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Tabla de contenido:
Dedicatoria – Prólogo – Introducción - Uno: La primera vez que morí - Dos: El túnel a la eternidad - Tres: “Está muerto” - Cuatro: La ciudad de cristal - Cinco: Las cajas de conocimiento - Seis: El regreso - Siete: En casa - Ocho: Una salvación - Nueve: Volver a empezar - Diez: De mi propia clase - Once: Poderes especiales - Doce: La reconstrucción - Trece: Ataque cardíaco - Catorce: La segunda vez que morí - Quince: Continuará - Acerca del autor - Otros libros por Dannion Brinkley - Página de Copyright
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Dedicatoria.
Este libro está dedicado a médicos, enfermeros y voluntarios que ofrecen su
valioso trabajo a enfermos desahuciados. También a mi familia, los Brinkley, y
especialmente al Dr. Raymond Moody.
Prólogo.
En el verano de 1992, impulsado por la necesidad de comprender qué sucede
cuando morimos me propuse encontrar a alguien que hubiera pasado al reino de
los muertos y hubiese regresado para contarlo. A estas personas se las conoce
como “personas que han tenido una experiencia cercana a la muerte” (“NDEers” en
inglés, por “Near Death Experiencers”), y comencé a buscar la mejor, aquella
que pudiera contar más sobre cómo es la vida después de la muerte.
Comencé mi investigación con Raymond Moody, médico, doctor en medicina, el
reconocido padre de los estudios sobre las experiencias cercanas a la muerte.
Como joven estudiante de medicina, el Dr. Moody sintió curiosidad acerca de la
vida después de la muerte al oír la historia del Dr. George Ritchie. Ritchie
había “muerto” de neumonía en un hospital del ejército en Tejas en 1946. Cuando
los médicos lo cubrieron con una sábana y lo prepararon para enviarlo a la
morgue, Ritchie asegura que comenzó un viaje fuera de su cuerpo a través del
país, volando a gran velocidad y pasando —y aun atravesando—varios puntos
famosos que pudo identificar más tarde. Finalmente, en una especie de
“soplido”, Ritchie regresó a su cuerpo. Moody oyó a Ritchie contar su historia
a una clase de filosofía y se sintió cautivado. Comenzó a recolectar historias
similares de experiencias cercanas a la muerte, que él convirtió en un libro
maravillosamente perspicaz y filosófico, llamado Life After Life. Yo había
escrito un libro con Moody llamado The Light Beyond, y a través del trabajo que
había hecho con este médico brillante, me había ido fascinando más y más el
tema de las experiencias cercanas a la muerte. Bromeaba diciendo que mi vida
estaba firmemente instalada en la muerte, y lo estaba. Pero yo quería ir aún
más profundo en el tema, quería realmente comprender cómo era morir y regresar
a la vida. Decidí que el mejor modo de acrecentar mis conocimientos en el tema
era concentrarme en la historia de una persona, una única gran experiencia
cercana a la muerte.
“Raymond, necesito ayuda”, le dije, mientras visitaba al gran médico en su
magnífica casa-molino en Oxford, Alabama. “Necesito encontrar la persona que
tenga la mejor experiencia cercana a la muerte que hayas conocido”.
Generoso como siempre, Moody comenzó a revelarme sus mejores opciones. Me
contó algunas historias fascinantes de diferentes personas que habían muerto y
visitado la otra vida antes de mencionar a alguien que había tenido una
experiencia cercana a la muerte, llamado Dannion Brinkley.
“La de Brinkley es la mejor experiencia cercana a la muerte que he oído”,
dijo Moody. Mis oídos se abrieron instantáneamente. Los dos se habían
encontrado en una universidad cerca de Aiken, South Carolina, adonde Moody
había ido para hablar de su investigación sobre las experiencias cercanas a la
muerte. Brinkley le contó su historia: había sido fulminado por un rayo
mientras hablaba por teléfono. Un relámpago lo había golpeado detrás de su oído
y había viajado por su cuerpo con tal potencia que los clavos de sus zapatos se
habían soldado a los clavos del piso. Fue levantado en el aire y aterrizó en la
cama que colapsó y cayó al suelo por la fuerza. Mientras que los técnicos
médicos de emergencia trabajaban sobre su cuerpo, Brinkley comenzó un largo e
intrincado viaje al otro mundo. Vio pasar su vida delante de él, fue testigo de
todo lo que había hecho, tanto lo bueno como lo malo, y experimentó
verdaderamente las consecuencias de sus acciones. Por ejemplo, sintió el dolor
que provocaba una bala que había disparado durante la guerra cuando estallaba
en el cuerpo de un enemigo al que le habían pedido que despachara. Después, vio
el efecto que esa muerte tenía sobre la familia de ese hombre y sintió la
profunda pena de su esposa. Había varios ejemplos más de cómo Brinkley había
vuelto a vivir las cosas que había hecho durante su vida, uno más intrigante
que el otro.
Luego, la historia había dado un giro hacia lo realmente asombroso. Cuando
los médicos dieron a Brinkley por muerto y su cuerpo fue puesto sobre una
camilla para ser llevado a la morgue, un grupo de seres angelicales le mostró
el futuro. Uno a uno se presentaban con una caja y la abrían para revelar
visiones crípticas de lo que sucedería en las décadas siguientes. No arruinaré
ahora tu lectura describiendo los detalles de lo que le presentaron; están
explicados más adelante en este libro. Solo diré que Moody estaba anonadado y
perplejo por la precisión de la información que había recibido el hombre que
estaba, en ese momento, tendido bajo una sábana blanca y considerado muerto por
los médicos que lo atendían.
Moody me dijo muchas cosas más sobre la vida de Brinkley aquella tarde.
Brinkley había estado involucrado en operaciones clandestinas para el gobierno
de Estados Unidos; le dijo a Moody que trabajaba como contratista para los
militares, y no quería decir que estuviera construyendo casas. Pero ahora,
después de su experiencia de muerte, Brinkley era un hombre distinto. Sentía en
lo profundo de su alma la necesidad de hacer el bien sobre la Tierra. Pero
también tenía emociones contradictorias. Había vivido una vida violenta por
tanto tiempo, decía Moody, que ni siquiera una audiencia con una multitud de
ángeles podía espantar y sacar los demonios que lo habitaban.
Yo estaba absorto por esta historia
y quería oír hasta el último detalle. Le dije a Moody que no veía la hora de
conocer a Dannion Brinkley. Lo que sucedió después fue una de las muchas
extrañas coincidencias que se presentaron en mi relación con Brinkley. No
habían pasado diez minutos cuando un auto entró con gran estruendo por la
entrada de grava de Moody, y un personaje de apariencia ruda salió como disparado
del asiento del conductor. Lucía como un cruce entre un Elvis rubio y Neal
Cassidy, el chofer alocado de On The Road, de Jack Kerouac. Irrumpió en la casa
sin golpear y comenzó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones, “¡¡Hola,
Raymond, ya llegué!!”.
Abrazó a Moody como un oso y le sacó todo el aire de su cuerpo. Lo examiné
con la mirada tan rápido como pude. Qué presencia tenía. Tenía la contextura de
un última línea de defensa, delgado y huesudo, con un par de rasguños que
hacían que pareciera haber estado recién en el campo de juego. Llevaba puestos
anteojos que hacían que sus ojos lucieran más grandes de lo que eran, y cuando
se dio vuelta y me miró fijamente, sentí que había sido elegido como presa por
alguna clase de animal de la selva. No había cicatrices visibles en su cuerpo
que indicaran que había sido alguna vez fulminado por un rayo. Pero mirándolo,
me daba cuenta de que algo le había sucedido.
“¿Quién diablos eres?”, gritó, acercándose a mí. No podía decir si iba a
darme la mano o a quebrármela, y no estaba seguro si debía escapar o extender
mi mano. Afortunadamente, Moody se interpuso y nos presentó.
Yo temblaba de miedo y excitación mientras le daba la mano a Brinkley, y no
dejé de hacerlo en toda esa noche. Fuimos todos a cenar a Red Lobster, lugar
donde Brinkley me amenazó con una “buena paliza” si no cerraba la boca y
escuchaba sus historias acerca del grupo de ángeles que lo había ayudado a “ver
el futuro” cuando había muerto.
Moody podía ver, por la mirada de preocupación en mi rostro, que yo me
sentía un poquito abrumado. Cuando Brinkley se dio vuelta para hablar con una
camarera, Moody me dio palmaditas en mi hombro. “No le gustan mucho los
extraños”, dijo. “Trata de relajarte. Se acostumbrará a ti”.
Llevó un tiempo, pero Moody tenía razón. Al día siguiente Brinkley se había
calmado considerablemente. Comenzó a contarme acerca de su vida antes de su
experiencia cercana a la muerte, y sobre las violentas actividades en las que
había estado involucrado como “contratista en el extranjero” para el gobierno
de Estados Unidos. Después del rayo que casi le arrebata su vida luego de
regresar de una misión en el extranjero, Brinkley ya no podía “hacer el
trabajo” para el gobierno. Estaba, tal como él lo expresó, “casi” cambiado por “el llamado telefónico de Dios”.
Era el “casi” lo que le resultaba difícil a Brinkley. Dicho en términos
simples, él había sido una especie de hombre malo antes de “la llamada
telefónica de Dios”. Después, sin embargo, su roce con la muerte y la visita
vívidamente extraña a la otra vida lo habían forzado a ser un muy buen hombre.
La consecuencia era una batalla con ambos lados de su propia psique: el bueno y
el malo, el yin y el yang, Satanás y Dios; era la clásica lucha que muchos de
nosotros tenemos diariamente, aunque creo que Brinkley tenía más con lo que
trabajar, dado lo que había visto y hecho.
“Era de algún modo difícil saber quién era yo y qué debería hacer después
de recibir una llamada telefónica de Dios”, decía Brinkley. “Lo único que sé es
que soy un hombre diferente y seré aún más diferente a medida que mi vida
siga”.
Y luego algo totalmente sorprendente sucedió. Brinkley comenzó a leer mi
mente. La lectura de mi mente era sutil al principio. Me hablaba sobre algo que
estaba en mi mente, inquietudes específicas que yo tenía acerca de un libro que
estaba escribiendo con Moody, o pensamientos más profundos que tenía sobre la
enfermedad de mi madre o mi esposa e hijos. De algún modo, mencionaba el tema
concreto en el momento en que yo estaba pensando en él, como si hubiese oído
mis pensamientos y estuviera respondiendo a una conversación que estuviésemos
teniendo sin mover mis labios.
Después de que sucedió varias veces, le pregunté cómo lo hacía.
“Sucedió después de mi experiencia”, dijo. “Descubrí que podía tocar a la
gente y ver sus vidas o leer sus pensamientos”.
Cuando dijo “ver sus vidas” era eso exactamente lo que quería decir.
Comprobé que era realmente verdad cuando, en mi tercer día en la casa de Moody,
Brinkley decidió hacer una demostración delante de mí de la magnitud de sus
habilidades de vidente. Nos sentamos en el despacho del piso superior de Moody
y Brinkley comenzó a hablar normal y naturalmente sobre detalles íntimos de mi
vida. Yo he pasado un tiempo considerable con videntes o gente que piensa que
lo es, y he llegado a la conclusión de que la mejor forma de descubrir si son
impostores es responder tan poco como sea posible. Al no mostrar emociones
hacia lo que dicen y al responder a pocas o ninguna de sus preguntas, aun los mejores
impostores se vendrán abajo si no reciben una retroalimentación.
No mostré emoción mientras Brinkley seguía hablando sobre mi vida.
Hasta donde recuerdo, no dije más de cinco a diez palabras durante la hora en
que Brinkley me dijo cosas sobre mí que él nunca podría haber sabido. Por
dentro, de todos modos, mi corazón palpitaba con fuerza y mi mente iba a toda
velocidad a medida que me daba cuenta de que algo realmente extraordinario
estaba sucediendo. Recordaba todo lo que había aprendido sobre experiencias
cercanas a la muerte, especialmente las investigaciones que mostraban que las
personas que habían tenido experiencias así tienen considerablemente más
experiencias psíquicas que la población en general, y pueden ser tan
profundamente cambiadas por la experiencia que luchan con su propia identidad
por muchos años. Brinkley era la encarnación de todas estas cosas. Comencé a
pensar, ¿era Brinkley el personaje del libro que había estado buscando? ¿Era su
historia tan convincente y auténtica que los lectores podrían ver lo bueno y lo
malo en el evento transformador conocido como experiencia cercana a la muerte?
¿Tenía él la mejor experiencia cercana a la muerte que podía encontrarse?
Me formulaba a mí mismo estas preguntas mientras Brinkley continuaba
revelando detalles sobre mi vida. Decidí esperar hasta el día siguiente para
tomar una decisión respecto a él. Mi agente, Nat Sobel, y mi editor, Diane
Reverand, estaban volando desde Nueva York para visitarnos a Moody y a mí para
hablar acerca de nuestro próximo libro. Los dos sabían que yo estaba interesado
en explorar los misterios de la experiencia cercana a la muerte a través de una
persona. Esperaría hasta que conocieran a Brinkley antes de preguntarles si
ellos también pensaban que era la persona correcta para esa exploración.
Dije poco acerca de Brinkley al día siguiente, cuando Nat y Diane llegaron.
De todos modos ellos no habían venido en busca de material para un nuevo libro,
sino a discutir sobre el libro en el que Moody y yo estábamos trabajando en ese
momento. En ese aspecto, Brinkley en verdad estaba de más en nuestras
discusiones, era alguien que no pertenecía a la mesa de conversaciones y que,
además, era ruidoso. Después de un rato, Nat sugirió que tomáramos un descanso
y me pidió que lo acompañase afuera.
“¿Quién es ese muchacho?”, preguntó con una leve irritación en su voz.
Le conté a Nat la historia de Brinkley tal como la conocía. Podía ver que
él estaba menos impresionado que yo.
“Sólo desearía que cerrara la boca por un momento, de modo que podamos
hablar”, dijo.
Cuando volvimos a entrar en la casa, Diane y Brinkley se habían ido.
“¿Dónde está Diane?”, preguntó Nat.
“Arriba con Dannion, en mi despacho”, dijo Moody. “Él quería leerla”.
Nat negó con la cabeza quejándose de la situación y se sentó en el sofá de
la sala de estar. Resopló enojado por la circunstancia de que Brinkley
estuviera leyendo a Diane en lugar de dejarla participar de nuestra reunión por
el libro.
“¿Qué hace cuando lee a alguien?”, le preguntó Nat a Moody.
“Bien”, dijo Moody, haciendo aflorar su encantador acento sureño. “Es
cuando alguien que es vidente lo demuestra diciéndote cosas acerca de ti mismo
que no tendría posibilidades de conocer de otro modo que no fuera a través de
poderes sobrenaturales”.
“¿Cuánto tiempo le lleva?”, preguntó Nat.
“Aproximadamente una hora”, dijo Moody. “Tal vez más si es bueno”.
Nat simplemente meneó la cabeza. Noventa minutos más tarde, Diane bajó las
escaleras.
“Increíble”, dijo radiante. Con su mesurada forma de hablar, Diane describió
cómo Brinkley la había “leído”, comenzando primero con una pequeña conversación
que gradualmente había cruzado algún tipo de umbral hacia información que ella
nunca le había dado. Luego, de repente, él estaba en su cabeza y hablando
acerca de gente de su vida y de sucesos demasiado personales como para ser
contados entre extraños, que era lo que ahora éramos considerados nosotros
después de su encuentro íntimo con Brinkley. Después, dijo Diane, él había
hecho algo que realmente le había hecho estallar su cabeza. Sin tocar su valija
de cuero abrochada, le había dicho qué había adentro. Mientras ella estaba allí
sentada con su boca abierta, Brinkley “hojeaba” su archivos, diciéndole qué
contenían las diferentes carpetas. La información era específica y precisa,
dijo con una nota de temor y asombro en su voz.
“Tienes que dejar que te lea a ti también”, le dijo a Nat con su modo
convincente. “Fue increíble”.
Ahora, Nat era el único escéptico en la habitación. Dijo que dejaría que
Brinkley lo leyera algún día. Pero con algún poquito más de persuasión de parte
de Diane, ése se convirtió en el día.
Nat se fue arriba con Brinkley y permaneció allí por una hora. Cuando bajó,
el escepticismo había desaparecido de su rostro.
Sin decir una palabra, sabíamos que el libro de Brinkley estaba en nuestro
futuro.
En pocas semanas habíamos firmado un contrato con el editor para hacer un
libro que tentativamente titulamos La luz me salvó, y yo partí para Aiken,
South Carolina, para tratar de obtener un libro de Brinkley.
Lleva más tiempo y trabajo escribir un buen libro con alguien que lo que la
mayoría de la gente podría pensar. Todos los autores tienen su propio modo de
entrar en la cabeza de un sujeto. Mi método es la técnica de la saturación:
trato de convertirme en una esponja humana y de absorber tanto de mi sujeto
como puedo. Hacer eso requiere que el autor dedique una gran cantidad de su
tiempo libre al proyecto, tiempo en el cual no hacemos entrevistas ni hablamos
sobre el libro en el que estamos trabajando, sino que simplemente estamos
juntos.
De modo que a Brinkley le pregunté si podía hospedarme en su casa en lugar
de hacerlo en alguno de los cómodos hoteles o pensiones que salpican la
pintoresca ciudad sureña de Aiken. No le gustaba la idea, dijo. Su casa era
pequeña. No es un problema para mí, dije yo. Él dijo que no, y yo insistí un
poco más.
“Déjame dormir en el sofá”, le dije. “De ese modo, si recuerdas algo
mientras duermes puedes simplemente levantarte y comenzar a hablar”.
Brinkley suspiró. De algún modo, mi tenacidad había funcionado.
Brinkley sacó una manta y una almohada hechas jirones y la sala de estar
fue mía.
Me quedé menos de una semana.
Mirando mis notas del primer período de saturación, me doy cuenta de cuán
difícil es entrar en la cabeza de Brinkley. No solo era un rompecabezas
complejo sino que, además, era una de las piezas centrales de su ciudad, y las
interrupciones eran constantes.
La gente pasaba por la casa de Brinkley simplemente para ver cómo estaba.
Los visitantes más interesantes eran los que habían sido golpeados por un rayo
también o que conocían a alguien a quien le había sucedido. A pesar de que
Aiken es llano, es el punto más alto de South Carolina y por lo tanto invita a
los fuertes rayos de las serias tormentas del Sur.
Estábamos sentados en su porche una noche cuando un hombre que pasaba
caminando por la acera se detuvo para hablar.
“¿Recuerdas a Jim, el que dirigía el teatro?”, le preguntó a Brinkley.
“Lo conozco bien”, dijo Brinkley.
“Bien, estaba sobre la escalera cambiando el cartel del teatro la semana
pasada y lo alcanzó un rayo”, dijo el hombre. “¿Está bien?”, preguntó Brinkley.
“No, ¡está muerto!”, dijo el hombre.
Brinkley se rió socarronamente, de la forma demasiado alegre en que siempre
lo hace cuando se refiere a la muerte de alguien.
“Bien, entonces está muy bien”, dijo.
Una hora después de esa conversación, una poderosa tormenta llegó y sembró
toda la zona con rayos. A la mañana, fuimos a una librería en el centro
comercial local y nos recibió una cajera con un rostro de mirada aturdida y
líneas rojas brillantes que subían por sus brazos y atravesaban su rostro.
“¿Qué te sucedió, querida?”, le preguntó Brinkley.
“Estaba poniendo dinero en la caja fuerte anoche y un rayo cayó en el
centro comercial”, dijo. “Me imagino que me podría haber matado”.
Brinkley sólo se rió entre dientes.
Además de todas las interrupciones de los que yo pasé a llamar “la brigada
del rayo”, estaban también las de “la brigada del futuro”: gente que quería que
Brinkley les leyera su futuro para poder saber qué les sucedería a sus
matrimonios, sus hijos, esposos, esposas, negocios, etc. Estaba empezando a
llamarlo “el chamán del rayo”.
Por ejemplo, un día estábamos sentados en un banco hablando sobre su
historia, cuando una mujer se acercó y dijo, “He oído sobre usted, Sr.
Brinkley”. Brinkley le dio la mano cordialmente y le habló un poco. Ella no se
iba y seguía hablando y haciendo preguntas sobre su vida que se suponía que
Brinkley tenía que responder. Ni siquiera me vio hasta que yo le agradecí por
haberse detenido para conversar. En ese momento, la mujer se levantó
súbitamente y me miró con frialdad. “¡Señor, no hemos terminado de hablar!”,
luego me dio la espalda y continuó hablando con Brinkley.
“Eso es lo que no me hace desear escribir este libro”, dijo Brinkley
después de que la mujer se fue. “Perderé mi privacidad. No podré ir a ningún lado sin
ser reconocido y fastidiado. Este asunto de la videncia es exigente”.
No creo que Brinkley haya estado bromeando cuando dijo que podría no querer
escribir este libro. La idea de perder su privacidad claramente le molestaba.
La fama es una espada de doble filo, y ambos lados cortan. Aunque se sentía
obligado a contar la historia, también temía que lo condujera a la clase de
atención y análisis minucioso que resultaría doloroso. Después de todo,
Brinkley había sido una especie de delincuente cuando niño, y afirmaba haber
tenido un pasado militar que era clandestino y violento. ¿Realmente quería que
la gente se enterase de eso? Tal vez, decía, sería mejor mantener esos aspectos
de su vida ocultos. Incluso sugirió escribir un libro que dejase afuera la
historia personal de su pasado.
Yo simpatizaba con su posición, pero tenía que hacer mi trabajo también.
Debía tomar lo que averiguara y convertirlo en la mejor historia que pudiera.
Desde el principio le dije a Brinkley lo que les digo a todas las personas con
o acerca de quienes escribo: si no quieres que algo esté en el libro, no me lo
digas. El genio estaba fuera de la lámpara con lo que sabía y no había forma de
ponerlo nuevamente adentro. Tenía que escribir lo que sabía si quería que este
libro fuera tan bueno como todos esperaban.
Esta era una realidad perturbadora para Brinkley, y nuestras entrevistas
—que fueron evasivas desde el comienzo—rápidamente perdieron tracción . La
grabadora estaba encendida, pero no había nadie que hablase. Brinkley estaba
claramente ensimismado y yo estaba empezando a preocuparme. Tenía nueve meses
para escribir el libro y ya había averiguaciones ansiosas tanto de parte de mi
editor como de mi agente. Seriamente atrapado en el medio, elegí lo que me
pareció ser el curso de acción más inteligente. Me fui.
“¿A dónde diablos estás yendo?”, me preguntó Brinkley la mañana en que me
vio empacando para partir.
“No llegaremos a ningún lado”, le dije.
Volé de vuelta a Arizona, donde procedí a llamar tanto a Diane Reverand
como a Nat Sobel para decirles que todo iba fantástico.
Después elegí otra táctica. Llamé a Brinkley y le dije que hablaría con él
tres veces a la semana por teléfono a un horario predeterminado. Habíamos
preparado una lista de capítulos que serían incluidos en el libro y nuestro
objetivo sería hacer una entrevista completa sobre cada capítulo en una
sentada. No hablaríamos sobre ninguna otra cosa que no fuera el capítulo hasta
que la entrevista finalizara.
Este método funcionó como por encanto, y en poco tiempo yo estaba tan
inmerso en los detalles de La luz me salvó que sentía una inmensa ansiedad por
tener nuestras próximas sesiones de entrevistas. La luz me salvó es un libro
apasionante para leer, pero oír la historia de Brinkley directamente de la
fuente es una experiencia intensamente poderosa.
Esperaba con tanta ansiedad nuestras sesiones de entrevistas como esperaría
el próximo episodio de La guerra de las galaxias. Las sesiones tenían lugar por
la tarde y generalmente continuaban hasta entrada la noche. Manejar un material
tan rico era tan emocionante que en ocasiones era difícil dormir después de
cortar la comunicación con Brinkley. Yo había conocido la historia en general,
pero no los detalles específicos, y oír por primera vez estos detalles con
tanta riqueza me provocó una sensación de apuro. Para un escritor, era el
paraíso.
Creo que La luz me salvó es el único libro que he terminado antes de la
fecha de entrega. Entrevistar a Brinkley y luego escribir a partir de las
cintas, era como mirar una película maravillosa, una que se detuviera después
de varias escenas y solo comenzara de nuevo cuando yo tuviera suficiente
información como para crear las escenas siguientes. A pesar de que su
experiencia había tenido lugar más de una década atrás, recordaba cada momento
punzante de ella como si hubiera sucedido el día anterior.
Su habilidad para recordar tenía mucho que ver con el hecho de que las heridas
que le había producido el rayo nunca le permitirían olvidar.
Aunque Brinkley es robusto y tiene buenos músculos, su corazón fue
seriamente lesionado por el rayo. Algunos años después de su “llamada
telefónica de Dios”, una de sus válvulas cardíacas fue destruida por una
infección staph y fue imprescindible que se la reemplazaran por una válvula
artificial. Esto requirió una peligrosa cirugía a corazón abierto que tuvo
éxito; de todos modos, la bacteria fue persistente.
He estado con Brinkley en muchas ocasiones en las que la infección empeoró
tan rápidamente que pensé que moriría antes de que pudiera recibir ayuda.
Llegué a acostumbrarme a esto, pero al principio no tenía idea de qué podía
hacer, tampoco tenía siquiera idea de que esta persona aparentemente saludable
podía ponerse cianótico en cuestión de minutos.
Fue a mitad de camino en la escritura de La luz me salvó que fui testigo
directo de la mortalidad de Brinkley. Él y Moody habían sido invitados a hablar
en una conferencia New Age en Tampa. Era tarde en la tarde y estábamos yendo a
ver una película y a cenar.
Los tres tomamos un taxi hacia el cine y llegamos justo a tiempo para la
película. Compramos nuestros boletos y entramos directamente en la sala. No
miré realmente a Brinkley mientras entrábamos, pero sí noté que su respiración
parecía trabajosa. Estaba oscuro cuando terminó la película, pero les pedí que
caminásemos de vuelta al hotel para hacer un poco de ejercicio. Moody aprobó la
idea efusivamente. Brinkley no dijo nada.
Cuando habíamos caminado aproximadamente dos millas, me di cuenta de que
Brinkley no estaba hablando (un estado insólito para él) y también que estaba
respirando con dificultad. Debajo de un farol nos detuvimos a mirarlo.
“¡Dannion! ¡Estás azul!”, declaró Moody.
“Lo sé”, dijo Brinkley. “¡Me estoy muriendo!”.
Se rió después de decir eso, pero yo no lo encontré gracioso.
Cruzamos la calle hacia un Burger King. El restaurante estaba vacío y el
hombre detrás de la registradora tenía una mirada de incertidumbre y temor
mientras observaba a Brinkley aproximarse al mostrador.
“¿Lo puedo ayudar?”, preguntó.
Las luces fluorescentes del restaurante nos dejaron ver a un Brinkley que
estaba tan azul como un par de pantalones de jean Levi’s y dando boqueadas para
poder respirar. De todos modos, la pregunta hizo salir lo mejor de Brinkley.
“Sí, señor. Puedes. Solo quiero tenderme en esa mesa y hacerme una tremenda
siesta. ¿Puede ser?”.
El hombre salió de detrás del mostrador y limpió la mesa antes de que
Brinkley pudiera cruzar el salón. Verlo caminar era como mirar a un alpinista
intentando llegar a la cumbre del monte Everest. Daba unos pocos pasos, se
detenía a tomar aire, y después daba algunos más. Y no, no quería ninguna ayuda
para llegar a la mesa. Brinkley llegaría allí por su cuenta, de a un paso por
vez.
Yo quería llamar al 911, pero Brinkley no quería nada de eso. “Llama a un
taxi”, dijo. “Y llévame al hotel. No temo morir, simplemente no quiero morir en
el hospital”.
Y así fue. El hombre de detrás del mostrador llamó a un taxi, y media hora
más tarde, cuando llegó, Brinkley luchó para salir del restaurante y regresó al
hotel. Al día siguiente, todavía enfermo y azul, se paró sobre el escenario y
dio un potente discurso.
“Realmente no tiene miedo a morir”, dijo Moody, mientras caminábamos el
resto del camino hacia el hotel esa noche. “Me sorprendo cada vez que lo veo,
pero realmente no tiene miedo”.
Cuando La luz me salvó fue publicado, se convirtió en un bestseller
instantáneamente, aun antes de que Brinkley hiciera su gira de promoción.
Cuando comenzó a dar entrevistas, el libro trepó más alto en la lista de
bestsellers del New York Times y permaneció allí. Después comenzó a aparecer en
listas de bestsellers de todo el mundo. La historia de Brinkley se ha
convertido en un clásico de culto.
Creo que con toda justicia podemos decir que este libro ha causado un gran
cambio en las actitudes hacia la vida y la muerte. En los años que siguieron a
su publicación, he oído decenas de miles de personas dar testimonio del poder
que ha tenido en sus vidas. Y he recibido miles de cartas de lectores que me
agradecían por poner la historia de Brinkley en la imprenta, alabándola como
una maravillosa exploración del mundo espiritual.
Si lo piensas, el conocimiento espiritual extraordinario puede ser una
pesada carga. Afortunadamente, Brinkley se fue sintiendo más cómodo poco a poco
con el conocimiento que había adquirido del otro lado y felizmente lo ha
compartido con otros. Una de las cosas de las que se siente más orgulloso es de
la Twilight Brigade, un grupo de voluntarios que ayudan a los enfermos
desahuciados, que fundó en 1984. Era una de las tareas que le fueron asignadas
por los Seres de Luz y es la razón principal por la que considera que se le
permitió volver a la vida. Desde que escribió este libro, Brinkley ha estado
junto al lecho de muerte de 367 veteranos, incluyendo su padre, a través de su
trabajo con la Twilight Brigade. Tiene hechas 26.000 horas junto a las camas de
los moribundos. Además, ha organizado a más de 13.000 cuidadores voluntarios en
todo el país para colaborar con los esfuerzos de acompañamiento a los enfermos
desahuciados en los hospitales de la Veterans Administration (Administración de
Veteranos) en todo Estados Unidos. Y además de todo esto, Brinkley da como 100
conferencias públicas por año, lo que implica una cantidad de viajes que
encuentro sorprendente para cualquiera, más aun para alguien que ha sido
golpeado mortalmente por un rayo y tiene una válvula cardíaca dañada. Ah, sí, y
permítanme agregar un punto más a esa lista de tareas de exigencia espiritual:
Brinkley y su esposa Kathryn han escrito The Secrets of the Light (HarperOne),
un libro que examina con mayor profundidad las profecías que le fueron
reveladas en la ciudad de cristal que Brinkley llama, sin ningún tipo de
reparo, “Cielo”. Todas las tareas mencionadas antes exigen mucha energía de
parte de Brinkley, sin embargo él aborda cada una de ellas con genuino
entusiasmo. Después de todo, los seres angelicales le pidieron que hiciera
estas cosas después de que murió.
“Nos hemos hecho bien el uno al otro”, me dijo Brinkley una noche, después
de dar una encendida charla en Los Ángeles. “Mientras me ayudabas a
comprenderme a mí mismo, te comprendiste a ti mismo también”.
Me reí cuando dijo eso, sabiendo que era verdad.
Brinkley siempre ha sido muy generoso al reconocer mi contribución al
libro, a su vida, incluso a algunas de las líneas de sus discursos plenos de
fuerza. Pero el mejor de sus dichos frecuentemente usados es uno atribuido al
místico francés Teilhard de Chardin, quien dijo: “Somos seres espirituales
teniendo una experiencia humana”.
Todos sabemos qué quiere decir. Hablando de mi propia vida, he tenido el
infortunio de perder a familiares y amigos. La idea de que sus espíritus
existen de alguna forma significativa después de su muerte física es
reconfortante. Y también lo es conocer a alguien como Dannion Brinkley. Leer
este libro es saber que él es inquebrantable en sus convicciones. ¿Cuáles son
esas convicciones específicamente? Lee este libro y descúbrelo. No tengo dudas
de que cambiará tu vida del mismo modo que simplemente conocerlo a él, ha
cambiado la mía.
—Paul Perry 2008.
Introducción
La primera vez que leí sobre Dannion Brinkley fue en un artículo del
periódico de Augusta, Georgia. La historia relataba que a un joven de una
comunidad cercana de South Carolina le había caído un rayo en la cabeza
mientras hablaba por teléfono, y que había sido milagrosamente resucitado de un
paro cardíaco. Todavía estaba con vida, pero esta pendía de un hilo. Estaba en
una situación muy crítica, y parecía haber muy pocas posibilidades de que
sobreviviera.
Era el año 1975, y mi libro Life After Life estaba a punto de ser
publicado. Recuerdo que en ese momento me preguntaba si habría tenido una
experiencia cercana a la muerte. Archivé el artículo del periódico, pensando
que en algún momento más adelante verificaría la información sobre su condición
y tal vez, incluso, lo visitaría si todavía estaba vivo.
Resultó ser que fue él quien me buscó a mí.
Yo estaba dando una conferencia en la universidad de una comunidad en South
Carolina, sobre experiencias cercanas a la muerte y sobre mis estudios acerca
de las personas que habían tenido estas experiencias profundamente espirituales
mientras estaban en el umbral de la muerte. Durante el período de discusión al
final de la charla, Dannion levantó la mano y nos contó su experiencia. Mantuvo
al público cautivado con su dramática historia. Le contó a la gente que había
dejado su cuerpo después de haber sido “matado” por un rayo y había viajado
hacia un reino espiritual en el que el amor impregnaba todo y el conocimiento
era tan accesible como el aire. Mientras él contaba su historia, me di cuenta
de repente que éste era el joven sobre el que había leído en el periódico.
Después hice una cita con él para entrevistarlo y fui a su casa a escuchar
su historia. Hasta el día de hoy, la experiencia cercana a la muerte de Dannion
Brinkley sigue siendo una de las más extraordinarias que he oído. Vio su propio
cuerpo muerto dos veces, cuando lo dejó y cuando regresó, y en el período
intermedio estuvo en un reino espiritual lleno de seres poderosos que le
permitieron ver una revisión total de su vida y evaluar sus propios éxitos y fracasos.
Después fue a una hermosa ciudad de cristal y luz y se sentó ante la presencia
de trece Seres de Luz que lo colmaron de conocimiento.
Lo más sorprendente fue el tipo de conocimiento al que lo expusieron. Ante
la presencia de estos seres espirituales, decía Dannion, se le permitió
vislumbrar el futuro.
Me contó lo que había visto, y consideré que se trataba de puras tonterías,
desvaríos de un hombre cocinado por un rayo. Por ejemplo, me dijo que el
desmoronamiento de la Unión Soviética ocurriría en 1989 y que estaría marcado
por disturbios vinculados a la falta de alimentos. Incluso me contó sobre una
gran guerra en los desiertos de Medio Oriente que sería llevada adelante cuando
un país pequeño fuera invadido por un país grande. De acuerdo con los Seres de
Luz, habría un enfrentamiento entre dos ejércitos, uno de los cuales sería
destruido. Esta guerra tendría lugar en 1990, insistía Dannion. La guerra de la
que estaba hablando era, por supuesto, la Guerra del Golfo.
Como ya he dicho, consideré que estas predicciones no eran más que
tonterías. Con el correr de los años simplemente he asentido con la cabeza y
tomado nota de lo que ha dicho. Por mucho tiempo pensé que su cerebro estaba
embarullado de algún modo por el incidente, y deseaba darle una cantidad
considerable de libertad. Después de todo, razonaba, ¿quién no sería un poquito
extraño después de haber sido fulminado por un rayo?
Tiempo después era yo el que actuaba como una persona fulminada por un
rayo, cuando me di cuenta de que ¡los sucesos sobre los que me había contado se
hacían realidad! ¿Cómo puede ser?, me preguntaba. ¿Cómo puede una experiencia
cercana a la muerte otorgar la capacidad de ver el futuro? No tenía la
respuesta.
He sido muy amigo de Dannion desde que nos encontramos por primera vez en
1976. En los años que han transcurrido desde entonces, otra revelación me ha
hecho sentir como si me hubiese partido un rayo: ¡Dannion Brinkley parece ser
capaz de leer la mente!
Lo ha hecho muchas veces conmigo, simplemente me ha mirado a los ojos y me
ha dicho qué estaba sucediendo en los aspectos más íntimos de mi vida. Lo que
es aun más importante, lo he visto claramente leer las mentes de personas
totalmente extrañas, diciéndoles qué habían recibido en su correo ese mismísimo
día, quién los había telefoneado o cómo se sentían acerca de sus esposos,
hijos, incluso acerca de sí mismos.
No lo hace en forma de proclamaciones vagas. Por el contrario, es
increíblemente específico. Una vez vino a un salón de clase de la universidad,
en el que yo estaba enseñando, y ¡pudo dar detalles de la vida personal de cada
estudiante de la sala! Era tan preciso y específico en sus lecturas que todos
los estudiantes tenían la respiración entrecortada y algunos sollozaban
abiertamente ante sus revelaciones. Debo señalar que él nunca había hablado con
absolutamente ninguno de los estudiantes antes de entrar al salón de clases.
Eran todos extraños.
