son comunes a casi todas las culturas,
al margen de sus creencias religiosas.
Algunas
historias modernas relacionadas con las ECM pueden ser falsas o exageradas
debido al inmenso cúmulo de información que satura a las personas que muestran
interés, particularmente en internet. La cuestión es: ¿por qué existe un patrón
similar entre todas las personas? Las teorías comúnmente esgrimidas podríamos
agruparlas en siete grupos generales:
1.
Expectativas.
2.
Administración
de drogas.
3.
Endorfinas.
4.
Anoxia
(falta de oxígeno) o hipercapnia (exceso de dióxido de carbono).
5.
Despersonalización.
6.
Estimulación
del lóbulo temporal.
7.
Que
hubiese realmente vida después de la muerte.
EXPECTATIVAS
Quizás fue Oskar
Pfister, allá por la década de 1930, quien ofreció la primera interpretación
psicodinámica de las ECM describiéndolas como una defensa frente al temor a
morir. Parece indudable que las expectativas culturales influyen sobre el
desarrollo de la ECM. De esta manera, en algunas culturas se experimenta, por
ejemplo, la sensación de entrar en un túnel o bien la revisión vital y en
otras, por el contrario, no sucede nada de esto. Sin embargo, si atendemos a la
experiencia como un conjunto sí parece que todas presentan un eje común. Esto
podría aclarar nuestros conceptos respecto al hecho de que niños que apenas han
sufrido influencia cultural alguna presenten, sin embargo, procesos similares
durante su ECM a los de los adultos. Esto lo he visto tanto en la literatura
científica como en mi propia experiencia profesional con niños a los que he
entrevistado.
Las
expectativas parecen tener un efecto bastante determinante sobre las ECM. Sin
embargo, podríamos hablar de dos aspectos diferentes relacionados con este
factor. El primero de ellos es que las ECM suelen ocurrir a personas que creen
que están muriendo cuando, de hecho, no tiene que darse una situación clínica
de emergencia grave. La conclusión es que no necesitamos encontrarnos cerca de
la muerte física para vivir una ECM. Sin embargo, Owens, Cook y Stevenson
revisaron, en 1990, las historias clínicas de varias personas que habían
sufrido una ECM y observaron que los que se encontraron realmente en peligro
experimentaron una mayor visión de luces y una mejora de sus funciones
cognitivas que aquellos otros que no cumplieron los criterios médicos de
encontrarse realmente cerca de la muerte. Más aún, algunos aspectos de las ECM,
como las experiencias extracorpóreas, pueden ocurrir en cualquier momento y a
personas perfectamente sanas (Blackmore, 1982). Es decir, las diferencias entre
las personas que viven una ECM estando en verdadero riesgo de morir y los que
no se encuentran tan cerca de la muerte son escasas si las comparamos con las
similitudes de todas las experiencias. Así, este tipo de fenómenos han sido
relatados por una gran diversidad de personas que se encontraban, a su vez,
bajo diferentes situaciones vitales como, por ejemplo, mineros atrapados,
náufragos en alta mar, iniciados en ritos chamánicos, e incluso personas que
padecían intensas depresiones o alteraciones neurológicas de tipo epiléptico.
En la
Antigüedad este tipo de experiencias eran asociadas sin ningún tipo de complejo
al mundo místico. Sin embargo, el mundo moderno parece no encontrarse cómodo
con asociaciones que tengan que ver con alguna religión determinada, e incluso
muchas personas llegan a avergonzarse de este tipo de situación, por lo que
prefieren simplemente rechazar la existencia de este tipo de fenómenos sin
entrar en mayores análisis del mismo. Posicionamiento, desde mi punto de vista,
que han adoptado muchos científicos pertenecientes al grupo de los escépticos,
humanistas, ateos y otros amigos del materialismo y del positivismo empírico,
propio de muchos académicos ortodoxos que parecen anclarse en un pasado darwinista
del siglo XIX
más que en una ciencia holística que intente comprender lo que nos sucede de
una manera global. Por este motivo, la mayor parte de los investigadores que
bucean en las ECM prefieren ceñir sus estudios en el entorno hospitalario y frío
de la medicina más que en otros ámbitos donde también se produce este tipo de
sucesos.
Resulta
llamativo que las personas que se encontraron cerca de la muerte afirmaron, de
manera significativa, haber visto en mayor medida túneles, espíritus, luces y eventos
que sucedían en torno a su cuerpo que aquellos que no estuvieron tan cerca de
la muerte, según observó Sabom en 1982. En segundo lugar, los detalles de la
ECM pueden variar según las expectativas que tengamos acerca de la muerte. En
cualquier caso parece existir un patrón general entre todas las culturas, hecho
que sugiere que las expectativas religiosas no son responsables para la
experiencia o, al menos, para la mayor parte de sus características. Justamente
por este motivo podríamos esperar que los que intentan suicidarse presenten
experiencias de tipo infernal, pero no es así, como demostraron Greyson y
Stevenson. No solo eso, sino que sus ECM son similares a las de los demás e
incluso reducen futuros intentos de suicidio.
CIRCUNSTANCIAS
DETONANTES DE UNA ECM |
||||||
Enfermedad |
Trauma |
Cirugía |
Parto |
Drogas |
Suicidio (%) |
|
Greyson
(1980) |
40 |
37 |
13 |
7 |
4 |
- |
Ring
(1980) |
60 |
23 |
- |
- |
- |
17 |
Green y
Friedman (1983) |
48 |
44 |
- |
- |
- |
8 |
Fuente: Greyson (2009), modificado y
ampliado por el autor.
Todo ello
sugiere que si bien las expectativas pueden cambiar los detalles de cada ECM
por su posterior interpretación cultural, no parecen ser la razón principal de
su génesis dada la similitud entre todas las culturas independientemente de la
edad o sexo del individuo. Es decir, la interpretación cultural posterior a la
ECM parece ser una de las claves fundamentales a la hora de entender este
proceso.
Además de lo
anteriormente descrito, Greyson observó, en 1983, que de 69 casos de ECM un 33
por ciento fue debido a complicaciones de la cirugía o el parto; un 23 por
ciento al empeoramiento de una enfermedad o problemas del embarazo; y un 22 por
ciento a un accidente. En menor medida hubo paro cardiaco (10 por ciento),
pérdida de la consciencia por causas desconocidas (6 por ciento) o intento de
suicidio (6 por ciento). Este mismo autor, en otro estudio publicado en 1991,
observó, por ejemplo, que de 61 personas que habían intentado suicidarse, 16
vivieron una ECM, y de estos el 88 por ciento reportó tener conocimientos
previos de lo que supone una ECM. En otro estudio realizado por Stevenson entre
1989 y 1990 se observó que la mayor parte de los casos de ECM, un 72,5 por
ciento, se debieron a enfermedades, cirugía y partos. El resto sucedió debido a
accidentes (22,5 por ciento) y sobredosis de drogas (5 por ciento).
Llama la
atención la posible influencia cultural sobre la aparición de las ECM. Por
ejemplo, en un amplio estudio realizado en China (Zhi-ying, 1992) sobre
personas que habían sobrevivido a un gran terremoto, se observó que nada menos
que el 40 por ciento de los que se habían encontrado en auténtico riesgo de
morir habían experimentado una ECM. Es decir, un porcentaje sensiblemente mayor
que el observado en Occidente, que oscila entre el 10 y el 20. También resulta
de interés en este estudio chino que tanto la edad como el sexo, estado civil o
nivel educativo, así como los detalles sobre personalidad, traumatismos
cerebrales, conocimiento previo de las ECM o creencias en espíritus, fantasmas,
dioses, ideas particulares sobre el destino no alteraron el contenido de las
ECM. Asimismo, estos investigadores encontraron que los contenidos presentados
durante la ECM no guardaban relación con alteraciones en el estado de
consciencia, duración de la pérdida de consciencia o visiones previas de la
muerte.
ADMINISTRACIÓN DE DROGAS
Son muchas las
personas, incluso científicos, que piensan que todo es un simple producto de la
administración de ciertas drogas utilizadas, por ejemplo, en el ámbito clínico,
particularmente relacionadas con la anestesia u otro tipo de fármacos. Sin
embargo, Greyson afirma que solo 127 casos (22 por ciento) sobre 578 personas
que habían sufrido una ECM ocurrieron bajo anestesia general, incluyendo su
correspondiente experiencia extracorpórea.
Roy John y
colaboradores estudiaron en 2001 los registros electroencefalográficos de
pacientes antes y durante la anestesia, observando que la pérdida de
consciencia se asocia con un aumento de frecuencias bajas en el rango de las
ondas delta y theta, mientras que las ondas de alta frecuencia tipo gamma
pierden potencia. Estos cambios revirtieron con la vuelta de la conciencia, una
vez que cesaba la anestesia, lo que subraya la muy probable imposibilidad de
actividad mental suficientemente estructurada como para experimentar una ECM
desde el constructo meramente fisiológico. En otras palabras, un cerebro bajo
anestesia no parece ser el mejor sustrato para reproducir la parafernalia
sensorial que suele ocurrir en las ECM. En otros estudios se ha llegado a ver
que una persona bajo anestesia puede recibir estimulación auditiva en las áreas
cerebrales más primitivas, pero las comunicaciones con el resto de la corteza
cerebral parecen estar sumamente disminuidas, por lo que dichos estímulos no
llegarían a formar parte de la consciencia del individuo.
Sin embargo,
la mayor parte de los científicos, incluidos los escépticos, descartan que sea
este el motivo de las ECM, ya que existen numerosos estudios en los que se
observa que personas a las que no se ha administrado el menor fármaco presentan,
a pesar de todo, ECM. Asimismo, personas que han sufrido accidentes, por
ejemplo caídas haciendo montañismo, también presentan ECM. Más aún, las
personas que han recibido sustancias anestésicas o analgésicos presentan menos
ECM o son menos floridas en su sintomatología. Parece ser, en caso de que
alguna droga tuviese algo que ver con la aparición de este tipo de
experiencias, que dicha sustancia tendría más que ver con una producción del
propio cerebro que con un aporte externo.
Greyson
advierte que si bien alguna de estas experiencias que presentan elementos
propios de las ECM podrían ser inducidas por ciertas drogas, no es menos cierto
que los efectos propios de estas sustancias, ya sea heroína, cannabis, ketamina
o cualquier otra, se encuentran fuertemente mediadas por la psicología del
individuo que las toma. Es decir, que si bien cada droga presenta síntomas
propios, no es menos cierto que muchos de los efectos dependen de la estructura
mental del individuo que se las administra. De esta manera, como el propio
autor explica, un aumento, por ejemplo, de la adrenalina producirá efectos
distintos en una persona que se encuentre enfrentándose a un examen o bien
durante un combate en Afganistán. Esto explica que ni la fisiología ni la
situación social momentánea pueden traducir por sí solas el efecto de dicha
droga, sino que tenemos que examinar ambas dimensiones para entender su efecto.
Esta importante conclusión es la que nos debería llevar a meditar sobre la
importancia que tienen las ECM a la hora de comprender los mecanismos de
percepción humana respecto a la realidad que nos rodea.
La ketamina,
un anestésico que ocupa los receptores NMDA,[11]
ha sido considerada responsable de parte de estos efectos, como viajar a través
de un túnel oscuro hacia la luz, creer que uno mismo ha muerto o comunicarse
con Dios. Albert Hoffman, el científico que sintetizó por primera vez el ácido
lisérgico, relató como la peor experiencia de su vida una intoxicación con
ketamina. El autor de este libro, que se ha dedicado durante muchos años a
estudiar y tratar los efectos de las drogas sobre el cerebro y el
comportamiento humano, da fe de que las intoxicaciones con esta sustancia
pueden llegar a provocar estados psicológicos rayanos en la locura. Uno de mis
pacientes, que tomó ketamina de forma lúdica para experimentar durante una
noche de fin de semana, acabó en la sala de Urgencias del hospital psiquiátrico
después de comenzar a tener fuertes alucinaciones en las que el suelo de la Gran
Vía de Madrid le pareció que comenzaba a convertirse en una especie de jalea
negra que se hundía bajo sus pies poniendo en peligro su vida. Las experiencias
con ketamina suelen ser, de hecho, tan desagradables que son pocas las personas
que desean repetirlas, cosa que no ocurre, casi bajo ningún concepto, con las
ECM.
ENDORFINAS
Daniel Carr y el
autor de este libro han descrito el posible papel de las endorfinas en el
momento de la muerte y, posiblemente, en las ECM. Las endorfinas que se
segregan en los momentos de estrés, ya sea por trauma físico o por el miedo a
morir, tienen la función de bloquear el dolor e inducir sensaciones de
bienestar, incluso placer. Esto podría explicar la actitud positiva de los que
experimentan ECM. No existe mucha bibliografía al respecto, pero podrían tener
algo que ver estas sustancias, las endorfinas, con las sensaciones placenteras
en las ECM; y su ausencia con las experiencias infernales. I. Judson y E.
Wiltshaw describen, en 1983, el caso de una persona enferma de cáncer, de
setenta y dos años de edad, a la que se administró naloxona, un antagonista de
los opiáceos. Es decir, una sustancia contraria a la acción de las endorfinas.
Lo que estaba siendo, al parecer, una ECM placentera, se convirtió en pocos
momentos en una experiencia horrible y desesperanzadora. Este hecho sugiere que
la naloxona había bloqueado las endorfinas, lo que tuvo consecuencias
desagradables.
Morse afirma
que las endorfinas no son responsables y que, sin embargo, otros
neurotransmisores como la serotonina desempeñan un papel mucho más importante.
Por ejemplo, de 11 niños que habían sobrevivido a una enfermedad grave,
incluyendo el coma y la parada cardiaca, 7 reportaron ECM, mientras que 29 que
habían sufrido un tratamiento similar, incluyendo el uso de narcóticos, no
experimentaron ninguna ECM. No es menos cierto que podría ser cuestionable si
los efectos de las medicaciones administradas durante su enfermedad podrían
compararse a las endorfinas. Jansen cree que la capacidad alucinatoria de las endorfinas
no es suficientemente potente, pero, en cambio, los receptores NMDA podrían
estar involucrados en las sensaciones de la experiencia.
ANOXIA O HIPERCAPNIA
Si bien la falta
de oxígeno ha sido descrita en algunas publicaciones como la causa principal de
las ECM, no es menos cierto que muchas ECM ocurren en condiciones óptimas de
oxigenación. Por ejemplo, cuando la persona simplemente cree que va a morir.
Otros arguyen
que la desinhibición cortical asociada con la falta de oxígeno podría ser la
responsable de la experiencia de la luz y del túnel. Ya que el córtex visual
está organizado con numerosas células dedicadas al centro del campo visual y
muchas menos al periférico, resulta comprensible que cuando comienza una
excitación aleatoria de todas estas células aparezca una luz brillante en el
centro que se va diluyendo en un aparente entorno de oscuridad. En otras
palabras, el famoso efecto túnel. Blackmore sugiere que es más bien la
desinhibición cortical, y no la anoxia, la responsable de las ECM.
Es bien
conocido que la anoxia en situaciones vitalmente no comprometidas puede causar
extrañas experiencias, por ejemplo, visiones o experiencias extracorpóreas como
las que relatan los pilotos sometidos a pérdidas de consciencia en máquinas de
centrifugación. Sin embargo, los pilotos presentan síntomas añadidos que no se
parecen en nada a las ECM, como temblor de las piernas, alteración de la
memoria, confusión y desorientación al despertar y cierto tipo de parálisis
transitoria. Más aún, si leemos atentamente los trabajos de esta autora,
veremos cómo los pilotos si bien presentan visiones de personas durante su
inconsciencia, son siempre sobre personas vivas y nunca sobre gente ya
fallecida. También se puede observar que no existe ningún tipo de revisión vital
ni menos aún experiencias extracorpóreas tan fieles como las que se describen
en las ECM.
A este
respecto, falta de oxigenación, podría corresponder la experiencia relatada por
Ada: «Padezco asma y hace unos cinco años tuve algunas crisis un tanto seguidas
que me obligaron a ir al hospital y estar ingresada unos días. Pues bien, en
una ocasión, después de comer, me quedé relajada, ya que me habían puesto una
máquina para mejorar mi respiración. Mientras veía la televisión mi madre se
fue al pasillo a estirar las piernas. Momentos después me quedé dormida, y sin
darme cuenta comencé a ver una luz que se acercaba poco a poco. Para mi
sorpresa, al llegar a un cierto punto empezó a alejarse. Al despertarme pude
observar que me estaban reanimando, ya que estaba dejando de respirar. Esa
experiencia nunca se me olvidará. Puedo decir y doy fe de que la luz sí existe,
y a mí me quedó poco para ir hasta ella».
Una situación
típica de falta de oxígeno en el cerebro es la que podría darse de forma
posterior a una parada cardiorrespiratoria en la que, una vez que el corazón
comienza a cesar su actividad o bien entra en fibrilación ventricular, ocurre
una parada instantánea de tipo circulatorio. En ese instante los niveles de
oxígeno, particularmente los del cerebro, que es uno de los órganos que más
consume este preciado gas, comienzan a caer a niveles próximos al cero. La
repercusión sobre la actividad cerebral puede detectarse a los seis u ocho
segundos mediante electroencefalograma, y tan rápidamente como en diez o veinte
segundos se obtiene una línea plana en la gráfica de este aparato. Es decir, la
parada cardiorrespiratoria genera muy rápidamente los tres signos fundamentales
de muerte: ausencia de función cardiaca, de respiración y de reflejos.
Existen
cientos de casos en los que bajo las tres premisas anteriores han ocurrido muy
floridas ECM. No es menos cierto que una hipótesis plausible podría ser que el
aparato que realiza el electroencefalograma y sus técnicas circundantes no
fuesen lo bastante sensibles como para detectar actividad cerebral subyacente.
Sin embargo, tampoco es esta la cuestión, ya que no se trata de saber si existe
una actividad cerebral mínima o primitiva, sino una actividad y una dinámica
cerebral lo suficientemente rica como para poder construir todos los síntomas y
experiencias relacionadas con las ECM. Ya que, si para tener consciencia
necesitamos una actividad cortical intensa y esta, a su vez, se suprime, por
ejemplo mediante la anestesia, resulta incomprensible que se produzcan las ECM
bajo esta situación límite. Más aún cuando el cerebro para producir estas ECM
debe procesar y almacenar información sumamente compleja. Éste es quizás uno de
los pilares que no ha sido resuelto, entre otros tantos, a día de hoy, de este
tipo de fenómenos: ¿cómo es posible tal claridad mental y memoria de la
experiencia, así como la sensación de realidad de la misma, bajo una situación
neurológica tan deprimida? Por este motivo Sam Parnia y Peter Fenwick
afirmaban, en 2002: «Cualquier alteración sobre la fisiología cerebral, como
las que ocurren durante la hipoxia, la hipercapnia, alteraciones metabólicas,
drogas o convulsiones, produce una desorganización de las funciones cerebrales
y de la atención […]. Mientras que durante las paradas cardiorrespiratorias no
parecen producirse estos estados de confusión, sino que incluso se acentúan la
sensación de alerta y la atención, así como la consciencia y la memoria de una
manera totalmente inesperada».
En contra de
este tipo de razonamientos son muchos los investigadores que afirman que la
anoxia es incompatible con la claridad mental de las personas que sufren una
ECM. Esto también es discutible, pues tanto el grado como la velocidad en que
se produce la falta de oxígeno presentan distintos síntomas. Más aún, existe un
caso recogido en la literatura científica en el que, aparentemente, los niveles
de oxígeno llegaron a medirse y se encontraban dentro de la normalidad (Sabom,
1982). Ahora bien, otros autores critican este caso registrado, ya que la
sangre se obtuvo de la arteria femoral. Es decir, de un lugar periférico
alejado del cerebro y quizá no significativo respecto al problema que estamos
tratando (Gliksman y Kellehear, 1990).
También hemos
analizado a autores que ven incompatibles estos procesos metabólicos con una
estructuración coherente de dichas vivencias. Por ejemplo, Evangelista, a quien
ya hice alusión en el capítulo IV, describe el episodio que su madre pasó a relatarle
después de una ECM provocada por un accidente de tráfico: «… y lo que le
resultó más extraño es que estaba totalmente consciente y con los sentidos
normales (oía, veía, sentía, etc.). Incluso me contó que hablaba en voz alta
diciendo: “¿Dónde estoy?”. Luego llegó al final del túnel y comenzó a ver una
luz que cada vez se hacía más grande. Ella le preguntó a esa luz: “¿Qué será de
mi hijo? ¿Qué sucederá con él si yo me voy?”. Luego la luz brilló aún más
fuerte, envolviéndola en el resplandor, y despertó del coma sin saber lo que
ocurría. Posteriormente perdió el conocimiento, pero cuando fui a visitarla me
reconoció. Tendría yo entonces unos cuatro años. Lo que resalto de esta
experiencia es el hecho de que no creo que sea una simple reacción cerebral,
puesto que los sucesos narrados tanto por mi madre como por otras personas
reflejan una serie de eventos concretos con secuencias y patrones definidos, no
son imágenes aleatorias que sucederían en una reacción cerebral. Como dije
antes, es algo que trasciende los límites de lo físico y lo mental, es algo que
solo podré explicar el día de mi muerte».
Para complicar
aún más las cosas respecto al tema de los gases y su relación con las ECM, se
sabe que el aumento de dióxido de carbono (hipercapnia) en la sangre también
produce extrañas experiencias, como visión de luces, experiencias
extracorpóreas y experiencias místicas, entre ellas encontrarse con seres del
más allá, como testimonió Ladislas J. Meduna en 1958. Sin embargo, este autor
no halló otras características típicas de las ECM, como el encuentro con
personas ya fallecidas o una revisión vital.
DESPERSONALIZACIÓN
Éste es uno de
los factores que algunos autores como Noyes tratan en profundidad, sugiriendo
que las ECM podrían ser un tipo de despersonalización en la que los
sentimientos de desprendimiento del cuerpo, extrañeza y falta de contacto con
la realidad, nos protegerían del temor a la muerte. Sin embargo, este mismo
autor reconoce que tal explicación podría servir para los que se encontrasen
psicológicamente cerca de la muerte, pero no serviría para los que tan solo se
encontrasen fisiológicamente cercanos a la muerte y que ignoraran, desde el
punto de vista psicológico, tal situación.
Asimismo, en
las despersonalizaciones la sensación de realidad propia llega a perderse,
mientras que las personas que sufren una ECM suelen describir su vivencia como
real e incluso hiperreal. No es menos cierto que subjetivamente la
despersonalización en gran parte genera sensaciones desagradables para el
individuo, mientras que las ECM suelen ser vividas como intensamente
placenteras.
ESTIMULACIÓN DEL LÓBULO TEMPORAL
El lóbulo
temporal podría explicar alguno de los síntomas de las ECM. Asimismo es una
estructura muy sensible a la falta de oxígeno y es conocido que su estimulación
puede producir alucinaciones, distorsiones corporales, flashbacks de
memoria y experiencias extracorpóreas. No son pocos los autores que, a este
respecto, suelen citar a Wilder Penfield, un investigador que construye sus
hipótesis en relación a algún tipo de alteración neurológica que él mismo ha
podido reproducir, supuestamente, mediante la aplicación de electrodos en el
cerebro. Sin embargo, la estimulación eléctrica del córtex no consiste
simplemente en activar una región en particular. De hecho, el mismo Penfield
reconoce que lo que hacen sus electrodos es provocar una alteración de la
actividad eléctrica en la zona vecina al electrodo, lo que produce una serie de
patrones de disrupción en el córtex de la zona más próxima. Evidentemente no
parece ser un patrón lo bastante sólido como para explicar todos los síntomas
relacionados con las ECM. Los resultados relacionados con el tema que tratamos
y que logró este científico es que las personas que se encontraban bajo
estimulación eléctrica pudieron escuchar fragmentos de música o escenas
repetitivas de tipo familiar, pero sus visiones eran descritas como sueños y no
como reales, a diferencia de las ECM.
Lóbulo
temporal. Estructura neurológica que algunos autores han definido como «la
antena de Dios» por sus implicaciones en las experiencias místicas.
El sistema límbico también es muy sensible a la falta de oxígeno y se encuentra relacionado con la organización de las emociones y la memoria, lo que podría sugerir algún vínculo con la revisión vital que sucede en algunas ECM. Un aspecto interesante de las endorfinas es que disminuyen el umbral de excitación del lóbulo temporal y del sistema límbico (Frenk, McCarthy y Liebeskind, 1978). Otros investigadores del tema, como Saavedra-Aguilar y Gómez-Jeria, en 1989, basan su explicación de las ECM en situaciones anormales del lóbulo temporal y otras zonas asociadas del cerebro, ya sean detonadas por la hipoxia o por el estrés psicológico que podría resultar en analgesia, euforia y otro tipo de sensaciones.
Tampoco
podemos olvidar que si estamos hablando de estimulación del lóbulo temporal,
uno de los mayores ejemplos serían las personas que sufren de epilepsia en esta
misma estructura cerebral y cuya alteración se ha asociado con síntomas
similares a los de las ECM. Sin embargo, hay un factor determinante que
diferencia a ambos: en el caso de los epilépticos las escenas presentadas
suelen estar constituidas por fragmentos confusos y, además, también hay
importantes lagunas de memoria posteriores al ataque epiléptico, cosa que no se
da en los que viven una ECM.
Algunos
estudiosos que han buscado personalidades proclives a sufrir ECM han encontrado
que el nexo común entre ellos es el de poseer lóbulos temporales inestables en
comparación con la población normal, si bien no está claro si esta asociación
es causa o efecto de las ECM. Otro autor, Michael Persinguer, utilizando
estimulación magnética transcraneal, aseguraba haber reproducido la mayor parte
de los síntomas propios de las ECM, incluyendo las experiencias extracorpóreas,
el viaje hacia la luz y las experiencias místicas. Sin embargo, Greyson asegura
que los síntomas, basándose en el cuestionario del propio Persinguer, tan solo
se parecían a los que ocurren en las ECM, ya que los sujetos sometidos a dicho
experimento repetían machaconamente que «todo se parecía a» pero que «realmente
no era». Es decir, una sensación en la que, subjetivamente, el sujeto, al
contrario que en las ECM, conoce lo ficticio de la experiencia. Otros autores,
según Greyson, han sido incapaces de repetir los resultados de Persinguer, por
lo que cuestionan su validez.
VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
Lógicamente no
podemos despreciar una de las teorías más populares entre los seguidores de
este tipo de temas, es decir, que las ECM se deben a que realmente existe vida
después de esta que actualmente vivimos. Quizá uno de los mayores problemas con
el que se enfrenta la ciencia es que todas las presunciones de posibles causas
que generan las ECM no pueden explicar por sí solas el proceso completo.
Para muchas
personas la ECM no es otra cosa que el instante fronterizo en que «algo» abandona
el cuerpo y se dirige hacia «el después». Obviamente, hasta el día de hoy no se
ha podido obtener la más mínima evidencia al respecto. Sin embargo, son
numerosas las personas y los autores que describen este tipo de experiencias y
sus síntomas habituales, como ver cosas del quirófano o del entorno del
hospital o incluso presenciar escenas que ocurrían en su casa, a kilómetros de
distancia, mientras el protagonista se debatía entre la vida la muerte. Para
los científicos más ortodoxos este tipo de testimonios no constituyen prueba
alguna, sino más bien una pura anécdota imposible de corroborar.
A este
respecto, uno de los casos más famosos, del que se ha hablado en el capítulo VI, descritos por
Clark y también mencionado por Raymond Moody, es el de una paciente, en un
hospital de Seattle, que supuestamente llegó a ver una zapatilla que se
encontraba en una ventana de dicho hospital, fuera de su alcance de visión,
mientras sufría una ECM en el quirófano del hospital. Algunos investigadores
intentaron localizar a la susodicha paciente sin llegar a encontrarla. A este
respecto se han generado algunos experimentos, como el Proyecto AWARE, del
doctor Sam Parnia. Consiste en esconder cierto tipo de dibujos simples en
distintas áreas de la habitación donde una persona puede sufrir una ECM y,
posteriormente, preguntarle si ha podido verlos.
También las
transformaciones vitales que algunos individuos sufren después que una ECM han
sido consideradas como de origen sobrenatural o divino. Sin embargo, la mera
exposición a la muerte suele provocar cambios en los valores personales y
algunos autores como Greyson debaten si es realmente necesaria una ECM para
sufrir ese cambio vital.
Morse afirma
que este tipo de ECM nos puede ayudar a restaurar la dignidad y el control del
proceso de muerte, ya que reducen el miedo a la muerte en las personas que
sufren la vivencia, y eso ayuda a la mayoría de la población, incluso a los que
no han pasado por el trance, a aceptar la muerte como un posible aspecto
positivo de la vida. Más aún, el estudio de la vida hasta sus últimas fronteras
nos dice mucho más acerca de nosotros mismos y de nuestras vidas que de la
propia muerte.
VARIABLES DEMOGRÁFICAS
Curiosamente,
una de las preguntas que se nos presentan con mayor frecuencia a los que estudiamos
los fenómenos relacionados con las ECM es si, por ejemplo, las mujeres las
sufren más que los hombres, los ricos más que los pobres, etc.
Respecto al
sexo, algunos autores han encontrado que las mujeres presentan con mayor
frecuencia experiencias en las que abundan las luces y los colores, así como
los túneles. Respecto a las féminas, Sabom observó que estas, si eran empleadas
o trabajaban en el sector servicios, tenían un mayor número de encuentros con
espíritus que los varones englobados en la categoría de profesionales. Greyson
y Stevenson también observaron una mayor tendencia de las mujeres a mostrar
experiencias en reinos extraterrenales. Asimismo, estos autores observaron que
las personas que sufrían una ECM en casa o en el exterior también hablaron de
encuentros con personajes con mayor frecuencia que los que las vivieron en un
entorno hospitalario.
Respecto a la
orientación sexual, homosexual, lesbiana, bisexual o transexual, parecería
lógico que no existiesen diferencias respecto a la población heterosexual y así
es. El único estudio que se ha realizado en este aspecto es el de Liz Dale, en
2001, y en él no se observan diferencias ni en el contenido, ni en la forma de
aparición de las ECM. Asimismo, sea cual fuere la orientación sexual de la
persona que ha padecido una ECM, existe la misma transformación espiritual que
se da en la población heterosexual. Es decir, la orientación sexual no es una
variable a ser tomada, hoy por hoy, en especial consideración. Uno de los
estudios más amplios de tipo estadístico es el realizado por Liuz Audain en
1999. Después de analizar doce publicaciones entre 1975 y 1996, que acumulaban
más de 500 casos de personas que habían sufrido ECM, llegó a la conclusión de
que el sexo de la persona no era un factor relevante.
En relación al
consumo de alcohol o drogas, sustancias a las que muchas personas
responsabilizan, en ocasiones, de la ECM, se observa que los que sufrieron una
ralentización del tiempo durante la ECM eran los que menos habían consumido
alcohol o drogas.
Greyson
comenta, en un estudio del año 2000, cómo en otros trabajos se ha observado una
ligera tendencia a indicar que las personas que pasan una ECM habían sufrido
abusos sexuales cuando niños. El científico teoriza que quizás este abuso en la
niñez podría facilitar que su personalidad desarrollase tendencias
disociativas, así como un aumento de su capacidad de manejo de realidades
alternativas. Sin embargo, él mismo reconoce que «es una posibilidad atractiva,
si bien no probada».
Respecto a la
edad, quizás uno de los estudios más amplios (62 casos) es el realizado por Pim
van Lommel en 2001, en el que se aprecia que la media es de 58,8 años en el
momento de sufrir una ECM. Otro estudio, con algo menos de muestra (27 casos),
es el realizado por Greyson en 2003, en el que observa una media de cincuenta y
seis años de edad. Asimismo se pueden contemplar estudios en los que se hace
referencia a niños de prácticamente todas las edades. En otros casos, como uno
relatado por la Fundación de Investigaciones de las Experiencias Cercanas a la
Muerte, el sujeto tiene nada menos que noventa y siete años.
La veracidad
de los relatos contados por adultos que dicen haber tenido una ECM cuando su
edad era menor a un año puede ser puesta en entredicho. Más aún cuando hay
autores como Pim van Lommel, quien insiste en la importancia de la memoria a
corto plazo a la hora de relatar una ECM. Sin embargo, no es menos importante
saber que la muerte en niños de menos de un año de edad es, según estadísticas
norteamericanas, hasta tres veces y media mayor que a partir de esa edad, lo
que explicaría una abundancia de este tipo de experiencias en niños de tan
corta edad.
Son también
diversos los autores que afirman que ser niño es un factor que facilita, no
solamente contar la experiencia, sino también llegar a sufrirla. Por ejemplo,
Atwater asegura que los niños que se han encontrado en alguna situación cercana
a la muerte, o bien que han sido diagnosticados como clínicamente muertos pero
luego revividos, presentan una mayor incidencia de ECM que los adultos. En esta
misma línea se expresa Greyson, que construye la siguiente hipótesis: «Muy
probablemente gran parte de las personas que experimentan una ECM son de una
edad temprana debido a que las personas mayores tienen un menor flujo de sangre
en el cerebro durante un paro cardiaco y, consecuentemente, se producen menos
síntomas en relación a este hecho».
Otra
posibilidad podría ser que los jóvenes presentan un menor temor a ser tildados
de mentalmente inestables por relatar una ECM. Por el contrario, las personas
mayores serían más reticentes, como de hecho puedo comprobar en la práctica
clínica diaria.
Como es
lógico, el que niños de muy corta edad, incluso bebés, lleguen a tener ECM y se
les queden grabadas en la memoria parece ir en contra de todos los
conocimientos modernos de desarrollo neurobiológico, ya que el cerebro, a esa
edad, no debería ser capaz de registrar y luego recuperar en la edad adulta
dichas memorias. Greyson postula algún tipo de mecanismo no biológico que podría
originar estas experiencias.
El estatus
socioeconómico es una variable que no ha sido incluida en la mayor parte de los
estudios. Uno de los pocos autores que lo ha estudiado es Sabom, que en 1982
dividió su muestra según ocupación: servicio laboral, clero y profesionales
diversos. El número de personas no fue especialmente elevado, 78
supervivientes, y no encontró diferencias significativas respecto al perfil
profesional. Sabom estudio diez variables de presentación en las ECM y tan solo
encontró una excepción: un mayor número de trabajadores del sector servicios
respondió que se había encontrado con un mayor número de seres durante su ECM,
respecto al resto de grupos de profesionales. Otros autores, como Ring, tampoco
encontraron diferencias importantes respecto al estatus socioeconómico al
comparar muestras de unas 50 personas en cada uno de los grupos.
Si seguimos
revisando la literatura, hay quizá un par de autores que sí han tomado en
consideración esta variable. Sin embargo, ninguno de ellos ha descubierto
ningún indicio que demuestre que el estatus socioeconómico influye de alguna
manera a la hora de favorecer o, por el contrario, dificultar una ECM. Es
decir, no parece existir ninguna relación específica entre el estatus
socioeconómico y la presentación de las ECM, o sobre sus contenidos. En
cualquier caso, Greyson advierte que este es un campo en el que todavía queda
mucho recorrido por investigar.
Otra de las
variables, como es la educación que ha recibido la persona, tampoco parece ser
de importancia. Lo mismo puede decirse del estado civil. Ser soltero, casado,
divorciado, viudo, etc., no parece tener consecuencia alguna. Sin embargo, el
hecho de sufrir una ECM sí parece afectar a los casados, ya que, según Atwater,
tres cuartas partes de estos acaban divorciados durante los siete años
posteriores a la ECM. Por el contrario, según esta misma autora, los que
sufrieron una ECM en su edad infantil presentaban matrimonios de larga duración
sin mayores incidencias. No es menos cierto en el primer grupo, los que acaban
divorciándose, que una serie de variables, muy probablemente reacciones de
ajuste tras una enfermedad crónica o un accidente que ha puesto a la persona a
las puertas de la muerte, provoque una mayor tendencia a romper una relación
estable. Por ejemplo, las personas que han recibido descargas eléctricas de
alto voltaje también suelen presentar este tipo de cambios de conducta, por lo
que quizás no se deba a una modificación neurológica, sino a alguna
transformación en las diversas actitudes vitales después de una ECM.
A este
respecto, uno de los mejores estudios es el realizado por Sandra Rozan
Christian, en 2005. En su trabajo compara a 26 personas que han sufrido una ECM
mientras estaban casadas, con otros 26 casos de personas también casadas pero
que no sufrieron ECM. La autora observó un elevado número de personas, 65 por
ciento, que se divorciaron tras sufrir una ECM, comparado con un 19 por ciento
en el otro grupo. No sería justo en mis apreciaciones si obviase que alguna que
otra pareja salió reforzada después de que alguno de los dos miembros
experimentará una ECM. La autora concluye que si la ECM produce una divergencia
en los valores de los esposos, la tendencia será a romper el matrimonio. Por el
contrario, si se produce una convergencia, el matrimonio tenderá a ser más
satisfactorio y estable.
¿CON QUÉ FRECUENCIA SE PRESENTAN LAS ECM?
Uno de los
principales problemas para estudiar la incidencia de presentación de las ECM es
la ausencia de instrumentos de medición que permitan a los investigadores
ponerse de acuerdo acerca de la definición de este tipo de fenómenos. Greyson
creó, en 1980, la primera escala para poder medir y definir este tipo de
cuestiones. Sin embargo, han sido numerosos los autores que no la han empleado
o bien que han desarrollado una propia. En cualquier caso, si utilizamos el
cuestionario creado por Greyson pondríamos el límite de corte, dentro de sus
puntuaciones, en un 7 para considerar como ECM a cualquiera que obtuviera igual
o mayor puntaje.
El no haber
homogenizado los datos referidos a este tipo de sucesos tiene como resultado
que algunos estudios pueden llegar a presentar datos un tanto disparatados. Por
ejemplo, algunas publicaciones incluyen como característica de su experiencia
lo que realmente son opiniones un tanto vagas en contenido. Otros autores hacen
descripciones tremendamente superficiales, confundiendo conceptos como
experiencias extracorpóreas en relación a las ECM.
Asimismo, para
confundir aún más el panorama, no son pocos los autores que confunden conceptos
como «incidencia» con «prevalencia» y los usan sin distinción alguna, pese a
que en medicina y en epidemiología son conceptos bien diferentes. La
prevalencia se refiere a la estimación de la presentación de las ECM durante la
vida de un individuo. Es decir, responde a la pregunta de cuánta gente puede
llegar a presentar una ECM a lo largo de su vida. Por el contrario, la
incidencia responde a la pregunta de cuántas personas, bajo ciertas condiciones
médicas, pueden llegar a presentar una ECM.
ECM:
INCIDENCIA ESTIMADA |
||
Suicidio |
Paro
cardiaco |
|
Greyson
(1986) |
26 |
- |
Greyson
(2003) |
23 |
- |
Greyson
(2006) |
- |
- |
Orne
(1995) |
23 |
- |
Parnia
(2001) |
6 |
- |
Ring
(1981) |
47 |
- |
Van Lommel
(2001) |
- |
18 |
Fuente: Greyson (2009), modificado y
ampliado por el autor.
Resulta
llamativo un comentario, por otra parte lógico, que hace Greyson al afirmar que
dependiendo de la empatía, o de todo lo contrario, la persona que ha sufrido
una ECM llegará a contárselo al investigador o quizás no. Este último extremo
me atrevería a confirmarlo, ya que son innumerables los pacientes que ocultan,
como si de una tara se tratase, el haber vivido este tipo de experiencias. Lo
normal es que la relaten solo cuando se ha desarrollado cierto nivel de
confianza entre el médico y el paciente. De esta manera nos encontramos con
casos tan paradójicos como que los profesionales nos convertimos en
depositarios de esta vivencia mientras la pareja o la familia del paciente
desconocen por completo la situación. ¿El motivo? Pueden ser variopintos, pero quizás
uno de los más importantes es el de no querer ser tomado por un desequilibrado
mental.
En una
revisión bibliográfica realizada por Bruce Greyson en 2009, se concluye que la
incidencia media de aparición de las ECM observadas en los estudios retrospectivos
es de, aproximadamente, un 35 por ciento de los casos, dependiendo, obviamente,
del factor desencadenante. Asimismo, si revisamos la literatura de diversos
autores también veremos que la incidencia de presentación oscila entre un 9 por
ciento, en el peor de los casos, y más de un 50 por ciento en los estudios de
los autores más optimistas.
DISCAPACITADOS FÍSICOS
Uno de los
aspectos más fascinantes de los estudios sobre ECM, y que despierta mayor
interés tanto entre los investigadores como entre el público en general, es el
fenómeno que muestran las personas invidentes, ya sea de nacimiento o bien por
alguna enfermedad o traumatismo adquirido y que, sin embargo, son supuestamente
capaces de ver durante la ECM. Resulta obvio que las personas que han nacido
invidentes constituyen el grupo de mayor interés, ya que su traducción
neurológica de la visión debe ser meramente abstracta.
Uno de los
mejores estudios al respecto es el de Ring, que publicó en 1999 un libro
completo en referencia a las experiencias extracorpóreas y a la supuesta
capacidad de ver de los invidentes mientras, aparentemente, se encontraban
fuera del cuerpo. Este estudio incluyó a 31 personas invidentes o que sufrían
problemas muy graves de visión y que, a su vez, habían sufrido una ECM o bien
una experiencia extracorpórea. Llama la atención que de los 31 participantes,
10 no habían sufrido ninguna situación perjudicial para su vida en el momento
de tener la experiencia. Lo realmente llamativo del caso es que nada menos que
25 personas de las 31 que participaron en el estudio dijeron haber tenido algún
tipo de impresión visual durante la experiencia. De los 14 individuos que eran
ciegos de nacimiento, 9 también percibieron algún tipo de visualización. Pero
más llamativo aún es que las escenas que llegaron a ver se encontraban
tachonadas de un gran detalle.
Respecto a
otro tipo de discapacidad, como son los problemas neurológicos tipo paraplejia
o tetraplejia e incluso parálisis cerebral, William J. Serdahely describe un
caso en el que el niño, de diez años de edad, tuvo que comunicarse con los
investigadores mediante sencillas preguntas que debían responderse con un «sí»
o un «no», dada su incapacidad para hablar. Sin embargo, los resultados
respecto a su ECM eran iguales que en las personas no discapacitadas.
Como autor de
este libro podría mencionar el interesante caso de un varón mexicano al que
entrevisté. Había sufrido un accidente de automóvil y, a consecuencia del
mismo, quedó tetrapléjico. También debido a este accidente se encontró al borde
la muerte durante varios meses, que requirieron una larga rehabilitación.
Durante estos meses el joven, a quien llamaremos Jaime, tuvo no una, sino
varias ECM, durante las cuales atravesó túneles, se encontró con seres de luz y
familiares ya fallecidos e incluso, algo que me llamó mucho la atención y que
pudo haber sido fruto de la medicación recibida, llegó a ver con mucha
insistencia diversas figuras de ángeles que permanecían en la habitación,
incluso en los momentos en que otros familiares le acompañaban y mantenían
conversaciones con él.
ECM COMPARTIDAS
La primera vez
que escuché hablar de este fenómeno fue en una conferencia del doctor Moody.
Ciertamente pensé que era una experiencia tan extraña que yo nunca llegaría a
ver un solo caso de la misma. Sin embargo, la práctica diaria me ha enseñado lo
contrario.
Este tipo de
experiencias suele incluir a personas que no se encuentran en peligro de
muerte, pero sí muy cercanos a personas, queridas por ellos, que están a punto
de morir. La persona cercana no suele experimentar una ECM completa, pero sí,
en ocasiones, porciones de la misma. Incluso en ciertos momentos puntuales más
de una sola persona puede llegar a sufrir los síntomas.
El requisito
fundamental suele ser algún tipo de vínculo emocional intenso con la persona
que se encuentra en transición entre la vida y la muerte. En ocasiones de mayor
intensidad emocional la experiencia puede darse incluso habiendo una distancia
física entre los dos (o más) individuos. En este último caso suele darse con mayor
frecuencia en casos de muerte súbita, inesperada.
