HISTORIA DE RAY. Hipnoterapia para una buena muerte.


LA HISTORIA DE RAY

El uso terapéutico de la hipnosis no es cosa de hace poco. De hecho su uso se pierde en la noche de los tiempos, lejanos recuerdos hablan de pueblos y naciones míticas con usos transcendentes y tecnología superior que incluiría, también, esta manifestación de manipulación de la mente. Aquí traigo un capítulo del libro editado en francés bajo el título, “Nos víes anterieures”, es decir, "Nuestras Vidas Anteriores", escrito por Joan Grant y su esposo Denys Kelsey. No tengo acceso al original inglés titulado “Many Lifetimes,” así que bebo de la fuente francesa. 

Hemos de tener en cuenta que, aquí, nos enfrentaremos a conceptos curiosos si los comparamos con la fraseología que la escuela de La Vida entre Vidas de Michael Newton ha puesto en boga. Michael Newton desarrolla su método de hipnosis a partir de la base ericksoniana y usa conceptos que en la década de los años mil novecientos sesentas (fecha de este libro) no eran populares, por no decir desconocidos.

Y volviendo al tema que nos ocupa, primero de todo, decir que Joan Grant es el nombre de escritora de Joan Marshall, mujer de vida realmente interesante, hija del momento en que se paría el siglo XX y se abrían puertas a lo transcendente sin el peligro de la censura de lo religiosamente correcto. Afortunadamente el medio cultural en que pudo desarrollarse fue el cristiano pues de otro modo tal vez no hubiera podido confesar sus habilidades psíquicas, haciendo alarde y literatura con ellas. Sostenía haber tenido 40 reencarnaciones y al final de su vida aclaró que buena parte de sus novelas en realidad recogían sus “lejanos recuerdos” de esas vidas. Su primera novela de éxito, “El faraón alado”, constituyó todo un hallazgo para alguna crítica literaria del momento, que calificó aquel trabajo como “libro de excelente idealismo, profunda compasión y una cualidad espiritual pura y brillante como una llama". (opinión del periódico, New York Times). Este libro es libro de culto para la literatura llamada de la Nueva Era pues parece proporcionar una información que va más allá de los meros datos proporcionados por la historia y arqueología egipcias. Joan se esforzó por desengañarse a sí misma y a sus lectores de las ideas preconcebidas, para evitar lo que ella llamaba "pensamiento de grupo". No estaba interesada en la fe ciega y la creencia ciega, sino en lo que los cinco sentidos podían percibir como verdadero. Afirmó tener un don inusual de "memoria lejana": la capacidad de recordar vidas anteriores, y algo a lo que se refirió como "conciencia sensorial". Dijo que experimentó muchas realidades que no están disponibles para la mayoría de las personas.

En 1968, junto con su tercer marido, Denys Kelsey, publicó el libro, “Many Lifetimes”, en el que explicó cómo, supuestamente, recordaba su propia vida y la de otros. De ese libro traigo el capítulo titulado, LA HISTORIA DE RAY, firmado por Denys Kelsey. Su esposo era médico y usaba la técnica hipnótica en muchos tratamientos. Joan colaboraba con él gracias a su extraordinario don de percepción extrasensorial. En este capítulo vemos la conexión psíquica que había entre Ray, amiga del matrimonio, y Joan Grant. Denys Kelsey cuenta, literariamente, los pormenores médicos de Ray, y las sesiones de hipnosis que le realizó para ayudarla a liberarse de ciertos problemas psicológicos. Y esto fue así hasta que el cáncer de mama que se le diagnosticó a Ray la llevó al otro lado, y desde esa orilla Ray cuenta sobre su fallecimiento y algunas cosas más.

Entremos en materia.


LA HISTORIA DE RAY.  Por Denys Kelsey.