Lo he visto “leer la mente” de perfectos extraños tantas veces que se ha
vuelto una cosa casi común y corriente en mi vida. En realidad, he llegado a
apreciar ese momento de reconocimiento en el que el escepticismo de una persona
es reemplazado por el sobrecogimiento, después por el asombro, al darse cuenta
de que sus pensamientos más privados están siendo leídos como en un libro
abierto.
¿Cómo es posible que una persona que ha tenido una experiencia cercana a la
muerte sea capaz, repentinamente, de leer las mentes y de predecir el futuro?
En su libro Transformed by the Light, el Dr. Melvin Morse describe un estudio
que él mismo condujo, el cual muestra que las personas con una experiencia
cercana a la muerte tienen el triple de experiencias psíquicas comprobables que
aquellos que nunca han tenido una experiencia cercana a la muerte. Sus
habilidades psíquicas no son tan profundas como las exhibidas por Dannion,
pero, no obstante, son susceptibles de ser medidas. Este estudio confirma otros
de su estilo y prueba que hay algo en estas experiencias profundamente
espirituales que estimula las percepciones extrasensoriales en las personas que
las tienen.
Al final, admito haber sido abrumado por Dannion Brinkley. Al mismo tiempo,
me reconforta de algún modo esta historia. Es, después de todo, un misterio,
pero los misterios como este nos impulsan hacia adelante en busca de
respuestas.
—Dr. Raymond Moody
UNO: La
primera vez que morí.
Aproximadamente cinco minutos antes de morir, pude oír el retumbar del
trueno mientras que otra tormenta entraba resueltamente en Aiken, South
Carolina. Por la ventana pude ver un relámpago cruzando el cielo, haciendo un
sonido de chisporroteo antes de reventar contra el suelo; “artillería de Dios”,
lo llamaba alguien de mi familia. A lo largo de los años yo había oído docenas
de historias sobre personas y animales que habían sido alcanzados y matados por
un rayo. Las historias de rayos que mi tío abuelo me contaba en las noches en
que tormentas de verano entraban con estruendo y la habitación se iluminaba con
luz estroboscópica con fogonazos brillantes, me producían tanto miedo como las
historias de fantasmas. El temor a los rayos nunca me abandonó. Incluso esa
noche del 17 de septiembre de 1975, a los veinticinco años, quería dejar el
teléfono rápidamente para evitar una “llamada de Dios” (Creo que era también mi
tío abuelo quien solía decir: “Recuerda, si
recibes una llamada de Dios, usualmente te conviertes en zarza ardiente”, pero
estoy seguro de que lo decía a modo de broma).
“Epa, Tommy, tengo que dejarte, está viniendo una tormenta”.
“Y entonces, ¿qué?”, me dijo.
Yo había llegado a casa después de un viaje a Sudamérica por solo unos
pocos días y me había plantado en el teléfono. Trabajaba para el gobierno y
también estaba involucrado en varios negocios propios. Poseía y alquilaba
varias casas, compraba y reparaba autos viejos, ayudaba en el negocio de
comestibles de mi familia y me encontraba en el proceso de iniciar una
compañía. Mientras la lluvia caía afuera, yo tenía que terminar esta última
llamada telefónica a un socio de negocios.
“Tommy, me tengo que ir. Mi madre siempre me dice que nunca hable por
teléfono durante una tormenta eléctrica”.
Y ahí fue. El próximo sonido que oí fue como el de un tren de carga entrando
en mi oído a la velocidad de la luz. Descargas de electricidad corrieron a
través de mi cuerpo y sentí como si cada célula de mi ser estuviera bañada en
electrolitos. Los clavos de mis zapatos se soldaron a los clavos del piso, de
modo que cuando fui lanzado al aire, mis pies salieron de ellos. Vi el cielo
raso frente a mi rostro, y por un momento no pude imaginar qué energía era ésa
que podía causar un dolor tan punzante y sostenerme en sus garras, suspendido
sobre mi propia cama. Lo que debe de haber sido una fracción de segundo me
pareció una hora.
En algún lugar del corredor, mi esposa Sandy había gritado “Ese pegó
cerca”, cuando oyó el trueno. Pero yo no la oí decir eso, supe eso mucho tiempo
después. Tampoco vi su rostro horrorizado cuando miró a lo largo del corredor
tratando de ver qué había pasado y me vio suspendido en el aire. Por un momento
todo lo que vi fue el yeso del cielo raso.
Después pasé a otro mundo.
Dejé atrás un inmenso dolor y me encontré sumido en paz y tranquilidad. Era
una sensación que no había conocido antes y que no he tenido desde entonces.
Era como estar inmerso en una calma gloriosa. Este lugar al que fui era una
atmósfera de azules y grises profundos donde pude realmente relajarme por un
momento y preguntarme qué había sido lo que me había golpeado tan fuerte. ¿Un
avión se había estrellado en mi casa? ¿Nuestro país estaba bajo un ataque
nuclear? No tenía idea de qué había sucedido, pero aun en ese momento de paz
quería saber dónde estaba.
Comencé a mirar a mi alrededor, a dar vueltas en el aire. Debajo de mí
estaba mi propio cuerpo, tirado sobre la cama. Mis zapatos estaban humeando y
el teléfono estaba derretido en mi mano. Pude ver a Sandy entrar corriendo a la
habitación. Se paró al lado de la cama y me miraba con una expresión aturdida,
el tipo de expresión que encontrarías en un padre que ve a su niño flotando con
el rostro hacia abajo en una pileta de natación. Tembló por un momento y
después se puso a trabajar. Recientemente había tomado un curso de resucitación
cardíaco pulmonar y sabía exactamente qué hacer.
Primero, despejó mi garganta y movió mi lengua a un lado, después inclinó mi
cabeza hacia atrás y comenzó a soplar dentro de mi boca. Uno-dos-tres soplos y
después se sentó a horcajadas sobre mi estómago y empezó a presionar mi pecho.
Estaba presionando tan fuerte que producía un quejido con cada presión hacia
abajo.
Debo de estar muerto, pensé. No sentía nada porque no estaba en mi cuerpo.
Yo era un espectador de mis momentos finales sobre la tierra, tan desapasionado
al ver mi propia muerte como podría estarlo si estuviera mirando a actores
representarla en la televisión. Lamentaba que Sandy estuviese sufriendo y podía
sentir su temor y dolor, pero no me preocupaba la persona que yacía sobre la
cama. Recuerdo un pensamiento que muestra cuán lejos del dolor estaba. Mientras
miraba al hombre que estaba sobre la cama recuerdo pensar que era más buen mozo
que eso.
La resucitación cardíaco-pulmonar debe de haber funcionado, porque de
repente estaba de regreso en mi cuerpo. Sobre mí podía sentir a Sandy
presionando con fuerza sobre mi pecho. En condiciones normales, esa presión
capaz de quebrar un hueso sería dolorosa, pero yo no la sentía. La electricidad
había atravesado mi cuerpo, y no había un solo punto en mí que no se sintiera
como si hubiera sido quemado desde dentro hacia fuera. Comencé a gemir, pero
solo porque estaba demasiado débil como para gritar.
Tommy apareció en menos de diez minutos. Sabía que algo estaba mal porque
había oído la explosión por el teléfono.
Había sido un hombre del cuerpo de la Armada, de modo que Sandy dejó que él se
hiciera cargo. Tommy me envolvió en una manta y le dijo a Sandy que llamara a
la unidad de emergencia médica. “Haremos lo que podamos”, dijo, poniendo su
mano sobre mi pecho.
Para ese momento yo ya había dejado mi cuerpo otra vez, y miraba cómo Tommy
me sostenía y maldecía la lentitud de la ambulancia, que podíamos oír
aproximándose en la distancia. Me mantenía suspendido sobre los tres, Sandy,
Tommy y yo mismo, mientras que los técnicos médicos me cargaban sobre la
camilla y me empujaban hacia la ambulancia.
Desde donde estaba suspendido, aproximadamente quince pies arriba de todos,
podía ver la lluvia torrencial que golpeaba mi cara y azotaba las espaldas del
personal de la ambulancia. Sandy estaba llorando y eso me apenaba. Tommy estaba
hablando en voz baja con los paramédicos. Me deslizaron dentro de la
ambulancia, cerraron las puertas y se largaron.
La perspectiva que tenía era la de una cámara de televisión. Sin pasión ni dolor,
miraba cómo la persona que estaba sobre la camilla comenzaba a sacudirse y a
saltar. Sandy se apretaba contra el costado de la ambulancia, apartándose
aterrorizada de la vista del hombre que amaba, que se convulsionaba en la
camilla delante de ella. El técnico médico de emergencias inyectó algo en el
cuerpo, esperando algún resultado positivo, pero después de varios segundos de
dolorosas convulsiones, el hombre de la camilla dejó de moverse. El técnico puso un estetoscopio sobre su pecho y dejó
escapar un suspiro.
“Se ha ido”, le dijo a Sandy. “Se ha ido”.
De repente me di cuenta: ¡Ese hombre sobre la camilla era yo! Vi cómo el
técnico extendía una sábana sobre mi rostro y se sentaba hacia atrás. La
ambulancia no disminuyó la velocidad, y el técnico que estaba en el asiento de
adelante seguía comunicado por radio con el hospital, tratando de saber si
había algo que los doctores quisiesen que hiciera. Pero el hombre que estaba en
la camilla estaba claramente muerto.
¡Estoy muerto!, pensé. No estaba en mi cuerpo y honestamente puedo decir
que no quería estarlo. Si tenía algún pensamiento, era simplemente que la
persona que yo era no tenía nada que ver con ese cuerpo que acababan de cubrir
con una sábana.
Sandy estaba sollozando y dándole palmaditas a mi pierna. Tommy estaba
aturdido y se sentía abrumado por lo repentino de este evento. El técnico
médico de emergencias sólo miraba mi cuerpo y se sentía un fracaso.
“No te sientas mal, amigo”, pensaba yo. “No es tu culpa”.
Miré al frente de la ambulancia hacia un punto sobre mi cuerpo muerto. Se
estaba formando un túnel, abriéndose como el ojo de un huracán y viniendo hacia
mí.
Luce como un lugar interesante para estar, pensé. Y allí me fui.
DOS: El
túnel a la eternidad.
En realidad yo no me moví en absoluto; el túnel vino hacia mí. Se oía el
sonido de campanillas a medida que el túnel se acercaba en forma de espiral
hacia mí y luego alrededor de mí. Pronto ya no veía nada —ni a Sandy llorando,
ni al equipo de la ambulancia tratando de hacer arrancar mi cuerpo muerto, ni
el parloteo desesperado con el hospital por la radio—, solo un túnel que me
envolvió completamente y el sonido intensamente hermoso de siete campanillas
que sonaban en sucesión rítmica.
Miré hacia delante, a la oscuridad. Había una luz allí arriba y comencé a
moverme hacia ella tan rápido como me era posible. Me estaba moviendo a gran
velocidad sin usar piernas. Adelante, la luz se volvía más y más brillante,
hasta que superó la oscuridad y me dejó parado en un paraíso de luz
destellante. Era la luz más brillante que hubiese visto, pero a pesar de eso,
no lastimaba mis ojos en lo más mínimo. A diferencia del dolor que uno podría
sentir cuando sale a la luz del Sol desde una habitación oscura, esta luz era
un alivio para mis ojos.
Miré hacia mi derecha y pude ver una forma plateada que aparecía como una
silueta a través de la niebla. Mientras que se acercaba comencé a sentir un
profundo sentimiento de amor que abarcaba todos los sentidos de la palabra. Era
como si estuviera viendo a una amante, una madre y a un mejor amigo,
multiplicados por mil. Cuando el Ser de Luz se acercó, estos sentimientos de
amor se intensificaron hasta que se volvieron una sensación casi demasiado
placentera para soportar. Sentía que me había vuelto menos denso, como si
hubiese perdido veinte o treinta libras. El peso de mi cuerpo había sido dejado
atrás, y ahora yo era un espíritu sin peso.
Miré mi mano. Era translúcida y brillante y se movía con fluidez, como el
agua en el océano. Miré hacia abajo, a mi pecho. Este también tenía la
translucidez y el vuelo de una finísima seda en la brisa suave.
El Ser de Luz se paró directamente delante de mí. Cuando miré su esencia
pude ver prismas de colores, como si estuvieran compuestos de miles de
diamantes diminutos, cada uno emitiendo los colores del arco iris.
Comencé a mirar a mi alrededor. Debajo de nosotros había otros seres que
lucían como yo. Parecían estar perdidos y titilaban con una frecuencia mucho
menor a la mía. Mientras los miraba, percibí que yo disminuía la frecuencia
también. Había una especie de desasosiego en esta vibración reducida que me
hizo apartar la mirada.
Miré hacia arriba. Había más seres, estos eran más brillantes y radiantes
que yo. Sentí inquietud mientras los miraba a ellos también, porque comencé a
vibrar más rápido. Era como si hubiese bebido demasiado café y ahora estuviese aumentando la velocidad y
moviéndome demasiado rápido. Aparté la mirada y miré directamente hacia
delante, al Ser de Luz, que ahora estaba parado de frente a mí. Me sentía
cómodo ante su presencia, una familiaridad que me hizo creer que él había
experimentado todos los sentimientos que yo hubiese tenido alguna vez, desde el
momento en que respiré por primera vez hasta el instante en que fui calcinado
por el rayo. Mirando a este Ser tenía el sentimiento de que nadie me podía amar
más, nadie podía tener más empatía, simpatía, valentía y compasión sin juicio
por mí, que este Ser.
Aunque me refiero al Ser de Luz como a un “él”, nunca vi a este Ser ni como
hombre ni como mujer. He repasado en mi cabeza este encuentro inicial muchas
veces y honestamente puedo decir que ninguno de los Seres que encontré tenía
género, solo un enorme poder.
El Ser de Luz me envolvió, y cuando lo hizo comencé a experimentar mi vida
completa, sintiendo y viendo todo lo que me había sucedido alguna vez. Era como
si un dique se hubiera abierto de golpe y cada recuerdo almacenado en mi
cerebro fluyera en gran caudal.
Esta revisión de mi vida no fue placentera. Desde el momento en que comenzó
hasta el momento en que terminó, me vi enfrentado a la escalofriante realidad
de que yo había sido una persona desagradable, alguien egocéntrico y miserable.
La primera cosa que vi fue mi enojada niñez. Me vi a mi mismo torturando a
otros chicos, robando sus bicicletas o haciéndolos sentir tristes en la
escuela. Una de las escenas más vívidas fue la vez en que me las agarré con un niño en la escuela primaria porque tenía
bocio que sobresalía de su cuello. Los otros chicos de la clase se las
agarraron con él también, pero yo era el peor. En ese momento pensaba que era
divertido. Pero ahora, mientras volvía a vivir ese incidente, me encontré a mi
mismo en su cuerpo, viviendo con el dolor que yo le estaba causando.
Esta perspectiva se mantuvo a lo largo de cada incidente negativo de mi
niñez, un número sustancial de veces, puedes estar seguro. Desde el quinto al
décimo segundo año, estimo que tuve al menos seis mil peleas de puño. Ahora,
mientras volvía a ver mi vida en el seno del Ser, volvía a vivir cada una de
esos altercados, pero con una diferencia enorme: yo era quien los recibía.
No era quien los recibía en el sentido de que sintiera los golpes que yo
había repartido; más bien, sentía la angustia y la humillación que sentía mi
oponente. Muchas de las personas con las que peleaba se lo merecían, pero otros
eran víctimas inocentes de mi enojo. Ahora yo estaba forzado a sentir su dolor.
También sentía la pena profunda que había causado a mis padres. Yo había
sido incontrolable y había estado orgulloso de eso. A pesar de que ellos me
habían castigado y me habían gritado, yo les había dejado saber por mis
acciones que ninguna de sus medidas disciplinarias me importaba realmente.
Muchas veces me habían suplicado y muchas veces se habían encontrado con la
frustración. Yo con frecuencia había hecho alarde ante mis amigos de cómo había
lastimado a mis padres. Ahora, en la revisión de mi vida, sentía su dolor
psicológico al tener a un chico tan malo.
Mi escuela primaria en Carolina de Sur tenía un sistema de sanciones. Si
los estudiantes recibían quince sanciones, se citaba a sus padres para tener
una reunión con ellos, y aquellos que tenían treinta sanciones en su registro
eran suspendidos. En séptimo grado, yo había recibido 154 sanciones para el
tercer día de clase. Yo era esa clase de estudiante. Ahora, a esa clase de
estudiantes los llaman “hiperactivos”, y hacen algo por ellos. En ese entonces,
se nos llamaba “chicos malos” y se consideraba que éramos causas perdidas.
Cuando estaba en cuarto grado, un chico pelirrojo llamado Curt me esperaba
todos los días antes de la escuela y me amenazaba con darme una paliza si no le
daba el dinero de mi almuerzo. Yo tenía miedo, entonces le daba mi dinero.
Finalmente, me cansé de pasar todo el día sin comer y le conté a mi padre
lo que estaba sucediendo. Él me enseñó cómo hacer una cachiporra con un par de
medias de nylon de mi madre, a la que llenamos con arena y le atamos los extremos.
“Cuando te moleste otra vez, golpéalo con la cachiporra”, me dijo.
Mi papá no quería que lo lastimase, solo estaba mostrándome cómo protegerme
de los chicos más grandes. El problema es que después de aporrear a Curt y
quedarme con su dinero, desarrollé un gusto por la pelea. Desde ese momento en
adelante, todo lo que quería hacer era infligir dolor y ser bravucón.
Cuando estaba en quinto grado, interrogué a mis amigos para averiguar quién
pensaban ellos que era el chico más duro del barrio. Todos estuvieron de
acuerdo en que era un chico bajo y fornido
llamado Butch. Me dirigí a su casa y golpeé la puerta. “¿Está Butch?”, le
pregunté a su mamá. Cuando él salió a la puerta, lo golpeé hasta que cayó al
porche, y después escapé corriendo.
No me importaba con quién peleaba, o cuán grande era físicamente o en edad.
Todo lo que quería era hacer salir sangre.
Una vez, en sexto grado, una maestra me pidió que dejase de interrumpir la
clase. Como no la obedecí, me tomó del brazo y comenzó a llevarme hacia la oficina
del director. Cuando salimos del salón de clase, me liberé de un tirón y le
lancé un golpe de gancho que la derribó al suelo. Mientras ella se tomaba su
nariz que sangraba, yo seguí caminando solo a la oficina del director. Tal como
les expliqué a mis padres, no me importaba ir a su oficina, simplemente no
quería ser llevado allí por una maestra.
Vivíamos al lado de la escuela secundaria junior a la que iba, y podía
sentarme en el porche y mirar a los chicos en el patio de juegos de la escuela
los días en que estaba suspendido. Un día estaba sentado allí cuando un grupo
de chicas se acercó a la cerca y ellas empezaron a reírse de mí. No iba a
soportar eso. Entré en la casa, tomé la escopeta de mi hermano y la cargué con
sal en grano. Después salí y les disparé a las chicas en la espalda mientras
huían gritando.
Para cuando tenía diecisiete era conocido como uno de los mejores
luchadores en mi escuela secundaria. Peleaba casi todos los días para mantener
mi reputación. Cuando no podía encontrar chicos de mi propia escuela para darles una paliza, confiaba en los
chicos malos de otras escuelas para competir.
Al menos una vez a la semana teníamos peleas organizadas en una playa de
estacionamiento cerca de la escuela. Los estudiantes venían de hasta treinta
millas de distancia para participar en estas peleas. Los días que yo peleaba,
muchos de los chicos no salían de sus autos, porque después de aporrear a mi
oponente, me las agarraba con algunos espectadores solo por diversión.
Eran los días de escuelas secundarias con segregación racial, y teníamos
guerras terribles entre negros y blancos.
El campeón negro era un gigante llamado Lundy. Nadie quería pelear con él
después de que venció al campeón blanco en una salvaje batalla de dos minutos.
Incluso yo traté de evitarlo, sabiendo que no había modo de que pudiese
ganarle.
Un día nos topamos en un puesto de hamburguesas. Traté de irme rápido, pero
él se interpuso en mi camino.
“Encontrémonos mañana en la mañana en la playa de estacionamiento”, dijo.
“Ahí estaré”, le prometí. Entonces, cuando se dio vuelta para irse, lo
golpeé con tanta fuerza sobre el lado derecho de su cara que no pudo abrir sus
ojos por al menos diez minutos. Mientras que yacía resistiendo en el piso,
caminé alrededor de él y lo pateé en el pecho un par de veces, tan fuerte como
pude.
“No voy a poder mañana”, dije. “Entonces decidí que me ocuparía hoy”.
Yo sabía que no podía vencerlo en una pelea justa, de modo que salté sobre
él cuando dio vuelta su espalda.
Ese era el mundo en el que vivía en la escuela secundaria.
Veinte años más tarde, en mi reunión de secundaria, un compañero de clase
llevó a un rincón a mi chica para decirle qué clase de estudiante había sido
yo.
“Permíteme contarte por qué clase de cosas era famoso”, dijo. “Te rompía a
golpes, se robaba a tu novia, o hacía las dos cosas”.
Mirando en retrospectiva, yo no podría estar más de acuerdo con él. En el
momento en que terminé la secundaria, ese era exactamente el tipo de persona
que era yo. Y para el momento en que llegué a ese punto en mi revisión, sentía
vergüenza de mí mismo. Ahora sabía el dolor que había causado a todos en mi
vida. Mientras que mi cuerpo estaba tendido muerto sobre esa camilla, yo estaba
reviviendo todos los momentos de mi existencia, incluyendo mis emociones, actitudes
y motivaciones.
La profundidad de la emoción que experimenté durante esta revisión de mi
vida fue asombrosa. No solo podía experimentar la forma en que tanto yo como la
otra persona nos habíamos sentido en el momento del incidente, sino que también
podía experimentar los sentimientos de la próxima persona con la que ellos se
relacionaban. Yo estaba en una reacción en cadena de emociones, una que dejaba
ver cuán profundamente nos afectamos unos a otros. Afortunadamente, no todo era
tan malo.
Una vez, por ejemplo, mi tío abuelo y yo estábamos viajando en automóvil
por la ruta cuando vimos a un hombre
golpeando a una cabra que de algún modo había enredado su cabeza en una cerca.
El hombre tenía una rama, y estaba golpeando a la cabra en su parte trasera con
todas sus fuerzas, mientras que la cabra balaba de temor y agonía. Detuve el
auto y salté por encima de una zanja. Antes de que el hombre pudiese darse
vuelta, lo estaba aporreando tan fuerte como podía en la parte de atrás de su
cabeza. Solo me detuve cuando mi tío abuelo me apartó. Liberé a la cabra y
nosotros partimos, rodeados por una nube de neumático quemado.
Ahora, mientras revivía ese incidente, sentí satisfacción por la
humillación que el granjero había sentido y alegría por el alivio que la cabra
había experimentado. Sabía que en su propia forma de hacerlo, el animal me
había dicho “gracias”.
Pero no siempre era amable con los animales. Me vi a mí mismo azotando a un
perro con un cinturón. Había descubierto a este perro mordiendo la alfombra de
nuestra sala de estar y había perdido los estribos. Me había sacado mi cinturón
y le había pegado sin intentar otra forma de disciplina menos agresiva.
Reviviendo este incidente, sentí el amor del perro hacia mí y podía ver que no
había tenido la intención de hacer lo que estaba haciendo. Sentí pesar y dolor.
Más tarde, mientras pensaba en estas experiencias, me di cuenta de que la
gente que golpea a los animales o es cruel con ellos sabrá cómo se sentían esos
animales cuando tengan una revisión de sus vidas.
También descubrí que no es tanto lo que haces lo que importa, sino por qué
lo haces. Por ejemplo, tener una pelea de
puños con alguien sin razón real me dolió mucho más en la revisión de mi vida
que tener una con alguien que había buscado pelearse conmigo. Revivir el hecho
de lastimar a alguien sólo por diversión es el mayor dolor de todos. Revivir el
hecho de lastimar a alguien por una causa en la que crees no es tan doloroso.
Esto se convirtió en algo obvio para mí cuando la revisión de mi vida me
llevó de regreso a mis años de trabajo militar y de inteligencia.
En el lapso de lo que deben de haber sido unos pocos segundos, pasé por mi
entrenamiento básico, donde aprendí a canalizar mi enojo en mi nuevo rol como
soldado de combate. Pasé por entrenamiento especial, mirando y sintiendo que mi
carácter era moldeado con el propósito de matar. Era un tiempo de guerra
clandestina, y me encontré de nuevo en selvas bochornosas, haciendo lo que más
me gustaba hacer, pelear.
Estaba adscrito a una unidad de inteligencia y hacía un poquito de “trabajo
de observación”, el cual equivalía a poco más que observar los movimientos de
las tropas enemigas a través de binoculares. Mi trabajo principal era
“planificar y ejecutar la eliminación de políticos y personal militar enemigos”.
Dicho brevemente, era un asesino.
No operaba solo. Otros dos agentes trabajaban conmigo mientras dábamos una
batida a las selvas buscando blancos específicos. Su trabajo era detectar el
blanco con un telescopio de alta potencia y verificar que la persona deseada
había sido eliminada. Mi trabajo era apretar el gatillo.
Una vez, por ejemplo, fuimos enviados a “bajar” a un coronel que estaba con
sus tropas en la selva. Fotografías aéreas nos mostraban dónde estaba escondido
este coronel. Nuestro trabajo era recorrer a pie la selva y encontrarlo. Aunque
este tipo de ataque llevaba especialmente mucho tiempo, era considerado
crucial, ya que el hecho de que el líder fuera matado estando entre sus propias
tropas, quebraba la moral del enemigo.
Hallamos al coronel exactamente donde los mapas nos decían que lo
encontraríamos. Nos sentamos en silencio a aproximadamente setecientas yardas
de su campo, esperando el momento perfecto para “derribarlo”.
El momento llegó temprano a la mañana siguiente, cuando las tropas se
alinearon para su revisión matutina. Me puse en posición, poniendo el objetivo
de mi rifle de francotirador de alta potencia en la cabeza del coronel, que
estaba parado delante de los soldados, que nada sospechaban.
“¿Es él?”, le pregunté al observador, cuyo trabajo era identificar los
blancos con las fotografías que inteligencia nos daba.
“Es él”, dijo. “El hombre que está parado justo delante de las tropas es
él”.
Yo disparé la bala y sentí saltar el rifle. Un instante más tarde vi
explotar su cabeza y colapsar su cuerpo delante de las impresionadas tropas.
Eso es lo que vi cuando sucedió en aquel momento.
Durante la revisión de mi vida, experimenté este incidente desde la
perspectiva del coronel. No experimenté el dolor que él debe de haber sentido.
En cambio, sentí su confusión cuando le
volaron la cabeza y su tristeza cuando dejaba su cuerpo y se daba cuenta de que
ya no regresaría a casa. Después sentí el resto de la reacción en cadena, los
sentimientos de pesar de su familia cuando se dieron cuenta de que se quedaban
sin su proveedor.
Volví a vivir todos mis asesinatos de exactamente la misma forma. Me vi a
mí mismo matando y después sentí las horribles consecuencias.
Mientras había estado en acción, había visto a mujeres y niños asesinados,
pueblos enteros destrozados, por ninguna razón o por razones equivocadas. No
había estado involucrado en estas matanzas, pero ahora tenía que
experimentarlas nuevamente, desde el punto de vista no del ejecutor, sino del
ejecutado.
En una ocasión, por ejemplo, me enviaron a un país a asesinar a un oficial
del gobierno que no compartía el “punto de vista americano”. Fui con un equipo.
Nuestro propósito era eliminar a este hombre en un pequeño hotel rural en
el que se alojaba. Esto sería la declaración sin palabras de que nadie estaba
fuera del alcance del gobierno de Estados Unidos.
Nos sentamos en la selva por cuatro días, esperando para hacer un disparo
certero contra este oficial, pero siempre estaba rodeado por un séquito de
guardaespaldas y secretarios. Finalmente nos rendimos y decidimos otra táctica:
tarde a la noche, cuando todos estaban durmiendo, simplemente plantamos
explosivos e hicimos volar el hotel.
Esto es exactamente lo que hicimos. Rodeamos el hotel con explosivos de
plástico y lo arrasamos al amanecer, y
matamos al oficial junto con aproximadamente otras cincuenta personas que
estaban alojadas allí. En ese momento me reí y le dije a mi oficial de control
que toda esa gente merecía morir porque eran culpables por asociación.
Vi nuevamente este incidente durante mi experiencia cercana a la muerte,
pero esta vez me impactaba una ráfaga de emociones e información. Sentía el
horror profundo que toda esa gente sintió cuando se dieron cuenta de que sus
vidas estaban siendo apagadas. Experimenté el dolor que sintieron sus familias
cuando se enteraron de que habían perdido a sus seres queridos de forma tan
trágica. En muchos casos incluso sentí la pérdida que su ausencia produciría en
generaciones futuras.
En general contribuí a la muerte de docenas de personas, y volver a vivir
esas muertes fue difícil. El único aspecto que me aliviaba era que en ese
momento yo pensaba que estaba haciendo bien. Estaba matando en nombre de la
patria, y esto suavizaba en algo los horrores que había cometido.
Cuando regresé a Estados Unidos después de mi servicio militar, continué
trabajando para el gobierno, llevando a cabo operaciones clandestinas. Esto
implicaba mayormente el transporte de armas a personas y países amigos de
Estados Unidos. En ocasiones incluso me convocaron para que entrenara a esta
gente en el fino arte de disparar, o de la demolición.
Ahora, en la revisión de mi vida, estaba forzado a ver la muerte y
destrucción que había tenido lugar en el mundo como resultado de mis acciones.
“Todos somos un eslabón en la gran cadena
de la humanidad”, dijo el Ser. “Lo que haces tiene un efecto sobre los otros
eslabones de esa cadena”.
Muchos ejemplos de este tipo vinieron a mi memoria, pero uno en particular
se destacaba. Me vi descargando armas en un país extranjero. Serían usadas para
librar una guerra que era apoyada por nuestro país contra la Unión Soviética.
Mi tarea era simplemente trasladar estas armas de un avión a nuestros
intereses militares en la zona. Cuando este traslado estaba terminado, yo
volvía al avión y partía.
Pero partir no era tan fácil en la revisión de mi vida. Yo me quedaba con
las armas y miraba cómo eran distribuidas en un área militar. Después seguía
con los fusiles cuando eran usados en el oficio de matar, algunos de ellos
mataban a gente inocente y otros a gente no tan inocente. En general, era
horrible ser testigo de las consecuencias de mi rol en esa guerra.
Este traslado de armas a este país fue el último trabajo en el que estuve
involucrado antes de que me caiga el rayo. Recuerdo ver a niños llorando porque
les habían dicho que sus papás estaban muertos, y yo sabía que esas muertes
habían sido causadas por las armas que yo había entregado.
Entonces eso fue todo, la revisión se había terminado.
Cuando terminó la revisión, llegué a un punto de reflexión en el cual podía
mirar atrás, hacia aquello que recién había vuelto a ver, y llegar a una
conclusión. Sentía vergüenza. Me daba
cuenta de que había llevado adelante una vida muy egoísta y que rara vez había
extendido mi mano para ayudar a alguien. Casi nunca había sonreído como un acto
de amor fraterno ni le había dado a nadie ni siquiera un dólar porque estuviera
en la miseria y necesitara una ayuda. No, mi vida había sido para mí y para mí
solo. No le había dado nada a mi prójimo.
Miré al Ser de Luz y experimenté un profundo sentimiento de pesar y
vergüenza. Yo esperaba una reprimenda, alguna clase de sacudida cósmica de mi
alma. Había repasado mi vida y lo que había visto era a una persona ciertamente
sin valor. ¿Qué merecía yo sino una reprimenda?
Cuando miré al Ser de Luz sentí como si me estuviera tocando: a partir de
ese contacto sentí un amor y gozo que solo podrían ser comparados con la
compasión sin enjuiciamiento que un abuelo tiene por un nieto. “Quien eres, es
la diferencia que marca Dios”, dijo el Ser. “Y esa diferencia es amor”. No hubo
palabras realmente habladas, pero este pensamiento me fue comunicado a través
de alguna forma de telepatía. Hasta el día de hoy, no estoy seguro del exacto
significado de esta frase críptica. De todos modos eso es lo que se dijo.
Nuevamente se me permitió tener un período de reflexión. ¿Cuánto amor le
había dado yo a la gente? ¿Cuánto amor había tomado yo de ellos? Por la
revisión que acababa de ver, era claro que por cada buen acto en mi vida, había
veinte malos como contrapeso. Si la culpa fuera gorda, yo hubiese pesado
quinientas libras.
Cuando el Ser de Luz se apartó, sentí que el peso de esa culpa se me quitaba. Había sentido el
dolor y la angustia de la reflexión, pero de ella había conseguido el conocimiento
que podía usar para corregir mi vida. Podía oír el mensaje del Ser en mi cabeza
nuevamente, como si fuera a través de telepatía: “Los humanos son seres
espirituales poderosos de quienes se espera que creen bondad sobre la tierra.
En general no se alcanza esta bondad con acciones audaces, sino por actos
simples de amabilidad entre la gente. Son las pequeñas cosas las que cuentan,
porque son más espontáneas y muestran quién eres realmente”.
Yo estaba eufórico. Ahora sabía el secreto simple para mejorar la
humanidad. La suma de amor y buenos sentimientos que tienes al final de tu vida
es igual al amor y buenos sentimientos que has generado durante tu vida. Era
así de simple.
“Mi vida será mejor ahora que tengo el secreto”, le dije al Ser de Luz.
Fue entonces que me di cuenta de que no regresaría. No tenía más vida por
vivir. Me había fulminado un rayo. Estaba muerto.
TRES: “Está muerto”.
Más tarde supe que la escena en la ambulancia había sido caótica. La
comunicación por radio con el hospital continuó contra el telón de fondo de los
sollozos de Sandy. El técnico médico continuó sus esfuerzos heroicos a pesar de
que el monitor del corazón mostraba que yo era una línea plana.
El conductor de la ambulancia siguió con el pedal a fondo y con las luces
intermitentes, porque eso era lo que hacía estuviera el pasajero vivo o muerto.
Los médicos y enfermeros recibieron la ambulancia en la puerta de la sala
de emergencias. El equipo médico de emergencia me sacó de la ambulancia y me
llevó rodando hasta la sala de emergencias. Con la eficiencia y trabajo de
equipo típicos de gente que ha hecho la misma labor cientos de veces, los
doctores y enfermeros comenzaron los esfuerzos de resucitación en mi cuerpo. Un
doctor se arrastró sobre la camilla y comenzó a presionar sobre mi pecho,
mientras una enfermera introducía un tubo de plástico en mi garganta y
comenzaba a respirar por él. Otro doctor clavó una larga aguja en mi pecho e inyectó todo el contenido de una
jeringa llena de adrenalina.
Sin embargo no había respuesta.
Los doctores seguían intentando. Presionaron paletas eléctricas sobre mi
pecho para intentar que, con la descarga, mi corazón volviera a la vida. Más
masaje cardíaco hizo saltar mis costillas y las quebró. “¡Vamos, Dannion,
vamos!”, me gritaba una enfermera en mi oído.
No sucedió nada. La línea en el monitor del corazón todavía seguía plana, y
no había ni un solo movimiento en todo mi cuerpo.
“No se pudo”, dijo el médico que me atendía. Puso una sábana sobre mi
rostro y salió de la sala para sentarse. Una enfermera llamó a la morgue y
después me llevó rodando hasta un corredor próximo a un ascensor. Allí
permanecería hasta que los encargados de la morgue subieran desde el sótano a
buscar mi cuerpo.
Exhausto y con decepción en su rostro, el médico que me había atendido se
dirigió a la sala de espera para decirles a Sandy y Tom lo que ellos ya sabían.
“No se pudo”, dijo. Tanto Sandy como Tom comenzaron a llorar.
Yo no vi nada de esto. Lo supe más tarde de parte de Tom. Como dijo el
médico, yo estaba muerto.
CUATRO: La
ciudad de cristal.
¿Qué sucederá ahora que estoy muerto?, me preguntaba. ¿Adónde iré?
Me quedé mirando al bello Ser de Luz que brillaba delante de mí. Era como
una bolsa llena de diamantes que emitieran una relajante luz de amor. Cualquier
temor que pudiera haber tenido ante la idea de estar muerto, fue disipado por
el amor que emanaba de este Ser que estaba delante de mí. Su perdón era
extraordinario. A pesar de la vida horriblemente viciada que acabábamos de
presenciar, un profundo y valioso perdón me llegaba desde este Ser. En lugar de
dictar un juicio severo, el Ser de Luz era un abogado amigable, que me permitía
sentir por mí mismo el dolor y el placer que yo había causado a otros. En lugar
de llenarme de vergüenza y angustia, yo estaba bañado por el amor que me
abrazaba a través de la luz, y no tenía que dar nada a cambio.
Pero yo estaba muerto. ¿Qué sucedería ahora? Puse mi confianza en el Ser de
Luz.
Comenzamos a movernos hacia arriba. Podía oír un zumbido mientras mi cuerpo
empezaba a vibrar a una mayor frecuencia.