En otras
situaciones varios individuos pueden llegar a compartir elementos de la misma
ECM, sobre todo cuando han sufrido juntos un accidente. A veces alguna de las
personas involucradas conoce parte de la experiencia del otro por haber sido
vivida en el mismo contexto. A este respecto puedo mencionar la historia de
Natalia, que se ajusta bastante a esta definición: «Hace veinte escasos días mi
papá ha fallecido. Digo “papá” y no “padre” porque desde que ha ocurrido, y a
pesar de tener yo ya cuarenta años, me siento igual que una niña indefensa
medio huérfana. A pesar de que tengo un inmenso dolor necesito contar mi
experiencia. Mi padre entró en coma por una hemorragia cerebral y estuvo ocho
días entre la vida y la muerte. Esos ocho días y noches los pasé pegada a él.
En ocasiones me recostaba a su lado, ya que estaba en el hospital en una
habitación normal. Dada su edad, ochenta y cuatro años, y con un cuadro clínico
difícil de superar, decidieron que era mejor que estuviera a nuestro lado y no
en la UCI. Le besaba la carita, le hablaba al oído, incluso le ponía su música
preferida, y no le solté la mano ni un segundo.
»Una noche
tuve una experiencia muy extraña. Las noches las compartía con mi mejor amiga,
casi una hermana para mí y una sobrina para mi padre. Como yo estaba destrozada
de cansancio, insistió en que durmiese un rato. A pesar de la angustia, pues no
sabía si le quedaban días, minutos o segundos de vida, caí rendida. Entonces,
no sé por qué, pero de pronto me desperté, aunque sin abrir los ojos, y empecé
a ver algo rarísimo. Al mismo tiempo sentía que eso mismo era lo que estaba
viendo mi papá. Estaba como en una especie de lugar gris, casi como humo. Era
un lugar que parecía vivo, como si estuviese dentro de algo vivo. Parecía como
si tuviera un latido… Es complicadísimo explicarlo. Era como una especie de
mandala que iba cambiando de formas geométricas, pero sin colores, solo gris.
En un momento determinado tan solo vi unas luces de colores azul y rojo muy
pequeñas a lo lejos.
»Mi amiga me
habló para decirme algo, yo abrí los ojos y le contesté, pero no le quise decir
nada porque quería seguir viendo qué era eso. Volví a cerrarlos y seguí con la
experiencia hasta que desapareció. Lo más importante era la certeza de que mi
padre estaba viendo exactamente lo mismo».
XIXEL COMIENZO DE LA EXPERIENCIA
Poseemos aspectos tanto corpóreos como
no corpóreos. Somos espíritus en un cuerpo o un cuerpo con espíritu.
CONCLUSIONES DEL CONSEJO DE BIOÉTICA
AMERICANO, 2003
Desde la década
de 1990 fueron numerosos los autores que plantearon que las ECM poco tienen que
ver con la cercanía inminente y objetiva de la muerte. Es decir, parece que una
ECM podría desencadenarse por la pura creencia de que uno está muriendo. Más
aún, algunos investigadores, como Ian Stevenson, han denominado al fenómeno
«experiencia de miedo a la muerte» (EMM, en inglés Fear-Death Experience,
FDE). Es decir, la sola percepción de encontrarnos en una situación cercana a
la muerte podría servir de detonante a una ECM.
Las ECM
suponen un desafío a la comunidad científica desde hace ya varias décadas. En
1989, Stevenson se propuso averiguar si realmente las personas que habían
sufrido una ECM se encontraron verdaderamente al borde de la muerte. Los
resultados fueron sorprendentes, ya que tan solo un 45 por ciento de las
personas encuestadas habían estado, objetivamente, cerca de la muerte. Estos
datos hicieron pensar a muchos investigadores, por primera vez, que para sufrir
una ECM, o lo que al menos se había entendido hasta ese momento como tal, no
hacía falta encontrarse cerca del más allá.
Otros
investigadores, como Glen Owens Gabbard, siguieron investigando en la misma
línea, concluyendo que el factor determinante de las ECM es la percepción de
encontrarse cerca de la muerte, independientemente de la realidad actual de la
situación. Llegó a estudiar 339 casos de personas que habían tenido una
experiencia extracorpórea, y concluyó que prácticamente ninguna de las
características de las ECM era exclusiva de las mismas, si bien ocurrían de
manera mucho más frecuente si el sujeto creía que la muerte era inminente. Su
conclusión, quizás demasiado precipitada como veremos posteriormente, fue que
las ECM eran un simple factor de protección a nivel psicológico. Sin embargo,
esta hipótesis no explicaría cómo los niños, que no tienen prácticamente
ninguna percepción ni concepción de la muerte, desarrollan la misma
experiencia.
Keith Floyd
describe un caso de precognición relacionado con el miedo a la muerte. El
paciente iba a recibir terapia electroconvulsiva debido a una depresión
crónica. Antes de someterse al tratamiento comenzó a pensar negativamente,
creyendo que iba morir como consecuencia de la terapia. No falleció, por
supuesto, pero tuvo una precognición que se cumplió dos años más tarde. Es
decir, presentó un fenómeno propio de las ECM sin haber estado, ni por asomo,
al borde de la muerte. Este tipo de postulado, según Audain, generaría diversos
resultados dependiendo, por ejemplo, de si el desencadenante es un accidente o
un traumatismo violento. Por el contrario, los individuos que sufriesen una
enfermedad crónica prolongada y desconociesen el momento de su muerte podrían
experimentar menos temor y, por ello, presentar una menor frecuencia de ECM. De
la misma manera, también podría parecer lógico que las personas de sexo
masculino, más proclives a tener accidentes o involucrarse en actividades
bélicas, sufriesen proporcionalmente mayor número de ECM.
En un caso
descrito por Henry Abramovitch en 1988, acerca de una persona que sufrió un
ataque al corazón, leemos: «Recuerdo que me hundía. Me hundía y daba vueltas en
la oscuridad, y a medida que caía la oscuridad se hacía más espesa. Todo
comenzó a darme miedo. Incluso alargué mi mano con la intención de agarrarme a
algo que pudiera detener mi caída, pero a mi alrededor solo estaba el vacío. La
caída fue cada vez más rápida y me rendí a mi destino. En cualquier momento
sabía que iba a impactar contra el fondo […]. Finalmente tuve un suave
aterrizaje e intenté ver qué me rodeaba […]. No veía nada, incluso extendí mis
brazos, pero no hacían contacto con nada […]. Incluso grité para pedir auxilio
[…]. Me encontraba en medio de la nada».
Luis, un
bilbaíno que sufrió de manera totalmente imprevista un infarto de miocardio,
relata su experiencia que, desde mi punto de vista, posee gran interés debido a
lo brusco e imprevisible de la misma y a que contiene numerosos elementos
propios de una ECM. El motivo de incluirla en este capítulo es el desarrollo de
los primeros momentos y el interesante entrelazado entre lo que él cree que
sucede en derredor y lo que sucede a la vez en su mundo interior: «Recuerdo un
domingo a la hora de comer, sentado en la mesa, en familia, y delante de un
plato de paella muy apetitoso. Cogí un poco con el tenedor, bien colmada la
carga, y al abrir la boca, salivando a tope de las ganas que tenía de
comérmela, no pude introducirla en la boca. “Vaya… ¿Qué pasa? Qué raro”.
Disimulo para que los demás no se den cuenta y lo intento unos minutos más
tarde. Otro intento y tampoco puedo. Comienzo a pensar que me estaba pasando
algo extraño. Me levanto y voy hacia el salón para cerrar la puerta y en ese
momento, si no me agarre a la librería, me habría desplomado como un fardo.
Mientras me agarro me doy cuenta de que me está sucediendo algo grave. Abro las
piernas y, soportando el peso de mi cuerpo desde las rodillas hacia arriba,
tengo la sensación de que se balancea hacia adelante y hacia atrás sin control.
Respiro con dificultad y noto chasquidos o calambrazos con hormigueos que se
repiten una, dos y hasta tres veces. Entonces intento calmarme, respirando más
despacio, para salir del salón e intentar llegar al servicio y vomitar. Mi
primera impresión era que aquello podía ser una indigestión. Consigo llegar a
duras penas, levanto la tapa, me pongo de rodillas y allí empieza el dolor de
pecho y luego la quemazón en la misma zona. Me aprieto con las dos manos y,
quejándome del dolor, pierdo el conocimiento, cayendo de lado sin sentir nada.
»A partir de
ese momento se genera un revuelo familiar, con gritos. El mayor de los chicos,
que era voluntario de ambulancias de la Cruz Roja, me traslada con la ayuda de
sus hermanos y me tumba en la cama del cuarto de la pequeña. Yo estoy en
semiinconsciencia, viendo imágenes que van y vienen. Comienzo a ver un punto de
luz en la oscuridad que viene hacia mí desde muy lejos, como una estrella de la
noche, hasta que me alcanza e inunda todo de luz a mi alrededor. Simultaneo
imágenes del suceso, de todo lo que ocurre a mi alrededor: bajarme en la silla
de ruedas, la mirada de mi mujer, que parecía un adiós, subirme a la ambulancia
y tumbarme en la camilla, los desfibriladores e inyecciones directas al corazón
con distintos medicamentos. Había una mujer rubia que parecía la líder del
grupo. Llevaba el pelo a media melena, algo rizado, y parecía mujer de
carácter. Ella ordenaba y conseguía hacer actuar a sus colaboradores, pero yo,
de lo que estaban haciendo sobre mi cuerpo, no sentía nada… ni siquiera
interés. Me interesaba más lo que una voz potente y sublime me decía, porque
además ya la había oído en otras ocasiones muy especiales de mi vida, dándome
prioridad sobre qué cosas debía atender. En la zona iluminada se estaba muy
bien, con una sensación de paz y quietud. La voz me anticipaba algo, como un
acontecimiento: “Te vas a encontrar con alguien a quien llevas mucho tiempo
esperando ver”. Miré hacia abajo, a la zona oscura, y vi a unos veinte metros
por debajo de mí la sala de la UCI, y yo en la cama o más bien en el quirófano.
En el pasillo pude ver a algún familiar corriendo hacia la sala de espera para
comunicar algo. Pensé, contestando en voz alta: “Sí, pero ¿y mis hijos?”. A
continuación, con la misma velocidad con la que había llegado, la luz se fue.
Abrí los ojos en medio de las intervenciones de enfermeras, médicos, etc., y
alguien comentó: “¡Ya vuelve!”».
Según Andrew
Dell’Olio existe un gran componente subjetivo o interpretativo en las fases
iniciales de las ECM. Esto parece ser bastante común y se habla de ello
prácticamente en todas las religiones. La fase inicial de la experiencia de la
muerte depende mucho de nuestro estado mental. Es una etapa muy colorida de
pensamientos, memorias y deseos de la persona que está muriendo. Los budistas
tibetanos la llaman bardo; los místicos islámicos (sufíes) se refieren
a ella como barzakh y los hinduistas como kamaloka. Ya que
esta fase inicial de la muerte es tan subjetiva, las tradiciones sugieren que
ocurre mientras estamos vivos debido a una purificación de nuestra mente y de
nuestro corazón, de manera que nuestro ego no impida que nuestra alma vaya
avanzando en su último viaje.
Uno de los
factores que más me ha llamado la atención en los procesos inmediatos a la
presentación de una ECM es lo que podríamos llamar «rendirse a la muerte». Es
decir, dejarse llevar durante el proceso de la propia muerte. Greyson preguntó,
en 1993, a 187 personas que habían sufrido una ECM y a 59 que no la habían
sufrido si se habían rendido al proceso de morir en el momento en que se encontraron
con una situación vitalmente comprometida. Resulta llamativo que el 82 por
ciento de los que contestaron afirmativamente se encontraban dentro del grupo
que experimentaron una ECM, mientras que tan solo un 60 por ciento de los que
contestaron negativamente experimentaron, a su vez, una ECM, por lo que el
autor concluyó que rendirse al proceso de la muerte parece estar fuertemente
asociado con experimentar una ECM, con sus correspondientes componentes
afectivos y trascendentes. Este abandono de control del ego parece ser un paso
importante no solo para permitir el desarrollo de la experiencia subjetiva,
sino para que también aparezcan, posteriormente, los efectos terapéuticos de la
propia ECM.
XXCATEGORÍAS DE ECM
Una de mis preguntas a la luz fue: «¿Qué
es el cielo?». Me hicieron todo un tour por todos los cielos creados. Pude
darme cuenta de que tan solo son creaciones distintas de la misma cosa en
nuestra mente.
TESTIMONIO DE UNA PERSONA QUE SUFRIÓ
UNA ECM
Debido a mi vida
profesional he conocido a multitud de personas que me han relatado sus
experiencias cercanas a la muerte en algún momento de sus vidas. Por ejemplo,
en la década de 1980 eran numerosos los pacientes consumidores de heroína que
habían sufrido, en alguna ocasión, un episodio de sobredosis con la
consiguiente parada cardiorrespiratoria y muerte clínica. Días más tarde de
tales acontecimientos —la recuperación de una sobredosis suele ser muy rápida,
en ocasiones en pocos minutos—, el paciente se presentaba en la consulta
comentando el resultado de tomar droga adulterada o en excesiva dosis y muchas
veces, al final de la entrevista, relataba experiencias que en aquel entonces
resultaban turbadoras tanto para el paciente como para mí como profesional de
la medicina. La persona admitía su problema de drogas, pero advertía: «Loco no
estoy, ¿eh?».
Algunas
personas podrían argüir, con cierta razón, que posiblemente la propia droga,
heroína en este caso, podría ser la causante de la ECM. Sin embargo, muchos
otros que sufrían la parada cardiorrespiratoria no era por la droga —en
ocasiones casi inexistente en la dosis debido al fraude realizado por el
vendedor—, sino a un [12] producido
por la sustancia utilizada como excipiente o corte.
En otros
casos, dada la cronicidad del consumo de drogas, las ECM habían ocurrido en más
de una ocasión. Recuerdo un paciente de una población cercana a Madrid que las
había vivido ¡tres veces! Paradójicamente, al igual que en muchos otros casos,
había perdido el miedo a la muerte, lo que le hacía menos proclive a dejar las
drogas.
En general, he
conocido tres categorías distintas de personas que han sufrido las ECM:
1.
Los
que han sufrido maniobras de resucitación después de una parada
cardiorrespiratoria.
2.
Los
que han vivido ECM debido a enfermedades muy graves o accidentes que les han
llevado al borde de la muerte.
3.
Personas,
familiares en la mayoría de los casos, que habían sido confidentes y en
ocasiones testigos pasivos de otros que habían vivido ECM y que posteriormente
las han relatado. No pudimos entrevistar a los protagonistas de las ECM porque
más tarde habían fallecido.
El doctor
Raymond Moody construye una clasificación muy similar a la mía y no distingue
grandes diferencias respecto a la sintomatología entre los grupos 1 y 2, ya que
desde mi punto de vista ambas situaciones se encuentran entrelazadas. Respecto
a su categorización, depende mucho del autor que lo haga. Por ejemplo, Sabom
encontró que un 33 por ciento de los sujetos estudiados tenía experiencias
autoscópicas, es decir, llegaba a ver su propio cuerpo. Un 48 por ciento eran
de tipo trascendental, por lo que relataban experiencias en otro reino o
dimensión. Un 19 por ciento presentaban elementos tanto autoscópicos como
trascendentales.
En un estudio
australiano de 1988 realizado sobre doce personas, Basterfield describe tan
solo una experiencia autoscópica y, por el contrario, ocho de tipo
trascendental. Dos de ellas eran de ambos tipos y una no pudo ser categorizada.
Bruce Greyson, en una prueba de 1985, llegó a encontrar en su muestra un 43 por
ciento de experiencias trascendentales, un 42 por ciento de tipo activo y un 16
por ciento de tipo cognitivo.
En líneas
generales, podríamos decir que existen cuatro formas de categorizar las ECM:
1.
La
primera de ellas fue realizada por Raymond Moody en 1975 y estableció los
diversos elementos de los que ya hemos hablado y con los que casi todo el mundo
se encuentra familiarizado: los ruidos, el túnel oscuro, la luz, etc. El propio
Moody afirmaba que no siempre se encuentran todos los elementos (hasta un total
de quince) en una ECM.
2.
Una
segunda definición fue la realizada por Kenneth Ring en 1980. Después de
entrevistar a numerosas personas que habían sufrido una ECM reorganizó los
elementos que Moody había descrito en tan solo cinco estadios como, por
ejemplo, la euforia y las experiencias extracorpóreas.
3.
La
tercera categoría surgió poco después, descrita por Michael Grosso en 1981.
Este autor las simplificó aún más, distinguiendo por un lado las visiones del
lecho mortal, que ocurren en el momento de la muerte cuando alguien está
enfermo, y las que ocurren cuando una persona se encuentra en una situación
comprometida con la vida. Es decir, en la primera no se da un trauma, a
diferencia de la segunda.
4.
Más
tarde, en 1985, Bruce Greyson propuso la existencia de tres clases de ECM: las
trascendentales (visión de seres místicos), las afectivas (experiencia de paz)
y las cognitivas (revisión de la vida).
Uno de los
hallazgos de este último autor consistió en encontrar una relación entre
ciertos factores precondicionantes y el tipo de ECM. Por ejemplo observó que
los individuos que anticipaban su muerte, como los suicidas, solían tener
experiencias más trascendentales y afectivas que cognitivas. Greyson también ha
sido pionero en desarrollar escalas como la WCEI (Weighted Core Experience
Index) que cuantifican la profundidad de cualquier ECM. Asimismo
desarrolló la escala NDE, que identifica la presencia y tipología de las ECM.
XXILA EXPERIENCIA DE LAS ECM
En un sentido estricto, la persona que
ha sufrido una experiencia cercana a la muerte, muere y renace.
BRUCE GREYSON
El conocido autor
Raymond A. Moody se refiere a las ECM como «la experiencia de la muerte».
Nosotros, si queremos ser fieles a lo que sabemos, debemos mencionar tan solo
aquellos casos en los que las personas pudieron volver o, al menos, revertir el
proceso de muerte, y, a nuestro pesar, dejar de lado, por razones obvias, los
casos en los que el proceso de muerte fue irreversible y, por ende, quien
falleció incapaz de relatar lo que sucedió en esos últimos momentos.
Una de las
cosas que más nos llama la atención es lo recurrente de los testimonios: parece
que casi todos se hayan puesto de acuerdo para contar la misma versión. Los
menos crédulos opinan que esto es lógico dada la similitud de los procesos
fisiológicos en los humanos. Me explico: si nos damos un golpe en el ojo casi
todos los humanos vemos las estrellas, aunque no nos hayamos puesto de acuerdo
al respecto. En este caso no somos protagonistas de un viaje sideral, sino que
la brusca estimulación de la retina por el golpe genera una serie de
percepciones similares a luces, los llamados fosfenos, que bailan dentro de
nuestros ojos. De hecho, algunas sectas sugestionaban a sus cautivos miembros
presionándoles los ojos y haciéndoles creer que las luces no eran otra cosa que
una señal de la divinidad adscrita a dicha secta. Éste era el caso de una secta
en Argentina y Chile, que no tenía nada de sobrenatural ni de extraño.
En lo que nos
ocupa, si bien casi todas las experiencias se parecen, ninguna es exactamente
igual a otra o, al menos, no son relatadas de igual manera. Hay factores que
debemos tomar en consideración: uno de ellos es el tiempo transcurrido desde
que la persona ha sufrido la ECM. Como todos sabemos, el tiempo tiende a
distorsionar cualquier experiencia humana. En algunos casos la memoria adorna y
exagera alguna vivencia en particular, al igual que sucede en los falsos
recuerdos (por ejemplo, algunos supuestos casos de abusos sexuales en la
infancia); en otros la propia idiosincrasia de la persona que sufrió la ECM
queda más impactada por un trayecto de su experiencia que por otro. Por
ejemplo, a los que son creyentes puede que les llame más la atención un
personaje vestido de blanco que les espera al final del túnel.
Podríamos
construir una experiencia tipo en primera persona enriqueciéndola con los
elementos más repetidos en las personas a las que hemos entrevistado: «Tuve un
infarto (lo supe después) y perdí el conocimiento, pero es curioso, porque a pesar
de tener los ojos cerrados lo veía todo y, lo que es más sorprendente, llegué a
escuchar cómo el médico en la ambulancia le decía a otra persona (conductor o
enfermero) que yo estaba muerto. En ese momento los sonidos ambientales
comenzaron a apagarse, como cuando nos tapamos los oídos con las manos y un
zumbido se apodera de la audición. Al mismo tiempo una fuerte luz blanca
apareció en el centro de mi campo visual. La luz fue creciendo… ¿o era yo el
que me acercaba a ella a través de un túnel? En el mismo espacio temporal podía
verme fuera de mi cuerpo. Yo seguía siendo yo mismo, pero mi cuerpo estaba
“allí abajo”, podía ver a los médicos sobre mí intentando resucitarme, incluso
oía sus comentarios. La sensación era extraña pero llena de sosiego. Súbitamente,
casi al final del túnel, veo a una persona. Al acercarme observo que la conozco
(puede ser un abuelo, un familiar, una amistad íntima) y se dirige a mí
haciéndome ver toda mi vida como en una película (en otros casos la persona se
acerca a un personaje que irradia una fuerte luz blanca). Me piden que haga una
valoración de mi vida. El personaje me indica que todavía no estoy preparado
para dejar mi vida terrenal y que es importante que vuelva, otra vez, a mi
cuerpo. La sensación de regreso fue desagradable, ya que me encontraba sumido
en una intensa felicidad y en un gran bienestar. Involuntariamente acabé
“despertando” dentro de mi cuerpo. El bienestar desapareció súbitamente y
fuertes dolores (en este caso, los del infarto) saturaron mis sentidos. Estuve
durante mucho tiempo sin contar todo a nadie para que no me tomaran por loco.
Incluso los más allegados desconocían lo que había vivido». Hay que considerar
que los elementos de este relato están idealizados. Por ejemplo, algunas
personas no llegan a ver a ningún personaje porque, al parecer, el viaje a
través del túnel se interrumpe y se regresa al cuerpo. Otros, por el contrario,
tan solo ven personajes conocidos y no llegan a encontrarse con ese ser
especial que, al parecer, decide si la persona debe seguir adelante o, por el
contrario, volver sobre sus pasos.
En uno de los
casos más interesantes que he entrevistado, un niño de cuatro años, que hacía
pocos meses había sufrido una parada cardiorrespiratoria, me contó que el ser
que le había indicado que volviese se parecía a un personaje de unos famosos
dibujos animados: «Estaba yo en un túnel lleno de luz y esta persona pequeñita
me dijo que volviese otra vez a donde había venido». Este hecho podría
interpretarse de diversas formas: la influencia cultural (aprendizaje) modela
la ECM y el personaje es extraído de la memoria como componente de una vulgar
fantasía. En el lado opuesto, podría situarse la opinión de que su
identificación con un personaje de los dibujos animados es una manera de explicar
a los adultos a quién se asemejaba el ser que pudo ver al final del túnel. En
cualquier caso es llamativo que un niño de tan corta edad, y probablemente con
poco o ningún conocimiento sobre las ECM, describa una situación similar a la
de los adultos.
No podemos
olvidar que las historias relacionadas con las ECM se encuentran encuadradas
dentro del terreno de la narrativa, escritas en la memoria y vueltas a contar
como eventos significativos. Como tales relatos son devueltos al presente
modelados de una manera muchas veces ambigua. Cuando se vuelve a contar una
historia los recuerdos del pasado son selectivos, relatados desde el punto de
vista ventajoso del presente. Por este motivo lo que ha sucedido entre el
pasado y el presente colorea y da forma a las interpretaciones del pasado. De
forma inversa, las imágenes del pasado también proyectan sombra en las del
presente. Si como seres sociales que somos nos basamos en nuestros
conocimientos adquiridos para comprender nuestra experiencia, no es
sorprendente que las personas relaten visiones trascendentes en relación a
objetos familiares e idealizados. Emile Durkheim ya puntualizó, hace casi un
siglo, que los humanos extrapolamos la estructura de nuestra sociedad a la que
consideramos propia del cielo.
Uno de los
mejores grupos de investigadores, entre los que se encuentran Debbie James y
Bruce Greyson, ha observado una serie de características que se dan en las
personas que sufren una ECM y que se distribuyen según su frecuencia:
1.
Experiencias
extracorpóreas (75 por ciento).
2.
Entrada
en un reino fuera de este mundo (72 por ciento).
3.
Pasar
por un túnel o estructura similar (31 por ciento).
4.
Encuentros
con seres (49 por ciento).
5.
Alcanzar
un punto de no retorno (57 por ciento).
6.
Sufrir
sensaciones somáticas, como calor o analgesia (71 por ciento).
7.
Fenómenos
auditivos, como música o sonidos (57 por ciento).
8.
Distorsión
del sentido del tiempo (79 por ciento).
9.
Percepciones
extrasensoriales (39 por ciento).
10.
Memoria
panorámica (27 por ciento).
Kenneth Ring
presentó, en la década de 1980, un estudio pionero acompañado de una escala
estructurada, donde recogía las características más importantes de las ECM
construyendo un índice de experiencia fundamental (WCEI, Weighted Core
Experience Index) para medir las variantes fenomenológicas y la
profundidad de las ECM. Ring comenzó a introducir el concepto de diversas fases
consecutivas en las ECM: «En general, las características que se encuentran en
las fases iniciales de las ECM suelen ser las más comunes, mientras que las que
se presentan en los estados posteriores son de una frecuencia decreciente».
Para Ring, las características fundamentales de una ECM son: sensación de paz,
separación del cuerpo, entrada en la oscuridad o en el túnel y entrar dentro de
la luz. Por supuesto, la experiencia tiene más etapas, y Ring también documentó
su existencia. Entre ellas: revisión de la vida (24 por ciento), encuentro con
presencias (41 por ciento), encontrarse con las personas amadas ya fallecidas
(16 por ciento) y decidir volver (57 por ciento). En la tabla adjunta pueden
verse sus resultados con mayor detalle.
Estudio |
Número |
Paz (%) |
EEC (%) |
Túnel oscuridad
(%) |
Luz (%) |
Entrar
en la luz (%) |
Ring
(1980) |
49 |
60 |
37 |
23 |
16 |
10 |
Lindley
(1981) |
55 |
75 |
71 |
38 |
56 |
- |
Green
(1983) |
50 |
70 |
66 |
32 |
62 |
18 |
Van Lommel
(2001) |
62 |
- |
24 |
31 |
23 |
- |
Fuente: Greyson (2009).
Bruce Greyson
desarrolló también una escala que sirve de referencia mundial hoy en día a
todos los investigadores de las ECM (NDE Scale, por sus siglas en inglés), que
consiste en un cuestionario autoadministrado. Abarca dieciséis preguntas y
trata de aglomerar cuatro aspectos generales de las ECM: cognitivos, afectivos,
paranormales y trascendentales.
PROFUNDIDAD
DE LA EXPERIENCIA |
||||
Estudio |
Superficial (%) |
Moderada (%) |
Profunda (%) |
Muy
profunda (%) |
Ring
(1980) |
- |
45 |
55 |
- |
Greyson
(1986) |
- |
62,5 |
37,5 |
- |
Van Lommel
(2001) |
34 |
29 |
27,4 |
9,7 |
Fuente: Greyson (2009).
El propio
Moody hace referencia a ciertos aspectos importantes de las ECM que vamos a
pormenorizar y comparar con nuestros propios hallazgos, ya que creemos de
importancia puntualizar al lector ciertos aspectos:
1.
Los
relatos suelen parecerse pero ninguno es exacto al anterior. Las circunstancias
que originan las ECM (enfermedad o accidente) así como la estructura de
personalidad de quien las vive parecen condicionar dicha experiencia.
2.
La
mayoría de las personas entrevistadas cumplen hasta siete u ocho de los quince
criterios. Ello no quiere decir, necesariamente, que no se hayan producido
todos, pero en ocasiones los recuerdos no son especialmente claros.
3.
Algunos
elementos, como la visión de luz al final de un túnel, se podría decir que
tienen un carácter casi universal. Por el contrario, la salida fuera del cuerpo
es relatada solo en la mitad de los casos.
4.
El
orden de acontecimientos relatado en la historia tipo no es necesariamente
lineal. En ocasiones, la persona pasa directamente al túnel lleno de luz sin
apenas vivir ningún estadio anterior y, súbitamente, vuelve a su cuerpo sin
llegar a ver ninguna entidad superior.
5.
Coincidimos
con Moody en que las personas que han estado clínicamente muertas, o, al menos,
en parada cardiorrespiratoria prolongada, presentan experiencias más ricas y
prolongadas que las otras, que si bien estuvieron cerca de la muerte por
enfermedad o accidente no llegaron a profundizar ni en su estado ni en el
tiempo por la menor gravedad médica del caso.
6.
Al
entrevistar a multitud de personas buscando a las que habían vivido ECM no es
menos cierto que también conocimos a algunas que no recuerdan haber vivido nada
durante su aparente muerte. En principio, no podemos distinguir si no las
recuerdan o es que simplemente no las han vivido.
7.
Experiencias
desagradables. No todas las experiencias ECM son positivas. Un reducido número
de personas expresan emociones negativas con posterioridad a una proximidad a
la muerte. El fallecido doctor Enrique Vila anotaba un porcentaje en torno a un
2 por ciento de ECM negativas entre todas las experiencias registradas. En
nuestro caso, el porcentaje es similar y nos hizo meditar acerca de si estas
vivencias desagradables con visiones apocalípticas no habrán servido de base
cultural para denominar lo que tradicionalmente hemos entendido como infierno.
Imagino perfectamente a una persona en la antigüedad padecer una ECM y luego
relatar a los impresionados interlocutores sus experiencias infernales en un
entorno de magia, religión o superchería.
CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LAS ECM
Si hubiese que
describir un grupo de sensaciones determinadas que caracterizasen a las ECM,
podríamos decir que son tremendamente vívidas o tan reales como la propia vida.
La mayor parte de las experiencias y sensaciones suelen ser visuales, aunque
existen algunas a nivel de audición y otras incluso táctiles. Pocas son de tipo
olfativo. También suele ser muy corriente una sensación de distorsión del
tiempo, que se vuelve más lento, o incluso llega a detenerse. En algunos casos,
por el contrario, parece acelerarse, como señaló Keith Basterfield en 1988.
Veamos las características más comunes.
Inefabilidad.
Una de las características más importantes a la hora de relatar las ECM es la
inmensa dificultad para narrar lo sucedido: la persona entorna los ojos o mira
hacia el techo como intentando rescatar de su memoria las palabras que pudieran
explicar su experiencia. Es lógico, nunca le ha sucedido algo similar ni suele
haber conocido a personas que hayan vivido una ECM, por lo que no ha
intercambiado conocimientos ni enriquecido su lenguaje. El encontrarse fuera
del cuerpo, por ejemplo, es una experiencia muy compleja para ser descrita. La
propia persona, a medida que intenta relatar lo que le ha sucedido, resulta
sorprendida por sus propias palabras. En ocasiones hemos notado cierta
incomodidad en el transcurso de la entrevista e incluso expresiones azoradas
por lo aparentemente incongruente del caso. Así lo resumía P. H. M. Atwater en
1988, contando una terapia de grupo con personas que habían vivido una ECM:
«¡Pero no deberías encontrarte así de mal! Tú has estado en la luz. ¡Dinos qué
hacer! Los que habían experimentado una ECM volvieron a estar en silencio». Hay
autores del grupo de los escépticos, como Susan Blackmore, que a pesar de su
incredulidad e incluso franca oposición a los seguidores de las teorías
paranormales respecto a las ECM siguen mostrando cierta admiración por el lenguaje,
ya que proveen a las personas que las han sufrido de herramientas para poder
expresarse: viaje astral, introspección mística, consciencia cósmica, etc. Son
expresiones que a algunos les podrán parecer ridículas, pero que constituyen
serios intentos para describir lo sucedido.
Audición.
Escuchar aparentemente lo que está sucediendo en derredor mientras, por
ejemplo, se aplican maniobras de resucitación, es otra de las constantes que
relatan las personas enfrentadas a una ECM. Un niño de cuatro años, que había
sufrido una caída accidental a una piscina que le puso al borde la muerte,
refirió posteriormente a su madre: «Mamá, mientras me soplabas en la boca [le
hacía la respiración boca a boca], ¿por qué llorabas?». Podemos en este caso
construir la hipótesis de que el estado de inconsciencia no era especialmente
profundo, al contrario de lo que imaginaban los padres. Sin embargo, no es
menos llamativo el relato de Carmen, que estuvo más de una semana en coma
inducido por un edema cerebral secundario a causa de un accidente de tráfico:
«En ocasiones oía cómo médicos y enfermeras se acercaban a mi cama y discutían
sobre mi tratamiento y el de otros pacientes de la UCI». Si sometemos esta
última apreciación a cierto sentido crítico, podemos argüir que la falta de
referencias temporales podría inducir a confusión en un paciente que, además de
traumatizado, se encuentra muy medicado, hasta el punto de perder la
consciencia. No es menos cierto que en algún momento, debido a una disminución
de los niveles plasmáticos de medicación, podría recobrar cierto nivel de
consciencia y posteriormente confundirlo como ocurrido durante la sedación
profunda. Extremo este último improbable, pero no imposible. No es menos cierto
que, a diferencia de, por ejemplo, el sentido de la visión, la audición es
menos sensible a la falta de irrigación sanguínea, siendo de hecho uno de los
últimos sentidos en perderse cuando nos abandona la consciencia.
Sonidos,
zumbidos y música suelen formar parte de los primeros momentos de las ECM,
justamente antes de empezar la sensación de penetrar en el túnel de luz. María
me lo expresó así en una entrevista: «Acababa de tomar una salsa que contenía
marisco, al cual soy extremadamente alérgica, cuando de repente comencé a notar
que no podía respirar. Caí al suelo mientras mi marido gritaba pidiendo ayuda.
En pocos segundos noté cómo iba perdiendo la consciencia por la falta de
oxígeno mientras un intenso zumbido ocultaba todo sonido ambiental. Recuerdo
cómo entreabrí los ojos antes de desvanecerme y tan solo pude ver la cara de
varias personas que hablaban y gesticulaban, pero yo no podía escuchar ni un
solo ruido excepto ese zumbido que lo invadía todo, un sonido similar al de un
potente transformador eléctrico».
Sensación
de tranquilidad. Es probable que una de las sensaciones más llamativas de
aquellas personas que han tenido que afrontar una ECM sea la tremenda sensación
de tranquilidad que suele acompañar a dicha experiencia. Es llamativo el caso
de Carlos. Mientras prestaba su servicio militar otro compañero le apuntó con
su arma creyéndola descargada. Mirándole desafiante y yendo en contra de todas
las reglas que hay que aplicar cuando se lleva un arma, le dijo: «¡A que te
disparo!». Carlos no llegó a contestar, ya que un impresionante ruido atronó el
dormitorio del cuartel y nuestro protagonista cayó hacia atrás: «Me encontraba
como flotando, no había salido del cuerpo, pero una sensación de tranquilidad y
paz me invadió. No sentía el más mínimo dolor. Todo parecía transcurrir a
cámara lenta. Miraba al techo y me encontraba fenomenal». Sin embargo, no
parece que esta sensación pudiese ser mantenida en el tiempo. Carlos no sabe
precisar si fueron segundos o minutos, pero, de manera repentina, todo se
acabó. «Un fuerte dolor se apoderó del pecho y comencé a retorcerme del dolor».
En una de mis publicaciones («Endorfinas, las hormonas del placer») dejaba
claro el mecanismo de acción de estas sustancias, las endorfinas, a la hora de
calmar dolores, sobre todo en traumatismos bruscos como, por ejemplo, una amputación.
Al principio no se nota el dolor, pero momentos después aparece en todo su
esplendor. Entre los numerosos efectos de las endorfinas, que son, en
definitiva, opiáceos similares a la morfina segregados por nuestro propio
organismo, se encuentra precisamente una intensa sensación de bienestar,
somnolencia y pérdida del contacto con la realidad. Si unimos este conocimiento
al hecho de que numerosas ECM son detonadas por acontecimientos fisiológicos
que comúnmente originan dolor (infarto cardiaco, accidente de circulación,
situaciones clínicas extremas, etc.), podría resultar comprensible que la
secreción masiva de endorfinas explicase la sensación de quietud y paz que
numerosas personas refieren haber notado en las ECM.
El túnel.
Si bien lo definimos con esta palabra con la que muchas personas se encuentran
familiarizadas, no es menos cierto que en numerosas ocasiones lo que muchos
dicen ver es luz, más o menos intensa, que parece invadirlo todo. Algunos
neurofisiólogos sugieren que la falta de riego sanguíneo, sea por una
hemorragia o por una disminución de la tensión arterial, produce una carencia
de sangre que va desplazándose de manera paulatina desde el exterior de la
retina hacia el centro, mientras las neuronas, antes de dejar de funcionar, generan
múltiples descargas eléctricas que son interpretadas por el cerebro como un
verdadero fogonazo de luz que, al realizarse concéntricamente en la retina,
podría dar la sensación de avanzar por un túnel o, por lo menos, de ver luz al
final del túnel. Algunas personas a las que he entrevistado ven más bien una
luz brillante que puede ser de tamaño grande o pequeño, de bordes regulares o
todo lo contrario. Este matiz pudiera orientarnos a que el túnel no sea tal,
sino una percepción neurofisiológica que, por ejemplo, al aumentar el tamaño
del punto luminoso parezca que nos adentramos en él. Muchas personas tienen la
sensación de atravesarlo flotando. Otras refieren una sensación de caída, lo
que produce en ocasiones, al volver a la consciencia, un recuerdo desagradable.
El tiempo que dura es variable: para algunos todo parece ir muy lento y otros
lo describen como un fogonazo. El doctor Enrique Vila en su libro Yo vi la
luz sugiere un ingenioso método para conocer la anchura de dicho túnel
preguntando a la persona que lo ha atravesado: «¿Cuántas personas habrían
podido caminar a su lado?». No todas las ECM llegan al final del túnel. A
menudo, al acercarse a la potente luz, el proceso se interrumpe y la persona
siente que vuelve a su cuerpo. La sensación de luz no es solo visual, sino que
se acompaña de sensación de gozo y paz. Algunos entrevistados relataron que la
luz es tan intensa que les impide apreciar, por el deslumbramiento, cualquier
figura que pudiera estar esperándoles al otro lado. El final se ve como una
mancha muy luminosa pero no se aprecia, prácticamente, ningún otro detalle.
La
experiencia extracorpórea (EEC). Suele coexistir con el túnel: la persona
avanza por el túnel de luz mientras nota que sale de su cuerpo. Algunas
personas refieren observaciones en su derredor o por fuera de la habitación
donde agonizan, o incluso técnicamente han fallecido. La persona puede verse a
sí misma como si fuese un mero espectador de lo que sucede. En ocasiones puede
observar cómo se ejecutan sobre su cuerpo todo tipo de procedimientos médicos
para resucitarlo. La persona que se observa a sí misma desde cierta altura
sufre, como es lógico, cierta confusión. Algunos autores, como Vila, sugieren
que la persona intenta volver a dicho cuerpo una y otra vez y, al igual que
hemos visto en las películas de fantasmas, lo atraviesa de lado a lado. Algunos
autores comparan esta experiencia a los viajes astrales. Es muy posible que
exista una base neurofisiológica que justifique este tipo de experiencias.
Ciertas drogas como la ketamina facilitan la experiencia extracorpórea.
Asimismo, ciertos estados cercanos al trance o hipnóticos favorecen esta
sensación.
Encuentros
con personas ya fallecidas. Resulta llamativo que la apariencia de las
personas con las que se encuentran los sujetos durante las ECM no tiene que
corresponderse con la que tenían en el momento de su muerte, ni siquiera en los
años anteriores. Por ejemplo, si nos encontramos con un abuelo fallecido, no
suele presentar el aspecto correspondiente, quizás, a los últimos años o meses
de su vida, sino que su apariencia suele ser buena y saludable, podríamos decir
que idealizada. Vila habla incluso de la posibilidad de que algunas personas se
encuentren con hermanos fallecidos con anterioridad a su propio nacimiento. En
estas experiencias los fallecidos, que nunca conocieron al hermano que está
sufriendo la ECM, llegan a dar explicaciones, por ejemplo, del motivo de su
propia muerte. Este autor también menciona la posibilidad de encontrarse con
parientes que aún están vivos, sin poder hallar una explicación plausible a
dicho fenómeno. Más aún, relata algunos testimonios en los que aparecían
personas desconocidas que, años después, resultaron ser sus propios hijos que
todavía no habían nacido. Por ejemplo, en un caso apareció una niña vestida de
blanco que exigió a la persona que sufría la ECM, por entonces un niño, volver
a su vida terrenal. Cuando le preguntaba quién era aquella niña, dijo que no la
conocía y que no la había visto nunca. Ateniéndonos a la imaginería popular
podríamos catalogarla de ángel. Es un ser presente, de una manera u otra, en
diversas religiones y cuya labor es la de exorcizar el miedo de la persona en
esa situación tan límite, papel que cumplen a la perfección con su mágica y
oportuna presencia. En el caso que acabamos de ver, la entidad vestida de
blanco tranquilizó al niño y le indicó que lo único que tenía que hacer era
volver a su cuerpo. Además, no solo nos encontramos con seres humanos, sino
también con animales. En nuestra experiencia tan solo hay un caso, el de Marta,
gran amante de los animales. Al sufrir una ECM llegó a encontrarse con una de
sus mascotas, fallecida hacía más de una década, que la saludaba con
efusividad, ladridos y abundantes demostraciones de cariño canino. No es menos
cierto que este tipo de manifestaciones pueden causar al lector, igual que a
muchos autores, cierta sensación de estupor, pero tampoco podemos ni debemos
obviar su manifestación, ya que es un fenómeno descrito por varios
investigadores.
Hiperrealidad.
Quizás una de las sensaciones que más sorprende en una persona que ha sufrido
una ECM es la convicción de que todo ha sido no ya real, sino mucho más real
que la realidad cotidiana. Aceptar esta impresión no debe suponer lo mismo que
aceptar que los eventos relatados en las ECM fueron necesariamente reales. Por
ejemplo, algunos autores, como Emily Cook, insisten en que el relato de estas
personas, por muy vívido que sea, no implica, ni por asomo, que tales cosas
hayan ocurrido de verdad. Isabel, que vivió una ECM, lo resumía así: «Yo creo
en el poder de la mente, pero también en la realidad, y aquello fue tan real
como haberme pegado un pellizco en ese momento». Esta hiperrealidad, según los
conocimientos científicos actuales, debería depender de los procesos lógicos
del pensamiento. Lo paradójico del caso es que se produce bajo unas situaciones
fisiológicas en muchas ocasiones extremas, como por ejemplo parada
cardiorrespiratoria, anoxia y otras alteraciones. Greyson, en su elevada
casuística que incluye más de 520 ejemplos, encontró que un 80 por ciento de
los que habían sufrido una ECM indicaban que su pensamiento era más claro de lo
normal o, al menos, igual de claro que lo normal. Justine Owens asegura que
esta claridad mental se daba incluso con mayor frecuencia cuando la persona se
encontraba más cerca de la muerte que cuando no lo estaba.
Respecto a la
certeza de la experiencia, los seres humanos tendemos a seguir la siguiente
fórmula: cuando se combinan dos o más evidencias llegamos a construir una
creencia que constituye un verdadero estatus de prueba blindada para la persona
que la ha experimentado. Por ejemplo, una persona sufre una ECM, completa o
parcial, y posteriormente lee relatos similares a su propia vivencia, con lo
que suele concluir en una idea de certeza, de que todo ha sido real. A pesar
que la experiencia pueda ser única y basada en la propia biografía, no es menos
cierto que existen multitud de elementos que son universales y, querámoslo o
no, la cantidad de relatos es tan grande que siempre habrá alguno con el que
podamos simpatizar.
XXIITÉCNICAS PARA ACERCARSE A UNA ECM
Deberás alcanzar los límites de la
virtud antes de atravesar las fronteras de la muerte.
REFRÁN ESPARTANO
INDUCCIÓN HIPNÓTICA
El psicólogo
Raymond Babb tuvo, en 1989, la idea de intentar reproducir las ECM mediante
procesos hipnóticos. Para ello, durante un curso al que denominó «La psicología
del crecimiento personal», propuso a los alumnos sufrir una ECM mediante
inducción hipnótica. El principal temor que observó en los alumnos fue,
curiosamente, el de morir de verdad durante el intento. Sin embargo, el
experimentador, después de aclarar los límites de la hipnosis e incluso de las
muertes por vudú, decidió intentar acercarse hasta la luz, a ser posible sin
ninguna consecuencia negativa.