Soy Denys Kelsey, y voy a contarles la historia de Ray, una amiga mía y de mi esposa, Joan. Ray tenía treinta y dos años cuando la conocimos en 1959. Poco después, me pidió que le enseñara un método para hipnotizarse a sí misma, con el fin de protegerse de las incomodidades de los últimos momentos de su embarazo y dolor durante el parto de su tercer hijo. Ella demostró ser excelente al practicarla y dominó la técnica en media docena de sesiones. Tenía una gran simpatía por nuestras ideas y se había convertido en una buena amiga y una segura aliada. No vivía en Londres, y cuidaba bien de sus tres hijos, que le tomaban todo su tiempo, por no hablar de los quehaceres de la casa, con una fila continua de visitantes, además de atender una tienda de antigüedades.

No sabíamos nada de ella desde hacía seis meses cuando nos llamó el 6 de junio de 1966. Estaba en un hospital de Londres, donde acababa de enterarse de que un bulto en su mama derecha resultó ser un tumor agresivo, tan maligno, que la extirpación del seno parecía innecesaria. El especialista le había dicho, francamente, que tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de sobrevivir cinco años. Sin embargo, si lo hiciera, las posibilidades de metástasis disminuirían año tras año.

Nos suplicó que la ayudáramos a borrar algunos aspectos de su personalidad. Primero, estaba obsesionada con el deseo de emprender una cantidad de "buenas obras" mucho más allá de sus posibilidades; segundo, temía ser una cobarde, lo que a menudo la incitaba a ser demasiado valiente; finalmente, la ira podía desatarse dentro de ella, ira que solo podía contener reprimiendo incluso la ira justificada. Estaba convencida de que estas debilidades se resolverían sin que su origen fuera más allá del ámbito de su vida actual. La primera pista de que estaba equivocada surgió en nuestra segunda sesión.

UNA VIDA RELACIONADA CON LA LEPRA.

Ray comenzó describiéndome un sueño recurrente de culpa y de insuficiencia, causado por su incapacidad para hablar con otros pacientes mientras esperaba con ellos su turno en el departamento de radioterapia. En su sueño, se veía rodeada de personas muy diferentes a las del hospital, lisiadas y deformes. El rasgo más triste del sueño era que no podía cambiar la expresión de muda desesperación en sus miradas.

 - ¿Qué daño sufrían estas personas?, le pregunté después de hipnotizarla. Respondió sin dudar.

- "Lepra".

Antes de que pudiera formular otra pregunta, entró mi esposa, Joan. En lugar de retroceder lentamente, como hacía de costumbre cuando inadvertidamente interrumpía una sesión, me indicó que saliera de la habitación. Me advirtió que, de repente, sintió que Ray iba a entrar en contacto con una de sus vidas, una que tenía que ver con la lepra, y así me lo dijo:

 - Lo vi una noche, dos días antes de que llegara Ray, pero era demasiado confuso para decírselo. Sería demasiado agotador para ella revivirlo. Lo haré por ella esta tarde, y trataré de drenar esta existencia de su energía. Guárdalo contigo mientras trabajo en ello, porque ella podría entrar en resonancia con esto y podría ponerla peor.

Alrededor de las 5 de la tarde, vi a mi esposa volver a casa, muy cansada. Me dijo que se las había arreglado para identificarse, muy de cerca, con una personalidad anterior de Ray, una en la que se había ocupado de leprosos en el siglo VIII, o IX. Esta era una mujer de cabello largo como el lino, que había cometido un pecado mal definido, por el que había aceptado el perdón pero a costa de la penitencia. Esta penitencia se la había impuesto ella misma, y no la Iglesia. El "pecado" tuvo que ver con la muerte del marido de esa mujer, asesinado, - probablemente asesinado -, cuando se descubrió que él había contraído la lepra en un país extranjero, durante una larga ausencia. El área donde vivía esta mujer estaba cubierta de bosques de pinos, y la gente era de piel clara, por lo que pudo haber sido Suecia, o algún otro país escandinavo.