Nos movimos hacia arriba desde un nivel hacia el próximo, como un avión
subiendo suavemente en el cielo. Estábamos rodeados por una niebla
resplandeciente, fría y espesa como la bruma del océano.
Alrededor de nosotros podía ver campos de energía que fluían como grandes
ríos, mientras que algunos fluían como pequeños arroyos. Incluso vi lagos y
pequeñas charcas de energía (Cuando estuvimos más arriba y más cerca de ellos,
pude ver claramente que eran campos de energía, pero desde la distancia
parecían ríos y lagos de la forma en que los verías desde un avión).
A través de la niebla, podía ver montañas del color del terciopelo azul
profundo. No había picos afilados ni pendientes escarpadas con filos
irregulares en esta cadena montañosa. Las montañas eran suaves, con picos
redondeados y grietas exuberantes que eran de un azul más profundo.
En las laderas de las montañas había luces. A través de la niebla lucían
como casas que encendían sus luces al atardecer. Había muchas de esas luces, y
podía darme cuenta por la forma en que caímos abruptamente y aceleramos, que
estábamos dirigiéndonos a ellas directamente. Al principio nos movíamos hacia
el lado derecho de la cadena montañosa, que era enorme. Después giramos hacia
la izquierda y nos movimos con rapidez hacia el lado más corto.
¿Cómo me estoy moviendo?, me preguntaba, mirando alrededor el celestial
paisaje que se desplegaba debajo de nosotros. Estábamos flotando de la forma en
que siempre imaginé que lo hacen los ángeles, simplemente levantándonos del suelo y volando. Después mi
pensamiento tomó un giro filosófico: ¿Me estoy realmente moviendo o es
simplemente un viaje por dentro de mi cuerpo muerto? Antes de que aterrizáramos
continué preguntándole al Ser dónde estaba y cómo había llegado allí, pero él
no me ofrecía ninguna respuesta. Cuando presionaba para recibir alguna
respuesta, no obtenía ninguna, pero no me sentía insatisfecho. Cuando yo
pensaba más, el Ser se henchía y me proveía de confort en su divinidad. Aun sin
obtener las respuestas que deseaba tan desesperadamente, me sentía a gusto por
la fuerza que latía alrededor de mi. Dondequiera que esté, no hay nada aquí que
pueda lastimarme, me dije. Me relajé en la presencia del Ser.
Como pájaros sin alas, entramos majestuosamente en una ciudad de
catedrales. Estas catedrales estaban hechas enteramente de una sustancia
cristalina que resplandecía con una luz que brillaba poderosamente desde
adentro. Permanecimos parados delante de una. Me sentía pequeño e
insignificante frente a esta obra maestra de la arquitectura. Pensé que era
claro que había sido construida por ángeles para mostrar la grandiosidad de
Dios. Tenía chapiteles tan altos y puntiagudos como los de las maravillosas
catedrales de Francia, y paredes tan sólidas e impactantes como las del Templo
Mormón en Salt Lake City. Las paredes estaban hechas de grandes ladrillos de
vidrio que brillaban desde el interior. Estas estructuras no estaban
relacionadas con una religión específica de ningún tipo. Eran un monumento
erigido en honor a la gloria de Dios.
Estaba sobrecogido. Este lugar tenía una fuerza que parecía palpitar en el
aire. Sabía que estaba en un lugar de aprendizaje. No estaba allí para ser
testigo de mi vida o para ver cuán valioso había sido, estaba allí para ser
instruido. Miré al Ser de Luz y me pregunté: ¿Esto es el cielo? Pero no recibí
respuesta. En lugar de ello, nos movimos hacia delante, hacia arriba, a un
paseo espléndido, y atravesamos brillantes portales de cristal.
Cuando entramos en la estructura, el Ser de Luz ya no estaba conmigo. Miré
alrededor buscándolo y no vi a nadie. Había hileras de bancos alineados a lo
largo de la habitación, y la luz radiante hacía que todo reluciera y se
sintiera como el amor.
Me senté en uno de los bancos y recorrí la sala con la mirada buscando a mi
guía espiritual. Estar sentado solo en este extraño y glorioso lugar me hacía
sentir de algún modo incómodo. No se veía a nadie, y sin embargo yo tenía una
intensa sensación de que los bancos estaban llenos de gente exactamente como yo,
seres espirituales que estábamos allí por primera vez, desconcertados por lo
que podíamos ver. Miré a mi alrededor nuevamente, primero hacia mi izquierda y
luego a mi derecha, pero seguía sin poder ver a nadie. Hay seres ahí, me dije a
mí mismo. Sé que los hay. Continué mirando alrededor, pero aún no se
materializaban.
Este lugar me hacía recordar a una sala de conferencias magnífica. Los
bancos estaban ubicados de tal forma que cualquier persona que se sentara en
ellos vería de frente un largo estrado que resplandecía como cuarzo blanco. La
pared que estaba detrás de este estrado era un carrusel
de colores espectacular, colores que iban desde los pasteles a los
fosforescentes brillantes. Su belleza era hipnótica. Miraba cómo se combinaban
armónicamente los colores y se fundían, hinchándose y palpitando de la forma en
que lo hace el océano cuando estás bien adentro en el mar y miras sus
profundidades.
Estaba en lo cierto al pensar que había espíritus rodeándome, pero ahora
sabía por qué no podían verse. Si hubiésemos podido vernos unos a otros, no
habríamos prestado una atención total al estrado que estaba en el frente de la
sala. Algo va a suceder allí arriba, pensé.
Un momento después, el espacio que estaba detrás del estrado se llenó de
Seres de Luz. Estaban frente a los bancos en los que estaba sentado yo, e
irradiaban un brillo que era a la vez bondadoso y sabio.
Me volví a sentar en el banco y esperé. Lo que sucedió a continuación fue
la parte más asombrosa de mi viaje espiritual.
CINCO: Las
cajas de conocimiento.
Pude contar a los Seres mientras estaban parados detrás del estrado. Había
trece de pie, hombro con hombro y desplegados a lo largo del escenario. Me daba
cuenta de otras cosas acerca de ellos también, probablemente a través de alguna
forma de telepatía. Cada uno de ellos representaba una de las distintas
características emocionales y psicológicas que todos los seres humanos
poseemos. Por ejemplo, uno de estos seres era intenso y apasionado, mientras
que otro era artístico y emocional. Uno era audaz y enérgico, mientras que otro
era posesivo y leal. En términos humanos, era como si cada uno representara a
un signo diferente del zodíaco. En términos espirituales, estos seres iban
mucho más allá de los signos del zodíaco. Emanaban estas emociones de tal forma
que yo podía sentirlas.
Ahora más que nunca sé que este era un lugar de aprendizaje. Yo me
empaparía en conocimiento, me enseñarían de un modo en que no había aprendido
antes. No habría libros ni memorización.
En la presencia de estos Seres de Luz, yo me volvería conocimiento y sabría
todo lo que era importante saber. Podía formular cualquier pregunta y saber la
respuesta. Era como ser una gota de agua sumergida en el conocimiento del
océano, o un haz de luz aprendiendo lo que toda la luz sabe.
Yo sólo tenía que pensar una pregunta para explorar la esencia de la
respuesta. En una fracción de segundo comprendí cómo funciona la luz, las
formas en que el espíritu es incorporado a la vida física, por qué es posible
para la gente pensar y actuar de tantas formas diferentes. Pregunta y
percibirás, es el modo en que lo sintetizo.
Estos Seres de Luz eran diferentes del que me recibió cuando recién había
muerto. Tenían el mismo brillo azul plateado de ese primer Ser, pero con una
luz que brillaba azul intenso desde dentro de ellos. Este color llevaba consigo
una sensación poderosa de divinidad y parecía provenir de la misma fuente de la
que provienen los rasgos como el heroísmo. No he vuelto a ver ese color desde
aquella oportunidad, pero parecía significar que estos Seres estaban entre los
más grandiosos de su tipo. Me sentí tan sobrecogido y orgulloso de estar en su
presencia como lo estaría al pararme junto a Juana de Arco o George Washington.
Los Seres se acercaban a mí de a uno por vez. A medida que cada uno se
aproximaba, una caja del tamaño de una cinta de video salía de su pecho y se
acercaba volando directo a mi cara.
La primera vez que sucedió esto, me estremecí pensando que me iba a pegar.
Pero un instante antes de que impactara,
la caja se abrió y reveló lo que parecía ser una imagen televisiva diminuta de
un evento del mundo que todavía estaba por suceder. Mientras miraba, me sentí
arrastrado directamente hacia dentro de la imagen, en la que podía vivir el
evento. Esto sucedió doce veces, y doce veces estuve parado en el medio de
muchos sucesos que sacudirían el mundo en el futuro.
En ese momento yo no sabía que eran sucesos futuros. Todo lo que sabía era
que estaba viendo cosas de gran significado y que se me presentaban tan
claramente como los programas de noticias de cada noche, con una gran
diferencia: yo era arrastrado dentro de la pantalla.
Mucho más tarde, cuando regresé a la vida, escribí 117 sucesos de los que
había sido testigo en las cajas. Durante los próximos tres años, nada sucedió.
Luego, en 1978, sucesos que había visto en las cajas comenzaron a volverse
realidad. En los dieciocho años que han transcurrido desde que morí y fui a ese
lugar, noventa y cinco de estos sucesos han tenido lugar.
Ese día, 17 de septiembre de 1975, el futuro llegó a mí de a una caja por
vez.
CAJAS UNO A TRES: IMÁGENES DE UN PAÍS DESMORALIZADO
Las cajas uno, dos y tres mostraban el clima de Estados Unidos en el
período que siguió a la guerra en el sudeste asiático. Revelaban escenas de
pobreza espiritual en nuestro país que eran consecuencias colaterales de esa guerra, que debilitó la estructura de Estados
Unidos y finalmente del mundo.
Las escenas eran de prisioneros de guerra, míseros y consumidos por el
hambre, mientras esperaban en tremendas prisiones del norte de Vietnam, a que
embajadores estadounidenses vinieran y los liberaran. Podía sentir su miedo y
luego su desesperación cuando se daban cuenta uno a uno de que no vendría
ninguna ayuda y de que vivirían el resto de sus vidas como esclavos en
prisiones en la selva. Eran los desaparecidos en acción (MIA: Missing In
Action, por sus siglas en inglés). Los MIA eran ya un tema en 1975, pero eran
usados como punto de partida en las visiones para mostrar un Estados Unidos que
estaba deslizándose hacia un descenso espiritual.
Podía ver a Estados Unidos cayendo en enormes deudas. Esto se me mostraba
como escenas de dinero que salía de una habitación con mucha mayor rapidez que
el dinero que entraba. A través de alguna especie de telepatía me daba cuenta
de que este dinero representaba el incremento de la deuda nacional y que esto
auguraba peligros más adelante en el tiempo. También vi gente esperando en
largas filas para recibir cosas básicas como ropa y alimento.
Muchas escenas de hambre espiritual vinieron de las primeras dos cajas
también. Vi gente que era transparente de tal modo que revelaba que eran
huecos. Esta vacuidad, se me explicó telepáticamente, era causada por una
pérdida de fe en Estados Unidos y en lo que representaba. La guerra en el
sudeste asiático se había combinado con
inflación y desconfianza en nuestro gobierno, para crear un vacío espiritual.
Este vacío aumentaba por nuestra pérdida del amor a Dios.
Esta depravación espiritual tenía como consecuencia una cantidad de
imágenes impactantes: gente causando disturbios y saqueando porque quería más
cosas materiales de las que tenía, chicos disparando a otros chicos con rifles
de alta potencia, criminales robando autos, hombres jóvenes abriendo fuego
contra otros hombres jóvenes desde la ventanilla de sus autos. Escenas como
éstas aparecían delante de mí como escenas de una película de gángsters.
La mayor parte de los criminales eran niños o adolescentes por quienes
nadie se preocupaba. Mientras miraba imagen tras imagen, se hizo dolorosamente
claro para mí que estos chicos no tenían grupo familiar y que, como
consecuencia, actuaban como lobos.
Estaba confundido porque no podía entender cómo los chicos estadounidenses
podían ser abandonados a deambular y matar. ¿No tenían la guía de sus padres?,
me preguntaba. ¿Cómo podía suceder una cosa así en nuestro país?
En la tercera caja me encontré a mí mismo frente al sello del presidente de
Estados Unidos. No sé dónde estaba, pero vi las iniciales “RR” estampadas
debajo de este sello. Después yo estaba parado en el medio de periódicos,
mirando sus historietas editoriales. Una detrás de otra vi historietas de un
cowboy. Estaba cabalgando por la pradera o derribando a tiros a muchachos malos
en los salones. La visión estaba adornada con ilustraciones satíricas de periódicos de todo el país,
tales como The Boston Globe, el Chicago Tribune y Los Angeles Times. Las fechas
de los periódicos iban desde 1983 a 1987 y quedaba claro, por la naturaleza de
los dibujos, que eran sobre el presidente de Estados Unidos, que proyectaba al
resto del mundo una imagen de cowboy.
También resultaba claro que el hombre en estos dibujos era un actor, porque
todos tenían una mirada teatral. Una de estas historietas incluso hacía
referencia a Butch Cassidy and the Sundance Kid, y representaba la famosa
escena en esa película en la que los dos bandidos saltan desde un acantilado a
una laguna de aguas poco profundas. Con todo, a pesar de la intensidad de los
recortes de los periódicos, yo no podía ver el rostro que estaba bajo el
sombrero de cowboy. Ahora sé que “RR” significaba Ronald Reagan, pero en ese
momento no tenía idea de quién era el cowboy. Unos pocos meses después, cuando
estaba recordando estas visiones para el Dr. Raymond Moody, el reconocido
psiquiatra e investigador de las experiencias cercanas a la muerte, él me
preguntó quién pensaba yo que era “RR”. Sin dudar, le dije “Robert Redford”.
Nunca me permitirá olvidarme de ese error y se ríe de mí sobre esto cada vez
que estamos juntos.
CAJAS CUATRO Y CINCO: LUCHAS Y ODIO EN TIERRAS SANTAS
Las cajas cuatro y cinco eran escenas de Medio Oriente, y mostraban cómo
esta zona de eternos conflictos alcanzaría un punto de ebullición. La religión
jugaría un rol importante en estos
problemas, como también lo haría la economía. Una necesidad constante de dinero
de afuera alentaba mucho del enojo y odio que vi en estas cajas.
En la primera de estas cajas vi que se llegaba a dos acuerdos.
En el primero, los israelíes y los árabes llegaban a un acuerdo en algo,
pero los detalles no estaban claros para mí.
Podía ver el segundo acuerdo con algún detalle. Los hombres se estaban
dando la mano y se hablaba mucho acerca de un nuevo país. Después vi un collage
de imágenes: el río Jordán, un asentamiento de Israel que se expandía hacia
Jordania, y un mapa en el que el país Jordania estaba cambiando de color.
Mientras miraba desplegarse este desconcertante collage, oí a un Ser hablarme telepáticamente
y decirme que el país de Jordania ya no existiría. No oí el nombre del nuevo
país.
Este acuerdo no era más que una fachada de los israelíes para crear una
fuerza policial compuesta de israelíes y árabes. Se trataba de una fuerza
policial muy dura, cruel e implacable. Los vi luciendo uniformes azules y
plateados y manteniendo muy controlada a la gente de la región. Tan duro era su
control, en realidad, que los líderes del mundo se volvieron muy críticos de
Israel. Muchos colaboradores de ambos lados vigilaron a su propia gente e
informaron sobre sus actividades a esta fuerza policial. Servían para hacer que
todos parecieran sospechosos, haciendo que la confianza desapareciera en estas
sociedades.
Pude ver cómo Israel comenzaba a aislarse del resto del mundo. A medida que
las cosas empeoraban, había imágenes de Israel preparándose para la guerra
contra otros países, incluyendo a Rusia y al consorcio chino y árabe. Jerusalén
era de algún modo el ojo de este conflicto, pero no estoy seguro de qué modo
exactamente. A partir de los titulares de los diarios que aparecían en la
visión, podía ver que algún incidente en la Ciudad Santa había servido para
disparar esta guerra.
Estas visiones revelaban que Israel era espiritualmente hueco. Tenía la
sensación de que era un país de gobierno fuerte pero moral débil. Llegaban
imágenes tras imágenes de israelíes reaccionando con odio hacia los palestinos
y otros árabes, y en mí se profundizaba la sensación de que este pueblo
convertido en nación se había olvidado de Dios y ahora era manejado por su odio
racial.
La quinta caja mostraba que el petróleo era usado como un arma para
controlar la economía internacional. Vi imágenes de La Meca y después de la
gente árabe. Mientras estas imágenes desfilaban delante de mí, una voz
telepática me decía que la producción de petróleo estaba siendo cortada para
destruir la economía de Estados Unidos y para extraer dinero de la economía
mundial. El precio del petróleo estaba subiendo y subiendo, dijo la voz, y
Arabia Saudita estaba celebrando una alianza con Siria y China. Podía ver a la
gente árabe y oriental estrechando sus manos y haciendo acuerdos. Cuando estas
imágenes me llegaron, pude sentir que los saudíes estaban dando dinero a los
países asiáticos como Corea del Norte, todo
con la esperanza de desestabilizar la economía de la región asiática.
Me preguntaba dónde había comenzado esta alianza y pude ver un primer plano
de sirios y chinos firmando papeles y estrechando sus manos en un edificio que
yo sabía que estaba en Siria. La fecha que se veía era 1992.
Otra fecha me fue mostrada, 1993, y con ella vinieron imágenes de
científicos sirios y chinos trabajando en laboratorios para desarrollar misiles
que pudieran llevar armas químicas y biológicas. Las armas nucleares se estaban
volviendo cosas del pasado, y estos países querían desarrollar nuevas armas de
destrucción.
Las cajas seguían viniendo.
CAJA SEIS: IMÁGENES DE DESTRUCCIÓN NUCLEAR
La número seis era aterradora. Fui arrastrado hacia dentro de la caja y me
encontré a mí mismo en una zona fría y boscosa al lado de un río.
Cerca del río había una estructura inmensa de cemento, cuadrada y que
causaba aprensión. Me sentía asustado y no sabía por qué. De repente la tierra
tembló y la parte superior de esta estructura de cemento explotó. Sabía que era
una explosión nuclear y podía sentir a cientos de personas muriendo alrededor
de mí cuando esto sucedió. El año 1986 me llegó a través de telepatía, como
también lo hizo la palabra altamisa. No fue sino una década más tarde que la planta
nuclear de Chernobyl explotó cerca de Kiev, en la Unión Soviética, y yo pude asociar el evento con estas imágenes.
Fue entonces que hice otra conexión entre la visión de esta caja y el desastre
nuclear en la Unión Soviética. La palabra Chernobyl significa “altamisa” en
ruso.
Un segundo accidente nuclear apareció en la caja, éste en un mar del norte,
tan contaminado que ningún barco navegaba por él. El agua era de un color rojo
pálido y estaba cubierto de peces muertos o muriendo. Alrededor del agua había
picos y valles que me hacían pensar que estaba viendo un fiordo como los que
hay en Noruega. No podía darme cuenta de dónde era, pero sabía que el mundo
estaba atemorizado por lo que había sucedido, porque la radiación de este
accidente podía esparcirse por todos lados y afectar a toda la humanidad. La
fecha de la imagen era 1995.
La visión no se detuvo allí. La gente moría y estaba deformada como
resultado de estas catástrofes nucleares. En una serie de lo que parecían
imágenes televisivas, vi víctimas de cáncer y bebés malformados en Rusia,
Noruega, Suecia y Finlandia, no cientos o miles de personas, sino decenas de
miles, en una amplia variedad de deformidades que continuaban a través de las
generaciones. Los venenos liberados por estos accidentes eran acarreados al
resto del mundo a través del agua, que estaba contaminada para siempre por
estos desechos nucleares. El Ser me dejó ver claramente que los humanos habían
creado un horrible poder que no había sido contenido. Al dejar que este poder
escapara de su control, los soviéticos habían destrozado su propio país y
posiblemente el mundo.
La caja me mostraba que el corazón de la gente albergaba temor como
producto de estos accidentes nucleares. A medida que las imágenes de este temor
se desplegaban, yo, de algún modo, comprendía que el ecologismo surgiría como
la nueva religión en el mundo. La gente consideraría que un medio ambiente
limpio es clave para la salvación con más convicción que nunca antes.
Aparecerían partidos políticos relacionados con el tema de un planeta más
limpio, y se forjarían o perderían trayectorias políticas de acuerdo a los
sentimientos sobre el medio ambiente.
A partir de Chernobyl y de este segundo accidente, podía ver que la Unión
Soviética se debilitaría y moriría, el pueblo soviético perdería fe en su
gobierno y el gobierno perdería su control sobre el pueblo.
La economía jugaba un rol muy importante en estas visiones. Vi a la gente
llevando carteras llenas de dinero a las tiendas y saliendo con pequeñas bolsas
de mercadería. Personas con uniformes militares rondaban por las calles de las
ciudades soviéticas mendigando alimento, algunas a punto de morir de hambre. La
gente comía papas y manzanas en mal estado, y multitudes producían disturbios
para llegar a camiones llenos de alimento.
La palabra Georgia aparecía en escritura cirílica, y podía ver que una
mafia se desarrollaba en Moscú, que supongo venía del Estado de Georgia en la
Unión Soviética. Esta mafia era un poder creciente que competía con el gobierno
soviético. Escena tras escena, vi a los miembros de la mafia operando
libremente en una ciudad que pienso era Moscú.
No sentía alegría mientras miraba el colapso de la Unión Soviética. Aunque
el comunismo al estilo soviético estaba muriendo delante de mis ojos, el Ser de
Luz decía que era un momento de precaución en lugar glorioso. “Mira con cuidado
la Unión Soviética”, dijo, “Como le va al pueblo ruso, así le va al mundo. Lo
que le sucede a Rusia es la base para todo lo que le sucederá a la economía del
mundo libre”.
CAJA SIETE: LA RELIGIÓN ECOLÓGICA
La séptima caja mostraba poderosas imágenes de destrucción ambiental. Podía
ver zonas del mundo irradiando energía, brillando como una esfera de reloj de
radio en la oscuridad. Telepáticamente podía oír voces hablando de la necesidad
de limpiar el medio ambiente.
Estas voces provenían de Rusia primero, pero después los acentos cambiaban
y me daba cuenta de que provenían de Sudamérica, probablemente de Uruguay o
Paraguay.
Vi a la persona que desde Rusia hablaba con fervor sobre la necesidad de
cuidar el medio ambiente. La gente se congregaba a su alrededor rápidamente, y
pronto se convirtió en alguien tan poderoso que fue elegido como uno de los
líderes de las Naciones Unidas. Vi a este ruso montando un caballo blanco, y
sabía que su crecimiento se daría antes del año 2000.
CAJAS OCHO Y NUEVE: CHINA LUCHA CONTRA RUSIA
En las cajas ocho y nueve se veía el enojo creciente de China contra la
Unión Soviética. Cuando estas visiones tuvieron lugar en 1975, no sabía que la
Unión Soviética se desintegraría. Ahora pienso que la tensión que vi en esa
visión era el resultado de la muerte del comunismo soviético, que dejó a los
chinos como los líderes del mundo comunista.
En ese momento, las visiones eran un rompecabezas para mí. Vi disputas por
fronteras y luchas intensas entre ejércitos soviéticos y chinos. Finalmente,
los chinos acumularon sus ejércitos en la frontera y entraron por la fuerza en
la región.
La batalla principal fue sobre una línea ferroviaria, que los chinos
ocuparon con una intensa lucha. Después penetraron por la fuerza bien adentro
de la Unión Soviética, cortando el país por la mitad y adueñándose de los
campos de petróleo de Siberia. Vi nieve, sangre y petróleo, y supe que la
pérdida de vidas había sido cuantiosa.
CAJAS DIEZ Y ONCE: TERREMOTOS ECONÓMICOS, TORMENTA EN EL DESIERTO
Las cajas diez y once llegaron en rápida sucesión. Revelaban escenas del
colapso económico del mundo. En términos generales, estas visiones mostraban el
mundo en el cambio de siglo en una horrible agitación, tan grande que tenía como consecuencia un nuevo
orden internacional que era realmente de feudalismo y de luchas.
En una de las visiones, la gente hacía cola para sacar dinero de los
bancos. En otra, los bancos eran cerrados por el gobierno. La voz que
acompañaba las visiones me dijo que esto sucedería en los noventa y que sería
el comienzo de un conflicto económico que conduciría a la bancarrota de Estados
Unidos para el año 2000.
La caja mostraba imágenes con signos de dólares volando mientras que la
gente cargaba gasolina y se veía alarmada. Yo sabía que eso significaba que el
precio del petróleo estaba disparándose fuera de control.
Vi trece nuevas naciones entrando al mercado mundial en las postrimerías de
los noventa. Eran naciones con una capacidad productiva que las ponía en un
nivel de competitividad con Estados Unidos. Uno a uno, nuestros mercados
europeos comenzaban a hacer negocios con estos países, lo cual hacía aun más
lenta nuestra economía. Todo esto conducía a una economía profundamente
debilitada.
Pero el fin de Estados Unidos como poder mundial llegaba como visiones de
dos horrendos terremotos en los que los edificios se sacudían y caían como los
bloques de madera de un niño. Yo sabía que estos temblores sucedían en algún
momento antes del fin de siglo, pero no podía precisar dónde sucedería.
Recuerdo ver un gran caudal de agua que probablemente fuera un río.
El costo de la reconstrucción de estas ciudades destrozadas sería el
desastre final para nuestro gobierno, ahora tan
quebrado económicamente que apenas podría mantenerse vivo. La voz en la visión
me dijo que así sucedería, mientras que las imágenes de la caja mostraban a los
americanos pasando hambre y haciendo cola para conseguir comida.
Al final de la caja diez se veían imágenes de guerra en el desierto, un
desfile impactante de poderío militar. Vi ejércitos corriéndose unos a otros en
el desierto, con grandes nubes de polvo levantándose al paso de los tanques que
cruzaban el estéril suelo. Había fuego de cañón y explosiones que parecían
relámpagos. La tierra se sacudía y después había silencio. Como un pájaro, yo
volaba sobre grandes superficies de tierra ocupada por equipamiento militar
destruido.
Cuando estaba abandonando la caja, la fecha 1990 vino a mi cabeza. Ese año
fue el de la Tormenta del Desierto, la operación militar que aplastó al
ejército de Irak por ocupar Kuwait.
La caja once comenzó con Irán e Irak en posesión de armas nucleares y
químicas. Incluido en este arsenal había un submarino cargado con misiles
nucleares. El año, dijo una voz en la visión, era 1993.
Vi a este submarino surcando a toda velocidad las aguas de Medio Oriente,
piloteado por gente que reconocía como iraníes. Me daba cuenta de que su
propósito era detener un embarque de petróleo desde el Medio Oriente. Alababan
tanto a Dios en su discurso que tuve la impresión de que ésa era alguna clase
de misión religiosa.
Los misiles que ocupaban el desierto del Medio Oriente estaban equipados
con ojivas químicas. No sé a qué lugar
estaban destinados pero sí sé que había temor en todo el mundo por las
intenciones de las naciones árabes que los tenían.
La guerra química jugaba un rol en una horrible visión de terrorismo que
tiene lugar en Francia antes del año 2000. Comienza cuando los franceses
publican un libro que enfurece al mundo árabe. No sé el título de este libro,
pero el resultado de su publicación es un ataque químico de parte de los árabes
en una ciudad en Francia. Un químico es vertido en la provisión de agua y miles
de personas la beben y mueren antes de que pueda ser eliminado.
En una visión breve vi a los egipcios provocando disturbios en las calles
mientras que una voz me decía que en aproximadamente 1997, Egipto colapsaría
como democracia y sería dominado por fanáticos religiosos.
Las visiones finales de la caja once eran como muchas de las imágenes que
ahora vemos de Sarajevo: ciudades modernas derrumbándose bajo el peso de la
guerra, sus habitantes luchando unos con otros por razones que iban desde el
racismo hasta el conflicto religioso. Vi muchas ciudades pequeñas de todo el
mundo, en las que ciudadanos desesperados comían a sus propios muertos.
En una de tales escenas, europeos de una región accidentada lloraban
mientras cocinaban carne humana. En una rápida sucesión vi a gente de las cinco
razas comiendo a su prójimo.
CAJA DOCE: TECNOLOGÍA Y VIRUS
La caja undécima se retiró y yo ya estaba dentro de la caja duodécima. Sus
visiones estaban dedicadas a un evento importante en el futuro lejano, la
década de los noventa (recuerda, estábamos en 1975), cuando muchos de los
grandes cambios tendrían lugar.
En esta caja yo veía cómo un ingeniero en biología del Medio Oriente
encontraba una forma de alterar el ADN y crear un virus biológico que sería
usado en la fabricación de chips de computadoras. Este descubrimiento permitía
enormes avances en ciencia y tecnología. Japón, China y otros países de la
costa del Pacífico experimentaban tiempos de prosperidad como resultado de este
descubrimiento y se convertían en poderes de increíble magnitud. Los chips de computadoras
producidos a partir de este proceso entraban virtualmente en toda forma de
tecnología, desde autos y aviones hasta aspiradoras y licuadoras.
Antes de cambiar de siglo, este hombre estaba entre los más ricos del
mundo, tan rico que tenía dominio sobre la economía mundial. Sin embargo, el
mundo le daba la bienvenida, dado que los chips de computadoras que él había
diseñado de algún modo ponían al mundo en estabilidad.
Gradualmente sucumbía a su propio poder. Comenzaba a pensar que era una
deidad e insistía en tener un mayor control sobre el mundo. Con ese control
extra, comenzaba a dominarlo.
Su método para dominar el mundo era único. A todas las personas se les
exigía por ley tener uno de sus chips de
computadoras insertado bajo la piel. Este chip contenía toda la información
personal de un individuo. Si una agencia del gobierno quería saber algo, todo
lo que tenía que hacer era escanear el chip con un artefacto especial. Al hacer
eso, podía descubrir todo sobre la persona, desde el lugar donde trabajaba y
vivía hasta su historia médica, e incluso qué clase de enfermedades podría
padecer en el futuro.
Este chip tenía incluso un lado aun más siniestro. El tiempo de vida de una
persona podía ser limitado programando este chip para que se disolviese y matase
a esta persona con la sustancia viral de la que estaba hecho. Los tiempos de
vida estaban controlados de este modo para evitar el costo que las personas que
se van volviendo ancianas implica para el gobierno. También era usado como un
medio para eliminar a personas con enfermedades crónicas que significaban una
sangría para el sistema médico.
Las personas que se rehusaban a que les implantasen estos chips en sus
cuerpos vagaban como parias. No podían conseguir empleo y se les negaban los
servicios del gobierno.
LAS VISIONES FINALES
En el mismísimo final llegaba una decimotercera visión. No sé de dónde
venía. No vi que un Ser de Luz la acercase en una caja, ni vi a nadie que se la
llevase. Esta visión era de muchos modos la más importante de todas, porque
resumía todo lo que había visto en las doce cajas anteriores.
A través de telepatía podía oír al Ser diciendo: “Si actúas según lo que se
te ha enseñado y sigues viviendo del mismo modo en que has vivido los últimos
treinta años, todo esto seguramente se te vendrá encima. Si cambias, puedes
evitar la guerra que se avecina”.
Escenas de una horrible guerra mundial acompañaban este mensaje. Cuando las
visiones aparecían en la pantalla, el Ser me dijo que los años 1994 a 1996 eran
críticos en la determinación del comienzo de la guerra. “Si sigues este dogma,
el mundo para el año 2004 no será el mismo que conoces ahora”, dijo el Ser.
“Pero todavía puede ser cambiado y puedes ayudar a cambiarlo”.
Escenas de la Tercera Guerra Mundial cobraban vida delante de mí. Yo estaba
en cientos de lugares al mismo tiempo, desde desiertos a bosques, y veía un
mundo lleno de luchas y caos. De algún modo era claro que ésta era la guerra
final, un Armagedón si quieres, causado por el temor. En una de las más
desconcertantes visiones, vi a un ejército de mujeres con togas y velos negros
marchando a través de una ciudad europea.
“El temor que estas personas están sintiendo es innecesario”, dijo el Ser
de Luz. “Pero es un temor tan grande que los humanos renunciarán a todas sus
libertades en nombre de la seguridad”.
También vi escenas que no eran de guerra, sino visiones de desastres
naturales. En algunas partes del mundo que alguna vez habían sido fértiles para
el trigo y el maíz, vi campos agotados, resecos y con surcos, que los granjeros
habían renunciado a intentar trabajar. En otras partes del mundo, torrenciales
tormentas de lluvia habían arrancado la
tierra, carcomiendo la capa superior del suelo y creando ríos de barro espeso y
oscuro.
La gente moría de hambre en esta visión. Mendigaban comida en las calles,
alargando cuencos y tazas e incluso sus manos, con la esperanza de que alguien
les ofreciera un resto de algo para comer. En algunas de estas imágenes,
algunas personas se habían dado por vencidas o estaban demasiado débiles como
para mendigar y estaban acurrucadas en el suelo esperando el regalo de la
muerte.
Vi guerras civiles estallando en América Central y Sudamérica y el
nacimiento de gobiernos socialistas en todos estos países antes del año 2000.
Cuando estas guerras se intensificaban, millones de refugiados pasaban a
raudales a través de la frontera de Estados Unidos, buscando una nueva vida en
Norteamérica. Nada de lo que hiciéramos podía detener a estos inmigrantes. Eran
impulsados por el temor a la muerte y la pérdida de confianza en Dios.
Vi a millones de personas que se dirigían en torrentes hacia el norte desde
Nicaragua y El Salvador, y más millones que cruzaban el Río Grande y entraban
en Texas. Había tantos inmigrantes que teníamos que llenar la frontera de tropas
y obligarlos a volver a cruzar el río.
La economía mejicana estaba en ruinas por estos refugiados y colapsaba bajo
la presión.
Cuando estas visiones terminaron, me di cuenta, con total sorpresa, de que
estos Seres estaban tratando desesperadamente de ayudarnos, no porque fuéramos
tan buenos muchachos, sino porque si nosotros no avanzábamos espiritualmente aquí en la Tierra, ellos no
podían ser exitosos en su mundo. “Ustedes, los humanos, son realmente los
héroes”, me dijo un Ser. “Aquellos que van a la Tierra son los héroes y
heroínas, porque están haciendo algo que ningún otro ser espiritual tiene el
coraje de hacer. Han ido a la Tierra a crear conjuntamente con Dios”.
Mientras que cada una de estas cajas se me presentaba, mi mente
reflexionaba sobre las mismas preguntas una y otra vez. ¿Por qué me está
sucediendo esto? ¿Qué son estas escenas de las cajas y por qué me son
mostradas? No sabía qué estaba sucediendo, y a pesar del aparentemente infinito
conocimiento que había recibido antes, no podía encontrar las respuestas a
estas preguntas. Estaba viendo el futuro y no sabía por qué.
Después de las visiones finales, el decimotercer Ser de Luz respondió mis
preguntas. Era más poderoso que los otros, o al menos yo supuse que lo era. Sus
colores eran más intensos, y los otros Seres parecían respetarlo. Su
personalidad era expresada en su luz y abarcaba todas las emociones de sus
Seres amigos.
Sin palabras, me dijo que todo lo que acababa de ver estaba en el futuro,
pero no necesariamente grabado en piedra.
“El fluir de los sucesos humanos puede cambiarse, pero primero la gente
tiene que saber qué son”, dijo el Ser. Él me comunicó nuevamente su convicción
de que los seres humanos eran maravillosos, poderosos y seres espirituales
divinos. “Aquí nosotros consideramos que todo el que va a la Tierra es un gran
aventurero”, dijo. “Tú tuviste el coraje de
ir y expandir tu vida y ocupar tu lugar en la gran aventura que Dios creó,
conocida como mundo”.
Entonces me dijo cuál era mi propósito en la Tierra. “Tú estás allí para
crear capitalismo espiritualista”, dijo. “Tienes que comprometerte con este
sistema futuro cambiando los procesos de pensamiento de la gente. Muéstrale a
la gente cómo confiar en su esencia espiritual en lugar de depositar esa
confianza en el gobierno o las iglesias. La religión está bien, pero no dejes
que la gente esté totalmente controlada por ella. Los seres humanos son seres
espirituales divinos. De todo lo que necesitan darse cuenta es de que el amor
es tratar a los otros de la forma en que ellos mismos desean ser tratados”.
Después el Ser me hizo saber qué se suponía que debía hacer en la Tierra a
mi regreso. Debía crear centros a los que la gente pudiera ir a reducir el
estrés de sus vidas. A través de la reducción del estrés, dijo el Ser, los humanos
llegarán a darse cuenta, “como nosotros lo hacemos”, que son seres espirituales
superiores. Se volverán menos temerosos y más amables con su prójimo.
Después vi una imagen de siete salas, siendo cada una un paso en el
proceso:
- una “sala de terapia” en la que las personas
se reunían y hablaban unas con otras.
- una clínica de masaje, en donde las personas
no solo recibían masajes sino que también masajeaban a otras.
- una cámara de aislamiento sensorial, que era
algún tipo de cámara que le permitía
a la gente relajarse y profundizar en el conocimiento de sí misma.