El día
señalado fue un acontecimiento importante en la universidad. Muchos de los
estudiantes inmersos en el estudio mostraban sin reparo alguno su ansiedad, a
pesar de que el profesor Babb les había invitado a traer algún familiar o
amistad cercana para que se sintieran más seguros. Los invitados podían tomar
de la mano a las personas que iban a sufrir la experiencia con objeto de
reforzar su percepción de estar protegidos. En cierto modo, el participante
tenía una persona que se quedaba atrás mientras él seguía por el camino
marcado.
Algunos
estudiantes, en las horas previas, llegaron a bromear con la posibilidad de
redactar su testamento. Este tipo de chistes no solamente les ayudó a
enfrentarse a esa hipotética muerte, sino también a controlar la ansiedad. Todo
el proceso era voluntario y cualquier estudiante podía abandonarlo en cualquier
momento. Incluso en algunos momentos ciertos estudiantes fueron invitados a
abandonar el proceso hipnótico para observar a sus compañeros que seguían hacia
adelante.
Parte del
problema principal al que se enfrentaba el profesor Babb consistía en cómo
llevar a los estudiantes hasta un punto a partir del cual pudieran seguir por
sí mismos. Al mismo tiempo tenía que aprender a inducir este estado mental con
la menor dosis de temor posible. El objetivo era llevarlos hasta el límite,
hasta la barrera de la oscuridad, y, en ese momento, cada individuo debía
aceptar sumergirse en la ausencia y seguir el viaje por propia voluntad, lo que
incluía la posibilidad de encontrarse con otros al otro lado. La esperanza del
hipnotizador era que se encontrasen con guías o espíritus que les llevasen
hasta la luz.
La duración de
la sesión hipnótica no fue especialmente prolongada, más o menos unos cuatro
minutos. Una de las razones de tan corta experiencia fue el temor del
experimentador de provocar la aparición de sensaciones negativas que pudieran
traer problemas a los participantes. Asimismo, el profesor Babb también tomó en
consideración que el factor tiempo es muy distinto cuando uno se encuentra bajo
inducción hipnótica, ya que la sensación subjetiva de transcurso del tiempo se
ve alterada.
Al día
siguiente se invitó a los alumnos a escribir las sensaciones y emociones que
sufrieron durante la inducción hipnótica. Los testimonios fueron realmente
espectaculares: «Lo que sucedió es difícil de explicar con palabras […]. Me
deslicé por un túnel […]. La oscuridad se tornó en una niebla gris […]. La
sensación era de amor total […]. Escuché la voz de un hombre como si fuese
telepatía […]. Me encontré con un ser que me invitó a ir hacia la luz […]. Me
dijo que no siguiese adelante y que volviese hacia el lugar de donde provenía
[…]. Me dijo que todavía no era mi hora […]. Fui capaz de aceptar mi propia
muerte, ahora ya sé cómo va a ocurrir». Como se puede apreciar, las expresiones
de las personas que participaron en el experimento son sumamente similares a
las de otros que han sufrido ECM. Ahora bien, ¿qué parte del testimonio fue
inducida y qué parte fue espontánea? O si no, ¿cuáles son las consecuencias
prácticas de este tipo de experimentos?
Quizás
podríamos utilizar este tipo de inducción hipnótica para, por ejemplo, ayudar a
las personas que sufren un miedo patológico a enfrentarse con la muerte.
RESPIRACIÓN HOLOTRÓPICA
Otra manera de
alcanzar estados alterados de consciencia similares a las ECM es el
desarrollado por el psicoterapeuta Stanislav Grof por medio de técnicas de
respiración holotrópica. Este tipo de terapia combina una respiración rápida
con ciertas combinaciones musicales que permiten acceder, por ejemplo, al
momento psicológico cercano al parto, a represiones infantiles o a experiencias
transpersonales.
La disminución
de las defensas psicológicas mediante las técnicas de respiración holotrópica
suelen generarse de manera gradual. Por eso este tipo de terapia siempre es
aconsejable practicarla bajo la supervisión de expertos, de modo que ciertos
materiales que pudiesen encontrarse reprimidos no salgan a flote de manera
inesperada y brusca. Tengamos en cuenta que durante la ejecución de este tipo
de técnicas pueden llegar a aparecer episodios de evolución transpersonal,
como, por ejemplo, experiencias extracorpóreas y, según algunas personas,
supuestas vidas anteriores.
Según escribió
Anton Boisen en 1936, este tipo de experiencias tan llamativas suele ser
relativamente común en personas ya experimentadas en las técnicas de
respiración holotrópica y, de manera muy ocasional, entre aquellos que están
iniciándose en las mismas.
Ciertos
efectos de la respiración holotrópica son similares a los que se obtienen
mediante la ingestión de drogas de tipo psicodélico, como la reducción masiva
de defensas a nivel psicológico que dejan aflorar nuestras pulsiones más
interiores.
ENFERMOS TERMINALES
Nancy Evans,
colaboradora de Greyson, apunta que la mayor parte de los enfermos terminales
no disponen de tiempo para prepararse a afrontar la muerte ni tampoco las ECM,
por lo que propone una serie de pasos. En primer lugar, aprender a escucharles
y contarles algunas cosas acerca de las ECM. Por ejemplo, que les han sucedido
a muchas personas y que no hace falta ser santos para que ocurran. Para
tranquilizarles es fundamental subrayar el hecho que no van a ser juzgados por
su bondad ni por su maldad. Se les debe reafirmar también en la idea de que
algunas personas que se encuentran en estado terminal durante un largo periodo
de tiempo pueden llegar a experimentar una gran sensación de paz, de luz y de
amor intemporal.
Hay que
explicar a los pacientes, con el objeto de prepararles para una posible ECM
estresante, que si notan una sensación de extrañeza es posiblemente por un
proceso de purificación. Si ven criaturas que les son desconocidas, deben
tomarlas como guías y no como demonios. Este proceso se complementa contándoles
relatos de ECM con resultados positivos y recomendándoles que, una vez que
comience el proceso y se encuentren conscientes para enfrentarlo, vayan en
busca de la luz y de la sensación de amor incondicional.
Miles de años
de evolución nos apoyan para enfrentarnos a este tipo de experiencias que nos
intrigan y a menudo aterrorizan.
XXIIIECM TRAUMÁTICAS
Dios no manda a nadie al infierno, más
bien lo hace la propia persona.
ERIK SWEDENBORG
La atención de
los medios de comunicación, e incluso de los profesionales que se dedican al estudio
de las ECM, se centra en las radiantes, luminosas y positivas. Sin embargo, las
personas que necesitan mayor atención, las que han vivido una experiencia llena
de temor, son olvidadas por indeseables. Su experiencia no interesa, es
incómoda de comprender.
No son muchos
los autores que desean sumergirse en este tipo de vivencias. Algunos
investigadores, como Maurice Rawlings, tienden a presentar opiniones sesgadas
desde el punto de vista religioso. Otros, como Atwater, a la que entrevisté
personalmente, carecen en ocasiones de un método científico que respalde sus
afirmaciones. Una de las mejores investigadoras en relación a este tipo de
experiencias es, sin lugar a dudas, Nancy Evans, a quien también entrevisté en
persona. Evans, además de ser una veterana investigadora, sufrió ella misma una
ECM aterradora cuando tenía cerca de veinte años de edad. Evans afirma que
nuestros valores culturales generan la siguiente ecuación:
Placer = paraíso = recompensa =
salud psicológica = positividad = ser buena persona
Por el
contrario:
Dolor = infierno = castigo =
enfermedad psicológica = ser mala persona
Con este tipo
de igualdades, ¿quién es el valiente que admite en público que ha sufrido una
ECM negativa? ¿Y qué les podemos contestar para tranquilizarles?
Sin embargo,
Ring ofrece unos resultados sorprendentes en relación a estos valores
culturales. Por ejemplo, relata el caso de un proxeneta condenado por malos
tratos que, sin embargo, tuvo una ECM muy agradable. Llama la atención, eso sí,
que después de la experiencia reorientara sus valores morales en el mejor
sentido de la expresión. Otro caso similar, citado por Dannion Brinkley en
1994, es el de una persona, asesino profesional en el ejército (sic),
que también experimentó una agradable ECM. Por el contrario, Richard J.
Bonenfant cita, en 2001, el caso de un aparentemente inocente niño de cinco
años, sin ningún tipo de antecedentes psicopatológicos o psicopáticos, que, sin
embargo, padeció una experiencia terrorífica, encontrándose con el mismo
demonio.
Algunos
autores las llaman delicadamente «experiencias menos que positivas», como es el
caso de la doctora Barbara Rommer o Kenneth Ring, quien las llega a denominar
«inversas».
Quizás lo
primero que deberíamos declarar es que la mayor parte de las personas se sienten
aterrorizadas con tan solo pensar en sufrir una ECM. Se pueden describir como
fantásticas, sobrenaturales, encuentros con las divinidades, etc., pero no es
menos cierto que la propia experiencia produce terror en algunas personas, un
miedo a niveles muy profundos de la psique humana.
No existen
evidencias concretas acerca de la frecuencia de las ECM terroríficas. Los
estudios presentan cifras muy variables. Por ejemplo, Christopher M. Bache
maneja cifras que oscilan entre el 1 y el 22 por ciento.
TIPOS DE ECM TRAUMÁTICAS
El estudio de
Greyson-Bush de 1992 distingue tres tipos de experiencias terroríficas:
·
Inversas.
Son aquellas en las que el sujeto ha vivido contenidos paralelos a los de las
experiencias radiantes (luz intensa, revelaciones, presencias, paisajes
maravillosos, etc.), pero que son percibidas por el individuo como
atemorizadoras. La persona se encuentra en una realidad extraña, fuera de
control y que le alarma en extremo.
·
Vacío
total. Generan sensaciones de soledad brutal y de inexistencia.
·
Infernales.
Comprenden encuentros con entidades amenazantes, visiones que se corresponden
con el arquetipo del infierno e incluso percepciones de ser juzgados y de
recibir tormentos.
Rommer ha
descrito una cuarta variedad en la que las personas se sienten profundamente
perturbadas e incluso aterrorizadas por su revisión vital, ya que hacen
especial énfasis en el juicio que se les realiza en el más allá.
Es importante
hacer notar que estas experiencias no siempre son estáticas. En ocasiones ceden
en su parte negativa y se convierten en radiantes, si bien esto no ocurre
siempre. En otras ocasiones, la persona suplica ayuda a un ente divino (Dios) o
a algún familiar por el que siente especial aprecio, con lo que logra acabar de
esta manera la experiencia desagradable.
En cualquier
caso es obvio que una ECM desagradable puede provocar un intenso trauma
emocional. El miedo puede atenazar a la persona. Miedo a ser condenada en la
próxima vida, pero también miedo a contar la experiencia a personas cercanas y
a ser cuestionado por el hecho de haberla experimentado negativamente. El
resultado puede ser devastador: depresión, ansiedad, malestar generalizado.
Atwater
afirma, respecto al contexto emocional de los que han sufrido una ECM
desagradable, lo siguiente: «Muchos muestran un intenso miedo, una confusa
indiferencia o estados de pánico. Si muestran emociones, suele ser a través del
llanto. Muchos se sienten traicionados por la religión. Otros se muestran
resentidos cuando ven en la televisión personas que hablan de su excelente
experiencia, de la luz y de la eterna calidez y amor que exudan aquellos que
parecen haber estado en el paraíso». Este podría ser el caso de María Teresa,
quién me relata: «Ahora tengo treinta y siete años, pero hace veinticinco,
cuando solo tenía doce, sufrí un terrible accidente, me quemé el 95 por ciento
del cuerpo y mi estado era de extrema gravedad. Mientras estaba en coma tuve
una ECM. Mi experiencia fue desagradable, en contra de la mayoría: descendía
rápidamente por un túnel, con una luz cegadora, y aparecí en un campo abierto,
hermoso, con mucha hierba y un sol resplandeciente, pero era un cementerio y
era mi entierro. Estaba en todo lo alto, suspendida, sin cuerpo, solo cabeza,
ojos, labios y oídos. Yo gritaba que esa persona que estaban enterrando no era
yo, que yo estaba allí arriba, pero nadie me oía. Estaban mi madre, mi padre y
médicos y enfermeras con sus batas blancas, y cuando me iban a enterrar, todo
se acabó. Jamás hasta entonces había oído hablar de estas experiencias y lo que
también me llamó la atención es que no me enterraron dos metros bajo el suelo,
sino en estos nichos tipo archivador [encastrados en la pared]. Se lo conté a
mi madre, la única persona que lo sabía hasta ahora».
Me resulta
llamativo como investigador de este tipo de fenómenos que María Teresa es
prácticamente la única persona a la que conozco que ha sufrido una ECM
desagradable y que, al mismo tiempo, comenzó a desarrollar a partir de la misma
una sintomatología psiquiátrica de tipo depresivo: «Sufro depresión desde hace
muchos años y ningún antidepresivo me va bien. No salgo de este círculo
vicioso. He intentado suicidarme dos veces y en la situación en que estoy, de
desesperación, otra vez pienso en el suicidio. No sé qué hacer».
Bache explica
cómo los supervivientes de este tipo de ECM sufren una doble alienación en
nuestra cultura. Por un lado deben convencer a las personas de su entorno de
que han vivido esa experiencia. En segundo lugar y más importante, mientras que
el resto de las personas que han sufrido una ECM dicen haber estado poco menos
que en las puertas del paraíso, este otro grupo de personas tienen que
enfrentarse a duras reflexiones sobre su propia vida. En otras palabras, se
preguntan qué han hecho para que les ocurriese eso. Este tipo de reflexiones
está refrendado por la mayor parte de las religiones lo que, evidentemente,
empeora la situación. Ring indicó que a partir de 1978, después de la
publicación del libro de Raymond Moody Vida después de la vida, una
oscura nube de testimonios impresionantes comenzaron a invadir el panorama
celestial que se había creado hasta ese momento respecto a las historias que
muchas personas habían relatado sobre sus ECM.
Una de las ECM
más traumáticas que me ha llamado la atención es la descrita por Bonenfant en
2001. Se trata de un chico de seis años de edad llamado Scott. El 10 de junio
de 1995, el niño se encontraba junto a su madre y su otro hermano, de nueve
años de edad, cuando todos decidieron comprar un cono de helado. Después de
comprar el helado Scott cruzó la calle justo cuando un coche corría por la
calzada sin apercibirse de su presencia. El impacto fue brutal y el niño voló
como un proyectil de catapulta más de diez metros por el aire. Su madre,
enfermera de profesión, corrió a su lado y descubrió que el niño presentaba
tantas fracturas que, a pesar de que no le veía respirar, no se atrevió a
iniciar las maniobras de resucitación cardiopulmonar. Las lesiones eran
devastadoras: fractura de cráneo, fractura de pelvis, perforación de tímpano y múltiples
laceraciones por todo el cuerpo.
Mientras
tanto, para Scott la experiencia de ECM transcurrió de una forma clásica: entró
en un túnel que a él le parecía como un tornado. Sin embargo, una vez en el
túnel Scott se dio de bruces con lo que él describe como el propio diablo. Esta
entidad habló a Scott con una voz profunda y desagradable, diciéndole: «Eres
malo». También hizo un intento de atraparle. En ese momento el niño se
encontraba totalmente aterrorizado. La sensación era la de ser apartado de la presencia
de Dios. Scott notaba una fuerza poderosa y negativa que emanaba de la
presencia siniestra. La descripción que hizo el niño de ese ser era espantosa:
compuesto de carne pútrida y cubierto de heridas y secreciones viscosas.
El niño no
recuerda cómo fue rescatado de las garras del diablo. Lo que sí rememora es que
durante esos críticos momentos intentaba desesperadamente conservar su fe en
Dios. A Scott le parecía una experiencia similar a la Casa del Terror de
cualquier feria del pueblo.
Poco después
de su alta hospitalaria el niño hizo un dibujo de esa presencia diabólica. Los
pies parecían tener ganchos, las manos pinzas con aspecto esquelético, y una
mucosidad verde le cubría el resto del cuerpo. La cabeza parecía deformada y
con aspecto enfermizo. Cuando el chico hizo el dibujo, los padres advirtieron
que empleaba tanta fuerza con el lápiz que rasgó el papel en varios lugares.
En definitiva,
la cronología que siguió a la ECM fue:
1.
Bilocación
de la consciencia en la escena del accidente.
2.
Observar
el accidente desde un árbol cercano.
3.
Experiencia
extracorpórea en la que era incapaz de abrazar a su madre o de hacerse ver u
oír.
4.
Encontrarse
en un lugar oscuro, de cara a un túnel.
5.
Ver
una figura diabólica una vez en el túnel.
6.
Desplazarse
a lo largo del túnel.
7.
Encontrarse
con un tío suyo ya fallecido.
8.
Encontrarse
con la luz (Dios).
9.
Percepción
de la presencia de un ángel.
10.
Ser
escoltado por un ángel hasta un refugio oscuro.
11.
Recuperar
la consciencia en el hospital.
Quizás las ECM
ponen en jaque una serie de conceptos que manejamos sobre la infancia. Pensamos
que a estas edades todos los pensamientos deben ser inocentes y nos resulta
difícil aceptar la posibilidad de que un niño experimente una ECM traumática.
Bush relató,
en 1983, una ECM que padeció un niño cuando cayó a una piscina en la que casi
se ahogó. La madre aseguraba que el niño no había recibido educación religiosa
alguna. Sin embargo, al despertar comenzó a contar a su madre: «Dios me dijo
que no era mi momento y que tenía que volver. Yo le alargué mi mano, pero él la
retiró. No quería que me quedase. Al volver hacia la Tierra vi al diablo. Me
dijo que si yo hacía lo que él quería, yo podría tener cualquier cosa. Pero no
quise que estuviese molestándome a mi alrededor».
El coste
psicológico de este tipo de experiencias puede ser importante. Por ejemplo, en
este caso el niño se sintió rechazado por Dios y, a la vez, carnaza para una
entidad que él consideraba negativa: el diablo. Es decir, es una experiencia
que típicamente debería ser asesorada y tratada a posteriori por algún
profesional de la psicología.
En las
primeras publicaciones sobre ECM, y particularmente en las de Raymond Moody,
que fue uno de los primeros autores en popularizar este tipo de conceptos, no
se llegaron a describir situaciones traumáticas o infernales, sino más bien
situaciones del todo paradisíacas, regidas por el placer y la bondad. El propio
Moody afirma que «en todo el material que he recogido nunca nadie me ha
descrito algo similar a lo que podríamos llamar un infierno». Sin embargo,
algunas personas que, si bien no experimentan algo ni paradisíaco ni tampoco
infernal, sí que viven una experiencia que se encuentra reflejada en los textos
sagrados de muchas religiones y que coloquialmente podríamos denominar
purgatorio. Es el caso de Joaquín cuando narra la experiencia vivida por su
hermano con posterioridad a una parada cardiaca que, supuestamente, iba a tener
repercusiones neurológicas: «Quedó en coma profundo y los médicos dijeron que
ni volvería a andar ni hablaría ni nada. Prácticamente esperaban que se
convirtiera en un vegetal, pero al despertar comenzó a hablar y mandó llamar a
sus familiares y les contó su experiencia. Una de las cosas más curiosas es que
estuvo en un lugar que él denominó como el “purgatorio”. Un lugar donde
deambulaban muchas personas perdidas. Es más, permaneció allí muchos días en
ese estado sin encontrar a nadie con quien hablar. Las personas deambulaban sin
más en un espacio en penumbras. Finalmente pudo ver una luz a lo lejos y se
encaminó hacia ella. Durante ese tiempo pudo reflexionar sobre su vida pasada.
Curiosamente, al llegar a la luz despertó en el hospital con gran alegría».
Una vez más,
después de superar la experiencia, el hermano de Joaquín, al igual que muchos
otros miles de personas que han pasado por este tipo de experiencias, sufrió
una conversión religiosa desde el más profundo ateísmo.
El primer
investigador que llamó la atención a la comunidad investigadora sobre ECM
aterradoras fue el cardiólogo Maurice Rawlings, en 1979, quien afirmó que
prácticamente la mitad de las ECM que él había recogido presentaban contenidos
cargados de miedo por parte de los que las habían experimentado. Sin embargo,
otros investigadores intentaron recoger los mismos resultados sin el mismo
éxito. Cuando fracasaron en su misión, Rawlings dijo que probablemente muchas
de las experiencias negativas acababan volviéndose positivas y que, asimismo,
podrían ser numerosas las personas que solo recordaran los aspectos positivos
de su propia ECM.
¿Qué tipo de seres somos que
podemos sentir de manera tan profunda que el sentimiento por sí solo nos recrea
el paraíso o el infierno?
Jambor,
1997
Bruce Greyson
es particularmente duro en su crítica al cardiólogo Rawlings, debido en parte a
la chapucera recogida y presentación de los casos. El proceso estadístico se
encontraba ausente en dicho estudio y sus descripciones eran demasiado
superficiales. Incluso su perspectiva carecía de objetividad y estaba llena de
una profunda moral cristiana que oscurecía la perspectiva científica. A pesar
de todo, Greyson reconoce que algunas personas no presentaron la típica ECM,
con sus etapas clásicamente distribuidas, sino que en ocasiones la ECM presenta
determinados patrones que quien los vive parece haber acabado en el infierno.
El psicólogo
Charles A. Garfield se dedicó a estudiar las ECM de 47 pacientes que padecían
cáncer. Las vivencias alternaban entre paradisíacas e infernales. Entre estas
últimas abundaban las de flotar en el vacío, sentirse atrapados en un túnel o
ambas cosas al mismo tiempo. Pero no fue solo este investigador quien afirmó la
existencia de ECM de desarrollo terrorífico. Gallup y Proctor encuestaron, en
1982, a un gran número de estadounidenses descubriendo que al menos un 1 por
ciento de los interrogados había sufrido ECM desagradables. En algunos casos se
habían visionado caras terroríficas o entes que producían alteraciones
emocionales, sentimientos de confusión acerca de la experiencia, sensación de
destrucción o bien temor acerca de la finalidad de la muerte. Sin embargo,
estos mismos autores piensan que quizás ese 1 por ciento de personas que dicen
haber tenido una ECM negativa no hacía otra cosa que evitar la interpretación
positiva de su ECM.
En el año
2001, un profesor suizo de estudios religiosos, Hubert Knoblauch, acompañado de
dos estudiantes que colaboraron con él, publicó varios datos sobre personas que
habían sufrido ECM en Alemania, observando que su frecuencia era del 4 por
ciento. Este equipo también prestó atención a importantes diferencias entre los
sujetos según hubieran vivido en la Alemania oriental u occidental. En esta
última, la occidental, un 60 por ciento había tenido experiencias positivas
frente a un 29 por ciento de negativas. Mientras tanto, de los pacientes de la
antigua Alemania oriental tan solo un 40 por ciento reportó experiencias
positivas frente a un 60 por ciento de negativas. Los autores concluyeron que
no cuenta solo la interpretación de lo que la persona ha vivido durante su ECM,
sino que también el contenido de la misma se encuentra culturalmente
construido.
EXPERIENCIAS
PARADISÍACAS VERSUS TERRORÍFICAS |
|
Paradisíacas |
Terroríficas |
Seres
amables |
Apariciones
amenazantes |
Entornos
bellos y entrañables |
Entornos
horrorosos |
Conversaciones
y diálogos |
Amenazas,
gritos, silencios |
Sensación
de amor universal |
Peligro,
violencia, tortura |
Sensación
de calidez, paraíso |
Frío o
calor extremos |
Túnel que
conduce a la luz |
Túnel no
acaba nunca y se estrecha |
Sensación
de generosidad |
Sensación
de culpa |
Mejor
integración a la vuelta |
Ansiedad y
malestar |
Fuente: Greyson (2009), modificado y
ampliado por el autor.
La psicóloga
inglesa Margot Grey dedica un capítulo completo en uno de sus libros a las
experiencias negativas de las ECM: «Usualmente caracterizadas por una sensación
de miedo extremo o pánico […]. Una intensa sensación de soledad que se acompaña
de un gran sentimiento de desolación». Esta misma autora distingue un tipo de
experiencias a las que denomina como infernales y que poseen las siguientes
características: «Una sensación de ser arrastrado por fuerzas diabólicas que,
en ocasiones, son identificadas como fuerzas de la oscuridad. A este nivel son
frecuentes las visiones de criaturas demoníacas que amenazan a la persona,
mientras que otros relatan ataques por seres invisibles o figuras que carecen
de cara o bien van cubiertos con capuchas. La atmósfera puede ser intensamente
fría o insoportablemente cálida. También suele resultar frecuente escuchar
sonidos como de almas en pena o bajo tormento. También se pueden escuchar
sonidos similares a bestias salvajes. Ocasionalmente, algunas personas reportan
situaciones que se asemejan mucho a un infierno arquetípico, con encuentros con
una figura diabólica».
Basándose en
este tipo de encuentros, Greyson ha descrito ciertas secuencias de eventos que
incluyen miedo y sensación de pánico, experiencias extracorpóreas, entrar en
una especie de vacío oscuro, la sensación de encontrarse con fuerzas demoníacas
y, por último, entrar en un entorno infernal. Atwater, por su parte, sugiere
que las ECM terroríficas pueden ser estructuradas a partir del inconsciente del
sujeto que las vive, y que las variaciones de detalle entre los distintos
relatos reflejan más bien el resultado de su traducción psíquica que de leyes
físicas. Se ha encontrado en los entrevistados una serie de sensaciones muy
diversas: apariciones de seres carentes de vida, paisajes desolados, sensación
de ser amenazado, gritos o silencio, posibilidad de estar en peligro, ser
blanco de violencia o tortura, sensación de frío, alteraciones lumínicas,
sensación de ser atacado, miedo, ansiedad, sensación de tener que defender la
propia vida para seguir vivo, flashbacks ocasionales de escenas
terroríficas, etc.
Atwater
asegura que las ECM desagradables suelen ser experimentadas por personas con
profundos sentimientos de culpa, miedo o ira, o por los que esperan algún tipo
de castigo o juicio después de la muerte. En sus estudios esta autora encontró
105 casos de personas que habían tenido ECM desagradables entre un total de 700
sujetos, lo que constituye una proporción importante.
Otros
investigadores como Bruce Greyson y Nancy Evans analizaron 50 ECM terroríficas,
llegando a distinguir tres tipos distintos:
1.
ECM
prototípica interpretada como terrorífica debido a pérdidas de control del ego.
2.
Experiencias
de no existencia o vacío en las que la persona se siente condenada para la
eternidad.
3.
Experiencias
acompañadas de imaginería diabólica con descripciones de entornos infernales,
demonios amenazantes o sensación de ser arrastrados a oscuros pozos.
Kenneth Ring
no encontró casos de ECM terroríficos en sus primeros estudios, pero más tarde,
a partir de 1984, admitió que quizás un 1 por ciento podría sufrirlas. Años más
tarde, en 1994, concluyó: «Las ECM terroríficas son ilusiones fantasmagóricas
generadas por el ego en respuesta a la amenaza de su propia e inminente
aniquilación». Aseguraba que los investigadores deberían considerar este tipo
de experiencias como de incalculable valor tanto para el individuo como para la
sociedad. Ring llega a una sorprendente conclusión: si prácticamente el único
factor que se presenta en las ECM es una luz a la que las personas se rinden
hasta el punto de volverse permeables a la misma, entonces las experiencias que
no se presentan con esta luz tan favorable y que muestran aspectos terroríficos
no serían, por definición, verdaderas ECM. Para Ring, las ECM terroríficas
reflejarían el hecho de que el infierno no es otra cosa que «una experiencia en
la que se separa de manera ilusoria el ego mientras sufre una batalla fantasmal».
En una
conversación personal con Atwater, en el año 2011, esta investigadora me
aseguró que hasta un 15 por ciento de los adultos y un 3 por ciento de los
niños podrían haber padecido ECM traumáticas.
REACCIONES PSICOLÓGICAS A LAS ECM
TERRORÍFICAS
En nuestra
experiencia personal encontramos un mayor número de personas que se encuentran
dispuestas a relatar su ECM positiva respecto a los que la han vivido de forma
negativa. En ocasiones, estos últimos comienzan a contar su vivencia, pero, a
medida que avanzan en el relato, a menudo comienzan a tartamudear o su lenguaje
corporal les delata por sus posturas incómodas. Finalmente, la mayor parte opta
por interrumpir la entrevista e intenta posponerla para otro día. Son numerosos
los autores e investigadores de estos temas que han advertido el mismo
comportamiento en las personas que han sufrido una ECM negativa. Por ejemplo,
Charles P. Flynn observaba, en 1986, que muchas personas que habían sufrido una
ECM negativa sencillamente decían: «¡Disculpe, me tengo que ir!», y no volvía a
saber de ellos.
Una vez que se
padece una ECM devastadora se puede optar por reprimir su recuerdo o, por el
contrario, intentar buscar un significado a largo plazo. A corto plazo la
sensación es de «¿qué ha sido eso?». Nancy Evans distingue tres tipos de
respuesta:
1. El
cambio: «Yo necesitaba eso». La respuesta clásica a las experiencias
espirituales profundas es la conversión. No necesariamente se refiere a cambiar
de religión, sino de vida. Las personas con una vida interior rica y reflexiva
consideran este tipo de experiencias como una advertencia acerca de su estilo
de vida. Este perfil de personas es capaz de identificar conductas de su vida
que no han sido satisfactorias y que, a partir de ese momento, deben
experimentar un cambio positivo.
Después de morir mis prioridades
cambiaron. Ahora sé, definitivamente, que el infierno existe. Tampoco quiero
que nadie sepa que estuve en el infierno.
Raquel
Este tipo de
reflexiones no se dan necesariamente en personas con sentimientos religiosos.
En realidad, muchos presentan comportamientos antisociales como, por ejemplo,
uso de drogas, alcoholismo, problemas con la ley, etc. Curiosamente, mientras
que las personas que han sufrido una ECM satisfactoria sufren transformaciones
sobre todo de índole espiritual, aquellas cuyas ECM han sido malas suelen
abrazar, según Evans, algún tipo de religión y tornarse militantes en la misma.
El sentimiento general es que la vida les ha dado una segunda oportunidad.
2. Reduccionismo:
«Esto es solo una alucinación». La mayor parte de los reduccionistas creen en
la evidencia pura y dura, en los hechos que se puedan replicar. El trabajo de
los profesionales en este campo es loable y, en términos clínicos, es lo más
adecuado para alcanzar una finalidad determinada. Sin embargo, el reduccionismo
aplicado a las ECM puede ser contraproducente. Algunos científicos, cuando
observan que una experiencia no puede ser claramente definida dentro de una
categoría, prefieren desecharla o incluso hacer como si no hubiese ocurrido.
Asimismo, algunas personas que han experimentado una ECM se sienten más cómodas
buscando explicaciones al fenómeno en publicaciones de tipo científico, sin
realizar ningún tipo de reflexión acerca de lo que les ha sucedido.
Evans menciona
el caso de una persona que había sufrido una ECM muy agradable y que, pocos
años después, sufrió otra, esta vez con componentes muy negativos. Llegó a
consultar con un abogado para acusar al médico y al hospital de mala praxis, ya
que intuía que todo había sido producto de algún ineficaz tratamiento. Incluso
después de averiguar que pueden producirse reacciones similares por la
aplicación de drogas durante la anestesia, interpretó que todo había sido una
reacción debida a la medicación, obviando que, en tal caso, también la primera
ECM, la agradable, pudo haber sido producto de otra droga. Kenneth Ring apunta
a que algunas experiencias muy desagradables, pero no por ello menos reales,
parecen ser reacciones inadecuadas a la anestesia. Para un individuo que vive
una ECM terrorífica la respuesta de que es solo una reacción a la anestesia
puede tranquilizar de manera transitoria y enmascarar la ansiedad, pero no
resolverá su problema y permanecerá lleno de temores si no explicamos el
proceso completo de la ECM.
3. Largo
recorrido: «¿Qué es lo que hice para merecer esto?». Mientras que los que
pasan por una conversión encuentran cierto significado y una relación entre sus
creencias y la ECM, y los reduccionistas encuentran al menos cierta
satisfacción mínima, hay un tercer grupo que no encuentra respuestas o
significados a su experiencia, particularmente aquellos que han vivido la
sensación del gran vacío.
La impresión
que les queda a estas personas es que la ECM les persigue en su dimensión más
existencial mientras intentan buscar una explicación desde los terrenos
intelectual y emocional. Desde el punto de vista intelectual, les resulta
imposible aceptar lo que les ha sucedido. «Después de mi única ECM traumática y
durante veintiséis años me ha perseguido el miedo a la muerte. Tan solo dejó
horror en mi mente, ataques de ansiedad, depresión y sentimientos de
despersonalización», cuenta un paciente de Evans, en 2002. Este mismo
investigador recoge otro testimonio estremecedor: «Nadie estaba ahí, ni
siquiera Dios».
De los tres grupos
este es, quizás, el de más difícil abordaje terapéutico. Los profesionales que
intentan tratar desde el punto de vista psicológico a estas personas encuentran
muchas dificultades para tratar el tema o bien dejan al paciente con
sentimientos de culpa. Otros, por el contrario, son invadidos por sentimientos
románticos acerca de la experiencia, pero son incapaces de tratar su lado más
oscuro. A partir de ese momento las personas traumatizadas comienzan a sentirse
saturadas de preguntas: ¿qué hice para merecer esto? ¿Cuál es la verdad de la
existencia? ¿Qué he hecho mal? ¿Cuáles son las reglas? Muchos tienen la
sensación de que han seguido las reglas y aun así les ha ido mal.
¿POR QUÉ OCURREN LAS ECM TERRORÍFICAS?
La propia Nancy
Evans admite que nadie lo sabe. Abundan las teorías, pero realmente nadie
conoce por qué en ocasiones las experiencias son maravillosas, tanto que cambia
la vida positivamente, y en otras la experiencia es angustiosa y terrorífica.
Una de las
razones por las que este tipo de experiencias tiene tanta repercusión social es
por su similitud con las descripciones tradicionales acerca del paraíso y del
infierno. Si reflexionamos acerca de esta idea, podríamos llegar a pensar que
quizás es al contrario. Es decir, personas que en su día, hace miles de años,
tuvieron una ECM y sobrevivieron sirvieron de punto de partida para reflejar en
los textos sagrados de prácticamente todas las religiones sus vivencias.
No podemos
abstraernos a una influencia cultural de miles de años. A día de hoy, en pleno
siglo XXI,
una gran parte de la humanidad sigue creyendo que al final tendremos lo que nos
merecemos. Es decir, el concepto de paraíso o infierno se encuentra a la vuelta
de la esquina en nuestro subconsciente. Una vez que la persona ha tenido una experiencia
terrorífica cree, evidentemente, que ha sido juzgada.
Evans apunta
un hecho curioso acerca de la forma en que juzgamos a los que han tenido una
ECM. Mientras que a las personas que han vivido una experiencia radiante y
llena de luz las felicitamos y empatizamos con ellas, por el contrario a los
que han pasado por una experiencia traumática los sometemos a un cruel
escrutinio de su vida, de su conducta íntima y personal e incluso de sus
creencias, así como de su salud mental. Huelga decir que la mayor parte de los
casos se contempla desde un punto de vista negativo, ya que siempre se
encuentran zonas oscuras en la vida de toda persona. Evans afirma con
rotundidad que, a pesar de lo que muchas personas creen, incluidos científicos
y estudiosos del tema, no existe ninguna correlación entre creer, por ejemplo,
en un Dios vengativo y sufrir una ECM negativa, como tampoco ocurre lo
contrario.
Atwater afirma
que este tipo de experiencias las suelen sufrir personas que tienen culpas
reprimidas o temas pendientes en su vida. Rommer, por su parte, dice que hay
tres razones que pueden causar este tipo de experiencias traumáticas. La
primera de ellas sería que la persona se ve así obligada a reevaluar su vida y
cambiar de dirección. La segunda serían temores, justificados o no, previos a
la experiencia. La tercera causa es que si la persona piensa continuamente que
merece el infierno, al final es lo que se encuentra. No obstante, este autor no
respalda sus afirmaciones con un trabajo estadístico de campo.
El genial
psicoterapeuta Stanislav Grof condensa varias ideas existencialistas afirmando
lo siguiente: «Se comprende hoy en día que [las ECM] son estados de experiencia
que se repiten de manera regular cuando nos enfrentamos a la muerte biológica.
En vez de ser [nosotros] unas extrañas e inútiles piezas de conocimiento, la
idea de infiernos y paraísos nos provee de una rica cartografía de mundos
llenos de experiencia a los que cada uno deberá llegar en algún momento del
futuro. Evitarlos o evitar rendirse son los dos mayores peligros a los que se
enfrenta una persona moribunda». De hecho, afirma este autor, la literatura
universal está plagada de libros que preparan al ser humano a enfrentarse a lo
inevitable. Por ejemplo el Libro egipcio de los muertos, el Libro
tibetano de los muertos y el europeo medieval Ars Moriendi, que
ya hemos citado. Su función era clara: advertir a los humanos para que no
utilicen mecanismos de negación y mueran sin estar preparados. Más aún, como el
mismo Grof dice: «Sirven para proporcionar a los moribundos una oportunidad
para liberar aquellos estados espirituales que desarrollaron durante la vida».
En una sociedad como la nuestra, donde la negación de la muerte es el
denominador común, resulta fácil entender que la mayor parte de las personas
vayan sin preparar hacia una experiencia que les puede resultar terrorífica.
Por ello, como bien dice Grof, la existencia de «cartas náuticas» puede ser de
inestimable valor si sirven como referencia para ese momento final.
Para poder
contestar sólidamente a la pregunta del porqué y cómo ocurren las ECM
terroríficas, la filósofa polaca Mishka Jambor cree que es fundamental
responder a siete preguntas en las investigaciones futuras:
1.
Cuando
son tantas las personas que tienen miedo la muerte y a la disolución del ego,
¿por qué son tan pocas las que sufren una ECM terrorífica?
2.
¿Por
qué los contenidos temáticos acerca de las ECM terroríficas son tan escasos?
3.
¿Es
la muerte del ego suficiente para trascender al horror y al dolor? O, por el
contrario, ¿la muerte del ego explicaría el encuentro con otras realidades
tanto placenteras como displacenteras?
4.
Si
la evaluación trascendental (nuestra) es la tarea sublime más allá de la
inmersión en la felicidad, ¿cómo se podría lograr esta o ser vivida?
5.
¿Cuál
es la esencia de la rendición espiritual? ¿Tiene algo que ver con enfrentarse
al abismo?
6.
¿Son
la visión cristiana o la budista, respecto al dolor, válidas para purificarse?
¿Qué es lo que se purifica? ¿Es la purificación otro nombre para desprenderse
de los conceptos sensoriales y conceptuales (creencias y visión del mundo) de
la vida terrenal?
7.
¿En
qué momento nos llenamos de ese verdadero amor y compasión? ¿Podrían las
investigaciones relacionadas con las ECM contribuir a aclarar los debates
milenarios sobre la naturaleza de lo bueno y de lo malo?
LA OSCURIDAD
Tradicionalmente,
en términos religiosos, han existido la oscuridad y el miedo como
intermediarios de un contacto con Dios. Teresa de Jesús refiere que, estando un
día arrebatada en espíritu, Dios se dignó asegurarle su eterna salvación si
continuaba sirviéndole y amándole como lo hacía. Y para aumentar en su fiel
sierva el temor del pecado y de los terribles castigos que trae quiso dejarle
entrever el lugar que habría ocupado en el infierno si hubiese continuado con
sus inclinaciones al mundo, a la vanidad y al placer: «Estando un día en
oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida
en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios
allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo
espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible poder
olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho,
a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua
como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al
cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, a
donde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era delicioso a la vista en
comparación de lo que allí sentí: esto que he dicho va mal encarecido». Teresa
de Ávila estaba, evidentemente, acostumbrada al lenguaje y el entorno
religiosos, por lo que pudo fácilmente integrar sus encuentros con lo
desconocido, algo muy distinto a lo que ocurre hoy en día con la mayor parte de
las personas embebidas del mundo materialista.
Si tomamos en
consideración a los clásicos no podemos evitar mencionar a Carol Zalesky, que
enseña religión en el Smith College y se ha dedicado a buscar y encontrar
descripciones de ECM en la historia de diversas religiones universales, e
incluso a partir de narraciones medievales. Desde una perspectiva religiosa, de
teorías científicas y culturales e incluso tomando en consideración el papel y
la formación del propio investigador, llegó a identificar cuatro tipos de ECM:
1.
Las
comunes propias de los diálogos de Gregorio el Grande, historias llenas de
milagros que traducen señales del cielo y que nos traen mensajes e información
del más allá. Se podría decir que las ECM clásicas y que son del dominio
público pertenecerían a esta categoría.
2.
Historias
más propias del siglo XVIII que siguen un patrón de
muerte, resurrección y conversión. Son propias de San Pablo, pero a muchas
personas hoy en día les sucede algo similar.
3.
Viajes
propios del Apocalipsis. Se encuentran llenas de revelaciones, de maravillas y
de escenarios del futuro.
4.
Peregrinas.
La persona viaja y se encuentra con muchas escenas y paisajes.
Zalesky
apunta, con cierta extrañeza, la falta de escenarios negativos en las personas
que refieren haber tenido una ECM ya que, por ejemplo, en la Edad Media o
incluso en la mitología universal existen numerosas historias repletas de
elementos propios de la salvación, pero también del purgatorio, mientras que
las modernas, según Zalesky, parecen moverse todas en la misma dirección: de la
oscuridad a la luz, del infierno al paraíso. Según concluye, de manera muy
inteligente, es muy posible que ciertos autores, a través de sus preguntas,
ayuden a construir las respuestas y de esta manera den forma involuntariamente
al testimonio de la persona. Además, los investigadores, a base de contar y
recontar la historia pueden acabar modelándola a su antojo para uso didáctico o
literario lo que, evidentemente, produciría una degradación notable de la
historia original.
¿QUÉ HACER? APROXIMACIONES TERAPÉUTICAS A
PERSONAS CON ECM TERRORÍFICAS
Lo primero que
hay que hacer es esperar a que pasen las primeras reacciones de pánico, de
manera que podamos abordar el problema desde un punto de vista cognitivo. En
segundo lugar debemos, según Evans, asegurar a la persona una serie de
cuestiones:
1.
No
existe ninguna evidencia de que la gente buena tenga siempre experiencias
positivas, mientras que la gente mala viva siempre experiencias negativas.
2.
Existen
ciertas evidencias, basadas en trabajos terapéuticos, de que una experiencia
inicial terrorífica puede finalmente convertirse en positiva mediante la ayuda
profesional adecuada.
3.
Las
principales figuras sagradas de todas las religiones sufrieron experiencias
espirituales similares y supieron superarlas.
4.
La
sensación de vacío es considerada tradicionalmente como la experiencia última
dentro de las prácticas espirituales. Muchas personas luchan durante años para
poder alcanzarla.
5.
Reconocer
que los occidentales, con nuestros conceptos del yo y de la realidad, sufrimos
la experiencia con mucha mayor intensidad respecto a los orientales, para los
que el concepto de ambas cosas resulta meramente ilusorio.
6.
Neutralizar
la intensidad emocional echándola literalmente hacia fuera. Alex Lukeman
recomienda escribir la historia y, posteriormente, leerla en voz muy alta al
menos tres veces.
Una vez
superados los traumas iniciales y asumiendo que no existe patología alguna,
podría comenzarse algún tratamiento psicoterapéutico, sobre todo cuando existe
fragilidad emocional. A medida que transcurra el tiempo y si la experiencia no
ha sido reprimida demasiado profundamente, la persona puede explorar otras
interpretaciones distintas a las iniciales. Como es lógico, si dichas
explicaciones derivan por caminos religiosos, entonces se tendrán que aceptar
explicaciones más allá de lo simplemente literal.
Buscar la espiritualidad es
peligroso. Buscar la verdad supone experimentar dolor y oscuridad y, al mismo
tiempo, encontrar la luz blanca y clara.