 Esta mujer había cuidado leprosos durante nueve años. Les procuró cobijos, cabañas de madera construidas en un claro del bosque. Les llevó la comida, curó las heridas e incluso les dio la Eucaristía porque sus presencias no eran tolerada en la capilla. Joan recordaba muchos detalles horribles sobre cada paciente: su número era de cincuenta o sesenta, no pudo especificar más. Agradecí que Ray no tuviera que revivir esos detalles en una sesión hipnótica.

 A continuación,  esta mujer también sufrió de lepra. Solo lo notó cuando, portando una lámpara de aceite casi consumida, se acercó al sacerdote para recibir la hostia consagrada y él la miró con horror, huyendo a continuación por una puerta situada detrás del altar. Debía haber sabido que el total entumecimiento de los dedos es uno de los primeros signos de esta enfermedad. La mujer también huyó, sola, hacia el bosque. Allí, consumida por el remordimiento de no haber tenido el valor de cuidar a los pobres que confiaban en ella, murió. Joan no estaba segura de si falleció de frío, o si había ejecutado su plan de ahorcarse con el cinturón.

 Solo le conté a Ray las líneas generales de esta historia, y lo hice con suficiente detalle para que aceptara su validez. Dijo que oyendo esa historia se sintió aliviada de una enorme carga, y nunca vi a Ray tan alegre y animada como esa noche.


SOBRE LOS EPISODIOS DE RABIA, O IRA.

Posteriormente, otro día, Ray  entró a mi oficina con decisión diciendo:

 - ¡Debes averiguar de dónde viene mi rabia!, Estalla cuando menos lo espero. Una de las personas que Joan tenía para almorzar tuvo una tonta reflexión sobre nuestro hermoso pueblo. Apenas pude dominarme para no aplastarla bajo su propia estupidez, pero me atraganté de furia, tanto que no pude tragar un bocado mientras ella continuaba masticando con calma.

Tras calmarla, la hipnoticé. Conté hasta diez, y luego pregunté qué palabra le venía a la mente.

 - ¡Piedra!

Pensé que tal vez esto nos llevaría a una escena en la que ella sería lapidada, y me pregunté si era mejor suspender la sesión hasta que volviera Joan, cuando siguió hablando:

- Puedo ver un muro de piedra. Está húmedo, y estoy en una celda. La luz cae sobre mí por una abertura circular . A poco más de dos metros del suelo hay un anillo de hierro, sellado en la pared.

Dicho esto, su angustia fue tal que me pidió que la trajera de regreso al presente, pero en lugar de aceptar mi oferta de posponer cualquier exploración, se negó.

- La escena sigue siendo tan vívida. Sé que tengo que seguir adelante.

Después de un segundo cambio de nivel, surgió la pregunta de cómo llegó a esa celda.

- Fui arrastrado hasta allí por una multitud frenética. Puedo ver sus pies, sucios y desgarrados. Soy un hombre, vestido con una túnica marrón, como un monje. ¡cómo se atreven a tratarme así!  "Cuenta en regresión hasta veinte, y vuelve a preguntarme". “Necesito ver por qué me están haciendo esto”.

Le hice caso y le pregunté porqué estaba en aquella situación. Esta fue su respuesta:

 "Es por mi comportamiento con los acólitos. Solo lo hice porque estaba muy aburrido. Me molestaba esta pequeña comunidad horrible. Son pobres, miserables y tacaños. Hasta la tierra es espantosa, calurosa, polvorienta, estéril, ni un árbol, apenas unas pocas cabras. Todos los días tres hombres entran en mi celda y me atan de los brazos a este anillo. Me dejan colgado ahí, expuesto a las miradas y burlas de la gente, que me contempla a través del agujero. La pared es tan lisa que no puedo apoyar los pies en ella para descansar del agudo dolor en mis hombros. ¡Dios, cómo los odio! Los detesto incluso más de lo que ellos me odian a mí.

 Yo todavía pensaba que podría haber sido lapidada hasta la muerte. Le pregunté:

 - ¿Te están tirando algo?