- una sala equipada con máquinas de
biorretroalimentación, que le permitía a la gente ver la extensión hasta
la cual podía controlar sus emociones.
- una zona para la lectura que les permitía a
aquellos con habilidades de videntes brindar a los pacientes sus
consideraciones personales.
- una sala con una cama cuyos componentes
musicales relajaban a una persona tan profundamente que podía realmente
abandonar su cuerpo.
- un cuarto para el reflejo hecho de acero
inoxidable o cobre brillante en el interior y con una forma tal que la
persona que estaba dentro no podía ver su propio reflejo (Vi que las
paredes estaban hechas de acero inoxidable pulido, pero no comprendí el
propósito de este cuarto).
Un octavo componente del proceso era cuando la persona regresaba a la
habitación con la cama y estaba conectada nuevamente con los instrumentos de
biorretroalimentación. Cuando la persona entraba en un estadio de profunda
relajación, era guiada a un reino espiritual. Los instrumentos de
retroalimentación la ayudaban a darse cuenta de los sentimientos requeridos
para alcanzar esos estados de profunda relajación.
“El propósito de todas estas habitaciones es mostrarle a la gente que puede
estar en control total de sus vidas a través de Dios”, dijo el Ser.
Ahora sé que cada una de estas habitaciones representaba una forma moderna
de un oráculo antiguo, los templos del espíritu y el misterio que eran
populares en la antigua Grecia. Por ejemplo, lo que tiene lugar en la cama es
similar a la incubación del sueño que tuvo lugar en el Templo de Asclepios. La
zona de lectura representa el Templo de Apolo en Delfos, donde la gente solía
hablar con los espíritus. La sala para el reflejo es la “Necromanteum” de
Efira, donde los antiguos iban a ver apariciones de sus seres queridos que ya
habían partido. (No descubrí esto sino muchos años más tarde, cuando el Dr.
Raymond Moody, que tiene un doctorado en filosofía además de ser médico, notó
la relación entre estas salas y los oráculos).
¿Cómo se suponía que yo construiría estos modernos oráculos? El Ser me dijo
que no me preocupase, que los componentes para todas estas habitaciones
vendrían a mí, y cuando llegasen, yo los pondría en su lugar. ¿Cómo podía ser?
No sabía nada sobre el tema. Sabía un poquito sobre meditación porque solía
hacerla cuando practicaba artes marciales de niño. Pero ciertamente no sabía lo
suficiente sobre estas cosas como para construir esta clase de complejos. “No
te preocupes”, dijo el Ser. “Vendrá a ti”. El Ser llamó a estos lugares
“centros”; me dijo que mi misión sobre la Tierra sería crearlos. Después me
dijo que era el momento de regresar a la Tierra.
Yo me resistía. Me gustaba este lugar. Había estado allí tan poco tiempo, pero ya podía ver que
en él era libre para deambular en tantas direcciones que era como tener acceso
total al universo. Después de haber estado allí, regresar a la Tierra era como
confinarme a vivir en la cabeza de un alfiler. Sin embargo, no tenía opción.
“Esto es lo que te pedimos. Debes regresar a cumplir esta misión”, dijo el
Ser de Luz.
Y después regresé.
SEIS: El regreso.
Dejé la ciudad de cristal desvaneciéndome en una atmósfera que era de un
color azul-gris intenso. Era el mismo lugar al que había ido al principio,
cuando me cayó el rayo, de modo que lo único que puedo suponer es que era la
barrera que cruzamos cuando entramos al mundo espiritual.
Salí de esta atmósfera de espalda. Lentamente, y sin esfuerzo, pude darme
vuelta y, al hacerlo, pude ver que estaba flotando en el corredor. Debajo de mí
había una camilla con un cuerpo tendido inmóvil, cubierto con una sábana. La
persona que estaba debajo de la sábana estaba muerta.
A la vuelta del corredor oí que un ascensor se abría. Vi a dos camilleros
en trajes blancos que salían del ascensor y caminaban hacia el hombre muerto.
Hablaban como dos muchachos que hubieran salido recién de jugar al billar, y
uno de ellos estaba fumando, soplando grandes nubes de humo hacia el cielo raso
donde yo estaba flotando. Percibí que estaban allí para llevar ese cuerpo a la
morgue.
Antes de que llegaran hasta el hombre muerto, mi amigo Tommy atravesó la
puerta y se apostó cerca de la camilla. Fue entonces que me di cuenta que el
hombre que estaba debajo de la sábana era yo. Estaba muerto. Era yo —o lo que
quedaba de mí— ¡que estaba a punto de ser llevado a la morgue!
Podía sentir la tristeza de Tommy por mi muerte. No podía dejarme ir.
Mientras estaba parado allí y miraba fijamente mi cuerpo, yo sentía el amor que
me llegaba de él mientras me rogaba que volviera a la vida.
Para entonces, mi familia completa había llegado al hospital, y yo podía
sentir sus plegarias también. Mis padres, mi hermano y hermana estaban sentados
en la sala de espera con Sandy. No sabían que yo estaba muerto porque al médico
se le partía el corazón el tener que decírselos. En cambio, dijo que
probablemente yo no sobreviviría mucho más.
El amor realmente puede dar vida, pensé, mientras flotaba en el corredor.
El amor puede hacer la diferencia. Mientras me concentraba en Tommy, sentí que
me volvía más denso. Un instante después, estaba mirando la sábana desde la
cama.
Este regreso a mi cuerpo humano me puso en posesión nuevamente de su dolor.
Estaba en llamas otra vez, adolorido y con la agonía de ser quemado desde
adentro hacia afuera, como si tuviera ácido en todas mis células. En mis oídos
comenzó a sonar un timbre tan alto que pensé que estaba dentro de la torre de
un campanario. Mi lengua se había hinchado y llenaba mi boca completamente. En
mi cuerpo había líneas azules que se cruzaban, marcando
el paso que el rayo había tomado al expandirse desde mi cabeza al piso. No
podía verlas, pero podía sentir su ardor.
No podía moverme, lo que representa un mal estado en el que estar cuando
los camilleros vienen a buscarte para llevarte a la morgue. Traté de moverme,
pero no importaba cuán duro tratase, no podía mover un solo músculo.
Finalmente, hice lo único que pude, soplé la sábana.
“¡Está vivo, está vivo!”, gritó Tommy.
“Mira, sí”, dijo uno de los camilleros. Tiró de la sábana y allí estaba yo,
mi lengua colgando fuera de mi boca y mis ojos en blanco. De repente comencé a
convulsionar como un epiléptico que tiene un ataque.
El camillero que estaba fumando arrojó su cigarrillo al piso y me empujó de
nuevo a la sala de emergencias. “Todavía está vivo”, gritó. Los doctores y
enfermeras se pusieron en acción de un salto.
Trabajaron en mí por otros treinta minutos. Un médico gritaba órdenes y los
enfermeros las seguían. En una rápida sucesión clavaron agujas en mis brazos,
mi cuello y mi corazón. Alguien puso las paletas nuevamente en mi pecho, pero
no recuerdo haber sentido nada de electricidad, de modo que tal vez solo
estaban tratando de monitorear mi frecuencia cardíaca. Alguien puso algo en mi
boca. Otra persona mantuvo mis ojos abiertos y los miró con una luz potente. A
lo largo de todo esto, yo deseaba estar muerto y regresar a la ciudad de
cristal, donde no había dolor y el conocimiento fluía libremente.
Pero no podía regresar. A medida que las medicinas hacían su magia, comencé
a sentir como si realmente estuviese en la sala. No podía ver bien, y las luces
brillantes sobre mi cabeza quemaban mis ojos de tal modo que pedía a gritos que
las apagasen. Pero yo estaba de regreso en el mundo real para quedarme.
Cuando terminaron en la sala de emergencias, me llevaron en la camilla a
una pequeña habitación al costado. Esta habitación tenía una cortina en lugar
de una puerta y aparentemente era usada cuando los pacientes estaban listos
para ser trasladados desde la sala de emergencias a la unidad de cuidados
intensivos.
El doctor me dio una inyección de morfina y yo estaba de repente flotando
sobre mi cuerpo de nuevo, mirando hacia abajo mientras Tommy entraba a
hurtadillas en la habitación para estar a mi lado. Yo miraba mientras él
revisaba los cajones y armarios, confiando en su entrenamiento médico en la
Armada para determinar el tipo de trabajo que se hacía en esta habitación.
Varios días después, en una lenta y casi incoherente forma de hablar, le
dije a Tommy algo de lo que había sucedido. Después le dije: “Yo te vi hurgando
los estantes y cajones en esa habitación. ¿Qué estabas haciendo?”. Dado que yo
había estado inconsciente por la morfina en ese momento, le impactó que pudiera
haber visto lo que él había hecho, y eso lo convenció de que algo realmente
extraordinario había ocurrido cuando yo había muerto.
Pero eso vino después. Durante los primeros siete días, yo estuve
paralizado. La gente se sentaba conmigo en mi habitación, pero yo no podía
abrazarlos. Amigos y familiares me
hablaban, pero apenas podía devolverles unas pocas palabras. A veces tenía
conciencia de que había gente en la habitación, pero no sabía quiénes eran o
por qué estaban allí. A veces ni siquiera me daba cuenta de que eso que estaba
en mi habitación eran personas. Y dado que la luz lastimaba tanto mis ojos,
necesitaba tener una habitación totalmente oscura, con cortinas que no dejaban
pasar nada de luz.
El mundo en el que vivía cuando estaba durmiendo tenía sentido. Si el mundo
cuando estaba despierto podía ser considerado “incoherente”, tal como lo
expresó un médico, entonces mi tiempo de sueño era un modelo de coherencia.
Cuando estaba dormido, yo volvía a la ciudad de cristal, y era entrenado para
hacer las muchas cosas que la visión requería que hiciera. Mientras dormía me
hacían entender sistemas de circuitos electrónicos y reconocer los componentes
que necesitaría para hacer la cama.
Estos sueños continuaron por varias horas todos los días, por al menos
veinte días. Eran maravillosos. Mi mundo, cuando estaba despierto, estaba lleno
de dolor e irritación. Mi mundo, al dormir, estaba lleno de libertad,
conocimiento y emoción. Despierto, la gente que me rodeaba simplemente estaba
esperando que muriese. Dormido, se me mostraba cómo vivir una vida productiva.
Cuando digo que la gente en el hospital sólo estaba esperando que muriese,
no estoy siendo cínico. Nunca tuvieron esperanzas de que yo pudiera sobrevivir,
y me consideraban una especie de misterio médico.
Por ejemplo, un equipo de especialistas vino desde la ciudad de Nueva York,
solo para examinarme. Uno de ellos me dijo
que nadie que recordase había sobrevivido a semejante rayo y que él quería
examinarme mientras todavía estuviese vivo. Pasaron tres días en el hospital,
señalándome y pinchándome mientras yo yacía paralizado. Una cosa
particularmente horrible que hicieron fue un examen de almohadilla de alfileres
en el que clavaban agujas de siete pulgadas de largo en mis piernas para ver si
yo podía sentir algo. Lo sorprendente fue que no podía sentir las agujas para
nada, aunque veía que me las insertaban en mis piernas.
Yo estaba aterrorizado. Debo de haber lucido muy asustado cuando comenzaron
con el examen de almohadilla, porque el médico se detuvo justo antes de
insertar la aguja en mi pierna y me miró. No creo que se haya dado cuenta de
que yo sabía lo que estaba sucediendo. Estaba parado allí con guantes de goma
puestos y la aguja en su mano y dijo: “Buscaremos algún nervio que esté vivo
ahí dentro”. Entonces deslizó la aguja dentro de mi pierna.
Podía ver la mirada de sorpresa en los rostros de los médicos y enfermeros
cada vez que entraban en la habitación y me encontraban todavía vivo. Sé que
esperaban que mi corazón se detuviera o el dolor me matase, y, para ser
sincero, el dolor era tan grande que yo quería morir. Pero también sabía la
verdad: sobreviviría. Mi experiencia en la ciudad de cristal y los sueños que
estaba teniendo todas las noches me aseguraban que estaba condenado a vivir.
Y la palabra “condenado” era una descripción precisa de cómo me sentía con
lo que estaba sucediendo. Estaba en una
constante agonía ahora. A menudo me he preguntado por qué no podía sentir el
examen de almohadilla. He llegado a la conclusión de que el dolor en mi cuerpo
era tan grande que no podía sentir nada que le fuera hecho desde afuera.
Después de todo, ¿cuán doloroso puede ser un pinchazo de aguja para una persona
que está quemada desde adentro hacia afuera? El dolor era tan abrumador y yo
estaba en tan malas condiciones que no podía imaginarme que me curaría lo
suficiente como para tener una vida normal. Esa es la razón por la que me
sentía condenado a estar vivo.
Después de ocho días de estar tendido sobre mi espalda, hice un
descubrimiento. Podía mover mi mano izquierda.
Descubrí esto cuando mi nariz comenzó a picar. El dolor había disminuido y
ahora tenía puntos que picaban en todo mi cuerpo y se sentían como si tuviera
urticaria. Una de las peores zonas era mi nariz. Me había acostumbrado tanto a
estar paralizado que simplemente estaba tendido allí y deseaba que la picazón
pasara. No sucedía. Comencé a pensar acerca de rascarme mi nariz cuando me di
cuenta de que los dedos de mi mano izquierda se estaban moviendo. Con gran
concentración, comencé a levantar mi mano hacia mi rostro. El esfuerzo era como
levantar una pesada barra de pesas. Varias veces tuve que detenerme y descansar
por el esfuerzo. Finalmente, después de lo que seguramente debe de haber sido
una hora, alcancé mi nariz. El punto ya no picaba, pero yo me lo rasqué de
todos modos por haberlo logrado. Allí fue que vi que las uñas de mis dedos habían sido quemadas por el rayo y no
eran sino cabos negros.
Era el momento de comenzar mi propia rehabilitación.
Había decidido hacer que mi cuerpo funcionara de nuevo, un músculo por vez.
Mi hermano me trajo una copia de Gray’s Anatomy al hospital. Este libro
describe el funcionamiento del cuerpo humano, con detalladas explicaciones
escritas y un dibujo lineal de cada parte del cuerpo. Mi hermano me hizo un
tocado con una percha y un lápiz, de modo que pudiera pasar las hojas con la
goma de borrar del lápiz al mover mi cabeza.
Comencé a mirar cada músculo de mi mano, examinando el dibujo en el libro
mientras me concentraba en los músculos y trataba de moverlos de a uno por vez.
Hora tras hora, miraba el libro y después miraba mi mano, hablándole,
maldiciéndola, haciéndola moverse. Cuando la mano izquierda funcionó, hice lo
mismo con la mano derecha, y lo mismo con todo mi cuerpo. Los momentos más
maravillosos eran cuando podía mover un músculo, aunque éste tuviera el tamaño
de un octavo de pulgada. Cuando eso sucedía, sabía que mi cuerpo funcionaría
nuevamente.
Algunos días después de comenzar esta forma de terapia, decidí salir de la
cama. No tenía esperanzas de caminar, al menos no todavía. Todo lo que quería
hacer era salir de la cama y después volver a entrar en ella por mis propias
fuerzas.
Tarde a la noche, cuando ya no había enfermeros en mi habitación, giré
hasta salir de mi cama y golpeé el suelo con un ruido sordo y doloroso. Después
me esforcé por volver a la cama de la que
acababa de tirarme. Giré sobre mi estómago y moví lentamente mi trasero en el
aire como un gusano. Entonces me prendí de los barrotes de hierro de la cama,
de las sábanas, el colchón y cualquier otra cosa de la que pudiese aferrarme.
Varias veces caí nuevamente al piso frío. Una vez me quedé dormido del
cansancio. Pero para la mañana, yo estaba de vuelta en mi cama.
Dado que los enfermeros controlaban a los pacientes cada cuatro horas, me
imagino que mi trepada de regreso debe de haberme tomado al menos ese tiempo.
Estaba tan feliz y exhausto como un alpinista que hubiese llegado a la cumbre
del monte Everest. Yo sabía que estaba en el camino de regreso.
Con todo, ninguna otra persona pensaba que yo lograría sobrevivir. Los
enfermeros tenían miradas de desesperación cuando entraban a verme. Oí decir a
médicos en el pasillo que mi corazón estaba demasiado afectado y que yo moriría.
Aun mi familia tenía sus dudas. Me veía respirar trabajosamente y luchar para
moverme, y pensaba que quedaba muy poco tiempo antes de que muriese. “Oh,
Dannion, se te ve muy bien hoy”, decían mis amigos, pero la mirada en sus
rostros revelaba horror total, como si estuviesen examinando un gato aplastado
en la entrada de su casa.
Habría deseado tener una cámara de filmación posicionada al lado de mi
cabeza, para grabar las expresiones de la gente mientras trataba de mantener su
compostura cuando me veía.
Un día, por ejemplo, mi tía entró en la habitación y se mantuvo parada a los pies de la cama. Me miró
fijamente por un minuto, hasta que se le unió su hija que se paró a su lado.
“Parece Jesús, ¿no es cierto?”, dijo mi tía.
“Es verdad”, dijo mi prima. “Tiene una especie de brillo, como Jesús debe
de haber tenido cuando lo bajaron de la cruz”.
Otra vez, un vecino vino a visitarme. Entró en la habitación con una gran
sonrisa en su rostro, pero cuando se paró delante de mí y miró hacia abajo, la
sonrisa se marchitó en proporción directa al dolor que debe de haber estado
sintiendo en su estómago. Verme lo estaba descomponiendo.
“No vomites sobre mí”, dije.
Afortunadamente, retrocedió y dejó la habitación.
Una vez un visitante sí vomitó. Me despertó alguien que corría mi cortina y
decía: “¡Oh, mi Dios!”. Después simplemente se descompuso; se inclinó e hizo
arcadas, continuó haciendo arcadas mientras retrocedía y salía de la
habitación. Nadie ha admitido haber hecho esto, y todavía no sé quién era.
A través de este espectáculo de horror, yo continué en íntima comunicación
con los Seres de Luz. Noche tras noche mis sueños me mostraban mi futuro. Me
mostraban circuitos, planes de construcción y partes de los componentes.
También me dieron una fecha límite: debía tener el modelo de funcionamiento del
centro completo para 1992.
Para el fin de septiembre de 1975, fui dado de alta del hospital. Contra
todas las apuestas, había sobrevivido. Los
doctores también pensaban que yo quedaría ciego por la experiencia, pero estaban
equivocados. Mis ojos se habían vuelto tan sensibles a la luz que tenía que
usar anteojos de protección de soldadores afuera, pero podía ver. Ninguno de
los médicos pensó que podría moverme nuevamente, pero en ese momento, solo
trece días después de que me cayó el rayo, yo podía salir de la cama
arrastrándome y dejarme caer en una silla de ruedas. Me llevó casi treinta
minutos hacerlo, pero insistí en hacerlo por mí mismo. También predijeron que
mi corazón se detendría en unas pocas horas después del rayo. Pero ahí estaba
él, latiendo todavía mientras me llevaban en mi silla por el corredor hasta el
auto.
Antes de partir, uno de los doctores me preguntó cómo había sido esta
experiencia. Yo fui lento al responder, pero la imagen que vino inmediatamente
a mi mente fue la de Juana de Arco.
“Siento que Dios me quemó en la hoguera”, dije en forma balbuceante.
Después me llevaron en silla hacia fuera del hospital y me introdujeron en
un auto que me estaba esperando.
SIETE: En casa.
Sé que Sandy me pasó a buscar por el hospital porque ella me dijo más tarde
que lo había hecho. Imagino que había alguna especie de fanfarria cuando llegué
a casa, pero honestamente no recuerdo ningún globo o carteles que dijeran
“Bienvenido a casa, Danny”. No oí a nadie decir que me habían enviado a casa a
morir, pero eso es lo que los médicos habían dicho a mis padres y a Sandy.
“Dejemos que vaya a su casa y viva allí sus últimos días”, dijo uno de los
doctores. “Estará más cómodo ahí”.
La verdad es que la mayor parte del tiempo yo no sabía si estaba en el
hospital o fuera de él. La vida era muy básica para mí porque los nervios de mi
cuerpo estaban fundidos. La realidad me llegaba de a pedazos, como los de un
rompecabezas. Conocía a personas y después no las conocía. Sabía dónde estaba y
después me asustaba porque de repente estaba en un lugar extraño. Yo era la
cáscara de una persona.
Después de haber estado en casa un par de días, por ejemplo, me encontré
sentado a la mesa de la cocina charlando con una mujer. Ella sorbía café y
hablaba acerca de personas y sucesos sobre
los que yo no sabía nada. Me gustaba la mujer. Ella en sí tenía una forma
familiar y era muy agradable.
“Discúlpeme”, la interrumpí. “Pero ¿quién es usted?”.
El rostro de la mujer se vio impactado. “¿Por qué, Dannion?, soy tu mamá”.
Mi resistencia también estaba terriblemente reducida. Podía estar parado
por quizás quince minutos por vez. A veces podía caminar aproximadamente diez
pasos, pero después de eso estaba tan exhausto que tenía que dormir por al
menos veinte horas.
Cuando estaba dormido, tenía lugar la acción real. Regresaba a la ciudad de
cristal, donde concurría a clases dictadas por los Seres de Luz.
Estas visiones no eran las mismas que aquellas de la experiencia cercana a
la muerte. Esta vez yo tenía consciencia de mi cuerpo físico y también de una
forma diferente de enseñar de los Seres. Cuando estaba en la forma de espíritu,
era bañado en conocimiento y solo tenía que pensar sobre algo para
comprenderlo. Estas sesiones en un salón de clases eran diferentes en que yo
tenía que esforzarme para aprender mis lecciones. El esfuerzo provenía de la
forma en que la clase era enseñada. Se me mostraba el equipo que se suponía yo
debía construir, pero no se me decía mucho sobre él. En lugar de eso, yo miraba
cómo los Seres Espirituales operaban el equipo. Dependía de mí el que
aprendiese cómo construirlo a partir de la deducción. Se me mostraron los siete
componentes de la cama, por ejemplo, pero no me dijeron sus nombres. Y vi cómo
funcionaban las ocho partes de los
centros, pero no me dieron un manual técnico que me mostrara cómo integrarlas a
todas.
Este método de aprendizaje por observación y deducción hacía que mi misión
fuera extremadamente difícil. También me dejaba con algunos acertijos que
todavía debo resolver.
En un punto, por ejemplo, me hicieron recorrer una sala de operaciones del
futuro. No había escalpelos o instrumentos cortantes en esta sala de
operaciones. En cambio, toda la curación era hecha por luces especiales. A los
pacientes les daban medicación y los exponían a estas luces, me dijo un Ser que
estaba conmigo, y eso cambiaba la vibración de las células dentro del cuerpo. Cada
parte del cuerpo tiene su propia frecuencia de vibración, dijo el Ser. Cuando
esa frecuencia cambia, se dan ciertas enfermedades. Estas luces hacían volver
un órgano enfermo a su adecuada frecuencia vibratoria, curando cualquier
enfermedad que lo estuviera aquejando.
Estas visiones médicas me fueron mostradas como visiones de un futuro
lejano. No se relacionaban con mi misión de construir los centros de otro modo
que el de mostrar los efectos del estrés sobre un organismo humano.
Fui afortunado por tener una vida espiritual tan rica, porque mi vida
física era un desquicio. Dos meses después del accidente, dormía mucho menos
pero todavía tenía que esforzarme para hacer cosas simples. Solo salir de la
cama y llegar a la sala de estar requería la planificación de un viaje muy
importante. Por un tiempo, traté de caminar por el corredor, pero perdía el
conocimiento constantemente y me
despertaba con mi cara aplastada contra el piso. Una mañana salí de la cama y
caí al suelo. Me debo de haber golpeado fuerte porque, cuando me desperté, un
charco de sangre había salido de mi nariz quebrada. El accidente me aturdió
tanto que estuve tendido allí todo el día, hasta que Sandy llegó a casa.
En una mañana típica me despertaba bien pasadas las ocho, después de que
Sandy había partido hacia su trabajo. Me llevaba tanto como una hora y media
salir de la cama, dado que las largas horas de sueño me habían dejado los
músculos adoloridos y entumecidos.
Después de bajarme de la cama en cuatro patas, me arrastraba sobre mi estómago
hasta la sala de estar y pasaba mi día sentado en el sofá, demasiado exhausto
para moverme. Con frecuencia me hacía en mis pantalones porque estaba demasiado
cansado y era demasiado lento como para llegar al baño a tiempo. Cuando comía
lo que Sandy me dejaba en la mesa del café, siempre usaba una cuchara. Cuando
usaba un tenedor, simplemente no podía encontrar mi boca, e invariablemente me
pinchaba en un ojo o en la frente con él. La primera vez que sucedió esto,
estaba tratando de comer un pedazo de pollo y me pinché tan fuerte en la frente
que me salió sangre. No podía comer nada que fuera tramposo, como arvejas,
porque temblaba tanto que se caían de la cuchara al piso.
La mayor parte de los días me sentaba en la sala de estar y no hacía nada.
No escuchaba música ni miraba televisión y siempre tenía tanta vergüenza de ser
incapaz de recordar los nombres de mis amigos que nos les pedía que viniesen a
visitarme.
La mayor parte del tiempo no me importaba estar solo. Cuanto más tiempo
pasaba solo, más tiempo tenía para pensar sobre mis visiones. Solo en la sala
de estar o en el porche del frente, revisaba una y otra vez el material de las
sesiones nocturnas con mis maestros espirituales. Hacía cálculos matemáticos
continuamente en mi mente y procesaba la información incluida. A veces bromeaba
con que me volvería tan inteligente como para construir una nave espacial.
Era bueno que tuviera un flujo constante de visiones, porque no tenía otra
cosa con la que entretenerme. Raramente iba a algún lado, porque el esfuerzo
era demasiado grande. Y si lo hacía, corría el riesgo de tener períodos de
pérdida de conocimiento. A veces ellos podían ponerme en situaciones
ciertamente embarazosas.
La víspera de Año Nuevo, por ejemplo, Sandy y yo fuimos a un restaurante
chino para celebrar. Había decidido llegar al restaurante por mis propias
fuerzas, y no quería que me llevasen en silla de ruedas. Desde la playa de
estacionamiento para minusválidos fui caminando lentamente usando dos bastones.
Llamaba a esto “andar como cangrejo” porque lucía como un cangrejo medio
muerto, con grandes pinzas, arrastrándose a través de la arena seca.
Me llevó entre diez y veinte minutos entrar al restaurante, y para entonces
estaba respirando con mucha dificultad debido al cansancio. Nos permitieron
sentarnos inmediatamente, pero yo no podía restablecer mi respiración. Sandy
ordenó sopa wantán mientras yo estaba sentado allí jadeando como un perro.
Trataba de llevar adelante una
conversación con Sandy, aunque podía ver el temor en sus ojos por la angustia
que yo estaba experimentando.
El mozo nos trajo dos cuencos de sopa muy caliente a nuestra mesa. Miré
hacia abajo a la sopa y entonces, de repente, estaba en ella. Al principio
Sandy pensó que era una broma, pero cuando comencé a farfullar y toser, gritó y
me sacó la cabeza del cuenco. Salía sopa de mi nariz y corría por el mantel. El
mozo me mantuvo erguido en la silla hasta que recuperé la conciencia, y
entonces el personal del restaurante me ayudó a volver a subir al auto.
Incluso salir solo tenía sus riesgos. Un día decidí pasar la mañana sentado
al sol. “Me arrastré como cangrejo” a través de la casa y salí al patio
trasero. Lentamente, me tambaleé hasta una silla que estaba en el medio del
patio. Estaba exhausto y empapado en sudor para cuando llegué a ella. Tanteé
los apoyabrazos y, como un hombre viejo, comencé a dejarme caer en la silla. La
próxima cosa que sé es que estaba tendido con la cara en el pasto. Me había
desmayado otra vez y no podía levantarme.
Estuve tendido allí por seis horas, hasta que Sandy llegó a casa para
levantarme. En ese período de tiempo traté de encontrar placer examinando el
pasto y la tierra.
Tal vez la peor de estas pérdidas de conocimiento sucedió el día en que
salí y fui hasta el auto a buscar una revista que había dejado en el asiento de
adelante. Extendí mi brazo hasta la puerta, la abrí y colapsé. Cuando me
desperté, mi mano estaba atorada en la manija de la puerta y yo estaba colgando
de mi mano con mi hombro desencajado. Tuve
que estar colgado allí por tres horas hasta que alguien vino a ayudarme.
Para finales de 1975 estaba quebrado. Las cuentas del hospital y la pérdida
de ingresos excedían los $100.000 y la deuda crecía cada día que pasaba. Para
pagar mis cuentas me vi forzado a vender todo lo que poseía. Todos mis autos se
fueron primero: cinco automóviles antiguos en excelentes condiciones, vendidos
al más alto postor. Dado que no podía trabajar, tuve que vender mi interés en
mi negocio también. La naturaleza del contrato independiente que hice para el gobierno
cambió. Yo había trabajado en seguridad, un trabajo que exigía ser discreto y
rápido. No había oportunidad para una persona casi ciega que caminaba como un
cangrejo lisiado. Ahora estaba confinado a trabajo de oficina. Dejar el trabajo
de campo no me molestaba demasiado. Aunque era mucho más emocionante que la
vida en la oficina, llevaba consigo muchos malos recuerdos. Como vi en la
experiencia cercana a la muerte, yo había hecho muchas cosas para lastimar a
gente a través de los años. Después de haber vuelto a vivir esos sucesos, no
quería ninguno más de ellos para que estropeara mi historial. Como le decía a
cualquiera que quisiera escucharme: “Ten cuidado con lo que haces en la vida,
porque te tienes que ver a ti mismo haciéndolo nuevamente cuando te mueres. La
diferencia es que esa vez tú estás del lado del receptor”.
Nos mudamos a otra casa, porque vivir en la vieja servía como un
recordatorio constante de la caída del rayo. Tan potentes eran los recuerdos
que nunca volví al dormitorio donde cayó el rayo. Insistía en que Sandy mantuviese esa puerta cerrada y yo me
resistía a ir a cualquier lugar cercano a él, a pesar de que era el dormitorio
más grande de la casa.
Antes de vender la casa, cambié la alfombra de ese dormitorio. Tuve que
hacerlo dado que una huella de mis pies había quedado quemada en ella, y eso
hubiese disminuido el valor de la casa de la misma forma en que lo hubiera
hecho el perfil blanco de una víctima de homicidio. Cuando los obreros
levantaron la alfombra, yo estaba sentado en el sofá de la sala de estar. Oí a
uno de ellos silbar y al otro decir: “¡Mira eso!”. Después, uno de ellos salió
con una mueca en su cara y dijo: “Hay líneas negras por todo el piso donde la
electricidad serpenteó y encontró los clavos!”.
Yo solo tenía un interés superficial en el hecho de estar quebrado.
Recibíamos ayuda de mis padres y Sandy tenía un empleo, pero yo había perdido
todo lo que alguna vez había tenido por ese rayo. Para el momento en que volví
a ser productivo nuevamente, había gastado decenas de miles de dólares en
cuentas médicas. No las he pagado todas todavía.
En todo lo que podía pensar era en los centros que el Ser me había
revelado. Los centros eran mi destino, eran lo que se suponía que debía hacer.
Debía construir estos centros, pero no sabía cómo lo haría.
Hablaba constantemente sobre “los centros” conmigo mismo y con cualquiera
que me escuchase, y aun con aquellos que no. Eran el significado de mi vida y
tenía que lograr construirlos. Comencé a hablar en detalle acerca de lo que
había sucedido cuando estuve muerto, o al
menos trataba de hablar en detalle. Mucho de lo que decía en esos días era
difícil de comprender para la gente. Estaba claro en mi cabeza, pero cuando
salía de mi boca, había partes grandes de lo que quería decir que faltaban y lo
que decía entonces sonaba como si estuviese hablando tonterías.
De todos modos, continué hablando acerca de la experiencia en total, desde
el abandono de mi cuerpo y mi visita al lugar celestial hasta mi visión del
futuro en las cajas y el descubrimiento de que yo estaba destinado a construir
estos centros. Describía todo esto en detalle porque estaba tan firmemente
arraigado en mi cerebro que no había otra forma de explicarlo.
Expliqué los ocho pasos de los centros más cantidad de veces que las que
puedo recordar. Le conté a la gente acerca de las cajas y de las visiones del
futuro que aportaban. “Estos centros pueden cambiar el futuro”, decía. “Pueden
reducir el estrés y el temor, que causan tantos de los problemas del mundo”.
Cuanto más hablaba, más claro era para mí que la gente se apartaba. Aun
Sandy estaba más distante, y francamente no podía culparla. Ella era una
hermosa mujer joven con una larga vida por delante. ¿Por qué debería
desaprovecharla con un hombre que caminaba como un cangrejo y balbuceaba sobre
proyectos divinos de reducción del estrés?
Y mis amigos, muchachos con los que había jugado al fútbol y bebido cerveza
por años, me escuchaban ahora hablar como un mesías. Uno de ellos dio en el
clavo cuando dijo que yo sonaba como un “fundamentalista retrasado”. Así exactamente sonaba yo. Ellos
nunca habían oído sobre una experiencia cercana a la muerte, de modo que no
tenían ni la más remota idea de lo que había sucedido.
En realidad, yo nunca había oído sobre una experiencia cercana a la muerte.
Pero sabía que había un grandioso, poderoso y glorioso Dios, y sabía que el
mundo del otro lado era magnífico. En este mundo yo estaba viviendo, respirando
y sintiendo el dolor del mundo.
También sabía que a través del amor y de Dios, yo podía encontrar mi camino
para salir de ese dolor. Nadie podía decirme que los centros no funcionarían,
aun cuando fueran solo una visión en ese momento. Sabía que podrían, porque yo
había sido cada una de las personas que podrían ser ayudadas por ellos. No había
nada que alguien pudiese decirme sobre dolor. No había nada que alguien me
pudiese decir sobre angustia mental. Conocía el dolor y el horror como nadie
los conoce.
Y sabía que los centros eran la respuesta para ayudar a la humanidad.
Un día alguien me preguntó por qué no me suicidaba. No puedo recordar quién
fue, pero sí recuerdo que le había contado toda la historia tal como la he
contado hasta ahora, y esta persona me había dicho: “Dannion, si era tan
maravilloso allí arriba, ¿por qué no te matas?”.
No me había enojado la pregunta para nada. En realidad, era muy lógica,
especialmente porque me pasaba todas mis horas de vigilia alabando las bondades
de la vida después de la muerte. ¿Por qué no me mataba?
Hasta ese momento realmente no lo había pensado. Sentado allí en el porche
como un zombi, comencé a darme cuenta del cambio que había tenido lugar en mí
como resultado de la experiencia cercana a la muerte. Sin importar mi estado,
la experiencia me había dado la fortaleza interna para resistir. En mis peores
momentos, todo lo que tenía que hacer era recordar el amor que había sentido
que emanaba de esas luces celestiales y podía seguir adelante. Sabía que
estaría mal quitarme mi propia vida, pero el hecho es que nunca había siquiera
pensado en hacerlo. Cuando las cosas se ponían mal, todo lo que tenía que hacer
era pensar en el amor de esa luz y las cosas mejoraban.
Cuando digo que las cosas mejoraban, quiero decir que se ponían mejor en
algún lugar profundo dentro de mí, en un lugar que me dejaría vivir con esa
adversidad. Para el mundo externo, era una historia diferente. Apenas podía
caminar y tenía dificultades para ver. Tenía que usar anteojos protectores
durante el día y pesaba 155 libras, aproximadamente 70 libras por debajo de mi
peso normal. Mi cuerpo se había doblado de modo que lucía como un signo de
interrogación. Despotricaba y alababa como un loco religioso, hablando sobre
seres espirituales, una ciudad de luz, cajas con visiones del futuro y, por
supuesto, los centros.
Sonaba como si estuviese loco, y probablemente debería haber sido enviado a
un hospital mental. Podría haberlo estado también, si no hubiese visto un
artículo en el periódico que cambió mi vida de nuevo.
OCHO: Una salvación.
El artículo no tenía más de cuatro párrafos, pero leer esas palabras cambió
mi vida tan absolutamente como lo había hecho el rayo. Decían simplemente:
EL DR. RAYMOND MOODY hablará en la South Carolina University sobre “Qué les
sucede a algunas personas que han sido declaradas clínicamente muertas pero
sobreviven”.
Moody, (en ese entonces) psiquiatra de Georgia, ha estado analizando casos
de personas que casi han muerto, para regresar de su roce con la muerte y
contar que han visto familiares fallecidos, Seres de Luz, y han tenido una
revisión de sus vidas delante de ellos.
Moody llama a este fenómeno “experiencia cercana a la muerte”, y dice que
puede sucederle a miles de personas que han rozado la muerte.
Estaba entusiasmado. Por primera vez desde que me había caído el rayo, me
daba cuenta de que no estaba solo. Después
de leer estos pocos párrafos, entendí que otras personas habían atravesado
aquel túnel y habían visto a los Seres de Luz también. Incluso había un nombre
para lo que había sucedido: experiencia cercana a la muerte.
Miré la fecha de la charla y me di cuenta de que apenas faltaban dos días.