Eichmann,
1991
Muchas
preguntas serán dirigidas de forma directa al terapeuta. Posiblemente, algunas
de ellas estarán cargadas de rabia hacia un dios y su correspondiente religión.
Debemos tener claro que una ECM aparentemente disfuncional no es otra cosa que
una experiencia espiritual distinta a las demás. Entonces la pregunta cambia
desde «¿por qué me sucedió esto justamente a mí?, a ¿qué significado le puedo
encontrar yo a mi experiencia?».
Desde el nivel
profesional conviene comenzar a identificar de manera individual aquellos
factores que, aparentemente, desataron esa desagradable experiencia: ¿qué
estuvo fuera de control?; ¿qué amenazas fueron las percibidas? Así se podrá
trabajar sobre ellas desde el punto de vista psicoterapéutico. Formarse
profesionalmente sobre el mundo de los sueños también puede ayudar a descifrar
el mundo simbólico encontrado durante esa ECM.
Lukeman
recomienda siete claves para lograr una mejoría en el caso de las pesadillas.
Evans asume que podrían ser útiles a la hora de enfrentarse a ECM traumáticas:
1.
Darse
cuenta de que la experiencia no ocurrió simplemente para que usted tuviese
miedo. Tiene un significado y un propósito.
2.
Todos
tenemos una habilidad innata para comprender y asimilar una experiencia de este
tipo.
3.
No
tenga miedo de mirar a imágenes horribles ni piense que estas imágenes poseen
un significado especialmente dañino para usted.
4.
Juegue
a ver su experiencia con cierta objetividad, si es posible sin emociones.
5.
Si
usted llega a conocer su significado obtendrá dos buenos resultados: no volverá
a tener el mismo sueño otra vez y su interpretación tendrá resultados prácticos
en su vida real.
6.
Recuerde
que las pesadillas pueden abrir puertas hacia la sanación tanto en la esfera
psíquica como en la física. Verdaderamente son un regalo de su subconsciente.
7.
Relájese
mentalmente, genere asociaciones libres, sentimientos y memorias.
Dentro del
terreno de la propia simbología, el terapeuta debe escoger los significados que
sean más favorables para el paciente. Por ejemplo, si bien el fuego es
considerado generalmente como una de las peores suertes de castigo, puede ser,
por el contrario, reinterpretado como un símbolo de purificación y limpieza,
así como de renacimiento. Asimismo, la oscuridad tampoco debe ser interpretada
como propia de un estado infernal sino, como bien apunta el teólogo Hans Kung,
puede ser una metáfora acerca de la amenazante posibilidad de que la persona
haya perdido el significado de su vida. Es decir, que al igual que los sueños,
una experiencia de este calibre puede significar no el final de la vida física
sino, quizás, el fin de una fase y el comienzo de otra totalmente nueva. El
vacío podría traducirse como el abandono total. Por el contrario, la visión de
figuras satánicas posee significados ancestrales con un abanico simbólico tal
que se presta a multitud de interpretaciones.
Para Evans, la
recomendación final es la de educarse al respecto: leer, estudiar y formarse.
Leer psicología transpersonal, historia de la ciencia, filosofía, la Biblia,
el Corán o el Baghavad Gita, física y metafísica, teología
contemporánea, etc. Es decir, si usted es una persona espiritual, aprenda
ciencia. Si usted adora la ciencia, lea sobre mística. No lea solo sobre ECM ni
sobre New Age ni tampoco lecturas exclusivamente religiosas. Desconfíe de los
que insisten en tener la verdad absoluta sobre este tema. No siga a ningún gurú
que afirme haber desarrollado una serie de respuestas a tantas preguntas
inconclusas. Tampoco se adhiera a ningún grupo que, posteriormente, le
dificulte salir del mismo. El crecimiento espiritual no se compra con dinero.
Sin lugar a
dudas debemos generar un nivel superior de comprensión y replantearnos si el
dolor equivale a un castigo, si el sufrimiento es intrínsecamente malévolo o la
oscuridad posee connotaciones negativas. La identificación y el crecimiento
personal, particularmente en el mundo simbólico de cada uno, ayudarán de forma
positiva a las personas que han vivido ECM a comprender el gran misterio que
hemos compartido desde el principio de la humanidad.
Michael Grosso
piensa que es posible que el hombre moderno haya perdido el contacto con los
símbolos curativos y las energías de lo más profundo de su psique que nos
ayudan a manejar la muerte y el propio proceso de morir. Quizás necesitemos más
información para reestablecer ese vínculo mágico, para poder identificar esas
ideas y conductas que nos pueden ayudar a enfrentarnos a la muerte.
PERSPECTIVA NEUROFISIOLÓGICA
Desde este
punto de vista hay autores, como Todd Murphy, que apuestan que el lóbulo
temporal y el sistema límbico, tradicionalmente relacionados con los estados
emocionales, podrían estar involucrados en las ECM. Respecto a las ECM
traumáticas, este autor postula que podrían darse una serie de
«lateralizaciones afectivas» del lóbulo temporal, dado que el córtex temporal
derecho se encuentra especializado en emociones positivas y el izquierdo en
emociones negativas como, por ejemplo, el miedo, la pena y el terror. Esta
lateralización podría explicar que, en ocasiones, dependiendo de la influencia
del córtex derecho o izquierdo, se generasen sensaciones positivas o negativas.
Sin embargo,
Greyson no cree que la separación de las emociones positivas y negativas se
encuentre tan claramente diferenciada respecto al supuesto lóbulo o córtex que
las origine, y que todavía se necesita mucha investigación de corte científico
para llegar a tan rotundas conclusiones.
XXIV¿ALUCINACIONES O ECM?
Nada está en el intelecto que no haya
estado primero en los sentidos.
JOHN LOCKE
Algunos autores,
como Dell’Olio en 2009, afirman que las ECM son indudablemente verificables ya
que, en primer lugar, la persona que vive la experiencia lo hace de forma tan
vívida como la propia realidad. En segundo, la experiencia parece repetible, de
manera que otros, en su misma situación, experimentarían los mismos síntomas. Y
por último, entre los que las han vivido existe un sentido de certeza
fenomenológica en relación con la propia experiencia.
Entonces, ¿por
qué no se acepta este tipo de experiencias como verídicas? Quizás la razón
principal es que si las ECM son verdaderas entonces se producirían importantes
conflictos con la naturaleza dominante de la realidad, que es el materialismo.
Hemos
revisado, en capítulos anteriores, las posibles razones que los científicos
materialistas apuntan para explicar la generación de las ECM. Sin embargo,
existen argumentos contrarios para cada una de estas explicaciones. En primer
lugar, las ECM se presentan de forma más ordenada y vívida que los sueños o que
las alucinaciones en general. Por otra parte, muchos de los protagonistas no se
encontraban, al contrario de lo que muchos afirman, bajo el efecto de ninguna
medicación o anestesia, y otros presentan niveles de oxígeno plasmático dentro
de los límites normales. Asimismo, si las ECM fuesen producto de las
endorfinas, el sujeto no presentaría estados de alertada tan marcados. Además,
la persona que experimenta una ECM no suele presentar ansiedad, confusión o un
sentido distorsionado de la realidad como los que suelen acompañar a las
alteraciones del lóbulo temporal o a los que experimentan una privación
sensorial. Pero quizá lo más importante y lo más llamativo es la claridad y la
lucidez, exactamente lo contrario a lo que podríamos esperar de alguien a quien
se le escapa la vida, con un cerebro moribundo.
Otra
característica importante que apunta a que las ECM no conciernen al reino de
las alucinaciones es que son numerosos los sujetos que no pertenecen a ninguna
religión y que, sin embargo, viven experiencias con contenidos muy similares a
los de los que sí lo son. Incluso personas que pertenecen a una determinada
religión presentan visiones que no tienen relación alguna con sus propias
creencias, lo que les provoca importantes conflictos de conciencia.
Si vemos las ECM
desde la perspectiva que ofrece William James en 1958, en su libro Las
variedades de experiencias religiosas, en relación a las experiencias
místicas, podríamos decir que solo los que las han vivido tienen la autoridad
suficiente como para poder referirse a las mismas. Tampoco sería irracional que
terceros creyesen en las experiencias de los que las han sufrido. Por supuesto
que todos deseamos corroborarlas de una manera objetiva en vez de ser un simple
acto de fe, pero ¿quién mejor para hablar de las ECM que los que las han
vivido?
Un punto de
vista materialista para explicar las ECM es que cada uno de los síntomas puede
ser perfectamente localizado en áreas muy concretas del cerebro. Si bien esto
no es así, aunque lo fuese no dejaría de ser menos interesante, ya que aunque
podamos localizar el lugar exacto del cerebro donde se vive la experiencia
fenomenológica, ello no implicaría una negación de la misma. Por ejemplo, el
hecho de que usted esté leyendo estas líneas y que su contenido esté siendo
procesado en un lugar del cerebro que podemos localizar perfectamente no quiere
decir que podamos negar la experiencia de que usted está leyendo. Es decir, que
aunque descubramos qué proceso mental se asocia a una localización cerebral
concreta, esto no tiene nada que ver con que la experiencia no sea verídica. En
otras palabras, si bien podemos oler a rosas o escuchar una melodía cuando se
estimula eléctricamente una zona determinada del cerebro, eso no significa que
también podamos oler a rosas cuando paseamos por un jardín o encendemos un
aparato de música. Esto quiere decir que aunque podamos reproducir ciertos
aspectos de las ECM manipulando el cerebro de una forma determinada, esto no
implica que las personas que se encuentran en situación de muerte clínica no
experimenten la vida después de la muerte.
Debido a los
puntos anteriormente mencionados podríamos afirmar que las ECM podrían ser la
mejor explicación posible respecto a la vida después de la muerte. Mejor que
muchas de las explicaciones alternativas que ofrece la ciencia más ortodoxa.
Incluidas en
el entorno de estas situaciones, que son a día de hoy de imposible explicación
por parte de la ciencia, se encuentra, por ejemplo, el haberse reunido con
personas ya fallecidas cuyo óbito era desconocido para el paciente. Otro
ejemplo de difícil explicación son las experiencias extracorpóreas en las que
la persona ha podido ver o escuchar acontecimientos en sitios geográficamente
lejanos. A este respecto resulta llamativo que, por ejemplo, Moody relate, en
1988, varias de estas experiencias difíciles de explicar desde la ciencia
ortodoxa. Así, en uno de los casos la persona no solo describió los
procedimientos de resucitación que se le aplicaron, sino también la sala de
emergencias con sumo detalle e incluso sabía el nombre de una de las enfermeras
que la atendió, ya que durante la resucitación se había visto caminando junto a
ella y pudo leer el nombre sobreimpreso en la bata de la mujer. En otra
experiencia, también relatada por Moody, una mujer ciega durante más de
cincuenta años fue capaz de describir tanto los procesos de resucitación como
los equipos y otros detalles de la sala del hospital, cosas que no podía
conocer debido a su prolongada ceguera.
En este mismo
contexto de personas invidentes, Kenneth Ring relata, en 1999, cómo la mayor
parte de personas ciegas que han sufrido una ECM han tenido percepciones
visuales durante su experiencia. Debido a que su percepción evidentemente no
estaba asociada con ninguna función propia del sistema visual fisiológico, se
ha denominado a esta capacidad «consciencia trascendental».
Dell’Olio se
pregunta: «Si las ECM son verídicas, ¿eso quiere decir que nos proveen de una
base racional para creer en la vida después de la muerte?». El autor razona
partiendo de los siguientes puntos:
1.
Las
personas que han sufrido una ECM parecen haber experimentado algo similar a la
vida después de la muerte.
2.
Si
existen personas que han experimentado algo similar a la vida después de la
muerte entonces, en ausencia de argumentos de peso para creer otra cosa (si se
demostrase que la experiencia no es verídica), esas personas tienen una base
racional para creer en la vida después de la muerte.
3.
No
existen pruebas de que las ECM no sean verídicas.
4.
Por
lo tanto, las ECM ofrecen una base racional para creer en la vida después de la
muerte.
Este autor
concluye que las ECM nos proveen de un soporte más que racional para creer que
existe vida después de la muerte, ya que eso es lo que parece presentarse en
las experiencias y, hasta ahora, ninguna otra explicación parece mejor que las
de las propias personas que las han vivido.
Morse, en
1994, asegura que la evidencia científica sugiere claramente que las ECM
ocurren cuando subjetivamente percibimos que podemos morir. Como tales deben
representar la mejor evidencia objetiva de lo que es morir, independientemente
de cualquier mediación por parte de los neurotransmisores u otras estructuras
anatómicas.
EL EXTRAORDINARIO CASO DE PAM REYNOLDS
Algunas ECM
descritas son realmente espectaculares como, por ejemplo, la que relató Pam
Reynolds al cardiólogo Michael Sabom y que este recoge en un trabajo de 1998.
Pam Reynolds fue una cantante y compositora que en 1991 sufrió una operación en
el cerebro. Debido a un aneurisma de gran tamaño hubo que emplear técnicas quirúrgicas
no convencionales. Para ello se provocó un paro cardiaco por hipotermia,
reduciendo la temperatura corporal hasta los 16°C. A continuación se drenó la
sangre de su cerebro para así poder actuar quirúrgicamente sobre el aneurisma.
Una vez reparado este, se recuperó la temperatura corporal y se reinició el
latido cardiaco, reestableciendo la circulación sanguínea normal.
Cuando la
cantante volvió a hablar y habían desaparecido los efectos de la anestesia,
confesó que había vivido una ECM. Esta parece haber comenzado cuando el
neurocirujano comenzó a trepanar su cráneo. Al mismo tiempo sintió que
abandonaba su cuerpo y pudo ver incluso al cardiólogo que la preparaba para
provocar el paro cardiaco.
Contempló la
típica escena del túnel oscuro, desde donde su abuela la llamaba. Prosiguió por
el túnel hasta que la luz lo inundó por completo. Dentro de esa luz llegó a
distinguir a varios parientes fallecidos. Finalmente se encontró con un tío
suyo, también fallecido, que la condujo de vuelta al túnel, desde donde volvió
a su cuerpo enfriado para, posteriormente, recuperar el latido cardiaco.
Este caso,
recogido en el libro del cardiólogo Michael Sabom titulado Vida y muerte,
es considerado como una de las pruebas científicas más sólidas de supervivencia
de la consciencia humana. El propio cardiólogo concluye: «Quizás la ciencia ha
pasado por alto un enlace fundamental entre la consciencia y el cerebro o
quizás algunas experiencias dependen solo de la mente, la cual puede no estar
inextricablemente unida con el cerebro».
La ECM de Pam
Reynolds atravesó varias fases. Durante la operación, poco antes del paro
cardiaco, escuchó un ruido parecido a la letra «d». Este sonido provocó que
saliera del cuerpo. Según ella, su estado mental era de total alerta y su
visión más clara que en condiciones normales, hasta el punto de que llega a
comentar que se daba cuenta de cómo el médico utilizaba un taladro para abrir
su cráneo. Incluso expresa sorpresa por el parecido de esta herramienta con un
cepillo de dientes y no con una sierra, como ella esperaba. Más tarde se
confirmó que el taladro se parecía, en efecto, a un cepillo de dientes
eléctrico. También llegó a escuchar una voz femenina que decía: «Tenemos un
problema: sus arterias son muy pequeñas». Más tarde se confirmó que los médicos
intentaron, en primer lugar, conectarla a una máquina de pulmón-corazón a
través de una arteria en la pierna derecha, pero la arteria resultó tan delgada
que tuvieron que cambiar a la pierna izquierda. Este hecho, dice la propia Pam,
le sorprendió, ya que desconocía que iban a intervenirla en la región inguinal.
En resumen,
las etapas de su operación, tal y como las describe Sabom en su libro, fueron
las siguientes:
7.15. Reynolds
es llevada a la sala de operaciones en estado consciente. Se le administra por
vía intravenosa pentotal, lo que le hace perder, según cuenta ella, la
sensación del tiempo. Se le tapan los ojos y comienza la anestesia general.
Queda monitorizada, incluido el electroencefalograma. Asimismo, se le aplica
por medio de unos pequeños audífonos una señal de noventa y cinco decibelios
con objeto de estimular el cerebro y observar, mediante el
electroencefalógrafo, si persiste dicha actividad cerebral una vez comenzada la
operación.
8.40. El
cirujano, el doctor Spetzler, comienza la incisión, dejando al descubierto el
cráneo. Activa la sierra eléctrica para cortar el hueso y acceder al cerebro.
Corta la membrana que rodea el cerebro e inserta un pequeño microscopio
quirúrgico dentro de su cerebro, haciéndolo llegar hasta el sitio del
aneurisma. Una vez encontrado decide, por el gran tamaño que tiene, que va a
ser necesaria una parada cardiaca hipotérmica con objeto de que cese la
circulación sanguínea en el cerebro para poder operar. En ese momento una
cirujana prepara, a la altura de la ingle derecha, un acceso a la arteria y
vena femorales para hacer un bypass. Sin embargo, encuentra que su diámetro no
es el apropiado y cambia al lado izquierdo.
10.50. El
equipo comienza el proceso de enfriamiento cardiopulmonar a través del bypass.
11.00. El
cuerpo de Pam Reynolds llega a los 22,7°C.
11.05. Se
induce el paro cardiaco. La medición de la actividad cerebral cortical mediante
el electroencefalógrafo es nula o plana. Asimismo, se produce estimulación de
las estructuras cerebrales más profundas mediante «clics» a través de los
auriculares. La respuesta electroencefalográfica es cada vez más débil.
11.25. La
temperatura corporal ya ha bajado hasta los 15,5 ºC. Los «clics» a través de
los auriculares ya no producen respuesta alguna. El cerebro, técnicamente, se
encuentra sin actividad. En ese momento se hace bascular la mesa de
operaciones, elevando la parte correspondiente a la cabeza de manera que la
sangre salga del cuerpo de la paciente «como el aceite sale de un coche», según
cuenta Sabom. Es decir, que cualquier posibilidad metabólica que pudiera servir
de soporte al cerebro de la paciente es eliminada. A continuación, el doctor
Spetzler repara el aneurisma. Una vez reparado se revierte todo el proceso
descrito, por lo que Pam Reynolds recupera tanto la temperatura corporal, como
sus funciones cerebrales.
12.00. El
electrocardiógrafo comienza a mostrar una actividad desorganizada del corazón.
Pam presentó un episodio de fibrilación ventricular. Se le aplican dos
electrochoques con el desfibrilador, con lo que su ritmo cardiaco recupera el
ritmo normal.
12.32. La
temperatura corporal llega a los 32°C. Comienzan a retirarse parte de los
equipos de monitorización. Asimismo, los ayudantes del cirujano jefe inician el
cierre del abordaje quirúrgico.
14.10. Pam
Reynolds es trasladada a la sala de recuperación.
Si atendemos a
los comentarios realizados por la propia Pam Reynolds, ricos en detalles,
podríamos decir que la paciente fue capaz de ver y oír durante la operación.
Asimismo, podríamos distinguir dos aspectos de su experiencia: por un lado el
ser testigo del procedimiento quirúrgico, por ejemplo, cómo el cirujano
intercambiaba las hojas de la sierra eléctrica o cómo su cabeza fue rapada. No
es menos sorprendente que supiera que uno de los médicos intentó canalizar una
vía en su zona vascular derecha y que no pudo, por lo que pasó a la pierna
izquierda. O que, por ejemplo, dijera que la canción que sonaba en el quirófano
durante un momento de su intervención era «Hotel California».
Otro aspecto
importante es el transmaterial: la paciente se encuentra con personas amadas ya
fallecidas y ve su cuerpo desde una perspectiva distinta. También contempla la
salida de su cuerpo y su posterior reentrada. Durante esta etapa se apercibió
de una presencia. Momentos después fue empujada hacia una luz que iba
ascendiendo en intensidad. Al final de ese túnel comenzó a distinguir a ciertos
personajes, incluyendo una abuela, un tío y otros parientes ya fallecidos,
algunos desconocidos para ella.
Cuando comenzó
a disfrutar del ambiente en que se encontraba, algo le recordó que tenía que
volver. Su propio tío la devolvió a su cuerpo en contra de su voluntad. Ella se
negaba, mientras el tío insistía. Súbitamente vio a su cuerpo contraerse
bruscamente (en el momento de la aplicación del desfibrilador). En ese
instante, su tío la empujó bruscamente de vuelta a su cuerpo. La sensación,
según Pam Reynolds, fue la de «saltar al agua helada».
La percepción
de la persona que está siendo operada y sufre una ECM es muy intensa respecto a
la propia operación. Es el caso de Pam y también el de Abelardo, de quien hemos
hablado y que refiere lo siguiente mientras era intervenido de un grave ictus
cerebral que le mantuvo al borde de la muerte: «Durante la intervención, sabía
qué médico era más temeroso, cuál más atrevido y también podía ver la torpeza
de algunos con el catéter».
¿QUÉ ES UNA ALUCINACIÓN?
Es una
percepción que no corresponde a ningún estímulo físico externo, si bien la
persona la siente como real mientras se encuentra en estado de vigilia
(despierta) y con un nivel de consciencia normal. Se distingue de las
ilusiones, ya que estas últimas son percepciones distorsionadas de un estímulo
externo que efectivamente existe. Por ejemplo, cuando caminamos de noche podemos
confundir la sombra de un objeto con la figura de una persona que nos acecha.
Las
alucinaciones pueden existir en cualquier modalidad que ocupe uno de los cinco
sentidos. Es decir, pueden ser visuales, auditivas, olfativas, gustativas o
táctiles. Además, una alucinación puede afectar a varios sentidos al mismo
tiempo. Se sabe que hasta el 10 por ciento de las personas puede sufrir algún
tipo de alucinación, leve o moderada, a lo largo de su vida sin que para ello
intervenga aparentemente patología alguna ni consumo de drogas.
Bajo ciertos
estados patológicos, como la esquizofrenia y la epilepsia, pueden presentarse
alucinaciones como resultado de un proceso bioquímico cerebral. Asimismo, en
estados místicos, ya sea autoinducidos o a partir de la inducción de terceras
personas, se puede producir falseamiento de la realidad en forma alucinatoria.
Huelga decir que bajo el efecto de cierto tipo de drogas alucinógenas también
se producen dichas experiencias. A este respecto, los que hemos tenido alguna
vivencia experimental con drogas como el LSD debo decir, honradamente, que la
experiencia para el que la pasa parece totalmente real. Por ejemplo, en una
ocasión pude «ver» cómo los dedos de mis manos se alargaban como si fuesen
elásticos y, súbitamente, se acortaban mientras yo, fascinado, los observaba.
La dosis no era excesiva, ya que a partir de ciertas concentraciones,
particularmente con el LSD, que es una de las drogas más potentes que existen,
se pierde el apego a la realidad sin ningún tipo de crítica hacia el proceso
alucinatorio. Es decir, con dosis bajas o moderadas podemos tener una
alucinación como la que acabo de referir y conocer que, a pesar de estar
«viéndolo», no es cierto lo que ocurre. Se piensa: «Lo veo, pero sé que es
falso, es solo una alucinación». Esto se acerca más al concepto de alucinosis
(se podría decir que es un grado menor de alucinación).
En relación a
las alucinaciones y las ECM, esto es lo que nos cuenta Aída: «Sí, distingo
perfectamente las alucinaciones de las experiencias vividas. Las experiencias
vividas cerca de mi madre y mi tía son reales y los recuerdos claros, de
colores vivos, como si fuera una situación del día de ayer o de hace un
momento. Las alucinaciones son confusas, borrosas… Mi recuerdo de las
alucinaciones son como de imágenes sobrepuestas, como cuando una foto de las de
cámara antigua de rollo se empalma sobre otra».
En este
sentido conviene aclarar que prácticamente el 95 por ciento de las personas que
han sufrido una ECM no poseían antecedentes psiquiátricos de ningún tipo. Ni
siquiera habían acudido al psicólogo con objeto de recibir algún tipo de
terapia. No solo eso, sino que, según el psiquiatra William Richards y su
compañero Stanislav Grof, la ingesta de LSD conducida adecuadamente dentro de
un contexto psicoterapéutico ayuda a reconducir los temores ante la muerte y,
en enfermos terminales, a manejar el problema y su adecuada aceptación.
¿ES FÁCIL ALUCINAR?
¿Acaso existen
ciertas causas de índole biológica que pudieran causar alucinaciones y que
estas tuvieran alguna relación con las ECM? Sin lugar a dudas podríamos
referirnos a la dopamina, un neurotransmisor de suma importancia en nuestro
metabolismo cerebral. Se le ha relacionado con la aparición de alucinaciones
principalmente localizadas en las conexiones sinápticas del tallo encefálico y
en los lóbulos occipital-temporales. Sin embargo, hay autores que prefieren
explicar este tipo de alucinaciones indicando que provienen del propio sistema
perceptivo, es decir, una construcción del cerebro a partir de un estímulo
físico de entrada. Algunas personas incluso pueden llegar a tener dichas
alucinaciones sin prácticamente estímulo alguno. Por ejemplo, algunas personas
con problemas en ciertas áreas de la retina (escotoma) pueden llegar a «ver»
imágenes localizadas en esas áreas.
En estos
casos, el cerebro se encuentra ante el dilema de qué hacer con la parte del
cuerpo que ya no recibe estímulos nerviosos. Uno de los mejores ejemplos es el
de los denominados «miembros fantasma»: una persona que ha sufrido una amputación
sigue sintiendo ese miembro como si todavía formase parte de su cuerpo.
Sin embargo,
padecer ocasionalmente trastornos de la sensopercepción es bastante común. Por
ejemplo, es corriente notar que algo se arrastra sobre la piel o bien escuchar
voces cuando nadie ha hablado o, si tenemos cierto temor, llegar a ver en una
sombra algún personaje amenazante. Asimismo, no es extraño llegar a oír, por
ejemplo, la voz de un difunto reciente en nuestro derredor.
Este es el
caso que nos cuenta Ricardo: ¿Alucinación o sueño hiperreal? «A mí me pasó algo
parecido cuando murió mi abuelo. Una noche tuve uno de esos sueños hiperreales:
entraba en casa de mi madre. Todo estaba muy luminoso y allí, en el sofá,
estaba él, tranquilamente, sentado. Al verlo me abalanzo sobre él para
abrazarlo y le digo: “¿Qué haces aquí?”. Me contesta: “Es que yo nunca me he
ido, siempre estoy aquí”. Ahí termina el sueño. Ya no he vuelto a soñar con
él.»
Las
alucinaciones asociadas al olfato o el gusto suelen ser menos comunes. Por el
contrario, las alucinaciones auditivas son muy frecuentes en la psicosis y la
esquizofrenia y, en otras ocasiones, algunas drogas como la cocaína o las
anfetaminas pueden desencadenarlas.
En ocasiones
he visto cómo ciertos pacientes adictos a la cocaína llegaban a presentar tan
intensas alucinaciones sobre tener insectos debajo de la piel (locura
dermatozoica) que llegaban a rasgarse de forma muy cruenta la misma con ayuda
de cuchillos u hojas de afeitar, para sacarse con la mayor premura esos
insectos imaginarios. Huelga decir que esa acción no paliaba para nada la
sensación de incomodidad y desazón en los afectados.
Otras
situaciones orgánicas complejas y que desestabilizan el equilibrio
físico-químico del organismo, como la insuficiencia hepática o renal, o ciertos
procesos con fiebre alta, también pueden cursar con alucinaciones. Algunas
alteraciones psicológicas muy extremas, como el trastorno por estrés
postraumático, también pueden actuar de desencadenante ocasional de fenómenos
alucinatorios en cualquier esfera de los sentidos.
Es también de
todos conocido que algunas situaciones, como la falta de oxígeno en el cerebro,
pueden desencadenar algunos síntomas similares a las ECM. Susan Blackmore
afirma que la falta de oxígeno en el cerebro desempeña algún tipo de papel en
las ECM, ya que ciertas áreas del mismo, particularmente las asociadas a la
organización de la memoria, como el hipocampo, el sistema límbico y el lóbulo
temporal, son especialmente sensibles a la anoxia. Esta última estructura es
conocida por sus respuestas a la estimulación relacionadas con los flashbacks
de memoria y con las experiencias extracorpóreas. Sin embargo, es llamativo
cómo la misma autora reconoce que muchas personas que han sufrido una ECM no
padecían anoxia cerebral en el momento de su experiencia. Así, Gliksman y
Kellehear relatan, en 1990, el caso de un paciente cuyo nivel de oxígeno en
sangre era normal y sufrió una ECM. La propia Susan Blackmore rebate este caso
afirmando que si se proporciona oxígeno al paciente, cosa normal durante un
paro cardiaco, los niveles arteriales de este gas se elevarán. Por contraste,
la sangre en las venas no dispondrá de mucho oxígeno. Ya que el cerebro es un
órgano muy consumidor de oxígeno, los niveles cerebrales de este gas en sangre
venosa caerán y el cerebro comenzará a sufrir anoxia.
Esta autora
describe cómo se presenta el cuadro en niños que padecen crisis cerebrales
anóxicas reflejas (espasmo del llanto). Este tipo de patología se vincula a un
paro cardiaco como respuesta a una hipersensibilidad del sistema nervioso. Este
paro cardiaco provoca, lógicamente, falta de irrigación sanguínea en el cerebro
y la consecuente isquemia cerebral. Las crisis son generadas por la activación
rápida del llamado reflejo sincopal. El niño pierde la consciencia en menos de
un minuto. Se acompaña de intensa palidez facial, hipotermia, sudor frío y
pérdida de tono muscular. En ocasiones pueden presentarse convulsiones. Para
esta autora no es que la anóxia sea la causa fundamental de la detonación de
ECM, sino que es tan solo una causa entre tantas que produce una desinhibición
de la corteza cerebral que tiene como resultado final una excitación excesiva y
aleatoria de muchas neuronas. Esta desinhibición cortical ya había sido
postulada por otros autores como Siegel, en 1980, para explicar la aparición de
diversos tipos de alucinaciones. En estas crisis cerebrales anóxicas reflejas
apenas se producen situaciones de verdadero peligro para el niño, ya que la
recuperación es muy rápida y, en la mayoría de las ocasiones, sin necesidad de
tratamiento médico. Por el contrario, para los padres la visión de uno de estos
episodios adquiere tintes terroríficos, ya que el aspecto del niño parece
falsamente cercano a la muerte, hasta el punto de que algunos niños llegan a decir:
«Me he muerto otra vez».
El estudio de
Blackmore de 1998 se basa en 112 cuestionarios que fueron completados, excepto
tres, por los padres de los niños que sufrían las susodichas crisis cerebrales
anóxicas. El resultado es que un 24 por ciento reportaron entre una y once
experiencias comunes con las ECM. Muchos niños reportaron visiones de luces (8
por ciento), así como sonidos extraños y ecos (8 por ciento). Tan solo cinco
niños dijeron haber padecido una experiencia extracorpórea (4,5 por ciento). Asimismo,
cuatro de ellos (3,6 por ciento) dijo haberse encontrado en un túnel y nueve (8
por ciento) llegaron a encontrarse con personas reales o imaginarias. Sin
embargo, la propia Blackmore reconoce que ninguno de los niños llegó a ver
seres de luz, ángeles, amigos o mascotas ya fallecidas ni cualquiera de las
imágenes y escenas tan bellamente descritas por otros autores como Atwater.
Asimismo,
tampoco sería cualquier tipo de anoxia, según Blackmore, la que podría producir
una ECM, ya que las que se instalan lentamente como, por ejemplo, las generadas
a elevadas altitudes o las debidas a envenenamiento progresivo por gases
tóxicos o por alcohol no producen la sintomatología propia de las ECM. Por el
contrario, las anoxias rápidas como, por ejemplo, las generadas por alguna
etiología cardiaca, sí que producen la desinhibición cortical necesaria como
para generar una ECM.
Algunos
investigadores, saltándose quizás la ética y el sentido común médicos, han
producido síncopes artificiales en voluntarios con objeto de observar sus
resultados. Eso es justamente lo que hicieron Thomas Lempert, Martin Bauer y
Dieter Schmidt en 1994. Tomaron a una serie de adultos sanos y les indujeron
una caída brusca de tensión arterial utilizando hiperventilación y maniobra de
Valsalva[13] combinadas.
El resultado
fue un desmayo casi instantáneo. Muchos de ellos presentaron alucinaciones
similares a las ECM. No podemos olvidar tampoco que muchos pilotos de combate
llegan a perder la consciencia cuando se encuentran bajo fuertes aceleraciones
o bien cuando se entrenan en máquinas de centrifugación.
Para entender
toda esta riqueza de síntomas habría que subrayar tres características
fundamentales del cerebro, según Cook:
1.
Es
capaz de realizar inmensas cantidades de actividad en muy cortos periodos de
tiempo.
2.
La
muerte es una situación única que altera profundamente los sentidos, por lo que
el cerebro puede aprovechar ese apagón para recrearse en imágenes almacenadas
en la memoria o en experimentar emociones.
3.
Tiene
un inmenso poder de recuperación después de sufrir algún daño neurológico.
La propia
Blackmore, en el caso de los niños que padecían crisis cerebrales anóxicas,
describe cómo algunos de los sujetos, como resultado de la anoxia cerebral,
padecían distorsiones visuales de su propia imagen y de las personas a su
alrededor. A nivel auditivo las voces de las personas del entorno parecían
mucho más fuertes. Incluso escuchaban silbidos y veían patrones alucinatorios
en forma de piel de serpiente, así como personas del pasado, hasta el punto de
afirmar: «Están al otro lado de la pared». Varios de estos niños también
experimentaron experiencias extracorpóreas.
¿PODRÍAN ALGUNAS PERSONAS, APARENTEMENTE
MUERTAS, ESCUCHAR EN SU ENTORNO?
Blackmore, en
el caso de los niños que padecían crisis cerebrales anóxicas, relata el caso de
una niña de nueve años de edad que cada vez que tenía una crisis comentaba
posteriormente: «Mi mamá y mi papá me hablan cuando estoy muerta y yo puedo
escucharles». La pregunta que queda en el aire es si este tipo de casos podría
ser extrapolable a las personas que, aunque aparentemente están inconscientes,
siguen teniendo contacto consciente con su entorno y que, posteriormente, son
capaces de relatar lo que sucedía en derredor: quirófanos, actividad de médicos
y enfermeras, etc., bajo la posible errónea creencia de estar muertos.
Para Cook, la
única manera de conocerlo sería estudiando las evidencias de un cerebro ya
muerto, pero claro, es un estudio que se descalificaría a sí mismo, ya que su
existencia dependería del funcionamiento del cerebro, por lo que estaríamos
hablando de un cerebro que no estuviese irreversiblemente dañado. Es decir, la
pescadilla que se muerde la cola.
ESTADOS ALTERADOS DE CONSCIENCIA
Para entender
claramente qué es un estado alterado de consciencia debemos comprender también
que lo que habitualmente llamamos realidad y que se va generando,
fundamentalmente, durante nuestras horas de vigilia, no es otra cosa que un
constructo de procesos mentales. De manera inconsciente y continuada tenemos un
modelo del mundo que nos rodea y a eso lo denominamos realidad. Usted, mientras
lee estas líneas, seguramente estará concentrado en su significado y a la vez
estará ignorando la presión del sillón sobre su cuerpo o los ruidos
circundantes. Es decir, está obviando ciertos elementos de la realidad y, por
el contrario, está fabricando otra realidad que le favorece para concentrarse
en la lectura. De alguna manera, aunque se encuentre en el mundo real, está
seleccionando deliberadamente material para construir la sensación de un
entorno propio. Está construyendo su realidad a partir de los sentidos, pero
todo se fragua en su corteza cerebral.
A diario la
mente consciente establece un modelo rutinario de realidad. Es decir, una
combinación de entradas sensoriales que son procesadas junto a constructos
derivados de los hábitos y de la memoria, que nos enseña el camino correcto
para su interpretación. Sin embargo, en ciertos momentos, como por ejemplo
durante el sueño, bajo el efecto de drogas, meditación, hipnotismo o
experiencias extracorpóreas, este modelo puede resultar profundamente alterado.
En estos estados alterados de consciencia todo lo que en apariencia es
imaginario y que obviamente sucede en la mente parece real. No solo real, sino
incluso más real que el mundo cotidiano.
A este
respecto me parece interesante transcribir una experiencia que Tomás, un
donante de sangre, me relató en una ocasión y que revela el poder de la mente
para construir poderosas realidades si se producen las circunstancias
adecuadas: «La experiencia me sucedió hace apenas un año, en una sala del
hospital donde fui a donar sangre. Firmo los papeles que te dan antes de que te
vea el médico y una vez dentro de la consulta me hace las preguntas habituales:
“¿Te ha ocurrido alguna vez algo? ¿Te has desmayado?”, etc. “No, todo bien”, le
contesto. Salgo de la habitación y me tumbo en una camilla. Siento el pinchazo
en la vena y comienzo a abrir y cerrar la mano para que la sangre fluya más
rápida. Hasta aquí todo normal, como otras muchas veces que he ido a donar, ya
que llevo muchos años haciéndolo.
»Después de un
rato con el brazo levantado, una vez terminada la extracción, me incorporo y
después de unos minutos más sentado sobre la camilla, me siento y miro entre
los bocadillos que traen para que los donantes comamos algo. Aparto los de
queso para coger uno de jamón. ¡Qué soso estaba! Me cojo un bote de refresco y
tomo asiento para comerme el bocadillo tranquilamente. Cuando termino, me quedo
mirando al techo y, de pronto, noto un hormigueo que empieza por los pies. Ese
hormigueo me genera la sensación progresiva de estar flotando. Cierro los ojos
y dejo de estar en la sala del hospital.
»Ahora estoy
en otro lugar, con mucha gente, pero no gente alborotada como el primer día de
rebajas. No, era gente que paseaba por un lugar donde no había nada. No iban
vestidos, aunque solamente les veía la parte de la cabeza y un poco del busto.
La gente pasaba por mi lado, por delante, pero no veía sus rostros, ni tampoco
intenté hacerlo. A lo lejos venía una chica pelirroja, con una gran sonrisa,
una sonrisa que no mostraba dentadura, era la expresión de su rostro la que en
aquel momento me transmitía mucha paz. Tenía el pelo ondulado y le tapaba los
hombros. No la había visto en mi vida, ni siquiera me sonaba su cara. Me miraba
fijamente mientras se acercaba hacia a mí, al mismo tiempo que otra gente
pasaba por delante de mí. Eso sí, yo no perdí de vista a esa chica pelirroja en
ningún momento. Cuando llegó a mi altura me hizo como una mueca para que la
siguiera y ¡en ese maldito momento la enfermera me despertó!
»—¿Qué pasa?
—le pregunté.
»—¡Que te has
desmayado!
»“¡Qué
desmayado ni qué niño muerto!”, pensé.
»—Estaba
soñando —le dije algo molesto por haberme despertado.
»Escuché risas
de la gente que había a mi alrededor al decir esto.
»—No: te has
desmayado. Acuéstate en una camilla.
»Después de un
cuarto de hora más allí y tras otra toma de tensión, salí a la puerta con un
enfermero. Tomé un poco el aire y le dije que me iba, que tenía ganas de llegar
a mi casa. Eso hice. Me tendí sobre la cama quitándome solamente los zapatos.
Tenía prisa por quedarme dormido de nuevo, pero no fue posible. A las ocho
menos algo sonó un mensaje de móvil: era una amiga que me preguntaba si pasaba
por ella para ir a la clase de teatro. Le contesté que no me encontraba bien,
pero no porque estuviera mareado ni porque me doliera algo, simplemente quería
volver a dormir y aparecer en ese lugar y, sobre todo, saber qué me quería
mostrar aquella chica».
Resulta
importante resaltar de la experiencia de Tomás la inmediatez de la experiencia
onírica así como su estructuración, la sensación de paz —que comparte con las
ECM—, así como el encuentro con una persona que si bien era desconocida para
él, asumía un papel en la estructura de la historia. El propio protagonista de
esta experiencia reconoce abiertamente que no se trata de nada sobrenatural ni
relacionado con algún tipo de experiencia límite en cuanto a su salud. Quizás
fue el producto de una simple disminución de su tensión arterial por la
extracción sanguínea o de una reacción vagal.[14]
Fuese una cosa u otra, he incluido esta experiencia, ya que me parecía
importante a la hora de explicar la complejidad de la consciencia en el momento
de fabricar historias.
Respecto a los
mecanismos anteriormente descritos (tensión arterial o elementos vagales)
también llama la atención el relato de Ana María: «Después de una donación,
hace muchos años, en el hospital de mi ciudad, durante los meses de verano en
plena Andalucía, se me ocurrió subir a pie hasta el castillo que se encuentra
coronando una colina cercana. Cuando llegué iba un poco rara, pero pensaba que
era por el calor. Me dijeron que estaba blanca, muy blanca y que me tumbara en
el suelo. Recuerdo un hormigueo y notar como si toda mi energía fuera
arrastrada hacia el interior de la tierra. Veía mucha agua todo el tiempo,
cristalina cuando se movía y en algunas zonas estaba estancada y oscura. En un
instante me encontraba en la catedral, cuando realmente estaba tumbada en el
suelo. Me encontraba dentro, muy sorprendida, mirándolo todo y, de repente,
otra vez hacia atrás pero muy rápido. En pocos segundos estaba otra vez sobre
el piso y mis amigos me gritaban para que despertase». Una vez más observamos
una aparente disminución de la presión arterial, con pérdida de consciencia,
sensaciones físicas relacionadas (hormigueo) y la generación de una historia
con elementos prestados de la realidad. Al parecer no hubo experiencia
extracorpórea, pero el desplazamiento de la consciencia era prácticamente
instantáneo.
Bajo simples
estados oníricos y en episodios de duelo se pueden presentar, como era de
preveer, sueños cuyo contenido se encuentra relacionado con el estado emocional
correspondiente. Por ejemplo, Julieta me relata: «Un profesor mío muy querido
falleció en febrero, y semana y media después soñé con él. Se despedía mientras
yo le deseaba un buen viaje. Desperté llorando, fue muy triste verle partir. La
verdad es que creo que se tomó el tiempo de despedirse de mí, pero no sé si eso
solo está en mi cabeza».
Si tomamos en
consideración trabajos de Susan Blackmore publicados en 1988, deberíamos
afirmar que en los momentos en que falta entrada de información sensorial por
parte de los sentidos, el modelo de consciencia se altera de manera dramática.
En ese momento la mente busca poner algo en su lugar y el modelo basado tan
solo en la memoria y la experiencia propia del sujeto se convierte en dominante
a medida que disminuyen las entradas sensoriales. No olvidemos, por ejemplo,
que las personas mayores al ir perdiendo audición, comienzan a tener mayor
número de alucinaciones auditivas, ya que su cerebro tiene la necesidad de
rellenar los huecos de información. Durante el sueño este dominio puede ser
transitorio, de manera que no solo olvidamos lo que hemos soñado, sino incluso
que lo hemos hecho. Más aún, muchos experimentamos durante los momentos previos
al dormir o durante esa frontera casi invisible que sucede al despertar, unas
situaciones de realidad que son mitad sueño mitad invitación a despertar, hasta
el punto de que podemos jugar con nuestros sueños casi desde la vigilia.
La muerte
obliga a nuestra mente a llegar a una situación extrema de privación sensorial:
los órganos de los sentidos van perdiendo sus funciones y se le niega al
cerebro entrada de información. Sin embargo, se produce cierta compensación:
suele acompañarse de bajos niveles de oxígeno, por lo que el cerebro no ejerce
sus funciones motoras o de contracción muscular, centrándose meramente en la
sensorial y, quizás, favoreciendo las alucinaciones. Es decir, que de manera
progresiva vamos generando un entorno que favorece la aparición de un estado
alterado de conciencia. En otras palabras, si nuestra consciencia ya no dispone
de entradas sensoriales para construir la realidad, tan solo puede alimentarse
de memorias, imágenes, experiencias y sentimientos que generarán una nueva
realidad. Más aún, en dicho estado límite nuestra consciencia ya no necesita
monitorizar, filtrar o suprimir percepciones externas: nuestra mente es libre
para experimentar alegrías, penas, amores, odios, placeres y cualquier otra
cosa que alimente este estado alterado de conciencia. Así, si nos basamos en lo
anteriormente descrito podríamos entender por qué la ECM es única para cada
individuo: se alimenta de su propia biografía.