 - No, solo se están riendo. Y al final, ni siquiera se molestaron en atormentarme más. Ya nadie vino a mi celda. No tenía comida ni agua.

La siguiente pregunta implica que el monje fue dejado morir y que su alma se convierte en un fantasma. Pregunto:

 - ¿Te quedaste allí para acosarlos?

- ¡Así lo espero! ¡Habría estado bien por ellos! ...

 Pronunció estas palabras con tanta violencia que, sin duda, fue el deseo de venganza lo que había obligado a un fragmento de esta personalidad a permanecer fijo en esta celda. Con la impresión de que sería mejor hablar de su actitud en el nivel de conciencia normal, la traje de vuelta de la hipnosis.

Ella admitió que había descubierto la reserva de rabia que parecía desbordarse cada vez que algo, o alguien a quien amaba, era mal juzgado o incluso despreciado. Admitió que el motivo de convertirse en fantasma no tenía nada que ver con los actos, o pretextos de la persecución y encarcelamiento del hombre, sino que solo provenía de su odio y deseo de venganza.

 Durante más de una hora, le recordé varios incidentes de su propia vida, sobre los cuales, a pesar de varias sesiones destinadas a demostrarle que eran inofensivos, ella siguió resentida. Ahora podía juzgarlos imparcialmente, tanto desde el punto de vista de los demás como desde el suyo propio, y dijo:

- Pero no fue culpa suya: estaba siendo molesta a propósito.

O bien:

- Manifesté una simpatía exagerada, porque tenía miedo de enojarme, cuando una aclaración franca hubiera sido mucho más preferible.

 - Finalmente, me doy cuenta de lo despreciable que es estar enojado con la gente. ¡Soy libre! ¡Cielos, qué feliz me siento!


UN DOLOR DE CIÁTICA, DESTAPA OTRA VIDA.

Incluso en perfecto estado de salud, Ray siempre había sufrido de insomnio y, como Joan, consideraba perfectamente normal leer al menos un libro, y tal vez empezar otro, antes de intentar dormir. Su dormitorio estaba al lado del nuestro y si Joan notaba que la luz seguía encendida después de las  de la mañana, iba a ver si Ray quería caldo, té o compañía, o si quería dar un paseo por el jardín a la luz de la luna. Ella había prometido visitar a Joan si sentía algún dolor o incluso si se sentía sola. Así que estábamos muy preocupados cuando admitió que durante dos noches no había dormido porque sufría de ciática.

Con alivio descubrí que el origen de la ciática no era nada más grave que un punto de degeneración fibrosa en los riñones. Ray estaba convencida de que era más bien psicológico, pero como quería que se tomara varios días de descanso antes de sumergirse en otra encarnación anterior, traté de curarla por medios físicos gracias a la sugerencia hipnótica. Persistí con este sistema durante dos días, pero como demostraba ser completamente ineficaz, la hipnoticé y le pedí una pista que nos llevara al verdadero origen del dolor. Y ella pronunción la palabra siguiente:

 - Sillín.

Después de una larga pausa, sin más ánimos, continuó:

- Es un sillín o silla de montar. Tenía un respaldo alto y estribos de cuero, no de hierro". Me tambaleo en la silla, porque llevo mucho tiempo montando, y estoy terriblemente cansado. El caballo también, apenas puede mantenerse en pie. Llevo una especie de armadura y una túnica, pero estoy con la cabeza descubierta. Mi pierna izquierda cuelga flácida, no está en el estribo. No puedo moverla. No puedo ver lo que llevo puesto en las piernas, no es una malla, es más bien una armadura en espiral. Mi rodilla está tan hinchada, que no puedo quitarme la armadura.

Le pregunto si tiene dolor en otra parte.

 - Parece que estoy herido en la cabeza. 

Responde después de unos minutos de silencio, y señala a su sien derecha. Le pregunto:

 - ¿Cómo te lastimaste la pierna?