Había dejado la casa sólo unas pocas veces desde que había vuelto, y habían
sido episodios penosos, pero decidí que debía estar en la presentación del Dr.
Moody. Por lo menos, debía hablar con alguien que verdaderamente entendiera por
lo que estaba pasando.
Aun cuando el año 1975 no está tan lejos en el tiempo, para los que han
pasado por experiencias cercanas a la muerte, es como la prehistoria. Los
médicos conocían poco y nada sobre ellas, y usualmente, si algún paciente las
mencionaba, las descartaban como si se trataran de malos sueños o
alucinaciones. Si alguno de ellos insistía en hablar sobre su experiencia,
generalmente se lo derivaba a un psiquiatra. En vez de escuchar y tratar de
entender, muchos psiquiatras medicaban a los pacientes que habían experimentado
estos sucesos espirituales. Sorprendentemente, los clérigos, por lo general, eran
de poca ayuda porque consideraban que estos viajes espirituales eran obra del
Diablo.
Hay muchas historias que ilustran el pobre manejo de estas experiencias,
pero, para mí, una de las más interesantes fue la de un soldado durante la
Guerra Coreana, quien casi muere en combate. Tuvo una conmoción cerebral a raíz
de una descarga de artillería enemiga, y fue llevado al hospital seriamente
herido en la cabeza.
Poco tiempo después de que ocurriera la explosión, dejó su cuerpo y comenzó
a moverse sobre el campo de batalla. Se vio a sí mismo rodeado de otros
soldados muertos y heridos, y comenzó a sentir pena por sus amigos y también
por el enemigo. Luego sintió que se apresuraba en un lugar oscuro, encabezado
por una luz brillante. Cuando alcanzó la luz fue “embargado por buenos
sentimientos”. Vio un repaso de toda su vida, que aun hoy lo deja anonadado por
sus detalles tan vívidos. “Fue como una película que estaba siendo mirada por
cada sentido en mi cuerpo”, dijo. Al final de la revisión le fue dado un mensaje
especial. “Simplemente, ama a todos”, escuchó decir a una voz en su cabeza.
Luego regresó a la vida.
En un par de días comenzó a hablar sobre su experiencia, primero a los
médicos y enfermeros, y luego a otros pacientes. El problema fue que habló
demasiado. Los médicos, que no sabían nada acerca de las experiencias cercanas
a la muerte, lo derivaron a los psiquiatras militares, los cuales tampoco
sabían nada al respecto. No mucho después, este excelente soldado con su
mensaje espiritual, “simplemente, ama a todos”, se encontró en un hospital
psiquiátrico.
La ignorancia de los médicos era comprensible. Aunque esas experiencias han
sido relatadas en gran número a lo largo de la historia de la humanidad, estos
informes han sido publicados en libros de historia o documentos religiosos,
pero no así en los manuales de medicina.
Varios episodios en la Biblia, por ejemplo, solo podrían ser experiencias
cercanas a la muerte. El discípulo Pablo tuvo una después de ser apedreado
hasta casi morir en las puertas de Damasco.
Altos líderes religiosos, como papas, han recolectado largamente relatos de
miembros de la Iglesia que se han rozado con el mundo espiritual a través de la
cercanía con la muerte. El papa Gregorio XIV estaba tan fascinado con estas
historias que se reunía con la gente que había vivido estas experiencias
cercanas a la muerte.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha recolectado
muchas de tales experiencias en la Journal of Discourses, una crónica sobre las
creencias mormonas, redactada por los miembros del consejo de la iglesia. Las
conclusiones a las que arriban se ajustan perfectamente a lo que me sucedió.
Ellos creen que más allá de la muerte del cuerpo físico, el espíritu retiene
los cinco sentidos de la vista, el tacto, el gusto, el oído y el olfato. Creen
que la muerte nos libera de la enfermedad y la discapacidad y que el cuerpo
espiritual se puede mover a gran velocidad, ver en muchas direcciones
diferentes al mismo tiempo, y comunicarse de modos diferentes a la palabra.
Estimo que estas creencias se derivaron de experiencias personales. Muchos
de los miembros del consejo mormón han tenido experiencias cercanas a la muerte
o han reunido relatos minuciosos sobre ellas de amigos practicantes. Y sacaron
muchas conclusiones acerca de la vida después de la muerte a partir de estas
experiencias.
La muerte, por ejemplo, es definida como “un simple cambio de estado o
esfera de existencia a otro”. Sobre el conocimiento, el libro dice: “Allí, como
aquí, todas las cosas serán naturales, y las entenderás como ahora entiendes
las cosas naturales”. Se ocupan incluso de la luz celestial que yo también vi, y dicen: “El
brillo y la gloria de la próxima morada es indescriptible”.
Describen la experiencia cercana a la muerte sin usar el término real.
“Algunos espíritus que han experimentado la muerte son llamados nuevamente a
habitar sus cuerpos físicos”, dice el Journal. “Estas personas pasan dos veces
por la muerte natural o temporal”.
Una de estas experiencias fue vivenciada por Jedediah Grant mientras yacía
en su lecho de muerto, y se lo contó a su amigo Heber Kimball, quien lo
registró para el Journal:
ME DIJO, HERMANO HEBER, he estado en el mundo espiritual dos noches
consecutivas, y de todos los pavores que pude sentir, el peor fue el tener que
retornar a mi cuerpo, aunque debía hacerlo.
Vio a su esposa, fue la primera que vino a recibirlo. Vio a muchos
conocidos, pero no conversó con ninguno de ellos sino con su esposa Caroline.
Ella se acercó, estaba hermosa y tenía en sus brazos a su hijita, que había
fallecido en las llanuras, y dijo, “Señor Grant, aquí está la pequeña Margaret:
tú sabes que la comieron los lobos; pero esto no la lastimó, aquí la tienes,
está muy bien”.
Aun cuando las experiencias cercanas a la muerte han sido relatadas por
miles de años, no entraron de lleno en el terreno de la medicina sino hasta los
años sesenta, cuando los avances tecnológicos permitieron revivir a muchos pacientes casi muertos. De repente,
las personas que habían sufrido ataques al corazón o habían resultado
seriamente heridas en accidentes automovilísticos podían salvarse con una
combinación de alta tecnología, drogas y habilidad.
Las personas que previamente hubiesen muerto, sobrevivían. Y cuando
regresaban a la conciencia total, contaban historias muy similares a las
registradas a lo largo de la historia e incluso a aquellas que relataban
pacientes que en otras partes del hospital habían estado cerca de la muerte. El
problema era que la mayoría de los médicos ignoraba estas experiencias, y
derivaban a los pacientes a clérigos o les decían que no podían haber sucedido
semejantes cosas. Estos genios de la medicina tecnológica estaban preparados
para manejar casi cualquier problema físico que surgiera, pero los asuntos
espirituales estaban fuera de su terreno.
El Dr. Moody decidió escuchar estas historias y analizarlas como nadie lo
había hecho. Su primera exposición a una experiencia cercana a la muerte
apareció en 1965, cuando estudiaba filosofía en la Universidad de Virginia.
Allí escuchó al Dr. George Ritchie, un psiquiatra local, contar una experiencia
cercana a la muerte extraordinaria, cuando casi murió de neumonía en el
ejército. El joven soldado dejó su cuerpo luego de que los médicos lo
declararan muerto y descubrió que podía viajar por el campo, con su espíritu
volando como un avión a chorro, a poca altura. Cuando regresó al hospital
militar en Texas, donde había fallecido, vagó por las instalaciones en busca de
su cuerpo. Finalmente pudo encontrarlo, no
porque reconociera su rostro, sino porque recordaba el anillo de clase que
llevaba en su dedo.
La experiencia de Ritchie resultó tan intrigante para Moody que nunca la
olvidó. En 1969 comenzó a hablar de ella en una clase de filosofía que estaba
dictando. Luego de una de estas sesiones académicas, se presentó un estudiante
y le contó una experiencia que había tenido cuando estuvo a punto de morir. A
Moody le sorprendió la similitud con la experiencia de Ritchie. En el curso de
los tres años siguientes, escuchó alrededor de ocho casos más.
Moody siguió en la escuela de medicina, pero también continuó recolectando
historias reales de personas que sabían que él estaba interesado en las
experiencias “después de la vida”. Finalmente, escuchó más de 150 relatos.
Moody publicó la mayoría de estas historias en Life After Life, un libro
que introdujo el campo de la medicina conocido como estudios sobre cercanía a
la muerte. Este libro representa una gran contribución a la comprensión humana
y ha vendido millones de copias en todo el mundo. Los médicos ya no pueden
decirle a un paciente que el mundo espiritual que ha visto antes de que lo
resuciten ha sido solo un sueño. La investigación de Moody probó que es una
experiencia común, una que han tenido muchas personas, si no la mayoría, que
sobrevivieron al roce con la muerte.
Moody llamó a estos episodios “experiencias cercanas a la muerte”. Además,
para definirlos tomó en cuenta todos los casos y buscó aquellos elementos que
tenían en común. Encontró quince de estos elementos, pero nadie que los
presentara todos, aunque unos pocos llegaron a reunir
hasta doce. Desde la publicación de Life After Life estos elementos fueron
combinados y reducidos a nueve características comunes.
- UNA SENSACIÓN DE ESTAR MUERTO, en la que la
persona sabe que está muerta.
- SENTIMIENTOS DE PAZ Y AUSENCIA DE DOLOR,
durante los cuales la persona que debería estar sufriendo un dolor
considerable encuentra que ya no siente su cuerpo.
- UNA EXPERIENCIA EXTRACORPORAL, en la cual el
espíritu o esencia de la persona flota sobre su cuerpo y puede describir
acontecimientos que no debería haber sido capaz de ver. Mi suspensión en
el aire, sobre Sandy, mirando cómo golpeaba mi pecho, y el retorno a mi
cuerpo muerto en el hospital, son dos ejemplos de mi propia experiencia
cercana a la muerte.
- UNA EXPERIENCIA DE TÚNEL, en la cual la
persona “muerta” tiene la sensación de estar subiendo rápidamente por un
túnel. Fue lo que me sucedió mientras iba en la ambulancia cuando, después
de ver que estaba muerto, me aventuré hacia un mundo espiritual.
- VER SERES DE LUZ. Los familiares muertos que
parecen estar hechos de luz son vistos generalmente al final del túnel. En
mi caso, vi a muchas otras personas como yo que estaban compuestas de luz,
pero ninguna de ellas era familiar difunto.
- SER
RECIBIDO POR UN SER DE LUZ EN PARTICULAR. En mi caso, el guía espiritual
se ajustaba a esta descripción. Me guió dentro y fuera del mundo
espiritual, e hizo que tuviera un repaso de toda mi vida. La descripción
de otras personas incluye ir hasta un lugar, un jardín o bosque, y encontrar
allí al Ser de Luz.
- HACER UN REPASO DE LA VIDA, en el cual la
persona puede ver toda su vida y evaluar todos sus aspectos, los
placenteros y los que no lo fueron. Para mí, esto sucedió a través del
contacto con mi guía espiritual.
- UN SENTIMIENTO DE RESISTENCIA A VOLVER. Yo
tampoco quería volver. Pero fui forzado a hacerlo por los Seres de Luz y
se me dio la misión de construir los centros.
- UNA TRANSFORMACIÓN DE LA PERSONALIDAD, es
algo positivo para la mayoría de las personas, ya que dejan de tomar las
cosas como naturales y de dar a sus familias por descontadas. Experimenté
este tipo de transformación, pero tuve también lo que la mayoría considera
una transformación negativa. Me obsesioné por mi experiencia y mi nueva
misión sobre la Tierra, que consistía en construir “los centros”. Esta
obsesión me hizo sentir frustrado, dado que no sabía cómo se suponía que
los crearía.
Mientras Moody estaba trabajando en Life After Life, nunca había encontrado
a alguien que hubiese experimentado todas
esas características de las experiencias cercanas a la muerte; puede ser que yo
haya sido el primero.
Fui a la universidad donde estaba hablando, vestido con mi atuendo
habitual. Debo haber sido una visión para contemplar. Como sabía que la
iluminación en algunos de estos sucesos suele ser muy brillante, llegué
vistiendo mis anteojos protectores. Sobre mis hombros llevaba un impermeable
marino, que me llegaba a mitad de pierna. Delante de mí llevaba dos bastones e
iba golpeteando el corredor del edificio de la universidad, buscando la sala
correcta.
“¡Ese tipo parece una mantis religiosa!”, gritó alguien cuando entré en la
sala de conferencias. Había alrededor de sesenta personas en la sala, y
encontré un asiento en la parte trasera que me evitó caminar hasta el sector de
adelante llamando la atención. Me senté y escuché la charla de Moody acerca de
mis hermanos y hermanas de alma.
Por entonces él estaba escribiendo Life After Life, y su maravillosa voz
hablando sobre su investigación cautivó a todos en la sala. Para mí fue
especialmente fascinante, dado que había estado allí. ¡No estaba solo! ¡Otros
habían estado allí también!
La conferencia del Dr. Moody me energizó. Había sufrido de los nervios a
raíz de la presión, y estaba listo para sucumbir. Había perdido todo, no sabía
qué camino tomar ni qué hacer, y de repente allí había un salvador, alguien que
entendía por lo que estaba pasando. Repentinamente sentí una nueva fortaleza.
Al final de la exposición, Moody se adelantó y preguntó: “¿Hay alguien en
esta sala que haya tenido una de estas experiencias?”.
Levanté la mano.
“Viví algo así”, dije con voz vacilante. “Me fulminó un rayo”.
Me sorprendió saber que Moody había leído un articulo periodístico sobre mí
y recordaba el incidente. Él recolectaba casos de estudio, y un modo de hacerlo
era recortando historias de los diarios sobre personas que hubiesen tenido
accidentes casi fatales. Había estado planeando contactarme.
“¿Puedo entrevistarte?”, me preguntó.
“Por supuesto”, dije. “Al fin tendré alguien con quien hablar que no saldrá
huyendo”.
La sala entera rió. Todos encontraron graciosa mi frase, salvo el Dr. Moody
y yo. Él parecía saber exactamente cómo me sentía. Si alguien hubiera podido
ver debajo de mis anteojos protectores, se hubiera dado cuenta de que estaba a
punto de llorar. En cambio, comencé a reír. Traté de evitar sacudirme, pero la
risa salió tan fuerte que pronto me encontré casi riendo a carcajadas.
“¿Qué te causa gracia?”, me preguntó alguien que estaba cerca.
“Si alguien me hubiera contado acerca de una experiencia cercana a la
muerte antes de tener la mía, me hubiera reído mucho”, dije. “Ahora yo soy uno
de ellos”.
NUEVE: Volver a empezar.
Muchos de sus amigos cercanos describen al Dr. Moody como un cruce entre el
Pato Donald y Sigmund Freud. Es a la vez brillante y cómico, un hombre que
puede entretejer un buque con las palabras de Platón. Siendo estudiante era tan
inteligente que enseñaba en el Medical College de Georgia.
Inmediatamente reconocí el intelecto y el humor de Moody cuando vino a casa
la semana siguiente. Llegó a la entrada de autos en un viejo Pontiac azul con
dibujos de crayones sobre todas las puertas. Eran figuras de palotes que sus
hijos pequeños habían creado, y lucían como ese tipo de dibujos que puede ser
visto en las cavernas del hombre prehistórico.
Está manejando el auto de Pedro Picapiedra, pensé mientras espiaba a través
de la cortina.
Subió los escalones y golpeó en la puerta mosquitera. Ya me había
levantado, pero me llevó unos minutos llegar penosamente hasta la puerta del
frente. Moody esperó pacientemente mientras yo caminaba arrastrando los pies y
abría la puerta.
Cuando vio la sala de estar, fue amor a primera vista. Yo tenía siete
mecedoras, y pronto descubrí que Moody siempre se sienta en una mecedora cuando
piensa seriamente.
Él se sentó en una gran silla mecedora de respaldo recto, hecha de roble,
mientras yo arrastraba por el cuarto una mecedora giratoria con tapizado y me
sentaba frente a su rostro. Allí literalmente nos mecimos por un tiempo,
hablando durante ocho horas acerca de lo que me había sucedido y sobre las
experiencias cercanas a la muerte en general. Life After Life todavía no estaba
publicado, pero Moody ya tenía varias ideas nuevas y estaba trabajando en otro
libro.
Antes de contarme nada acerca de su otro libro, me entrevistó acerca de mi
experiencia. Me explicó que de ese modo nadie podría reclamar que lo que yo
tenía para decir había sido influenciado por los descubrimientos que él estaba
por publicar.
Me entrevistó de un modo muy llano, haciendo preguntas abiertas y
respondiendo de una manera inexpresiva. No mostró ninguna emoción cuando le
conté mi experiencia y los acontecimientos que surgieron de ella. Simplemente
preguntaba para escuchar más, hasta que no hubo nada más que contar.
El objetivo de este método de entrevista es evitar que el sujeto adorne su
historia. Haciendo preguntas abiertas de forma breve y no relacionándolas con
otras experiencias cercanas a la muerte, Moody podía estar seguro de que no
estaba coloreando mi experiencia con las de otros.
Aunque la forma llana de acercamiento que usaba Moody es la mejor para
obtener la verdad, me pareció desconcertante. Estaba acostumbrado a que la
gente se quedara boquiabierta y turbada cuando yo contaba lo sucedido. Pero
Moody simplemente estaba sentado frente a mí escuchando lo que decía. No mostró
ni alarma ni sorpresa cuando le conté sobre las catedrales de luz. “Sí, sí,
escuché sobre ellas antes”, dijo. Ni siquiera levantó una ceja cuando escuchó
sobre los salones del conocimiento.
Le conté sobre la belleza y la gloria del mundo espiritual, y cómo toda la
luz en ese lugar era conocimiento. Le conté sobre la creencia de estos espíritus
celestiales de que somos “seres espirituales poderosos” que estamos demostrando
un gran valor al venir a la Tierra.
Incluso recuerdo algunas palabras exactas que le dije: “Conozco cada cosa
del mundo y del universo. Conozco el destino de todo en el mundo, aun de las
cosas más simples, como una gota de lluvia. ¿Sabes que no hay en ningún lugar
una gota cuyo destino no sea regresar al mar? Eso es lo que estamos tratando de
hacer, Moody. Somos simplemente gotas de lluvia que tratamos de volver a la
fuente, al lugar del que vinimos.
“Los que venimos aquí somos valientes, porque estamos dispuestos a
experimentar en un mundo muy restringido cuando lo comparamos con todo el
universo. Los espíritus dicen que todos los que estamos aquí deberíamos
tenernos en gran estima”.
Le conté sobre las cajas de conocimiento, pero no sobre la información que
contenían. A esta altura, iba tan rápido en el relato que me salteaba los
detalles.
Después le conté sobre los centros, en particular sobre la cama. Por
entonces estaba obsesionado con la cama todo el tiempo, preguntándome dónde
conseguiría las partes para ella, preguntándome incluso cuáles eran las partes,
dado que podía verlas pero no identificarlas realmente.
Le conté a Moody todo y lo hice con tanto furor que debe de haber parecido
una diatriba atemorizante, como los delirios de un hombre demente. Sé que era
como transmitía mi historia a todos los demás, dado que ellos decían
abiertamente que yo sonaba como un loco o simplemente me evitaban como si lo
estuviera. Eso no fue lo que sucedió con Moody. Él dejo de mecerse y permaneció
erguido, mirándome profundamente a los ojos.
“No estás loco”, dijo. “No he escuchado una historia tan detallada como la
tuya antes, pero he escuchado otras con los mismos elementos que mencionas. No
estás loco. Simplemente has experimentado algo que te ha hecho único. Es como
descubrir un nuevo país con gente diferente y tratar de convencer a todos de
que tal lugar existe”.
Un punto duro dentro de mí se disolvía con lo que él decía, al tiempo que
me llenaba de alivio. Me daba cuenta de que encontraría a otros como yo que
hubiesen visto este “nuevo país”. Sentí un arranque de energía fresca. Supe que
iba a recuperarme y que nada me detendría.
Por el resto del día, Moody me contó algunos de los casos de estudio que
había sacado a la luz durante su investigación. Estudiar estas experiencias y
escribir sobre ellas había provocado un
cambio dramático en su vida. Su primer libro aún no se había publicado, pero
había aparecido un artículo periodístico sobre su trabajo en el Atlanta
Journal-Constitution, y las llamadas telefónicas de las personas que habían
experimentado una experiencia cercana a la muerte, lo habían abrumado. Esto fue
una nueva experiencia para Moody, quien hasta entonces había llevado una vida
tranquila, casi académica. “Cuando este libro aparezca, no tendré tiempo para
mí”, dijo. Le preocupaba esta pérdida de privacidad, en particular con relación
a su tiempo de estudio. Si había dos cosas que a Moody le gustaba hacer, supe
después, eran leer y pensar.
Después de que se fuera aquel día, hubo un cambio definitivo en mi actitud.
Comencé a defenderme. A tratar de no sentir pena por mí mismo. No era sencillo,
ya que estaba tan dañado psicológicamente que nunca soñé que podría volver a
ser normal. Pero en vez de actuar como si me las hubiese visto con un golpe
insuperable, comencé a ver el lado positivo de mi vida, el modo en que me
estaba recuperando de las heridas. Por ejemplo, ahora me llevaba alrededor de
veinte minutos ir desde el corredor hasta el baño, cuando solo unas semanas
atrás usualmente no podía llegar antes de ensuciarme. La luz todavía lastimaba
mis ojos, pero cada día un poco menos. El movimiento y la fuerza estaban
volviendo a mis manos, y el dolor general causado por las quemaduras del rayo
lentamente se iba.
Psicológicamente mejoraba aun más rápido. Mi nivel de quejas y delirios
cayó un punto o dos. Todavía hablaba
constantemente sobre mi experiencia con cualquiera que me escuchara, pero ya no
volví a parecer un predicador fundamentalista demente. A raíz del entendimiento
de Moody y de saber que había muchos otros como yo, ya no tuve que convencer a
nadie de la veracidad de mi experiencia. Comencé a leer la Biblia, estudiando
la naturaleza de las visiones que aparecen en las escrituras. También leí Life
After Life, cuyo manuscrito me entregó Moody.
Moody y yo hablábamos casi diariamente ahora. Durante una de nuestras
llamadas telefónicas, me recordó que no le había contado el futuro tal como me
había sido revelado en las cajas. ¿Me molestaría contarle?, me preguntó.
Hicimos una cita para reunirnos.
Un par de noches más tarde, Sandy y yo nos aparecimos en la casa de Moody.
Nos invitaron a pasar a la sala de estar, donde Moody nos ofreció a cada uno un
refresco. Luego comenzamos a hablar sobre las trece cajas y lo que revelaban.
Le conté sobre la gran guerra que tendría lugar en los desiertos de Medio
Oriente en los noventa, que destruiría a un importante ejército y cambiaría el
carácter de esa parte del mundo. Le dije cómo la Unión Soviética colapsaría y
cómo habría disturbios por comida y agitación política cuando los soviéticos
trataran de encontrar un nuevo sistema político para reemplazar el comunismo.
Entonces le dije cómo el mundo se volvería progresivamente balcánico, con grandes
países partiéndose en pequeños países. Le describí el contenido de cada caja
que los seres espirituales me habían mostrado, tal como lo he hecho en este
libro.
Nuestra conversación tuvo lugar a lo largo de varias noches. Moody se
sentaba y giraba, a veces tomando notas. También anotaba mucho de lo que yo le
decía, asintiendo mientras escuchaba.
Entre los muchos atributos de Moody está el de ser una persona que sabe
escuchar. Sabe que a la gente le encanta hablar y que la mejor forma de conocer
la verdad sobre alguien es empaparse en todo lo que esa persona está interesada
en contarte. De modo que él escuchaba y yo hablaba.
Después le produje un impacto. Le dije que estaríamos juntos el día en que
el mundo comenzara a colapsar. Entonces sabríamos, le dije, que todas las
visiones que me habían sido mostradas en las cajas, se harían realidad.
“¿Dónde estaremos?”, preguntó Moody.
“Estaremos en la Unión Soviética cuando se desmorone”, le dije. “Estaremos
allí y sabremos por nosotros mismos que todo este asunto es verdad”.
“Ya veo”, dijo, escribiendo algo en su cuaderno de notas. Podía darme
cuenta de que no creía lo que estaba diciendo, y a mí mismo me había dado
trabajo creerlo. La Unión Soviética era un país cerrado en los setenta, y era
extremadamente difícil conseguir visas de entrada para los ciudadanos
americanos. Aún más, mi empleo en áreas sensibles del gobierno de Estados
Unidos hacía que fuera muy poco probable que alguna vez tuviera la oportunidad
de viajar a ese país bajo ninguna circunstancia que no fuera una visita
oficial. Y Moody y su libro estaban prohibidos por los soviéticos, por ser
considerados subversivos.
Sin embargo, en la visión de la caja yo estaba en las calles de Moscú con
un hombre que no podía identificar, mirando a la gente hacer cola y esperar
para comprar alimentos. Mientras estaba sentado con Moody esa noche, tuve la
profunda sensación de que el hombre con el que estaría en esa trascendental
ocasión era Moody.
Esta escena se volvió realidad. Tengo que contarte ahora que Moody y yo
visitamos Moscú en 1992, justo después del colapso del comunismo, y vimos rusos
oprimidos haciendo cola alrededor de una manzana, con escasa esperanza de
entrar en las tiendas y comprar cualquier alimento que hubiese. Cuando esto
sucedió, Moody me miraba sorprendido, ya que recordaba la noche de casi quince
años antes. “¡Es esto!”, dijo. “¡Esta es la visión que viste en la caja!”.
Esos primeros días de visita a Moody son algunos de los mejores que he
tenido en mi vida. Sandy y yo solíamos cenar con Moody, su esposa y sus dos
hijos. Aunque era acuciado con llamados telefónicos de otros que querían hablar
acerca de sus experiencias, a Moody le gustaba especialmente yo.
Debido al tema con el que estaba tratando, Moody se había convertido en la
única esperanza de comprensión para mucha gente. Recuerda, casi nadie hablaba
sobre estas experiencias en esos días, y cuando lo hacían, eran tratados como
chiflados. La gente buscaba a Moody porque era un doctor en medicina que
comprendía.
Por teléfono, la gente tenía un tono de súplica en sus voces que hacía
aparecer el dolor en el rostro de Moody. Cuando le contaban cómo casi habían
muerto, no era poco común que Moody se
llevase la mano a la boca y dijera “¡Oh, no!”, mientras era visible el impacto
que le causaba lo que acababa de oír. A él de verdad le importaban
profundamente estas personas y hablaba con ellos como si fuesen miembros de su
familia.
Se levantaba de la mesa de la cena para responder a cada uno de estos
llamados telefónicos, y nunca le pedía a quien lo había llamado que llamase más
tarde.
En esas llamadas yo solo oía el lado de la conversación de Moody,
acordonada con comentarios como: “Sí, mucha gente con la que he hablado ha
visto a sus familiares muertos al final del túnel”, “Dejar tu cuerpo es común
durante experiencias cercanas a la muerte”.
Oír a Moody hablar con otra gente sobre experiencias cercanas a la muerte
era un alivio para mí. Podía ver que esta gente estaba tan perpleja acerca de
sus experiencias como yo lo estaba acerca de la mía. Sentía que me relajaba más
y más.
A medida que me sentía más a gusto con Moody, le conté más y más acerca de
las predicciones del futuro de las que había sido testigo. Como ya he dicho,
las contaba en detalle, desde Chernobyl hasta las guerras. No creo que él haya creído
que alguna de las visiones se haría realidad, pero al menos las escribía, lo
que significó una gran ayuda más tarde cuando las visiones se volvieron
realidad.
DIEZ: De
mi propia clase.
Desde el momento en que Life After Life fue publicado al final de 1975, la
vida de Moody se volvió un torbellino. Estaba en Charlottesville, trabajando en
su residencia en psiquiatría, cuando un aluvión de consultas comenzó a llegar
de todas las direcciones. Los medios de comunicación querían entrevistas, las
organizaciones y universidades querían que diera conferencias, y, como siempre,
la gente simplemente quería hablar. Las exigencias a las que estaba sometido
para completar su residencia le impedían a Moody ocuparse directamente de
muchas de estas demandas.
Un día, la primera esposa de Moody, Louise, me llamó y me preguntó si le
podría dar una mano. Necesitaba un poco de ayuda para armar una agenda con las
charlas y entrevistas, una capacidad organizativa para la que no tenía ni
tiempo ni paciencia. Ahora era el final de 1976, y yo había mejorado muchísimo.
Mis doctores ya no me decían que moriría pronto, aunque sí me decían que el
daño que había sufrido mi corazón era un detrimento para mi “supervivencia a
largo plazo”. Ya no usaba los anteojos
protectores, habían sido reemplazados por unos anteojos de sol oscuros que
usaba sólo cuando estaba afuera. Ahora podía caminar con un solo bastón, al menos
la mayor parte del tiempo. Y podía hablar con coherencia y no dispersarme en un
balbuceo desventurado sobre las “ciudades de luz” y mis visiones del futuro.
No quiero que pienses que me había olvidado de algo de todo eso. No, mi
experiencia cercana a la muerte estaba siempre allí cerca, a aproximadamente
dos pulgadas de mi rostro. Solo que ahora era capaz de controlarme y
mencionarla en momentos apropiados. Moody me ayudó a hacer eso también,
diciéndome: “Deja de pensar que eres Jesucristo y espera a que la gente te
pregunte antes de empezar a darles el sermón sobre lo que sucedió”.
Fui a Charlottesville a darle una mano a Moody. En algunos casos, Moody no
salía de su biblioteca, y este era uno de ellos. Estaba trabajando duro en su
segundo libro, Reflections on Life After Life, y claramente no quería que lo
molestásemos.
Eso hacía que yo tuviese muchas cosas para hacer. Respondía el teléfono,
interceptaba pedidos de entrevistas en los medios y organizaba una agenda de
charlas que hacían que Moody viajara a los rincones más remotos del mundo. Fui
a muchos de estos compromisos para dar charlas también. Quería estar allí para
manejar el negocio, pero además para mí eran oportunidades de estar rodeado de
cientos de personas de mi mismo tipo, gente que había tenido experiencias
cercanas a la muerte y ahora estaba
descubriendo a otra semejante por primera vez.
Ese es un lujo que sorprendentemente pocas personas que han tenido
experiencias cercanas a la muerte pueden darse. Aún hoy, cuando la experiencia
es bien reconocida, es raro que los “experimentados” se reúnan. En ese
entonces, los resultados de estos encuentros eran notables.
Por ejemplo, en un compromiso de charla en Washington, D.C., una mujer se
acercó después del discurso de Moody y me contó sobre su experiencia:
CUANDO ERA JOVEN, fuimos a California de vacaciones. Antes de partir, yo
había estado teniendo un dolor muy intenso en el lado derecho que simplemente
se puso peor a medida que pasaban las vacaciones. Finalmente, mi esposo me
llevó al hospital.
El primer médico que me revisó me dijo que mi apéndice estaba a punto de
romperse. El segundo médico que me examinó me dijo que el dolor era causado por
una infección. El tercero dijo que era un embarazo ectópico. En lo único en que
todos estuvieron de acuerdo fue en que debía ser operada inmediatamente.
Cuando me abrieron, encontraron que el primer diagnóstico era el correcto.
Mi apéndice había estallado y ahora tenía una infección enorme en toda la zona
de mi estómago, de aproximadamente el tamaño de un pequeño melón.
Pasé más de un mes en el hospital, mucho de ese tiempo en coma. En uno de
esos días, le dijeron a mi familia que yo iba a morir. Se reunieron a mi
alrededor, y parecía que los médicos estaban en lo cierto. Tenía neumonía, mis
venas colapsadas y mi respiración estaba fallando.
Podía oír todo lo que estaba sucediendo en la habitación. Podía oír a mi
familia llorando y rezando, y a los enfermeros hablando y a los médicos
viniendo y yéndose. Era como si yo hubiera estado completamente consciente; simplemente
no podía responder.
Después, de repente, ¡despegué! Era como estar en una montaña rusa. Yo me
elevaba y ¡sí que era divertido! Cuando nos detuvimos, estaba en un lugar que
era tan real como la ciudad en la que estaba antes. Sabía dónde estaba… ¡estaba
en el Cielo!
Caminé a través de una pradera de césped verde ondeante hasta que llegué a
un ángel. Tenía aproximadamente siete pies de altura. Caminamos juntos y se nos
unió otra gente que yo conocía y que también había muerto. Mi tío abuelo estaba
allí, y también mi hermano mayor, ambos habían muerto en los últimos diez años
más o menos. Estábamos juntos tan naturalmente como si estuviésemos aquí mismo
en la tierra.
El ángel y yo subimos a una colina. Él abrió una hermosa puerta y yo pasé
adentro y me quedé parada dentro de una luz amarilla muy brillante. No había
etiquetas en este lugar. No me preguntaron a qué
iglesia pertenecía, simplemente me invitaron a entrar. Entré en una habitación
que era absolutamente brillante con mucha luz, y vi lo que consideré que era la
Luz del Padre. Era tan brillante que tenía que apartar la vista.
Cuando aparté la vista, pude ver que la luz se reflejaba en un bulevar de
cristal que corría por el centro de una ciudad. Vi muchas otras cosas también,
pero una de las más interesantes fue que las plegarias estaban entrando a
raudales a través de este mundo celestial como rayos de luz. Era hermoso ver en
lo que se convierten nuestras plegarias.
Esta mujer se recuperó y comenzó a ponerse bien casi inmediatamente. Salió
del coma y empezó a hablar acerca de lo que había visto. Llamaron a su doctor
para que viniese al hospital desde su casa. Tenía que afrontar el terriblemente
embarazoso momento de “desfirmar” el certificado de muerte que ya había
firmado, según lo expresó ella. Cuando llegó, ella estaba muy excitada y
comenzó a contarle lo que había visto. Para sorpresa de todos, él no estaba
impresionado.
Al final de nuestra conversación, la mujer comenzó a llorar. “Tú sabes”, me
dijo, “Hablé con mi médico acerca de esto y me dijo: ‘Eso es algo que tienes
que hablar con tu ministro’. Hablé con mi ministro y él me dijo: ‘Tienes que
hablar con tu médico acerca de eso’”.
Cuando dijo eso, los dos empezamos a reírnos.
Había tantas otras historias. Un hombre en Chicago me contó esta:
Lo que me sucedió fue una experiencia muy vívida.
Fui transportado a una gran habitación que brillaba como el oro. Miré alrededor
de esa habitación y vi miles de rostros, como cuadros todos a mi alrededor. Mi
atención se focalizó en uno de estos rostros y me acerqué para mirarlo. Era el
rostro más amable que hubiera visto y, dado que siempre he sido una persona
religiosa, me gusta pensar que quizás era el Rey David o tal vez el Rey
Salomón, pero realmente no sé quién era.
De todos modos, mientras miraba ese rostro, oí un
gran coro de miles de voces. Era la música más bella que he oído alguna vez. Me
di vuelta y vi un coro de miles de personas realmente cantando esa música.
Esa experiencia fue la confirmación de una vida celestial después de la
muerte para este hombre, aunque otros la interpretaron de otro modo. “Unos días
más tarde le dije a mi tía lo que había sucedido y ella se puso blanca como una
sábana”, me dijo el hombre. “Dijo, ‘No lo cuentes. Este tipo de cosas sólo
pueden pasarle a la gente que está en contacto con el Diablo’”.
Un hombre en Atlanta había tenido un accidente en su motocicleta que le había dejado su hígado
lacerado. La sangre fluía desde su hígado hacia dentro de la cavidad de su
cuerpo, y él empezó a perder el conocimiento. Pasó algún tiempo antes de que el
médico que lo atendía dejara de controlar su cabeza por una conmoción cerebral
y descubriera que estaba sangrando internamente. Para el momento en que llegó
al quirófano, había perdido suficiente sangre como para estar muerto.
Mientras los médicos comenzaban a cortar, este hombre se encontró flotando
hacia arriba en una luz celestial. Podía darse vuelta y ver su cuerpo, sobre el
que estaban trabajando los médicos más abajo. Recuerda que pensaba que debería
sentir miedo, pero no lo sentía.
“Una voz seguía diciéndome que me lo tomara con calma, que todo estaría
bien”, dijo. “Después, de algún modo, giré y me volví a instalar en mi cuerpo
ahí abajo. Hablé con mi médico sobre esto y en ningún momento levantó la vista
de la planilla en la que estaba escribiendo. Solo hizo algún gesto como que
sabía todo y dijo: ‘Probablemente fue tan solo un sueño’”.
Los científicos ahora están de acuerdo en que las experiencias cercanas a
la muerte no son sueños. Los sueños suceden a la gente cuando está dormida y
son asociados con ondas cerebrales específicas. Pero esta proclamación del
doctor era perturbadora para el hombre, que sabía perfectamente la diferencia
entre los sueños y la realidad. Lo que había experimentado era real, y no era
sino ahora, rodeado por otros como él, que confirmaba la realidad de su
experiencia.
Algunos enfermeros se acercaron también. Yo había descubierto que, aunque
los médicos tienden a ignorar estas experiencias, los enfermeros las escuchan y
las usan para ayudar a curar a los pacientes.