Para algunos,
por puro desconocimiento de cómo funciona nuestro cerebro, puede resultar
extraño explicar cómo se generan las ECM. Sin embargo, no podemos olvidar que
la muerte nos enfrenta a un conjunto de circunstancias sobre las cuales no
tenemos experiencia alguna. Este hecho nos obliga a buscar un nuevo orden de
prioridades y a adoptar estrategias radicalmente distintas. Resulta paradójico
que en el momento de la muerte la supervivencia ya no sea importante, tal cual
confirman muchas personas que han sufrido una ECM. Por eso en ese momento el
cerebro no está obligado a detonar mecanismos de supervivencia. Cualquier
movimiento muscular o respiratorio es considerado superfluo. Toda la entrada de
datos del exterior es limitada, y por ello el cerebro se concentra
exclusivamente en su actividad interior. Esto podría explicar por qué la
persona se vuelca hacia su interior en pos de las personas ya fallecidas en vez
de querer sobrevivir y retornar con los que siguen vivos. Esta postura también
explicaría el viaje inverso, cuando la consciencia, alentada por el retorno de
los sentidos (resucitación) decide volver con los vivos, abortando el proceso
de muerte.
Para las
personas que no han sufrido una ECM es difícil entender todo lo que un cerebro
es capaz de producir de manera tan única y excepcional. A la mayor parte de
nosotros, cuando intentamos imaginar la calidad de nuestras capacidades
cerebrales, no se nos ocurre otra cosa que mencionar la memoria, como por
ejemplo ser capaces de recordar unas vacaciones infantiles o el olor de una
colonia determinada. Es decir, desde esa perspectiva resulta muy difícil, por
no decir imposible, llegar a entender que un proceso tan rico en emociones,
vivencias y visiones pueda ser recreado desde un cerebro aislado de los
sentidos. Como resultado de todo esto el potencial de la mente humana, en el
momento de la muerte, ha sido tradicionalmente infravalorado.
Susan
Blackmore afirma: «La imaginación es un mundo tan vasto y excitante que no
puede denigrarse con la palabra es “solo” [imaginación]. Si es imaginación
[refiriéndose a las EEC], sería una de las cosas más fantásticas que tenemos».
Para Cook el potencial de la imaginación es mucho mayor que lo que se utiliza
en pos de la diversión y los sueños, en el pensamiento creativo o en las
actividades necesarias para supervivencia del organismo. Para este autor la
imaginación es un instrumento vital para la supervivencia y se convierte en el
núcleo dominante y principal de la persona durante su proceso de muerte. La
experiencia es, en definitiva, tan intensa y abrumadora que no podemos llegar a
comprenderla desde la vulgar perspectiva de la vida diaria. «Nada abandona el
cuerpo en el momento de la muerte, si bien experimentamos un paraíso personal»,
dice este investigador en un trabajo de 1989.
Ciertamente,
si comenzamos a buscar ECM que hayan sufrido diversos sujetos podremos observar
una enorme diversidad, hasta el punto de que en algunas ocasiones no es fácil
distinguir entre la interpretación de dicha ECM y la experiencia real que pudo
haber sufrido en esos momentos. Algunos autores comparan la interpretación de
la ECM con cada una de las religiones y sus respectivas experiencias religiosas,
entre ellos Paul Davies en un trabajo de 1989.
PSICOPATOLOGÍA ASOCIADA
Una hipótesis
muy tentadora para explicar algunos de los fenómenos que se producen en las ECM
se basa en que los que las experimentan presentan algún tipo de patología
psicológica que podría justificar todo el proceso. Sin embargo, autores tan
reconocidos como Greyson o Sabom afirman que los perfiles psicopatológicos de
los que han vivido una ECM no son distinguibles de los que no la han
experimentado desde el punto de vista de la salud mental. No es menos cierto
que otros investigadores, como Glen Gabbard y el propio Greyson, han encontrado
que las personas con alteraciones mentales presentan cierta tendencia a sufrir
ECM poco elaboradas o, al menos, así es su relato respecto a dicha experiencia.
Russell Noyes
sugiere que las ECM podrían ser un caso especial de despersonalización,
definiendo este término como «un fenómeno mental subjetivo que tiene como
característica central un estado alterado del yo». Este estado produciría sensaciones
de desapego del propio cuerpo, extrañeza y falta de contacto con la realidad.
Es decir, lo que sugieren estos autores es que la ECM no hace otra cosa que
proteger a la persona que la está sufriendo del temor a la muerte, induciendo
la sensación de abandonar el cuerpo y la falta de contacto con la realidad.
Greyson
concluye, en un estudio de 2001, que las ECM podrían ser la respuesta a un
estrés severo con disociación adaptativa de tipo no patológico. Ring sugirió,
en 1992, que las personas que sufren ECM podrían mostrar cierta tendencia a
focalizar la atención sobre experiencias imaginarias o sensoriales que
acarreasen la exclusión de otros eventos del ambiente circundante. En otras
palabras, personas con mucha tendencia a la fantasía, ricas en habilidades
alucinatorias y poseedoras de intensas experiencias sensoriales. Sin embargo,
Greyson afirma que estas tendencias pueden, en efecto, existir en este grupo de
personas fantasiosas por definición, pero ello explicaría más bien la habilidad
para percibir y recordar las ECM, sin implicar que esta característica personal
fuera el propio detonante de la ECM.
CONSCIENCIA, MEMORIA, SUEÑOS Y ECM
Para muchos
investigadores las fronteras entre consciencia, memoria y ECM son bastante
difusas. Para otros, las ECM no son otra cosa que una interrelación entre todos
estos aspectos que tiene como resultado un cruce de sensaciones y vivencias que
conforman la ECM.
Una de las más
modernas definiciones de ECM es la del cardiólogo holandés Pim van Lommel, que
las considera «una descripción de la memoria de todas las impresiones durante
un estado especial de consciencia, incluyendo elementos específicos tales como
experiencias fuera del cuerpo, sentimientos placenteros, la visión de un túnel,
una luz, parientes fallecidos o una revisión de la vida».
Cuando los
investigadores se refieren a «estado especial de consciencia» muchas personas
tienden a confundirlo con tener un sueño, como ser poseídos por un estado
onírico especial. Más aún, algunas personas que han sufrido una ECM se
preguntan, una vez superada dicha experiencia, si acaso no ha sido un sueño,
complejo pero en definitiva un sueño. Sin embargo, la mayoría de las personas
que han sufrido una ECM tienden a calificarla como mucho más real que un simple
sueño.
Para entender
cómo se construyen los estados alterados de consciencia debemos comprender, en
primer lugar, cómo procesamos la memoria y su posterior recuperación.
MEMORIA Y ESTADOS ALTERADOS DE CONSCIENCIA
Los humanos
almacenamos nuestras vivencias en bloques asociados a emociones. Cuando
recuperamos esas memorias nuestro cerebro llena los espacios vacíos con
contenidos fabricados por el propio cerebro. Sigmund Freud comentaba en una de
sus obras que las memorias se almacenan asociando emociones a los recuerdos, hecho
que, evidentemente, distorsiona enormemente su posterior reconstrucción. En
otras palabras, las emociones organizan la forma de guardar y recuperar
nuestros recuerdos.
En el momento
de recuperar nuestros recuerdos se comienza por los que están asociados a una
mayor intensidad emocional. Es decir, si el suceso nos produjo una intensa
emoción, este será recuperado en primer lugar. Paradójicamente, el resto de la
historia se irá construyendo aprovechando retazos de memoria que guardan
relación con el recuerdo original, pero que no tienen que ser totalmente fieles
al mismo. El lector puede suponer que esta forma de recuperar nuestros
recuerdos produce una construcción de la realidad tremendamente subjetiva.
Otros autores,
como Simon Berkovich, sugieren teorías que escandalizarían a cualquier
científico ortodoxo. Este autor propone que el cerebro no puede almacenar toda
la información requerida para funcionar y menos aún todas las vivencias en
forma de memoria. ¿Dónde se almacenarían dichas experiencias? Aunque suene
descabellado, este autor postula que la memoria se almacena en otro lugar, y
que el cerebro actúa más bien como una unidad de acceso a ese otro lugar. Esta
peculiar forma de almacenar la información explicaría, según Berkovich, que los
sujetos que sufren una ECM recuperen una supuesta totalidad de la memoria en
cada evento que rememoran durante este estado alterado de consciencia, en
contraste con la recuperación parcial de los recuerdos durante el estado normal
de vigilia. En otras palabras, las memorias totales, siempre según este autor,
estarían almacenadas en alguna parte de nosotros que sobrevive al cuerpo.
Durante la
vigilia, la memoria se alimenta, obviamente, de las señales que generan
nuestros sentidos físicos (visión, audición, tacto, etc.) que, a su vez, se
almacenan asociándose a las emociones. Todos estos parámetros otorgan al
proceso de memoria una multidimensionalidad tanto de fijación como de
recuperación que, en este segundo proceso (recuperación), nos hace revivir
acontecimientos que, en ocasiones, parecen tornarse reales dentro de nuestra
mente.
Sin embargo,
si damos por supuesto que durante las ECM no existe entrada de información por
parte de los sentidos, dada nuestra inconsciencia, ni el almacenamiento se
produce según los patrones clásicos de memoria, esto explicaría que muchas
personas que sufren ECM mencionen que los colores son mucho más brillantes de
lo normal, así como escuchar sonidos desconocidos, además de la espectacular
visión en trescientos sesenta grados que, lógicamente, no se corresponde con la
visión fisiológica que todos experimentamos en nuestros estados de vigilia.
Para algunos
autores, como Jeffrey y Jodi Long, las emociones se mantienen constantes en los
estados alterados de consciencia, creando verdaderos flashes de memoria
saturados de sensaciones fisiológicas.
¿Y SI TODO FUESE UN SIMPLE SUEÑO?
En primer lugar
es interesante definir qué es un sueño. Para los académicos de la RAE un sueño
es «el acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme,
sucesos o imágenes». Para los científicos los sueños no son otra cosa que la
actividad del cerebro inconsciente en el procesamiento de nuestra realidad de
la vigilia. David Kahn y Allan Hobson, en un trabajo de 1993, distinguen las
«unidades oníricas», definidas como unidades de experiencia consciente
autogeneradas en los dominios de la percepción, cognición o emoción. Estas
imágenes oníricas que surgen de estos dominios estarían relacionadas con
nuestras interpretaciones subjetivas y construirían los sueños mediante una
mezcla de percepciones originadas con elementos aportados por nuestros
sentidos, unido a la lectura propia de los mismos.
Los sueños nos
asaltan durante ciertos periodos de la noche, particularmente durante la fase
REM (Rapid Eye Movement o movimiento ocular rápido). En esos momentos
de descanso profundo el cerebro anula cualquier función del cuerpo que no sea
importante para la supervivencia. La corteza cerebral disminuye su actividad,
pero el tallo cerebral (límbico primitivo) asume mayor protagonismo debido a la
disminución de actividad de las otras partes.
Durante el
sueño ocurren ciertos fenómenos que podrían explicar parte de las experiencias
ECM: el cerebro sigue activo, pero ha desaparecido gran parte del marco
sensorial para enmarcar y comprender la experiencia que se está soñando. El
tallo cerebral o límbico, que es el responsable de la intuición y de las
emociones básicas, se apodera de la realidad de esos momentos, es decir, de los
sueños, dejando de lado los procesos más racionales y, por ende, con mayor
capacidad de crítica que se generan en la corteza cerebral. Esto podría
facilitar el que asumamos que las vivencias que tenemos en esos momentos
parezcan reales y no solo un simple sueño.
En otras
palabras, el sueño es el intento del cerebro para dar sentido a las imágenes
creadas en zonas más primitivas de nuestra mente, hecho que podría constituir
una razonable explicación a la interpretación de imágenes por parte de las
personas que han sufrido una ECM. Tampoco debemos olvidar que los sueños
también son útiles para mantener las neuronas trabajando en unos niveles
mínimos durante el descanso, de manera que, al día siguiente, no le resulte
difícil reanudar su actividad.
Cuando
relatamos una ECM podría ocurrir que, de manera inconsciente, realizásemos una
comparación respecto al estado de vigilia de lo que experimentamos cuando nos
encontrábamos en un estado alterado de consciencia como es el sueño. Una vez
realizada la comparación nuestro cerebro, ya en vigilia, intenta darle sentido
ordenando la experiencia de manera que la podamos entender nosotros mismos y, a
la vez, poderla relatar a terceras personas.
UNA EXPERIENCIA PERSONAL
En los albores
de mi especialización en psiquiatría tuve una experiencia que quizás puede
aclarar algunos aspectos entre sentidos, cerebro y construcción de la realidad.
Un día
cualquiera de aquellos años recibí una llamada de teléfono. El acento era
extranjero, de algún país del norte de Europa. Un grupo de psicólogos había
construido unas cámaras de aislamiento sensorial y me invitaban a probarlas.
Estas cámaras consisten en una bañera llena de agua y saturada de sales, todo
ello a 37°C de temperatura, de manera que, al igual que ocurre en el mar
Muerto, se flota sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo. No solo eso, sino
que la bañera está aislada acústicamente y también de la luz. El lector
adivinará que la intención de introducirse en dicho lugar no es otra que
provocar una disminución e incluso anulación de las entradas sensoriales que
recibe el cerebro.
Pocos días más
tarde y después de ilustrarme todo lo que pude al respecto en una época en la
que no existía internet, me encontré yendo hacia un piso en una céntrica calle
madrileña. Mi único equipaje consistía en un bañador y una toalla. Al llegar al
piso un equipo de psicólogos me dio información sobre el procedimiento: no más
de media hora en suspensión. Inicialmente me pareció poco tiempo, pero poco
después pude comprobar que estaba equivocado. Me dejaron a solas para cambiarme
de ropa y, una vez que lo hice, me mostraron el tanque que, de remate, tenía
ciertas reminiscencias de contenedor de zinc similar a los que usan en las
facultades de Medicina para conservar los cuerpos sumergidos en formol. Quizás
este era un poco más grande. Me advirtieron de que la tapa con la que casi
sellaban ese símil de ataúd poseía un sistema de intercomunicación electrónico
para casos de emergencia, además de un sistema activo de ventilación. Es decir,
estaba a prueba de víctimas de la claustrofobia.
Así pues,
introduje una pierna y luego la otra en esa solución altamente salina que, al
principio, me pareció un poco fresca a pesar de su temperatura similar a la
corporal. En menos de un minuto me encontré inmerso en una oscuridad absoluta y
bajo un manto de silencio donde lo único que resaltaba era el sonido
amplificado de mi propia respiración. El nivel del agua quedaba justo a la
altura de mis orejas, por lo que podía respirar con naturalidad sin hacer el
menor gesto para aumentar mi flotabilidad.
En pocos
minutos, una extraña sensación empezó a apoderarse de mí: comencé a perder el
sentido de posicionamiento espacial. Es decir, no lograba saber si estaba
arriba o abajo, ya que la sensación de ingravidez iba aumentando de manera
progresiva. La sensación táctil de la planta de los pies y del resto del cuerpo
también desapareció.
Progresivamente
comencé a entender el significado literal de lo que significaba aislamiento. A
partir de ese momento algo insólito comenzó a suceder: ligeras visiones de
fogonazos de luz a pesar de la, repito, oscuridad absoluta del lugar. Las luces
evolucionaron poco a poco para conformar lejanas figuras geométricas que se
alejaban y acercaban, dando la impresión subjetiva de movimiento de mi cuerpo
respecto a ellas… ¿Semejantes, quizás, a un efecto túnel? (lo cierto es que
llegué a ver dicha figura).
Momentos más
tarde me di cuenta de que había perdido la sensación de temporalidad. Mi
intelecto me decía que debía llevar menos de media hora, ya que ese era el
tiempo pactado, pero esta idea no se acompañaba de la sensación
correspondiente.
Sin darme casi
cuenta me descubrí flotando en el espacio. Mi cuerpo ya no parecía estar
horizontal (como en realidad estaba), sino que pivotaba sobre ejes desconocidos
para mí. Afortunadamente esperaba casi todos estos efectos, pero podría
entender que una persona que no hubiese sido apercibida de los mismos llegara a
desarrollar un ataque de pánico con suma facilidad.
Así me
encontraba, viajando por el espacio, cuando una voz electrónica me preguntó
cómo me encontraba, lo que me devolvió a la realidad. Un tanto confuso comencé
a articular algunas sílabas para tartamudear: «Bien». El tiempo se había
acabado. El encargado de la cámara abrió la tapa. Habían tenido la delicadeza
de amortiguar la intensidad lumínica para no deslumbrarme. Ahí me encontraba,
lleno de gozo por haber vivido una experiencia propia de un estado alterado de
consciencia y sin haber tomado ni un solo miligramo de ninguna sustancia.
Reflexionando
acerca de lo que había vivido fui consciente del poder del cerebro cuando este
se desconecta de los estímulos sensoriales y sigue ávido de entradas
sensoriales. Parece evidente que él mismo llega a fabricarlas para mantener
algún constructo de realidad en la que nuestra consciencia sigue navegando.
ANESTESIA
Según Cook
parece posible que bajo estados de anestesia quirúrgica nuestra mente responda
a sensaciones físicas originadas, por ejemplo, por la propia cirugía,
desplazándolas hacia otras dimensiones mentales, a veces visualizando una
imagen del cirujano operando nuestro cuerpo. En otras palabras, nuestra
personalidad adopta estrategias de supervivencia combinando las entradas
sensoriales, amortiguadas por los anestésicos, con las memorias y nuestros
conocimientos previos de lo que es una operación quirúrgica. Esta idea tendría
especial relevancia cuando hablamos de experiencias extracorpóreas o
autoscópicas. Sin embargo, el propio Cook no es capaz de explicar 6 casos de
pacientes que sufrieron una parada cardiaca reportados por Sabom en 1982, ya
que estos sujetos relataron detalles minuciosos de los instrumentos médicos e
incluso conversaciones de los familiares que se encontraban en salas contiguas
y que tan solo podrían haber sido percibidas por un algo extracorpóreo.
Si bien es de
todos sabido que algunos anestésicos como la ketamina parecen reproducir, al
igual que el LSD, algunos síntomas propios de las ECM, llama la atención la
idea que uno de los mayores estudiosos de las ECM, Bruce Greyson, menciona al
respecto en un trabajo de 2009: «Estas experiencias, las ECM, no son
probablemente producidas por las drogas, sino que más bien estas drogas
facilitan los cambios que favorecen a la experiencia». Una frase llena de
inteligencia y sabiduría y que concilia a los científicos escépticos con los
creyentes más espirituales.
Asimismo, Bush
afirma que si la teoría farmacológica es inadecuada para explicar las ECM
positivas, resulta de difícil comprensión que utilizásemos estos mismos
elementos para explicar las ECM negativas o incluso terroríficas.
PERSONAL SANITARIO
¿Qué piensan
médicos, enfermeras y auxiliares acerca de las ECM? Curiosamente, la mayor
parte de los estudios se han realizado sobre enfermeras. Me pregunto si la
falta de estudios sobre este tipo de temas en referencia a los médicos es por
algo que el autor de este libro se ha encontrado durante sus investigaciones:
un intenso sentimiento de vergüenza por parte de los médicos, que apenas poseen
conocimientos sobre este tema y, a la vez, no quieren demostrar públicamente
que se encuentran interesados por las ECM, debido al temor a ser tomados por
locos.
Sin embargo,
resulta de sumo interés cómo en las reuniones de pocos integrantes —mejor de
uno en uno— la mayor parte de los profesionales muestran una tremenda
curiosidad por este tema, siempre que no haya testigos.
En 1981,
Annalee Oakes se dedicó a estudiar las reacciones de treinta enfermeras que
trabajaban en una UCI. Su estudio demostró que la mayor parte de estas
profesionales encontraban el tema fascinante y que aproximadamente la mitad
consideraba que poseer conocimientos sobre el asunto podría ayudar a
determinados pacientes a enfrentarse a la muerte.
En 1986,
Roberta Orne realizó un nuevo estudio sobre las creencias de 912 enfermeras
respecto a las ECM. Más de un 58 por ciento admitió tener un conocimiento muy
limitado del tema, agregando además que gran parte había sido adquirido a
través de los medios de comunicación generales. Sin embargo, la mayor parte de
ellas (86 por ciento) mostraban una actitud positiva hacia las personas que
habían sufrido una ECM, ayudándoles a comprender y discutiendo sobre su nueva
situación. Un 25 por ciento afirmó que no creía en este tipo de experiencia.
Llama la
atención que las enfermeras que trabajan en Urgencias reportaron un mayor nivel
de conocimientos que, por ejemplo, las que trabajaban en Maternidad.
Curiosamente, las enfermeras que trabajaban en el pabellón psiquiátrico
mostraban un mayor interés en aumentar sus conocimientos sobre las ECM. Más
llamativo aún es que un 28 por ciento reconociera haber experimentado por sí
mismas una ECM.
Menos
sorprendente es que otro estudio de 1988, realizado por Nina Thornburg, también
sobre enfermeras, mostrara que si bien un 95 por ciento poseía algún
conocimiento sobre las ECM, ninguna de ellas las había experimentado. En un
estudio de 2001, de la italiana Laura Cunico, enfermera jefe del Departamento
de Psiquiatría de la Universidad de Verona, se observa que un llamativo 34 por
ciento de las enfermeras afirma haber conocido a algún paciente que había
experimentado una ECM. De este estudio también llama la atención que las
enfermeras que trabajaban en áreas no críticas del hospital, es decir, fuera de
Urgencias y otros lugares en los que la vida del paciente pueda encontrarse en
máximo riesgo, eran, paradójicamente, las que habían conocido a mayor número de
pacientes relacionados con las ECM. En total, un 63 por ciento de enfermeras
podían englobarse en esta categoría. Una explicación plausible de este
resultado podría ser que los pacientes que superan un momento grave de salud y
que han vivido una ECM no la cuentan, precisamente, hasta que están fuera de
esas zonas críticas del hospital y les llevan a otra zona a recuperarse en
espera del alta.
¿ILUSIÓN O REALIDAD?
Quizás sea esta
una de las cuestiones que crean más debate y a la vez mayor interés no solo
entre las personas que han sufrido una ECM, sino también por parte de los que
se dedican de manera científica a estudiar este tipo de fenómenos. Cuando
hablamos de percepciones verídicas de ECM nos referimos a cualquier tipo de
percepción, sea visual, auditiva, olfativa o cualquier otra que la persona haya
experimentado durante su ECM y que luego haya sido corroborada por terceras
personas en el contexto de la realidad.
Por ejemplo,
tenemos el caso de una paciente que vio, mientras sufría una intervención
quirúrgica, que su madre no podía encontrar el quirófano y que preguntó por su
localización a una persona vestida de manera particular. Esto, que vio la hija
durante su experiencia extracorpórea, fue corroborado por la madre y el resto
de la familia. Otro ejemplo, ya citado, es el de la persona que se encontró
durante la ECM con un familiar que acababa de fallecer. El protagonista de la
ECM desconocía este hecho.
Un concepto
interesante que introduce la investigadora Janice Miner Holden es el de
«percepciones ECM verídicas aparentemente no físicas» (AVP, apparently
non-physical veridical NDE perception). En este tipo de cuestiones, las
personas que han sufrido una ECM reportan percepciones aparentemente verídicas
que, considerando la posición y la condición de su cuerpo físico durante el
episodio, se llega a la conclusión de que no pueden ser resultado de un proceso
sensorial normal, ni siquiera el resultado de una inferencia de un proceso
lógico. Es decir, aunque suene muy arriesgado, la autora propone que no ha
existido mediación por parte del cerebro a la hora de procesar la información.
En otras palabras, las AVP sugerirían la habilidad de la consciencia para
funcionar de manera independiente al cuerpo físico. Además, esta autora plantea
cuatro cuestiones que, de ser ciertas las AVP, revolucionarían el mundo de la
ciencia, la neurofisiología y muchas otras cuestiones desde el punto de vista
social y teológico:
1.
Las
personas que sufrieron una ECM tendrían la experiencia confirmada no solo desde
el punto de vista subjetivo, sino también desde la realidad objetiva.
2.
La
conciencia, la percepción, los pensamientos, la memoria, etc., se podrían
considerar capaces de funcionar más allá de la muerte reversible e incluso
fuera del cuerpo físico.
3.
La
consciencia presentaría un potencial capaz de continuar más allá de la muerte
irreversible.
4.
Habría
que dar mayor credibilidad a los aspectos no materiales de los mensajes que
transmiten las personas que han sufrido una ECM, incluyendo el significado y
propósito de la existencia humana.
Respecto al
primer punto, resulta evidente que muchas personas ponen en duda la experiencia
vivida por otros, lo que produce una amargura añadida para el que vuelve a la
vida. En relación a la segunda cuestión, que consciencia, percepción y otras
características de la mente pudieran funcionar durante la muerte reversible,
entra en colisión directa con uno de los principios fundamentales de las
ciencias occidentales: que el cerebro produce la experiencia consciente y que
esta depende de manera absoluta del funcionamiento de aquel. Esta contradicción
produciría una verdadera revolución en multitud de aspectos desde todos los
puntos de vista, particularmente sobre la visión existencial del ser humano.
Pero claro, si esta consciencia fuese capaz de vivir en una persona moribunda,
sin sus capacidades neurológicas funcionando a pleno rendimiento, sería
factible, extrapolando, que también lo pudiera hacer después de la muerte. No
es menos cierto, siendo realistas, que las AVP no han podido ser corroboradas
en este último caso, ya que la muerte ha sido irreversible.
No podemos
olvidar que este tipo de cuestión ya fue introducido por Raymond Moody en 1975,
en sus primeras publicaciones, cuando alguno de sus pacientes llegaba a relatar
todo lo que había sucedido durante, por ejemplo, una parada
cardiorrespiratoria. Otros, por el contrario, son capaces de relatar con lujo
de detalles tanto vestimentas como aparatos utilizados durante su proceso de
resucitación. Una de estas experiencias, tipo AVP, fue la sufrida por el médico
A. S. Wiltse a finales del siglo XIX. Después de unas fiebres tifoideas y de una parada
cardiorrespiratoria fue capaz de describir todo lo que ocurrió a su alrededor
mientras, supuestamente, estaba muerto.
Janice M.
Holden realizó una interesantísima revisión bibliográfica respecto a las
publicaciones relacionadas con las ECM. Abarcaba los últimos treinta años de
estudio, excluyendo los libros autobiográficos así como los estudios que no
realizaran una aproximación sistemática en la recogida de datos o en su
posterior análisis, es decir, los que no cumplían unos protocolos científicos
mínimamente serios. En sus resultados observó un total de 107 casos que
provenían de 39 publicaciones distintas de 37 autores. Una vez que categorizó
sus hallazgos encontró 89 casos de AVP materiales, 14 transmateriales y 4 que
mostraban percepciones de ambas categoría. Para ser incluidos en la categoría
de material tenía que haber comentarios acerca de su rescate, resucitación, facilitar
la recuperación de objetos perdidos, etc. Mientras que para pertenecer a la
categoría de transmaterial, los relatos tenían que incluir contenido anecdótico
propio de encuentros con personas ya fallecidas, pero cuya circunstancia fuera
desconocida para la persona que sufría la ECM. También valía adquirir
información como, por ejemplo, saber dónde se encontraba algún documento oculto
o cosas similares.
Llama la
atención que un 8 por ciento de las AVP materiales y un 11 por ciento de las
transmateriales parecían incluir algún tipo de error en el estudio de los
autores. Por el contrario, llama mucho la atención que un 38 por ciento de las
materiales y un 33 por ciento de las transmateriales mostraran una exactitud de
percepción que los autores de los estudios habían corroborado de manera
objetiva.
Respecto al
enorme volumen de AVP registradas en los últimos siglos, comentan Ring y
Valarino que «aunque no existe ningún caso que sea absolutamente concluyente
por sí mismo, el peso acumulativo de estas narraciones parece ser suficiente
para comenzar a convencer a la mayor parte de los escépticos de que este tipo
de situaciones son algo más que simples alucinaciones por parte de un
paciente».
Por el
contrario, no es menos cierto que la mayor parte de los escépticos, como Susan
Blackmore, afirman que todas estas experiencias no son otra cosa que producto
de la construcción lógica de un cerebro que todavía se encuentra vivo.
Construcción que puede ocurrir antes, durante y después de la propia
experiencia de la muerte. Por ejemplo, en el caso de Pam Reynolds los
escépticos alegan una serie de factores que pueden hacer parecer que dicha
experiencia fue algo médico, entre ellos la anestesia consciente, que no es
otra cosa que una situación que se produce en uno o dos de cada mil pacientes
anestesiados. De alguna manera, ya sea por la aplicación de la anestesia o por
la poca receptividad del paciente, la sedación es más superficial de lo
deseado, por lo que resulta un estado demasiado consciente en el que se llega a
percibir multitud de cosas que suceden alrededor.
Así pues,
desde el punto de vista de los escépticos también es posible encontrar ciertas
explicaciones a este tipo de fenómenos. Por ejemplo, la paciente podría no
haber estado suficientemente dormida cuando experimentó la sierra eléctrica
sobre su propio cráneo, o bien la percepción de ciertas maniobras médicas puede
suceder como conclusión lógica de los conocimientos adquiridos antes de la
operación. Además, la paciente fue entrevistada por Sabom tres años después de
la operación, por lo que sus memorias pudieron haberse consolidado y
enriquecido con material extraño al suceso, aunque fuese inconscientemente,
durante ese largo periodo de tiempo.
Janice Holden,
por el contrario, afirma que hay cosas en este caso que escapan a cualquier
lógica como, por ejemplo, las conversaciones que la paciente afirma haber
escuchado cuando el electroencefalograma estaba plano a la vez que era incapaz
de escuchar los fuertes «clics» que se emitían a través de los auriculares y sobre
los que no hace la más mínima referencia, un hecho que contradice el mecanismo
explicativo de los escépticos. Más aún, el mismo médico que la operó, el doctor
Spetzler, afirmaba: «Bajo esta situación operatoria nadie puede conservar su
oído. Me parece inconcebible que los sentidos normales, como la audición,
dejando de lado que tenía auriculares en ambas orejas que le ocluían los
conductos auditivos, fuesen capaces de escuchar nada. No tengo ninguna
explicación para esto. Desconozco cómo es posible que ocurriese, considerando
el estado fisiológico en que se encontraba. Al mismo tiempo he visto tantas
cosas que no podría explicar que no quiero ser tan arrogante de decir que es
imposible que ocurriese» (Broome, 2002).
Sabom observa
que en 26 casos de entre 32 las personas que habían sufrido una ECM no parecían
capaces de describir los aspectos materiales de su experiencia. Esto le parece
suficiente detalle como para poderlos comparar con su historia clínica. También
es cierto que si bien no fueron capaces de proporcionar detalles, tampoco
cometieron errores de bulto a la hora de describir los procedimientos que les
fueron aplicados. Los otros seis (todos habían sufrido paradas
cardiorrespiratorias) fueron capaces de describir, con increíble precisión,
todo lo que les había sucedido durante la parada a pesar de, aparentemente, no
haberlo visto.
Podríamos
pensar que muchas personas son capaces de describir con cierto detalle los
procedimientos propios de una resucitación cardiopulmonar, más cuando muchos de
ellos ya poseen cierta experiencia médica por sus anteriores ingresos
hospitalarios. Por ello, Sabom buscó a 25 pacientes que no habían sufrido una
ECM pero con una historia clínica semejante a los anteriores y les pidió que
describiesen, con el mayor detalle posible, un procedimiento de resucitación.
Para su sorpresa encontró que un 80 por ciento de las descripciones incluían
errores muy groseros de procedimiento, por lo que la diferencia entre ambos
grupos no se podía explicar tan solo por una acumulación de conocimientos en el
primero de los grupos, sino porque, de alguna manera, el primer grupo de
pacientes seguía con su consciencia funcionando a pesar de encontrarse en un
proceso de muerte reversible.
Los
investigadores más escépticos alegan que el punto débil de este experimento
consistió en utilizar como grupo control a estos veinticinco pacientes que no
habían sufrido una ECM, aunque con historia clínica semejante, pero que no
habían pasado por un procedimiento de resucitación cardiopulmonar como el primer
grupo, cosa que es cierta si queremos ser correctos a la hora de diseñar un
experimento. Es decir, existía la posibilidad de que los del primer grupo
hubiesen asimilado conocimientos de dichas técnicas mientras que en el segundo,
el que utilizó Sabom, no habría ocurrido esto, como detalla Blackmore en un
estudio de 1985.
Otra
investigadora que ha intentado descubrir pruebas fehacientes de las AVP es la
otrora enfermera Penny Sartori, que trabajó muchos años en un hospital de
Gales. Tuve la fortuna de entrevistarla y obtener datos de primera mano. El
propósito fundamental de sus estudios es comparar a pacientes que habían
sobrevivido al ingreso en una UCI. Posteriormente dedicó cuatro años a
entrevistar solo a pacientes que habían sobrevivido a una parada cardiorrespiratoria.
Sus conclusiones fueron que las ECM no se pueden considerar alucinaciones, al
menos como se entienden en Medicina, debido a su realidad y, en ocasiones,
hiperrealidad. Sin embargo, autores como Holden critican la falta de
consistencia en la recogida y manejo de datos, lo que podría dar lugar a
resultados sesgados y erróneos.
Otro tipo de
investigaciones han comenzado a surgir en los últimos años, si bien Raymond
Moody ya había sugerido esta línea en la década de 1970. El planteamiento es
claro: si supuestamente muchas personas que viven una ECM dicen salir del
cuerpo (experiencia extracorpórea) y ver cosas en derredor, lo lógico sería,
desde un punto de vista experimental o por lo menos para un trabajo de campo
científico, emplazar una serie de objetos que pudiesen ser percibidos por la
persona que está sufriendo el proceso y, posteriormente, describirlos.
Asimismo, lo lógico es que dichos objetos o señales se encuentren fuera del
campo de visión del resto de personas que participan en el experimento, en las
maniobras de resucitación, etc. A este respecto no puedo evitar comentar una
preciosa anécdota que el propio Bruce Greyson me confió durante un almuerzo en
Durham.
Este tipo de
experimentos no es otra cosa que el resultado obligado de las cuestiones que se
plantean muchos científicos, por lo que Greyson no tuvo otra idea que, a
espaldas del equipo de experimentación (para no contaminar con información a
terceras personas que pudieran influir sobre el sujeto observado), pero
autorizado por los médicos de Urgencias, colocar un ordenador portátil sobre la
lámpara de la habitación donde se realizaban las maniobras de resucitación
cardiopulmonar en su hospital de Virginia. Dicho ordenador se encontraba
programado para seleccionar una entre sesenta animaciones, dependiendo del
momento. Asimismo, el ordenador tardaba unos veinte segundos en iniciarse, por
lo que el experimentador tenía tiempo para descender la escalerilla y no llegar
a ver ni siquiera la primera imagen. El ordenador se apagaba automáticamente a
los noventa minutos de haber sido encendido y registraba en su memoria la
secuencia de imágenes y el momento en que las mostraba.
Para contestar
a la eterna pregunta referente a si las ECM se producen realmente durante la
muerte, el monitor mostraba en cada ciclo de veinte segundos de imágenes un
momento de tres segundos en el que se veía la hora real, de manera que si el
paciente podía verlo durante ese hipotético momento de muerte, podría, en
teoría, recordar la hora y de esta manera comparar su testimonio con los
observadores que se encontraban en la sala de resucitación. Desconozco con
cuántos paciente se hizo dicho experimento, pero lo cierto es que seguramente
fueron pocos, ya que al preguntar a los primeros pacientes que habían tenido una
ECM con su correspondiente experiencia extracorpórea si habían visto algo que
les llamase la atención por su aspecto inusual o fuera de lugar (refiriéndose,
como es lógico, al portátil encaramado en una lámpara), los pacientes solían
responder así: «¿Usted se cree, doctor Greyson, que en ese tipo de situación,
en la que yo me encontraba fantásticamente saliendo fuera de mi cuerpo,
atravesando las paredes o encontrándome con familiares ya fallecidos, me iba a
fijar en un portátil escondido encima de la lámpara?». Lo cierto es que no
puede evitar sonreírme, al igual que el doctor Greyson, debido a la aplastante
y divertida respuesta de los pacientes. Parecía evidente que existían
cuestiones más interesantes que hacer en momentos vitalmente tan trascendentes.
Otros
investigadores han intentado realizar experimentos u observaciones más
completas con estímulos visuales o sonoros, estos últimos más difíciles de
aislar. Por ejemplo, Janice Holden observó, en 1989, que gran parte de las
personas que sufrían una experiencia extracorpórea durante su ECM reportaban
que su consciencia se encontraba por encima de su cuerpo físico. La mayor parte
de las veces, pegados al techo. Ahora bien, ¿qué tipo de estímulo poner?
¿Colores? ¿Acaso sabemos si los colores pueden ser percibidos de la misma
manera durante una EEC?
Curiosamente,
esta misma investigadora, sí fue consciente, en 1988, de la importancia de esta
cuestión, la percepción visual, en las personas que sufrieron una ECM. En su
estudio observó que el 75 por ciento afirmaba ver claramente y sin distorsiones
que los colores percibidos durante su experiencia se correspondían con los
colores reales cuando, posteriormente, los veían al recuperarse de su parada
cardiorrespiratoria. Más aún, un 60 por ciento indicó que su visión y la
memoria de lo que habían visto era tan precisa que serían capaces incluso de
leer y recordar algún texto durante su ECM. Sin embargo, no era menos cierto
que muchas personas pertenecientes a este mismo grupo también afirmaban mostrar
cierto desinterés por cualquier otra actividad que no estuviese relacionada con
sus cuerpos físicos. Otros tantos aseguraban que bajo este tipo de situación
sería difícil centrarse sobre cierto tipo de detalles o que les pudiese atraer
cualquier cosa que el experimentador emplazase dentro de la habitación.
Por eso
algunos experimentadores, como Sam Parnia, en 2001, diseñaron estudios en los
que monitores electrónicos localizados en el techo de la sala de resucitación,
mostraban dibujos o señales que, posteriormente, las personas que sufrían una
ECM deberían describir. Huelga decir que dichos dibujos electrónicos se
encontraban fuera del campo visual de las personas que participaban en los
procedimientos de resucitación cardiopulmonar.
Hasta el día
de hoy, si somos sinceros, los resultados de este tipo de estudios han sido
extremadamente decepcionantes, ya que no han podido registrar ni un solo caso
de AVP. Una de las explicaciones posibles es que este tipo de experiencias es
totalmente inexistente. Otra explicación podría ser que su rareza la hace de
difícil estudio bajo situaciones científicamente controladas. Incluso se podría
especular de manera semejante a los pacientes de Greyson: que la percepción
durante una ECM es una cuestión de sensaciones y de sentido personal, distinta
al mundo físico, por lo que los protocolos de estudio deberían cambiar tanto en
su estructura como en su diseño.
Holden y
Greyson afirman, no sin cierto tono jocoso, que parece que hubiese un personaje
que se dedicase a burlar a los investigadores que intentan desentrañar los
misterios de las ECM. Incluso le otorgan el nombre de un personaje del folclore
de la cultura anglosajona llamado Trickster, es decir, «el que
engaña», como si de alguna manera la naturaleza se dedicase a esconder
evidencias de las percepciones no físicas.
Lo que es
cierto, sin lugar a dudas, es que este tipo de situaciones se produce de forma
más o menos excepcional. Por ello parece muy difícil controlarlas
científicamente debido al conflicto de su monitorización. Este tipo de
dificultades, unido a que la mayor parte de los relatos son de tipo anecdótico,
generan una serie de discusiones sin fin en las que no se puede llegar a
conclusiones rotundas que satisfagan tanto a escépticos como a creyentes.
XXVEFECTOS DE LAS ECMSOBRE LA PROPIA VIDA Y LAS AJENAS
Dos vocablos pero un solo universo. La
psique es el medio esencial para vivir una experiencia religiosa.
LIONEL CORBETT
Como ya hemos
visto, la persona que ha sufrido una ECM no suele relatar su experiencia ni
intenta convencer de la misma a las personas de su entorno. Por el contrario,
permanece silente mientras un gran cambio interior va avanzando en el campo de
sus emociones y, particularmente, respecto a su escala de valores.
Se ha dicho
multitud de veces que las personas que han vivido una ECM pierden el miedo a
morir, ganan el don de amar incondicionalmente y se convierten en seres más
espirituales y menos materialistas, con un gran deseo de servir a los demás. De
alguna manera este tipo de ser humano, aparentemente más evolucionado, sería
percibido como el germen de una nueva raza de alto nivel espiritual denominada Homo
noeticus (Ring, 1992). Muchos investigadores incluyen en esto la aparición
de poderes paranormales. Como resultado de todos estos estudios, tanto antiguos
como modernos, ha surgido una tendencia popular a glorificar a los que han
sufrido una ECM, «los que han estado en la luz». Las personas de su entorno
creen que se han transformado de tal manera que se convierten en gurús
sobrehumanos que pueden, incluso, predicar. A menudo se les pide: «Decidnos lo
que tenemos que hacer». Rocío dice: «A raíz de esta experiencia he tenido
cambios muy significativos en mi vida: me he vuelto más perceptiva, intuitiva,
ahora siento muchas más cosas».
Si hubiese que
resumirlo en pocas palabras podríamos decir que las cuestiones materiales pasan
de manera instantánea a un segundo plano y que las espirituales ocupan su
lugar, ya que el mundo conocido se llega a colapsar y el sistema de creencias
antiguo se derrumba.
El equipo liderado
por Debbie James y Bruce Greyson desarrolló en 2009 el Cuestionario de Cambios
Vitales para las ECM (Life Change Questionnaire), mediante el cual han
observado, por ejemplo, que tan solo un 15 por ciento de las personas que
sufren una ECM la catalogan como «positiva», un 40 por ciento la califica de
«regularmente positiva», un 45 por ciento la han vivido como «neutral» o
«regularmente negativa» y, afortunadamente, nadie en esta estadística la ha
vivido como «totalmente negativa».
Realmente, las
personas que han vivido una ECM se encuentran con un caudal inmenso de
experiencias acerca de las realidades que han experimentado, un mundo perfecto
y una realidad mejor que la actual. A partir de ese momento intentan vivir de
acuerdo con lo que aprendieron. Creo que, a este respecto, una de las personas
que nos trasladó su experiencia, Ana, resume en pocas palabras todo el proceso
que le sucedió después de su ECM: «Desde mi experiencia he sufrido, a lo largo
de los años, varias transformaciones, por así decirlo. Es totalmente cierto lo
del reloj, yo hasta dormía con él. Desde entonces y hasta ahora no me había
planteado el porqué. Dejé de usarlo totalmente. Luego cambió el sentimiento
hacia los demás, acentuado por la empatía. Todo lo extrasensorial se acentuó, la
concepción materialista de las cosas cesa casi por completo y queda en lo
exclusivamente necesario. Lo espiritual se hace necesario y poderoso (no
exclusivamente en lo religioso), de tal modo que encontré problemas en mi
interior, ya que sentía que había algo en mi vida que me faltaba, algo que he
pasado años buscando sin saber muy bien qué era, hasta que hace unos meses
accedí a hacerme una terapia de reiki. Y doy fe de que por fin he encontrado lo
que me faltaba en esta vida terrenal, esa paz y felicidad que encontré en la
ECM. Poder sentir por momentos esa sensación es tan gratificante que no pienso
dejar la terapia. La meditación también me ayudó a llegar a ese estado. El
potencial que he descubierto en mí es importante y me ha hecho ver que puedo ser
yo quien dé terapia a otras personas en el futuro. Más sorprendida no puedo
estar del rumbo que está tomando mi vida desde aquel día».
Por el
contrario, otras personas que han sufrido una ECM se sienten aisladas,
relegadas al ostracismo, incluso algunas familias las viven como un motivo de
vergüenza.
Existen dos
estudios sobre pacientes que han sufrido paros cardiacos que me parecen
especialmente relevantes. En ambos se entrevistó a los pacientes justo después
de sufrir la ECM, y luego se hizo un seguimiento utilizando el Cuestionario de
Cambios Vitales desarrollado por Greyson. Asimismo, se comparó a este grupo con
otro que también había sufrido paro cardiaco pero no había experimentado
ninguna ECM.