  - Fue un gran tumulto. Mucha gente armada, muchos caballos. No veo el arma que usaba. Creo que es una espada. Otros tienen espadas, algunos solo picas y van a pie. Caí de mi caballo. Fui derribado por la chusma y fue entonces cuando me aplastaron la rodilla. No fue una batalla campal. Éramos un grupo que se dirigía a la costa para embarcar.

 - ¿Cómo es que estás solo?

  - No lo sé. Alguien me debe haber ayudado a subir al caballo. No podría haberlo montado solo.. No es mi caballo. Me duele mucho la pierna y también la espalda. Sé que me voy a morir. Debo quedarme a caballo. Mucha sangre mancha la arena, está por todo el campo, pero no es la mía.

- ¿Alguno de tus amigos murió?

- Creo que todos. Solo quedo yo. Dejé a alguien allí. Está en el suelo. Me dije a mí mismo: "Se va a morir ya". Así que tomé su caballo. Debería haberme quedado con él, no debería haberme ido. Para montar a caballo primero me subí a una roca, y huí, solo por miedo. Debería haberme quedado. Él todavía estaba consciente. Nunca podré perdonarme por rendirme.

Obviamente ella está arrepentida, y trato de consolarla y le digo:

- Si fueras tú quien hubiera sido abandonado, ¿te habría resultado imposible perdonar?

- ¡Claro que no! Ni siquiera habría sido difícil.

- Entonces, ¿por qué te imaginas que la facultad de perdonar de esa persona que abandonaste sería inferior a la tuya?

- Pero es que él era un hombre mucho más valiente y generoso que yo. Por eso no me puedo perdonar por dejarlo.

- En realidad debe haberte perdonado hace mucho tiempo. ¿Por qué no usaste su perdón para perdonarte a ti mismo?

- Por falso orgullo. Yo era demasiado arrogante para aceptar el perdón por mi cobardía. Ya es bastante humillante, pero mi orgullo me hizo ver el perdón como una humillación adicional. Aceptarlo me habría puesto en una obligación, era más fácil castigarme, castigarme a mí mismo , intentar olvidar mi cobardía, soportar sufrimientos innecesarios. Pero ya no soy demasiado arrogante para aceptar el perdón. Perdonaré a los demás tan fácilmente, ahora que puedo perdonarme a mí mismo.

Después de bastante tiempo de parecer tensa y cansada, los rasgos de Ray se funden en una sonrisa de satisfacción.

- ¡Ya se terminó! Aquí estoy en paz conmigo mismo, y la diferencia es enorme para mi pierna.


EL FINAL DE RAY, ¿O NO?

En los últimos días de evolución del cáncer de Ray, partimos a Inglaterra, ya que estábamos planeando quedarnos con unos amigos que tienen una casa a una hora de distancia de la vivienda de Ray para así evitarle el esfuerzo extra de un ama de casa que querría cuidarnos si nos quedáramos con ella. Durante nuestro viaje de regreso le pregunté a Joan si pensaba que Ray estaba esperando. siempre esperando, recuperarse lo suficiente para viajar con nosotros. 

- Solo en apariencia, porque esconde sus sentimientos cuando lo considera necesario. Esta tarde, en el jardín, me dijo que había vuelto a soñar con la mano. Esta mano se extiende para ayudarla a cruzar un pequeño río. Sabía que si agarraba esa mano, no volvería a entrar en su cuerpo. Tuvo este sueño, en primer lugar, el día en que se enteró de que tenía cáncer, y se ha repetido dos veces desde que regresó a casa. Es interesante que morir a menudo se siente como cruzar un río. Lo recuerdo con frecuencia, por mi propia experiencia.