Por ejemplo, una enfermera de California me contó acerca de una paciente
que estaba muriendo de cáncer y que había tenido una visión previa a la muerte.
Ella había visto a su tía, que había estado muerta por más de diez años, parada
a los pies de la cama. La mujer estaba brillando con una luz celestial y lucía
feliz y como si no estuviera sufriendo de ningún dolor. “Estaremos juntas
pronto”, le dijo. Unos pocos segundos después, desapareció.
Cuando el médico oncólogo hizo su recorrido esa mañana, la mujer le dijo lo
que había visto. Estaba emocionada por la visión. Para ella claramente
significaba que había vida después de la muerte. Tal como la enfermera lo
expresó: “Esta visión era la única buena noticia que la mujer había tenido en
seis meses”.
El doctor la escuchó con un rostro inexpresivo. Cuando ella terminó, él
simplemente despachó la historia con un gesto de su mano. “Me suena como a un
sueño”, dijo.
El entusiasmo abandonó el rostro de la mujer. Cuando el médico salió, ella
se hundió en la cama, con su cabeza casi desapareciendo dentro de la almohada.
La enfermera inmediatamente vino en su rescate. Le puso otra almohada debajo de
su cabeza y le dijo que consideraba que el doctor era un tonto sin corazón.
“No se da cuenta de cosas como esas porque está interesado en las máquinas, no en los
pacientes”, le dijo. “Cosas como esas les suceden a una gran cantidad de
pacientes en tu estado, y yo pienso que son algo diferente de los sueños”.
Las dos siguieron conversando por mucho tiempo sobre visiones y muerte.
“Hasta que tuvo esa visión, ella no había podido enfrentar el hecho de que
estaba muriendo”, dijo la enfermera. “Pero ahora hablaba de la muerte
abiertamente, y su propio médico se perdió la oportunidad”.
Durante estas recorridas conocía a gente que había pasado años atormentada
por el hecho de que había tenido una experiencia espiritual poderosa sobre la
que nadie quería conversar. Oí historias de terror de gente de la que se
burlaban los miembros de su propia familia, porque habían visto los mismos
lugares celestiales que yo había visto. Estas eran experiencias sanadoras para
mí tanto como para la gente que encontraba, porque finalmente estábamos
reunidos y comprendíamos.
Encontré muchas de estas historias que esta gente me contaba tan
fascinantes que comencé a escribirlas, acumulando estudios de caso propios.
Aquí están algunas de las que recolecté:
“LAS PUERTAS ESTABAN HECHAS DE PERLAS GIGANTES”
En Chicago una mujer se acercó a mí, caminando con alguna especie de
rigidez que indicaba daño en su espalda.
Se presentó y después, sin desperdiciar un minuto, me contó porqué había venido
a la charla:
EN UN PERÍODO MUY CORTO DE TIEMPO, mi hermana murió en un accidente de
automóvil, falleció mi mejor amiga y me quebré la espalda. Fui embestida desde
atrás a muy alta velocidad por otro auto. Fue increíble que no quedase
totalmente paralítica por el accidente y más increíble que no muriese durante
la operación.
Estuve en el quirófano por cuatro horas para que unieran dos vértebras. Los
doctores admitieron inmediatamente que me habían dado mucha anestesia y que mi
corazón se había detenido varias veces en la sala de operaciones e incluso en
la de recuperación.
En algún punto de todo esto, atravesé un lugar oscuro y me encontré a mí
misma en la presencia del Señor. ¡Yo estaba ahí mismo!
Puede ser que te resulte difícil de creer, pero ¡yo estaba de pie frente a
puertas que conducían derecho al Cielo! Las puertas estaban hechas de perlas
gigantes, doce puertas grandes que parecían brillar. Las calles dentro de esas puertas
eran de un color dorado, y las paredes de los edificios eran tan brillantes que
apenas podía ver.
Vi una persona de luz que pienso que era Jesús. No podía ver su rostro,
pero brillaba gloriosa e intensamente. Aunque no podía mirarlo, podía sentir su
brillo, que era muy intenso.
Fui a un jardín que tenía césped verde y exuberantes flores y árboles
frutales. Si alguien tomaba una manzana, por ejemplo, la manzana volvía a
crecer inmediatamente.
Vagué alrededor de ese jardín, viendo a otros seres espirituales como yo.
¡Entonces vi a mi hermana! Fue maravilloso. Hablamos por un largo rato y me
dijo cuán feliz era allí, en ese lugar, que imagino que era el Cielo.
Pasamos un largo tiempo juntas, hablando y escuchando esa música celestial
que salía de todas las cosas. Era tan hermoso y había tanta paz, que yo
naturalmente quería quedarme.
Después de un tiempo tuve que regresar y hablar con la persona que pensaba
que era Jesús. Me dijo que me amaba y que quería que regresara. Le dije que
quería quedarme en ese preciso momento, pero él dijo que tenía que regresar a
la tierra porque me encargaría que hiciera algo.
Yo quería saber qué era lo que tenía que hacer, pero no me lo dijo
directamente. Por el contrario, dijo: “Sabrás qué es en cada paso de tu
camino”.
Fue un alivio para esta mujer encontrar a otros que también habían ido a
este lugar celestial. Su esposo estaba cansado de oír sobre su experiencia, y
su ministro estaba haciendo un verdadero esfuerzo para distanciarse de ella. En
cualquier momento en que ella llegaba, él estaba “realmente muy ocupado” en
otras cosas y tenía poco o nada de tiempo para dedicarle.
“Desde que le conté lo que había pasado, no quiere tener nada que ver
conmigo”, me dijo. “Yo no me lo tomo como algo personal, de todos modos. Me doy
cuenta de que la mayoría de la gente simplemente no comprende”.
“HE RECIBIDO RESPUESTAS A MIS PREGUNTAS”
Una señora mayor que conocí en el medio oeste del país también se sentía
incomprendida. Se acercó a mí y con gran dinamismo me contó sobre su “viaje al
Cielo”. Era tan aguda e inteligente que me sentí impactado al saber que había
sido víctima de múltiples derrames cerebrales y que tenía problemas cardíacos.
Esta es su historia:
YO ESTABA EN UN HOSPITAL en Michigan, al que había sido llevada porque
estaba teniendo derrames cerebrales que estaban causando ataques. Mi corazón no
estaba suficientemente fuerte como para soportar estos ataques, y se detuvo.
Sentí el dolor de un paro cardíaco por un minuto, y después una sensación de
paz me invadió cuando vi una luz a mi derecha.
Fui atraída hacia esa luz como un imán hacia el metal. A medida que me
acercaba más y más, sentí amor y comprensión creciendo dentro de mí hasta que
pensé que explotaría.
Entré en esta zona iluminada y había un espíritu hecho de una luz increíble que me imagino
que era Jesús.
Fui abrazada por esa luz. Era un sentimiento maravilloso, como ser abrazada
por mi papá, que me amaba sin importar lo que hubiera hecho. Era esa clase de
amor.
Y esta luz era más que luz. Estaba hecha de millones y millones de
diminutos destellos similares a un diamante que brilla, y tenía sentimiento.
Sabía que yo era parte de esa luz.
Entré en una zona de césped que era como una adorable pradera. Encontré a
mi abuela allí, una mujer que ha estado muerta desde que yo era una niña.
También encontré a mi tío, que había estado muerto desde que yo era una
adolescente.
En un abrir y cerrar de ojos dejé el lugar de césped y estaba de regreso
con Jesús. Me dijo: “¿Qué has hecho por tu prójimo?”. La formuló como una
pregunta pero había una especie de respuesta allí también, que era que yo
regresaría a la tierra a realmente hacer cosas por mi prójimo.
La gente a la que le he contado esta historia, insiste en que yo estaba
soñando, pero esto era totalmente diferente. He tenido sueños y he tenido
reacciones causadas por drogas, y esto no era ninguna de las dos cosas. Era
real.
“QUERÍA SER PARTE DE LA LUZ DE AMOR”
En el sur del país conocí a una muchacha encantadora que decía que podía
comprender totalmente lo que me había sucedido, dado que lo mismo le había
sucedido a ella. Durante su embarazo algunos años antes, casi había muerto
cuando un dolor que ella había estado ignorando resultó ser algo serio:
CUANDO MÁS O MENOS LLEGABA al sexto mes de embarazo de mi hijo, empecé a
sentir un dolor debajo de mi pecho derecho. Pensé que era simplemente ardor de
estómago que las mujeres embarazadas tienen con frecuencia. Pero empeoró más y
más, y llevaba más y más tiempo liberarme de él.
Finalmente, me desperté una noche y el dolor era tan insoportable que
apenas podía aguantar el llanto. Fui al cuarto de baño y probé sentándome en
diferentes posiciones, pero nada me ayudaba. Lo último que recuerdo es haber
estado sentada al borde de la bañera. Después me desmayé y caí hacia atrás.
Sentí como si estuviera fuera de mi cuerpo. Sentí como si estuviera
viajando a miles de millas por hora, simplemente subiendo por un túnel. Pasé
por varias luces y me dirigí a una muy brillante que se volvía más y más
brillante. Entonces me detuve.
No quería entrar en la luz, pero simplemente estar parada allí, frente a
ella, me daba una sensación de paz y gozo que no es fácil de explicar. Lo mejor que puedo decir es que quería
permanecer y ser parte de la luz, y sentía que no me importaba nada más.
No oía palabras, pero una voz que venía de algún lugar decía que tenía que
regresar. Comencé a quejarme, pero la voz me recordó de forma muy dulce que
había alguien dentro de mí y yo debía regresar por él. Con todo yo quería
permanecer allí, pero entonces sucedió otra cosa. La luz me hizo sentir la
forma en que mi esposo se sentiría si yo muriera. Me sentí muy triste y
entonces quise regresar.
Cuando me desperté, estaba en la sala de recuperación de nuestro hospital
local. Mi vesícula se había roto y yo casi había muerto. Afortunadamente, no
había sucedido y mi hijo nació muy saludable.
Poca gente comprendía las experiencias cercanas a la muerte por ese
entonces, lo que usualmente nos dejaba a quienes las habíamos experimentado,
sintiéndonos excluidos. Ese no era el caso de esta mujer. Su esposo aceptaba su
historia como real, y el resultado era que su relación se había vuelto más
fuerte de lo que había sido antes.
“NO ES SU HORA DE PARTIR”
Las experiencias cercanas a la muerte son desconcertantes para los adultos,
de modo que puedes imaginarte la confusión que tiene lugar en la mente de un
niño que vive para contarles a sus padres
acerca de un viaje hacia una luz. Una mujer en Virginia me contó de una
experiencia tal:
CUANDO TENÍA OCHO AÑOS, mi apéndice se rompió. Me llevaron al hospital,
donde un médico atemorizado, en la sala de emergencias, les dijo a mis padres
que yo moriría. Lo oí decir eso, porque lo dijo mientras estaba parado a mi
lado.
Hicieron la operación de todos modos. Me dieron éter y yo perdí el
conocimiento. Después, estaba de vuelta. Estaba flotando sobre mi cuerpo
mientras los médicos cortaban mi abdomen. “¡La estamos perdiendo! ¡La estamos
perdiendo!”, repetía uno de ellos.
Yo estaba excitada ante esto, porque cualquier cosa que fuera lo que estaba
sucediendo, me gustaba. De repente estaba yendo a través de un túnel oscuro y
dirigiéndome hacia una luz que estaba en el otro extremo. Después me encontré a
mí misma en un lugar hermoso, con una gran luz muy brillante que era muy bella
y no lastimaba mis ojos en absoluto.
Miré a mi alrededor y pude ver gente que no reconocía. Había silencio, y
entonces oí la voz de una señora en mi cabeza: “No, no, no es su hora de
partir. Tiene que regresar”.
No quiero regresar, pensé.
“Tienes que hacerlo”, dijo la voz. “Tienes una buena vida por delante”.
Cuando más tarde le conté a mi padre sobre esto, su rostro se volvió pálido
y se puso realmente nervioso. “No le cuentes a nadie”, me dijo. “Es nuestro
secreto”. De modo que no le dije a nadie, aunque la experiencia ha estado conmigo
todos los días desde que sucedió. Pensé que quizás había algo malo en mí hasta
que empecé a oír sobre las experiencias que otra gente había tenido. Ahora
puedo por fin hablar abiertamente sobre la mía.
“LO QUE ESTÁS HACIENDO ESTÁ MAL”
Mucha gente contaba cómo había sido transformada por sus experiencias
cercanas a la muerte. Pero una de las historias más interesantes fue la de una
mujer cerca de Washington, D.C., que trató de matarse. Aquí está su historia:
CUANDO ERA UNA ADOLESCENTE, decidí matarme porque mi tío estaba abusando de
mí. Me tomé un puñado de píldoras y salí de la casa. Estaba muy contrariada,
caí sobre mis rodillas y empecé a llorar.
Me sentía grogui y entonces caí sobre un lado. Fue entonces que oí una voz.
Era de noche, y miré alrededor para ver quién estaba hablando. Allí, parada
delante de mí, estaba mi abuela. Ella se había suicidado años atrás por una
enfermedad cardíaca crónica.
Me miraba hacia abajo y fue directo al punto. “Lo que estás haciendo está
mal”, dijo. “No debes matarte”.
El lugar donde estaba parada mi abuela era muy oscuro, tal vez porque un
punto al lado de ella estaba volviéndose muy brillante, como un tren que se
aproximara por un túnel. Esta luz me levantó y me sostuvo cerca. “No es tu
hora”, dijo. “Tengo cosas que debes hacer”.
Me tambaleé hacia dentro de la casa y llamé a la policía, que me salvó.
Solo conté la experiencia a mis amigos cercanos, porque ¿quién más podía
comprenderme? No pensé que hubiera alguien más como yo.
La experiencia de esta mujer cambió su vida de muchas formas. De algún
modo, dijo, le dio la comprensión del cuadro total. Se dio cuenta de que aunque
no podía cambiar lo que ya había pasado en su vida, el futuro era una pizarra
en limpio. Sus notas en la escuela mejoraron y comenzó a hacer trabajo voluntario
en casas para ancianos. Ahora es una enfermera registrada. “Elegí una profesión
de servicio específicamente debido a mi experiencia cercana a la muerte”, me
dijo.
“TE ACOMPAÑARÉ DE VUELTA”
Mucha gente que casi murió afirma que vio a parientes que han muerto. Esto
no me sucedió a mí, en gran medida, pienso, porque no había perdido a nadie que
fuera cercano. Pero una mujer que conocí
en Florida me contó sobre su experiencia cercana a la muerte, en la que vio una
cantidad de parientes fallecidos, incluyendo a un hijo que había nacido muerto:
YO CASI MORÍ DURANTE EL NACIMIENTO DE MI HIJO. En todo el esfuerzo que
tiene lugar, estalló un vaso sanguíneo y mi presión arterial cayó en picada.
Tenía un gran dolor y entonces de repente estaba fuera de mi cuerpo,
flotando sobre él. Miré a los doctores por un tiempo y después comencé a flotar
más y más alto hasta que estuve sobre el cielo raso y realmente podía ver la
instalación eléctrica.
Después fui hacia arriba, a una cueva, y al final yo estaba con mucha gente
que lucía exactamente como yo. Vi a mis abuelos, que habían estado muertos por
años, y un tío al que habían matado en la Guerra de Corea. Después, un hombre
joven se acercó a mí, un niño realmente. Me dijo: “Hola, mami”, y me di cuenta
de que era el niño que había nacido muerto unos pocos años antes.
Hablé con él por algún tiempo y me sentí feliz de que estuviera en este
lugar con sus parientes. Después, él tomó mi mano y dijo: “Tienes que regresar
ahora. Te acompañaré”.
Yo no quería regresar, pero él insistió. Caminó conmigo y me dijo adiós.
Entonces yo estaba de vuelta en mi cuerpo.
¿Cómo podía contarle a alguien todo esto? ¿Quién me creería? Mi esposo ni
siquiera lo hubiera querido oír, de modo
que no se lo conté. Pero ahora puedo hablar, ahora que conozco a otros que han
visto estas cosas también.
Aunque conocí a cientos de personas que habían tenido experiencias cercanas
a la muerte, conocí a muy pocas que hubieran experimentado todas las cosas que
yo había experimentado. La mayoría de la gente había ido a lo que yo llamo el
primer nivel, en el cual suben por el túnel, ven a los Seres de Luz y tienen
una revisión de sus vidas. Muy pocos habían ido a la ciudad de luz y al salón
del conocimiento.
Uno de los que fueron era un hombre que había agarrado un cable de 13.000
voltios sin conexión a tierra. La descarga de electricidad resultante le voló
ambas piernas y uno de sus brazos. Vino a una de las conferencias de Moody y
habló conmigo luego. La vida después de la muerte que había experimentado era
la misma que la mía. Hablaba sobre ríos de energía que él había cruzado con un
Ser de Luz. Aunque no había tenido visiones del futuro como yo, había visitado
una ciudad de luz que tenía las mismas catedrales brillantes y la sensación de
conocimiento omnipresente como la que yo había experimentado.
Traté de hablar con él en mayores detalles más tarde, pero no me dijo mucho
sobre lo que había sucedido. Por naturaleza era una persona más callada, más
reservada que yo, y estaba resentido por los escépticos que habían oído su
historia e insistido en que no podía haber sucedido.
Sin embargo, yo perseveraba en tratar de hablar con él sobre su
experiencia, pero no llegaba a ningún lado. No podía romper el hielo con él
como usualmente podía con otros. También estaba tomando una cantidad importante
de medicación para el dolor, que lo hacía aun menos comunicativo que lo que él
podría haber sido.
Encontré a otras personas durante este tiempo, que habían estado en la
ciudad de luces. Uno era un hombre mormón que conocí en Salt Lake City, cuya
historia era casi idéntica a la mía. Había visto a los Seres de Luz y las
gloriosas catedrales. En lugar de referirse a ellos como “espíritus” o “Seres”,
sin embargo, los llamaba “ángeles”, y llamaba a las catedrales “tabernáculos”.
En Chicago conocí a una mujer que fue impactada por un rayo cuando era
niña. Estaba bien vestida y parecía muy cuerda y calmada mientras describía
cómo había ido a la ciudad de luz y había estado parada en la presencia de lo
que sonaba como los mismos seres espirituales sobre los que he hablado.
Dijo que estos seres la habían entrenado en un sistema de colores. Todo lo
que hacía ahora estaba basado en sus intuiciones respecto a los colores. Cuando
compraba un auto, cuando se vestía a la mañana, hasta cuando decoraba su
oficina, lo hacía basada en algún esquema de colores que le había sido dado por
los Seres de Luz. No comprendí exactamente cómo funcionaba este sistema de
colores, pero el resultado, me dijo, era reunirla con otros como ella que
hubiesen estado en las catedrales de luz.
“Se supone que tenemos que reunirnos para algo grandioso”, dijo. “No sé qué
es, pero lo sabré cuando nos reunamos”.
De repente yo estaba conociendo a gente que no solo había tenido
experiencias cercanas a la muerte, sino que había tenido casi la misma
experiencia que yo tuve. Encontrar a estas personas fue un gran alivio. Era
casi como llegar a la superficie después de haber estado obligado a estar bajo
el agua por una mano invisible.
Estos encuentros confirmaban la realidad de lo que había sucedido. Tal vez
una persona como yo mismo podría haber soñado una aventura magnífica. Pero ¿era
posible que una cantidad de gente de diferentes partes del país hubiera tenido
el mismo y complejo “sueño” en el momento de su deceso? Para mí, la respuesta
era claramente “no”. Nosotros habíamos realmente muerto y fuimos a un mundo
espiritual. La única diferencia entre lo que habíamos hecho y visitar un país
distante era que lo hicimos sin llevar nuestros cuerpos mortales con nosotros.
Conocer a estas personas también me convenció de que yo no estaba loco.
Como ya sabes ahora, esa era una preocupación mía desde el principio, como lo
era para la mayoría de todas las otras personas con experiencias cercanas a la
muerte que yo estaba conociendo ahora. Comenzamos a darnos cuenta de que éramos
especiales, no locos. Esta sensación de ser especiales nos llegó cuando nos
dimos cuenta de que no estábamos solos. En lugar de sentirnos avergonzados o
humillados, de repente nos sentíamos bien respecto de nosotros mismos.
Debería mencionar que los mormones no hacían sentir como si fueran locas a
las personas que habían tenido una experiencia cercana a la muerte. Dado que la
vida después de la muerte era parte de la doctrina de su iglesia, realmente le
daban la bienvenida al testimonio de lo que ellos habían visto y oído del otro
lado.
En 1977 fui a España, donde me senté en un panel de gente que había estado
clínicamente muerta pero había sobrevivido. Estas personas venían de todas
partes del mundo: Europa, Estados Unidos y Asia. Dado que contábamos historias
que eran similares, me di cuenta de que era una experiencia universal.
Además de confianza en mi cordura, tenía un sentimiento aun más fuerte de
que me habían dado una auténtica misión: construir los centros. Esta misión
era, en esencia, mi mensaje. Nunca quise hacer nada de estas cosas, pero solo
un tonto se resistiría al mandato de Dios.
Nunca encontré a nadie a quien le hubiesen dado una misión semejante, ni
tampoco encontré alguna vez a alguien que hubiese visto las visiones del
futuro, que se hubiera sentado delante de los trece Seres de Luz y le hubiesen
mostrado el futuro de a una caja por vez. Cuando me reunía con otros, yo era el
único que hablaba sobre un evento semejante.
Con todo, yo sabía que eso había sucedido. Partes de las visiones estaban
empezando a tener lugar, y podía ver cosas sutiles que sucedían en el mundo que
parecían indicar que el resto de las visiones también se volvería realidad. Mi
confianza crecía y me sentía psicológicamente más fuerte.
“Somos personas normales”, recuerdo haber dicho en un panel de discusión.
“Somos personas normales a las que les ha sucedido algo paranormal”.
Aunque todavía lucía un poquito dañado por el rayo que me había quemado, me
estaba sintiendo más normal cada día.
Después, hice un descubrimiento que realmente me impresionó.
ONCE: Poderes especiales.
No hubo una “primera vez” en que me haya dado cuenta de que tenía poderes
de videncia. Me di cuenta de que sucedía algo extraordinario cuando un amigo me
espetó un día: “Dannion, ¡por qué no mantienes cerrada la boca y me dejas
terminar las preguntas antes de responderlas!”.
La respuesta salió directamente de mi boca: “Porque sé lo que me
preguntarás antes de que lo digas”.
“No, ¡no lo sabes!”, me gritó nuevamente mi amigo.
“De acuerdo, probemos”, le propuse, y le dije cuál sería su próxima
oración. Quedó boquiabierto porque era exactamente lo que estaba a punto de
decir. Después, cuando comenzó a hablar, yo hablaba junto con él como si lo
hubiésemos practicado, diciendo lo mismo que él decía al mismo tiempo que lo
decía.
Empecé a experimentar este fenómeno con miembros de mi familia. Llegó un
punto en el que respondía sus preguntas antes de que ni siquiera las
formularan. No sabía cómo lo hacía. Simplemente “oía” lo que iban a decir antes
de que lo dijeran. Esto era un impacto tan grande
para mí como lo era para la persona con quien estaba hablando.
Recuerdo que lo hice una vez en un seminario al que había sido invitado
para hablar sobre mi experiencia. Cuando la gente se acercaba para hablar
conmigo, yo comenzaba la conversación formulando la pregunta que ellos iban a
hacerme antes de que las palabras salieran siquiera de sus bocas. Esto
sorprendió a algunos de ellos, que luego se dieron vuelta y les dijeron a otros
a su alrededor: “Me leyó la mente”.
Mi padre estaba allí también y no podía creer lo que estaba sucediendo. Me
había visto hacerlo antes, pero nunca en un entorno compuesto totalmente por
extraños. Ni bien terminaba de hablar con alguien, mi padre lo llevaba a un
rincón y le preguntaba si yo realmente le había leído su mente. Nueve de diez
personas insistían en que lo había hecho. Para el momento en que dejamos el
seminario, mi papá estaba aturdido y confundido por lo que había visto.
“¿Cómo diablos haces eso?”, me preguntó.
“No lo sé”, me encogí de hombros. “Simplemente no lo sé”.
Y no lo sabía. No sabía que esas preguntas no habían sido formuladas. Yo
oía las palabras en mi cabeza con tanta seguridad como si la persona las
hubiese pronunciado.
Cuando me di cuenta de lo que estaba sucediendo, traté de sintonizar con la
otra persona. Descubrí que si la persona dudaba cuando hablaba, generalmente
era un signo de que estaba cambiando su curso de pensamiento. En ese momento, yo podía levantar sus ondas
de pensamiento y oír lo que estaba pensando.
Mi habilidad para leer las mentes mejoraba rápidamente, tan rápidamente, en
realidad, que casi arruinó negociaciones en un trato de negocios. Después de
que esto sucedió, me di cuenta de que a veces me convenía quedarme callado
sobre las cosas que estaba “oyendo”.
Mis tres socios y yo estábamos negociando la venta de un equipamiento
electrónico con miembros de una compañía naviera de Noruega. Habíamos trabajado
en este trato por algún tiempo, y ahora tres oficiales de la compañía noruega
habían volado hasta South Carolina para rematar los detalles del acuerdo.
Cuando estábamos sentados con los noruegos en la mesa de negocios,
comenzaron a hablar unos con otros en noruego. Estaban poniéndose de acuerdo
sobre las preguntas que nos formularían antes de decirlas en inglés. Mientras
hablaban en su lengua madre, esforzándose en elaborar en inglés lo que nos
dirían, yo de repente hablé y dije: “Lo que ustedes quieren preguntarnos es…”,
y después formulé la pregunta por ellos. Se rieron nerviosamente y discutimos
la primera parte del contrato, sobre la que tenían preguntas para formular.
Después empezaron nuevamente a hablar entre ellos en noruego, que yo podía
comprender perfectamente leyendo sus mentes. Una vez más les dije lo que
estaban pensando.
“Pensamos que usted no comprendía nuestra lengua”, dijo uno de los noruegos.
“No la comprendo”, dije, y procedí a contarles mi historia.
Había descreimiento en los rostros de todos los que estaban en la
habitación. A los noruegos les costaba creer que una persona pudiera alcanzar
poderes extrasensoriales como resultado de ser fulminado por un rayo. Mis
socios no podían creer que yo hablase sobre mi experiencia en el medio de
negociaciones serias. Tenían miedo de que tal conversación pudiese arruinar el
trato.
“Nadie quiere que le lean su mente”, dijo uno de mis socios. “Especialmente
cuando están negociando un contrato”.
Comprendí eso y decidí que de allí
en adelante no revelaría lo que sabía durante la mayor parte de las reuniones
de negocios. Pero eso no significaba que no usaría mis poderes para evitar que
la gente se aprovechara de mí.
En uno de mis negocios de electrónica, decidimos comprar un producto de un
nuevo proveedor. A mis socios y a mí nos gustaba este amigo, que hacía un
componente que necesitábamos para nuestro sistema de máscara. Fuimos a cenar
con él y después fuimos a tomar algo, y ninguno de nosotros sospechamos que
algo estuviese mal, incluyéndome a mí.
Después todo cambió, sin embargo, cuando nos sentamos en la mesa a negociar
el trato. Mientras hablábamos acerca del precio, un tono en su voz me hizo
sentir receloso. Mientras lo escuchaba, percibí la imagen de una habitación
llena con el producto que estábamos comprando. Mientras miraba esa habitación
en mi mente, pude ver que la mayoría de
los componentes que estábamos a punto de comprar eran defectuosos. ¡Este hombre
estaba tratando de vendernos basura!
Les dije a mis socios lo que había visto antes de firmar el contrato. En
nuestra última rueda de negociaciones pudimos insertar una cláusula que nos
permitía una devolución por cada componente que no funcionara. Al final, más
del 60 por ciento de los componentes tuvieron que ser comprados nuevamente por
este hombre, que en realidad había tratado de vendernos productos de calidad
inferior.
Durante este período, otro poder extraordinario se me presentó.
No sé de qué otra forma describir este poder peculiar si no es diciendo que
comencé a ver “películas”. Miraba a alguien y de repente veía fragmentos de su
vida, como si estuviésemos mirando una película casera. O levantaba un objeto
que pertenecía a alguien y veía escenas de la vida de su dueño. A veces tocaba
algo viejo y tenía una visión de la historia de ese objeto.
Por ejemplo, en 1985, fui a Europa para ayudar a Jacques Cousteau a armar
los equipos electrónicos marinos para uno de sus proyectos. Mientras estaba
allí, volé a Londres para ver a un amigo. Mientras estábamos caminando por la
ciudad, me detuve frente al edificio del Parlamento para ajustar mi zapato y
puse mi mano sobre un pasamanos. De repente percibí olor a caballos. Miré a mi
izquierda y no había ninguno allí, sin embargo podía oír niños jugando. Miré a
un lugar justo delante del Parlamento y vi gente con ropas del 1800 jugando al
cricket. Miré hacia mi derecha y vi un
caballo parado al lado mío orinando. Comencé a decirle algo a mi amigo, pero ya
no estaba allí. En su lugar, gente vestida con trajes del siglo XIX y sombreros
de hongo estaba caminando a mi lado por la acera.
Sentí temor y no sabía qué hacer. Ahí estaba yo, en invierno en Londres, y
sin embargo la gente estaba jugando al cróquet y tenía puesta ropa de primavera
y de otro siglo. No podía soltar la reja aunque lo intentase con ganas.
Mi amigo vio que yo estaba en algún tipo de trance y trató de hablar
conmigo. Al ver que continuaba mirando a mi alrededor y no respondía, tiró de
mi mano y me soltó del pasamanos. Salí de la visión tan repentinamente como
había entrado.
“Estaba viendo esta zona de la forma en que era antes”, dije. “Podía ver a
Londres tal como era en el siglo XIX”.
Esta no era la primera vez que sucedía algo así. Inmediatamente después de
ser fulminado por el rayo, mientras yacía en mi cama de hospital, descubrí que
cuando una persona tocaba mi mano, yo era repentinamente esa persona en una
determinada situación. Por ejemplo, veía a una persona peleando con alguien de
su familia. No sabía necesariamente por qué estaban peleando, pero podía sentir
el dolor o el enojo que esa persona sentía.
Una vez, una amiga cercana a la familia vino a verme y puso su mano en mi
antebrazo. De repente, la “película” comenzó. Podía verla sentada a una mesa
del comedor discutiendo con su hermano y hermana por un pedazo de tierra que habían recibido en el
testamento de alguien. Ella les estaba ofreciendo una pequeña suma de dinero
por su parte de la tierra, sabiendo perfectamente que valía mucho más. Estaba
tratando de engañarlos. Más tarde les conté a los miembros de su familia lo que
había visto, y resultó ser cierto.
Otra vez un amigo que tenía piedras en su riñón, vino a visitarme. Yo no
sabía sobre su problema antes de que viniese al hospital, pero cuando puso su
mano sobre mi hombro para despedirse, de repente lo vi hacerse un ovillo y
retorcerse en agonía en el sofá de su sala de estar mientras esperaba que sus
piedras pasaran.
Le dije lo que había visto y le impactó. “Eso es exactamente lo que
sucedió”, me dijo. “Finalmente las despedí la otra noche”.
Desde el mismísimo comienzo me di cuenta de que las situaciones estresantes
y las crisis dominaban estos fogonazos de videncia. Si la gente se estaba
peleando con los hijos o con sus esposos, eso es lo que veía en estas “películas
caseras”. Autos destrozados, novias enojadas, malas situaciones familiares,
conflictos de oficina, enfermedades y otras formas de estrés eran siempre el
punto central de mis visiones. Todavía sucede de ese modo.
Una vez, por ejemplo, yo le estaba vendiendo un auto a un hombre. Era una
persona agradable, en el final de sus cincuenta años, que tenía los dedos
gruesos y fuertes de quien ha hecho un trabajo manual por muchos años. Hablamos
acerca del auto por un tiempo antes de que decidiera comprarlo, y en ningún
momento dejó ver un atisbo de que había
algo que no estaba bien en su vida personal. Tan pronto como estuvo de acuerdo
en comprar el auto y nos dimos la mano para cerrar el acuerdo, pude ver que
algo estaba realmente mal.
De repente me encontré en su sala de estar el día anterior, en el medio de
una disputa familiar acérrima entre sus hijos adultos y él. Podía sentir su
enojo hacia sus chicos mientras le insistían sin piedad sobre un edificio de
departamentos que él poseía. Querían que lo vendiera y les diera a cada uno de
ellos una suma de dinero de una sola vez. Él, por el otro lado, quería hacer
mejoras en la propiedad de modo de poder continuar alquilando los departamentos
y usar el dinero para su retiro.
Había mucha codicia subyaciendo a la conversación y muy poca preocupación
por el padre. El padre sabía que sus hijos estaban pensando únicamente en sus
billeteras, y la conversación rápidamente tuvo una escalada para convertirse en
un combate familiar salvaje que le dejó a él un sentimiento de enojo y de
dolor.
Yo podía ver todo eso. Mientras estaba parado en mi patio delantero con
este hombre tan agradable, sentí una gran simpatía por él. Decidí dejarle saber
cómo me sentía.
“Espero que esto no te asuste demasiado”, le dije. “Pero puedo leer mentes”.
Entonces le dije cómo había sido su día anterior completo, con las
dolorosas emociones que habían acompañado la discusión.
“Te compadezco”, le dije. “Estas personas no han hecho nada para ayudarte a cuidar esta
propiedad, y ahora quieren robártela. Deberían estar avergonzados”.
Dejó mi casa con algo más que un nuevo auto. Al principio estaba impactado,
pero después de que hablamos acerca de los incidentes del día anterior, se
sentía profundamente aliviado. “Hablar sobre mis problemas personales no es algo
que haga con frecuencia”, dijo. “Pero no tenía opción en esta oportunidad”.
Cuando descubrí por primera vez estas habilidades paranormales, las usaba
en formas que ahora considero deshonestas. Era difícil de vencer a las barajas,
dado que sabía qué cartas tenían en sus manos los otros jugadores. Podía
predecir la siguiente canción en la radio o la máquina de discos en un 80 por
ciento de las veces. Y una vez predije correctamente el equipo ganador en los
partidos de fútbol 156 veces seguidas, incluyendo el resultado correcto en
aproximadamente el 80 por ciento de los casos.
Pronto me sentí culpable de usar estos poderes en tal forma. Sentí que
tenían un cierto aspecto de don de Dios que los hacía divinos. Abruptamente
dejé de apostar y comencé a buscar formas positivas de usar mis poderes de
vidente. En lugar de apostar, que no era espiritualmente satisfactorio, hablé
con otros que estaban llevando a cabo actividades espiritualmente más
satisfactorias que apostar.
Usar tus habilidades de videncia para tocar a la gente espiritualmente, a
menudo requiere de un acercamiento delicado (Si todo lo que quieres hacer es
llevar a cabo un truco de salón, un asalto frontal está bien, dado que tu
objetivo es impactar a la persona).
Por ejemplo, estaba en un restaurante una vez cuando me di cuenta de que la
mesera tenía los ojos ardidos, típicos de quien no ha dormido bien por varias
noches. Tenía la frente profundamente arrugada, y parecía enojada y nerviosa.
A la mitad de la comida vino a llenar nuevamente mi taza de café. Puso la
mano sobre la mesa mientras lo hacía y me dio la oportunidad de tocar su mano.
Cuando lo hice, la “película casera” comenzó inmediatamente.
Podía ver a esta mujer hablando con un hombre mayor que ella. Estaban
parados en alguna calle por ahí, y ella estaba tratando de agarrar su mano. Era
obvio que él no estaba interesado en ella. Mientras la muchacha hablaba con él,
él se daba vuelta una y otra vez, mirando la calle o a los autos que pasaban,
cualquier cosa para evitar la mirada de la chica.
Por un momento yo era ella. Sentía su dolor al saber que la relación con
este hombre estaba condenada al fracaso. Esta escena y el conocimiento llegaron
como un fogonazo, y después se fueron.
Cuando volvió a traer la cuenta, la detuve. “Tú sabes, los hombres más
grandes no son tan buenos como parecen”, le dije. “A veces los pierdes a pesar
de todo lo que hagas. No te culpes a ti misma. Intentaste todo y ahora te
sientes como una tonta. Realmente, tú eras lo mejor para él, y tú lo sabes”.
La mesera estaba alarmada por mi comprensión de su vida. Me miró como si yo
fuese el diablo. Pero cuando se dio cuenta de que era inofensivo, regresó a mi
mesa.
“Tienes razón”, dijo, sentándose. Se revitalizó ante mis propios ojos en
los pocos minutos que pudimos hablar.
Cuando tales sucesos comenzaron a suceder con regularidad, le conté a Moody
sobre ellos. Estábamos sentados en un restaurante en Georgia cuando le dije que
podía leer mentes. Era claro que no me creía. Me preguntó cómo pensaba yo que
funcionaba, y yo simplemente me encogí de hombros.
“No sé cómo es que sé las cosas que sé, Raymond”, le dije.
Le conté que podía ver escenas de la vida de una persona como si estuviera
viendo una película casera. Le dí algunos ejemplos, pero seguía sin poder
creerlo.
“De acuerdo”, le dije, un poquito enojado al ser desafiado. “Escoge a
alguien en este restaurante y le leeré la mente”.