El primero de
estos estudios, dirigido en 2001 por Pim van Lommel, un cardiólogo de los
Países Bajos, se centró en un grupo de 74 pacientes de este país que habían
sufrido un paro cardiaco. De ellos 35 había presentado una ECM y 39 no. Los
resultados, tras aplicar el cuestionario, podemos verlos en la tabla que se
muestra en la siguiente página. Sin embargo, es importante mencionar que los
pacientes que habían sufrido una ECM catalogada como profunda mostraron
puntuaciones más elevadas. También es preciso reseñar que ocho años más tarde
todos los pacientes, incluidos los que no sufrieron la ECM, reportaron cambios
positivos en su vida, incluyendo la pérdida del miedo a la muerte. Ambos grupos
presentaron una evolución positiva con el paso del tiempo, mejor incluso a los
ocho años del suceso que a los dos.
El segundo
estudio, realizado por Janet Schwaninger, siguió unas directrices metodológicas
similares, si bien con menor muestra: 18 pacientes, 8 de los cuales
experimentaron la ECM. Los resultados fueron similares al estudio de Pim van
Lommel, con resultados positivos en el grupo de los que habían vivido una ECM.
Cabe resaltar que el cambio más llamativo es el ocurrido sobre las creencias
religiosas, entre ellas el sentido sagrado de la vida, la presencia interior de
Dios y el propósito de la vida. Todo ello parece relacionarse con diversos
estudios que observan que las mayores transformaciones en la personalidad del
individuo acontecen cuanto mayor y más profunda es la ECM.
CAMBIOS
POSITIVOS DESPUÉS DE UNA ECM |
||||
2 años |
8 años |
|||
ECM (%) |
NO ECM
(%) |
ECM (%) |
NO ECM
(%) |
|
Actitudes
sociales |
||||
Amor hacia
los demás |
42 |
16 |
78 |
58 |
Compasión
por los demás |
42 |
16 |
78 |
41 |
Aumento
vida familiar |
47 |
33 |
78 |
58 |
Actitudes
religiosas |
||||
Comprensión
de la vida |
52 |
33 |
57 |
66 |
Vida
interior |
52 |
25 |
57 |
25 |
Importancia
espiritualidad |
15 |
-8 |
42 |
-41 |
Actitud
hacia la muerte |
||||
Miedo a la
muerte |
-47 |
-16 |
-63 |
-41 |
Convicción
vida después |
36 |
16 |
42 |
16 |
de la
muerte |
||||
Otros |
||||
Búsqueda
sentido personal |
52 |
33 |
89 |
66 |
Aprecio de
cuestiones ordinarias |
78 |
41 |
84 |
50 |
Fuente: Pim van Lommel (2001).
La propia
autora, a quien entrevisté personalmente y que había sufrido en la década de
1970 tres ECM, confesaba que «el volver a la vida puede llegar a ser tan
traumático como irse de ella». Muchas personas, después de sufrir una ECM,
pueden mostrarse desorientadas. Según esta investigadora la experiencia es
similar a un parto: quizás no se disfrute a lo largo del mismo, pero al final
la felicidad siempre está presente aunque cueste ganársela. Esta misma autora
cree en las teorías de la Nueva Parusia,[15]
un nuevo mundo que sobrevendrá gracias al número creciente de personas que han
sufrido una ECM y que servirán para generar un amor universal. Todas estas
personas llegarían a constituir una masa crítica con este fin, hipótesis que
concuerda con la idea del centésimo mono,[16]
según la cual la supuesta energía de un número de individuos que han sufrido
estas transformaciones podría salvar al planeta.
Sin embargo,
esta autora reconoce que comenzar a experimentar este amor universal produce un
sentimiento agridulce, una inestabilidad para personalizar emociones. La
confusión es inevitable: suelen aparecer depresión y ruptura de los patrones
vitales. Para muchos, el precio del amor incondicional supone la destrucción de
las relaciones, tanto con la pareja como con otros miembros de la familia.
Otros efectos que Atwater describe incluyen: falta de habilidad para reconocer
límites, pérdida de la temporalidad, aumento de la percepción espacial, aumento
de la percepción intuitiva, potenciación de la visión de la realidad física,
cambio en la percepción física del yo y, finalmente, dificultades para
relacionarse con los demás.
Esta misma
autora, en una publicación de 1992, observa después de estudiar a 277 niños que
han sufrido una ECM cómo exhiben importantes mejoras a nivel cerebral, en todos
los niveles de inteligencia, lo que Atwater califica como «salto
cerebral-espiritual», lo que significa, según ella, nada menos que un cambio
químico y funcional del cerebro que podría arrojar luz sobre los mecanismos de
la evolución humana. Estas mejoras cerebrales, según la autora, podrían
representar expansiones de la consciencia y la adquisición de facultades
propias de otros planos espirituales relacionados con el crecimiento y el
aprendizaje.
Desde el punto
de vista religioso, esta autora observa que los niños que han vivido una ECM
aumentaron sus oraciones o su capacidad de meditación. Sin embargo, los niños
que ya pertenecían a algún dogma religioso previo a su ECM presentan problemas
a la hora de asimilar su experiencia. A diferencia de los adultos, los niños
tienden a abandonar su propia religión en pos de una vida más espiritual. Es
parecido a lo que indica Abelardo: «En mi vida hay un antes y un después, ahora
tengo la mente más abierta». Muchos de ellos, según Atwater, se encuentran
impregnados de la sensación de ser la punta de lanza de algún tipo de misión y
se obsesionan con la idea de cambiar cosas a su alrededor. Sin embargo, pocos
son los niños que emprenden estas acciones antes de la edad adulta, incluso
aunque sean conocedores del tipo de misión a realizar.
Este tipo de
misiones son encomendadas también a adultos para que, a su regreso al reino
terrenal, se encarguen de determinadas actividades, ya sea en relación a sí
mismos, a sus familias o amistades o respecto a la sociedad en general. Un
retorno de este tipo es el que le ocurrió a Rocío, quien después de una ECM
desencadenada por una grave complicación en un embarazo ectópico vivió una
experiencia completa, de la que comenta: «Creo que soy muy afortunada por todas
las experiencias que me han tocado vivir. Los ángeles, de manera humana, me
hablaron de mi misión, refiriéndose al ser supremo como “el que me envía”, y me
dijeron que esa misión es… [prefiere no decirla]. Ahora puedo decir que soy
canal para trasmitir mensajes de seres de luz». Esto es lo que relata Vicenta
al respecto: «Yo me siento bien y segura, tan solo que no me obsesiono con las
experiencias que tuve en su momento. Eso no quiere decir que las haya olvidado,
eso no me ha sucedido y no creo que lo olvide nunca. Lo que pasa es que vi cuál
es mi propósito en la vida, y de vez en cuando me rebelo, sobre todo cuando me
agobian demasiado. Pero aun así, todo está bien. Lo único que no dejo de lado
es la visión de que no hay que dañar a nadie: eso es muy importante para la
armonía interior».
Asimismo, los
niños presentan hasta seis veces más probabilidades de olvidar o negar la
experiencia, aunque tarde o temprano las consecuencias de la ECM acabarán
presentándose. En algunos casos es posible que un niño que haya sufrido una ECM
presente consecuencias psicológicas sin que recuerde el origen de las mismas,
hasta el punto de que muchas ECM podrían ser reconocidas más bien por ciertos
patrones de efectos posteriores que por el relato de la misma. Es decir, que
cuando un niño presenta importantes cambios en su comportamiento posteriores a
una enfermedad o accidente, así como un incremento en su inteligencia o la
adquisición de habilidades psíquicas, o bien la presencia de conductas
dirigidas a cumplir una misión, podríamos pensar que dicho niño puede haber
sufrido una ECM que nos haya pasado desapercibida.
Greyson
asegura que algunos niños que han sufrido una ECM se sienten tan distintos del
grupo, ya que no presentan los mismos intereses, que acaban teniendo problemas
de integración. En general, presentan una tendencia a ser indiferentes o bien a
abandonar las cosas materiales y los éxitos a través de la competición. Como bien
dice una madre que menciona en una de sus publicaciones, «se fue un niño de
seis años y volvió uno de treinta y seis».
Sutherland
menciona, en 1995, el caso de una niña que «pedía estar al menos un día en el
cuerpo de otra niña para conocer el significado de ser normal». Un largo
proceso de terapia psicológica por parte de expertos y con ayuda de la propia
madre permitió a esta niña que aceptara su ECM de manera que la confusión fuese
reemplazada por la aceptación.
Debemos tomar
en consideración que este tipo de experiencia puede provocar, particularmente
en niños, cierta sensación de inestabilidad mental o bien la idea de «me estoy
volviendo loco». Por el contrario, la aceptación por parte de las personas del
entorno generará estabilidad mental y, por supuesto, la sensación de no
encontrarse solo.
PERCEPCIÓN DEL SELF
En primer lugar
habría que definir qué es el self, que no es otra cosa que el concepto
que tenemos de nosotros mismos, tomando en consideración las cosas que nos
afectan. Dicho esto, observamos que la mayor parte de las personas que han
sufrido una ECM presenta como característica fundamental el haber perdido el
miedo a la muerte. Esta pérdida del miedo parece ser atribuida a la creencia de
que hay algo que sobrevive al cuerpo, ya que, como es sabido, son numerosas las
personas que notan que el alma queda liberada del cuerpo durante la ECM. No
solo ocurre esto, sino que algunos han creído ver, directamente, al Creador.
De esta
manera, creer en la supervivencia se ha basado en una experiencia de primera
mano en la que creencias como acercarse al paraíso, e incluso la propia
reencarnación, se han hecho fuertes en el individuo. No es menos cierto que
algunos retienen su miedo a la muerte, pero es posible que sea por tener que
enfrentarse al dolor y el sufrimiento.
También llama
la atención que algunas personas, después de una ECM, sufran importantes
alteraciones respecto a la percepción de su cuerpo, como si ya no les
perteneciese o como si se encontrasen prisioneros del mismo (Atwater, 1988).
ESPIRITUALIDAD
Cuando me he
entrevistado con personas que han sufrido una ECM, resulta obvio que han pasado
por una intensa transformación psíquica, pero ¿en qué aspectos? El primero de
ellos podríamos decir que es de tipo material: la persona vive un desprendimiento
moral de las cosas materiales, que pierden su importancia. La segunda idea es
que casi siempre vemos fluir de dicha experiencia que la persona se vuelve una
verdadera fuente de amor hacia los demás. Hay que dejar claro que no nos
referimos al amor romántico entre dos personas que se encuentran vinculadas,
sino a una idea relacionada con la entrega hacia los demás. Algo muy cercano,
en concepto, a lo preconizado por la mayoría de las religiones.
En Australia,
en 1988, Basterfield observó que de 12 pacientes que habían sufrido una ECM, la
mayor parte de ellos había experimentado una importante reducción del miedo a
la muerte, un aumento del amor a la vida y un incremento de su religiosidad,
así como una mejora de su autoestima. A este respecto, por ejemplo, llama la
atención el testimonio de Abelardo, conductor de ambulancia, persona que no era
creyente ni muy religiosa, pero que tras su ECM experimenta una serie de
cambios radicales en su percepción. Cambios rayanos en el misticismo después de
un severo accidente cerebrovascular, con tan solo treinta ocho años de edad del
que, sorprendentemente, se recuperó en su totalidad después de padecer una
hemiplejía. Durante la intervención tuvo una experiencia extracorpórea y un
encuentro con un ser al que, como ya vimos anteriormente, identificó con
Jesucristo. Tras esto no solo se convirtió en creyente, sino que también
experimentó lo siguiente: «Mi mente, sin obligarla, me hace creer en
Jesucristo, esto morirá conmigo. Mi familia más cercana se sorprendió aún más
que yo, pues ahora acudo a misa alguna vez que otra, hablo con Dios, llevo una
cruz y la imagen del Señor en la cartera, etc. Ellos todavía no se hacen a la
idea. ¡Incluso acudo a misas de la cofradía de mis cuñados! ¡Quién me ha visto
y quién me ve! Una cosa la tengo muy clara: entré a la UCI medio ateo y he
salido creyente. Para mí existe Jesucristo, lo tengo claro, pero además acepto
todo tipo de creencias».
Es también el
caso de Antonio, una persona de formación técnica y científica, de quien ya
hemos hablado y que experimentó una conversión religiosa tan fuerte como
súbita. Asimismo, es notorio que no solamente se ha vuelto fervoroso cristiano
y católico, sino que, además, y esto resulta importante, es muy tolerante con
cualquier otro tipo de creencias distintas a las suyas. Veamos también el
testimonio de Luis: «Es curioso que por esa razón los demás te vean rarillo, y
más los más cercanos, aunque al final prefieran al personaje actual. El
anterior a la ECM era estresado, materialista y más egoísta, mientras que el
actual es tranquilo, despegado y caritativo, así que estoy mejor yo y los que
me soportaban».
Parece de
importancia resaltar que los encuentros con una presencia divina o ser de luz
constituyan uno de los aspectos más importantes y profundamente significativos
de las ECM. Este encuentro, según algunos autores (Morse y Perry, 1992, por
ejemplo), parece constituir el eje o base de un profundo cambio espiritual.
Cherry
Sutherland, el investigador australiano, observó en 1990 que dos terceras partes
de las personas que habían experimentado su ECM como algo fundamentalmente
espiritual presentaban un importante incremento de esta cualidad, la
espiritualidad. Si bien algunos de ellos ya eran practicantes religiosos, la
propia experiencia al borde de la muerte les había transformado. Muchos de
ellos se autodenominaban «hombres de Dios», y su principal propósito consistía
en encontrarle un sentido profundo a la vida.
Ring afirma
que las personas que sufren ECM emprenden un crecimiento espiritual basado en
tres pilares:
1.
Aumento
de actitudes positivas y disminución de las negativas hacia uno mismo, hacia
los otros y hacia la vida en general.
2.
Aumento
de las creencias sobre verdades universales y espirituales más que sobre
estrechas doctrinas religiosas.
3.
Aumento
de las capacidades psíquicas paranormales.
El mismo autor
considera que las ECM, con su énfasis en el amor universal y las fuerzas que
motivan hacia la vida, proveen a quienes las han sufrido de un poderoso ímpetu
espiritual. Nines, mujer de treinta y cinco años que sufrió una parada
cardiorrespiratoria debida a una reacción adversa a la anestesia, me relató:
«Vuelves con lecciones aprendidas, cada uno la suya, pero predomina la de ver a
los demás con más misericordia».
Asimismo, es
probable que algunas experiencias emocionales que se viven durante la ECM
tengan repercusiones en la misma esfera cuando la persona recupera la
consciencia. Por ejemplo, Val relata: «Recordar la paz y todo el amor que se
siente al otro lado… es indescriptible». O de nuevo Abelardo: «Lo que me
ocurrió cambió mi forma de ver la vida. Creo en algo más allá, algo que está
por descubrir y que la ciencia a día de hoy no ha descubierto».
Todo esto
también altera la forma en que las personas que han sufrido una ECM se
relacionan con los demás: «En la actualidad veo a la gente igual, como
personas, pero me siento más sensible ante todo, y las personas más vanidosas y
materialistas me parecen desorientadas, equivocadas».
El doctor
David Rosen relata, en su estudio de 1975 sobre supervivientes de intentos de
suicidio en los puentes de la bahía de San Francisco, cómo las personas sufrían
experiencias de gran paz y calma. La mayor parte de ellas mostraron intensas
experiencias espirituales similares a las expresadas en ámbitos religiosos o transpersonales.
No solo eso, sino que dichas personas, durante y después de sus saltos al
vacío, pasaron por estados místicos de consciencia caracterizados por pérdida
de la temporalidad, del espacio y del propio yo. Asimismo, percibieron una
sensación transformadora, de unidad con los demás y con todo el universo, lo
que evidentemente deja huella tanto en la percepción del mundo como en el
comportamiento de la persona con su propio entorno.
El prestigioso
psiquiatra Stanislav Grof postulaba, en 1972, que una experiencia límite ante
la muerte y la supervivencia posterior producen dos efectos: una aniquilación
del yo y un renacimiento, acompañados de la sensación de amor y salvación de
las personas del entorno.
Ahora bien, no
es menos cierto que algunas personas, a pesar de lo positivo de la experiencia,
tampoco se muestran presurosas de repetirla, como es el caso de Isabel: «Amo la
vida. No tengo miedo a volver allí, pero no quiero renunciar a la vida. No
recuerdo mucho, tan solo cosas sueltas. Lo que me contó… Quisiera acordarme,
pero es como cuando bajas la voz de la radio: lo oía y asentía con la cabeza,
pero no recuerdo los detalles. Yo estaba feliz, muy feliz, ya que me llenó de
fe y esperanzas. No me dijo exactamente qué iba a pasar, supongo que para que
no contara nada. No soy católica, pero siempre he creído en Dios, en que hay
algo ahí arriba, ¿me entiendes? Ahora más, claro».
A la mayor
parte de las personas que sufrieron las ECM las conocí después de haberlas
padecido, por lo que no puedo observar qué cambios acontecieron entre el antes
y el después. Sin embargo, siempre me ha resultado llamativo que exhalen
espiritualidad, como si pertenecieran a una secta cuyos estamentos no están
escritos en ningún libro. Más aún, a pesar de su tremenda empatía hacia los
demás, cuando efectúan sus reuniones me resulta inevitable sentirme un foráneo
entre ellos. Imagino que debe ser similar a las reuniones de astronautas, ya
que los asistentes se dividen en dos grupos: los que estuvieron en el espacio y
son poseedores de llamativas e interesantes experiencias, y los otros, los que
vamos a escuchar atentamente sus historias y que, desgraciadamente,
permanecemos como simples observadores al margen de la cuestión. En el caso de
las ECM, los espectadores intentamos llegar a comprender el fenómeno en su
máxima profundidad. En los foros de discusión la simpatía entre personas que
han sufrido una ECM es evidente, ya que hablan el mismo lenguaje: «Me parece
muy interesante lo que acabas de relatar, es un testimonio que para mí no es
nada extraño».
Natividad nos
relata: «Creo que cada persona saca sus propias conclusiones. No te vuelves un
alma bendita ni nada por el estilo, pero sí eres consciente de lo corta que es
la vida, de que lo que dejas atrás ya no volverá o, al menos, no como lo
conoces hasta ahora, así que al volver saboreas cada minuto. No te haces bueno,
pero no sé por qué valoras lo importante de la vida, que es el amor. Agradeces
más las muestras de amor y las das más. Huyes de las personas malas, no pierdes
el tiempo con ellas ni para defenderte. Realmente te dan igual».
En un caso
descrito por Henry Abramovitch en 1988, relativo a una persona que sufrió un
ataque al corazón, leemos: «A medida que mi recuperación avanzaba, cada vez
estaba más convencido de que cuando contaba mi experiencia a las personas que
me rodeaban, parecía que estábamos hablando dos lenguajes distintos, en
diferentes niveles en relación a experiencias distintas». El mismo paciente
dice más tarde: «Yo sabía y comprendía lo que había visto y experimentado.
Sentí que había alcanzado la revelación de una nueva verdad. Una realidad
diferente me había sido descubierta. Pero no revelé estos secretos de mi
corazón a nadie. Tenía miedo de que me tomaran por un trastornado».
Ring realizó,
en 1984, una escala para medir la espiritualidad de aquellos que habían sufrido
una ECM. Entrevistó a 172 personas, de las cuales 76 habían padecido una ECM.
Otros 30 se habían encontrado cercanos a la muerte, pero no habían sufrido una
ECM. El doctor Ring tomó como grupo de control a 66 personas que nunca se
habían encontrado en ninguna de ambas situaciones. Observó una tendencia, en
los tres grupos, de aumento de la espiritualidad. El grupo que demostró un
aumento notorio de la espiritualidad, sin lugar a dudas, fue el de las personas
que habían vivido la ECM. En segunda posición estaban los que se habían
encontrado cerca de la muerte pero no habían sufrido una ECM propiamente dicha.
En tercer lugar quedó el grupo de control, que también mostró un aumento de la
espiritualidad debido a que el cuestionario abarcaba los últimos diez años de
existencia. Llama la atención que un 49 por ciento de los pertenecientes al
grupo que había sufrido la ECM presentaba puntuaciones notoriamente altas en
relación al desarrollo de una espiritualidad universal extrema.
Atwater
asegura que el lenguaje de las personas que han sufrido una ECM se asemeja a
una lengua secreta. Los que no han experimentado este tipo de vivencias se
encuentran en franca desventaja por la subjetividad inherente a los efectos
fenomenológicos. Las ideas deben ser comprendidas de una manera sencilla e
intuitiva a falta de experiencia propia. Por el contrario, las personas que han
experimentado las ECM tienden a hablar el mismo lenguaje y a identificarse
entre ellas. Los que quieren aprender lo que sucede bajo estas situaciones
deben poseer una extraordinaria sensibilidad, aprendiendo a distinguir de
manera lógica lo que es, lo que no es y lo que podría ser. Resulta obvio que a
muchas personas les sorprende manejar términos como ángeles, seres de luz o
ideas similares. La propia Atwater afirma que las diferencias reales entre una
experiencia religiosa o una experiencia espiritual residen en el vocabulario
más que en su propia esencia, y alerta sobre el peligro de confundir el
despertar espiritual con un mérito personal, una actitud en la que el potencial
de sabiduría choca frontalmente con el ego.
Antes de adquirir la sabiduría,
corta madera y acarrea agua. Después de adquirirla, corta madera y acarrea
agua.
Proverbio
budista
Volver a la
vida significa enfrentarnos a nuestro sistema de creencias y a todo aquello que
conocíamos acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. También implica
enfrentarse a todas las creencias o no creencias acerca de Dios y de todo lo
que, hasta ahora, habíamos considerado sagrado o maldito.
Son muchas las
personas que han sufrido una ECM y, posteriormente, experimentan la vida de la
manera más literal posible. Los conceptos de vitalidad, de estar vivo o estar
muerto parecen existir de manera ajena al sistema biológico del organismo.
Muchas de las personas que han sufrido una ECM tienen la sensación de estar
mucho más vivos que el resto de la población. Algunos, incluso, describen una
peligrosa sensación de invulnerabilidad y de que el destino les ha deparado
algo muy especial en sus vidas, como un favor divino con el que establecerán
una relación para el resto de su existencia. Para los que eran cristianos es
como si el cielo se les hubiera presentado antes de morir.
Ring encuestó,
en 1984, a los familiares y amistades de las personas que habían sufrido una
ECM con un cuestionario especialmente diseñado (Behavior Rating Inventory,
Cuestionario de medición del comportamiento). Este autor concluyó que los
cambios que percibieron las personas que habían sufrido una ECM también eran
percibidos y corroborados por las personas de su entorno.
Muchas
personas que han sufrido un proceso relacionado con las ECM parecen encontrar
un nuevo sentido a su vida, como si desarrollaran un propósito para la misma.
Algunos mencionan que han sido devueltos a esta vida o que ellos mismos han
escogido volver con objeto de terminar un trabajo ya empezado. De alguna manera
piensan que su ECM ha formado parte de un plan divino. Este nuevo propósito
vital llena de sentido la vida de la persona y aumenta, indudablemente, la
autoestima.
¿SE PIERDE EL MIEDO A LA MUERTE?
Quizás sea esta
una de las cuestiones que despiertan mayor interés entre las personas que se
acercan por primera vez a alguien que ha vivido una ECM. La pregunta resulta
inevitable: «¿Usted ya no tiene miedo a la muerte?». De manera casi instantánea
obtenemos una respuesta usualmente enmarcada en una gran sonrisa: «En absoluto,
perdí el miedo a la muerte nada más recuperarme de la ECM». Sin embargo, y creo
que esta es una de las claves para comprender el cambio intrapsíquico de estas
personas, es que además de haber perdido el miedo a la muerte… ¡han perdido el
miedo a la vida! Me explico: la mayor parte de nosotros vive impregnado de
multitud de temores que, seguramente, se han adquirido en la niñez o bien son
producto de nuestra inseguridad. Muchos de ellos, relacionados con los bienes
materiales, son bastante irracionales y no responden a una realidad objetiva,
ya que en definitiva no podemos llevar más de dos zapatos a la vez o dormir en
más de una sola cama. Es decir, con pocos bienes materiales somos capaces de
subsistir perfectamente. Todo esto es compatible, además, con un incremento de
la espiritualidad.
Marta nos
explica: «Me siento muy afortunada de que haya sido así. Gracias a esto puedo
decir que no temo para nada la muerte y que desde ese momento creo en que hay
una vida después de esta vida, y que lo que hay allí es lo más hermoso. Creo
que solo estamos de paso en la Tierra para nutrirnos espiritualmente».
En un
interesante caso, descrito por Richard Bonenfant en el año 2000, la persona
protagonista había perdido la fe en Dios debido a un fiero ataque que había
sufrido su hija por parte de un perro y que había puesto en peligro su vida a
causa de las terribles heridas. La aparición de un ser luminoso, que quince
años antes ya se había presentado durante una ECM, calmó su ira y aquello que
le parecía una terrible injusticia cometida hacia la niña adquirió otra
connotación. La mujer pensó que su dilema de fe había precipitado la aparición
de este ángel de la guarda. La visita le hizo creer que Dios se encontraba al
tanto de sus angustias y fue una manera directa de reafirmar su fe para
prepararla frente a lo que la sobrevendría unos años después.
Tras una ECM
muchas personas aumentan su espiritualidad para encontrarse más cerca de Dios e
intentan mantener esta cercanía mediante la oración o la meditación. Otros lo
complementan con lecturas de textos religiosos o de tipo espiritual. Este
aumento de la espiritualidad, o las tendencias religiosas, no tiene que
traducirse en involucrarse con alguna Iglesia determinada ni con alguna
actividad religiosa organizada. De hecho, algunos autores como Ring apuntan que
existe una disminución de prácticas religiosas concretas adscritas a alguna
Iglesia en particular.
Ni un solo día desde entonces he
olvidado aquello que me pasó, y creo que jamás lo haré.
Natividad
En relación a
este crecimiento espiritual, Sutherland describe cómo algunas personas parecen
adquirir dotes relacionadas con la sanación espiritual. Es decir, se ven a sí
mismos ricamente transformados e intentan comprender cuál es el significado de
esta transformación en sus propias vidas.
Bonenfant
relata el caso de un niño que sobrevivió a un terrible accidente de automóvil.
Los cambios en su comportamiento pertenecieron fundamentalmente a su escala de
valores, pero también se volvió mucho más cuidadoso en las relaciones con su
familia y amistades. Asimismo, la familia reportó que el niño, habitualmente
muy impulsivo, había logrado un mayor nivel de autocontrol. La disminución del
comportamiento impulsivo puede ser debida a la percepción de la propia
vulnerabilidad frente a fuerzas más allá de su control y a darse cuenta de las
precauciones que se requieren cuando nos enfrentamos a lo desconocido. Todo
ello se tradujo en un largo periodo de inseguridad, pesadillas nocturnas,
inquietud y ansiedad prolongada que fueron disminuyendo con el tiempo. Es
notable mencionar que tanto el apoyo de la familia como el tratamiento por
parte de profesionales desempeñaron un papel fundamental a la hora de aliviar
su ansiedad.
Otro de los
resultados consiste en atravesar un cambio de actitud ante la vida física, ya
que adquiere otra dimensión nueva: lo que otrora era importante se vuelve
secundario. Dentro de este contexto me ha llamado mucho la atención que algo
tan aparentemente etéreo como el amor se convierta en denominador común de las
personas. No me refiero, una vez más, al amor dentro de una relación de pareja,
ni siquiera al amor paterno-filial, sino al amor en el sentido más bello y
amplio.
El amor no es
otra cosa que la renuncia al yo, al ego, y la entrega desinteresada hacia los
demás. De hecho, cuando he conocido a personas que parecen estar impregnadas de
tanta espiritualidad me he preguntado, en ocasiones, si han sufrido una ECM
como causa primaria de su espiritualidad, o más bien ha sido el resultado.
Después de atender centenares de casos y, por supuesto, a sus familiares, me
inclino más bien por la segunda opción, ya que la palabra «transformación» es
la más utilizada tanto por los protagonistas de la historia como por sus
familias. Es decir, ha existido un cambio muy importante, un antes y un
después.
La pareja de
Julio, un hombre de mediana edad que sufrió un atropello cuando tenía
veinticinco años y que en aquel entonces era su novia, nos refiere: «Él cambió
desde el primer día que pude verle. Al principio el cambio no fue muy claro
para mí: estaba confuso y pasamos una mala época. Sin embargo, resultó para mejor.
A medida que pasaba el tiempo comenzó a desprenderse de muchas cosas materiales
y a centrarse más en su familia y amistades. Resultaba evidente que sus valores
habían cambiado drásticamente».
Respecto a
este cambio de valores, algunos autores como David Raft recomiendan que no solo
hay que ayudarles a incorporar lo que hayan descubierto, sino también a
olvidar, a atravesar el periodo de duelo respecto a esos valores que las
personas ya no desean integrar en su yo después de una ECM. Resulta evidente,
tras este tipo de cambios, que una aproximación psicoterapéutica parece lo más
recomendable.
Una de las
autoras más reconocidas en el campo de las ECM, Kimberley Clark, una
trabajadora social con amplia experiencia en diversos países del mundo, entre
ellos Camboya, y que sufrió a su vez una ECM, llega a hablar de shock
cultural para referirse a las personas que han vivido este tipo de experiencia
y que tienen que reintegrarse en el mundo como si nada hubiese sucedido, pero
sufriendo a la vez profundos procesos de ajuste similares a las personas que se
trasladan de una cultura a otra.
En tales casos
la persona llega a desarrollar dos repertorios de comportamiento totalmente
distintos. El primero responde a las expectativas habituales de la sociedad en
la que se encuentra imbuido: el trabajo, la familia, las costumbres, etc. Por
el contrario, el segundo abanico de comportamientos se desprende de la
experiencia sufrida: amor incondicional hacia los demás, elevación espiritual,
poderes paranormales, etc.
Desgraciadamente,
en los campos clínicos de la psicología y de la psiquiatría pocos han hablado
sobre estos temas, hasta el punto de que los grupos de personas que han sufrido
ECM constituyen un entorno terapéutico para intercambiar impresiones y
permanecer dentro de los límites saludables desde un punto de vista mental. En
definitiva, las personas que han sufrido una ECM llegan a constituir una
especie de minoría social, una subcultura con una reglas determinadas. Resulta
reveladora al respecto una frase de Clark: «En ocasiones me siento como una
extranjera, excepto por una razón muy importante: no provengo de una cultura
distinta, sino de una dimensión distinta». No hay diferencias, como ocurre con
los inmigrantes, de vestimenta, religión o costumbres. Los inmigrantes, después
de todo, pueden volver a su país, repetir la experiencia, son dueños de su
realidad, cosa que no ocurre con aquellos que sufren una ECM. Son protagonistas
de una experiencia, pero se encuentran aislados, sin posibilidad de comunicar
su estado.
Una de las
entrevistadas me refirió: «Recuerdo que cada vez que intentaba que mi padre me
prestase atención, él se limitaba a darme dinero para que me fuese a comprar
algo… No me había dado cuenta de ello hasta que tuve la ECM… Por fin comprendí
por qué siempre he tenido esa sensación de soledad».
CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS Y CAMBIOS
VITALES
A muchas
personas las ECM les resultan altamente satisfactorias. Sin embargo, el guardar
dentro de sí y no saber interpretar y ordenar la experiencia desde un punto de
vista emocional les conduce a numerosas alteraciones de tipo psicológico.
Abramovitch relata, en 1988, el caso de un paciente que había sufrido un ataque
cardiaco, tras el cual vivió una ECM muy gratificante. Sin embargo, al volver a
la realidad se encontró confuso y no quiso transmitir la experiencia por temor
a ser tomado por un desequilibrado mental. Necesitó soporte emocional por parte
de un psiquiatra, incluso consejo de un rabino, porque «mi alma se encontraba
atormentada… Aprendí a vivir con ello y debo admitir que, al final, me
transformé». La principal frustración es la de haber perdido la luz; la segunda
tiene que ver con la familia y los amigos que no supieron comprenderles, y
además sienten confusión sobre las vidas a las que bruscamente retornaron.
Atwater
describe cómo en la década de 1980 prácticamente nadie hablaba sobre las ECM
que había vivido. Sin embargo, una vez que los primeros comenzaron a hacerlo,
el resto también lo hizo con la fuerza de un torrente imparable. Este aumento
de población de personas que han sufrido ECM llevó a esta autora a concluir, en
un trabajo de 1992, que existe una influencia directa cultural sobre la
sociedad, lo que produce un cambio general de consciencia que se traduce en que
cada año los niños que nacen poseen un mayor nivel de inteligencia. Más aún,
una nueva vanguardia de niños poseedores de fantásticas facultades está
haciéndose lugar en este planeta. Para esta autora, una nueva raza está
emergiendo y refinando a la especie humana. Esta nueva sociedad de actitudes
holísticas y culturalmente creativa integra tanto el modernismo como nuestras
tradiciones.
Nancy Evans
afirma que algunas personas que han sufrido una ECM deben pagar un alto precio:
depresiones a largo plazo, relaciones personales rotas, sensación de enfermedad
mental, imposibilidad de desarrollo normal, sensación de encontrarse en una
realidad alterada, etc. La autora apunta que hasta un 75 por ciento acaba
rompiendo su matrimonio. Afortunadamente, las personas que sufren una ECM con
consecuencias extremadamente negativas de otra índole suele ser una minoría.
Otros
pacientes también expresaron sentimientos de depresión, ansiedad o algún tipo
de alteración psicológica. Unos pocos, según Greyson, que mostraban tendencias
suicidas las desecharon una vez que vivieron la ECM. Otros que presentaban
conflictos religiosos o de creencias supieron vencerlos una vez superada su
ECM. Por el contrario, algunas personas mostraron síntomas de estrés
postraumático que incluían pesadillas, sueños inquietantes o conductas de
evitación.
En lo que a
esto se refiere, sabe mucho la autora Cassandra Musgrave, ya que ella misma
sufrió una ECM. Musgrave realizó un estudio cuantitativo sobre los cambios
vitales que habían experimentado 51 personas después de sus correspondientes
ECM. Si bien es cierto que la mayor parte habían sufrido cambios positivos,
como un aumento de la compasión o tener un nuevo propósito en sus vidas, no es
menos cierto que un 8 por ciento dijo encontrarse más deprimido, y otro 2 por
ciento más temeroso desde su ECM.
Bush, un
investigador que también ha sufrido en sus propias carnes una ECM, hace ya más
de cuarenta años, identifica tres maneras a través de las cuales se puede
llegar a manejar e integrar la experiencia en la propia vida:
1.
La
respuesta de conversión. Es la más común. La persona interpreta su ECM como una
advertencia de comportamientos anteriores que pudiesen calificarse, por ella
misma, de erróneos o equivocados. Dicha experiencia le sirve como punto de
referencia para modificar su vida y su conducta hacia una manera de vivir más
satisfactoria.
2.
La
respuesta reduccionista. Es aquella que muchas personas definen a partir de la
idea de que todo fue un sueño. Es propia de personas que buscan explicaciones
racionales simplistas, basándose en hechos parciales, como las endorfinas o las
alteraciones de la actividad cortical. Suelen acabar su discurso con: «La
ciencia lo explica todo», pero desgraciadamente no es así.
3.
En
la tercera categoría podemos incluir a las personas que años después de sufrir
una ECM todavía batallan con las implicaciones existenciales, sobre todo si la
experiencia fue terrorífica. Sus comentarios oscilan entre: «¿Qué hice yo para
merecer eso?», o bien: «¿Cuál es la verdad acerca de la existencia?». Suelen
mantener un miedo a la muerte sin resolver durante muchísimo tiempo.
Estos tres
tipos de personas son las más proclives a acabar recostadas en el diván de un
psiquiatra o bien a ser medicadas. Algunos optaron por sentirse culpables o por
recrear la escena hasta el más nauseabundo romanticismo para no tener que
enfrentarse a sus aspectos más incomprensibles y oscuros.
Este tipo de
alteraciones pueden disminuir con el tiempo, incluso desaparecer, pero mientras
perduren pueden crear problemas, algunos de mínima índole, pero otros de naturaleza
más seria. Estos problemas, según Greyson, no deben ser considerados como una
enfermedad mental, a pesar de la alteración que algunas personas puedan sufrir.
Según este autor, «deberían encuadrarse dentro de lo que podríamos denominar
crisis vital» que, como toda crisis, posee un potencial de crecimiento
personal.
La
clasificación de enfermedades mentales DSM IV incluye una denominación no
patológica denominada «problemas espirituales o religiosos», que bien podría
encuadrar este tipo de alteraciones transitorias.
Bruce Greyson,
director de la Unidad de Estudios Perceptuales de la Universidad de Virginia y
autor de docenas de estudios sobre las ECM, obtiene una conclusión rotunda: la
mayor parte de las personas que han sufrido una ECM pierden interés por los
aspectos materiales, por el reconocimiento de terceros o por el estatus social.
Asimismo, la competitividad, que para muchos era el eje de sus vidas, da lugar
después de la ECM a una actitud contraria. Además, la mayor parte de las
personas experimentan un aumento de la compasión hacia el prójimo, un deseo de
servirles, amén de un incremento de las habilidades para expresar los
sentimientos. Podría pensarse que la mayor sensibilidad hacia los demás se
derivaría de una nueva sensación de unidad con la humanidad. Asimismo, las
personas suelen tornarse más comprensivas y tolerantes hacia sus parejas y
hacia la familia en general.
No es menos
cierto que todo este tipo de cambios personales también producen importantes
transformaciones en la forma de apreciar la vida, que se torna preciosa.
Pequeños detalles, momentos con la familia o las amistades, aprender a apreciar
la belleza de las cosas que nos rodean… Muchos hablan de vivir el momento con
intensidad, disfrutando de la vida. Para algunos autores, como John Wren-Lewis,
la pérdida del temor a la muerte se explica a través de este mecanismo vital
que parece obligarles a vivir el momento sin ningún tipo de distracción. Este
autor incluso habla de «un cambio de la consciencia que produce que cada momento
se viva tan intensamente que la ansiedad acerca de la supervivencia del futuro
pase a ser un hecho irrelevante».
CAMBIOS DE LA PERCEPCIÓN Y LA CONSCIENCIA
Si bien son
numerosos los cambios sobre la consciencia que hemos mencionado a lo largo de
este capítulo, algunos de ellos merecen unas líneas en particular. Por ejemplo,
Greyson describe lo que él llama «voces interiores» o «alucinaciones no
patológicas», que ocurren, según él, en prácticamente el 80 por ciento de las
personas que han sufrido una ECM. Sorprendentemente, según su propio estudio,
un 40 por ciento dicen haberlas escuchado con anterioridad a su ECM.
A diferencia
de lo que ocurre con los esquizofrénicos, que también suelen escuchar voces, la
actitud de los que han vivido una ECM es muy positiva en este particular.
Muchos participantes las valoran por su inspiración y por los conocimientos que
dicen aportarles.
También es
llamativo, según Greyson, que algunos cambios que sufren las personas
protagonistas de una ECM se asemejen al fenómeno del kundalini: asumen
extrañas posiciones, cambios en la respiración, sensaciones orgásmicas
espontáneas, sensación de ascender, inexplicable frío o calor, sonidos
internos, emociones positivas muy intensas, sensación de verse a uno mismo
desde la distancia y cambios en la velocidad del pensamiento.
Greyson, en
2009, en una publicación posterior, afirma que cuando ocurren cambios de
personalidad después de una ECM habría que investigar los elementos patológicos
relacionados y que pudieran haber influido en dicho cambio. Por ejemplo, paro
cardiaco, shock hemorrágico o incluso algún tipo de daño cerebral que
pudiera influir sobre diversas funciones relacionadas con el control de los
impulsos, la memoria o la capacidad de juicio.
Para los que
estuvieron cerca de la muerte pero no perdieron la consciencia, este autor
recomienda realizar algún estudio sobre los genes, ya que ciertos trabajos
sugieren que los perfiles genéticos después de una experiencia traumática
tienden a cambiar, por lo que sería de sumo interés conocer si se dan también
cuando las experiencias son positivas.
Uno de los
pocos estudios en los que se han empleado métodos objetivos de medición
fisiológica como, por ejemplo, un electroencefalograma, fue realizado, en 2004,
por Willoughby Britton, de la Universidad de Arizona, quien encontró que las
personas que habían vivido una ECM presentaban una actividad epileptiforme
mayor que los sujetos del grupo de control, que no habían pasado por una de
tales experiencias. La mayor parte de la actividad se situaba en el hemisferio
izquierdo del cerebro. Asimismo, otras variables respecto al sueño,
particularmente en relación a la fase REM, eran distintas en unos y en otros.
XXVINIÑOS Y ECM
Busca el conocimiento desde la cuna
hasta la tumba.
HADITH MUSULMANA
Uno de mis
conocidos me contó, hace ya algún tiempo, un caso que a él le parecía
excepcional. Un niño de unos cuatro años había caído, durante un descuido de su
madre, a una piscina en un cámping durante unas vacaciones de verano. En su
entorno familiar más cercano, había cundido el rumor de una experiencia muy
llamativa durante los momentos en que el niño se encontraba inconsciente y
practicaban sobre él las diversas maniobras de resucitación. Después de varias
semanas de indagaciones pude dar con ellos y proponerles una cita con la excusa
de la supuesta experiencia, utilizando a nuestro amigo común como referencia.
Al principio, a través del teléfono, los padres se mostraron desconfiados y
cautelosos ante lo que yo representaba para ellos: un perfecto desconocido. Sin
embargo, aceptaron quedar conmigo en un pueblo de los alrededores de Barcelona
hasta donde yo me desplacé desde Madrid.
No se puede
decir que yo sea especialmente confiado y que me crea cualquier información que
me hagan llegar, ya que en ocasiones no por mala fe, sino por exceso de
credulidad, nos podemos ver envueltos en situaciones disparatadas junto a
personas que nada tienen que ver con lo que estamos buscando.
El encuentro
fue cordial. Parecía una pareja normal con un niño pequeño, inquieto, como
suelen ser a esas edades, que no paraba de moverse en derredor nuestro. El
padre comenzó a relatar lo sucedido justamente el verano anterior a nuestra
entrevista. Al finalizar la tarde de aquel nefasto día, tanto la madre como el
hijo volvían hacia casa cuando el encuentro casual de ella con un antiguo
compañero de trabajo sirvió para distraerla durante, según la madre, un par de
minutos. Los suficientes para que el niño se despistase de la vigilancia
materna y se dirigiese de vuelta a la piscina para bañarse solo. Los siguientes
momentos casi los podemos imaginar: el niño en el fondo de la piscina, gritos
de las pocas personas que se encontraban por allí, una madre destrozada que
zarandeaba el cuerpo inerte de su hijo y que otro bañista había extraído del
agua…
Uno de los
presentes inicia las maniobras de reanimación y, para felicidad de todos, el
niño va recobrando el color normal, alejándose del azulado. El niño tose y
expulsa gran parte del agua clorada que había tragado. Su corazón vuelve a
recobrar el ritmo normal y, finalmente, gracias a la rápida recuperación propia
de esa edad, el niño está bien, asustado pero en correctas condiciones.
Esa misma
tarde, después de llevarle al hospital para un examen general, el chaval
comienza a hilvanar un relato inquietante: al ahogarse había visto un túnel de
luz brillante por donde se deslizó hasta llegar a un sitio que no pudo precisar
en detalle. Allí una niña, aproximadamente de su edad y vestida de blanco, le
indica que tiene que volver, otra vez, por donde había venido. No solo eso,
sino que describe pormenorizadamente todo lo que ocurrió mientras se encontraba
en muerte aparente, o, al menos, inconsciente. Cuenta detalles sobre las
personas que le hicieron la respiración artificial y el masaje cardiaco y también
sobre lo que hacia su madre en esos momentos tan críticos.