Unos días más tarde, la radiografía mostró que no solo se había colapsado el pulmón izquierdo, sino que también se estaba acumulando líquido en el lado derecho. También tenía en el pericardio, el saco que contiene el corazón, un derrame considerable debido a nódulos cancerosos. Ya no era cuestión de operar: probablemente no habría sobrevivido a la anestesia. Cuando su médico, Peter, le advirtió de esta decisión, de inmediato comprendió que era necesario renunciar a toda esperanza y le agradeció calurosamente el haber tenido el coraje y la amabilidad de evitarle la comedia de fingir ignorarla: se estaba muriendo. Cuando salió Peter de la habitación Ray empezó a hablarnos:

-Cuanto antes muera, mejor". Así que tú y Joan tenéis que recordarme cómo cruzar el río. Debo haber hecho esto decenas de veces, así que el pasaje probablemente me resultará familiar. Primero, salgo del hospital, las interrupciones son demasiado frecuentes con las enfermeras con tazas de té, el termómetro, ni siquiera puedes dormir, y mucho menos prepararte para morir.

Nos instalamos en una habitación de un hotel al lado del hospital, para poder llegar a ella en menos de veinte minutos. Joan subió a darse un baño, mientras yo me aseguraba de que el vigilante nocturno supiera el número de nuestra habitación, en caso de una llamada de emergencia.

- ¡No esperes una llamada telefónica! Ray no morirá hasta dentro de diez días, al menos. Admito que podría sufrir un infarto en cualquier momento, pero no lo hará. ¿Cómo puedo saberlo? Porque me dijo esta tarde que tomó la decisión de no morir antes de que los niños se dieran cuenta de lo que estaba pasando, y entiende que puede hablar con ellos mientras duermen. También quiere ver a varios amigos, especialmente a los que tienen miedo a la muerte, para ordenar sus papeles y distribuir sus cosas. Ella me dijo que tenía exactamente el mismo deseo de mantener todo en orden que cuando estaba teniendo un bebé.

A la mañana siguiente, Ray nos dijo que durmió muy bien y sintió que no iba a morir todavía, porque había vuelto a soñar con el río, que era mucho más ancho.

- En lugar de ser tan estrecho que podría haber saltado por encima, los bordes se volvieron lodosos y llenos de juncos. Lo que me asusta es quedarme atrapado en el barro. ¿Puedes garantizarme que esto no sucederá?

Ambos le aseguramos que cuando decidiera morir, obtendría toda la ayuda que quisiera. Joan le contó los ejercicios que tenía que hacer. Cambiar de nivel, con lo que yo podría ayudarla con la hipnosis, luego observarse a sí mismo cruzar el río, liberando cada vez más de su energía vital en el otro lado.

Todas las tardes la entrenaba para practicar la muerte. La puse en un estado de hipnosis profunda y le pedí que describiera el espectáculo "al otro lado del río". Siempre estuvo encantada con la extraordinaria belleza del paisaje, los lagos donde nadaba tan fácilmente bajo el agua, las montañas, que subía sin fatiga, los jardines, donde las flores crecían sin importar las estaciones.

Le pregunté si había algo que pudiera hacer para ayudarle a salir adelante. Sin dudar un segundo, respondió:

- Voy a vadearlo. Sé que es cierto, porque el río se ha vuelto muy angosto, es solo un pequeño arroyo.

La única inquietud de Ray era el que ninguno de sus seres queridos había fallecido todavía y que podría sentirse sola, pero ya se había encontrado varias veces en compañía de un hombre al que llamó “uno de mis amigos especiales”. Ella pensó haberlo conocido por primera vez cuando ambos eran griegos. También sabía que pronto conocería, no solo a aquellos a quienes había amado a lo largo de su larga historia, sino también a las personas con las que Joan y yo nos habíamos unido amorosamente a lo largo de los siglos.

-Creo que morir va a ser el acto más importante de mi vida porque me parece que aliviará el miedo a la muerte de muchas personas. Me alegro mucho de que me prometieras describir mi muerte en tus libros, y trataré de ayudarte.