Eligió a nuestra mesera, que estaba pasando al lado de nuestra mesa en ese
momento. Le pedí que se detuviera y le toqué la mano. La “película” comenzó
inmediatamente. En la primera escena estaba discutiendo acaloradamente con su
novio. Estaban sentados a la mesa de la cocina y realmente discutiendo fuerte.
Lo vi a él agarrar su saco y partir. Luego apareció otro fragmento de película.
Podía ver al novio tomando de la mano a otra mujer, una rubia con cabello largo
y enrulado y una preciosa nariz pequeña. Después vino un pedazo de película
corto, que mostraba a la mujer con cabello largo enrulado parada en un café con
la mesera.
Le dije lo que veía. Ella estaba asustada y enojada al mismo tiempo,
asustada de mí y enojada con su novio. “Eso
es exactamente lo que pensé que estaba sucediendo”, dijo. “Mi novio está
saliendo con mi mejor amiga. Cada vez que le pregunto sobre esto, lo niega y se
va. Finalmente salí con ella la otra noche y le pregunté sobre el tema, pero
ella dice que no está sucediendo nada”.
Todavía había dudas en los ojos de Moody, de modo que le pedí que eligiera
a otra persona. Al lado nuestro había una mujer en un reservado que había
estado tratando de escuchar nuestra conversación con gran interés. Moody se
presentó y le preguntó si le molestaría tomar mi mano en nombre de la
investigación.
Cuando la señora lo hizo, otra “película casera” apareció en mi cabeza. En
una escena, vi a esta mujer en un patio con una mujer mayor. Estaban felices y
riéndose, pero la alegría parecía forzada, como si hubiese algo que les causara
temor que estuvieran tratando de espantar con la risa. En la próxima escena
estaban estas dos mujeres sentadas juntas en una casa. La mujer cuya mano
estaba sosteniendo estaba llorando, y la mayor se veía preocupada. Podía
percibir que la mujer mayor estaba enferma y que la más joven temía que fuera
una enfermedad mortal.
Solté la mano de la mujer y le dije lo que había visto. Sus ojos se
humedecieron mientras me contaba que su madre tenía cáncer. Naturalmente estaba
preocupada, y habían tenido muchas noches como la que yo había descrito, en las
que ella y su madre habían hablado abiertamente acerca del futuro.
Escogí aproximadamente cinco personas más y les dije una variedad de cosas, incluyendo dónde
vivían, qué clase de auto manejaban, quiénes eran sus amigos, cuáles eran sus
situaciones económicas y qué clase de problemas tenían.
Las personas reaccionaban de forma diferente mientras yo miraba sus
“películas”. Un par simplemente entrecortaron su respiración y cubrieron su
boca. Una me dijo muy enojada que me detuviera. Otra quería oír más, y una se
sonrojó y dijo que sentía como si repentinamente estuviese desnuda.
Moody finalmente se convenció de que algo realmente extraordinario estaba
sucediendo. Pero no comprendíamos ni el modo ni la razón por los que sucedía,
lo que era particularmente difícil para mí, dado que yo era quien tenía que
vivir con mis habilidades.
Tal como le había dicho a Moody, no comprendo por qué puedo ver estas
“películas caseras” de las vidas de las personas o por qué oigo oraciones antes
de que sean pronunciadas. Aún más, no siempre me gusta. Tener habilidades de
vidente significa que tienes acceso a los puntos más sensibles de una persona,
las zonas de su vida que están más ocultas y protegidas contra la vista del
resto de las personas. “Ver” esas zonas es a veces bueno, porque les da a las
personas la posibilidad de hablar abiertamente sobre el dolor en sus vidas.
El problema es que la gente no siempre quiere hablar sobre el dolor en sus
vidas, menos que menos con un extraño que les dice cosas que los extraños no
deberían saber. He sido acusado de ser un investigador privado, un mirón, un
ladrón, incluso alguien que tiene acceso a archivos
del gobierno privados. He sido amenazado y hasta golpeado por gente a la que no
le gustaba que yo husmeara en sus asuntos.
Con franqueza, no puedo culparlos. Antes de que me diera cuenta de que
cosas como esta sucedían, me hubiera enojado si alguien que no conociera bien
leyera mi mente. Aunque sé que lo que hago va a enojar a algunas personas, yo
sin embargo no puedo evitar que suceda.
Si hay algún consuelo en tener habilidades de videncia, es que otras
personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte las tienen también.
No quiero decir solamente la experiencia misma, que es un evento psíquico
intenso. Quiero decir lo que sucede después de la experiencia. Todavía tengo
que conocer a una persona que haya tenido una experiencia cercana a la muerte
que no tenga fogonazos de precognición o poderes intuitivos muy desarrollados.
Tiene sentido, dado que la gente que ha tenido una experiencia cercana a la
muerte ha quebrado a la naturaleza en la mismísima esencia de la vida.
He oído a cientos de personas que han tenido una experiencia cercana a la
muerte contarme sobre sucesos de videncia en sus vidas. Una vez hablé con un
ruso, por ejemplo, que había sido atropellado por un auto y enviado a la morgue
porque fue considerado muerto. Fue puesto en un cajón de almacenamiento
refrigerado por tres días, tiempo durante el cual su espíritu dejó su cuerpo y
vagó. Fue a su casa y vio a sus hijos y después entró en el departamento de al
lado, donde el niño de un año de edad de la pareja no dejaba de llorar. Lo
habían llevado al médico varias veces, pero nadie podía darse cuenta qué estaba mal. El espíritu de este
hombre pudo comunicarse con el niño y descubrir que tenía una fractura del
tamaño de un cabello en su pelvis.
Se supo que el hombre estaba vivo justo antes de que el patólogo comenzara
su autopsia. Fue enviado al hospital, donde tuvo una recuperación física total,
pero no, pensaron, una psicológica. Seguía hablando sobre un viaje fuera de su
cuerpo y de haber visitado a familiares y amigos. Finalmente pidió que le
trajesen a su vecino con su niño que no dejaba de llorar. Le dijo lo que había
hablado con el niño cuando estaba “muerto” y que el niño lloraba porque su
pelvis estaba quebrada. Una radiografía mostró que el hombre estaba en lo
correcto.
“Todo eso fue una experiencia de videncia”, dijo el ruso. “Me ha dejado sin
la comprensión de mí mismo”.
El ejemplo más interesante de poderes psíquicos que provenían de una
experiencia cercana a la muerte me lo contó mi coautor sobre un investigador
llamado Frank Baranowski en Mesa, Arizona. En 1979, tuvo la oportunidad de
entrevistar a un obispo en el Vaticano cuyo corazón se había detenido por
varios minutos como resultado de un ataque cardíaco. Había tenido una
experiencia cercana a la muerte tan sorprendente para los otros clérigos, que
el papa Juan Pablo fue llamado a su lado.
El Papa le preguntó al obispo si había visto a Dios. El obispo no estaba
seguro. Había sido recibido al final del túnel por un extraño que lo había
acompañado a una luz brillante y amorosa. La experiencia en sí había sido así
de simple, le dijo al Papa, excepto que cuando retornaba, pasó a través de las paredes del Vaticano y
entró en el camerino del Papa.
“¿Qué estaba vistiendo?”, preguntó este.
El obispo describió perfectamente las ropas que el Papa había llevado
puestas para el oficio de esa mañana.
Después de que retornó a la salud, las experiencias de videncia
continuaron. Pudo predecir algunas cosas, entre ellas los ataques cardíacos de
dos amigos oficiales de la Iglesia.
¿Eran sus experiencias de videncia, y las de otros como él, causadas
meramente por una intuición elevada? No lo sé. Estoy seguro de que la noción de
poderes psíquicos le parece exagerada a la mayoría de la gente. Ciertamente
también me lo parece a mí. Me es difícil comprender aun mi propio caso, cómo un
rayo que atravesó mi cabeza y un viaje a un mundo espiritual podrían
convertirme en un vidente.
He pensado en esto cientos de veces y, sin embargo, no tiene sentido. ¿Es
posible que una experiencia cercana a la muerte pudiera provocar que un ser
humano desarrollara poderes extraordinarios, incluso hacer que sea posible para
él leer mentes y ver el futuro? Antes de que esto me sucediera a mí, me hubiese
reído de la idea, como también me hubiese reído de la noción de experiencia
cercana a la muerte misma. Pero ahora es la pregunta principal en mi cabeza.
Afortunadamente, otros han meditado sobre esta misma pregunta en los
últimos años y han llegado a algunas respuestas notables. En 1992, el Dr.
Melvin Morse publicó los resultados de un estudio importante sobre experiencias cercanas a la muerte, en un
libro titulado Transformed by the Light.
En este estudio, el Dr. Morse llevaba adelante un examen detallado de
cientos de personas que habían sobrevivido a experiencias cercanas a la muerte.
Usando pruebas psicológicas estándares, descubrió que en verdad ellos tenían
más experiencias psíquicas comprobables que la población en general: más de
cuatro veces la cantidad de las personas comunes, de acuerdo a su estudio.
La mayoría de estas experiencias de videncia son simples e insignificantes.
Por ejemplo, mucha gente tiene premoniciones de llamados telefónicos: le dicen
a un compañero de trabajo o a un miembro de su familia que alguien está por
llamar, y en poco tiempo esa persona lo hace. Estos llamados usualmente vienen
de miembros cercanos de la familia, pero con frecuencia son de gente sobre la
que no han sabido por años. Dado que le dijeron a otras personas antes de que
el evento sucediera, son experiencias psíquicas comprobables.
La mayoría de las experiencias citadas en su libro van más allá de llamadas
telefónicas sin embargo. Una mujer soñó que su hermano estaba sangrando de su
costado y sus manos y estaba gritando para pedir ayuda. Le contó el sueño a su
familia a la mañana siguiente y le dijeron que lo olvidase, que no era más que
una pesadilla. Sin embargo, en unos días, unos ladrones hirieron a su hermano
en el costado y en sus manos, exactamente del modo en que ella lo había soñado.
El Dr. Morse cita docenas de historias como esta en su estudio. En lugar de
ignorarlas y despacharlas considerándolas
coincidencias, él elige examinarlas desde más cerca y concluye que ciertamente
hay algo sobre la experiencia cercana a la muerte que hace que la gente tenga
más videncia.
Qué es este “algo”, es una pregunta que no puedo responder. Nadie puede,
todavía. Algunos piensan que hay una zona del cerebro que se vuelve más
sensible por la cercanía con la muerte y que esta zona es la responsable de las
comunicaciones psíquicas. Otros creen, como lo hacía Freud, que nos
comunicábamos de un modo psíquico antes de que desarrolláramos el lenguaje y
que la experiencia cercana a la muerte revive esas habilidades psíquicas.
No sé por qué tengo estas habilidades de videncia y tampoco sé por qué
otros las tienen. Sí sé que todo el tiempo suceden cosas que son intrigantes y
todavía inexplicables. En gran parte, vivimos en un mundo que es todavía un
misterio. Negar ese misterio podría ser negar lo más extraordinario del mundo.
DOCE: La reconstrucción.
Para 1978, estaba haciendo un regreso contundente. Podía caminar casi
normalmente, y podía concentrarme por suficiente tiempo como para comenzar a
pensar acerca de reconstruir mi vida.
La caída del rayo me había costado todo. Había perdido mi casa, mis autos y
mis negocios, todo para pagar los médicos y los hospitales. En breve, había
pagado decenas de miles de dólares para seguir vivo.
Para los estándares de la mayoría de la gente, yo estaba en mala forma.
Pero para mis estándares, los que había adoptado después del accidente, yo era
un competidor olímpico. Mi peso todavía era bajo, y seguía teniendo perturbadores
períodos de pérdida de conocimiento. Mis médicos decían que eran causados por
mi corazón dañado. Estimaban que aproximadamente el 30 por ciento de mi corazón
había sido dañado, o tal vez incluso dejado inservible, por el rayo. Mi corazón
tenía una “insuficiencia en su bombeo” que a veces impedía que llegara
suficiente sangre a mi cabeza. Cuando sucedía eso, yo simplemente colapsaba.
Afortunadamente, había gente que siempre estaba allí para levantarme. Sandy
estaba todavía conmigo, como también amigos como David Thompson, Jan Dudley y
Jim y Kathy Varnl. Cuando me caía en público, usualmente estaban allí para
ayudar.
A los doctores les preocupaba que mi corazón degenerara con el tiempo y
finalmente se convirtiera en un verdadero problema. Yo no sentía que debiera
esperar a que se convirtiera en un verdadero problema, dado que para mí ya
parecía un verdadero problema.
Tenía opciones, por supuesto. Podía sentarme y esperar, deseando que mi
corazón curara y yo me recuperara totalmente o pudiera volver a trabajar.
Decidí trabajar. Debido a mis habituales visiones de los centros, comenzó a
fascinarme la electrónica. Empecé tres negocios, todos vinculados a la
electrónica.
El primero era un negocio que consistía en vender supresores de subidas de
tensión, un dispositivo diseñado para prevenir que subidas de tensión de
electricidad pudiesen dañar equipamiento del hogar. Como puedes imaginar, yo
era el vendedor perfecto para este producto, ¡siendo como era un ejemplo
viviente de lo que puede suceder al equipamiento humano que recibe demasiada
electricidad!
También regresé a trabajar para el gobierno, fabricando e instalando
dispositivos que impedían la instalación de micrófonos ocultos en edificios del
gobierno en todo el mundo. Llamados “sistemas de enmascaramiento”, su función
es impedir que se escuchen en otro sitio las conversaciones que tienen lugar en
los edificios del gobierno.
El tercer negocio involucraba la fabricación de una pieza de equipamiento
que me había sido mostrada en una de mis visiones, un dispositivo electrónico
antienredo diseñado para impedir que los percebes se adhieran a los cascos de
los barcos, de ese modo disminuye el consumo agregado de combustible causado
por el remolque.
Este invento, que desarrollé con dos amigos, significó un gran impulso para
la protección ambiental. Hasta entonces, la mejor forma de impedir que los
percebes se adhirieran a los cascos, era con una pintura altamente tóxica.
Ahora lo mismo podía hacerse transmitiendo unos tonos eléctricos a través del
casco. Esta invención por lo tanto duplicaba el beneficio al medio ambiente al
incrementar la eficiencia del combustible y reducir el vertido tóxico en las
aguas.
También trabajé con los sordos. Modifiqué una pieza del equipamiento
llamada audio transductor para convertir discurso en vibraciones. Este
dispositivo puede ser sujeto a cualquier superficie, incluso al cuerpo humano.
Cuando la música o sonido pasa a través del transductor, este vibra y convierte
aquello a lo que está sujeto en un hablante. Yo fijaba estos dispositivos a la
parte de atrás de la oreja de las personas sordas, permitiéndoles “oír” a
través de las vibraciones. Helen Keller usaba un método similar cuando ponía
sus manos sobre las gargantas de las personas para sentirlas hablar.
Recuerdo a una mujer sorda que lucía asustada mientras yo enganchaba el
dispositivo a su oreja. Su madre le decía que todo estaba bien, pero ella
sentía temor ante lo que podía llegar a
ser la experiencia de oír. Encendí el transductor y le hablé. Ella me miró y
comenzó a llorar. “Puedo oír eso”, decía. “Nunca había oído nada”.
Que la gente sorda de repente comience a oír me recuerda mucho a mi
repentina adquisición de poderes de videncia. Por años esas personas han
aprendido a adaptarse a vivir en un mundo silencioso. Sus otros sentidos han
compensado la situación tan bien que quizás no se han dado cuenta de que se
estaban perdiendo algo. Luego, un día —¡guau!—, como por un rayo, son
introducidos en un mundo que no sabían que existía. Están emocionados aunque
también asustados, todo al mismo tiempo. Es como explorar algo que nunca
supieron que existía.
Los transductores también me fueron mostrados en una de las visiones que
todavía estaba teniendo de forma regular. Los llamaba “discos de hockey” porque
eso es a lo que me hacían recordar: discos de hockey pequeños, redondos y
negros. No sabía qué eran estos discos, pero a través de las visiones supe que
la función de ellos era transmitir música a través del cuerpo de la persona que
estaba tendida en la cama.
A través de las visiones comencé a darme cuenta de ciertas cosas sobre el
cuerpo humano, siendo una de ellas que, como estos transductores, transmitimos
esencias espirituales, mentales y físicas de nosotros mismos al mundo que nos
rodea. Aprendiendo a estar en contacto con nuestro ser eléctrico y biológico,
podemos hacer de nosotros mismos seres más elevados que transmiten el lado
espiritual de la vida.
Mis visiones sobre los centros estaban todas relacionadas con la
comprensión del cuerpo; cómo produce energía y cómo esa energía puede
encontrarse de tal modo que tenga un contexto espiritual. Cuando alcanzas el
punto en el que puedes controlar esta energía y transformarla en una fuerza
positiva, has encontrado la parte de ti que es Dios.
El objetivo de los centros era redirigir la energía humana, pero no lo
sabía en ese momento. Antes bien, a mí simplemente me dijeron que hiciera
ciertas cosas. Comencé las compañías mencionadas antes porque los espíritus me
dirigieron a hacer eso. También comencé una compañía llamada Scientific Technologies,
que fabricaba componentes electrónicos.
Tomé algunos socios en este último negocio. Les expliqué que yo quería
comenzar un negocio porque mis visiones me estaban dirigiendo a hacer eso. Me
creyeron, porque me habían conocido por una gran cantidad de años. Sabían que
antes de que me caiga el rayo yo no sabía mucho sobre electricidad, pero
después había recibido todo el conocimiento que necesitaba tener de maestros
que eran espíritus.
“No sé por qué se supone que debo empezar este negocio, salvo porque me
dicen que lo haga en mis visiones”, les dije a mis socios.
Estuvieron de acuerdo en seguir la visión conmigo. Me indicaron que
dirigiera el negocio hacia el medio ambiente y lo hice al continuar fabricando
e instalando los sistemas antienredo en los barcos. Por un tiempo, no nos fue
bien, y después el gobierno prohibió la pintura antienredo. Finalmente habían recopilado
suficientes estudios científicos como para darse cuenta de que era perjudicial
para el medio ambiente. En realidad, era tan peligroso que caer en Norfolk
Harbor cuando las pinturas estaban en uso exigía un inmediato viaje al hospital
para ser desintoxicado. Cuando la pintura estuvo prohibida, nuestras ventas
treparon de forma drástica.
En 1983, seguí con la visión apartándome de la electrónica marina y regresé
al negocio de localizar y remover micrófonos ocultos. He estado en ese negocio
desde entonces.
Y, por supuesto, las visiones continuaron. Eran acerca de amor y de
encontrar los componentes adecuados para crear los centros.
Dediqué mi tiempo al trabajo voluntario con enfermos desahuciados, cuyo
objetivo es hacer que las personas se sientan cómodas mientras están muriendo,
generalmente en sus hogares. Hacía esto porque me dirigían a hacerlo en las
visiones. Visitaba pacientes y les contaba mi historia. Muchos de ellos nunca
habían escuchado sobre las experiencias cercanas a la muerte. De todos modos,
estando tan cerca de la muerte ellos mismos, estaban muy interesados en oír el
relato de un viajante espiritual, alguien que había estado allí donde ellos
estaban yendo.
La mayoría de la gente rechaza las situaciones de lecho de muerte porque
tienen un increíble temor a morir y quieren evitarlo por tanto tiempo como sea
posible. Pienso que si la gente pasara más tiempo alrededor de la persona que
está muriendo, sus temores a la muerte física
se disiparían. No estoy diciendo que la muerte no asusta y que no es difícil
lidiar con ella, porque casi siempre lo es, pero junto con el dolor y el temor
de desprenderse de la vida física viene un despertar a lo espiritual.
Como voluntario en el trabajo con los enfermos desahuciados, estaba
comprometido en el cuidado del cuidador o cuidadora. Básicamente esto significa
que yo le proveía alivio al miembro de la familia que estaba cuidando a quien
yacía en su lecho de muerte. Me gusta hacer este tipo de trabajo de alivio,
porque los cuidadores primarios realmente necesitan un descanso. Ellos mueren
un poquito cada día y generalmente no son tenidos en cuenta por los otros
miembros de la familia. No solo se sienten atrapados, sino que a menudo tienen
un conflicto con la persona que está muriendo.
Por ejemplo, una vez ayudé a una madre que cuidaba a su hijo que estaba
muriendo de cáncer. Lo primero que hice cuando me acerqué al lecho de muerte
fue sentir el pulso del paciente. Hacía eso tanto para controlar el pulso en sí
como para ver su “película casera”.
La “película” de este chico era mala. Podía ver a su madre parada al lado
de la cama con sus manos en sus caderas y con rostro enojado. Él era una
audiencia cautiva de su arenga, y a él eso lo enojaba. Yo podía sentir olas de
enojo mientras ella hablaba.
“Guau”, le dije al chico. “¿Qué es lo que te enoja tanto?”. “No me
creerás”, dijo. Entonces él procedió a contarme acerca de la culpa de su madre
por su muerte. Ella de algún modo se sentía responsable por el hecho de que él estuviese muriendo. Varias veces
al día se paraba al lado de su cama y culpaba por su enfermedad a cosas que
ella había hecho. Nada de eso tiene ningún sentido, me dijo él. En los últimos
días se había vuelto peor, porque había empezado a culparlo a él por su
enfermedad, diciendo que él había hecho cosas para causarla.
“Me estoy muriendo de cáncer”, dijo el chico. “No es su culpa ni la mía.
Simplemente me estoy muriendo”.
Cuando la mamá regresó, tuvimos una buena conversación sobre la muerte y la
culpa. Yo les conté mi historia, que pareció tranquilizarlos.
“No dejes que la muerte los separe”, le dije a la madre. “Nunca te lo
perdonarás”.
En otra ocasión fui a una casa estilo rancho en una zona de clase media de
South Carolina. Fui recibido en la puerta por una mujer que estaba genuinamente
contenta de verme. Estaba cuidando a su madre, con quien, decía ella, era “un
poquito difícil congeniar”.
La hija me presentó a su madre y abruptamente se fue. Hice lo que siempre
hago, tomé la muñeca de la señora y sentí su pulso. Inmediatamente comenzó la
“película casera”. Podía ver a las dos mujeres comprometidas en una discusión
que había tenido lugar aproximadamente diez minutos antes de que yo llegara. No
podía oír lo que estaban diciendo pero podía sentirlo, y el sentimiento que
recibía era que la mujer que estaba muriendo era una genuina arpía.
“No sé cuál era la razón por la que ustedes dos estaban discutiendo”, dije.
“Pero realmente este no es el momento
para eso. Este es un momento para ser amables en lugar de ser una mujer vieja
insoportable”.
Sostuve su muñeca nuevamente y pude ver que la razón del enojo de esta
mujer era su esposo. Él se había ido un día y había forzado la venta de su
casa, dejándola a ella sin ningún lugar donde vivir que no fuera la casa de su
hija. Ella odiaba vivir con su hija, y su hija odiaba tenerla allí.
“No te enojes con tu hija por lo que hizo tu esposo”, le dije. “No es su
culpa”.
La mujer pensó que su hija me había contado sobre la pelea. Dejé que ella
pensara eso, y tuvimos una conversación de aproximadamente dos horas sobre el
amor y el cuidado. Más tarde, cuando la hija regresó, les dije cómo era que
sabía realmente sobre su pelea, y cómo era estar muerto.
En ningún lugar ha sido el uso de mis habilidades psíquicas tan
gratificante como en estas situaciones de lecho de muerte. Las personas que
están muriendo no pueden permitirse el lujo de desperdiciar tiempo, lo que
permite una cierta franqueza alrededor del lecho de muerte. Si hay algo de lo
que ocuparse, la persona que está por morir prefiere ocuparse en eso
inmediatamente. Quieren que los problemas se planteen abiertamente y se
resuelvan.
Por ejemplo, una vez fui a un hogar donde ambos padres estaban cuidando a
una hija que estaba muriendo de cáncer de mama. La hija estaba casada y tenía
dos hijos, un hecho que podía deducir a partir de los cuadros en las paredes.
Entré en la habitación donde estaba la hija y tomé su pulso. Una escena
comenzó en mi mente. Podía verla en el consultorio de un médico mientras este
le mostraba una radiografía. Estaba señalando a una zona específica y
hablándole muy frontalmente a la mujer mientras ella sostenía su mano sobre su
boca. Después la vi dejar el consultorio del médico sin intenciones de
regresar.
En otra escena pude ver a su marido reaccionando con enojo cuando su esposa
le dijo que tenía cáncer. Ella lucía enferma en esta segunda escena, lo que me
hizo pensar que era algún tiempo después de la visita al doctor. Podía sentir
una gran tensión mientras hablaban. Aunque ella parecía necesitar ternura, él
no le ofrecía ninguna, solo enojo.
Sabía lo que había pasado, y fui directo al tema. “¿Te puedo preguntar
algo, Jane?”, le dije. “¿Por qué no volviste a ver al médico?”.
“Yo simplemente no podía creerlo, entonces lo ignoré”, dijo.
Comenzó a sollozar suavemente mientras me contaba que no podía enfrentar la
idea de una operación. Cuando el cáncer empeoró y su esposo la llevó de vuelta
a ver al doctor, descubrió que ella ya sabía sobre la enfermedad. Para entonces
era demasiado tarde. Su esposo estaba tan enojado que no quería saber nada más
de ella.
“Está furioso conmigo porque no hice nada con esto”, dijo ella. “Ahora él
va a quedar solo con los chicos y todo, y él me culpa a mí por eso”.
“Es demasiado tarde para preocuparse por eso”, le dije.
Cuando los padres regresaron, les dije porqué estaba enojado su yerno. No
sabían nada sobre el diagnóstico más temprano. Todo lo que sabían era que el
esposo estaba tan enojado que ni siquiera venía a ver a su esposa. Al menos
ahora ellos comprendían qué estaba sucediendo.
Desafortunadamente esta historia no tiene un final feliz. Fui a ver a su
esposo y traté de ayudarlo a superar su enojo. No estaba interesado. Tuvo
resentimientos contra su esposa hasta el día de su muerte y, hasta donde sé, no
concurrió al funeral. Pero al menos yo lo intenté.
Como dije, fui conducido al trabajo con enfermos desahuciados por las
visiones, me dijeron que pasara algún tiempo alrededor de los que estaban
muriendo, para comprender la muerte desde la perspectiva de otros. Haciendo
este trabajo aprendí que la reducción del estrés era la llave para mejorar la
muerte de una persona tanto como su vida.
En algunas ocasiones me maravillaba la forma en que habían ido las cosas
desde que me cayó el rayo. Ahí estaba yo, trece años más tarde, empezando
recién a sentir como si ya hubiera terminado de salir de la tumba. Físicamente
se me veía bien, aunque no estaba bien en absoluto. No podía caminar muy lejos
o rápido sin tener que detenerme a recuperar mi aliento. Evitaba las escaleras,
principalmente porque subir un par de tramos era tan agotador para mí como lo
es correr una milla para la mayoría de la gente. Me paraba en lo alto de los
escalones y sudaba profusamente, jadeando para recobrar el aliento.
Mi estado mental había mejorado grandemente. Cuando sucedió el accidente,
me sentaba y farfullaba todo el día. Si no estaba hablando sobre mi experiencia
cercana a la muerte, estaba hablando sobre la misión que los seres espirituales
me habían dado, la que me encomendaba construir los centros. No podía
sacármelos de mi mente, de modo que eso era todo lo que salía de mi boca.
Todavía hablaba mucho sobre la experiencia, pero ya no lo hacía sin parar, como
solía hacerlo.
Con todo, las visiones siempre estaban conmigo. Me impulsaban a completar
los centros tan rápidamente como pudiera. Yo sabía cómo hacer reales las
visiones, excepto por la cama, que era todavía un misterio para mí. Los
transductores que habían aparecido en la visión fueron revelados como
semejantes a dos discos de hockey puestos uno al lado del otro. Otros
componentes de la cama aparecieron en estas visiones también, y yo iba
reconociendo gradualmente qué eran y los encontraba. La clave era asegurarme de
que tenía todos los componentes y de que encajaran juntos de la forma correcta.
Me habían dado como fecha límite el año 1992 para completar tanto la cama como
los centros, una fecha límite que sentía que podía cumplir sin problemas, dado
que estaba siendo guiado por las visiones.
De todos modos, el accidente y todo el “bagaje” que lo acompañó pesaban
grandemente en mi vida personal. Sandy y yo finalmente nos divorciamos cuando
la charla constante sobre la experiencia y la necesidad de construir los
centros se volvió demasiado para ella. No podía culparla. Las experiencias
cercanas a la muerte son duras para las
parejas. Con las visiones constantes y los desarrollos de mi videncia, sumados
al daño físico que había sufrido, teníamos una receta infalible para que la
relación fracasara.
A pesar de todo esto, mi vida estaba en relativamente buena forma. Como
dije antes, estaba recién comenzando a sentirme bien nuevamente. Pero antes de
que pudiera siquiera levantarme y quitarme el polvo, volví a caer.
TRECE: Ataque cardíaco.
Era mayo de 1989, y yo había estado trabajando muy duro durante el último
par de años. Cuando no estaba en Charleston o en las cercanías de Aiken
trabajando en mis negocios, estaba en Washington, D.C., instalando dispositivos
contra los micrófonos ocultos en el Pentágono. Manejar esta parte de mi negocio
solamente me llevaba al menos sesenta horas por semana.
Además, tenía una carga de trabajo sobre mis hombros, impuesta por las
visiones, de la que ocuparme. Para aprender sobre el amor, se me había dicho
que continuara con el trabajo como voluntario con los enfermos desahuciados. No
lamentaba tener que hacer eso. Encontraba gran placer al ayudar a gente en el
momento de su mayor necesidad. Aun los miembros de la familia rechazan a la
persona que está muriendo, no porque no la amen, sino porque no pueden aceptar
el triste hecho de su muerte.
Por ejemplo, me di cuenta de que un hombre tenía problemas para acercarse a
la cama de su madre, que era muy mayor y estaba muriendo de cáncer. Él y su
familia venían a visitarla dos veces al
día, pero después de un tiempo, el hombre solía pararse afuera en el corredor
mientras el resto de la familia hablaba con su madre.
Finalmente me acerqué al hombre. Tenía reticencia a hablar al principio,
era casi hostil. Entonces rompí el hielo diciendo: “Pareces estar enojado con
tu madre”. Me miró como si hubiese revelado el más profundo de sus
pensamientos, pero ese no era el caso en absoluto. Pienso que nadie que mirase
a este hombre podría haber visto el enojo en su rostro. Estaba furioso con la
muerte y enojado porque su madre la había aceptado al registrarse para cuidados
para enfermos desahuciados. No le gustaba la idea de que la muerte le robara a
su madre, que era una de sus compañías más cercanas. En una forma extraña, casi
inexplicable, sentía como si ella lo estuviera rechazando.
“No quiero que ella se entregue, porque no la veré nunca más”, me dijo con
una emoción que inundaba su voz.
Le dije que lo que él estaba haciendo era natural. Yo lo había visto antes.
Había vuelto a caer en el rol de un niño. Aunque era un adulto con una familia
y un buen trabajo, todavía era el niñito de su mamá. Y ahora ese niñito estaba
aflorando y diciendo que si no obtenía lo que quería, no volvería a hablar con
su mamá.
“El problema aquí es este”, le dije. “Tu madre sabe que es su hora para
morir, y lo está enfrentando con coraje. Tienes que acompañarla, porque no hay
nada que puedas hacer para cambiarlo. Es su hora”.
Después le conté sobre las experiencias cercanas a la muerte y mi propia
historia. Estaba embelesado de oír sobre
la muerte como el comienzo de una gran aventura y no como el fin.
Fue un momento sanador para este hombre, que volvió a entrar en la
habitación y se convirtió en un buen hijo por el resto de la vida de su madre.
Era una experiencia de aprendizaje para mí también, y el aprendizaje es la
razón por la cual los seres espirituales querían que yo trabajase como
voluntario con enfermos desahuciados.
Pasaba un promedio de veinte horas por semana trabajando con enfermos
desahuciados y en hogares para ancianos, pero en ocasiones un poquito más.
Cuando los pacientes estaban en sus horas finales, yo me quedaba al lado de sus
camas día y noche si ellos me pedían que lo hiciera. Eso significaba perderme
muchas horas de sueño, que no eran realmente tan importantes como las lecciones
que aprendía de las personas que estaban por morir.
Otras partes de las visiones me llevaban a hacer horas extras también.
Había estado construyendo versiones de la cama desde 1979, pero todavía estaba
estudiando los componentes. Ahora los había encontrado a todos, pero no
entendía totalmente cómo ensamblarlos. Continué trabajando duro para completar
el rompecabezas, y la única forma en que sabía hacer eso era mantenerme fiel a
las visiones.
El relato de estas visiones se estaba convirtiendo en una carga para mis
amigos. Demasiado a menudo los oía decir que yo estaba loco. Por un largo tiempo
lo dijeron a mis espaldas. Después llegaron a un punto en el que no les importaba si yo oía o no. Después de una
semana particularmente difícil, durante la cual apenas podía mantener mis ojos
abiertos, un amigo cercano dijo: “¿Quieres dormir un poco? Olvida esas visiones
y continúa con tu vida. Se están interponiendo en tu camino”.
No podría haber estado más de acuerdo. Las visiones estaban en mi camino.
Yo quería que se fueran más que nadie, pero no era tan fácil. Simplemente no
podía ignorarlas.
Todo esto se combinó para hacerme trabajar más duro de lo que debería
haberlo hecho. Comencé a flaquear. Al principio me sentía constantemente
exhausto. Me despertaba cansado y seguía sintiéndome así hasta que me iba a la
cama a la noche. Pensando que se trataba de un caso de gripe persistente,
trataba de curarla con el sueño.
Me recuperé un poquito, pero tan pronto como retomaba mis arduas horas de
trabajo, comenzaba a venirme abajo nuevamente. Estaba manejando cientos de
millas todas las semanas, entre mi casa y la zona de Washington, D.C. Me sentía
mal físicamente, pero tenía que seguir trabajando duro para que mis negocios
sobrevivieran. Sin embargo, yo sabía que algo estaba realmente mal, porque mis
pulmones se sentían obstruidos. Y tosía todo el tiempo, pero nada salía.
La severidad de la situación finalmente me golpeó cuando me encontraba
yendo a Charlestone con mi socio Robert Cooper. Yo estaba bañado en sudor. Me
tendí en el asiento de atrás, esperando que un poco de descanso me hiciera
sentir mejor. No sucedió eso. Por el resto
del día, no podía sentarme derecho sin tener fuertes sensaciones de mareo.
“Debo de tener neumonía”, le dije a Robert.
Me fui a la cama por un par de días y realmente me sentía mejor. De todos
modos, tan pronto como me levanté y traté de retomar mis actividades
habituales, mis pulmones me producían una sensación terrible y me puse peor.
Estaba seguro de que tenía un estado de neumonía o de gripe a la que no
podía vencer. “Me liberarán de ella en la sala de emergencias”, le dije a una
de mis socios. Ella sabía que ir al hospital era un gran paso para mí, porque,
como siempre he dicho en broma: “No me gusta ir a hospitales porque cada vez
que voy a uno, me muero”. Me ayudó a caminar hasta el Hospital East Cooper, que
estaba a solo unas pocas cuadras. En el momento en que llegué, me sentía como
si hubiese corrido una maratón. En el escritorio de admisión completé un
formulario detallando mi historia médica, lo que me tomó la única energía que
me quedaba. Finalmente, la persona del escritorio de admisión me envió
directamente a una sala de examen mientras mi socia llenaba los formularios de
admisión.
“Creo que simplemente tengo gripe”, le dije al médico que me examinaba, que
miraba con horror la planilla de mi historia clínica.
Yo me esforzaba por respirar ya en ese momento, y parecía como si mis
pulmones pesaran una tonelada. El médico auscultó mi corazón y pulmones con su
estetoscopio. Sus cejas se levantaron un poquito mientras lo hacía. Después llamó a una enfermera y le
pidió que trajese una máquina para hacer un electrocardiograma. El médico y la
enfermera fijaron rápidamente los electrodos a mi pecho e hicieron correr una
cinta que se parecía a uno de esos gráficos del mercado de acciones. El doctor
examinó la cinta por un momento y después la envió para que fuera examinada más
cuidadosamente por un especialista.
No se apartó de mi lado. Me ayudaba con mi camisa, mirándome todo el tiempo
de una forma que me hacía sentir nervioso. Cuando el informe del especialista
vino de vuelta, dejó el área separada por una cortina donde yo estaba sentado,
para leerlo. Cuando regresó, parecía aun más nervioso que cuando se había ido.
“¿Quieres que te diga la verdad?”, me preguntó.
“Solo la verdad”, le dije.
“Bien, tienes una infección que está causando neumonía”, dijo. “Pero me
temo que estás casi en un ataque cardíaco. Si no te metemos en esa cama y te
llevamos a terapia intensiva, estarás muerto en aproximadamente cuarenta y
cinco minutos”.