Durante la
entrevista intento que el niño me cuente, en su propio lenguaje, su
experiencia. Me deja claro lo del túnel y la niña vestida de blanco, pero al
cabo de un rato el niño ya está cansado, así que decido partir hacia Barcelona
desde donde tomaré un avión de vuelta a Madrid. Los padres se despiden mucho
más amistosamente que al inicio. Están preocupados, no obstante, de que el caso
transcienda a los medios de comunicación, desvelando la identidad del chico, y
que ello interfiera en su vida personal. No quieren publicidad ni recompensa
económica alguna. Tan solo transmitirme una experiencia que parece no tener
explicación alguna. Les garantizo la confidencialidad, como así ha sido hasta el
día de hoy. Sentado en el tren que conduce al aeropuerto miro por la ventanilla
y me hago múltiples preguntas acerca del caso, particularmente sobre la
influencia de los padres en el relato del niño. No puedo descartarlo. Pero, al
mismo tiempo, me congratulo de haber conocido a una persona tan joven y tener
su testimonio de primera mano, lo que me permite descartar cualquier influencia
cultural demasiado intensa sobre su relato. No paro de hacerme preguntas… hasta
el día de hoy. Afortunadamente, solo fue el primer caso de ECM en niños, dentro
de una larga serie que he tenido ocasión de estudiar.
Atwater
observa que la mayor parte de las ECM en niños ocurren, por orden de
frecuencia, en ahogamientos, cirugía mayor, cirugía menor (amigdalectomía),
abusos infantiles, traumas diversos e impacto de rayos. La autora asegura que
las ECM en niños son mucho más comunes de lo que se podría imaginar: «La gran
mayoría de los niños que tienen que enfrentarse a la muerte las experimentan.
Estos niños llegar a sufrir las mismas consecuencias, tanto físicas como
psicológicas, de los adultos, pero con distinta expresión».
Veamos el
testimonio de Nora: «A mi hermano mayor le operaron del corazón con tan solo
cuatro años de edad. En la operación tuvo una parada cardiaca que duró varios
minutos. Durante ese tiempo cuenta que salió fuera de su cuerpo y pudo ver a
nuestros padres llorar en el pasillo contiguo al quirófano. El shock
al verlos llorar fue tan impactante que se asustó hasta el punto de flotar
hasta el final del pasillo, que estaba repleto de colores y olores parecidos a
los de las plantas. También se encontró con niños y, aunque no habló con ellos,
sí que se quedó escuchándolos. Al cabo de un rato, algo le hizo volver a su
cuerpo. Cuando abrió los ojos hasta el médico se echó a llorar, ya que le daban
por perdido. No era su momento».
Greyson
también describe multitud de situaciones bajo las cuales los niños pueden
llegar a tener una ECM: meningitis, diversas enfermedades, cirugía, accidentes
y ahogamientos, traumas relacionados con la guerra y cualquier tipo de abuso
físico. Este tipo de experiencias, según Atwater, proporciona a los niños
importantes mejoras en sus procesos de aprendizaje, emocionales, de pensamiento
y procesamiento de ideas de tipo paralelo. Resulta todo ello en una expansión
de la consciencia y un refinamiento del intelecto que provee al individuo del
manejo de múltiples dimensiones de la realidad. Esta misma autora llama la
atención sobre la peculiar forma de los niños de vivir la temporalidad. Según ella,
los niños no poseen un sentido natural del tiempo y del espacio, de forma que
el futuro no aparece como futuro, sino como otra forma del ahora. Basándose en
este hecho, Atwater crea una arriesgada teoría: «la de las memorias del
futuro». Un fenómeno que, supuestamente, viven numerosos niños, y también
algunos adultos, y que consiste en visiones de acontecimientos que van a
ocurrir en los tiempos venideros.
Si revisamos
los estudios de las personalidades más relevantes en relación a las ECM
ocurridas en niños, por ejemplo los de Atwater, Morse, Holden, etc., se puede
apreciar que la mayor parte de los elementos que se dan en los adultos también
se observan en los niños, quizás con algunas diferencias en estos:
·
Aparición
de menos elementos.
·
Contenidos
más concretos pero menos complejos.
·
Aparición
de mascotas ya fallecidas u otros animales.
·
Aparición
de familiares del niño que no reconoce durante la ECM pero que luego, al
revisar álbumes de fotos familiares, es capaz de señalar.
·
Visión
de personas que todavía se encuentran vivas en el momento de la ECM.
Al parecer,
las ECM en niños mejoran de manera importante sus esferas creativas e
inventivas, aumentando su capacidad intelectual. Prácticamente la mitad de los
niños estudiados por Atwater en 1992 poseían la categoría de superdotados, casi
todos ellos con un rendimiento excepcional en matemáticas, ciencias e historia,
amén de aprender idiomas a una velocidad de vértigo. La mayor parte de ellos
consideraban que la escuela era fácil, aunque también experimentaron una mayor
dificultad a la hora de someterse a la disciplina escolar.
A medida que
van creciendo estos niños que han sufrido una ECM parecen perder sensibilidad a
las sensaciones físicas, al tiempo que aumentan sus capacidades de comunicación
no verbal en paralelo a una reducción parcial de sus habilidades de
comunicación verbal. Respecto a sus relaciones afectivas, parecen ser más
estables que el resto de la población. Asimismo, encuentran mayores niveles de
satisfacción en sus respectivos trabajos.
Curiosamente,
en esta muestra estadística se observa que gran parte de esos niños, ya
convertidos en adultos, son propietarios de sus casas en una proporción
significativa respecto a otros sujetos también adultos. La autora lo interpreta
como resultado de un vínculo que el adulto necesita por el hecho de haber
«perdido su hogar» cuando era niño.
En definitiva,
Atwater afirma que el niño que vuelve de una ECM ha sido remodelado,
recircuitado, reconfigurado, hasta el punto de ser una versión refinada del
original. Según esta autora, si bien las capacidades de aprendizaje han
mejorado, la dinámica de pensamiento también cambia: en vez de desarrollar
conceptos abstractos a partir de detalles concretos, estos niños suelen
invertir el proceso, yendo desde lo abstracto a lo concreto.
DIFERENCIAS ENTRE LAS EXPERIENCIAS DE NIÑOS
Y ADULTOS
Para abordar
las diferentes experiencias de años y adultos, y a pesar de la supuesta menor
complejidad psicológica del niño, una de las cosas más llamativas que debemos
considerar es que dicha experiencia respeta prácticamente todos los patrones de
aparición y de fases, como ocurre en los adultos.
Bonenfant
asegura que las historias que cuentan los niños son más bien de tipo
informativo, ya que describen exactamente lo que han visto sin preocuparse en
las interpretaciones racionales de sus propias observaciones.
Por otra
parte, y a diferencia de los adultos que han sufrido una ECM la cual les ha
servido para mejorar sus vidas, no son pocos los niños que se sienten
confundidos, desorientados o traumatizados por su vivencia. Más aún, algunos
niños sufren cambios de personalidad en el aspecto más negativo. ¿Por qué
ocurre esto? La respuesta es compleja. Muchos niños se sienten abandonados, no
por sus padres, sino por los seres de luz. Tienen la sensación de que después
de haber encontrado su hogar tienen que abandonarlo. Por este motivo, a
diferencia de los adultos, muchos niños que han sufrido este tipo de
experiencias muestran mayor tendencia a volverse alcohólicos o a intentar
suicidarse en su edad adulta. Otros sufren intensas depresiones. Es decir,
exactamente lo contrario del cuadro que presentan los adultos con ECM. El
desarrollo de este tipo de problemas suele ser menor si el niño es de muy corta
edad. Por el contrario, la peor época para sufrirlas suele ser la etapa
escolar. Es muy importante subrayar que la interacción con los padres y la
interpretación de la ECM que transmiten al niño van a definir la respuesta
emocional de este.
Según Atwater,
los niños presentan otros elementos en sus ECM que las hacen ligeramente
distintas a las de los adultos:
1.
Experiencia
inicial. Presenta elementos como el amor a la «nada» o a la «oscuridad
viviente», escuchan voces amistosas o viven breves experiencias extracorpóreas.
Esto suele ocurrir en los que menos necesidad tienen de un cambio vital.
2.
Experiencias
de tipo infernal, que se dan sobre todo en los niños que tienen sentimientos de
culpabilidad y esperan algún tipo de castigo después de la muerte.
3.
Experiencia
placentera. Se presentan escenarios de tipo paradisíaco, reuniones familiares
con los ya fallecidos, aparición de figuras religiosas o seres de luz. También
se producen diálogos llenos de fuerza moral. Este tipo de experiencias suelen
darse en niños que necesitan ser reforzados en su sensación de ser queridos y
que precisan confirmar que sus esfuerzos serán recompensados en una vida
futura.
4.
Experiencia
trascendental. El niño se encuentra expuesto a otras dimensiones y escenas más
allá de las referencias individuales de la realidad. En ocasiones se incluyen
revelaciones de escaso contenido personal pero sí general.
La autora
encontró que tres cuartas partes de los niños llegan a la experiencia inicial,
mientras que el porcentaje de adultos es de tan solo un 20 por ciento.
Una
característica muy llamativa de las ECM ocurridas en niños es la de «la
oscuridad cálida y amistosa» o «la oscuridad sabia», una especie de cuna
protectora que rodea y protege al niño. La segunda experiencia más repetida es
la de tipo paradisíaco. Afortunadamente, las de tipo infernal son las menos
comunes en el mundo infantil. Siguiendo este orden, podríamos considerar que
los niños que presentan experiencias solo de tipo inicial las viven con una
finalidad estimulante. Es decir, como si fuera un aprendizaje del niño para desarrollar
otras maneras de percibir la realidad. Por el contrario, las experiencias de
tipo infernal son confrontaciones sanadoras hacia las propias actitudes y
creencias personales. Asimismo, las experiencias placenteras constituyen una
verdadera validación de lo importante que es la vida, mientras que las
trascendentales son la puerta para iluminar espiritualmente al niño, «un
encuentro con el todo». Es decir, que estos cuatro tipos de encuentros con las
ECM serían más bien cuatro formas de despertar la conciencia.
Parece
desprenderse de los escritos de Atwater que las experiencias relatadas por
niños son precisas y propias de una madurez llamativa. Esta autora apuesta a
que la vida no es otra cosa que un viaje de eternas proporciones, y que ni
siquiera el nacimiento o la muerte suponen límites para la misma. El plan del
alma o la consciencia parece abarcar múltiples dimensiones de existencias, así
como distintas vidas solapadas unas con otras.
Llama la
atención que una investigadora escéptica como Blackmore quede impresionada por
la percepción tan intensa que los niños pueden tener acerca de la muerte:
«Muchos niños poseen pensamientos más profundos e introspectivos acerca de la
muerte de lo que los adultos podemos imaginar».
Según
Bonenfant, los relatos de los niños suelen ser fragmentarios y, en muchas
ocasiones, no siguen la secuencia lógica de eventos. Las transiciones entre
cada escena y entre cada momento suelen ser abruptas. El relato parece más bien
una proyección de diapositivas de sus recuerdos que una película de
acontecimientos.
Quizás una de
las mayores autoridades acerca de este tema sea Melvin Morse, quien en su libro
Más cerca de la luz aborda el espinoso tema de las ECM en niños y la
disociación producida en relación a sus cuerpos. Respecto a estas disociaciones
algunos autores, como Ring, postulan que antecedentes de abusos en la edad
infantil o algún trauma sufrido a estas edades podrían facilitar un estilo de
«defensa disociativo», y que en situaciones de peligro, o bien cercanas a la
muerte, este tipo de personas, ya adultas, podrían mostrar una mayor tendencia
a vivir cierto tipo de sensaciones como, por ejemplo, las experiencias
extracorpóreas. Diríamos que son personas psicológicamente sensibles. El doctor
Melvin Morse publicó en la prestigiosa revista médica American Journal of
Diseases of Children, en 1985, un interesante artículo denominado
«Experiencias cercanas a la muerte en una población pediátrica». En este
escrito el doctor Morse describe cómo cuatro de siete niños hospitalizados por
causas diversas (paro cardiaco, coma asociado con trauma, ahogamiento u otras
alteraciones fisiológicas) habían sufrido ECM. Al mismo tiempo, otro grupo de
seis niños también hospitalizados en la UCI por otras causas (epiglotitis,[17] cirugía cardiovascular o síndrome de
Guillain-Barré),[18] y que se
encontraban sedados con anestésicos u otros fármacos narcotizantes no vivieron,
por el contrario, ninguna ECM, a pesar de los supuestos efectos disociativos de
los anestésicos.
Muchas de
estas disociaciones no se encuentran necesariamente relacionadas con las ECM,
sino con estados más bien emparentados con alucinaciones hipnagógicas que, si
bien se presentan con frecuencia en adultos, no es menos cierto que su
incidencia es mayor en los niños. Por ejemplo, Paula nos refiere: «Cuando era
niña y me iba a dormir sentía que volaba hasta un rincón en el techo de mi
dormitorio. Desde allí veía mi cuerpo en la cama. Nunca lo comenté con nadie, y
cada noche esperaba impaciente aquel momento de ingravidez que me regalaba la
sensación de bienestar y paz que durante el día no encontraba. Siempre he sido
sensible, reservada para mis propios sentimientos, y aunque soy una persona
fuerte reservo un rincón en mi espíritu y corazón que no comparto con nadie».
El mismo
Melvin Morse ha documentado casos como el de Katie, una niña de nueve años que
llegó a ponerle nombre a su ángel: «Elizabeth», debido a la estrecha relación
que desarrolló con ella a lo largo del túnel de luz, en cuyo final se encontró
con parientes y amigos ya fallecidos. Más tarde, Elizabeth presentó a la misma
Katie al Padre celestial y a Jesucristo. Inicialmente, la niña no deseaba
contar su historia, pero en la primera entrevista le dijo al doctor Morse: «¿Se
refiere usted a cuando visité a nuestro Padre?». La niña, al parecer, sentía
vergüenza y prefirió callar durante un par de semanas hasta que finalmente
decidió contar su historia. Katie se describió a sí misma viajando por un túnel
oscuro en el que cada vez iba ganando más luminosidad cuando, de repente, «una
mujer alta y de cabellos amarillos» apareció. Era evidente que su guía
espiritual se encontraba presente acompañando a Katie hasta lo que ella misma
denominaba paraíso. Más tarde se encontró con familiares ya fallecidos e
incluso con dos almas que estaban a la espera de nacer. Momentos después se
encontró con el Padre celestial y con el mismo Jesucristo. Estas figuras le
preguntaron si quería volver a ver a su madre. Contestó que sí y pocos momentos
después reapareció en su propio cuerpo.
Otra autora,
Mary Kennard, describe cómo una niña que padecía cáncer terminal participó en
una serie de encuentros con los supuestos ángeles: «Ella sabía que se estaba
muriendo y tenía mucho miedo. Una mañana le contó a su madre que tres ángeles
le habían visitado durante la noche. Los ángeles tenían alas blancas y eran
maravillosamente bellos. Se la llevaron de viaje al cielo. La niña no se
encontraba enferma en presencia de los ángeles y relató que incluso había
bailado con ellos». Nueve días antes de su muerte, la niña grabó en vídeo su
experiencia para que fuese reproducida a otros niños con enfermedades
terminales. Describía los ángeles y el cielo de tal manera que los niños no
deberían temer la muerte
Bonenfant
describe, en 2001, un caso de un niño que sufrió un accidente de automóvil al
que sobrevivió. Una vez que despertó en la UCI, ocho horas más tarde, recordaba
el impacto contra el coche y una bilocación de la consciencia durante la ECM;
pudo ver el accidente desde un árbol situado a unos diez metros del impacto y,
al mismo tiempo, ver su propio cuerpo dando volteretas por el aire hasta
aterrizar violentamente contra el suelo. Dijo no sentir dolor, pero se extrañó
cuando no se pudo hacer ver o escuchar por parte de su familia. Incluso, como
no sentía dolor, le propuso a su hermano ponerse a jugar sin obtener,
lógicamente, respuesta. Lo curioso es que el hermano mayor dijo más tarde que
había escuchado cómo el accidentado le invitaba a jugar dentro de su cabeza. El
niño accidentado recordaba cómo su padre le decía te quiero, pero no podía
darle una respuesta audible. Asimismo, intentó abrazar a su padre, pero los
brazos simplemente atravesaban el cuerpo de su progenitor. Momentos después se encontró
en un túnel totalmente a oscuras.
Leyendo esta
historia que relata Bonenfant, recordé otra que Rebeca me había transmitido
hacía algún tiempo, también relacionada con un accidente de tráfico. En este
relato, al igual que en el caso anterior, la niña parecía encontrarse en dos
lugares a la vez: «Mi ECM ocurrió cuando tenía ocho años de edad. Fui
atropellada por un camión al bajar del autobús del colegio. Recuerdo una
sensación de estar flotando y sentí cómo mi cuerpo se desplazaba hasta verme
inmersa en medio de una luz cegadora. El amor que sentí entonces no se puede
explicar con palabras, lo único que sé es que deseaba quedarme allí para
siempre. No vi mi cuerpo, pero recuerdo que, a pesar de que todo ocurrió en
segundos, el tiempo parecía estancado. Luego lo primero que vi fue el camión
por debajo, como cuando cambian de escena en una película. También recuerdo
todos los detalles: la ropa, los colores, lo que decía la gente. Como percibía
el suceso también desde otro lugar, llegué a preguntar si el camión me había
desplazado, ya que estaba convencida de haber salido volando, pero me dijeron
que no».
NIÑOS MUY PEQUEÑOS
Cuando hablamos
de niños no llegamos ni siquiera a plantearnos que personas de incluso pocos
días de edad puedan llegar a vivir una ECM. Sin embargo, Sutherland habla de
una niña que entrevistó a los diez años y que refería una ECM con tan solo un
día de edad. La niña, llamada Marcela, decía recordar una intensa luz y varios
seres que se encontraban a su alrededor. Finalmente uno de los seres la invitó
a seguirla, diciéndole que al final de la luz iba a tener una sorpresa. Al ir
acercándose a la susodicha luz pudo sentir cómo algo o alguien tirada de ella
hacia atrás y, finalmente, volvió a su cuerpo.
A pesar de los
conocimientos de muchos neurofisiólogos respecto a que el cerebro de los niños,
al ser poco maduro, no puede memorizar este tipo de experiencias, hay autores
de igual peso científico, como Ring y Valarino, que creen exactamente lo
contrario. Es decir, que el cerebro de dichos infantes puede recopilar la
información en su memoria para años después volcarla en forma de relato. Estos
autores hablan de un niño llamado Mark, que sufrió una enfermedad aguda
pulmonar a los nueve meses de edad. Los médicos estuvieron luchando contra la
muerte durante más de cuarenta minutos, tras lo cual permaneció tres meses en
coma. Un día determinado, cuatro años más tarde, sin ningún tipo de advertencia
previa, sorprendió a sus padres hablando acerca del día en que había muerto y
les describió lo que ocurrió durante su experiencia: «Abandonó su cuerpo y
siguió por un túnel oscuro donde, al final, había una luz dorada. Allí fue
recibido por una serie de figuras etéreas parecidas a nubes». Una vez allí
siguió por un camino dorado hasta encontrarse con alguien que parecía Dios.
Habló con él telepáticamente y luego fue devuelto a su vida terrenal. Resulta
interesante apuntar que durante su experiencia extracorpórea el niño pudo ver
cosas que fueron posteriormente comprobadas como, por ejemplo, ciertas actividades
que los médicos y las enfermeras realizaron con él, así como los paseos que
daba su abuela por los corredores del hospital buscando a su madre.
En otro caso
relatado por Walker y sus colaboradores, en 1991, se describe cómo un niño de
algo más de un año de edad se tragó una canica que le obstruyó la tráquea. Una
vez que los médicos pudieron recuperar las constantes vitales, el niño contó
cómo salió de su cuerpo y se aproximó a una luz brillante donde un ser le dijo
que tenía que volver. Varias cuestiones llaman la atención en este relato: la
primera de ellas es, sin lugar a dudas, la poca influencia cultural que podría
haber recibido este niño debido a su corta edad. Estos autores dicen que la
comunicación fue «instantánea y comprensible, ajena a la aparente barrera de la
edad, del razonamiento y de la propia falta de habilidades formales del
lenguaje».
A mí,
personalmente, como investigador de este tipo de cuestiones, también me llama
la atención que si bien algunos autores indican que este tipo de experiencias
se producen con tan solo notar la sensación de que la muerte se encuentra
cerca, no es menos cierto que un niño de poco más de un año apenas tiene
percepción de lo que es encontrarse cerca de la muerte. Es decir, la pregunta
sería: ¿un niño de tan corta edad es capaz de presentir la muerte solo por el
hecho de no poder respirar? O, por el contrario, ¿este tipo de sensaciones
relacionadas con las ECM se encuentran inscritas como un verdadero automatismo
en nuestro cerebro? ¿Es una forma de respuesta que se encuentra reflejada en
nuestros genes? Siguiendo este mismo tipo de razonamiento que planteó el
conocido autor Peter Fenwick, las ECM no parecen depender de la maduración ni
del desarrollo del cerebro y que muy posiblemente reflejen algún condicionante
que tiene el cerebro moribundo de cualquier edad.
CONTENIDOS DE LAS ECM EN NIÑOS
Las
experiencias infantiles suelen presentar un contenido muy parecido al de los
adultos. Por ejemplo, no es extraño que muchos niños tengan una experiencia
extracorpórea. También es muy frecuente que se encuentren sumamente tranquilos
durante, por ejemplo, un proceso de ahogamiento en una piscina, sintiéndose en
paz durante el mismo.
Habitualmente,
cuando el niño comienza a sufrir una ECM es cuando se da cuenta de que algo no
va bien. Este proceso suele llamarle de manera tan intensa la atención que es
uno de los momentos a rememorar cuando recupera la consciencia. No es menos
cierto que muchos niños suelen tener miedo a contar la experiencia y en otros
casos no se le da la importancia necesaria, por lo que en ocasiones, meses o
años después, es algún acontecimiento externo lo que le recuerda la experiencia
y se decide, por fin, a relatarla, por lo general a los padres.
Elisabeth
Kübler-Ross afirmaba, en 1983, que la mayoría de los niños que padecían un coma
se encontraban fuera del cuerpo físico la mayor parte del tiempo, y durante
este periodo podían escuchar todas las comunicaciones y conversaciones que las
personas mantenían a su alrededor. En uno de los casos descritos por Greyson en
2009, un niño que había estado en coma durante varios meses fue capaz de
encontrar la unidad donde estuvo hospitalizado al volver a una revisión
rutinaria después del alta. Pudo hacer este hallazgo distinguiendo entre varias
unidades similares e incluso señalar con certeza cuál era la cama donde se
había encontrado postrado durante varios meses, a pesar de no tener consciencia
de esta situación durante su internamiento.
En definitiva,
las ECM en los niños constituyen una poderosa experiencia, particularmente a
nivel emocional. Es probable que la mejor manera de ayudarlos consista
simplemente en informarles y mostrarse lo bastante interesados y sensibles como
para proporcionarles ayuda. Lo primero, sin lugar a dudas, es reconocer que el
niño ha tenido la experiencia, con objeto de que la puedan integrar en su vida
personal.
En el caso de
los niños con enfermedades crónicas y que, posiblemente, tengan que enfrentarse
a la muerte en un futuro próximo, este tipo de consejo adquiere aún más relevancia,
ya que si manejamos adecuadamente su ECM el niño, llegado el momento, se
enfrentará al término de su vida de una manera pacífica y libre de temores.
XXVIILA PERSONA QUE MUERENOS VISITA PARA DESPEDIRSE
Durante mi ECM veía a todo el mundo como
energía y dependiendo de esa energía era el mundo que creábamos en su entorno.
TESTIMONIO DE UNA PERSONA QUE SUFRIÓ
UNA ECM
Por increíble que
parezca se han reportado innumerables casos de personas que, aparentemente,
acuden a visitarnos en el momento de su fallecimiento a guisa de despedida
póstuma. Para encontrar alguna explicación podríamos remontarnos a los orígenes
de la Sociedad Británica de Investigaciones Psíquicas, fundada a finales del
siglo XIX.
Uno de sus fundadores fue Edmund Gurney, autor del contundente libro (más de
1200 páginas) Phantoms of the Living, publicado en 1886. Allí relata
cómo lord Brougham, un conocido político inglés, discutía durante la
niñez y la adolescencia con su mejor amigo acerca de la posibilidad de la
existencia de una vida diferente después de la muerte y sobre la inmortalidad
del alma humana. Finalmente llegaron al siguiente acuerdo, escrito con sus
propias sangres: aquel que falleciese primero debería aparecérsele al otro como
prueba irrevocable de la trascendencia después de la vida.
Una vez
acabada la época escolar, ambos perdieron el contacto, sobre todo cuando el
amigo de lord Brougham se fue a vivir a la India. Sin embargo, en
1879, durante un viaje del político inglés a Suecia, algo muy extraño sucedió: lord
Brougham se encontraba disfrutando de un baño caliente que contrastaba con el
intenso frío del exterior cuando, al ir a salir del agua para secarse y
vestirse, observó, para su inmensa sorpresa, que su amigo se encontraba sentado
plácidamente en la silla donde hacía un momento estaban sus ropajes. El susto
fue de tal magnitud por lo inesperado de la visita que lord Brougham
cayó al suelo. En ese momento su amigo desapareció como por arte de magia. Al
retornar a Edimburgo le informaron de que su camarada había fallecido el 19 de
diciembre, justamente el mismo día de la aparición de su imagen en Suecia.
Durante mi
visita al prestigioso Instituto Rhine en Carolina del Norte, otrora dependiente
de la Universidad de Duke, pude contemplar algunos estudios que la parapsicóloga
Louisa Rhine había realizado a este respecto concluyendo, sorprendentemente,
que escuchar voces de los fallecidos llamándonos en el momento de su muerte es
un fenómeno que puede afectar hasta al 10 por ciento de la población.
A este
respecto me ha parecido sugerente que numerosas personas, ya sea en estado de
vigilia o de ensoñación, parezcan recibir la visita de los que acaban de
fallecer. Podría considerarse una reacción natural que, de hecho, suele suceder
en las primeras fases del duelo y que, como en este caso, puede ocurrir en
varios familiares a la vez, del mismo modo que estas visitas suelen suspenderse
también de forma aparentemente sincronizada. Por ejemplo, Carmen me refiere:
«Casi al mes de su fallecimiento tuve un sueño. De pronto mi madre y yo
estábamos en una cama que me parecía de hospital. Muy emocionada, le digo:
“Mamá, ¿has estado conmigo todo este tiempo? ¿Me has estado cuidando?”. Ella,
mirándome a los ojos, pero con una expresión muy fuerte, sus ojos claros más
radiantes que nunca, me dijo (más que hablando diría que telepáticamente): “Sí,
pero ya estoy cerca de la luz”. Me giré hacia adelante y vi como una esfera
radiante a lo lejos y detrás un jardín. Resulta difícil explicar, ya que a la
habitación le faltaba una pared. Yo le vuelvo a mirar y le pregunto preocupada:
“Y cuando entres en la luz, ¿vas a poder seguir estando conmigo?”. En ese
momento mi madre me mira preocupada por no saber responder y me despierto.
Quiero recalcar que yo aún no creía en nada del más allá y lógicamente me lo
tomé como un sueño. Lo llamativo del caso es que el contenido de este tipo de
sueños era exactamente el mismo que otros que tuvieron por entonces su hermana
y dos primas mías muy cercanas a mi madre. Pero de pronto, de una semana a
otra, todas dejamos de soñar al mismo tiempo».
Asimismo,
resulta llamativo que la misma persona que ha estado dialogando, oníricamente
hablando, asuma el fallecimiento del ser querido de manera que su despedida sea
eficaz y pueda descansar en paz, logrando que las personas de la realidad
terrenal puedan recobrar su vida normal. Carmen, tiempo después de las visiones
anteriores, concluye: «En el último sueño que tuve, después de una crisis, mi
madre me dijo que no la teníamos que estar llamando tanto porque ella tenía
cosas que hacer. Yo la miré a los ojos y me puse a llorar diciéndole que no
podía evitarlo. Ahí desperté, muy triste, y decepcionada porque sentía que ella
no esperaba eso de mí». Es interesante desde el punto de vista psicodinámico
que Carmen afirme que su madre se encontraba molesta por tanta demanda de su
familia. Versión coincidente con la de muchas religiones que recomiendan
encarecidamente orar por los muertos, pero no invocar su presencia.
La sensación
de presencias protectoras que provocan intensos estados emocionales positivos
es también denominador común de este tipo de situaciones. Por ejemplo, Miguel,
un industrial de Zaragoza que perdió a su madre en la adolescencia, refiere:
«Ella estaba esperando a mi lado a que yo me despertase. Con un amor total, envolvente,
que no he sentido en mi vida, me dijo: “Yo estoy contigo siempre, te estoy
protegiendo y no voy a dejar que nadie te haga daño nunca”. Inmediatamente se
levantó y se fue por la puerta del cuarto. Tal cual. Yo me quedé sin palabras,
llorando de la emoción. Tengo la certeza de que era ella. Creo que ya estaba en
la luz y por eso vino a decírmelo, porque la vez pasada no me pudo responder.
Después de eso ya no volví a soñar con ella».
Fascinante
resulta la sensación de amor envolvente que desencadena un estado emocional
intensísimo. Posteriormente, viene la sensación de protección por parte de los
antepasados, que aparece en prácticamente todas las culturas. Asimismo, me
llama la atención la asociación entre la localización de la fallecida (en la luz)
y la comprensión por parte del hijo.
Elena, una
madre que ha perdido a su hijo de corta edad, nos comenta cómo llega a sentir
que su hijo ya desaparecido le comunica telepáticamente: «Mamá, no me he ido.
Estoy aquí y pronto nos veremos». Lo llamativo es cómo, en ocasiones, esta
supuesta comunicación entre vivos y muertos puede llegar a ser beneficiosa para
el deudo y para acabar de elaborar el duelo, al contrario de lo que muchos
psicólogos puedan opinar. Por ejemplo, en el caso de la misma Elena, que nos
relata: «Tenía una depresión, pero sucedió algo que me sacó de ella. Un sábado
de noviembre me encontraba muy mal. Me ahogaba y sentía una voz por dentro que
me decía que tenía que ir al cementerio. Dejé todo lo que estaba haciendo y le
dije a mi marido que tenía que ir sola. Lo más curioso es que llevé conmigo un
reproductor de música y me fui llorando por la calle.
»Cuando entré
en el cementerio comencé a tranquilizarme. Llegué a la tumba de mi hijo y recé
por él. Me fumé un cigarrillo y saqué el grabador. Lo puse encima de la lápida.
Al cabo de un rato me fui como una autómata hasta la sepultura de mi padre.
Recuerdo que hacía mucho viento. Era noviembre y hacía frío. Volví a sacar el
aparato y lo dejé conectado encima de la tierra. En ese momento me fumé otro
cigarrillo y arreglé las flores, que seguían intactas desde la anterior
ocasión. Se me hizo de noche y retorné a casa, pero mucho más tranquila. Mi
sorpresa al llegar a casa fue que en la cinta del reproductor se oían dos
voces: una como un lamento profundo que salía de alguna parte y la otra de una
mujer. A partir de ese momento comencé a salir de la depresión. Al poco tiempo
pedí el alta y me fui a trabajar». De alguna manera parece que Elena interpreta
que esas voces constituyen una prueba fidedigna de comunicación desde el más
allá. ¿Eso le consuela? ¿Le hace sentir mejor, incrementando su sensación de
que hay algo que existe más allá de la vida y, por ende, concretando la
posibilidad de que tanto su hijo, recientemente fallecido, como su padre, sigan
existiendo en otra dimensión de realidad?
Un caso
similar es el descrito por Ana, que también perdió a su hijo, pero que, sin
embargo, parecía percibir su presencia durante un tiempo: «Cuando mi hijo
partió estuve un tiempo que cuando me acostaba, estando aún despierta, oía la
puerta del armario como que se abría y cerraba. En casa no me creían y pensaban
que eran manías mías motivadas por las circunstancias, Sin embargo, un día que
mi esposo se acostó oyó lo mismo que yo. Se levantó y pudo ver que las puertas
estaban perfectamente cerradas. Se lo comenté a una amiga y me dijo que le
hiciera un pequeño altar. Así lo hice. Le puse velas blancas, una foto de él y
algunos objetos pequeños suyos. A los pocos días, una noche al acostarme,
mientras estaba despierta, vi a mi hijo que se acercaba hacia mí y me daba un
beso, el beso más dulce y cálido que jamás he recibido. A partir de ese momento
se acabó el ruido de la puerta. Creo que lo sucedido es una muestra de que no
tuvo tiempo de despedirse y lo que hacía era darme señales. Sin embargo, creo
que ya está bien y que es feliz. Tiene la felicidad que en la Tierra se le
negó».
Una
experiencia aún más llamativa es la vivida por Sonia: «En el año 2000, estando
mi madre bastante enferma, me encontré un día, a mediodía, muy cansada y decidí
irme a la cama a descansar un rato con mi bebé. Me quedé dormida y de pronto,
como si tuviese delante de mí una inmensa pantalla de cine, vi a mi madre, muy
guapa, como lo era antes de que su enfermedad se reflejase en su rostro, con un
vestido blanco de flores, todo con unos colores muy vivos. Ella reflejaba una
gran paz: ¡estaba sonriendo! y aun así noté un pequeñísimo halo de tristeza. Se
acercó a mí. Noté su olor y calor. Me besó en la mejilla, lo sentí
perfectamente y me dijo (no habló conmigo, pero yo lo pude saber) que había
muerto. Me desperté al segundo, sobresaltada pero sin miedo. Sonó el teléfono,
corrí a cogerlo y antes de que nadie hablase yo contesté: “¡Ya lo sé! Mamá ha
muerto”. Efectivamente me llamaban para darme la noticia. Esta vivencia que
tuve me hizo aceptar su muerte con “alegría”. Claro que estuve muy triste, pero
tuve la certeza de que había algo bello después de nuestra vida aquí y sirvió
para poder darles mucha energía y fe al resto de mi familia. Tres meses más
tarde volví a casa por Navidad, llegué con mi bebé, muy cansada, con una
inflamación de un nervio en una muela, que me producía un dolor horrible.
Quería morirme. Mi bebé estaba con cólicos, llorando, y la gente en casa triste
por las fechas que eran y mi madre que había muerto recientemente. Dejé las
maletas, me tumbé en la cama con mi hijo, los dos sintiéndonos fatal, y pensé:
“¡Madre, no puedo más!”. Al segundo volví a verla, al cerrar los ojos. Mi hijo
dejó de llorar y sentí cómo la presión de mi muela salía hacia fuera y
desaparecía el dolor. Rápidamente me incorporé, fui al cuarto de estar y conté
a todos lo que me había sucedido. Este suceso sirvió para pasar esas fechas con
más fe y aceptación sobre la muerte».
Asimismo,
Marisa relata: «Mi madre se nos fue en cuatro días a causa de una terrible
pancreatitis que la acabó destrozando por dentro. Nunca me ha dado ningún
mensaje, cosa que deseo con fervor, pero de momento no se ha producido. Mi
suegro murió hace nueve meses y de él sí que me llegó una señal. Lo soñé a las
pocas semanas de haber fallecido y me dijo textualmente: “Diles a todos que
estoy bien, que donde me encuentro estoy muy bien”. Aquel sueño nos llenó de
alegría tanto a mí como a mi familia, pero con mi madre de momento no he recibido
ninguna señal. Me gustaría tanto».
XXVIIIVISITAS DE FAMILIARES MUERTOSANTES DE LA PROPIA MUERTE
Imagínate que te encuentras en un gran
almacén a oscuras y que tan solo tienes en tu mano una pequeña linterna. Cuando
quieres encontrar una cosa tan solo puedes ver lo que ilumina tu escasa luz.
Puedes encontrarlo o no, pero eso no significa que lo que buscas no existe sino
que tan solo no lo has iluminado. Un día alguien enciende todas las luces y
puedes verlo todo en su conjunto. Lo comprendes todo.
TESTIMONIO DE UNA PERSONA QUE SUFRIÓ
UNA ECM
En el Libro
del esplendor o Zohar se menciona una tradición consistente en
ver a los familiares ya fallecidos como señal de la muerte que nos sobreviene.
Un cierto rabino, Isaac, temeroso de morir acude al rabino Shimeon y le
pregunta: «¿Has visto hoy la cara de tu padre? Porque sabemos que cuando llega
la hora de que un hombre deje este mundo, él se encontrará rodeado de su padre
y su familia. Los verá y los reconocerá, y además mirará a todos aquellos que
fueron sus compañeros en este mundo, siendo escoltada su alma a su nueva
morada». Y prosigue la historia: Poco tiempo después el rabino Isaac vio a su
padre en un sueño, por lo que fue informado de que el tiempo de morir se
acercaba. Más aún, se le dijo al rabino que cuando el alma de un hombre le
abandona se encuentra con todos su familiares y amigos del otro mundo que le
guiarán al reino del placer y al lugar de la tortura. Es decir, que el hombre
justo y el pecador son paseados por sus destinos finales.
Se dice que el alma de una persona
que esté muriendo realiza viajes nocturnos durante los treinta días anteriores
a su muerte para inspeccionar el mundo venidero.
Scholem,
1977
Durante los
siete días posteriores a la muerte el alma viene y va desde la tumba a casa,
penando por su cuerpo. Algunos otros relatos en este mismo texto aseguran que
el alma parte trozo a trozo del propio cuerpo. Sin embargo, el punto común de
todos estos relatos es el premio o castigo en la vida del más allá.
Según Simcha
Paul Raphael, la mayor parte de las religiones tienen mucho en común con las
ECM. Por otra parte, las visiones que muchas personas presentan en el momento
de morir hace que nadie se sienta solo en tan particular circunstancia. Si uno
vive acompañado del amor divino y concienciado en nuestra vida diaria, la
muerte será una compañera familiar, más que una extraña que nos llena de temor.
De esta manera no resulta sorprendente que uno de los cambios consistentes de
mayor calado después de una ECM sea justamente la pérdida del miedo la muerte.
La aceptación de la muerte provocaría un cambio profundo y curativo de los
enfermos terminales.
Llama la
atención que en culturas muy distantes de la judía, por ejemplo la de
Melanesia, también se crea que la muerte es el producto de un proceso que
comienza mucho antes de que se manifiesten las primeras señales y que, hasta
cierto punto, es reversible.
Hasta ahora la
ciencia apenas se ha preocupado de este tipo de fenómenos que, seguramente,
algunos achacarán a la fantasía de la persona moribunda. Por ejemplo, Anna me
cuenta: «Mi madre tuvo un ictus cerebral y cuando ya estaba más recuperada la
mandaron a otro hospital para hacer rehabilitación. Me contó que algunas noches
se sentaba a los pies de su cama una señora muy mayor con una toquilla que
decía ser su bisabuela, fallecida muchísimos años atrás». El caso de Joaquín no
es menos llamativo: «Hace dos meses mi abuelo empezó a estar malito y casi
todos los días preguntaba por todos los muertos de su familia. No a todas
horas, pero a lo mejor estábamos viendo la televisión y me decía: “Joaquín, ¿y
mi madre?”. O bien preguntaba por su padre o algún amigo ya fallecido. En una
ocasión mi hermano estaba tumbado en el sofá y le dijo: “¡Siéntate bien y deja
que se acomode mi hermano Diego, que está ahí de pie el pobre!». Se refería a
su hermano ya fallecido hacía unos cuantos años. Y Concha relata: «La abuela,
días antes de morir, daba la sensación de que hablaba con su madre, muerta
hacía mucho tiempo, como si estuviese viéndola. Fue algo muy extraño».
No son pocos
los médicos que atribuyen este tipo de visiones a un deterioro progresivo
metabólico de la persona que las sufre, pero no es menos cierto, y es testigo
de ello el autor de este libro, que en numerosos casos el estado general de la
persona es excelente en cuanto a sus capacidades cognitivas. El mismo Joaquín
nos cuenta otro caso ocurrido también en el entorno de su propia familia. La
protagonista fue su abuela, que se encontraba, aparentemente, en buen estado
general: «Los médicos dirán que la enfermedad o la fiebre producen delirio. Sin
embargo, mi abuela murió de un infarto de manera súbita. Nadie lo esperaba, ya
que nunca había estado malita ni había padecido nada grave. Fue un
acontecimiento muy impactante en mi familia. Pocos días antes nos contó, a mí y
a los demás miembros de la familia, que llevaba unos cuantos días soñando con
los muertos: sus padres, hermanos, etc. La pobre nos lo contó porque le daba
miedo».
El caso que me
relató Katherine, ya descrito con anterioridad en un capítulo previo, posee
varias características notables: no solamente se encontró con familiares
durante su ECM, sino que también fue capaz de predecir su propia muerte. Otro
fenómeno poco estudiado es el de las personas que se encuentran en coma pero
recuperan la consciencia momentos antes de fallecer: «Mi tía abuela padeció un
cáncer. Tras operarla, le aparecieron metástasis por varias zonas de su cuerpo,
hasta el punto de que los médicos la desahuciaron. Ella era una persona muy
buena y religiosa, y cuando supo que iba a morir, decidió hacerlo en su casa,
en compañía de su familia. La agonía y el coma duraron tres días, pero nada se
podía hacer, por lo que solo esperábamos el momento de su muerte. Súbitamente
se despertó y recuerdo que hizo llamar a todos sus familiares, porque ella ya
se iba a donde creemos todos: al cielo. Sin embargo, lo más curioso es que
siempre decía que veía a sus padres y a un hermano que ya estaban muertos y que
le estaban esperando en una luz. Por eso no temía irse. Al despedirse nos dio
sus mejores consejos. Y algo que también nos llamó mucho la atención es que
repetía dos números: el 3 y el 9. No lo entendimos hasta el final: murió el día
9 a las tres de la mañana».
Rosen, en su
estudio de 1975 sobre supervivientes de intentos de suicidio arrojándose desde
los puentes de la bahía de San Francisco, relata cómo una mujer, deprimida
después de perder la custodia de sus hijos, vio y escuchó a su padre antes de
tirarse por encima de la barandilla del puente. Otro vio, en un empleado de mantenimiento
de uno de los puentes que se acercaba gritando y gesticulando para evitar el
suicidio, el rostro de su padre.
Terminemos con
el testimonio de Isabel: «Mi prima, uno o dos días antes de morir, nos dijo que
había venido su madre, ya fallecida, a buscarla. Ella la vio y dice que también
la tapó cuando estaba enferma en el hospital».
XXIXADQUISICIÓN DE PODERESPARANORMALES O EXTRAPSÍQUICOS
El pensamiento racional impone
limitaciones al concepto de relacionarse una persona con el cosmos.
JOHN NASH, MATEMÁTICO Y PREMIO NOBEL
Son numerosos los
autores, aunque debemos destacar a Atwater, que describen efectos posteriores a
las ECM consistentes en la adquisición de poderes paranormales o
sobrenaturales. Algunos de ellos podrían parecer curiosos, como por ejemplo el
cambio de ritmo de los relojes que pertenecen a las personas que han tenido una
de estas vivencias, pero también se producen cambios en la sensibilidad ocular
a la luz solar o a la fluorescente, alteraciones e incluso mal funcionamiento
de las luces artificiales o bombillas en su presencia y, en general, cualquier
otro tipo de manifestaciones de tipo paranormal. Así, en ocasiones las personas
comienzan a tener experiencias paranormales como, por ejemplo, ser capaces de
ver espíritus en derredor.
La existencia
de estas habilidades psíquicas puede, evidentemente, predisponer a los
individuos dueños de este tipo de talentos a sufrir experiencias excepcionales
a lo largo de su vida, incluyendo nuevas ECM y experiencias místicas o
religiosas. Más aún, los primeros investigadores de las ECM siempre
consideraron este fenómeno como una forma más de experiencia espiritual.
El equipo
liderado por Debbie James y Bruce Greyson observó en 2009 que un 39 por ciento
de las personas que sufren una ECM presenta fenómenos de percepción
extrasensorial.
ELEMENTOS
PARANORMALES |
|||
Greyson (1983) |
Greyson (2003) |
Schwaninger (2002) |
|
Número de
personas |
74 |
27 |
11 |
Experiencia
Extracorpórea (%) |
53 |
70 |
90 |
Sentidos
más vívidos (%) |
38 |
15 |
54 |
Percepción
extrasensorial (%) |
23 |
11 |
0 |
Visiones
del futuro (%) |
16 |
7 |
9 |
Fuente: Greyson (2009).