Ray nos dijo que viviría mientras estuviéramos con ella y que, por eso, quería que partiéramos a nustro hogar en Francia, que ella nos acompañaría en el viaje. Partimos para Francia y dos días después, conduciendo hacia el sur mi esposa y yo sentimos, claramente, que Ray estaba con nosotros en el automóvil. Pero esa percepción se desvaneció después de unos minutos. A primera hora de la tarde, Joan, que iba al volante, se detuvo de repente. Joan sintió que nuestra amiga Ray ya había cruzado su río.

Apenas habíamos subido a nuestra habitación cuando preguntamos por teléfono, a Peter, el médico de Ray, sobre la salud de nuestra amiga. Dijo que él y su esposa acompañaron a la moribunda hasta el final y que ésta les dijo, poco antes de fallecer:

- Me están esperando, y todos sonríen: ¡Una hermosa alegría está pintada en sus rostros!

Esta confirmación nos dio un gran alivio. Ray era parte de nuestra alegría, porque de repente ella estaba con nosotros, libre y radiante. Su presencia difícilmente se habría sentido con más claridad, si hubiera usado su cuerpo físico nuevamente.

El 9 de octubre, mientras discutía con Joan para decidir qué extractos de las notas detalladas, que constituyen la historia de este caso, debería usar, mi esposa dijo:

- "Ray está aquí, ¿por qué no interrogarla?

Pedí a mi esposa que se comunicara con ella para hacer eso pero me dijo que yo tenía un vínculo más fuerte con Ray, y que era yo quien debería contactarla. Para ello debía relajarme y utilizar la autohipnosis para facilitar el libre flujo de la intuición, cosa que hacía con frecuencia en mis consultas con pacientes que siempre creían que me quedaba dormido. Dudaba que pudiera hacer contacto con Ray, ya que no había notado su presencia, pero en cuestión de segundos ella estaba allí, y le hice un gesto a Joan para que me interrogara.

-¿Sobre qué cosa quiere Ray que escribamos?

La respuesta llegó de inmediato.

- Qué divertido es morir. No es un asunto solemne en absoluto. Ni siquiera sientes la tristeza que esperaba por la separación física. Siempre puedo establecer contacto con tu parte superior, por lo que la separación no está en duda en mi caso. Es menos fácil para ti, porque a veces no recuerdas que hemos estado juntos.

- ¿Cómo fue la experiencia de la muerte?

- Exactamente como estaba anticipado. Cruzar un río, que se había vuelto tan angosto como un pequeño arroyo, que literalmente crucé con un paso. Nada extraño, porque había estado junto al río tantas veces cuando hacíamos ejercicio. No tenía miedo, ya que había visto el País de las Maravillas antes de regresar allí. Tú y Joan sabíais que vuestras palabras eran correctas, de lo contrario no podríais haberme ayudado tanto solo esperando que fuera verdad.

- ¿Te ayudó el recordar algunas de tus vidas?

- Solo confirmó lo que ya sabía. Estaba convencida de que había vivido varias veces desde el momento en que, años atrás, me recordabas la reencarnación. Me parecía tan obvio entonces, que no podría haberlo dudado aunque hubiera querido. Tanta gente se reunió para darme la bienvenida. Había olvidado a cuántas personas había amado, y todavía amaba, aunque no las había visto en siglos.

Mi impresión visual de Ray fue clara. A pesar de que tenía los ojos cerrados, podía verla sentada en el brazo del sofá. No pude escuchar su voz, pero la comunicación fue tan clara como si las palabras me las hubieran dictado. Repetí estas palabras para registrarlas en la grabadora.

Después de unos días, también nos pareció natural decir: "¿Por qué no preguntarle a Ray?" como si  pudiéramos llamarla por teléfono. Apenas podía mantener el contacto durante más de media hora, y cuando me sentía incapaz de condensar sus ideas en palabras, le pedía a Joan detuviera la grabadora. A veces, mi percepción de Ray se volvía borrosa gradualmente, a veces terminaba repentinamente.