Aprecié su franqueza y pensé que requería de gran coraje de su parte. La
mayoría de los médicos dan vueltas al verdadero asunto antes de decirle a un
paciente que está condenado. Pero este no se enredó, probablemente por la
severidad de mi estado. Sospecho a propósito que rondaba cerca de mí porque
pensaba que moriría de miedo, pero ¿a qué podía tener miedo? Ya había muerto
una vez y me había gustado. Estaba listo para volver. Fue un alivio saber que
en menos de una hora estaría muerto.
Dado que el médico rondaba cerca de mí, decidí tratar de aportar un poco de
liviandad a la situación. Le sonreí. “Bien, diablos, doc”, le dije. “¿No cree
que debería acostarme?”.
Durante las próximas horas me convertí en el centro de atención. Me
colocaron una vía de goteo endovenoso y me dieron grandes cantidades de
antibióticos. Vino un médico tras otro a escuchar mi corazón. Me hicieron
varios exámenes, incluyendo uno doloroso conocido como cateterismo cardíaco, en
el que te introducen un tubo hasta tu corazón a través de una arteria en tu
pierna y mandan chorritos de tintura directamente a sus cámaras, para poder
verlo en una pantalla de televisión.
Hicieron este examen solo para ver en qué estado estaba mi corazón
precisamente. Ya sabían cuál era el problema: me había pescado una infección
staph a través de un corte en una mano. Al principio, la infección me hizo
sentir como si tuviera gripe. Dado que la ignoré, se convirtió en neumonía.
Después se dirigió directamente hacia mi punto más débil, mi corazón dañado por
el rayo. Allí se instaló en mi válvula aorta, comiéndola hasta que no pudo
cerrar más.
El rayo ya había reducido la capacidad de bombeo de mi corazón casi en un
50 por ciento. Ahora, con la válvula dañada y perdiendo, estaba ahogándome en
mi propia sangre. Como resultado, sentía un gran dolor. Estaba esforzándome
para respirar, tosiendo con sangre mientras luchaba por conseguir aire. Los
antibióticos me estaban descomponiendo, y el constante pinchazo y corte del
equipo médico me parecía más una molestia que una ayuda. Sin embargo, estaba de buen humor,
mantenía una sonrisa en mi rostro a través de todos los crudos procedimientos.
Sabía que moriría, y no estaba descontento con eso.
“Sabe, doc, la muerte no es mala. Es solo llegar a ella lo que duele”.
“¿Perdón?”, dijo uno de los médicos, levantando la vista de sus planillas.
“He muerto antes y fue realmente muy placentero”, le dije. “Es llegar a la
muerte lo que duele”.
“Veo que ya has muerto antes”, dijo, mirando mi historia clínica. “La gente
en general no sobrevive a algo como ser fulminado por un rayo, no cuando su
corazón deja de funcionar por tanto tiempo como lo hizo el tuyo”.
“Lamento haber sobrevivido, doc. Era maravilloso más allá. No quería
regresar”.
“No te preocupes”, dijo el doctor. “Haremos todo lo que podamos para
mantenerte con vida”.
“No comprende”, le dije al médico. “Quiero morir. He estado allí y es
hermoso. Desde que regresé me parece que he estado viviendo en un
confinamiento. En el Cielo, eres libre de vagar por el universo”.
El doctor me miró por un momento y vio la sonrisa en mi rostro. Pienso que
eso lo hizo poner un poco más nervioso, porque inmediatamente le hizo una seña
a una enfermera en el puesto de enfermería de afuera de la habitación.
“Enfermera”, dijo. “Tómele la temperatura a Brinkley, por favor. Creo que
tiene fiebre”.
Mi amiga Franklyn había llamado a mi padre, y él comenzó una cadena
telefónica. A la mañana siguiente, mi familia estaba reunida en el hospital.
Pronto la habitación estuvo llena de gente que apenas podía contener sus
emociones cuando me veía.
La enfermedad tiene sus momentos interesantes, y uno de ellos es la forma
en que eres considerado por otras personas. Yo había experimentado las miradas
de descreimiento cuando fui fulminado por el rayo, pero esta vez yo estaba
conciente de lo que me rodeaba y podía disfrutar mucho más el efecto que mi
apariencia tenía en otros. Era casi como si hubiera sido una pantalla de cine y
la gente que entraba en la habitación estuviera mirando las partes truculentas
de El exorcista.
No puedo culparlos, porque lo que veían era realmente atemorizante, yo
estaba azul carbón hasta las uñas de mis dedos. Alrededor de mi cabeza la
sábana estaba manchada con la sangre que despedía al toser. Cada inspiración
era una lucha, porque mis pulmones estaban llenos de fluido y sonaban cuando exhalaba.
Era extraño para la gente estar rodeando un lecho de muerte cuyo ocupante
estaba tan alegre. Sin embargo, yo no podía evitarlo. Le dije a mi papá que
simplemente era un problema de perspectiva. “Ustedes consideran que yo estoy
partiendo y no volveré nunca”, le dije. “Para mí, me estoy yendo a casa”.
Una enfermera entró con formularios para que yo firmara. Los miré y me di
cuenta de que eran formularios de consentimiento que permitirían una cirugía en
mi corazón. Un par de cirujanos me habían dicho que la única forma en que podría sobrevivir era si
trataban de reemplazar mi válvula aórtica por una artificial. Les dije que yo
estaba preparado para morir y no quería que me operasen, pero ellos no me
prestaron atención. Tenían los formularios preparados de todos modos,
suponiendo que yo cambiaría de opinión.
“No los firmaré”, dije. “Voy a dejar que Dios decida en esta ocasión”.
Dos cirujanos entraron en mi habitación. Tenían miradas duras, prácticas,
en sus rostros, mientras estaban parados al lado de mi cama. Uno de ellos
expuso los hechos mientras el otro estaba parado y miraba.
“Cuanto más esperes, menos posibilidades tienes de sobrevivir a la
cirugía”, dijo.
“Bien, porque no habrá ninguna cirugía”, dije.
“Si no te operamos en aproximadamente diez horas, tu corazón estará
demasiado debilitado para que hagamos una cirugía”, insistió.
“Maravilloso”, dije. “Entonces moriré”.
Vi a mi padre en el rincón de la habitación hablando con Franklyn. Después
ella se retiró y dejó la habitación.
“Dejaremos los formularios aquí”, dijo el cirujano. “Puedes firmarlos si
cambias de idea”.
En unos minutos, Franklyn regresó. Habló con mi padre por unos segundos, y
después los dos se acercaron a mi cama.
“Franklyn acaba de llamar a Raymond”, me dijo mi padre. “Está viniendo”.
Estaba contento de oír que estaba viniendo. Había estado en Europa por
varias semanas en una gira de conferencias.
No supo hasta ese llamado que yo estaba en el hospital, o siquiera que estaba
enfermo. De acuerdo con Franklyn, estaba tomando un avión desde Georgia y
llegaría en un par de horas. Tendría la posibilidad de verlo una vez más antes
de morir.
Y así fue que esperamos. No recuerdo mucho de lo que se dijo, pero sí
recuerdo lo que yo estaba pensando: “Ahora no tendré la posibilidad de terminar
los centros. Se suponía que debía tener uno terminado en 1992, pero no parece
que vaya a lograrlo ahora. Hoy voy a morir”.
Después de un par de horas, Moody entró en la habitación. Lo que vio
claramente lo impresionó. Había cuatro personas paradas alrededor de la cama
con expresiones de desaliento y temor, mientras que yo hacía chistes y trataba
de levantar sus espíritus. Moody se paró con ellos y trató de actuar con
tranquilidad.
“No se te ve tan bien”, dijo con su modo suave. “Los médicos aquí te pueden
arreglar”.
“No quiero que me arreglen”, dije. “Simplemente quiero morir”.
Siendo un buen médico, Moody insistió: “¿Hay algo que pueda hacer para que
tus últimas horas sean más placenteras, entonces?”.
“Hay una cosa que puedes hacer”, le dije a Moody. “Puedes ir a Arby’s y
traerme un emparedado de carne con montones de rábano picante. Quiero salir y
darme una panzada de colesterol”.
Todos nos reímos, y yo me reía tan fuerte que comenzó a salir sangre de mi
nariz. Entonces Moody y yo empezamos a hablar acerca de cómo nos habíamos conocido y acerca de toda la gente con la
que habíamos hablado. Él dijo que todas las personas que habían tenido
experiencias cercanas a la muerte afirmaban que ya no le temían a la muerte,
pero que esta era la primera vez que veía demostrada realmente esa falta de
temor.
“¿Cómo es eso de que no tienes temor?”, me preguntó.
La respuesta llegó con facilidad: “Porque vivir sobre la tierra es como
estar forzado a ir a un campamento de verano. Odias a todos y extrañas a tu
mamá. Moody, yo me estoy yendo a casa”.
Moody trató de consolar a mi familia y amigos. Podía oírlos hablando, pero
no prestaba mucha atención a ese punto. Estaba organizando cosas en mi mente,
tratando de determinar si había cabos sueltos que tuviera que atar antes de
dejar este mundo.
Finalmente, Moody regresó al costado de mi cama.
“No tienes que morir”, dijo. “Quédate por mí. Necesito tu ayuda”.
Moody tenía una sonrisa maravillosa y comprensiva en su rostro y un tono
suplicante en su voz. Me hizo sentir querido y necesitado, un deseo humano
básico al cual descubrí que era susceptible. “Bien”, dije. “Dame los
formularios”.
Tan pronto como los firmé, el equipo de cirugía se hizo cargo de la
situación.
Alguien cortó un agujero en mi cuello e insertó un tubo. Otra persona cortó
un agujero en mi pierna e insertó un tubo que empujaron hasta mi corazón.
Para entonces yo estaba tan débil que los médicos del Hospital East Cooper
decidieron transportarme al Hospital
Roper, donde llevaban a cabo cirugías de más alto riesgo. Me mantuvieron toda
la noche con la esperanza de que mejorase, pero dado que no lo hice, decidieron
ir adelante con la operación.
No recuerdo mucho de lo que sucedió después de llegar a Roper. Recuerdo a
una enfermera que vino a afeitarme. Después recuerdo haber mirado hacia abajo
al lado de mi cama y ver botas de cirugía verdes caminando cerca de mí mientras
era transportado en camilla a la sala de operaciones.
Después había un hombre con una máscara verde que me dio dos inyecciones en
el trasero. “Esto te relajará”, dijo.
Entonces se produjo una oscuridad.
CATORCE: La
segunda vez que morí.
Veía todo negro, pero oía voces.
“Este me da mal presentimiento”.
“Te entiendo. Tiene una infección, está débil, su corazón fue dañado por un
rayo, no está en muy buena forma física. Es un desafío”.
“Te apuesto diez dólares a que no sobrevive”.
“Hecho”.
Di una vuelta saliendo de mi oscuridad para enfrentar la descarnada
luminosidad de la sala de operaciones. Vi a los dos cirujanos y a los
asistentes de cirugía que estaban apostando sobre mi supervivencia. Estaban
mirando mis radiografías de pecho en una caja iluminada y esperando que el
trabajo de preparación estuviese terminado, de modo que ellos pudieran ver
quién se llevaría las apuestas. Yo me miré a mí mismo hacia abajo desde un
lugar que parecía estar bien arriba del cielo raso. Miraba mientras amarraban
mi brazo hacia fuera derecho y lo amarraban a una abrazadera de acero
inoxidable.
Una enfermera me pintó con un antiséptico marrón y luego me cubrió con una
sábana limpia. Otra persona inyectó algo directamente en el tubo intravenoso.
Después, un hombre con un bisturí hizo un corte limpio y derecho del largo de
mi pecho. Levantó la piel. Una asistente le entregó un aparato que se veía como
un pequeño serrucho y él lo enganchó bajo mi esternón. Después lo encendió y
abrió mi pecho con el serrucho. Insertaron una espátula en el corte y abrieron
la caja de mis costillas. El envoltorio de piel que rodeaba a mi corazón fue
cortado por otro médico. En ese momento fui invitado a ver directamente mi
propio corazón palpitante.
No recuerdo haber visto nada más. Salí rodando de la cirugía hasta una
posición que me dejaba sumido en oscuridad. Podía oír campanillas sonando, tres
grupos de tres con un tono al final de cada grupo. En la oscuridad, se abrió un
túnel. Las paredes de este túnel tenían marcas como los surcos en un campo
recientemente arado. Estos surcos corrían a todo lo largo del túnel hacia la
brillante luz del final. Eran gris plateado, salpicado con dorado.
Después de ver la apertura de mi propio pecho y de oír a los médicos hacer
apuestas sobre mi supervivencia, sabía que no tenía posibilidades de vivir. Sin
embargo, en lugar de estar asustado, me sentía aliviado. Mi cuerpo había sido
una carga para mí desde que me fulminó el rayo. Ahora se había acabado. Estaba
libre para vagar por el universo nuevamente.
Al final del túnel me recibió el Ser de Luz, el mismo que me había recibido
la primera vez. La gente con frecuencia
me pregunta si estos Seres tienen rostros. Ninguna de las dos veces vi que
tuvieran rostros, este simplemente era un espíritu resplandeciente que estaba
con toda seguridad a cargo de mí y sabía adónde se suponía que yo debía ir.
Me acercó a él y cuando lo hacía se desplegó, casi como un ángel
desplegando sus alas. Fui abarcado por estas alas de luz, y cuando lo estuve,
comencé a ver mi vida toda de nuevo.
Los primeros veinticinco años pasaron tal como lo habían hecho en mi
primera experiencia cercana a la muerte. Vi muchas de las mismas cosas: los
años en que había sido un mal chico, mi crecimiento y mi transformación en un
soldado de malas misiones. Ver estos primeros años de nuevo fue doloroso, no lo
voy a negar, pero la agonía estaba aliviada por la contemplación de los años
transcurridos desde la primera experiencia cercana a la muerte. Tenía un
sentimiento de orgullo por estos años. Los primeros veinticinco años eran
malos, pero los próximos catorce eran los de un hombre cambiado.
Veía lo bueno que había logrado en mi vida. Uno tras otro, los sucesos
tanto grandes como pequeños se volvían a ver mientras estaba allí parado en
esta luz que arropaba.
Me vi como voluntario en asilos para ancianos, llevando a cabo aun las más
pequeñas de las tareas, como ayudar a alguien a pararse o a peinar su cabello.
Varias veces me vi hacer trabajos que ninguna otra persona quería hacer, como
cortar uñas del pie y cambiar pañales.
Una vez, por ejemplo, ayudé a cuidar a una mujer anciana. Había estado
tendida en la cama por tanto tiempo que estaba rígida y apenas podía moverse.
La levanté en mis brazos como a una niña —no debe de haber pesado más que
ochenta libras— y la sostuve mientras las enfermeras cambiaban las sábanas.
Para darle un cambio de escenografía, la llevé a pasear en brazos por el
edificio.
Sabía que esto significaba mucho para ella en ese momento, porque me
agradeció muy profusamente y lloró cuando me fui. Ahora, mientras volvía a
vivir el evento, la perspectiva que tenía en este lugar celestial me permitía
sentir su gratitud al tener a alguien que la levantara y abrazara nuevamente.
Volví a vivir un momento en Nueva York en que invité a un grupo de mujeres
vagabundas a un restaurante chino a cenar. Vi a estas mujeres en un callejón
revolviendo la basura en busca de latas y sentí compasión por su situación. Las
acompañé a un pequeño restaurante y las invité a comer una cena caliente.
Cuando vi este evento nuevamente, pude sentir su desconfianza de mí por ser
un extraño. ¿Quién era este hombre y qué quería? Estaban desacostumbradas a que
alguien tratase de hacer una buena acción. De todos modos, cuando la comida
llegó, estuvieron agradecidas de ser tratadas con humanidad. Nos quedamos en el
restaurante por aproximadamente cuatro horas y bebimos varias botellas grandes
de cerveza china. La cena me costó más de cien dólares, pero el precio no era
nada comparado con el gozo de volver a vivir ese momento.
Vi concursos de pintura y collage que yo había ayudado a organizar para pacientes psiquiátricos, en
un hospital donde había trabajado como voluntario. Dado que mi novia se
desempeñaba como trabajadora social psiquiátrica, tuve la oportunidad de
participar en un experimento que volvió a mí en esta revisión de mi vida.
Era un experimento simple, realmente. Queríamos llevar a varios pacientes
psiquiátricos a la iglesia. La mayoría de estos pacientes eran del sur del país
y habían crecido oyendo himnos en la iglesia. ¿Por qué no llevarlos a la
iglesia, razonamos, para ver si los himnos podían tocar algún lugar sano en sus
mentes?
Llevamos aproximadamente a veinte pacientes a una gran iglesia
presbiteriana y los hicimos sentar en la última fila. Al final del servicio,
muchos de los pacientes estaban cantando himnos que habían cantado en los años
anteriores a que su enfermedad mental empezara a controlar sus vidas. Algunos
de ellos eran personas que no habían ni siquiera hablado por diez años.
Mientras volvía a vivir esta experiencia, sentí cómo haber ido a la iglesia
ayudó a estos pacientes psiquiátricos a conectarse con el mundo real. Pude
sentir los buenos sentimientos que habían experimentado mientras bebían ponche,
comían galletitas y volvían a vivir los buenos viejos días que habían pasado en
la iglesia antes de que algo empezara a funcionar mal en sus cabezas y que
ellos se pusieran tan extraños.
Vi a gente a la que había cuidado que estaba sufriendo de sida. Escena tras
escena, yo miraba cómo los había ayudado a llevar adelante tareas diarias tales
como ir a cortarse el pelo o ir al correo. En esta revisión sentí la importancia que ellos ponían en no ser
condenado por otros por el crimen de amar a alguien. En un punto mi revisión
hacía hincapié en un incidente específico: la oportunidad en que ayudé a un
joven a darle a su familia la muy mala noticia de que tenía sida.
Nos vi a los dos entrando en la sala de estar de la casa de sus padres. Él
había pedido que toda su familia se reuniera para este anuncio, de modo que la
sala estaba llena con sus padres, hermanos, hermanas e incluso un par de tías.
Nos sentamos frente a todos ellos, y él lo dijo inmediatamente: “Mami,
papi, todos, tengo sida”.
Hubo un impacto en toda la habitación cuando cayeron sus palabras. La madre
inmediatamente abrió su boca y empezó a llorar, y el padre salió por la puerta
de adelante y se mantuvo parado en el patio de adelante para estar solo con su
dolor.
Todas las personas en su familia habían sospechado que algo no estaba bien
con el muchacho, porque se lo veía enfermo y recientemente había perdido mucho
peso. Pero nadie nunca soñó que tuviera sida.
Esta fue una confrontación extremadamente dolorosa, que no salió bien. El
hombre fue rechazado por su padre, que no podía aceptar la homosexualidad de su
hijo. La madre, también, tuvo poco que ver con su hijo después de su anuncio.
Cuando yo volvía a vivir el evento, podía sentir la vergüenza y humillación de
la familia por lo que acababa de oír. En ese momento yo estaba enojado con
ellos porque no habían reaccionado de la forma en que pensaba que deberían
haber reaccionado. Pero ahora puedo
comprenderlos, porque puedo sentir cómo se sintieron y sé que fue un verdadero
impacto oír esta noticia aterradora. Nada en sus vidas los había preparado para
algo así.
Después de que dejamos la sala de estar, el muchacho estaba devastado.
Habíamos hablado sobre este momento de confesión muchas veces. Él quería ser
claro con su familia y tenía sinceras esperanzas de que ellos lo aceptaran. El
rechazo que sintió en esa habitación fue como una flecha atravesando su
corazón.
Me sentí terrible con el rechazo de su familia. Yo también pensaba que
ellos aceptarían a su hijo. ¿Había cometido un error al alentarlo a contarle a
su familia? ¿Debería haberle dicho que mantuviera el secreto? Francamente, me
sentía descompuesto en ese momento.
“Escucha”, le dije mientras sollozaba durante el viaje en auto de vuelta al
hospital. “Vas a morir. Tenías que hacerlo para mantenerte honesto y puro.
Finalmente lo expusiste y eso es honorable”.
Tenía dudas acerca de todo lo que hacía relacionado con este caso. Incluso
volví a la casa de los padres del muchacho y les rogué que fueran comprensivos
en los últimos días de su hijo. Todavía sentía culpa, como si hubiese ayudado a
que se produjera un desastre.
Pero ahora, cuando volvía a vivir el evento y podía sentir las emociones de
todos, me daba cuenta de que había hecho lo correcto. A pesar de que había
desesperación de parte de todos los involucrados, al final él sentía que había
revelado esa parte escondida de sí mismo a su familia y podía prepararse para
morir en paz.
La revisión de mi vida que se produjo en esta segunda experiencia cercana a
la muerte fue maravillosa. A diferencia de la primera, que estaba llena de
tumulto, enojo, e incluso muerte, esta era una exhibición pirotécnica de buenas
acciones. Cuando la gente me pregunta cómo es volver a vivir una buena vida en
el abrazo de los Seres de Luz, les digo que es como una grandiosa exhibición de
fuegos artificiales del Cuatro de Julio, en la que tu vida explota delante de
ti en escenas que están condimentadas con las emociones y sentimientos de todas
las personas que están en ellas.
Después de que la revisión de mi vida hubo terminado, el Ser de Luz me dio
la oportunidad de perdonar a todos los que alguna vez me habían hecho enojar. Eso
significaba que podía sacudirme el odio que había acumulado por mucha gente. No
quería perdonar a muchas de estas personas porque sentía que las cosas que me
hicieron eran imperdonables. Me habían perjudicado en los negocios y en mi vida
personal y no me hicieron sentir por ellos más que enojo y desdén.
Pero el Ser de Luz me dijo que debía perdonarlos. Si no lo hacía, me dejó
ver, estaría atascado en el nivel espiritual que ocupaba ahora.
¿Qué más podía hacer? Comparado con un avance espiritual, estas ofensas
terrenales parecían triviales. El perdón inundó mi corazón, junto con un fuerte
sentimiento de humildad. Fue solo entonces que comenzamos a movernos hacia
arriba.
El Ser de Luz estaba vibrando. A medida que nos movíamos hacia arriba, su
vibración aumentaba, y el sonido que
emanaba del Ser se volvía más alto y agudo. Nos movíamos hacia arriba a través
de densos campos de energía que cambiaban de color desde el azul oscuro a un
azul blanquecino, punto en el cual nos detuvimos. Entonces el tono del Ser bajó
y nos movimos hacia adelante. De nuevo, como en la primera experiencia, volamos
hacia una cadena de montañas majestuosas, donde descendimos y aterrizamos en
una meseta.
En esta meseta había un edificio enorme que lucía como un invernadero.
Estaba construido de grandes paneles de vidrio que estaban llenos de un líquido
de todos los colores del arco iris.
Cuando pasamos a través del vidrio, también pasamos a través de todos los
colores contenidos en el líquido. Estos colores tenían sustancia y se sentían como
la niebla que se levanta en el océano. Nos ofrecían una ligera resistencia
mientras entrábamos en la habitación.
Dentro había cuatro filas de flores, bellezas de largos tallos con pétalos
en forma de taza, con la consistencia de la seda. Eran de todos los colores
imaginables, y en cada una de ellas había gotas de rocío de color ámbar.
Entre estas flores había seres espirituales con togas plateadas. No eran
Seres de Luz. Puedo describirlos mejor como terrícolas radiantes. Se movían
hacia arriba y hacia abajo en las filas de flores, emitiendo algún tipo de
energía que hacía que las flores se volvieran más brillantes en color cuando
ellos pasaban. Estos colores salían de los pétalos y salían como rayos a través
de los paneles de vidrio, devolviendo un arco iris de colores. El efecto era
como estar en una habitación rodeada de diez mil prismas.
Sentí que este ambiente era tremendamente relajante. Los colores y el
entorno se combinaban con la vibración bulliciosa del Ser para borrar el
estrés. Recuerdo que pensé: Aquí estoy, ya sea muerto o muriendo, y sintiéndome
bien con eso.
El Ser de Luz se acercó a mí. “Este es el sentimiento que deberías crear en
los centros”, me dijo. “Al crear energías y tonos en los centros, puedes hacer
que la gente se sienta del modo en que te sientes tú ahora”.
Me di cuenta de la fragancia de las flores. Cuando aspiraba su aroma, oía
un cántico resonando a través de todo el edificio. A-L-L-A-H-O-M, decía el
cántico, A-L-L-A-H-O-M.
Este cántico me hizo tomar conciencia de todo lo que había a mi alrededor,
y comencé a respirar la fragancia profundamente y a observar todo con tal
intensidad que era casi como si me estuviera bañando en ella. A-L-L-AH-O-M,
A-L-L-A-H-O-M, seguía el cántico, y yo estaba más y más compenetrado con lo que
me rodeaba. Cuando estuve absolutamente compenetrado, comencé a vibrar a una
velocidad igual a la de todo lo que me rodeaba y podía sentir todo. Al mismo
tiempo, todo me sentía a mí.
Mientras yo ahondaba en este mundo celestial, él también ahondaba en mí.
Había una igualdad de experiencia. No solo se me regalaba a mí una experiencia
celestial, yo estaba regalando una.
Mientras me estaba fundiendo con este lugar que llamo el reino celestial,
este también se estaba fundiendo conmigo con la misma cantidad de respeto,
valentía, esperanza y sueños. Yo era un
igual para todas las cosas que estaban allí. Me di cuenta de que la comprensión
y el amor verdaderos nos hacen iguales. El Cielo es esa clase de lugar.
Me hubiera quedado allí con alegría. Había aspirado la fragancia celestial
y me había visto a mí mismo entre la esencia de todas las cosas. ¿Qué más podía
pedir?
Miré al Ser de Luz, que sabía sin dudas lo que yo estaba pensando: “No, no
te quedarás esta vez”, me dijo telepáticamente. “Tienes que regresar nuevamente”.
No discutí. Miré a mi alrededor e incorporé una vista que el tiempo nunca
borrará de mi mente. La habitación estaba cruzada con colores que irradiaban de
los paneles llenos de líquido. En la distancia se podían ver montañas de picos
irregulares que eran exactamente tan hermosas como los Alpes suizos.
El cántico que resonaba a través de la habitación era tan hermoso como una
sinfonía. Cerré mis ojos y dejé que mis oídos se bañaran en el sonido. La
fragancia era maravillosamente embriagadora. Respiré profundo… y estaba de
vuelta en mi cuerpo.
No pasé por una zona de transición esta vez, y el cambio fue muy abrupto.
Era como estar en el Palacio de Buckingham pestañeando, y de repente
encontrarte en un garaje.
Miré alrededor de la habitación y vi a otras personas cubiertas con sábanas
azul pastel. La habitación era muy luminosa, y todos en ella tenían tubos en
sus cuerpos que estaban conectados a bolsas o máquinas. Sentía que yo tenía
tubos que bajaban por mi garganta y agujas clavadas
en mis brazos, como si hubiese plomo en mi cabeza y un elefante sentado sobre
mi pecho. Además de todo esto, estaba congelándome de frío. Buen Dios, pensé,
me siento peor que antes de la cirugía.
“¿Dónde estoy?”, le pregunté a una enfermera.
“Estás en la sala de recuperación”, me dijo.
Cerré los ojos y no recuerdo nada de lo que sucedió en las próximas
dieciocho horas.
Algo sucedió en la sala de recuperación que no recuerdo para nada. Franklyn
me contó esta historia y el médico la confirmó.
Poco tiempo después de que la cirugía terminó, uno de los cirujanos se dio
cuenta de que yo estaba perdiendo sangre por uno de los tubos. Se mantuvo
vigilándolo por algún tiempo y después llamó a otro médico. Decidieron que
tendrían que volver a abrir y tratar de contener la pérdida quirúrgicamente.
Franklyn estaba parada allí escuchando. Cuando oyó que estaban considerando
otra cirugía, se abrió paso entre ellos y se arrodilló al lado de mi cabeza.
“Dannion, el médico dice que estás sangrando y que tendrán que cortarte otra
vez para detener la pérdida de sangre. Puedes detenerlo, Dannion, yo sé que
puedes. Trata de detener esta pérdida”.
Los doctores se mantuvieron parados allí, observando, por un tiempo. En
unos pocos minutos, la pérdida se detuvo. Y después, dijo Franklyn, simplemente
se miraron uno a otro y salieron de la habitación.
En unos pocos días yo me había recuperado lo suficiente como para salir de
la cama y tomar una ducha. Algunos días
después de eso, pude ponerme ropa de calle y bajar a hurtadillas hasta la
cafetería del hospital para tener una buena comida.
Mientras estaba allí comiendo pollo frito, el asistente quirúrgico que
había apostado a que moriría entró y se sentó en una mesa próxima a la mía. Me
presenté y después le dije lo que había visto y oído mientras me preparaban para
operar mi corazón.
Él se puso nervioso por lo que le dije y hasta llegó a disculparse por
hacer semejante apuesta cuando todavía estaba “despierto”.
“Está todo bien”, le dije. “De algún modo me hubiera gustado que ganases la
apuesta”.
QUINCE: Continuará.
Mi operación de corazón no logró hacerme físicamente íntegro. Fui dado de
alta en algunas semanas, pero de muchas formas era como ir de la sartén al
fuego. En algunas ocasiones todavía me desmayo cuando hago ejercicio, aunque
este sea mínimo. Con frecuencia me he puesto azul y me he visto forzado a
tenderme en restaurantes o centros comerciales porque mi corazón no estaba
bombeando como debería. Por un largo tiempo pude descontar que me desmayaría al
menos dos veces a la semana. Finalmente aprendí a reconocer las señales de
peligro y a sentarme antes de caer. Eso me ahorró varios sangrados de nariz,
pero todavía me desmayo aproximadamente una vez al mes.
Algunas de mis medicaciones me hacen extremadamente susceptible a las
infecciones, y la alta dosis de adelgazante de sangre que debo tomar hace que
un corte común me haga sangrar como un torrente de montaña.
En el verano de 1993, me corté mi dedo y contraje una infección staph que
me mantuvo en la cama por casi un mes. A pesar de recibir dosis enormes de
antibióticos en forma intravenosa, casi
entro en un shock séptico. Por días quise morir, no tanto para visitar el lugar
celestial, sino porque tenía tanto dolor físico que apenas podía soportarlo.
A través de todos estos sufrimientos físicos, las visiones me han
sostenido. Aunque ya no “acudo” a las clases celestiales en las que los Seres
de Luz me enseñaban sobre la construcción de los centros, he recordado bien mis
lecciones y planeo hacer construir el primero muy pronto.
En 1991 completé la cama, que es el componente más importante en estos
centros de reducción del estrés. La monté en la clínica del Dr. Raymond Moody,
en la zona rural de Alabama. Él estaba a punto de comenzar a estudiar las
apariciones facilitadas, un método por el cual personas desconsoladas pueden
tener encuentros visionarios con seres queridos que hayan fallecido. Para
lograr el estado necesario para estos encuentros, el paciente debe estar
extremadamente relajado. Después de probar la cama él mismo, Moody decidió que
era una forma excelente para que sus pacientes se relajaran rápidamente.
Usamos la cama con mucha gente, y a menudo los resultados fueron mucho más
allá de la relajación. Paciente tras paciente informaron que experimentaban
intrigantes formas de estados alterados. Algunos vieron visiones
caleidoscópicas de color, otros se sintieron tan relajados que, tal como una
persona lo expresó: “Sentía que me iba a implosionar”.
El más común de los estados alterados que nos comunicaban era la sensación
de estar fuera del cuerpo.
Ahora que he podido probar la cama en un entorno clínico, puedo
concentrarme en establecer los centros. Estoy trabajando en el primero de ellos
en South Carolina. El objetivo central de este centro será el de ayudar a los
enfermos terminales a enfrentar la muerte. Setenta y cinco centavos de cada
dólar gastado en salud en este país es gastado en los últimos seis meses de la
vida de un paciente para extenderla un promedio de catorce días. Esos son los
días más horrorosos de la vida de una persona que está muriendo, y ciertamente
están entre los más difíciles para su familia.
Pienso que es importante para la gente evitar una muerte dolorosa. No estoy
abogando por el suicidio, simplemente por el sentido común. Un mantenimiento
innecesario de la vida genera falsas expectativas y le impide a la gente hacer
una transición tranquila y espiritual. También es devastador para sus familias,
que pueden invertir todos sus recursos económicos y espirituales en mantener a
un ser querido con vida solo por unos pocos días más.
Habiendo muerto dos veces, yo sé que el mundo que nos aguarda cuando
dejemos este tiene mucho que ofrecer a una persona con una enfermedad terminal.
Esa es la razón por la cual el primer centro será un hogar para enfermos
desahuciados, que ayude a hacer la transición a la persona enferma al mismo
tiempo que ayude a su familia a hacer frente a la pérdida próxima. El centro
será un lugar de risa y de profunda relajación, un lugar donde la gente pueda
curar su espíritu y construir una fuerte fe en Dios.
Mucha gente me ha preguntado por qué soy tan implacable acerca de estos
centros.
“Escucha”, digo. “Trece Seres de Luz me dijeron que construyera estos
centros. Me lo encargaron. No me preguntaron si quería construirlos,
simplemente me dijeron que eso es lo que tengo que hacer. Cuando muera, estaré
con ellos para siempre. Sabiendo eso, estoy decidido a conseguirlo”.
En los últimos años, he hablado con millones de personas en todo el mundo
sobre mis dos experiencias cercanas a la muerte. Por invitación de Boris
Yeltsin, aparecí en la televisión rusa con el Dr. Moody y conté a millones de
personas en solo ese país sobre mis experiencias y visiones. Pude incluso
hablar acerca de mi convicción en el capitalismo espiritual, que todas las
personas deberían ser libres para rendir culto de la forma en que elijan. Hay
muchos caminos para la rectitud, dije, y esas son buenas noticias para todos
nosotros, dado que nadie parece estar en el mismo camino, según puedo ver.
Sé que el camino en el que estoy es único. Con frecuencia me lo dice la
gente que conozco. En una oportunidad, después de hablar a un grupo de una
iglesia sobre mi vida, una mujer se me aproximó con una mirada de desconcierto.
Había oído hablar de Dios a mucha gente, dijo, pero nunca a nadie como yo.
“Apuesto a que usted bebe”, dijo.
“Sí, señora, lo hago”.
“Y a usted obviamente le gustan las mujeres, ¿verdad?”.
“Sí, señora, así es”.
“Entonces, le diré esto, Sr. Brinkley”, dijo, aojándome. “Cuando Dios
estaba buscando profetas, debe de haber estado raspando el fondo del barril
para haberlo encontrado a usted”.
Yo no podía estar más de acuerdo. Solo tengo que mirarme en el espejo y ver
el hombre en el que me he convertido para estar totalmente perplejo por todo lo
que ha sucedido.
¿Por qué a mí?, pregunto con frecuencia. ¿Por qué esta clase de cosas me
sucedieron a mí? Nunca pedí que me sucedieran. Nunca me puse de rodillas y le
pedí al Buen Señor que cambiara mi vida. ¿Por qué a mí?
No tengo respuesta a esa pregunta. Sin embargo, en mi búsqueda de consuelo,
a menudo me descubro leyendo Corintios I, especialmente el capítulo 14, que
contiene una de las escrituras más poderosas de la Santa Biblia. En ese
capítulo pueden encontrarse dos versos que me reconfortan:
Porque aquel que habla un lenguaje incomprensible no se dirige a los
hombres sino a Dios, y nadie le entiende: dice en éxtasis cosas misteriosas. En
cambio, el que profetiza habla a los hombres para edificarlos, exhortarlos y
reconfortarlos.
No sé por qué fui elegido para hacer lo que hago. Yo solo sé que mi trabajo
debe continuar.
Acerca
de los autores.
DANNION BRINKLEY, autor bestseller del New York Times, ha sido aclamado internacionalmente por su libro Saved by the Light. Tanto sus libros como sus giras y talleres han transformado la conciencia de audiencias a nivel global. Dannion ha sobrevivido a todo tipo de adversidades, incluyendo las dos veces que fue impactado por un rayo, una cirugía de corazón abierto, una cirugía de cerebro, una convulsión epiléptica masiva y tres experiencias cercanas a la muerte; ha obtenido así una experiencia incomparable en el área de la vida después de la muerte. Dannion ha participado en todos los programas de televisión y radio de mayor renombre, incluyendo Larry King Live, Oprah, Dateline y Unsolved Mysteries, entre otros. Para más información, visite la página web del autor: www.dannion.com.
PAUL PERRY es coautor del bestseller Closer
to the Light y ha escrito más de diez libros de temas diversos. En 1988
recibió el galardón de asociado del prestigioso Freedom Forum Foundation en la
Universidad de Columbia. Perry fue también editor ejecutivo de la revista American Health, y ha escrito en
diversas publicaciones tales como Rolling
Stone, Men’s Journal y Reader’s
Digest. Vive en Scottsdale, Arizona.
Otros libros de Dannion Brinkley
Secrets of the
Light: Lessons from Heaven
The Secrets of
the Light: Spiritual Strategies to Empower Your Life Here and in the Hereafter
At Peace in
the Light
Página de Copyright
LA LUZ ME SALVÓ. Copyright © 2008 por Dannion Brinkley. Traducción © 2009
por Rosana Elizalde. Libro fue publicado originalmente en inglés en el año 1994
por Villard. Nueva edición publicada en 2008 por HarperOne. PRIMERA EDICIÓN GUAY
2009
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