Greyson ha
observado que después de la ECM los protagonistas dicen experimentar un mayor
número de fenómenos paranormales emergentes. Este investigador, después de
estudiar a 1595 pacientes que fueron admitidos en un servicio de cardiología
externo, observó que un 11 por ciento más de los que reportaron una ECM también
decían estar involucrados en algún tipo de experiencia paranormal con respecto
a los que no habían sufrido la ECM. Esta diferencia, según el propio Greyson,
también podría sugerir que las personas que querían tener experiencias
paranormales en el pasado son las mismas que parecen reportar ECM o, por el
contrario, podría interpretarse que los que han sufrido una ECM presentan una
mayor tendencia de tipo retroactivo a interpretar experiencias pasadas como
paranormales. Sutherland aporta datos en la misma dirección: muchas personas
relacionadas con ECM presentan fenómenos de clarividencia, precognición,
intuición, telepatía, habilidades de sanación en la distancia y, por supuesto,
experiencias extracorpóreas. Al parecer, también suelen relatar un mayor
aumento en la percepción e interpretación de los sueños, visión de auras y un
mayor contacto con los espíritus. Es decir, parecen desarrollarse una mayor
sensibilidad frente a este tipo de fenómenos psíquicos. Tanto es así, que
algunos investigadores lo han denominado «despertar psíquico» y han sugerido
que esta transformación no es otra cosa que un contacto o relación con algún
tipo de realidad alternativa.
Sutherland
advierte sobre cómo algunas personas que han sufrido una ECM prefieren ignorar
sus nuevas capacidades de precognición o clarividencia, pero, obviamente, no
pueden evitar encontrarse afectados, por ejemplo, por las experiencias extracorpóreas.
Algunos otros luchan desesperadamente contra algunas habilidades que dicen
tener, ya que las mismas les dificultan enormemente el desempeño normal de la
vida diaria como, por ejemplo, leer el pensamiento de terceras personas. En
cualquier caso, todo esto lleva a pensar que de alguna manera estas personas se
encuentran en contacto directo con una fuente interior de la sabiduría, y
también con una extraña sensación de ser guiados por una fuerza superior.
Según Greyson
existen cuatro grandes áreas relacionadas con las experiencias paranormales que
se ven afectadas después de una ECM:
1.
Experiencias
psíquicas como, por ejemplo, percepción extrasensorial, sueños relacionados con
la percepción extrasensorial, psicoquinesis.
2.
Experiencias
tipo «psi», como experiencias extracorpóreas, encuentros con apariciones,
percepción de auras, comunicación con los muertos, memorias de vidas previas,
sensación de déjà vu.
3.
Estados
alterados de conciencia: experiencias místicas, sueños lúcidos, recordatorios
oníricos semanales, sueños vívidos semanales.
4.
Actividades
relacionadas con «psi»: análisis de sueños, meditación, visitas a médiums, uso
de drogas psicodélicas.
Prácticamente
todas estas personas sufren un importante incremento de alguna de estas
habilidades después de una ECM. Por ejemplo, las percepciones extrasensoriales
aumentan desde un 10,1 hasta un 29 por ciento. Los fenómenos de telequinesis
también aumentan desde un 11,6 hasta un 18,8 por ciento. Y, por supuesto, los
encuentros con personas ya fallecidas crecen desde un 11,6 hasta un 27,5 por
ciento. Resulta llamativo también que, por ejemplo, las visitas a médium se
disparen desde un 7,2 hasta un 25 por ciento, lo que nos puede dar una idea del
profundo cambio a nivel psicológico que se produce en las personas que han
pasado por una ECM (Greyson, 2009)
Ring observó,
en 1984, que hasta un 58 por ciento de las personas que habían sufrido ECM
tenía la sensación de haber aumentado sus capacidades psíquicas. Los dos
fenómenos psíquicos que parecían haberse elevado con mayor frecuencia fueron la
sabiduría interior (96 por ciento) y la intuición (80 por ciento). Otro tipo de
poderes paranormales también parecieron incrementarse. El aumento en el número
de personas que han sufrido una ECM y que creen, después de dicha experiencia,
en diversos temas paranormales cambia desde un 60 por ciento inicial a un 96
por ciento, si bien hay temas que parecen despertar menos interés, en
particular la posesión demoníaca y la astrología.
Llama la
atención que hasta un 30 por ciento de las personas que no han sufrido una ECM
digan tener, ocasionalmente, experiencias místicas superficiales, o que un
llamativo 10 por ciento diga tenerlas de forma profunda, por lo que podemos
decir que son características inherentes a los seres humanos y que, en el caso
de las ECM, tan solo implican una acentuación.
Una de las
autoras más conocidas, Barbara Harris, describe numerosos casos de personas que
han sufrido ECM y que luego han desarrollado habilidades paranormales. Escribe:
«Mi campo de bio-energía, como resultado de una ECM, afecta a los equipos
electrónicos. La energía afecta a cualquier cosa que utilice microchips,
incluyendo ordenadores y máquinas fotocopiadoras. Las baterías de los coches se
descargan cuando me encuentro cerca de ellos… El aspecto positivo es que, en
ocasiones, las bombillas fundidas vuelven a funcionar cuando me acercó a ellas.
Lo negativo es que las farolas de la calle explotan, en ocasiones, cuando voy
paseando».
Nancy Evans, a
quien entrevisté durante un congreso sobre ECM, relata en un artículo del Journal
of Near Death Studies como Atwater quiso publicar en una revista (Vital
Signs) la forma en que ella misma había adquirido poderes paranormales
después de sufrir tres ECM. El editor se opuso de forma vehemente a que
publicase sus habilidades paranormales por miedo a que su revista y la sociedad
que hacía de garante de la misma (IANDS) perdiesen la reputación adquirida los
últimos años si se asociaba ciencia con ocultismo. Sin embargo, la libertad de
publicación prevaleció. Nancy Evans, directora ejecutiva de la revista por
aquel entonces, vio cómo muchos lectores que compartían la misma visión que el
editor llegaron a cancelar su suscripción.
Esta misma
autora, en otra publicación posterior, de 1991, en la que recopila los avances
de IANDS en estos últimos diez años, comenta cómo las primera reuniones de
personas que habían sufrido ECM estaban llenas de temor por las numerosas
especulaciones que se hacían al respecto: ¿cómo iban a reaccionar, entre sí, un
grupo de personas cargadas de esa energía tan intensa que habían adquirido
después de una ECM? Aunque a día de hoy pueda parecer ridículo, la propia Nancy
Evans admite que consideraron alquilar generadores de energía eléctrica, ya que
temían quedarse sin luz debido a la alta energía de sus participantes. Otros
especularon con la posibilidad de que el edificio en el que se celebraba
aquella primera reunión comenzase a vibrar hasta autodestruirse.
Acontecimientos que, obviamente, nunca sucedieron. Hoy en día resulta evidente
que todo eso, aparte de lo anecdótico, no tiene el menor sentido. Este mismo
autor ha acudido a reuniones donde más de cien personas que han sufrido una ECM
departen sobre sus impresiones en medio de la calma más absoluta y sin el más
mínimo fallo eléctrico.
Algunos
autores, como Melvin Morse y Paul Perry, han vinculado este tipo de sensaciones
paranormales a alteraciones de la fisura de Silvio, que se encuentra en el
lóbulo temporal derecho. Atwater observó, en 1999, en una muestra de 277 niños,
cómo particularmente aquellos que se encuentran entre los tres y los cinco años
de edad llegan a desarrollar poderes paranormales y otro tipo de excelencias
psíquicas. Respecto a los niños, Sutherland afirma que gran parte de ellos se
han encontrado con parientes ya fallecidos y otros hablan de tener un ángel
guardián que les escolta de manera continua. Este mismo autor reporta que
algunos niños, además de haber vivido una experiencia extracorpórea, llegan a
leer el pensamiento de los demás, incluso de los desconocidos. Atwater y otros
autores llegan al extremo de afirmar que los niños son más proclives, por
ejemplo, a hacer explotar bombillas cuando parecen ataques de furia o bien a
estropear sus relojes debido a su estado de ánimo.
Peter Fenwick
ha observado que muchos niños, después que una ECM, comienzan a mostrar
facultades de precognición. Por ejemplo, saben quién llama al teléfono antes de
descolgarlo o bien tienen sueños o visiones que no siempre son agradables,
hasta el punto de desear no haber vivido la ECM. Bonenfant también ha
encontrado, entre los niños, muchos casos de sinestesias. Por ejemplo: sentir
los colores, saborear las palabras u oler los sonidos. En su estadística se
encuentra una incidencia realmente sorprendente, ya que casi dos tercios de una
población que se encuentra en un rango de diez a setenta y seis años dice
sufrir, en algún grado, sinestesias.
¿ERES OVEJA O CABRA?
Existe otro
rango de fenómenos que debe ser considerado en relación a este tema y que puede
ser explicado por diferencias individuales o por errores experimentales: es el
«efecto oveja-cabra», dentro del cual se identifica como ovejas a los que creen
y como cabras a los escépticos. Se afirma que las personas que creen en las
habilidades psíquicas poseen una mayor tendencia a manifestarlas que los que
pertenecen al grupo de los escépticos. Este efecto oveja-cabra pudo ser
documentado por primera vez en experimentos de percepción extrasensorial (PES).
Se observó que
algunos experimentos fallaban repetidamente a la hora de replicar resultados
normalizados de PES, mientras que otros no mostraban ningún problema en
alcanzar dichos resultados. Se obtuvo como conclusión que la actitud mental del
experimentador afectaba las habilidades del sujeto. Se han hecho numerosos
experimentos que confirman el efecto oveja-cabra, entre ellos pruebas de
clarividencia o de experiencias extracorpóreas citadas por Schmeidler en 1963.
Otro campo en
el que funciona este tipo de efectos es el de lo psicosomático, particularmente
en los fenómenos relacionados con los placebos y también con los procesos
curativos a través de la fe. Es de todos conocido que la mera expectativa de
curación por medio de un determinado medicamento es de por sí terapéutica,
incluso si dicho remedio no contiene principio activo alguno. En este caso lo
fundamental es la convicción del paciente de que un tratamiento en particular
le va a curar. El efecto oveja-cabra nos indica que no es la creencia lo
importante, sino la firmeza con que esta es mantenida.
Hay ejemplos
diversos en todas las culturas mundiales. Los asiáticos, en las artes
marciales, disponen de una energía vital e invisible llamada chi. La
persona que las practique y que dude de su propia fuerza vital no logrará
progresar ni descubrir nuevas técnicas.
En áreas como
la investigación psíquica, las curaciones psicosomáticas o las artes marciales
la conexión entre las creencias y la realidad objetiva es más profunda que un
mero pensamiento positivo. Todo ello sugiere que nuestro universo, incluyendo
nuestros cuerpos, se encuentra intrínsecamente unido a nuestros estados
mentales.
Si el efecto
oveja-cabra fuese cierto —es decir, si la actitud mental del sujeto afecta de
manera directa a sus habilidades psíquicas—, podría indicar que existen ciertas
áreas del conocimiento humano a las que nunca podríamos acceder de manera
objetiva, ya que cada vez que lo intentásemos nuestras propias mentes
cambiarían el universo físico.
PRECOGNICIÓN
La
verosimilitud de los fenómenos precognitivos observados durante las ECM es
compleja de comprobar por varios motivos. En primer lugar, desde el punto de
vista científico resulta imposible explicar cómo se pueden haber experimentado
estos fenómenos mientras la persona estaba muerta o al menos sin signos
vitales.
Este tipo de
fenómenos precognitivos, según Atwater, se traducen en verdaderas sensaciones
físicas con un principio y con un final. Asimismo, parecen presentar un patrón
universal; un estado mental particular cuando ocurre, fundamentalmente de
alerta, si bien algunas personas lo han experimentado durante estados oníricos
y no en ECM.
Respecto a su
contenido, suele referirse a actividades ciertamente mundanas, pero en otras
ocasiones se pueden prever acontecimientos a nivel mundial que pudieran ser
importantes. Por ejemplo, durante mi visita al Instituto Rhine en Carolina del
Norte, centro dedicado al estudio científico de actividades paranormales y que
otrora dependía de la prestigiosa Universidad de Duke, pude observar cómo las
telefonistas tenían una lista de llamadas de personas que decían que tal o cual
cosa iba a suceder en un futuro próximo.
Me llamó la
atención el aumento de llamadas con contenido catastrófico que se efectuaron en
las semanas previas a los atentados del 11 de septiembre de 2001 y también otro
aumento de la frecuencia de llamadas con contenido similar en las semanas
previas al último y desastroso terremoto de Japón. Para Atwater, este tipo de
precogniciones sería similar a los patrones de comportamiento que todos
presentamos durante la niñez, particularmente entre los tres y cinco años de
edad, cuando nuestros lóbulos temporales comienzan su pleno desarrollo.
Los niños, a
esa edad, poseen una psicología fundamentalmente orientada hacia el futuro, ya
que juegan con las posibilidades de lo que ocurrirá una vez que crezcan. Estos
juegos de futuro o ensayos vitales no son otra cosa que el nacimiento de la
imaginación que permite a los jóvenes establecer un proceso de continuidad en
sus vidas y validar sus acciones y reacciones. Estableciendo un paralelismo
podría parecer que las personas, según esta autora, que presentan
precogniciones sufren una especie de expansión del lóbulo temporal y una
especie de renacimiento de la imaginación. Por ejemplo, Isabel, después de
tener una ECM hacia los cinco años de edad en la que dijo encontrarse con su
madre ya fallecida, nos explica: «Me dio un mensaje muy importante para que
pudiera ayudar a la gente en relación a los cambios que se avecinan en el
mundo».
El fenómeno de
la precognición se produce cuando la persona que ha experimentado una ECM
retorna de la misma con predicciones acerca del futuro y estos pronósticos
acaban convirtiéndose en reales sin la intervención del propio sujeto. Quizá
uno de los casos que más llama la atención es el de Dannion Brinkley, una de
las personas estudiadas por Moody. Este sujeto predijo la caída de la Unión
Soviética y la Guerra del Golfo catorce y quince años, respectivamente, antes
de que ocurriesen.
Ring ha
denominado a estas precogniciones saltos personales hacia el futuro (personal
flashforwards), si pertenecen a la vida personal del sujeto o, por el
contrario, visiones proféticas (prophetic visions), si son
predicciones a escala planetaria. Craig Lundhal ha identificado un tercer tipo
de precogniciones, «las revelaciones personales futuras del otro mundo», similares
a los saltos personales hacia el futuro, con la diferencia de que su contenido
se recibe mientras el sujeto se encuentra en el otro mundo y no durante la
revisión vital de la ECM.
Los análisis
acerca de la verosimilitud de los fenómenos precognitivos eluden las
explicaciones científicas más o menos ortodoxas. Por ejemplo, Morse ha
postulado que existe cierto tipo de memorias genéticamente codificadas en el
lóbulo temporal que son activadas mediante mecanismos serotoninérgicos que, a
su vez, son detonados por momentos de estrés. Sin embargo, no es menos cierta
la posibilidad de que, por ejemplo, los padres pudieran pasar a través de los
genes información específica sobre tecnología médica, en referencia a los
detalles de los aparatos de resucitación, incluso años antes de su propia
invención, cosa que, evidentemente, resulta difícil de creer.
Algunos
investigadores, como Jean Pierre Jourdan, arguyen que los fenómenos
relacionados con la memoria durante las ECM tendrían que ver con los receptores
NDMA que se encuentran en el hipocampo del cerebro. Estos receptores parecen
importantes a la hora de potenciar las neuronas de esta zona cerebral que
construye las memorias. Jourdan teoriza que una ECM causaría «la liberación de
sustancias neuroprotectoras» debido a la desconexión sensorial que la ECM
produce.
Bajo esta
situación, las memorias internas tomarían por asalto el lugar de las entradas
sensoriales que no se están produciendo. Desafortunadamente, esta teoría no
tiene en cuenta la temporalidad, pues ¿cómo va a conocer el sujeto asuntos del
futuro que, lógicamente, nunca han llegado a ser codificados en el sistema
neuronal?
Gómez-Jeria
postula una interesante teoría: la recuperación de la memoria durante una ECM
se encuentra sujeta a estímulos conscientes e inconscientes del entorno que
rodea al sujeto en esos momentos. La persona que sufre la ECM se encontraría
receptiva a estos estímulos ambientales durante el estado alterado de
consciencia propio de la ECM. Esta información, combinada con los conocimientos
previos del sujeto, sería capaz de producir una historia de suma credibilidad.
Todo ello parece muy coherente, pero ¿cómo se explica que una paciente que
estaba siendo resucitada en una sala del hospital pudiera ver una zapatilla
roja en uno de los pisos altos mientras ella, supuestamente, sufría una
experiencia extracorpórea?
Keith Floyd
presentó, en 1996, un caso fascinante en el Journal of Near-Death Studies.
En él describió una ECM que le había sucedido a una mujer que se encontraba
recibiendo terapia electroconvulsiva. El miedo a morir durante dicha terapia
fue tan intenso que se generaron síntomas idénticos a los de una ECM. En ese
momento, la mujer se encontró inmersa en un escenario absolutamente real,
propio de una fiesta o celebración, lleno de sonidos y con una solidez
tridimensional abrumadora. La paciente explicó multitud de detalles, tantos que
resultaba difícil distinguirlos de la vida real. Lo llamativo del caso es que
ella no recordaba haber estado en una fiesta similar. Paradójicamente, un par
de años más tarde acudió exactamente al mismo tipo de celebración, cumpliéndose
cada uno de los detalles evocados aquel día en el hospital.
Atwater relata
el caso de una chica de dieciocho años que fue atacada sexualmente por un
individuo que le puso un cuchillo en el cuello. En ese momento, quizás como
resultado de un proceso disociativo, comenzó a ver la escena desde un punto
elevado. Al mismo tiempo se vio también como una mujer ya muy mayor contando
historias a sus hijos agrupados en torno a ella mientras se mecía en una silla
de madera lacada negra, de diseño oriental. Asimismo, las pinturas de la pared
y cada detalle de la casa donde esto, supuestamente, iba a ocurrir en un
futuro, los pudo ver con sumo detalle, incluido cada movimiento físico, cada
olor, así como las conversaciones, emociones y cada minuto de esa vida diaria
del porvenir. Una vez que la paciente se recuperó emocionalmente de la
violación concluyó que todo este episodio acerca del futuro era tan solo una
invención de su mente para protegerla. Cinco años más tarde se casó y se mudó a
una casa propiedad del marido. Allí estaba la mecedora de madera lacada en
negro y de diseño oriental, así como las pinturas y el papel de las paredes.
Todo coincidía. Como bien explica Atwater: «Estas memorias del futuro le
prepararon para su vida en pareja».
Para Atwater
la definición de memorias futuras se correspondería con la siguiente idea: «La
habilidad para vivir de forma completa un espectro o una secuencia de eventos
bajo una realidad subjetiva antes de vivir el mismo episodio en una realidad
objetiva. Asimismo suele ocurrir, pero no siempre, que el individuo lo olvide
después de que haya ocurrido para ser tan solo recordado cuando alguna señal
actúa como factor detonante en la memoria. En estas memorias del futuro los
sentidos actúan de la misma manera que la vida real: sabores, olores,
decisiones, etc. Todo ello es vivido y experimentado desde el punto de vista
emocional y sensorial. La persona no actúa como mero espectador (clarividencia)
ni tampoco hace predicciones (profecías) ni dice saber algo (precognición). Es
decir, no hay manera de distinguir este fenómeno de la realidad diaria». La
propia autora aclara que no hay que confundir este fenómeno con el déjà vu,
que se orienta más bien hacia el pasado, sino que se trata de una habilidad
consciente para acceder al futuro y poder vivirlo previamente a su
manifestación física.
Ring también
observó que las personas que habían sufrido una ECM experimentaban poderes de
precognición y visiones de tipo planetario. Al estudiar algunos de los
testimonios me llaman la atención ciertas aseveraciones que fueron realizadas
en 1984 y que se referían a los primeros años del siglo XXI, como por ejemplo: «Habrá un aumento
de la actividad volcánica, terremotos y cambios masivos geofísicos. Se
producirán problemas con el clima y con los suministros de alimentos. El
sistema económico mundial estará en peligro de colapsar y la posibilidad una
guerra nuclear o de un accidente nuclear es sumamente elevada… Después de esta
época, una nueva era de la historia humana comenzará, con amor universal y paz
mundial. Si bien muchos morirán, la Tierra vivirá». Casualidad o no, algunas de
estas premoniciones, incluidos terremotos y desastres nucleares (Fukushima,
Japón) se han ido cumpliendo. No es menos cierto que tampoco se puede afirmar
que en estos primeros años del siglo XXI se haya producido mayor actividad
telúrica o que la catástrofe de Fukushima haya sido peor, por ejemplo, que la
de Chernobyl, en 1986.
En todo caso,
prácticamente un tercio de las personas que sufrieron una ECM en la década de
1980 hicieron referencia a escenarios futuros catastróficos.
XXXMUERTE, REALIDAD,MEMORIA Y FÍSICA CUÁNTICA
La muerte es algo que no debemos temer
porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no
somos.
EPICURO
El primer autor
que comenzó a plantearse que podrían existir variables distintas a las ya
conocidas en el momento de almacenar la memoria o de sufrir visiones
panorámicas fue Gordon Greene en 1981. En su búsqueda de factores supuestamente
viables como causas de este tipo de fenómenos relacionados con la memoria,
introdujo el concepto de hiperespacio, que define como «cualquier espacio con
más de tres dimensiones». Supuestamente, cuando el tiempo se materializa en
esta cuarta dimensión podríamos ser capaces de tener percepciones
hiperespaciales y espontáneamente percibir la totalidad de nuestras vidas. Si
bien el concepto de hiperespacio se relaciona con ideas modernas de los
físicos, no es menos cierto que apenas hay evidencias circunstanciales de su
existencia. Años más tarde, en 1999, otro científico, en este caso un médico,
el doctor Linz Audain, intentó ligar conceptos neurobiológicos con la
posibilidad de la existencia de un hiperespacio, si bien, como él mismo admite,
este tipo de ideas actúan de detonante para comenzar un largo debate entre los
que quieren descubrir vínculos entre lo neurológico y lo metafísico.
No es la
primera vez, en cualquier caso, que un científico proveniente del campo de la física,
se adentra en el terreno de la metafísica, como le ocurrió el físico Henry
Stapp en 1994 al intentar establecer un modelo cuántico que explicase ciertas
violaciones de las leyes físicas a costa de citar un artículo de la Revista
de Parapsicología Americana. En aquel momento, Stapp fue denostado por el
resto de la comunidad de físicos, hasta el punto de sufrir serios problemas
para publicar sus trabajos, si bien hoy en día son ampliamente aceptados.
A la luz de
los nuevos descubrimientos científicos, la experiencia de las visiones
panorámicas dentro de las ECM puede adquirir un nuevo significado. Mediante la
emergencia de la ciencia cuántica se ha generado una nueva comprensión de los
mecanismos vitales. Dos conceptos relacionados son cruciales para lograr
entender su aplicación sobre el organismo humano: la coherencia cuántica y la
comunicación no local.
COHERENCIA CUÁNTICA
Es un fenómeno
físico que incluye un elevado número de partículas de luz o de materia que
coinciden de manera colectiva en un momento determinado. Por ejemplo, el haz de
un láser ejemplifica lo que es la coherencia cuántica. Todas las partículas de
luz emitidas (fotones) oscilan de manera conjunta en la misma frecuencia y
fase, resultando en un haz de un solo color. Mediante estimulación externa, el
láser alcanza un nivel crítico de energía y mediante una transición sucede un
salto brusco a un nivel de energía superior. En la luz del láser todos los
fotones carecen de identidad individual, por lo que se dice que se encuentran
en el mismo estado cuántico. Por el contrario, las lámparas incandescentes o
fluorescentes emiten luz incoherente en todas las direcciones y en un espectro
muy amplio de frecuencias, resultando en luz blanca.
COMUNICACIÓN NO LOCAL
La coherencia
cuántica entre partículas está relacionada con la comunicación no local, esto
es, con una interacción que posee las siguientes características: es
instantánea, independiente de la distancia e inmune al aislamiento. Es decir,
que la no localidad se refiere a procesos en los que la señal se
propaga a cualquier distancia de manera instantánea. Por contraste, las señales
que se propagan durante un periodo finito de tiempo, son locales. Por ejemplo,
el espectro visible electromagnético de la luz que percibe el ojo humano no
posee ninguna de las tres características referidas anteriormente. Es decir,
hay una distancia finita entre el transmisor y el receptor que se puede medir,
las ondas disminuyen en intensidad a medida que viajan y, por supuesto, se
pueden bloquear con un aislamiento apropiado.
Si
extrapolamos estos conceptos a la escala de la percepción humana, podríamos
decir que percibimos de las dos maneras: local y no local. Por ejemplo, cuando
vemos a una persona que se encuentra cerca, los ojos responden a las ondas
electromagnéticas de la luz. Pero la mente, según Mitchell, responde de manera
instantánea de un modo no local a la visión remota de la misma persona, aunque
se encuentre a millas de distancia. Así pues, tan solo los aspectos no locales
son percibidos por el observador que se muestra a sí mismo una imagen poco
clara y de aspecto onírico. Esto es consistente con estados alterados de la
consciencia como la clarividencia, la precognición y la telepatía. De hecho, es
ampliamente conocido que la CIA, la agencia de espionaje estadounidense, ha
gastado millones de dólares en este tipo de investigaciones.
Thomas Beck
insinúa que las ECM se encuentran dentro del terreno de la percepción no local,
ya que son virtualmente instantáneas. Debido a este tipo de experiencias podríamos
construir la teoría de que el cuerpo humano posee todos los biomecanismos
necesarios para la comunicación no local. No es menos cierto que en el estado
actual de la ciencia todavía queda mucho por descubrir.
A escala
molecular y dentro del propio cuerpo humano la comunicación no local ha sido
identificada. Se ha descubierto que en muchos organismos vivientes, incluido el
ser humano, se encuentran estructuras cristalinas. Los cristales son estados de
la materia que poseen un rango muy amplio de fluidez, desde cristales sólidos a
semisólidos terminando por otros que poseen propiedades cercanas al gel. Así,
mientras que los cristales de calcio en el hueso son sólidos, el colágeno que
se encuentra en el mismo interior del hueso es semisólido y nos referimos a él
como cristal líquido. Pero estas estructuras se encuentran en todo nuestro
cuerpo, incluyendo huesos, tendones, ligamentos, cartílagos…
Para acabar de
entender este tipo de evidencias hay que referirse al efecto cuántico de túnel,
que ya ha sido demostrado en proteínas o, por ejemplo, en el ADN humano. Este
efecto cuántico de túnel se refiere al transporte instantáneo de partículas
como fotones, electrones, protones o incluso átomos de hidrógeno que saltan
desde el punto A al punto B sin viajar entre ambas distancias.
El físico
Guenter Nimtz ha demostrado el efecto cuántico de túnel en partículas fotónicas
a través de una barrera sobre una distancia de unos diez centímetros. Es decir,
que el tiempo que tarda la señal en llegar al otro lado es instantáneo,
independientemente de la distancia.
MICROTÚBULOS
Otro ejemplo de
sustancias líquidas cristalinas es el citoplasma intracelular, los fluidos
dentro de la célula. Dentro de ellos, los microtúbulos son los principales
constituyentes de la organización de dicho citoplasma. Existen evidencias de
que dichos microtúbulos emiten fotones solitarios de luz y pueden ser
observados como si fuesen microscópicos láseres pulsátiles dentro de la propia
célula.
Estos
microtúbulos se supone que pueden llegar a desempeñar un papel importante en
las comunicaciones humanas, la memoria y el aprendizaje. Quizás en un futuro
próximo se logre probar que son elementos fundamentales en la red de
comunicación no local que provee de base a las revisiones vitales de las ECM.
Los microtúbulos
forman una estructura o esqueleto que da soporte físico a toda la célula,
aportando forma y resiliencia. Además de esto, más allá de su atributos
meramente físicos, los microtúbulos proveen de un sistema complejo de
comunicaciones entre cada célula, que es esencial para el funcionamiento total
del organismo. De hecho, el sistema de microtúbulos es conocido como «el
cerebro de la célula». Organizan gran parte de las funciones celulares,
incluyendo la división de la misma. En algunas células neuronales los
microtúbulos pueden llegar a alcanzar un metro de longitud acomodado en madejas
de cientos de miles. Se podrían comparar a los cables de fibra óptica
utilizados para la comunicación telefónica que consisten en muchas fibras
juntas. Para que nos hagamos una idea de sus proporciones, un microtúbulo de un
metro se podría comparar a una manguera de jardín de un centímetro y medio de
diámetro pero de ochocientos kilómetros de longitud. Si lo observamos a nivel
molecular, su complejidad es, al día de hoy, incomprensible. Sin embargo, a un
nivel cuántico la comunicación que ocurre entre dichos microtúbulos es un
proceso relativamente simple.
EFECTOS CUÁNTICOS EN LOS MICROTÚBULOS
La comunicación
a nivel de los microtúbulos ha sido ampliamente descrita desde el punto de
vista matemático por Peter Marcer y Walter Schempp. A medida que avanzan las
investigaciones, cada vez hay más científicos que apoyan la teoría de que los
microtúbulos poseen tres importantes propiedades relacionadas con la
comunicación intercelular e intracelular:
1.
Propagación
de microimpulsos coherentes parecidos a los láseres.
2.
Procesamiento
de información no local cuántica.
3.
Propiedades
macroscópicas emergentes y acumulativas que se desprenden a partir de un nivel
crítico de coherencia de sucesos cuánticos.
Veámoslo con
más detalle:
Propagación
de la luz. Los microtúbulos propagan microimpulsos de fotones únicos,
similares al láser, coherentes, que son resultado de una condensación
Bose-Einstein. La evidencia sugiere que estos microimpulsos individuales de
luz, efectivamente, generan hologramas de un único fotón, de la misma manera
que un láser que funciona con casi infinitos fotones individuales puede generar
un holograma. Es decir, y he aquí la cuestión: «Si trillones de microtúbulos en
el cuerpo humano se dedicaran a generar individualmente hologramas de un solo
fotón, la cantidad de información codificada en los hologramas sería
prácticamente ilimitada», como señaló Beck en 2003.
Para
comprender este panorama debemos asimilar que una célula no es un simple saco
minúsculo lleno de pequeños orgánulos flotando en su interior. Por el
contrario, el citoplasma es un fluido viscoso y muy estructurado que permite
las comunicaciones a través de sus propiedades cuánticas y electromagnéticas
mediante los microtúbulos. El cuerpo humano, entonces, se ve influido por estos
efectos en su sistema nervioso y, lógicamente, en el cerebro.
Comunicación
no local. Una segunda propiedad inherente a los microtúbulos es el
fenómeno cuántico de la comunicación no local, también llamada «acción a
distancia». Peter Marcer y Walter Schempp describen cómo la señal se propaga de
manera instantánea a través del cuerpo humano mediante los microtúbulos. Esta
red instantánea de comunicaciones podría estar implicada en estados alterados
de la consciencia, como las revisiones vitales que se producen durante las ECM.
Dichas vivencias no parecen responder a los conceptos clásicos de tiempo y
espacios lineales. Beck señaló, en 2003, que el sistema de microtúbulos podría
proveernos de un mecanismo de comunicación que permitiría observar y reproducir
toda una vida en cuestión de tan solo unos momentos, como si el proceso
ocurriese a una velocidad inmensa.
Propiedades
emergentes. Finalmente debemos considerar las propiedades macroscópicas,
emergentes y acumulativas que pueden desprenderse de niveles críticos de
coherencia durante los sucesos cuánticos. Las señales fotónicas de los
microtúbulos generan débiles campos electromagnéticos que se cruzan con otros
microtúbulos. Estos entorpecimientos entre, por ejemplo, dos microtúbulos
situados de manera paralela generarán patrones de interferencia similares a
bandas oscuras y claras. Codificadas por medio de estos mismos patrones de
interferencia se podrían acumular ingentes cantidades de información
holográfica.
Asimismo, es
muy conocido que los anestésicos alteran el funcionamiento de los microtúbulos,
provocando una pérdida de la conciencia. Esta evidencia significaría que los
microtúbulos podrían constituir la estructura física tomando en consideración
los millones de estructuras similares, lo que en conjunto produciría un efecto
macroscópico colectivo y emergente responsable de lo que nosotros llamamos
consciencia.
Algunos
autores, como Rakovic Koruga, afirman rotundamente que la consciencia es el
resultado de los efectos cuánticos colectivos que ocurren en el sistema de
microtúbulos dentro del sistema nervioso central. Por ejemplo, en la enfermedad
de Alzheimer, el citoesqueleto de la célula, los microtúbulos, se encuentran
profundamente alterados, produciendo serias alteraciones cognitivas, en el
aprendizaje y en la memoria.
Si llegamos a
entender esta forma de comunicación instantánea, se nos abrirán nuevos
horizontes, por ejemplo, a la hora de interpretar los sueños. O bien comprender
cómo se generan las ideas intuitivas, que acumulan gran cantidad de información
y que, sin embargo, se producen en tan solo un instante.
MEMORIA HOLOGRÁFICA
Cada vez más
autores parecen proclamar que la memoria podría estar almacenada en campos
holográficos fuera de los límites físicos del organismo humano. Las memorias,
pues, serían accesibles por parte del cerebro conectando con esa especie de
campo ambiental. Es decir, los datos no estarían almacenados dentro del propio
cerebro, tal cual indica la ciencia ortodoxa. Esto tendría cierta lógica y
podría explicar cómo es posible que ciertas personas con propiedades de
clarividencia accediesen a esa memoria colectiva. Un ejemplo claro de esta
propiedad explicaría la naturaleza empática de las revisiones vitales cuando nuestros
pensamientos y acciones son revisados desde la perspectiva de terceras
personas. Esta teoría también podría relacionarse con el concepto de Jung
referente al inconsciente colectivo.
Entonces,
¿para qué sirve el cerebro? Su función sería la de servir de mediador coherente
para acoplar numerosos subsistemas. Si hacemos un símil con la informática, el
cerebro sería la unidad de proceso central relacionada con un vasto sistema
operativo, si bien infinitamente más sofisticada que cualquier ordenador existente.
Más aún, la memoria holográfica, aunque almacenada de forma global, podría ser
accesible de forma local, de igual manera que un holograma puede ser
reproducido en su totalidad con tan solo iluminar una pequeña parte de él con
un haz de láser.
EL HOLOGRAMA CUÁNTICO
Edgar Mitchell,
un autor que ha aplicado las teorías de la física cuántica a la construcción de
la consciencia, afirma que «el descubrimiento del holograma cuántico no local
[…] nos provee del primer mecanismo físico cuántico compatible con el mundo
tridimensional macroescalar tal cual lo experimentamos en nuestra realidad
cotidiana».
En líneas
generales, la holografía cuántica podría describir todos los procesos en todas
las escalas cosmológicas, desde las partículas subatómicas hasta las interestelares.
Es un campo que nos debería hacer reconsiderar nuestras visiones clásicas del
tiempo y el espacio. Una de las aplicaciones prácticas en medicina de la
holografía cuántica son las imágenes por resonancia magnética, que los
hospitales utilizan de manera rutinaria para obtener imágenes del interior del
cuerpo humano.
Otra de las
estructuras relevantes en relación a la comunicación cuántica holográfica de la
memoria es el ADN. La capacidad de esta molécula para comprimir información de
manera holográfica es virtualmente ilimitada y ya fue descrita por Marcer y
Schempp en 1996: «El ADN define una firma única y espectral o bien un conjunto
de frecuencias sobre el cual, potencialmente, se puede escribir la historia o
experiencia total de un organismo viviente». De hecho, el ADN es considerado el
medio universal de almacenamiento de información holográfica.
Los casi tres
billones de pares de bases proteicas contenidas en cada célula humana se
asemejan a un enorme almacén de discos duros de ordenador. Sin embargo, un
sistema de memoria cuántico holográfico requiere de otro concepto: «energía del
punto cero». La existencia de energías del punto cero se refiere al también
llamado «vacío cuántico». Todo el espacio, incluyendo las áreas entre las
partes sólidas de la materia, contiene un potencial de energía enorme. La
materia y la energía se están continuamente creando y destruyendo, emergiendo
espontáneamente y desapareciendo de vuelta al campo de energía del punto cero.
Los científicos actuales consideran que en este vacío cuántico se encuentra la
fuente de la materia y la energía en el universo.
Marcer y
Schempp describen un modelo cuántico desde el punto de vista dinámico de dicho
vacío en relación a un modelo holográfico. Ya que cada partícula emite y absorbe
partículas de energía o información que se propagan a través del campo de
energía del punto cero, la historia completa de cada partícula se almacena y
queda accesible para su posterior recuperación. El campo de energía del punto
cero ha sido propuesto como un medio de almacenamiento para la memoria en todas
las interacciones de partículas, a una escala macroscópica como, por ejemplo,
los acontecimientos de una vida humana.
En este modelo
científico el proceso de la memoria, el cerebro y el sistema nervioso central
no se ven como lugares de almacenamiento propiamente dichos, sino más bien como
procesos orgánicos que interactúan directamente con el campo de energía del
punto cero a nivel cuántico.
Nota
bibliográfica
La extensa
bibliografía utilizada para la elaboración de este libro puede consultarse en www.neurosalus.com/biblio.html.
JOSÉ MIGUEL
GAONA CARTOLANO. Nació en Bruselas. Doctor en Medicina (cum laude) en la rama
de Psiquiatría por la Universidad Complutense de Madrid, es máster en
Psicología Médica y especialista en Psiquiatría Forense.
Premio Jóvenes
Investigadores de la Comunidad de Madrid y miembro de la Asociación Europea de
Psiquiatría (AEP), ha ejercido tareas docentes en la cátedra de Psiquiatría de
la Facultad de Medicina de la UCM y ha sido director de la revista Educar bien.
Niños.
Fue asesor
técnico del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, responsable del área
de salud mental en la guerra de Bosnia para la ONG Médicos del Mundo y miembro
del Comité de Honor de la Fundación Altarriba de protección animal, entre cuyos
miembros se encuentran personalidades tan destacadas como José Saramago, Josep
Carreras o Eduard Punset, entre otros.
En los últimos
años ha trabajado en el campo de la neuroteología, ciencia que estudia los fenómenos
místicos y espirituales desde una perspectiva neurológica. En esta línea,
dirige el Proyecto Túnel, un sitio de encuentro para personas que han sufrido
experiencias cercanas a la muerte (ECM) y que desean compartir dichas
experiencias o abordarlas desde un punto de vista terapéutico.
En la
actualidad es uno de los directores de IANDS España (International Association
of Near-Death Studies) y participa en trabajos en el campo de las ECM junto con
el Dr. Bruce Greyson de la Unidad de Estudios Perceptuales de la Universidad de
Virginia Occidental y la Dra. Holden de la North Texas University.
Es autor de
los libros El síndrome de Eva y Endorfinas, las hormonas de la
felicidad, y uno de los coautores de Ser adolescente no es fácil.
Notas
[1] Un enteógeno es una sustancia o
combinación de sustancias vegetales que, al ingerirse, provoca un estado
modificado de consciencia que suele usarse en un contexto principalmente
religioso, ritual o chamánico. <<
[2] El Zohar o Libro del
esplendor es una obra fundamental de la literatura mística judía también
conocida como cábala. Se trata de un grupo de libros que incluyen comentarios
místicos de la Torá (los cinco libros de Moisés) e interpretaciones también
místicas de la cosmogonía y psicología místicas. El Zohar contiene
discusiones sobre la naturaleza de Dios, el origen y la estructura del
universo, la naturaleza de las almas, la redención, la relación del ego con la
oscuridad y del yo con la luz de Dios. Este texto apareció en España en el
siglo XIII y
fue publicado por un escritor judío llamado Moisés de León. <<
[3] Según indica el DRAE, noética es la
visión intelectual, el pensamiento. <<
[4] Esto ocurre más tarde si la
temperatura corporal es muy baja, hasta el punto de que se han reportado
recuperaciones cerebrales totales en personas que han pasado hasta veinte
minutos sumergidas en un lago helado. <<
[5] K. Ring y S. Cooper, Mindsight:
Near-Death and Out-of-Body Experiences in the Blind, Institute of Transpersonal
Psychology, 1.ª ed., 1999. <<
[6] La alucinosis es la percepción de
procedencia externa en la que el sujeto posee capacidad crítica y no hay
seguridad de que la percepción sea cierta. Por ejemplo, la alucinosis auditiva
de los alcohólicos crónicos, que oyen ruidos relacionados con sus delirios a la
vez que son conscientes de que esos sonidos no son reales. <<
[7] Doppelgänger es un vocablo
alemán para definir el doble fantasmagórico de una persona viva. La palabra se
compone de doppel (doble) y gänger (andante). En cuanto a la
heautoscopia, es una percepción alucinatoria del propio cuerpo, como si se
viera desde el exterior, más concretamente desde arriba. El observador es el
propio paciente, que se puede contemplar a veces como si se viera en un espejo.
Se trata de un desdoblamiento que psicopatológicamente es compatible con una disociación
de la consciencia. Si afecta totalmente a la estructura psicosomática, se llama
delirio del doble o delirio de Capgras. <<
[8] Un shock hipovolémico es una
afección de urgencia que produce una pérdida severa de sangre, con lo que el
corazón es incapaz de bombear suficiente oxígeno al cuerpo. Este tipo de shock
puede hacer que muchos órganos dejen de funcionar. <<
[9] Bardo Thodol, nombre original
del libro, significa liberación mediante la audición en el plano posterior a la
muerte. El nombre pomposo de Libro tibetano de los muertos se le puso
en Occidente para asociarlo con otro libro famoso sobre la muerte, El libro
de los muertos egipcio, y de esa manera ayudar a popularizarlo. <<
[10] Thomas Thrum, Hawaiian Folk
Tales: A Collection of Native Legends, AC McClurg, Chicago, 1907. <<
[11] Los NMDA son receptores ionotrópicos
de glutamato, un neurotransmisor, que actúan como componentes prioritarios en
la plasticidad neuronal y la memoria. El acrónimo NMDA procede de N-metil
D-aspartato. <<
[12] El shock anafiláctico es una
reacción inmunitaria generalizada del organismo, una de las más graves
complicaciones potencialmente mortales que pueden darse. <<
[13] Intento de expulsar aire con la
glotis, boca o nariz cerradas, lo que produce un aumento de la presión dentro
del tórax que engloba pulmones y corazón. El efecto inmediato es una brusca
reducción sanguínea a nivel general por afectación de la circulación. <<
[14] Efectos nerviosos provocados por
ciertos estímulos (compresión ocular, zona carotídea, dolor, etc.),
consistentes en reducción de la frecuencia cardiaca, caída de la tensión
arterial, mareo, sudor frío… <<
[15] Parusia, para la mayoría de los
cristianos, es el acontecimiento, esperado al final de la historia, de la
segunda venida de Cristo a la tierra, cuando se manifieste gloriosamente. <<
[16] El centésimo mono, de Ken
Keyes Jr. El relato original apareció en la obra del biólogo Lyan Watson Lifetide,
publicada en 1979. En ella, unos monos en una isla japonesa aprendieron a lavar
patatas antes de comerlas. Cuando alcanzaron una masa crítica (cercana al
centenar), resultó que otros monos, en otras islas alejadas, se contagiaron de
este comportamiento a pesar de no haber tenido contacto directo con sus
congéneres, al parecer a través de un mecanismo inconsciente. <<
[17] La epiglotitis es una inflamación del
tejido que cubre la tráquea. Es una enfermedad potencialmente mortal también
llamada crup <<
[18] Este síndrome es un trastorno poco
común que hace que el sistema inmunológico ataque al sistema nervioso
periférico (SNP). Los nervios del SNP conectan el cerebro y la médula espinal
con el resto del cuerpo. La lesión de estos nervios dificulta la transmisión de
las señales. Como resultado los músculos tienen problemas para responder a las
señales del cerebro. Nadie conoce la causa de este síndrome, aunque algunas
veces es desencadenado por una infección, una cirugía o una vacuna. (Fuente:
Medline).
Dedicatoria
A mi madre Pilar.
A mi mujer Lourdes y a mi hija Piluca.
Que son los tres pilares de mi vida.
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