Descubrí que el contacto se producía muy rápido, en dos minutos, o simplemente no sucedía. Tuve resultados negativos en aproximadamente la mitad de las ocasiones en las que hice un cambio de nivel para hacerle una pregunta específica. En estos casos, todos mis esfuerzos por visualizarla, o hacerme creer en su presencia, fueron en vano.

En otras ocasiones, Joan o yo, o los dos juntos, sentimos que Ray estaba con nosotros, incluso sin haber pensado en ella durante varios días. Por ejemplo, estábamos cenando en el buffet de una estación, antes de conocer a los visitantes que iban a llegar por expreso desde París, cuando de repente me di cuenta de que ella estaba sentada en la silla vacía de nuestra mesa. Quería que el joven que estaba cenando con nosotros supiera lo agradecida que estaba por conducir hasta la mitad de Inglaterra para verla nuevamente antes de morir.


RESPUESTAS DE RAY, DESDE EL OTRO LADO.

Siguiendo las indicaciones de Ray, solo he transcrito aquí las preguntas y respuestas relevantes para este libro, obtenidas durante siete sesiones diferentes. En casi todas estas sesiones, repitió lo siguiente:

- Diles, especialmente, lo fácil que es morir. Si puedes recordarles que han vivido muchas vidas, entenderán que no vale la pena tener miedo a la muerte.

- ¿Por qué te fue tan fácil salir de tu cuerpo?

 - Porque no tenía miedo de dejarlo. Sabía que tenía que renunciar a él, lo antes posible, porque el orgullo era la fuente de todos mis fantasmas. Me negué a admitir que las personas a las que quería ayudar me eran hostiles porque las despreciaba. No quería admitir que estaba tratando a los leprosos solo porque me ofrecían la oportunidad de hacer una penitencia que me convenía.  Me negué a saber, que había dejado morir a un hombre valiente en el dolor, solo porque no tuve el valor de liberarlo de su cuerpo.

- ¿Por qué tardaste tanto en perdonar a tus fantasmas?

- Antes de perdonarlos, tenía que perdonarme a mí misma. Era mucho más fácil castigarme, ¡pero todo este autocastigo solo avivó mi falso orgullo! El autocastigo a menudo hace que las personas confiesen sus malas acciones, se inflijan las miserias que han causado,  y no ayuda a nadie, pero aumenta la cantidad de sufrimiento. Es tan triste y tonto.

- ¿Quién decide si volverás aquí abajo, o cuándo?

-¡Yo! ¡Ambos lo sabéis muy bien! Nunca te apresuran a la encarnación. Nacemos impulsados por el deseo de ocultar a los demás nuestros rasgos de carácter desagradables, o incluso a nosotros mismos, o porque consentimos voluntariamente en intentar alcanzar el modelo en el plano inferior.

- ¿Por qué tan poca gente conoce El País de las Maravillas, aquí abajo?

- Porque siguen cegados por aspectos de sí mismos que nunca han estado aquí, que no podían estarlo porque se alimentaban de su rabia y su odio, o porque esperaban seguir humillando a alguien, o porque disfrutaban de su riqueza, o pensaban que podían poseer a los demás. Y la parte superior de Tu yo, habiendo regresado para tratar de educar la manifestación de sus lados penosos, encuentra el exilio ya bastante doloroso como para, encima, recordar el contraste que hay entre el aquí arriba y el allí abajo. Este recuerdo provocaría una nostalgia aún mayor.

 Hoy, 0 de febrero de 1967, no he hablado con Ray en diez días. Al final de nuestra última sesión, ella nos advirtió:

- No responderé más preguntas hasta que no hayas terminado tu libro. Ya te he dicho lo que quiero contarte sobre mí. Explícales que allá arriba no hay soledad, y que compartimos tantas alegrías. Comparte lo que sabemos que es la verdad.

 Eso es, lo que hemos intentado hacer.

Joan Grant y su  primer esposo, el arqueólogo Leslie Grant, de quien tomaría 
y conservaría el apellido como autora de novelas y ensayos.




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